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Capítulo 6

—¿Recuerdas la roca de amatista que se puso a brillar ayer por la noche? —empezó Darren dubitativo, y Audrey asintió en respuesta—. ¿De dónde la sacaste? ¿Tienes... tienes idea de cómo se llama, o para qué sirve?

Hubo un minuto de silencio.

—Me la dio mi abuelo antes de morir —explicó en voz baja mirando hacia un punto muerto en la habitación—. No recuerdo mucho, pero me dijo algo como «úsala cuando creas que sea necesario». Después pidió hablar con Alex y ya no supe nada más de él... Nunca entendí a que se refería.

—¿Sabías que tu papá tiene otra igual, y tu madre la ha llamado «Hillarium»?

—¿De veras? —se sorprendió—. No tenía idea de eso.

—Pues ahora la tienes —hizo una pausa—. Además... quizá suene loco y todo eso, pero ayer pude notar que esa cosa brilló justo cuando el falso Alex entró a la recámara, como avisándonos del peligro. Pudiera ser que esa fuese su función desde un principio: alertar posibles riesgos.

Audrey frunció el ceño, sacando del baúl que Leonard le había regalado la piedra de amatista.

Su fulgurante color lila no podía describirse con otra palabra que mágico, y los secretos que escondía eran un poco de todo lo que le aguardaba a Audrey para descubrir... Junto con la puerta prohibida, conformaban el dúo de objetos cuyos misterios la chica no descansaría hasta desvelar. Todos y cada uno.

—Llévala a todos lados mientras averiguamos qué quería decir tu abuelo con eso de «úsala cuando creas que ses necesario». Podría sernos útil.

—De acuerdo —finalizó caminando hacia el piso de abajo.

Entonces Darren la detuvo.

—¿Audrey?

Ella se paró con su mano rozando el pomo de la puerta y se giró hacia él.

—¿Sí?

Darren, a su vez, hizo un caos en su cabeza tratando de buscar la mejor forma de relatar la bizarra conversación que había oído en la habitación de Alex; podría empezar con algo como «Alex dijo muchas groserías por teléfono y le prohibió a alguien que se comunicara contigo». No. Mejor «tu hermano cree que no deberías saber algo, por eso le gritó a alguien muy persistente por teléfono». ¡No! «alguien le mandó más de diez mensajes a Alex por hora para avisarle algo que no piensa decirte a ti». ¡Arggg! ¿De qué serviría? Igual solamente se lo iba a decir porque no le parecía correcto que Alex estuviera privando de información —que quizá fuera importante— a la única persona que podía verlo en el sentido estricto de la palabra. Pero confiaría en Alex, solamente depositaría sus esperanzas en que más tarde el chico entraría a la habitación de Audrey haciendo el escándalo que acostumbraba y le diría «Solecito, tengo que contarte una cosa». Adicionalmente, no quería causarle un disgusto más a Audrey, por eso levantó la cabeza habiendo tomado una decisión y dijo:

—Te ves... te ves muy bien.

—Gracias —susurró con la cara enrojecida.

Al menos no estaba mintiendo del todo... Pensó Darren saliendo tras ella.

Cuando más tarde, Audrey se encontró con Vanessa y Dominik en la escuela, la segunda se llevó una decepción al no ver a Alex, pero no dijo nada, primero por que estaba al tanto de lo ocurrido con el chico, pero también porque después de pedirle que los acompañara, no le había mencionado nada a sus amigos, ya que tenía miedo de que Audrey pudiera enojarse con ella.

Los tres recorrieron el Zócalo. Mucho antes de que su hambre se desatara hicieron una parada en la plancha del mismo y Vanessa se encargó de tomar fotos maravillosas con una cámara digital que había sacado de quién sabe dónde.

—¡Otra! —gritó para que Dominik y Audrey posaran una vez más frente al Palacio Nacional—. ¡Ahora párense aquí para que la bandera salga a cuadro!... ¡Genial!

El trío se turnó para que todos pudieran salir en las fotografías, pero los intentos del chico y de Audrey no resultaban tan buenos como los espléndidos retratos que tomaba Vanessa. Podría decirse que ella era una maestra de las fotos.

A continuación, mientras Vanessa culminaba la sesión con una autofoto de los tres, siguieron su camino hacia el centro comercial, pero como Audrey no había dejado de observar la magistral forma en la que la bandera tricolor con el águila posando sobre el nopal ondeaba con la ligera brisa de viento en esa tarde de miércoles, necesitó preguntar, para liberarse de la duda:

—¿Y qué si llueve en la madrugada? —ambos voltearon a verla confundidos, a lo que ella señaló la bandera—. ¿Cómo hacen que no se eche a perder la tela con el clima de las madrugadas?

Dominik rió por lo bajo.

—La bandera no permanece allí todo el día —dijo—. La colocan diariamente a las seis de la mañana y la bajan a las seis de la tarde.

—¿Y quién lo hace? —interrogó esperando no exasperar a su amigo.

—Sí, sabio Dominik que todo lo sabes, ¡ilumínanos! —exclamó Vanessa en tono teatral haciendo reír al resto.

—Lo hacen los militares que resguardan el Palacio Nacional —reveló él y Audrey asintió agradecida de que le hubiera resuelto su duda.

Cuando el grupo llegó al centro comercial, los tres fueron directo hacia el elevador eléctrico que  llevaría al segundo piso; iban platicando y tratando de convencer a Audrey de que ese frappé de chocolate blanco que estaba a punto de probar era lo más maravilloso del mundo entero. Claro que esta fingía estar recia a creerles, aunque en realidad estaba ansiando beberse un poco de ese café helado al que podría decirse que era muy adicta. Por eso el corto camino desde la segunda planta hasta la dichosa cafetería de la que tanto hablaban Dominik y Vanessa se le hizo eterno. Sin embargo, al entrar, la mandíbula le llegó al suelo.

—¿Te gusta? —preguntó Vanessa pendiente de su reacción.

La entrada hacia un exclusivo recinto iluminado solo lo suficiente para reflejar un entorno cálido los recibió. Las paredes eran de color café claro, a contraste con las mesas circulares y la barra de bebidas que estaban fabricadas a base de madera oscura. Los chicos se dirigieron hacia allí directamente y tomaron asiento en los bancos redondos que estaban dispuestos a lo largo de la barra.

—Hola, bienvenidos —les saludó un amable joven de tez clara por cuya sonrisa realmente habría que pagar—. ¿Qué desearían tomar?

—Tres frappés de chocolate blanco grandes y una docena de panquecitos, por favor —ordenó Vanessa conservando el tono amigable en todo momento.

—En seguida.

Tras el muchacho había una vitrina de cristal que estaba repleta de un sinfín de botellas de vidrio de diferentes tonos y colores; había también una extraña máquina en la que el encargado se puso a trabajar preparando las bebidas con una agilidad casi impresionante. Sus brazos se movían demasiado rápido y la espalda se le tensaba con cada paso que daba.

—Aquí tienen —dijo tras unos minutos clavando la vista en Audrey más que en el resto.

Los chicos le dieron las gracias y empezaron a degustar lo que habían pedido. Cuando Audrey probó un poco del frappé, sus ojos se expandieron sin poder dar crédito a lo que su boca había tenido el placer de probar.

—¡Te lo dijimos! —exclamaron Dominik y Vanessa al unísono, riendo, hasta que un coro de carcajadas se oyó en la puerta y algo se encargó de arrancarle la alegría a la pelirroja en tan solo un segundo.

James y Oliver habían llegado al lugar junto con Paula y otros dos chicos. Bueno..., tres.

Las lágrimas amenazaron con brotarle a Vanessa, no precisamente por ver a Alex entrar junto al grupo, sino más bien por esa chica castaña que se hallaba caminando a su lado, y por el hecho de que faltaba solo un milímetro para que las manos de ambos se entrelazaran inconscientemente.

«—Dile a Audrey que estaré allí» recordó que le había dicho el muchacho cuando lo invitó a salir.

Entonces ¿qué hacía con esos tontos y con esa chica, casi tomado de su mano? ¿A caso solo había dicho que sí para librarse de ella? ¡¿Tanta molestia representaba?!

—¿Estás bien, Vanessa? —le dijo Audrey, pero ella no pudo oírla porque en ese preciso momento Alex levantó la cabeza y cayó en cuenta de su presencia.

El joven abrió la boca, dio dos pasos hacia ella e iba a decirle algo, cuando James lo sostuvo del hombro y dijo:

—¡Allá hay una mesa, vamos!

Todos lo obedecieron al instante, alejándose de los amigos sin que estos notaran su presencia.

—Vuelvo... vuelvo en un momento. Disculpen —balbuceó Vanessa. Sabía perfectamente de la tremenda regañiza que le daría su padre si la oyera balbucear de esa forma, pero no podía evitarlo.

El chico que le gustaba. Zafándose de comer con ella, Dominik y su propia hermana. Para estar con los cabeza hueca de James y Oliver. ¡Y con otra chica!

Vanessa se dirigió al sanitario evitando la mirada de los futbolistas. Eso fue lo último que Dominik y Audrey alcanzaron a ver antes de que este dijera:

—Debo hacer una llamada, ¿me das un momento? —la chica asintió. Entonces Dominik se levantó del banco y añadió—: no tardo.

Dominik se marchó, y al ver el banco libre, Darren tomó asiento allí para estar más cerca de Audrey.

—¿Qué es esa cosa y por qué te gustó tanto? —inquirió señalando el frappé, pero ella no contestó. Entonces se dio cuenta de que estaban rodeados de gente, por lo que no iba hablarle si no quería parecer loca frente a la sociedad. Pero también se dio cuenta de otra cosa y frunció el ceño—. ¿No dijo tu amigo que iba a hacer una llamada?

—Sí, ¿por qué? —preguntó Audrey muy bajito, moviendo apenas los labios.

—Por que dejó su teléfono aquí.

La chica miró hacia la barra y observó que tenía razón; el móvil negro del muchacho se hallaba abandonado allí, como si no hubiera personas de mala voluntad que pudieran llegar a robárselo. Y cuando este empezó a vibrar anunciando una llamada de «E», ambos se preguntaron lo mismo.

—¿Debería contestar? —articuló Audrey en un tono casi inaudible.

—Puede que sea importante —replicó Darren, aunque no parecía convencido con sus propias palabras—. Mejor no lo toques, ¿y si tu amigo se enoja?

Ella mordió su labio inferior debatiéndose; el móvil ya llevaba tres llamadas perdidas pero ese tal «E» seguía insistiendo. Puede que tal como había dicho Darren, aquello fuera importante. Así pues, tomó el teléfono dubitativa, y antes de deslizar la tecla para contestar, le dijo al fantasma:

—Tardaré solo un segundo.

—Pero... —iba a protestar, sin embargo se calló en cuanto la chica se llevó el móvil a la oreja sin tener nada que decir para detenerla.

Dominik-cabeza-hueca, ¿cuánto te falta para llegar? —dijo una voz masculina riendo al otro lado de la línea—. Fredd tiene algo que mostrarnos, y ya me ha dicho que está genial. ¡Tienes que verlo!

Audrey se aclaró la garganta abochornada.

—No... no habla Dominik —empezó a decir—. Soy su amiga... Audrey Williams.

¿Audrey qué?

—Wi... Williams.

Oh, entiendo. Dile a Dominik-cabeza-hueca que lo necesito aquí lo más pronto posible. Y en cuanto a ti... No te recomiendo que vuelvas a tocar sus cosas sin el debido permiso. Ese tonto se molesta mucho cuando ve que alguien toca algo suyo sin su autorización.

—Disculpa, es que no dejabas de llamar, y... ¿Dónde dijiste que debías ver a Dominik?

¡Por Dios, Audrey! ¿No podrías demostrar un poco menos de confianza al desconocido? Se reprendió a sí misma.

Solo dile que nos vemos «allí». Él sabrá de lo que hablo. Adiós.

La llamada terminó, y Audrey miró el teléfono con las cejas arqueadas, intentando procesar lo dicho por el extraño.

—¡Vaya! —exclamó una voz en frente suyo, y cuando alzó la cabeza, los ojos color miel del mesero observaban los sitios vacíos a su lado—. ¿Tus amigos te han abandonado, eh?

Ella rió.

—No tanto así. Seguro que no tardan en regresar —afirmó. Luego le dedicó una tímida sonrisa.

—Espero que tengas razón, o de lo contrario tendrás que beberte estos tres frappés y comerte los panquecitos tú solita.

—Eso no es problema —encogió los hombros—. Conozco a un chico que puede comerse cuatro tacos en menos de veinte minutos. Sí él puede, yo lo haré también.

—Si tú lo dices —la desafió recargándose un poco en la barra para acortar la distancia entre ellos—. Aunque, si ese no fuera el caso, yo podría ayudarte a beber más rápido esas cosas —señaló los vasos de café frío—. Solo si tú quieres, claro.

—Analizaremos tu oferta. Si nos convence, nosotros te llamamos —bromeó, poniendo tono de entrevistadora de trabajo, a lo que el chico soltó una carcajada.

—No tienes mi número, no sabes mi nombre... ¿Cómo lograrías localizarme?

—Era porque planeaba preguntar tu nombre ahora mismo, pero tú te me adelantaste.

—Siendo así... Soy Anthony. ¿Y tú cómo te llamas, linda?

—Audrey —respondió, intentando hacer caso omiso a la mirada de Darren clavada sobre su perfil.

—Un placer.

Minutos después, Darren escudriñaba el local en busca de algo con qué distraerse mientras la única que podía verlo se dedicaba a reír, hacer chistes e incluso coquetear con el extraño en su mera presencia. Por supuesto que no le interesaba lo que Audrey hiciera o dejara de hacer, pero ese chico no paraba de adularla o lanzarle tantos cumplidos, que de no ser un fantasma, habría vomitado arco iris en cualquier momento.

—Dios santo... —susurró al escuchar que el tal Anthony le decía a Audrey lo bonitos que eran sus ojos.

Darren giró la cabeza hacia otro lado en el momento que Audrey comenzaba a acariciarse el pelo correspondiendo los halagos de «el tipo ese», y fue entonces cuando notó que a las afueras del centro comercial, muy lejos de la vista, Dominik discutía con Oliver, mientras gesticulaba con los brazos y el otro permanecía quieto.

Audrey no supo cuánto tiempo pasó antes de que Vanessa volviera a su lado con los ojos hinchados y enrojecidos. Para entonces Anthony ya se había ido a tomar una orden.

—¿Estuviste... estuviste llorando? —le preguntó preocupada.

—Ehhh... claro que no... —mintió. Ya de por sí era vergonzoso que hubiera estado llorando por Alex, como para añadirle que tenía justo en frente a su amiga preocupada por ella, la que irónicamente resultaba ser nada menos que la hermana del chico.

Horas más tarde, Audrey se encontraba sentada en su cama con las piernas cruzadas y la portátil sobre el regazo, admirando en compañía de Darren todas las fotos que Vanessa le había enviado a través de Facebook.

—¡Mira ésta! —exclamó, señalando una en la que la pelirroja y ella salían abrazándose. Vanessa no solo se las había enviado, sino que las había editado poniéndoles un overlay tan bonito que Audrey no dudó en publicarla etiquetando a su amiga.

—¡Y esta! —dijo Darren por su parte, sonriendo de oreja a oreja al divisar un retrato de los tres, que según recordaba, se los había tomado un hombre extranjero que había huido despavorido sin motivo aparente en cuanto le devolvió la cámara a Dominik tras haber hablado ambos en un muy fluido alemán.

—¡Qué bien edita Vanessa! —dijo la chica al tiempo que la establecía como foto del perfil.

Cuando Audrey cambió de foto, se mostró la versión original, que analizó minuciosamente teniendo la certeza de que había algo diferente en ella. Segundos después se dio cuenta de que, en efecto, había algo que le fue difícil creer.

—Oh, dios mío —susurró con ojos desorbitados.

—¿Qué pasa?

—Es que Dominik...

Pero no alcanzó a decir más, pues en ese momento, la puerta del cuarto de Alex se abrió con un lento rechinido apenas audible. Audrey esperó que su hermano entrara a su recámara en cualquier momento reclamando que era más de la una de la mañana y no lo dejaba dormir, o algo por el estilo. Pero no. Alex no apareció por su cuarto, cosa que le hizo fruncir el ceño hasta el momento en que oyó pasos en las escaleras y un minuto después, Darren exclamó desde el balcón:

—Audrey, ven acá rápido.

Ella le hizo caso.

Los ojos se le abrieron de par en par al ver a Alex caminando a paso lento a través del jardín principal. Su cuerpo se movía de manera robótica, cosa que la alarmó, llevándola a correr para alcanzar a su hermano, siendo seguida por el fantasma.

Esa noche la luz de la creciente era escasa, casi nula, sin embargo aquello no impidió a Audrey ver que su hermano se dirigía directamente hacia el conjunto de tulipanes rojos que crecían en el costado izquierdo de la mansión.

En cuanto estuvo a su espalda, le tocó el hombro con suavidad y dijo:

—¿Alex?

Pero este no reaccionó.

Audrey lo encaró, percatándose de que el joven se hallaba con la mirada perdida, como si estuviera inmerso en un trance. Sin embargo eso no podía ser posible, ya que cuando le daba un ataque, el muchacho no podía moverse por sí solo, ni abrir puertas, ni caminar, ¡ni mucho menos bajar escalones! Aquello era simplemente... inefable.

—Alex, despierta —le dijo tomándolo de la muñeca. Darren solo observaba la escena sin intervenir—. ¡Graham! ¡Graham, abre los ojos!

Entonces, el chico se zafó de su agarre con suavidad, dio un paso más hacia los tulipanes, y dijo con un tono mucho más adulto y diferente de lo habitual:

Ooh tlakamekayotl, ipan tlakamekayotl...

Audrey ahogó un grito, pero no pudo retener las lágrimas que se agolparon en sus ojos, sobretodo cuando vio aquello que le arrebató el aliento: Alex sacaba un objeto punzocortante de quién sabe dónde, y lo acercaba a su muñeca derecha, dispuesto a rasgarse la piel.

—¡Alexander Graham! —exclamó Audrey intentando quitárselo.

Pero allí sucedió lo inimaginable: Alex no rasgó su muñeca, sino la de su hermana, quien se cubrió la boca intentando contener el grito de dolor.

—¡Audrey! —exclamó Darren corriendo hacia ella.

—Estoy bien, estoy bien —dijo aún contra su voluntad.

Ooh tlakamekayotl, ipan tlakamekayotl... —repitió Alex una y otra vez, hasta que Darren puso los dedos índice y medio tras su nuca sin tocarlo, para que una especie de corriente eléctrica recorriera por su brazo y llegara al cuerpo de Alex en forma de descarga. Entonces este parpadeó, miró a su alrededor confundido, y dijo con su voz habitual—: ¿cómo llegué aquí?

Pasados veinte minutos, Alex, Darren y Audrey se encontraban en la cocina; los hombres solo miraban sin articular palabra a la chica, quien iba de un lado a otro preparando un humeante té de manzanilla provocando apenas el más bajo ruido para evitar que sus padres despertaran.

—No es necesario que hagas...

—Calla, Graham —sentenció Audrey interrumpiéndolo.

—Pero...

Close your fucking mouth right now, please —exigió, hablando demasiado rápido, con lo que Alex juntó los labios en una línea, cruzando los brazos sobre su pecho al tiempo que ella le tendía una taza con la bebida caliente de color miel, para luego sentarse en frente suyo y poner esa cara de mandona de cuando estaban por «ajustar cuentas»—. ¿Y bien?

—¿Bien qué?

Audrey puso los ojos en blanco fatigada.

—No te hagas el gracioso, Graham. Dime de dónde demonios sacaste este cúter —inquirió poniendo en alto la cuchilla bañada de su sangre, tan diminuta como la de cualquier sacapuntas común y corriente.

—Primero: no... me llames «Graham». Mi nombre es Alex. Segundo: ¿y yo cómo voy a saber de dónde lo saqué si estaba en trance? ¡Tú misma lo has dicho!

—Sí, pero ese no era un trance como los demás, porque hasta donde yo recuerdo, a ti te es imposible moverte con autonomía cuando estás en uno. Y mira que esta vez a mí me consta que abriste la puerta, caminaste hasta el pasillo, bajaste las escaleras, cruzaste el jardín ¡y me cortaste la muñeca con esta cosa!

—¡No tengo idea, coño! —clamó levantándose de la silla—. Lo único que sé es que... yo...

De repente, Alex se echó a llorar, y Audrey corrió impresionada hacia él.

—¿Qué, Alex? ¿Qué recuerdas? —dijo horrorizada rodeando el hombro de su hermano.

—Tuve otra vez ese puto sueño —tartamudeó—. Lo he tenido desde que llegamos aquí.

—¿De qué trata? —preguntó más contra su voluntad.

—En él estoy... estoy en un pasillo oscuro, donde solo veo una luz al final del camino. Es una luz muy brillante. Es blanca, pero al centro hay otra verde —explicó—. Yo camino hacia allí, las voces me guían.

—¿Qué voces?

—Las que oigo siempre. Ellas me llaman, y mientras estoy caminando, veo cosas escritas en las paredes. No sé qué son, pero no puedo averiguarlo porque en el sueño yo solo quiero llegar a la luz. Y cuando llego... cuando llego un muro se atraviesa en mi camino, dejando todo en completa obscuridad. ¡Con lo que odio la obscuridad!

En respuesta, Audrey asintió.

—Alex... ¿qué te dicen esas voces?

Negar con la cabeza fue su contestación.

—No lo sé. Siempre dicen cosas en otro idioma, uno que yo no entiendo —hizo una pausa para tomar aire—. Además... cada que despierto me dan ganas de ir hacia el jardín. No sé porqué, pero siempre es lo mismo.

—Alex, ¿por qué no me lo habías dicho? —pregunto Audrey con suavidad.

—Porque ya tienes muchas cosas en la cabeza, Solecito —argumentó—. Con la mudanza, tus nuevos amigos, la remodelación y... y todo lo que pasó... Lo que menos quería era preocuparte. Peor sabiendo que lo de Canadá fue mi culpa.

—Ay, Alex... —dijo mientras abrazaba al muchacho—. Entiende de una vez que nada fue culpa tuya. Te lo he dicho mil veces.

—Y yo te he dicho mil veces que sí —rebatió—. Fui un egoísta, y un imbécil, y un tonto que no te prestó la atención suficiente para darme cuenta de que algo andaba mal contigo. ¿Me perdonas por todo?

Audrey no quería. No deseaba ceder ni decirle sí o no, porque seguía aferrándose a la idea de que Alex no tenía ni un poco de culpa en todo aquel asunto, sin embargo tuvo que ceder, puesto que podía sentir el pinchazo de remordimiento en los castaños ojos de su hermano.

—Sí, Alex. Te perdono —decretó, con un repentino ardor subiendo por su garganta, producto de lo mucho que le costaba decir esas cuatro palabras. Después, lo abrazó.

Audrey inhaló el aroma natural de su hermano mayor. Le fue imposible no llorar, no solo por el dolor en su muñeca rasgada, de la que ya poca sangre salía, sino por el lamentable suceso de ver nuevamente a ese Alex desvalido, perdido, al cual solamente había visto una vez más en su corta vida. —Curiosamente la primera vez había sido después de enterarse de eso por lo que pasaba día y noche culpándose—.

Audrey no se separó de su hermano hasta el momento en que vio a Darren atravesar la puerta principal con rumbo al jardín.

—Dame... dame un momento, ¿sí? —le dijo a Alexander caminando a donde el fantasma sin darle tiempo a replicar.

Una vez expuestos ambos a la intemperie, la chica observó desconcertada al joven de cabello dorado caminar hacia el portón a paso regular, con la cabeza algo baja y los hombros caídos.

—¿Darren? —susurró. Sabía que Alex seguía en la cocina, por eso mismo se prohibió hablar fuerte. El susodicho se detuvo, girándose  lentamente—. ¿Todo bien? —este asintió despacio—. ¿Seguro? —él repitió la acción.

—¿Aún te duele? —inquirió señalando su muñeca. La muchacha se miró la rasgadura; ya no goteaba sangre, y de hecho ya no le dolía, por lo que negó con la cabeza—. Bien. Entonces debo irme.

—¿Adónde?

—Tengo cosas que hacer —apuntó con voz tan suave como una caricia.

—¿Tardarás en volver? —quiso saber, al tiempo que se mordía el grueso labio inferior con angustia.

Darren le sonrió para tranquilizarla.

—Si no vuelvo al amanecer, prometo alcanzarte en el colegio, ¿de acuerdo?

Sin otra alternativa, Audrey asintió, para luego ver la forma en que la parte inferior de su saco azul ondeó en cuanto él se dio la vuelta y se marchó de la mansión.

....

Al día siguiente, Audrey despertó con la esperanza de vislumbrar a Darren vigilándola de pie frente al balcón, y debido a la amarga decepción que le provocó no verlo por ningún lado, decidió salir de la casona mucho antes que sus padres y su hermano con los audífonos a todo volumen.

En cuanto cruzó las puertas dobles de la biblioteca, observó a Rolland acomodando los libros del estante en la parte trasera del salón. Cantaba algo que sonaba como «Shaky Shaky» y no se calló ni siquiera cuando vio a Audrey atravesando el umbral.

—¡¿Qué pasó, Audrina?! —exclamó haciendo una mueca bastante estrafalaria y loca que desconcertó a Audrey. La tarde anterior, Rolland tampoco había dado señales de estar enojado por su reciente discusión. Quizá eran gajes de su oficio, pero Audrey estaba acostumbrada a que, tras pelearse con una persona, esta se distanciaba de ella por días, o incluso semanas.

—Soy Audrey, no «Audrina» —le replicó, algo más empática que de costumbre.

—Como digas, Audrina —replicó sin prestarle atención—. Vamos a empezar con la tutoría, ¿vale, pequeña?

—Si no tengo otra opción... —susurró entre dientes, a lo que él se dio la vuelta con los ojos entrecerrados—. Es broma, Rolland. ¿Comenzamos ya?

—Sí, pero antes necesito que vayas a la bodega por algunos materiales. Son estos —dijo entregándole un papel.

—¿El colegio tiene una bodega? —preguntó frunciendo el ceño al tiempo que repasaba la lista escrita con puño y letra del mismo Rolland.

—Obvio —bufó haciendo un ruido extraño con su boca, como un niño pequeño haciendo burla a otro—. Te la enseñé el día en que llegaste. En el tour.

Oh. ¿Se refería a ese en el que había casi corrido dos metros delante de ella sin dignarse a darle ni un minuto de descanso? ¿Cómo demonios iba a memorizar la posición de más de cuarenta aulas distintas si Rolland le soltaba un centenar de datos innecesarios de cada una para rememorar sus días de alumno de preparatoria en tan solo cinco segundos, hablando como si le hubieran establecido un tiempo límite para hacerlo?

«—Aquí fue donde hice explotar mi práctica de química en segundo semestre... Y aquí donde le lancé un balón a Víctor Molina en la cara a finales de sexto... ¡Y mira! ¡Aquí me besé con Dayan López por una apuesta que perdí!» recordó varias de las cosas que el joven balbuceó en su debido momento.

—Rolland llamando a Audrey —canturreó este sacándola de sus recuerdos—. Jelou, niña. Se nos hace tarde, ¡vamos, pequeña! Que tengo una vida y mi tiempo es bastante valioso —ante su soberbia llamada de atención, Audrey puso los ojos en blanco, dio media vuelta y caminó en dirección a la puerta, pero en eso Rolland añadió como si su principal objetivo fuera fastidiarla—: se me olvidaba... Dame tu teléfono.

¡Tonto Rollencio Carson! Pensó ella antes de sacar el móvil y entregárselo a regañadientes.

A duras penas la chica pudo recordar en qué dirección se hallaba la bodega, que era donde los docentes guardaban el material didáctico que utilizarían más tarde en sus clases; se trataba de un sitio en lo más recóndito de la escuela, el típico sitio de las películas donde había un monstruo escondido entre la profunda oscuridad esperando con ansias arrastrar a su presa del tobillo. Audrey pensó en eso, y de repente se sintió como Georgie en el famoso libro de Stephen King cuando había ido a buscar la parafina para su barco de papel.

No pienses en eso. Se dijo. No pienses en que te espera un sitio inhóspito, abandonado, al que cualquier estudiante paga por no entrar por nada en el...

—¡Hasta que te encuentro! —exclamó una voz a su lado sacándole un grito agudo de la boca.

A continuación Audrey se volvió para golpear al causante de tremendo susto, pero lo atravesó en el proceso, pues se trataba de Darren.

—Eres un idiota, Gasparín. ¡Casi me matas! —exclamó en un susurro, con la mano en el corazón.

—Lo lamento —se disculpó alzando ambos brazos—. Es que estuve buscándote por todos lados y no te encontraba. ¿Qué haces?

—Debo ir a la bodega a buscar unos materiales que me pidió Rolland. Tengo tutoría con él —declaró.

—Aburriiiiido —canturreó el fantasma ladeando la cabeza—. Yo daré una vuelta por allí. Luego te alcanzo.

Muy contra su voluntad, la chica asintió y caminó hasta perderse de la vista del espectro.

Una vez solo, sin nada más por hacer aparte de chismosear en donde le fuera posible, Darren recorrió cada uno de los solitarios corredores en busca de algo interesante hasta el momento en que el sonoro timbre se hizo escuchar en cada rincón del colegio, y varias puertas se abrieron para que por ellas salieran decenas de alumnos con caras exhaustas o aburridas.

Darren pudo distinguir a lo lejos la mata de cabello café de Alex y caminó hacia el lugar en donde el chico se hallaba recargado, con un pie apoyado sobre la pared y los brazos cruzados con despreocupación, esperando a algo o alguien.

Lo miró unos instantes, preguntándose cómo era que ese chico de facciones tan alegres había sido capaz de herir —no intencionalmente— a Audrey la noche anterior. Y mientras varios pensamientos se agolpaban en su interior, Vanessa salía del salón de en frente.

Cuando la chica reparó en Alex, la boca se le abrió tanto como los ojos, y en un gesto nervioso comenzó a alisar el borde de su falda con una mano, mientras la otra se aferraba más al grupo de libros que llevaba cargando.

—Hola —saludó Alex dibujando una sonrisa en su boca—. ¿Te ayudo con eso? —señaló los libros.

Entonces, la expresión de Vanessa cambió radicalmente. Sus labios se le unieron en una fina línea y la frente se le arrugó, denotando enojo.

—Yo puedo sola, no te preocupes, Alexander —replicó con aspereza.

Y sí. Vanessa estaba enojada, pero... ¿Por qué?

Alex suspiró.

—Sobre lo de ayer... quería pedirte una disculpa —balbuceó el chico, pasando una mano por su cabello—. No fue mi intención, pero James y Oliver me invitaron a comer, y yo... no pude negarme.

Vanessa agachó la cabeza, sosteniendo los libros con ambos brazos.

—Tu disculpa no es necesaria —espetó—. Pero si tenías cosas que hacer, habría agradecido que me las hubieras hecho saber.

—Disculpa —contestó en un susurro—. Pero, oye, para compensártelo, ¿te gustaría que vayamos hoy al cine, después de la escuela? Hay una película muy buena que se estrena esta tarde. ¿Te gustan los súper héroes? Porque si no, podríamos ver la que tú quieras —hizo una pausa—. ¿Qué dices?

Vanessa se lo pensó un momento; la tarde anterior, se había pasado casi veinte minutos llorando en el baño del centro comercial tras ver a Alex con esa chica. Por supuesto que le había dolido, y por supuesto que el hecho de tener al chico que le gustaba de pie frente a ella, ofreciéndole una «cita de compensación» no la ayudaba en lo más mínimo a reparar un poco el daño que le había hecho ver aquella escena. Por no añadir, claro, que en su casa le habían inculcado algo llamado «dignidad», y junto con ello, la creencia de que cuando un chico la invitara a salir, le gustaría que lo hiciera porque de verdad deseaba pasar algo de tiempo con ella, y no por el remordimiento de haber faltado a una promesa.

Recordando eso, Vanessa se aclaró la garganta, alisó su falda una vez más, y dijo:

—Muchas gracias por el ofrecimiento, Alexander, pero debo cuidar a mi hermana esta tarde.

—¡Genial! —exclamó él con una sonrisa—. ¡Me encantan los niños! Si quieres puedes traerla...

—Lo siento —lo interrumpió—. A mi hermana no le gustan los extraños. Con tu permiso, se me hace tarde para mi siguiente clase.

Acto seguido, pasó echando a andar a pasos largos con la espalda tan recta como si llevara un florero en la cabeza que estaba procurando no tirar. Mientras que Alex se quedó allí plantado, con la boca abierta y algo avergonzado de saber que Vanessa era la primera chica que lo rechazaba en su vida.

Mapa gigante de los Estados Unidos Mexicanos.

La caja de gises blancos que está en el estante de madera.

El pliego de papel a cuadros de la mesa más alta.

La caja de alfileres en el cajón de la izquierda.

La enciclopedia geográfica del librero.

Tres tacos y una novia. (Jaja, eso era broma :p)

Audrey rodó la mirada. Primero porque conseguirle una novia a Rolland era una misión más imposible que poner serio a Alex durante media hora. Y segundo, porque a veces «tarado» era una palabra que se quedaba corta a la hora de describir a su tutor. —Comprendía la broma de los tacos, pero ¡dios! La carita ya era el colmo—. En serio no podía creer que por un minuto hubiera buscado los tacos antes de darse cuenta de que todo era un chiste del muchacho.

—Papel, papel, papel... —susurraba tentando a ciegas en la mesa superior, puesto que sí, el interruptor de la lámpara estaba descompuesto.

Audrey tiró al suelo algunas cosas de carácter desconocido en su intento de encontrar el pliego que le había encargado Rolland, pero no bien había alcanzado a levantarlas, cuando la puerta empezó a abrirse y una voz arrastrada llegó a sus oídos. Por supuesto de inmediato la reconoció como la de Romero, y debido al miedo que el rector le provocaba por alguna extraña razón, decidió esconderse bajo la mesa con la intención de salir apenas él se alejara de la bodega.

—Está empeorando —susurraba su atemorizado tono—. Se supone que esto no debería estar pasando.

—¿Por qué lo dices? —preguntó otra voz, también de hombre pero con una entonación ligeramente distinta.

—Esto no es normal —le replicó—. A nadie le había sucedido antes, al menos que yo sepa.

La otra voz respondió:

—Bueno, August... por lo visto no estás muy bien. Y estarás peor en cuanto oigas lo que he venido a contarte.

—¿Malas noticias? ¡Me lleva la...! Estoy harto de malas noticias.

La otra persona, cuya voz a Audrey se le hacía extrañamente conocida de algún lado, demoró en replicar algo, y cuando lo dijo, habló con tono sombrío, casi como con miedo o temor.

—Ayer se activó la alarma.

—¡¿Cómo?! —exclamó Romero.

—La alarma se activó. Otro Tliltic fue detectado.

—Imposible.

—Ojalá lo fuera. Todos se pusieron como locos, y querían ir a buscar al Tliltic, pero yo los convencí de que no lo hicieran hasta que no les dieras la orden.

—Bien hecho, amigo.

—Gracias. Por otro lado, debes saber que Armando está exigiendo los informes a como dé lugar. Dice que no le importa cómo o de dónde los obtengamos. Él los quiere y ya.

Romero en eso, asintió lentamente y declaró:

—Dile que los mandaré cuanto antes con uno de mis tutores.

Audrey ya no pudo oír respuesta. Solo los pasos de la otra persona, viendo simultáneamente cómo ésta caminaba hacia la salida y abría la puerta para marcharse. Ella estaba segura de que tendría que estar preparada para cuando Romero imitara la acción, lo que sería dentro de poco. Por eso la alegró verlo acortar la distancia entre él y la salida, no obstante, en cuanto Audrey ya se alistaba para levantar sus rodillas del suelo, vio los pies de August dar un giro de ciento ochenta grados, y acto seguido, la voz del intendente pronunció:

—¿Disfrutando oír conversaciones ajenas, señorita Williams?

¡Demonios!

Eso no sonaba bien...

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Close your fucking mouth right now! ¡Cierra la maldita boca ahora!

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