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Capítulo 9

Una, dos, tres, diez sombras se habían empezado a arremolinar frente a ellos, clavándoles sus cuencas vacías y rojas, con el denso humo saliendo desde la orilla de sus túnicas negras.

Audrey, anonadada, trató de dar un paso al frente como por inercia, pero se detuvo en cuanto vio el brazo de Darren extendido a su costado para impedírselo.

—No te muevas —susurró el fantasma tratando de planear una estrategia rápida que los ayudase a escapar de las sombras lo más pronto posible.

A ambos les pareció que había pasado una eternidad hasta antes de que una de las sombras se abalanzara directamente hacia Audrey, pasando totalmente de Darren, como si quien le importara únicamente fuera ella.

—¡Darren! —exclamó la chica al sentir la huesuda mano del ente ciñéndose a su cuello y arrinconándola contra la pared.

Al parecer no has entendido, ¿verdad, niña? —gorjeó la sombra con su voz de ultratumba—. No te haremos daño, porque no queremos en absoluto nada de ti, excepto que nos lo entregues...

—Ya les he dicho que no entiendo de qué me hablan —dijo, con una repentina valentía apoderándose de ella—. Yo no tengo nada que pudiera pertenecerles.

Al recibir aquella contestación, el monstruo acercó su rostro al cuello de Audrey comenzando a olfatearla, algo que a ella le resultaba tan asqueroso como repugnante. En tanto, el resto de las sombras y Darren, se restaban a mirar el espectáculo.

Tu olor es parecido al suyo... —profirió—. Eso significa que impregnó su esencia en ti. Lo cual nos lleva a deducir que de alguna u otra manera tuviste, y sigues teniendo contacto con él... . Es nuestra única alternativa...

¡Ella lo esconde! —exclamó otro de los entes con un tono mucho más escalofriante que el de la sombra que tenía a Audrey agarrada por el cuello.

Los reflejos de Darren, que nunca habían estado mejor y más atentos que entonces, reaccionaron justo en el momento en que la segunda sombra intentó lanzarse hacia la chica, con intenciones mucho mas oscuras de lo que ambos podían imaginar. Fue así que, con un movimiento de su brazo, Darren lanzó un chorro de luz azul de sus palmas, que fue a dar contra el ente, propiciando que este se girara hacia él como endemoniado y volara en su dirección, dispuesto a atacarle, o incluso algo peor.

Sin en cambio, no solo los reflejos del fantasma estaban muy atentos a lo que sucedía a su alrededor, sino también su cuerpo, el cual saltó sobre la sombra de modo habilidoso y aterrizó a solo un metro de las demás, para luego arrojar al menos un quinteto de esferas luminosas directo hacia el ser encapuchado.

A causa de ello, los demás espectros lo rodearon abriendo mucho sus bocas, de las que empezó a brotar el mismo vapor denso que salía por detrás de sus capuchas. El humo era tanto y tan oscuro, que pronto el vestíbulo se vio rodeado de esa maquiavélica neblina negra que les impedía ver algo más que una veintena de ojos profundos, cavernosos y rojos como la sangre.

Darren, ofuscado, intentó mirar a su alrededor, localizar a Audrey o encontrar algo que pudiera servirle para vencer a esos monstruos sobrenaturales, pero al no ver nada, agudizó el oído, y allí fue cuando una sonora tos llamó su atención.

—¡¿Audrey?! —gritó mirando hacia todos lados.

—Es... estoy aquí —balbuceó. La garganta le ardía, se sentía rasposa, como si hubiera inhalado una gran cantidad de humo, o como si se hallara en mitad de un incendio.

Decidido a salvarla, Darren creó una nueva esfera de luz que mantuvo sobre su palma izquierda, y que usó para alumbrar un poco de la penumbra en que se hallaban las inmediaciones, pudiendo localizar a las más de siete sombras que lo rodeaban.

Al ver qué tan cerca se encontraban una sombra de la otra, apagó con un movimiento de su mano la esfera, y acto seguido, saltó sobre las cabezas de dos de los encapuchados corriendo hacia el lugar más lejano, desde donde un par de puntos color escarlata se fijaban en él hambrientos de una batalla que Darren no se iba a dar el lujo de perder.

No sabía qué distancia se interponía entre él y Audrey. No debía ser más de un metro, porque aunque ella estaba todavía acorralada entre la sombra y la pared, hacía el esfuerzo de estirar el brazo al igual que Darren lo estaba haciendo con el suyo.

Centímetros. No. Milímetros para que sus dedos finalmente se entrelazaran. Cuando de pronto...

La sombra que hasta el momento había sostenido a la chica por el cuello, dio un giro de ciento ochenta grados arrojando a Darren con una fuerza brutal lejos de la joven, tan lejos que su cabeza por poco caía sobre el primer peldaño de la escalinata.

No supo si fue su imaginación, pero al muchacho la nuca le empezó a punzar, mareándolo. En su cuerpo poco a poco predominó el cansancio producto de la atroz caída, pero él no se dio por vencido, no solo por instinto propio, sino también porque vio al ente levitar cada vez más cerca de él y no quería darle el gusto de verlo derrotado. Por consiguiente, antes de que el monstruo lo pescara por el cuello, se levantó de un salto y corrió escaleras arriba, hacia el segundo piso, en donde el humo ya comenzaba a disiparse.

Al saberse sola, rodeada de nueve sombras más, Audrey tentó a ciegas en rededor, buscando cualquier cosa que pudiera usar en contra de esos temibles monstruos. Porque no. Tampoco planeaba volver a jugar el papel de víctima en su encuentro con esas repulsivas criaturas.

Oyó gruñidos, oyó bocanadas de aliento salir desde lugares cada vez más cercanos a ella, y la desesperación de no encontrar nada para defenderse ya comenzaba a latir desbocada en su pecho en el segundo que tres sombras se lanzaron hacia ella, tan rápido, que apenas tuvo tiempo de rodar y esquivarlas, golpeando sin querer el librero donde Leonard había colocado una pantalla de plasma y algunos artefactos más.

El mueble se tambaleó, tirando al suelo varios objetos de cristal en el acto, de los que uno aterrizó en el hombro derecho de la chica, obligándola a ahogar un grito de dolor para no captar la atención de sus perseguidores. Finalmente, el librero cayó hacia adelante, y habría matado a Audrey, de no ser porque ella reaccionó a tiempo y se movió lo suficiente como para que la pesada madera del mobiliario no le cayera encima.

Estaba un poco más cerca de la cocina, avanzando de a poco para no delatar su paradero. Pensó que quizá no serviría, pero aún así tuvo la intención de rebuscar en los cajones de la alacena algún cuchillo que la hiciera sentir más segura en su camino hacia el segundo piso, pero no bien había llegado al marco de la puerta, cuando una sombra la interceptó y la tomó del pelo, jalando un puñado del mismo para que se miraran fijamente, al tiempo que el resto de los entes los rodeaban en un círculo sin ningún hueco por donde alguien pudiera entrar o salir.

Mocosa idiota —farfulló la sombra riendo burlonamente—. No tienes idea de lo que te espera...

A su risotada, los demás espectros se unieron y pronto una sola, pero estruendosa carcajada inundó el ambiente.

En eso, la cabeza comenzó a sentirse pesada para Audrey, al igual que su cuerpo. Alcanzaba a ver a todos los entes encapuchados que se reían de ella, sin en cambio su imagen se hacía más y más borrosa. Además, un halo de oscuridad se estaba desprendiendo de ella, para viajar lentamente hacia cada uno de los espectros que estaban allí. Ella no entendía lo que pasaba...

El cansancio ya se había adueñado completamente de su cuerpo tan solo un minuto después, y ni siquiera la misma Audrey sabía qué la hizo mantener los ojos abiertos solo el tiempo necesario, como para ver una intensa, muy intensa luz blanca que inundó hasta el más diminuto rincón del vestíbulo, y caer en la inconsciencia después de oír una melodiosa voz que le decía:

—Todo va a estar bien. Te lo aseguro.

Entonces, un flash llegó de repente a su memoria...

—Todo va a estar bien. Te lo aseguro —iba diciendo una hermosa voz masculina mientras Audrey entraba y salía de la inconsciencia, tratando de distinguir entre lo que era real y lo que era solamente un sueño—.
Estás a salvo. Ese maldito no volverá a dañarte.

—Ca... casa —tartamudeó Audrey, no muy segura de si realmente había hablado, pero supo que sí, cuando la voz desconocida le brindó una respuesta.

—Te llevaré a casa, tranquila.

Ella sabía que la voz no le mentía, puesto que desde la sarta de golpes que había oído minutos atrás, no dejaba de sentir que su cuerpo flotaba en el aire, sostenido por un par de brazos delgados pero muy confortantes, además de que se agitaba constantemente, indicando que el extraño estaba corriendo.

Levantó la vista un poco, y pudo ver que su presunto salvador era dueño de una fina barbilla y una nariz perfecta. Por lo poco que alcanzó a ver de su perfil, dedujo que no se trataba de ninguno de sus amigos ni conocidos. Y por la forma en que vestía, llegó a la conclusión de que quizá fuera alguno de los chicos a los que no solía hablarles con frecuencia.

Como fuera. Audrey no pudo hacerse más preguntas intentando delatar la identidad del buen samaritano que la llevaba cargando, porque la droga en su sangre comenzó a hacer efecto, y pronto se dejó vencer por un sueño profundo del que solo pudo salir al día siguiente...

Cuando abrió los ojos y su mente desorientada procesó que se hallaba tendida en su cama, Audrey parpadeó, incorporándose con lentitud. Para ese momento, ni la cabeza ni el cuerpo le dolían, y hasta llegó a pensar que todo había sido un sueño, mas, en ese momento, la voz preocupada de Darren llegó hasta sus oídos captando su atención.

—¿Estás bien?

Ella lo miró desconcertada.

—La pregunta es, ¿tú lo estás? —le respondió deseando poder tocarlo y hacerle una revisión a su cara—. ¿Qué ocurrió con las sombras?

—No lo sé —admitió incómodo.

—¿Cómo que no lo sabes?

—No sé. Bueno..., no recuerdo haber visto nada más allá de unas llamas inmensas antes de que perdiera la consciencia.

—¿Llamas? —repitió incrédula.

—¿Tú también las viste? —ella negó ferviente.

—No las vi —confesó—. Pero... recuerdo haber visto una luz muy brillante. Y luego... una voz me habló.

Darren corrió a sentarse en la cama con algo de dificultad.

—¿Una voz? ¿Qué te dijo?

La joven entrecerró los ojos haciendo un esfuerzo por recordarlo.

—Me dijo que todo iba a estar bien. —Hizo una pausa—. Creí que habías sido tú.

—No podría haber sido yo —dijo—, porque la sombra me tenía acorralado. Simplemente creía que me derrotaría en cualquier momento. Como sea... Será mejor que te levantes. Tus padres llegarán en cualquier momento..., y creo que deberías darle algo de comer a Chester, porque está hambriento.

Audrey asintió y caminó al primer piso con Darren siguiéndola por detrás; iba rememorando todo lo acontecido, tal vez minutos, tal vez horas atrás. No sabía qué significaba exactamente el hecho de que al parecer, un resplandor cegador y las llamas que había visto Darren eran los responsables de que se encontraran vivos, sin embargo, sus pensamientos cesaron en cuanto levantó la cabeza, y desde la escalinata pudo observar anonadada que el vestíbulo se hallaba despejado, sin ningún mueble a la vista porque todos estaban arrinconados en la pared que llevaba a la cocina. Y por si fuera poco, las cosas del librero que se había volcado durante su escape, ahora estaban intactas, sin un destrozo a la vista.

—¿Pero cómo...? ¿Fuiste tú, Darren?

Él alzó los brazos a modo de excusa.

—Juro que no lo hice yo.

Sin saber qué más decir al ver en el gris de sus ojos un halo de honestidad, Audrey bajó lo que quedaba de la escalinata y se dirigió a la cocina por un poco de pan y jamón para Chester. El cachorro iba detrás de ella, y en cuanto la joven le tendió la comida, este sacó la lengua y se la devoró en tan solo unos segundos.

Poco tiempo después, Alex llegó en compañía de Leonard y Marie, quienes quedaron bastante sorprendidos viendo el vestíbulo vacío y los muebles apiñados en un extremo de la estancia.

—Wow —susurró Leonard—. ¿Cómo hiciste para mover todo tan rápido?

—Sí —concordó Alex—. ¿Tienes súper poderes o algo parecido?

Audrey se restó a sonreír, pero no contestó y después de eso se limitó a subir a su cuarto y hacer la poca tarea que le faltaba, sin dejar de escuchar en todo momento a los cargadores que Leonard había contratado para que bajaran de una mudanza todos los botes de pintura que necesitarían al día siguiente y vaciar el primer piso de cada pequeño mueble existente allí.

La mañana del sábado, Audrey despertó cerca de las cinco gracias a que empezaba a sentir algo puntiagudo que se clavaba con suavidad en su mejilla, además de que un objeto tan sedoso como una pluma estaba acariciando su piel; era extraño, pero relajante. O al menos lo fue antes de que su cerebro procesara que había algo desconocido sobre su cara e hiciera que Audrey se incorporara de golpe, asustada por un tierno ruidito que oyó proviniendo de un sitio cercano a ella.

—¡Oye! —exclamó Alex en cuanto Audrey miró a su alrededor aturdida—. Vas a lastimar a Pepe.

Frotándose los ojos, ella frunció el ceño con desconcierto y masculló somnolienta:

—¿Pepe?

—Es el pollo que me regaló Roberto. ¡Mira!

Audrey no sabía qué era lo peor: si haber oído las palabras «Pollo» y «regaló», en una misma frase de la boca de Alex, o el hecho de que Roberto hubiera sido lo suficientemente estúpido como para obsequiarle una bolita de plumas amarilla que no paraba de piar al tonto de su hermano, así, como quien conduce un cerdo a su matadero.

¡Pobre Pepe! Tan pronto como Alex se acercara a la cocina, no quedaría más de él en esta tierra de locos.

¡Dame eso, que seguro te lo ibas a comer! —exclamó Audrey intentando tomar al pollito, sin embargo Alexander fue más rápido y lo alejó de ella.

—¿Estás loca? No pensaba comérmelo... Todavía —añadió la última palabra en un susurro demasiado audible que la chica pudo oír con facilidad—. ¿Y a ti qué te regaló?

Ella lanzó un suspiro, al tiempo que buscaba con la mirada al Bull Dog del que ahora era dueña, encontrándolo detrás de Alex, dormitando en un rincón de la recámara.

En cuanto lo señaló, Alex abrió los ojos emocionado y corrió intentando tomarlo entre sus brazos. No obstante, al sentir las manos del muchacho, el perro abrió los ojos y, al segundo, hizo algo que dejó boquiabierta a Audrey: gruñó, abalanzándose sobre el chico con los filosos dientes a punto de enterrarse en su brazo.

—¡Ay! —gritó alejándose rápidamente de él.

—¡Chester! —exclamó Audrey a su vez.

—¡¿Pero qué diablos le pasa a tu maldita bola de pulgas, Audrey?!

Darren, que también estaba ya junto al cachorro, paseó su mirada entre los hermanos, anonadado ante la acción violenta del pequeño animal.

—Yo... no... no lo sé —admitió ella balbuceando a duras penas una disculpa.

Después Alex negó enfadado con la cabeza, al tiempo que salía del cuarto y le decía:

—Más te vale que mantengas a esa cosa alejada de mí o no responderé si me llega a agredir de nuevo. —Después añadió—: ahora levántate, que los pintores ya están aquí y pronto empezaremos con la remodelación.

Audrey asintió avergonzada, con el rojo inundando sus tostadas mejillas, y al salir Alex del cuarto, observó que Chester había vuelto a ser el mismo cachorro tierno de mirada dulce que la había derretido al verlo por primera vez.

Definitivamente, eso había sido extraño.

Cuando la chica, en compañía del fantasma bajó quince minutos después, vio a Leonard, Roberto y Marie dando indicaciones a las cinco decenas de hombres que habían contratado para apoyar; y al poco tiempo, tras un toque en la puerta principal, Audrey salió para recibir a Vanessa y Dominik, que a pesar de llevar prácticamente andrajos, seguían viéndose perfectos de pies a cabeza. Aunque, al ver la cara de su amigo en una primera ocasión, Audrey expandió los ojos observando que el moretón ocasionado por la pelea entre él y James, había desaparecido casi por completo.

Percatándose de su mirada, Dominik agachó la cabeza y susurró:

—Mi... mi madre me aplicó un tónico muy bueno.

La chica sólo asintió muy poco convencida, al tiempo que los hacía pasar a su hogar.

Como era usual en Marie, la señora Williams ya tenía un platón de galletas, las cuales dispuso frente a los amigos de su hija, y que estos no dudaron en terminarse en un santiamén, ya que la verdad estaban deliciosas. Al menos, ahora sus estómagos estaban felices y preparados para lo que se avecinaba.

...O quizá no tanto.

En cuanto la puerta del vestíbulo se abrió, cinco minutos más tarde, y por ella entraron Oliver, James —con el rostro perfecto, sin señales de la pelea entre él y Dominik—, y las dos chicas del día anterior, cuyos nombres Audrey no conocía, a Vanessa se le resbaló la brocha que estaba por usar de las manos, y su boca se abrió con sorpresa.

Obviamente, la castaña tenía que estar tan bonita y perfecta como las dos ocasiones en que la había visto antes.

—Vaya. Miren a quién tenemos aquí —se burló James sonriendo de modo socarrón—. El Costal de Harina y...

—La nena de papi —completó Oliver caminando hacia Vanessa como un tigre examinando a su próxima presa—. ¿Cómo estás, linda? —miró la brocha que la pelirroja recién había levantado, y luego su extraña ropa. Rió—. ¿En quiebra?

—Te agradecería que me dejaras en paz, Oliver —solicitó con aquellos buenos modales de los que jamás se desprendía.

—Pedazo de mierda, ya hablamos de esto —musitó entre dientes la supuesta melliza de Oliver.

Ella, que tenía un halo de exquisita imponencia, logró hacer que este pusiera los ojos en blanco, para después soltarle un atrevido beso en la mejilla a Vanessa, y dar media vuelta, caminando como el dios que era.

Entonces, su melliza se acercó a la joven y dijo:

—Te ruego me disculpes, Vanessa, pero mi hermano es un idiota en toda la extensión de la palabra.

Ella sonrió.

—He podido darme cuenta antes.

Al escuchar eso, la melliza se dirigió a Audrey.

—No hemos podido conocernos bien. Soy Abril Grey, hermana mayor de Oliver.

—¡Solo por cinco minutos! —exclamó él por detrás, a lo que ella puso la mirada en blanco.

—Y ella es Mariana, mi mejor amiga.

Al extender su brazo, la castaña de piel blanca se acercó y sonrió a Audrey con timidez, haciendo una inclinación de cabeza como saludo. Simultáneamente, Alex iba bajando la escalinata y sus ojos se iluminaron en cuanto reparó en ella.

—¡Hola, chicos! —exclamó con una radiante sonrisa de oreja a oreja—. ¿Están listos para empezar a pintar? —todos asintieron—. Menos mal, porque esta casa está e-nor-me.

La verdad, Alex tenía razón; y la verdad, el trabajo que los mantuvo de aquí para allá, de arriba para abajo y de izquierda a derecha, se encargó de evitar que Darren y Audrey no pudieran cruzar una sola palabra en horas, ya que, al estar ella, de cierta forma «a cargo», tenía que ocuparse de coordinar el trabajo del personal contratado por sus padres. Por supuesto que ella no se quejó, mucho menos cuando, horas más tarde, Leonard anunció que debían parar para darse un merecido descanso.

—¡Está quedando genial! —dijo Vanessa con un brillo de emoción en los ojos mientras ella, Dominik y Audrey se preparaban algunos sándwiches en la cocina con ingredientes que Marie se había encargado de comprar en un supermercado.

Por detrás, alguien bufó.

—No gracias a ti, que ni siquiera sabes agarrar la brocha del modo correcto, niñita rica.

Ese era James, quien a pesar de estar lleno de pintura en tonos claros, conservaba el atractivo digno de un sexy actor de cine, con una belleza y sofisticación sin igual; incluso la camiseta sucia se le pegaba al ejercitado torso de manera tan exquisita, que Audrey no pudo evitar clavar los ojos en el feroz cuerpo del muchacho. Y allí los mantuvo hasta el momento en que Oliver asomó por detrás de su colega. Tenía una mancha de pintura seca sobre la mejilla derecha, cosa que hizo reír en silencio a la pelirroja.

—¿Te diviertes? —siseó Oliver en ese tono socarrón y cautivador tan característico en él.

—Sí, creo que un poco —se dignó a responder Vanessa, con la frente en alto.

—Pues te divertiría más saber que tu barbilla está llena de pintura café. ¿Quieres que te la quite?

—Ni te le acerques —advirtió Dominik.

—No te estoy pidiendo permiso, cerebrito —lo desafió, sonriendo como quien tiene ganada la partida.

Pero entonces, su hermana intercedió, tan oportuna como hasta ese momento lo había sido.

—Ni aquí ni ahora, idiota —farfulló en tono suspicaz—. No comiences una pelea con el sabelotodo o me obligarás a acusarte con el alto mando.

Desde luego que por aquello de «Alto Mando», tanto Audrey como el resto, supusieron que hablaba de sus padres. Aunque les resultó sumamente extraño oírla llamarlos así, pero al contrario, no les provocó ni un poco de curiosidad la mueca de desprecio que Oliver Grey formó en su rostro al escucharla decir lo anterior.

—Hazme un favor y deja de meterte en mi vida, ¿quieres? —exigió embravecido—. Esos cinco minutos de diferencia que tanto presumes no te dan derecho a meterte en mis asuntos privados.

En respuesta, la hermosa Abril bufó.

—¿Quieres decir que Vanessa es uno de tus «asuntos privados» incluso cuando no dejas de ofenderla o ultrajarla en público cuando te place? —Chasqueó la lengua—. Lo lamento, hermanito, pero no voy a permitir que dañes el autoestima de otros con tu estúpida arrogancia.

—«Arrogancia». ¡Mira quién habla! —replicó el joven entre sarcásticas risotadas—. Ahora me vas a venir con clases de comportamiento.

La pelea entre los mellizos parecía desarrollarse un poco más a cada minuto que pasaba. Los ojos verdes de Oliver y los cafés de Abril —que eran la única diferencia existente entre ellos—, parecían estar atacando con filosos cuchillos al otro. Y en el aire se podía respirar un pesada tensión tornando incómodo el ambiente. Pero para alivio del resto, poco después se oyeron las voces de Leonard y Roberto acercándose hacia la cocina.

—No he encontrado nada de mucha utilidad, Leonard. Será mejor que dejes el tema por la paz —decía Roberto.

—No puedo —rebatió el señor Williams—. Es imprescindible que sigas averiguando tanto como puedas, o de lo contrario yo...

Pero el padre de Audrey se cayó de golpe en cuanto observó que la cocina estaba ocupada nada menos que por seis adolescentes, entre los cuales se encontraba su hija menor.

—¡Hola! ¿Se la están pasando bien, jovencitos? —saludó el amigo de la familia con su típico tono alborozado, entrecerrando los ojos gracias a la enorme sonrisa que ocupaba gran parte de su rostro.

—Seguro que sí —ironizó James bebiendo jugo en un vaso de plástico, pero, o bien Roberto no hizo caso a su comentario, o no detectó el sarcasmo en el mismo, porque le dio una palmada en el hombro y posteriormente arrastró a Leonard hacia la sala.

Como al parecer los ánimos de seguir peleando se habían desvanecido en Abril y Oliver, al cabo de unos minutos todos volvieron a sus tareas, al igual que el personal contratado por los Williams. Y no bien pasaron cinco horas, cuando ya el trabajo había concluido, dejando así a la mansión cubierta de un brillante blanco y con la barandilla de la escalinata principal pulida de un extremo a otro.

Como era de esperarse, tanto los adolescentes, como los trabajadores, y el propio matrimonio Williams quedaron impresionados por el resultado de su esfuerzo. Ahora solo faltaría esperar a que se secase para empezar a acomodar los nuevos muebles.

—Ha quedado genial —masculló Mariana, trenzando sus dedos con los de Alex en un acto inconsciente.

—Es verdad. ¡La mansión parece otra! —clamó con las mejillas sonrojadas.

Mientras ellos, Abril, Oliver y James platicaban muy a gusto desde el centro de la sala, Vanessa solo se dedicaba a echarles de vez en cuando miradas llenas de lo que cualquiera podría denominar como envidia, mezclada con pena y una pizca de tristeza. Porque evidentemente, ella habría dado lo que fuera por ser quien pudiera hacer sonrojar a Alex con solo tomarlo de la mano.

—Ahora regreso. Voy a lavarme las manos —habló Dominik levantándose del peldaño en el que él y las chicas estaban sentados. Después caminó hacia el lujoso e inmenso sanitario de la planta baja.

Después de que los minutos pasaron y las chicas sintieron que su amigo ya se había demorado mucho, Audrey se ofreció a buscarlo, ante lo cual Vanessa no opuso resistencia, por lo que ella se quedó sola al borde de la escalinata mientras su compañera iba en busca de Dominik.

Pero la realidad era que Audrey no pretendía solamente buscar al joven, sino también encontrar a Darren, porque al empezar con el trabajo de la remodelación, este había desaparecido sin dejar rastro. Y en verdad, a ella le urgía hablar con él, solo por el puro placer de tenerlo cerca aunque sea por unos minutos.

A Audrey se le ocurrió que podría estar en su habitación, por lo que se escabulló hasta allí, y cuando abrió la puerta, supo que estaba en lo cierto: Darren se había sentado en un rincón de la recámara vacía, y jugaba con un animado Chester. Mas lucía rezagado, y en su precioso rostro coronado por aquellos hermosos ojos de color gris, se podía notar un amago de melancolía.

—Hola, Darren —saludó Audrey con una diminuta sonrisa en la boca—. ¿Todo bien? —Él asintió, aunque ese gesto afirmativo no parecía ni genuino ni sincero—. ¿De verdad? No pareces muy feliz. ¿Estuviste aquí todo el tiempo?

—No —musitó—. Fui a... Fui a dar una vuelta.

—¿Ocurrió algo malo? De veras no te ves muy bien.

Pero por más que quiso sacarle plática al fantasma, este no lo permitió, y ella se vio obligada a salir de la habitación tras el incómodo silencio que Darren había creado. Una vez fuera, recordó que tenía que buscar a Dominik, y bajó de nuevo, caminando hacia el lujoso baño con el que contaba la casona.

Su mente estaba en estado de ausencia, inmiscuida en aquellos recuerdos del Darren callado y tristón que tanta pena le causaba. Sin embargo, en cuanto se fijó en lo mucho que dejaba a la vista la puerta entreabierta del sanitario, todos sus pensamientos se volcaron en el shock causado por lo que sus ojos estaban mirando.

—¡Por dios! —gritó aterrorizada.

Y es que, de la muñeca izquierda de Dominik, manaba un hilillo de sangre provocado por la herida que rasgaba su piel, o más bien, una de las tantas que tenía a lo largo del brazo. Todas midiendo casi cuatro centímetros de largo, aunque unas más secas que otras. Además de eso, Dominik tenía pequeñas quemaduras enrojeciendo su tez clara.

—Audrey, yo... —balbuceó tan asustado como ella, e intentó acercarse, pero la chica dio un paso atrás como lo había hecho al conocer a Darren—. No... no es lo que piensas.

—Dom, tú... ¡Te autolesionas! —exclamó apanicada, con las lágrimas apiñadas en los ojos—. ¡Te autolesionas! ¡¿Cómo puede ser posible?! Yo... jamás lo creí de ti —gimoteó—. Te dañas a propó...

—¡No. No es así! —irrumpió Dominik aterrado por las conclusiones de su amiga—. No me hago daño por placer...

Ella abrió grandes los ojos y la boca.

—¿Te golpean en tu casa?

Pero la reacción de Dominik fue de sorpresa.

—¡Tampoco! No es nada de eso, es solo que... no puedo hablarte al respecto. Lo siento.

—¿Por qué no?

—Es... es algo difícil de explicar —admitió—. Y no podría hacerlo con tanta soltura como quisiera. Menos a ti, que no eres... como yo.

Audrey frunció el ceño.

—¿Qué significa eso exactamente?

—Olvida lo que dije —solicitó.

—¿Vanessa... Vanessa lo sabe?

Dominik la miró sorprendido, con los iridiscentes ojos azules abiertos de par en par.

—No. ¡Y ni se te ocurra mencionárselo!

—¿Por qué no? Se supone que es tu amiga.

El joven suspiró apabullado.

—Mira... hay cosas que lamentablemente no puedo confiarle ni a ella —aseguró—. Independientemente de que llevemos tres años o incluso más de conocernos. Se me tiene... prohibido.

A su confesión, sucedió un pesado minuto de silencio, el cual Audrey utilizó para escudriñar el horripilante brazo de Dominik, adornado por aquí y por allá de un sinfín de marcas rojas, moretones o quemaduras leves.

—Algún día —prosiguió el muchacho—, te lo contaré todo. Y entonces entenderás el porqué de muchas cosas.

A razón del pequeño altercado con Dominik, Audrey se vio obligada a esquivarlo tanto como pudo durante las cuatro horas posteriores a su encuentro. Ya casi no hablaban, y Vanessa era quien tenía que forzarlos a intercambiar algunas palabras, —y una que otra frase, si tenía suerte—, pese a que no sabía qué rayos estaba pasando entre ambos.

En punto de las ocho y media, Leonard, Roberto y Marie discutían acerca de dónde se iban a hospedar esa noche, ya que al parecer no lo habían planeado.

—Podrían venir a mi casa —sugirió Roberto con tono alegre.

—Lo siento, pero Williams viene con nosotros —determinó James pasando un brazo tras los hombros de Alex—. De hecho ya tenemos que irnos.

—De acuerdo, pero tengan cuidado —accedió Marie, quien se caracterizaba por nunca prohibir nada a sus hijos, mientras no lo considerase peligroso.

—Nosotros también nos vamos —terció Abril refiriéndose a ella, Mariana y Oliver.

Entonces, cuando Audrey se estaba preguntando qué iba a ser de ella, la bocina de un auto se oyó fuera de la mansión, y todos se miraron unos a otros.

—Ese debe ser Matt —musitó Vanessa. Luego se volvió hacia su amiga—. Audrey, ¿quisieras quedarte hoy en mi casa? No vivo tan lejos, puedes llamar a tus padres al llegar, y mañana yo misma me encargaré de que estemos aquí muy temprano para seguir con la remodelación.

Ante el ofrecimiento, la aludida miró a sus padres inquisitivamente, a lo que estos asintieron, porque de alguna forma, Vanessa les inspiraba confianza.

Fue así, que luego de empacar lo indispensable en una mochila pequeña, Audrey salió de su cuarto, no sin antes notar —con profunda tristeza— que Darren no estaba en él. Bueno, ni en su cuarto, ni en el vestíbulo, ni en ningún otro lugar. De hecho, después de su último intercambio de palabras, no se habían vuelto a ver.

—¿Pero quién se encargará de Chester? —comentó Audrey a sus padres antes de abrir la puerta del recibidor.

—Oh, descuida. Nosotros nos lo llevaremos —la tranquilizó Marie—. Ahora vete o a Vanessa la regañarán por la tardanza. No olvides llamar en cuanto lleguen.

Audrey asintió, saliendo en compañía de la pelirroja y del resto de adolescentes que ya también se iban a sus respectivos hogares.

Afuera, hacía un frío que calaba hasta los huesos, inclusive la misma Audrey temblaba a pesar de que llevaba la chaqueta más cálida que tenía en su guardarropa. Lo extraño era que aunque James, Oliver, Abril y Dominik no llevaran abrigo encima, no parecían sentir el helado aire que se colaba entre la tela de sus camisetas, blusas y camisas, respectivamente.

Ella lo atribuyó al hecho de que probablemente ya estaban acostumbrados al clima tan cambiante de México, por eso no se atrevió a indagar en ello.

En cuanto Alex abrió la puerta principal, un respingo salió tanto de su boca como la de su hermana. Y es que justo en frente se hallaba aparcada una lujosa limusina negra, cuya magnificencia se confundía con la espesura de la noche. Y quizá debido a que la luna poca luz proporcionaba a la calle, tuvieron dificultad para notar el Jeep negro que había estacionado tras la limusina.

—Han venido por mí —Dominik fue el primero en hablar—. Debo irme, chicas.

Como era su deber, Vanessa y Audrey lo siguieron, viendo cómo abría la puerta del copiloto, se trepaba en el auto y segundos más tarde abría la ventana polarizada, por la que extrañamente no se alcanzó a ver ni un rasgo del conductor. Ni la punta de su nariz, ni el tono de su cabello, pero sabían que había personas allí, porque en la parte de atrás se asomaban dos o tres siluetas tan quietas como estatuas.

—Hasta allí —dijo una voz masculina mientras Dominik bajaba la ventanilla, y este se vio obligado a detenerla en la mitad del marco.

—Creo que nos vemos mañana —tartamudeó hacia las jóvenes, esperando ver en Audrey una mueca de negación, pero en su lugar solo apareció una sonrisa sincera. Diminuta, pero sincera.

—Cuídate, Dom —añadió Vanessa con suavidad.

—Ustedes también. Hasta mañana.

—Hasta mañana —susurraron las dos al unísono antes de que el conductor le diera la imponente orden de subir la ventanilla y arrancara apenas el joven lo obedeciera.

Para cuando las chicas llegaron hacia la limusina, Audrey notó que Abril y Oliver hablaban por lo bajo muy cerca de ellas, y a causa de la escasa distancia que existía entre un grupo y otro, sucumbió a la tentación de escuchar un poco de su plática privada.

—Asssco —silbaba Abril entre dientes.

—No es para tanto —se burló Oliver en respuesta.

—Bueno, ¿tú de qué lado estás, pedazo de mierda? —su hermano rió—. ¿Los viste? Eran ellos. ¡Esos malditos!

—Había tres más —añadió el mellizo—. Quizá buscaban...

Pero en eso, Abril extendió una palma solicitando silencio, y miró a Audrey como un autómata. La rubia habría jurado que los ojos de la guapa chica despedían un intenso resplandor café, al igual que los de su hermano cuando se volvió, excepto que el resplandor que emanaban estos últimos era de un tono verde jade. Pero todo fue tan rápido como un parpadeo, que le costó creer que había sido real.

Afortunadamente, solo le quedó despedirse de Alex, James y Mariana antes de que el conductor de la limusina les abriera la puerta y ella tuviera que adentrarse en el vehículo en compañía de la pelirroja.

—¿La familia de Dominik siempre es así de misteriosa? —inquirió segundos más tarde, al saber que el conductor no podría oírlas.

Vanessa asintió.

—Eso parece. Quizá por eso aún no conozco a sus padres.

Audrey expandió los ojos.

—Espera... ¿Cuánto tiempo llevas de conocer a Dominik?

—Tres años con cuatro meses —apuntó la muchacha.

—¿Y no conoces a su familia?

—No. Es que... Dominik no habla de sus padres nunca. Tampoco sé si tiene hermanos, abuelos o algún otro pariente. Pero estoy acostumbrada a no meterme en vidas ajenas, así que nunca me he esforzado por preguntárselo, pero las pocas veces que lo he hecho, me evade. Así que opté por no molestarlo más con el asunto.

Audrey asintió, y lo único en lo que pudo pensar, era que con todos esos descubrimientos que rondaban su cabeza, le iba a resultar difícil conciliar el sueño.

Bueno... Esa sería una larga noche...

....

—¿Qué? ¿Has enloquecido? ¡No pienso hacerlo!

—¿Por qué no?

—¡Porque es una puta injusticia! —exclamó furioso. Para entonces caminaba a paso apresurado sobre el corredor principal de la guarida, con ella siguiéndolo por detrás e intentando hacerlo cambiar de parecer, pero él ya estaba fuera de sus cabales, por lo que la misión de la fémina no resultó tan poco complicada.

—¿Te digo qué es una puta injusticia? —le devolvió ella a gritos que llamaban la atención de muchos a su alrededor—. ¡Que muchos de los nuestros hayan perdido la fe en esta guerra sin fin! ¿Es que no te importamos? —sollozó dándose la media vuelta, pues odiaba que la vieran llorar—. ¿Es que te vale una reverenda mierda lo que suceda a nuestra pobre gente?

—Ese no es el punto —contestó reacio a caer en su chantaje.

—¡¿Entonces cuál es?!

—Me estás... me estás pidiendo que haga algo completamente inhumano —susurró recordando el grito contenido que había salido de su boca luego de oír el «fantástico» plan que la joven le expuso minutos antes de que comenzara su caótica pelea—. Me estás pidiendo que...

—Sé lo que te estoy pidiendo —repuso con tono apagado, todavía sin volverse—. Pero comprende que es una de las únicas y más eficaces estrategias que se me han ocurrido para acabar de una vez por todas con esos Iztac asquerosos.

Él juntó los labios en una fina línea.

—Estamos aquí para cuidar de los humanos mientras la profecía se cumple. ¿Eres consciente de eso, no?

—Lo soy —admitió.

—Y me estás pidiendo que dañe a un humano, de la forma más cruel posible, solo para obtener la victoria a costa de sus lágrimas.

Ella, en respuesta, encogió los hombros.

—¿Tienes alguna otra solución en mente? —No hubo réplica. Eso supuse.

—Es que... Hay miles como yo que morirían por cumplir tus órdenes al pie de la letra. Incluso sé de algunos que cuentan con sangre más fría que la mía, y podrían obtener resultados más eficientes que los míos.

Nuevamente, la chica movió la cabeza en un gesto negativo.

—Eres tú quien ha querido acabar con ese mugroso Iztac por años, ¿no? Pues tu hora ha llegado. Ahora cumple con lo que te pedí o no respondo por las diez patadas que te daré donde el sol no llega.

Sin embargo, él miró a un lado y a otro, dubitativo, buscando la manera más sutil de profesar lo que verdaderamente le preocupaba de aquella arriesgada misión. Hasta que las palabras salieron por sí solas de su boca:

—Pero... cuando llegue el momento, no sabré cómo decirle que todo era una mentira... —susurró en una exhalación, a lo que ella se giró tras haber dado un par de pasos, y lo miró pensativa.

A su contestación, precedió un minuto de silencio.

—Descuida. Ella tarde o temprano se dará cuenta.

Y entonces, se fue, dejándolo con el remordimiento de tener que dañar a alguien muy a pesar de su voluntad, solo por ganar esa estúpida guerra de una vez por todas.

—Perdóname —musitó—. Perdóname por lo que estoy a punto de hacer.

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