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Capítulo 8

La mañana antes del fin de semana, Audrey despertó con la cabeza recargada en algo más firme y cómodo que su almohada habitual, con algo rodeando su cintura. Sabía que era hora de prepararse para ir a la escuela, sin en cambio no deseaba renunciar al confort que aquello le brindaba, así que se acomodó más contra lo que la estuviera abrazando... Hasta que abrió los ojos.

Mierda. Pensó al percatarse de que el objeto en el que su cabeza dormitaba era nada menos que el torso de Darren.

El joven estaba dormido, con las pestañas acariciando de manera celestial su piel, y un mechón de cabello dorado caía por su frente. Sin duda alguna, su aspecto era digno de quedarse contemplándolo todo el rato que durara sumido en el mundo de los sueños. Pero eso no podría ser posible, empezando por el hecho de que ya resultaba bastante bochornoso para Audrey el recuerdo de ella llorando en la madrugada y él tratando de consolarla, como para añadirle que cuando este abriera los ojos, la descubriría mirándolo como tonta, y se reiría de ella, y le haría bromas al respecto, y lograría que se sonrojara.

No fue hasta que antes de incorporarse y acomodar el mechón de cabello rebelde en su frente, Audrey frunció el ceño confundida, sin entender cómo era posible que pudiera tocarlo después de que Darren le hubiera dicho al conocerse que para materializarse necesitaba reunir demasiada energía que al final lo dejaba exhausto. Y encima, no entendió cómo era que se había materializado horas atrás para consolarla y el efecto siguiera vigente. Era imposible que durara tanto, ¿no?

Al sentir que ya había divagado mucho, Audrey se incorporó despacio, quitándose la mano de Darren en el acto, que le envolvía la parte baja de la espalda tan aferrada a su piel, que le costó mucho deshacerse de ella sin despertar al fantasma.

—No te vayas... —oyó balbucear al espectro y sonrió mirando que se encontraba dormido aún—. Magg, no te vayas.

La sonrisa se le borró de golpe.

—¿Magg? —masculló tratando de apaciguar el dolor que comenzaba a sentir en el estómago.

Darren se revolvió un poco en el suelo justo antes de que Audrey saliera apresurada del Gran Salón para bajar hacia el vestíbulo principal, donde ya se encontraban sus padres desayunando en un perpetuo silencio que ninguno deseaba romper.

—Hola —saludó tímida. Leonard y Marie le sonrieron.

—Hola, amor. ¿Te vienes a desayunar?

Audrey rechazó a su padre. Tenía hambre. Mucha hambre. Pero el fantasma despertaría en cualquier momento y ella era demasiado cobarde como para querer encararlo, por consiguiente, se dio una ducha relámpago, sacó unos jeans y una camiseta blanca de su clóset y se cubrió con una chaqueta negra para luego salir corriendo de casa con los audífonos puestos escuchando a un famoso dj británico del que era seguidora.

Al entrar a la escuela, pudo escuchar la noticia que se corrió de boca en boca, sobre que solo tendrían cuatro clases, puesto que como el veinte de noviembre era considerado día feriado en México, se acostumbraba acortar la jornada o simplemente anularla; no supo decir si eso era bueno o malo, ya que si bien tenía mucha tarea pendiente, lo que menos quería era toparse con Darren mientras la vergüenza por haber dormido y despertado junto a él se disipaba.

—¡Audrina! —exclamó la voz de Rolland a sus espaldas sobresaltándola, y al oír el grito agudo que pegó la chica, su tutor soltó una risa burlona—. Así has de tener la conciencia.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Qué pasó, Rolland?

Rolland estuvo a punto de hablar, mas, en ese momento, Fany, Diana y otros cuatro tutores se acercaron a ellos hablando al mismo tiempo, lo que provocó que el joven gruñera desesperado y les ordenara con un grito imponente que se callaran y uno a uno le explicaran porqué tanto alboroto. Entonces, al lanzarse todos una mirada simultánea, Diana dio un paso al frente, miró a sus compañeros como preparándose para algo, y dijo:

—Rolland..., hemos decidido que este mes serás tú quien se encargue de la tarea especial.

Lo primero que este lanzó en respuesta, fue un quejido con el insulto mexicano que Audrey le oía al inicio o final de cada oración de modo concurrente; después puso cara de querer matarlos a todos de forma lenta y dolorosa.

—Dime que es una broma —se quejó—. Esta semana no puedo. Ya va a empezar la temporada de exámenes en mi escuela y pues... —encogió los hombros—. ¿No la quieres hacer tú, Fany?

La chica lo miró con esos ojos castaños llenos de inocencia e ingenuidad, pero también con desesperanza. Al mismo tiempo, jugaba con la larga trenza marrón de su cabello desordenado.

—Lo lamento, Roll —dijo—, pero yo la hice el mes pasado, y ahora... la verdad es que tengo cosas que hacer.

—No manches —siseó él, frotándose la cara. Audrey por su parte no entendió lo que dijo, sin embargo se figuró que debía ser alguna expresión de rabia contenida por la cara que había puesto el tutor—. Es que... ¡Ni crean que voy a gastar dos preciados días y medio de mi vida para esto, ¿eh?!

Entonces un segundo tutor de ojos pardos y mirada suspicaz se colocó frente a frente contra Rolland y le dijo:

——¿Y tú crees que a Romero le importan tus estudios? ¡A él le vale un bledo si tienes exámenes tanto como si no! Además, permíteme recordarte que estoy frente a la persona que sigue creyéndose el dios solo porque Romero lo eligió como su ayudante personal, pero no eres más que un completo imbécil.

—¡Cuidado con lo que dices, Demián! —riñó Rolland—. Aquí todos excepto Fany son unos completos hijos de puta; Manuel es tan exigente con los alumnos que todos se la pasan quejándose de él a escondidas, Gerardo siempre escapa de sus responsabilidades y se le ve por aquí un día cada dos años, Diana entrega mal cada paquete que le encarga Romero, y tú estás ardido porque él me eligió a mí y no a ti como su mano derecha.

—¡¿Sigues con eso?! —replicó Demián.

—Chicos, no peleen, por favor —suplicó la atemorizada tutora de Alex en un hilillo que Audrey apenas pudo escuchar, pero nadie le prestó atención, puesto que los gritos no cesaron hasta dos minutos después, cuando Rolland había dejado de mencionar a sus compañeros cuán inútiles eran, y estos habían empezado a caminar echando humo por las orejas.

—Pues yo no sé cómo le vas a hacer —exclamó el contrincante de Rolland, quien era el único que no había dado un solo paso—, pero tú te vas a encargar de todo este mes, porque sino...

—¿Por que sino qué? —gruñó el joven encarándolo. En respuesta, este se acercó a él hasta que quedaron a escasos centímetros un rostro del otro.

—¿Quieres saber un dato curioso? —susurró de tal manera que Audrey pudo oírlo claramente—. Conozco tu secreto. Sé lo que hicieron tú y Fany. Y si no haces tus tareas este mes, pudiera existir la enorme posibilidad de que Demián le vaya con el chisme a Romero, por supuesto, alterando un poco la verdad para excluir a Fany del asunto. ¿Te gustaría, Rolland?

—No... lo... harías, Dem.

Rétame.

Entonces Demián se dio la vuelta, le hizo un gesto obsceno a Rolland con el dedo medio y se apresuró hasta la oficina del director con una triunfante sonrisa en el rostro.

Al ver al tutor alejarse, Audrey se quedó plantada en el suelo, patidifusta y sin palabras que pudieran ser pronunciadas correctamente en un simple frase que la ayudara a romper la tensión en el ambiente.

En realidad, ella creía que el universitario estaba lo suficientemente enfurruñado como para acallarla si se atrevía a musitar una sola palabra. No obstante, este la miró, y le indicó que se adelantara hacia la biblioteca como si nada de lo anterior hubiera sucedido.

Qué buen autocontrol tiene. Pensó. Yo en su lugar habría empezado a gritarle a cualquiera que intentara hablarme cuando estuviera así de enojada.

Al pasar por el corredor de la puerta prohibida, Audrey se llevó una sorpresa cuando vio reunidos allí a los tutores, cuchicheando en voz baja, cuidando no ser vistos ni oídos.

—Antes creía que Rolland era un estúpido, pero ahora estoy seguro —susurró el tal Demián, y por algún extraño motivo, el tono de su voz molestó mucho a Audrey, además de su afirmación—. No, yo... estoy a punto de renunciar.

—¿Qué? —exclamó Fany. Ella no necesitaba susurrar porque su voz ya de por sí era muy bajita—. ¿Por qué dices eso, Dem?

—Porque estoy harto de trabajar con ese imbécil —declaró enardecido—. Ve: desde que llegó no deja de manipularnos o darnos órdenes creyéndose el líder, pero cuando hay responsabilidades por cumplir simplemente huye.

—¡Ja! —rió otra voz masculina de las que Audrey no había escuchado jamás—. Y dice que yo soy el que escapa de las responsabilidades.

A juzgar por lo dicho, ese debía ser el Gerardo al que Rolland se había referido antes.

—Chicos... —intervino Diana—. Yo propongo que mejor olvidemos este tema por ahora. ¿Les parece si quedamos para ir a comer hoy... sin Rolland?

A su petición, todos asintieron, y luego sucedió un minuto de silencio.

—Oigan... ¿Habían notado antes que el candado está abierto? —susurró un atemorizado Demián, y Audrey expandió los ojos sabiendo que probablemente se refería al candado de la puerta prohibida.

—¿Qué? —repuso Fany sorprendida—. ¿Pero cómo...? ¿Es que alguien ha entrado?

Demián lanzó un bufido, el cual sonó como si se tratara de un toro enfurecido.

—¡¿Dónde está esa estúpida de Audrey Williams?!

—¡Demián! —exclamaron al unísono a modo de regaño.

Audrey, con el terror palpitando en su venas, corrió intentando hacer el menor ruido hacia la biblioteca, observando por el rabillo del ojo que Demián no pensara en buscarla de inmediato; con suerte no tardaría en llegar y fingiría haber estado allí todo el tiempo. Pero mientras sus pies la dirigían a la sala de lectura, su cabeza iba maquinando en otra cosa: Demián había dicho que la puerta se hallaba abierta, por consiguiente, era muy posible que alguien hubiera entrado o salido de allí.

Tras su deducción, se le ocurrió que quizá a mitad de la tutoría podría pedirle a Rolland permiso para ir al sanitario, y dirigirse hacia el pasillo con la pequeña esperanza de poder descubrir de una vez por todas lo que se hallaba en esa puerta. Por otro lado, le alegraba de cierta manera haber oído a Demián llamarla «estúpida», ya que entonces tenía otro motivo para odiarlo, y eso a su vez, le otorgaba algunos puntos a Rolland.

Tan solo dos minutos después de empezar con la clase mientras su tutor comía un algodón de azúcar como si el fin del mundo estuviera cerca, unos pasos resonaron sobre la madera pulida de la instalación y poco más tarde Demián entró hecho una furia, localizando a los dos con semblante confundido y una ceja enarcada.

—¡¿Fuiste tú?! ¡¿Fuiste tú, verdad?! —gritó dirigiéndose a Audrey, cuyos ojos reflejaban un muy evidente deje de temor, que él detectó como si fuera un perro al acecho de su víctima.

—Yo...

—¡Mocosa idiota, ¿es que no sabes que está prohibido entrar allí o eres una imbécil?!

En cuanto Demián levantó el brazo con la horrorosa intención de golpear a Audrey, Rolland se levantó de golpe y se interpuso quedando a modo de escudo entre ambos para proteger a la chica.

—¡Aléjate de ella! —al mismo tiempo, Rolland extendió las manos frente al pecho de su colega y lo apartó de un empujón de Audrey.

—¡Tú no te metas, Carson! —gritó—. ¡Y deberías cuidar mejor a tu querida alumna como te lo dijo Romero en lugar de meterte en donde no te llaman!

—¡No entiendo de qué me hablas, idiota! —replicó.

—¡¿Qué acaso no lo sabes?! Esta niña abrió el candado de la puerta y se metió, tal como August predijo que haría porque igual que tú, no puede apartar las narices de donde no se le requiere.

De pronto, la biblioteca quedó casi en un absoluto silencio; lo único que se oían eran las respiraciones agitadas de Rolland y Demián, ya que el primero al oír lo que su compañero le había dicho, bajó las manos lentamente, se volvió a la chica con la boca entreabierta y susurró:

—¿Eso... eso es verdad, pequeña?

Ella negó rápida y fervientemente con la cabeza.

—¡No, Rolland. Juro que no abrí la puerta! —mientras tanto, un par de lágrimas resbalaban por sus mejillas. ¿Es que estaba destinada a pasar por lo mismo una y otra vez?

Entonces, un fuerte estruendo rompió el silencio, y para cuando Audrey se dio cuenta, Demián ya estaba tendido en el suelo con un chorro de sangre saliéndole por la boca; Rolland lo había golpeado en la mandíbula.

—Te voy a decir una cosa, hijo de puta —siseó el joven poniéndose en cuclillas—. Mientras yo sea tutor de Audrey, tú no le tocarás ni un solo cabello, o me encargaré de que Romero te despida cueste lo que me cueste. ¡¿Escuchaste?!

Por su parte, Demián se incorporó con dificultad, poniendo una mano sobre el área dañada de su boca, y al estar en el umbral de la puerta, miró a Rolland, con un halo de desafío en los ojos que pareció atravesarlos tanto a Audrey como a él; respiró de modo entrecortado, y luego sus iris asesinos se fijaron en ambos, para después decir:

—Esto... no se quedará... así —silencio—. Voy a matarte, Rolland Carson. Y voy a encontrar la manera de que la imbécil de Williams a la que has protegido hoy sea expulsada de este colegio. Como que me llamo Demián Martínez.

Y entonces, se dio la vuelta y se marchó enfurecido sin detenerse a dar explicaciones a nadie.

Mientras, algo en el interior de Audrey pareció abrirse para darle paso a ese sentimiento que ese molesto chico había provocado en ella al defenderla. No sabía cómo denominarlo, porque aún lo odiaba, eso sí, pero, al mismo tiempo, estaba deseando abalanzarse sobre él para besarlo repetidas veces en sus rosadas mejillas, decirle lo mucho que lo admiraba por defenderla sin rechistar, y por el autocontrol que poseía.

Y cuando, reflexionando un poco más en medio del silencio todo aquello que el joven evocaba en ella, sonrió, y solo atinó a decir:

—Gracias, Rolland.

....

A última hora, el profesor de la cuarta clase no asistió al colegio, por lo que Audrey, Dominik y Vanessa decidieron ir a la biblioteca para adelantar un poco de las tareas que les habían encargado para el fin de semana, ya que al comentarles Audrey que al día siguiente comenzaba la remodelación en su hogar, sus amigos decidieron unirse a la causa y Dominik amablemente denotó que si durante el sábado y el domingo iban a dedicarse a pintar y acomodar muebles en la mansión, no tendrían tiempo para realizar los deberes; por eso se acomodaron en una de las mesas de la sala de lectura vacía, y ya con varios libros e investigaciones en las manos, comenzaron a redactar ensayos, cuestionarios, preparar exposiciones o hacer repaso general de diversas temáticas.

—¿Me pasas por favor el bolígrafo azul? —pidió Vanessa a Audrey.

Su mano se dirigió hacia la esquina de la mesa para tomar la pluma, no obstante, esta se cayó provocando un sonoro ruido en el piso de la biblioteca —menos mal que estaban solos—. Y al intentar recogerlo, también se cayó su libreta de Literatura, distribuyendo por la madera barnizada del suelo un sinfín de hojas con textos de letra muy pequeña y ciertos párrafos subrayados con marcador amarillo fluorescente. Eran las hojas que había imprimido sobre su «tarea» la noche del martes.

Dominik de inmediato dejó el libro sobre la mesa y se apresuró a recoger las hojas. Era la segunda vez que sus manos pálidas con dedos largos como los de un pianista auxiliaban a Audrey durante su estancia en México, cosa que ella agradecía demasiado, pero al mismo tiempo le avergonzaba.

—¿El Callejón de don Juan Manuel? —preguntó, mucho antes de que ella pudiera darle las gracias—. No sabía que te gustaran las leyendas.

—Bueno, en realidad yo...

—A mí también me gustan —interrumpió el chico.

Allí, la muchacha aprovechó para sacar a relucir el tema que tanto la había estado agobiando. Era una pena terrible que Darren se hubiera quedado en la mansión, porque usualmente se sentía más tranquila con él a su lado.

—Entonces debes saber algo sobre don Juan Manuel.

Dominik sonrió de lado.

—Hombre rico que trajo a su sobrino de España, hizo un trato con el diablo por celos y al final lo asesinó. ¿Cómo no conocerla?

Entonces, Vanessa lo miró con una ceja enarcada, como diciendo «¡oye, que yo no sabía nada!».

Audrey asintió. Definitivamente, ese era el mejor y más breve resumen que habría podido escuchar.

—Dom, ¿tú... —miró a uno y otro lado, esperando no ver a Rolland, Fany, Romero o algún alumno en rededor. Al saberse solos, continuó—: sabes qué sucedió después de que lo encontraron colgado de la orca?

Vanessa abrió mucho los ojos marrones, pero no dijo nada. Dominik en cambio soltó una risa sin gracia.

—Audrey, eso nadie lo sabe —decretó, sin afán de ser irrespetuoso.

—Pero ¿por qué? —no se molestó en esconder la decepción en su voz.

—Bueno... ¿Recuerdas que, según la leyenda Juan Manuel narraba a un fraile todo lo que le acontecía cada noche? —Audrey asintió—. Se me ocurre que quizá, como al amanecer después de la tercer noche lo encontraron sin vida, al religioso le fue imposible dar testimonio de lo ocurrido al no saberlo ni siquiera él.

—¿Entonces el fraile era el que daba los testimonios para la leyenda?

—Él los proporcionaba, sí. Es lo más viable, ¿no te parece?

Audrey reflexionó un largo minuto lo dicho por su amigo. Quizá Dominik tenía razón y por eso no había podido encontrar nada más sobre la leyenda tras haberlo buscado en infinidad de portales web. Eso la entristecía, pero también la hacía sentir rara, puesto que no comprendía en absoluto ese afán suyo por averiguar nada más sobre ese relato no verídico.

La joven estuvo a punto de replicar algo, cuando a la biblioteca entraron Alex, James, Oliver —de la mano de su novia—, y una bella castaña de piel blanca a la que Audrey no reconocía. Parecía agradable, pero las caras de Vanessa y Dominik reflejaban cierta aversión por todo el grupo en general.

Todos echaron una lánguida mirada hacia su mesa y acto seguido, se sentaron en una muy alejada de ellos. La desconocida se acomodó junto a Alex, mientras que Oliver y la llamada «Paula» recorrieron los estantes en busca de algunos libros.

—Ella es mi hermana Audrey —oyó que su hermano le indicaba a la castaña, y al mirarlos, aquella le dirigió una leve sonrisa sincera.

—¿Podrían besarse luego? Hay que acabar rápido esta estúpida investigación si queremos que las del equipo de Tenis no nos ganen el campo de juego —dijo James a Oliver y Paula en voz lo suficientemente alta como para que Vanessa lo fulminara con la mirada—. Ese imbécil de Roxley parece tener preferencia por ciertas personas.

—¡Oye! —exclamó Paula liberando sus labios de los de Oliver un segundo—. Cade es un buen tipo.

—Ya, claro que lo es —ironizó el muchacho poniendo los ojos en blanco.

Cuando en el ambiente comenzaba a percibirse cierto deje de tensión, una deslumbrante chica irrumpió en la biblioteca respirando agitadamente.

—Vanessa, ¿has visto a mi herma...? ¡Oh, aquí estás! ¿Dónde te habías metido, inútil? ¡Dijeron que me esperarían en las gradas del campo!

Oliver se separó de su novia y rió.

—Necesitaba librarme de mi insoportable melliza por un rato. Menos mal que tú y el tarado de Carson no se hablan, porque si no esta escuela estaría enloqueciendo con tanto perfeccionista —después, mirando a la pelirroja, dijo—: y si le agregas a una hija de papi amiga del sabelotodo, ¡Ufff! Ni quién los soporte.

Nuevamente, como el día anterior, Dominik saltó como un rayo de su asiento y retiró de manera algo brusca a Paula para atrapar a Oliver entre el librero y su cuerpo. Luego, sin previo aviso, le soltó un rodillazo poco más abajo de sus partes nobles y exclamó furioso:

—¡Te dije que con Vanessa no te metieras, hijo de puta!

Tanto Alex como James y Audrey intervinieron rápidamente, en tanto, Vanessa, Paula y las otras dos chicas miraban la escena estupefactas.

—Cálmate, Dom. Él no merece la pena —murmuró la pelirroja con el corazón latiendo muy rápido en su pecho.

—Sí, Parker —agregó Oliver respirando con dificultad, pues la mano del chico se estaba aferrando con fuerza a su cuello—. Deberías calmarte, ¿o acaso olvidas lo que podría pasar si...?

—¡Callate! —exclamaron su presunta melliza y Dominik al unísono. La diferencia era que, mientras en la voz del chico todo lo que existía era furia contenida, la muchacha le gritó más a modo de advertencia tratando de prevenir algún tipo de caos del que nadie tenía idea.

Por mucho que James o Alex lo tomaran con fuerza por los hombros, Dominik no soltó a Oliver hasta el momento en que le dio un puñetazo en la mandíbula logrando sacarle un poco de sangre. En respuesta, recibió una patada por parte de James y técnicamente todo empeoró desde allí. Ambos básicamente se soltaban golpes en el rostro, el pecho y las espinillas. Dominik empujaba el cuerpo de James contra los estantes, en tanto que el segundo le correspondía pegándole fuerte con el pie, cosa que no se le dificultaba, tomando en cuenta que era capitán en el equipo de soccer.

—¡Chicos, basta! —exclamó la castaña de piel blanca llevándose una mano a la boca cuando James le pegó tan fuerte a Dominik que le dejó un ojo hinchado—. ¡Paren ya!

—¡Deténganse! —gritó Vanessa en el momento que su amigo le regresaba el golpe a su rival, logrando también pintarle una sien de morado.

Entonces, pasado lo que quizá fueron dos minutos más de golpes a diestra y siniestra, Oliver tomó por los hombros a Dominik y lo arrinconó en el mismo librero donde él había estado minutos atrás. No obstante, en lugar de golpearlo como todos esperaban, se acercó a su oído para susurrarle algo. El muchacho asintió despacio y relajó los hombros.

—¿Bien? —murmuró Oliver.

—Bien —replicó Dominik respirando agitadamente.

El primero le dio un par de palmadas en el hombro antes de dirigirse a su amigo para examinarlo. Pero no bien había llegado hasta él, cuando su hermana lo tomó bruscamente del codo y dijo, poco más que encolerizada:

—¡Tú, pedazo de mierda con patas, y yo tenemos mucho de que hablar! ¡Muévete!

A continuación, lo llevó a rastras por la biblioteca soltando maldiciones entre dientes hasta el momento en que cruzaron el umbral de la puerta, doblaron el pasillo y ya no se les pudo oír más.

Al cabo de una hora, Audrey había llegado a su casa, la cual se encontraba vacía puesto que Leonard y Marie habían ido con Roberto a recoger la pintura que el último había encargado para empezar con la remodelación. Por consiguiente, un silencio absoluto reinaba en el lugar, y cada paso que daba resonaba con un golpe seco en la alfombra roja que se extendía frente a ella y cubría majestuosamente cada peldaño de la escalinata que llevaba al segundo piso.

Cuando un peculiar olor a flores llegó hasta su nariz, Audrey lo siguió para averiguar la proveniencia del mismo, y los ojos se le expandieron al localizar un bello arreglo de rosas sobre la mesa, cuya magnificencia no podía compararse con nada que hubiera visto antes.

—Son de tu madre —murmuró una voz a su espalda segundos antes de que ella pudiera tocar la tarjeta que se encontraba a lado de las flores. Al girarse, sus ojos captaron el uniforme arcaico de Darren mucho antes de vislumbrar la tímida sonrisa en su rostro—. Tu padre se las dio para que lo perdonara. Creo que no le gustó dormir en el sofá.

—Así que no pudieron arreglar sus diferencias todavía, ¿eh? —susurró sin atreverse a plantarle cara al fantasma, ya que de sobra sabía que sus mejillas estaban más que enrojecidas a causa de la vergüenza aún latente en su corazón.

—Lamento decírtelo, pero no —emitió con pesar—. Cuando el amigo de tu padre vino hoy por ellos para llevárselos a no sé dónde, casi tuvo que arrastrar a tu madre porque no quería acompañarlos. Está muy enojada.

Poco a poco, Darren fue acortando la distancia entre él y Audrey, esperando que ella se volviera y lo mirara a los ojos, porque no sabía si le había hecho algo malo como para que ni una simple mirada le hubiera dedicado.

—Lo sé —admitió despacio, contemplando una rosa de todas las que se encontraban en el canasto.

—Además... —balbuceó—. Hay algo que debes saber, Audrey —en respuesta, ella solo asintió para animarlo a continuar—. Hoy en la mañana, oí que tu madre...

Pero en ese momento, el teléfono de la chica sonó con el tono de un mensaje entrante, obligándolo a detenerse.

Hemos terminado con el inventario del pedido. Agradecería que nos ayudaras a vaciar el vestíbulo de todos los muebles pequeños que haya. ¡Habrá tacos si me ayudas!

Eso dictaba el mensaje de Leonard.

Audrey sonrió por dentro sabiendo que ya tendría algo qué hacer, así como también una excusa para poder alejarse de Darren hasta que no estuviera preparada para mirarlo a la cara.

—¿A dónde vas? —inquirió el chico al verla caminar hacia la puerta.

—Mi padre me pidió que despejara la sala. Necesitan un lugar en donde colocar la pintura que compraron.

—¿Pintura?

Audrey se detuvo un segundo.

—Van a remodelar la casa.

En respuesta, Darren entreabrió la boca como si le hubieran anunciado la muerte de un familiar lejano.

—¿La casa? ¿Mi casa?

La joven encogió los hombros empezando a mover un librero a lado de la puerta.

—Ellos no saben que vives aquí, así que...

—Deja, yo lo hago —emitió, pretendiendo mover el mueble con ayuda de sus poderes, mas Audrey se lo impidió diciendo que no era necesario—. Audrey... ¿He hecho algo malo?

—No... —dijo en un hilillo de voz, sin mirar sus ojos grises por temor a que pudiera arrepentirse.

—¿Entonces por qué me evitas?

—No te estoy evitando, Darren.

—¿Ah, no? ¿Y qué me dices del hecho de que te fuiste a la escuela sin avisarme y desde que llegaste ni siquiera me has mirado a la...?

Darren se detuvo mirando algo a espaldas de Audrey. Ella, consciente del mal presentimiento que se había alojado en su cabeza, se giró, y abrió los ojos impresionada ante lo que estaba presenciando.

—¿Pero qué...? —balbuceó al ver una segunda versión de Darren reflejada en el espejo del pasillo—. Se suponía que no podías reflejarte en los espejos...

Se suponía.

A su tiempo, Darren caminó lentamente hacia dicho espejo, como si estuviera hipnotizado, mirando por primera vez su uniforme azul, con lazos y botones dorados, además de ser consciente, por primera vez, de la cabellera rubia y los ojos grises con los que había sido dotado.

Así que... ese era él.

Al poco rato, no solo él se vio reflejado, sino también la figura desconcertada de Audrey, quien se colocó a su espalda sin poder creer nada de lo que estaban viviendo en ese momento.

—¿Cómo es posible que...?

—No lo sé —admitió Darren, más para sí mismo.

—Esto siempre me dio miedo —le confesó Audrey en un murmullo, recordando que a partir de aquella primera vez en que Alex y ella se miraron, procuró no volver a acercarse.

Un momento sin que nadie hablara.

—¿Habías visto eso antes? —señaló de pronto Darren hacia la parte superior del espejo, la cuál estaba coronada por un margen antiguo de bronce.

Al principio Audrey no entendió a lo que se refería, mas luego, observó más detenidamente y dio con que había unos rayones en el margen. Pero no. No eran rayones. Eran letras, que ella leyó en voz alta.

Kaxtli ooh tlalnamikilistli.

Y abajo existía otra frase.

Lehuat tlasojtlalistli ueliti mochi.

De súbito, algo impresionante ocurrió: el espejo poco a poco comenzó a desvanecerse dejando al descubierto un trozo de pared que se deslizó a un lado para mostrar un largo y oscuro pasillo aparentemente sin final, que dejó boquiabiertos tanto al fantasma como a la chica.

—¿Pero qué es esto? —musitó Audrey dando un paso al frente para internarse en el corredor. Sin embargo, Darren puso su fantasmagórico brazo al frente en un intento por detenerla, lo que ocasionó que ella se balanceara sobre sus pies justo antes de atravesarlo—. ¿Pasa algo?

—No deberíamos entrar.

—¿Por qué?

—No es seguro. No sabemos qué haya del otro lado.

Audrey se contuvo de poner los ojos en blanco.

—No creo que haya nada tan peligroso allá, Gasparín. Además, solo echaremos un vistazo y en seguida volveremos.

—Pero...

—Anda. Estaremos bien.

Darren no pudo evitar morderse el labio inferior sopesando sus opciones; no quería que nada le pasara a Audrey, pero, en primer lugar, estaban solos, en segundo, no parecía haber ningún signo de vida más allá de la penumbra, y por último, él estaba preparado para usar sus habilidades antinaturales en caso de que el instinto aventurero de su amiga lo llegara a requerir.

—Está bien —decretó por fin—. Espero que salgamos vivos de aquí —soltó, consciente de que no importaba si ambos regresaban o no con vida, porque uno de los dos al menos ya carecía de ella.

Dentro, la oscuridad resultaba casi abrumadora, y el olor a humedad llenó el olfato de Audrey, ocasionando que se fijara en las mohosas paredes llenas de rayones o inscripciones, las cuales ni siquiera pudo distinguir debido a que sus ojos aún no se habían adaptado a la bruma de la instancia. Con suerte, Darren puso las manos frente a su pecho y de entre sus palmas nació una esfera luminosa de color azul que los guió por más de diez minutos en aquel corredor brumoso y solitario, cuyo silencio se había tornado tan pesado que los vellos en la nuca de Audrey se erizaron al mismo tiempo que una gota de sudor resbalaba por su sien izquierda.

La vista se le empezó a nublar de repente. Su cabeza se sintió pesada y alcanzó a sostenerse de la pared antes de caer al suelo gracias a la súbita debilidad que había inundado cada parte de su cuerpo, volviéndolo difícil de manipular. Aquel sitio resultaba sofocante, tan falto del más diminuto silencio, que Audrey no podía evitar sentir que volvería el estómago en cualquier momento.

—¿Estás bien? —inquirió Darren llegando a su lado en un segundo.

—Sí, solo... —balbuceó, tratando de concentrar la vista en los ojos grisáceos del fantasma.

—Deberíamos regresar —concretó Darren, a lo que ella movió la cabeza en un gesto de negación—. Audrey...

—Estoy bien. Quiero seguir.

La seguridad que sus palabras transmitían era suficiente para hacerle creer al fantasma que, al menos él no tenía alternativa. Por consiguiente, se restó a asentir, y al recuperar la compostura, la joven siguió caminando con una palma aferrada a la pared.

Al final de lo que parecieron cuatro minutos más, un muro les impidió continuar con su camino. Audrey intentó localizar indicios de una posible puerta existente tras él, pero no había absolutamente nada, sin embargo, al tocar el muro con los nudillos de la mano, un sonido hueco llegó hasta los oídos de ella y el fantasma.

—Hay algo aquí atrás —dijo despacio, pegando la oreja a la muralla como si pudiese detectar algún sonido—. Darren.. ¿Crees que puedas...?

—Ni hablar —la cortó este con el ceño fruncido—. No voy a cruzarlo solo porque quieres ver qué hay detrás.

—Pero...

—Nada.

—¡Anda! En el fondo, sé que tú también tienes curiosidad por saber qué es este lugar... —arrastró las palabras y formó la sonrisa más convincente que pudo, con lo que las fuerzas de Darren flaquearon de un segundo a otro.

—No. Audrey... No pongas esa cara.

—¿Cuál cara? —inquirió fingiendo inocencia.

Pues esa. La que me convence de hacer cosas imprudentes por ti.

Ella rió.

—¿Haces cosas imprudentes por ? ¡Ay! Eres tan tierno, Darren... —se acercó a él agitando las pestañas con la esperanza de convencer solo un poco más al fantasma. Y se alegró cuando vio temblar su labio inferior con nerviosismo. Justo lo que quería—. Pero... nada va a pasarme contigo a mi lado, porque tú eres fuerte, valiente, tienes poderes... Y eres muy guapo.

¿Gu... guapo yo? —tartamudeó—. ¿Eso crees?

—Es exactamente lo que pienso de ti —susurró—. Y sé que podrías defenderme de cualquier peligro existente en el mundo, ¿verdad?

El entorno se había tornado para Darren más cálido de lo usual. Una corriente de viento caliente empezaba a recorrer su espalda y el pulso se le había acelerado tan solo con ver fijamente los labios gruesos y perfectos de Audrey, cuya coquetería iba en aumento, haciéndole sentir cosas que nunca había percibido. Haciéndolo sentir... vivo.

Sí. Quizá todo aquello era producto de su imaginación. Pero dentro de su pecho, comenzaba a sentir el desbocado palpitar de un corazón ardiente, ansioso por tener aunque el más diminuto contacto con la piel o con los labios de una Audrey Williams fácilmente enloquecedora.

Contrólate, por favor. Suplicó mentalmente, sabiendo que la chica se iba acercando cada vez más a él, invadiendo su espacio personal, asfixiándolo de un modo extrañamente positivo. ¡Vamos. Contrólate!

—Darren... —farfulló la chica muy cerca del cuello del aludido—. ¿Cruzarías ese muro... por mí?

Este asintió, perdido en su propia locura.

Entonces, el chico, deseando cumplir al pie de la letra cualquier solicitud que ella le hiciera solo para complacerla, se acercó lentamente a la pared, y al final, se encaminó hacia ella para llegar al otro lado. Pero algo extraño pasó: al intentarlo, rebotó contra la muralla y cayó al suelo con algo parecido al dolor en su rostro y nariz.

—¡Ah! —exclamó mirando hacia arriba desorientado.

—¡Darren! —Audrey corrió a auxiliarlo, deshaciéndose por un momento de la fachada provocadora que había adoptado segundos atrás—. ¿Estás bien?

Él asintió.

—Sí. Es que... no sé qué suceda. Creo que volveré a intentarlo.

No obstante, la segunda, la tercera, la cuarta y la quinta vez que lo intentó, obtuvo el mismo estrepitoso resultado.

—¡¿Pero qué diablos sucede?! —gritó al borde de la desesperación—. ¡¿Por qué... no puedo... cruzarlo?!

—Darren, para por favor —suplicó Audrey al verlo golpearse una y otra vez con el muro.

—¡No! Debo cruzar este estúpido muro. ¿No es eso lo que querías?

—Sí, pero...

Muy dentro, Audrey sabía que no importaba cuánto intentara impedir que Darren siguiera dañándose, porque para empezar, todo eso era por culpa suya, así que dejó al obstinado fantasma continuar con su inútil intento de cruzar al otro lado hasta que este se cansó y decidieron volver al vestíbulo. Entonces recorrieron el largo pasillo durante varios minutos más, y al salir por fin, vieron que la entrada del pasadizo se cerraba deslizándose y el espejo volvía a su sitio.

—Eso fue... extraño —musitó Darren.

—Sí, lo fue.

El fantasma iba a añadir algo más, pero en eso, ambos se dieron la vuelta y vieron algo que les hizo expandir los ojos con horror y retroceder al tiempo que sus cerebros procesaban lo que estaban viendo.

Y es que estaban rodeados por al menos una decena de sombras.

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