Capítulo 47
Advertencia: este capítulo es considerablemente más largo que cualquiera de los anteriores, por lo que sugiero que lo lean cuando ya no tengan ningún quehacer pendiente, para que puedan disfrutarlo como debe ser. No olviden votar y comentar si les gustó.
✨Bienvenidos al final de Reencarnación: El Alma.✨
Audrey siempre había creído que la vez en que, en mitad de un bosque se encontró con Demián Matínez justo antes de hallar su muerte a manos del mismo, era el momento que más miedo le había causado a lo largo de toda su vida. Pero ahora, al ver a Monique Blanchard apuntándole con un arma a la cabeza, sentía la necesidad de corregirse. Porque no. No existía nada más aterrador que la incertidumbre de no saber en qué momento la antigua asistente de Leonard decidiría asesinarla de la forma más cobarde que existe en la tierra, y para colmo, no habiendo nadie en la casona que pudiera ayudarla. Ni Darren, ni sus padres, ni Alex, ni los Cazadores o los Iztac. En la oscuridad, Chester había intentado morder a Monique, pero era tan pequeño que una simple patada de la pelinegra lo dejó fuera de combate en un santiamén.
Miró a Monique a los ojos. Tomando en cuenta la situación, no le parecía muy buena idea hacerlo pero siendo honestos, no le interesaba morir. Y no porque no apreciara su vida llena de acontecimientos paranormales, sino porque se sentía como encerrada en una jaula de mentiras y secretos que ya no quería seguir descubriendo; era como si todos, absolutamente todos, le ocultaran cosas importantes y definitivamente vivir conociendo una cara muy distinta de tus seres queridos cuando menos te lo esperas no puede ser vida.
—¿Por qué estás aquí, Monique? —susurró la joven muy despacio, no queriendo alterarla.
—Silencio —demandó con tono autoritario, a lo que la joven alzó las manos en señal de paz—. No sabes cuánto estoy deseando que grites, que intentes escapar para matarte, ¡porque todo lo malo que ha ocurrido en mi vida es por tu culpa! —Monique se acercó de dos grandes zancadas a Audrey, se posó tras ella, le rodeó el cuerpo con un brazo y colocó la pistola justo sobre su sien derecha, corroborando lo mucho que deseaba apretar el gatillo de una vez—. ¡Por culpa tuya y de tu hermano me he quedado sin nada, maldita zorra! ¡Perdí mi empleo, mi dinero, mi casa, lo perdí todo! Porque no creas que no sé que tú también tuviste que ver en el estúpido plan de tu hermano con el que Leonard me descubrió.
—No lo niego —admitió, y a Monique le desconcertó la decisión con la que profirió dichas palabras—. Sí tuve algo que ver, de hecho yo también estuve en la casa del callejón y sé perfectamente que robabas documentos importantes de mi familia y se los entregabas a Armando Villegas. Lo que no entiendo es... ¿Para qué?
El secreto para que la voz no le saliera trémula, era que estaba pensando en lo positivo que rodeaba su vida, pasando por alto la sensación del metal de la pistola contra la piel de su cabeza. Eso no significaba que no estuviese asustada, claro, pero si había aprendido una cosa después de lo de Tyson, es que no podía demostrar debilidad ante nadie, ni siquiera ante la persona que iba a ponerle fin a su vida llena de máscaras.
—¡Ja! ¿Armando Villegas? ¿En serio crees que los documentos se los daba a Armando? —Monique dijo, con socarronería.
—Él es el dueño de esa casa.
—Es verdad, maldita zorra, pero no. No se los daba a él. Armando solo era el vínculo entre mí y la persona a quien le daba los documentos de tu mugrosa familia.
Audrey se lo pensó un momento...
—Pero si no es Armando, ¿a quién le dabas los documentos?
—¡Tú no estás en posición de pedirme explicaciones, idiota! Y si te atreves a manifestar una sola palabra más, no me va importar el plan que tenía en mente, porque aquí mismo te mataré de un tiro, ¿entendiste? —Audrey asintió, temerosa—. Bien, ahora quiero que camines lentamente hacia la salida de tu casa y antes de llegar al portón principal, te daré indicaciones que deberás acatar si no quieres morir. Pero eso sí: cualquier movimiento en falso, cualquier señal de que quieras escapar y no te la acabas, ¿oíste? ¡Dime si oíste, maldita sea!
—S... sí... —balbuceó. El corazón le latía a una gran velocidad viendo cómo Monique perdía cada vez más el control de sí misma, demostrando sus deseos de dispararle allí y ahora.
Obedeció a la «francesa» y dio paso tras paso hacia el umbral de su puerta, donde se encontró con un Chester desmayado sobre la alfombra roja del suelo. Su corazón palpitó a medida de que avanzaba hacia la escalinata con Monique siguiéndola por detrás, apoyando la pistola en su espalda, y cuando estuvieron a punto de bajar el primer peldaño, Audrey respiró profundo, dándose valentía para lo único que se le había ocurrido hacer.
Entonces, solo entonces, entró en acción.
Lo primero que Monique Blanchard sintió fue un fuerte pisotón en el pie derecho que mantenía cubierto con un zapato deportivo de color negro, al igual que su ropa. Lanzó un jadeó intentando pasar por alto el dolor, pero este era tanto que se vio obligada a soltar a Audrey para sobarse, y allí, la chica no dudó dos veces en atinarle un doloroso golpe con el codo justo en mitad del pecho, junto con otro que le dio en la barbilla. Y terminó golpeando con el puño la muñeca de su agresora, con lo que el arma salió volando hacia el corredor derecho, lo suficientemente lejos para que Monique demorara en recuperarla.
Al ver que Monique estaba completamente concentrada en reducir el dolor que le habían ocasionado los golpes, Audrey no dudó dos veces en salir corriendo escaleras abajo, rumbo a la cocina, donde a toda velocidad esculcó entre los cajones de la alacena y tomó el cuchillo más filoso que pudo encontrar, mismo que escondió en la cinturilla de su pantalón.
La chica, tan rápido como sus piernas se lo permitieron, se dirigió a la puerta de entrada concentrada en salir lo antes posible, pero mientras abría oyó unos pasos a varios metros de distancia y cuando volteó, lo que vio la dejó anonadada por algunos segundos.
Porque no. No era Monique quien iba hacia ella, de hecho ni siquiera era una sola persona, sino al menos cinco individuos salían de los corredores del segundo piso, cubiertos con una sotana de capucha negra que impedía a la chica ver sus caras. Si bien se parecían a las Sombras con las que ella y Darren habían peleado multitud de veces, estos no flotaban en el aire como era usual en aquellos entes diabólicos. En cambio caminaban con paso decidido hacia ella y sus pisadas resonaban de modo intimidante en el suelo de las instalaciones.
Al darse cuenta de que Audrey ya había reparado en los encapuchados, Monique sonrió desde la cima de la escalera. No llevaba su clásico maquillaje de labios rojos y delineado perfecto, sino que iba bastante natural, pero eso no le quitaba lo maquiavélico a su expresión.
—¿Creíste que había venido sola, maldita zorra? Fíjate que no soy tan imbécil como creíste...
—Pues yo tampoco —le devolvió Audrey, y aprovechando que Monique se tomaba su tiempo en caminar hacia el arma para recogerla, ella abrió la puerta de entrada y salió como alma que lleva el diablo.
Afuera ya la luna llena iluminaba lo alto del cielo, pero el jardín se encontraba demasiado oscuro, envuelto por un viento frío que le heló los huesos a la chica.
Al principio no supo qué hacer. Pudiera decirse que incluso se quedó en shock un momento, pero cuando pretendía correr hacia el portón de salida, un movimiento sutil a un costado de la casa le llamó la atención. Giró la cabeza pensando en que podría tratarse de Darren y este la ayudaría a librarse de la francesa y sus acompañantes, pero se equivocó terriblemente.
—Oh, mierda... —susurró, al darse cuenta de que quien caminaba hacia ella no eran ni Darren, ni un Iztac, ni un Cazador, sino dos más de los extraños encapuchados. En realidad eran cuatro, pero la otra mitad aparecieron desde el costado opuesto de la casona e iban directamente hacia ella.
Su corazón latió tan rápido como nunca había latido al tiempo en que corría al portón principal y lo abría, haciéndose bolas con el montón de llaves en su mano. Los encapuchados ya iban hacia ella y para cuando pudo abrirlo, también quiso cerrarlo, pero uno de ellos se lo impidió tomándola por la muñeca.
—¡Suéltame! —gritó, tan asustada que no pudo saber si lo había profesado en inglés o en español, pero no le importó.
Al ver que el tipo apretaba su agarre cada vez más fuerte, recordó una cosa demasiado básica que le había enseñado el profesor de defensa personal y no dudó en soltarse un rodillazo en el estómago, con lo que el encapuchado gimió, dejándola libre.
Audrey rápidamente se echó a correr sabiendo que su vida dependía de cuán veloz fuera. Los encapuchados iban hacia ella, cada vez se hallaban más cerca.
Corrió, corrió y corrió sin mirar atrás, esperando poder perderlos pronto.
No supo cuánto tiempo llevaba alejándose de la casona, ni a qué distancia se encontraban los ayudantes de Monique, cuando sintió que chocaba contra algo muy duro y caía al suelo adolorida por el golpe. Por un momento temió que se hubiera estampado contra otro secuaz de la francesa, pero en tanto elaborada un plan rápido de fuga, oyó una voz que le preguntaba:
—¿Audrey? ¿Qué haces aquí?
Ese era Víctor, del cuerpo de tutores estudiantiles.
Cuando Audrey abrió los ojos y lo vio recargado en una cuatrimoto roja, supo que su salvación había aparecido, por lo que rápidamente se levantó del suelo y casi llorando profesó:
—Vic... Víctor, qué bueno que estás aquí. ¡Ayúdame por favor! Me vienen persiguiendo. Ayúdame, te lo suplico.
Víctor frunció el ceño.
—¿Quién te viene persiguiendo?
—No tengo idea. Unos tipos se metieron a mi casa y vienen hacia aquí. ¡Quieren matarme! ¡Tienes que ayudarme, por favor, por favor, por favor!
No hubo tiempo para que Víctor dudara, porque cuando ya le iba a preguntar más cosas, los encapuchados aparecieron a escasos cincuenta metros de ellos, caminando a zancadas largas pero pausadas, como si asumieran que ya tenían a la presa en sus manos.
—¡Son ellos! —gritó Audrey, aterrorizada.
Víctor procedió a montarse en su moto. La encendió y le dijo que se acomodara detrás, cosa que ella hizo sin pararse a pensarlo. Después, la moto rugió mientras recorrían las calles de la ciudad a toda velocidad, alejándose gradualmente de los encapuchados.
Solo entonces, cuando Audrey ya los había perdido, pudo respirar tranquila.
....
Él sabía que esto iba a ocurrir. Lo sabía perfectamente y estaba preparado para ello, por eso, escondido tras la casa vecina de la mansión Williams, observó lo que acontecía frente a sus ojos; vislumbró a una mujer de cabello negro a la que él ya conocía pero no muy bien que digamos. Había salido por el portón principal junto con nueve individuos más a quienes él no pudo ubicar. Todos hablaban a la vez, en voz baja, según parecía debido a la escasa distancia que conservaban uno del otro. La mujer era quien se encontraba en medio y por la gesticulación de sus manos, él se dio cuenta de que les estaba dando órdenes que ellos recibieron con un asentimiento de cabeza, y después, dos autos se estacionaron junto a la mansión. Una mitad de los tipos se subió en uno y la otra en el segundo. Luego estos se alejaron de la casa Williams sin un rumbo específico, mas eso no le impidió adivinar hacia dónde se dirigían.
Cuando la mansión quedó abandonada, salió de las sombras montado en su propio vehículo. Lo encendió, y, con el Jesús en la boca, empezó el camino hacia el único lugar al que pretendía ir, rezando para no llegar tarde.
....
Darren llegó a la mansión cuando el reloj marcaba poco más de las diez de la noche. Había permanecido varias horas, días, con los niños del hospital, contándoles cuentos durante las noches para darles un poco de alegría mientras se recuperaban de sus respectivas enfermedades.
Al principio le extrañó que las puertas de la entrada estuvieran abiertas pero no le tomó importancia pensando que a Audrey se le había olvidado cerrar.
Cada paso que daba le resultaba pesado. Ya eran muchos días en los que no veía a la rubia con sus propios ojos, por lo que no tenía idea de cómo ella iba a reaccionar al verlo de nuevo.
Lo tenía claro: la había extrañado mucho. Le había dolido cada palabra salida de su boca aquella tarde en que la descubrió besando a Anthony, pero la mera verdad era que estaba celoso. Si bien sabía, apostaba a que la chica lo amaba demasiado, también estaba seguro de que merecía más que solo un novio de cuerpo inmaterial. Lamentaba el beso, sí, pero lo que más triste le resultaba era aceptar que Anthony podría darle a Audrey lo que él, con su estado de fantasma, no.
Planeó las palabras que le diría a la chica cuando entrara en su habitación. Le pediría una disculpa, y tal vez tendrían una charla pacífica acerca de su miedo de no poder ser la clase de novio que necesitaba, pero al menos se conformaría con ser su amigo.
Subió la escalinata con un sinfín de pensamientos colisionando en su cabeza, y de repente, cuando estuvo por girar en el corredor derecho hacia la alcoba de su amiga, sus ojos se toparon con Chester inconsciente en el umbral de la puerta de Audrey.
Abrió los ojos de par en par, aterrorizado, y corrió hacia él dándose cuenta de que esa noche no había sido recibido por los ladridos eufóricos del can.
—¡Chester! ¡Chester, despierta! ¡Amiguito, despierta! —gritaba, mientras sus manos sacudían una y otra vez el cuerpo diminuto del perro—. ¡Audrey, ven a ver a Chester! ¡Audrey!
Como era de esperarse, la chica no respondió a su llamado.
Notando la ausencia de esta, se metió rápido a la habitación esperando encontrarla dormida, pero al no verla, la alarma se disparó en su interior.
¿Qué carajo estaba ocurriendo ahí?
Revisó las habitaciones puerta por puerta buscándola, incluso escrutó la primera planta y el Gran Salón de la tercera, pero no la vio por ningún lado, por lo que se metió a su cuarto con Chester en brazos e intentó despertarlo sin éxito, hasta que pasados unos minutos, escuchó un aleteo inusual a las afueras de la recámara, y después, un toque en el balcón lo sobresaltó.
Abrió la cortina y se encontró nada menos que a Morgan Phillips esperando fuera del mirador con un par de gigantescas alas blancas reluciendo magistralmente tras su espalda.
Darren abrió la puerta y las alas se fueron desvaneciendo poco a poco hasta que solo quedó el cuerpo del futbolista. Cuando este se encontró con que allí no estaba Audrey, el desconcierto inundó su mirada, pero no fue hasta ver a Chester dormido en la cama que empezó a intuir que algo no andaba bien.
—Darren, ¿verdad? —preguntó, acercándose al perro.
—Sí.
—¿Qué ha pasado aquí? ¿Dónde está Audrey?
—No lo sé, acabo de llegar.
—¿Y qué pasó con el perro?
—Lo encontré tirado en la puerta cuando vine. Phillips, no sé qué ocurrió, pero me estoy preocupando porque no encuentro a Audrey por ningún lado y ella no suele estar fuera tan noche. ¿Tú no sabes nada?
—No, pero me extraña porque quedamos en vernos a esta hora para platicar un rato.
—¿Platicar de qué? —inquirió, lo que le seguía de celoso.
Morgan advirtió su actitud territorial y levantó los brazos en ademán conciliador, pero después su mirada se tornó salvaje.
—¡De lo que tú, pedazo de imbécil, no has podido platicar con ella desde que descubrieron la existencia de los Iztac y los Cazadores! ¿Sabías que tiene dudas? Tiene hipótesis, preguntas, piezas que trata de encajar y no ha podido compartirlas contigo porque te largaste y no has regresado siquiera para saber cómo está. Me resulta decepcionante, ¿sabes? ¡Tanto que decías quererla y la has dejado de lado cuando más te necesitaba!
Darren no supo qué responder a eso, porque vaya que Morgan tenía razón.
—Yo... Es que...
—¿Sabes qué? Ahórrate tus excusas baratas. Ahora lo único que importa es saber dónde está Audrey.
—Ya la busqué y no la he encontrado por ninguna parte de la mansión, Phillips.
—No dije que la buscaríamos en la mansión —refutó.
—Bueno, ¿y qué hacemos?
Morgan se rascó el puente de la nariz, maquinando un plan para encontrar a la chica.
—Creo que llamaré a Dominik. Él sabrá qué hacer, después de todo, Audrey es su protegida.
Darren asintió.
Posteriormente, Morgan se sentó con las piernas cruzadas en el suelo de la recámara. Cerró los ojos, respiró un par de veces y dijo, en voz tan baja que Darren casi no lo escuchaba:
—Dominik... Dominik... Dominik... ¿Me escuchas? Dominik... Dominik...
Mientras tanto, Dominik Parker se encontraba en el salón de armas del palacio Iztac cuando la cabeza le punzó como cada vez que alguno de los suyos trataba de establecer comunicación con él. A los Iztac les resultaba doloroso llevar a cabo casi todo don con el que no hubieran nacido, por lo que no precisamente le complació escuchar la voz del Rompehuesos susurrando su nombre.
Dominik cerró los ojos, concentrándose para responderle, y dijo en voz alta:
—¿Qué es lo que quieres? Estoy ocupado.
Morgan se alegró de obtener contestación, pero Darren no pudo saberlo, porque la voz de Dom solo resonaba en la cabeza del otro Iztac.
—¡Qué bueno que me respondiste! —dijo, aliviado.
—¿Qué quieres, Morgan? Ya te dije que estoy ocupado.
—Lo sé, lo siento. Es que... Tenemos un problema.
Dominik resopló.
—Si tiene que ver con los Cazadores, sabes que Evan debe hacerse cargo.
—No, no es sobre los Cazadores, pero creo que también deberías llamar a Grey o a su hermana, porque nos harán falta.
—¿Para? —no hubo respuesta—. Morgan, ¿qué pasó? ¿Estás con Audrey?
Dominik comenzaba a impacientarse, pero lo que él sentía no era mucho mejor que lo que inundaba a Phillips. Puro miedo, temor de que las cosas no estuvieran yendo bien.
—No, estoy con Darren.
—Pero, ¿por qué estás con Darren? ¿Qué pasó?
Morgan tragó saliva.
—Es... Es que...
—¡¿Es que qué?! ¡¿Qué pasó? Habla!
—Es que Audrey ha desaparecido...
....
Víctor y Audrey ya llevaban vario tiempo recorriendo las calles de la ciudad sin detenerse cuando ella cayó en cuenta de que ya nadie los perseguía. No tenía idea de dónde se encontraban, ni la certeza de que eso aún fuera la Ciudad de México, pero no se atrevió a pedirle a Víctor que se detuviera por miedo a los encapuchados. Había visto muchas películas, y sabía, gracias a ellas, que quizá solo les estaban haciendo creer que ya no iban detrás de ellos para aparecer apenas bajaran la guardia, y atraparla, como Monique había querido.
Perdió la cuenta de los minutos —quizá hasta horas— que la moto rugió andando por las avenidas, serpenteando entre calles, cuando de repente llegaron a la linde de un bosque. Víctor estacionó el vehículo en un lugar despejado junto a la carretera y después se bajó.
—Víctor, ¿qué hacemos aquí? —preguntó confundida.
—Te he traído a un lugar seguro. Acompáñame —le respondió, caminando hacia el interior del bosque.
—¿Y si mejor me llevas a la casa de Vanessa?
—No es seguro. Si esos tipos te conocen lo suficiente, irán a buscarte con tus amigos también. ¿Quieres eso? ¿Quieres poner en riesgo a tu amiga?
—No, pero...
—Entonces ven conmigo.
Audrey suspiró. Empezaba a temer que algo anduviera mal, pero se dijo que Víctor tenía razón. Monique la buscaría primero con Vanessa, y esta ya había sufrido demasiado con la reciente desaparición de su hermana, como para meterla en más problemas. De manera que siguió al tutor entre la arboleda, tratando de recordar el camino por si le tocaba correr de regreso a la carretera.
Él la abrazaba protector, asegurándole que se encontraban fuera de peligro, y que pronto llamaría a sus padres o a su hermano para que fueran a recogerla e hicieran algo respecto a Monique.
Pero justo cuando una enorme cabaña se alzó ante sus ojos y Audrey comenzó a sentirse segura, algo pasó...
Víctor le soltó un fuerte golpe en la nuca que la dejó desorientada y luego, tomándola del cabello, tiró de ella hasta arrojarla con poco cuidado hacia el interior del lugar, de modo que cayó bruscamente sobre un suelo de madera pulida en el iluminado interior de la cabaña.
—Pero, ¿qué...? —comenzó diciendo, mas él la interrumpió.
—¡Cállate! Cierra la boca o terminaré el trabajo que Monique dejó pendiente.
Allí supo que definitivamente las cosas andaban mal, porque ella nunca le había dicho que la persona que la atacó en la casona se llamaba Monique. De hecho ni siquiera le había comentado que una mujer había estado envuelta en su problema, por lo que solo había una forma de que Víctor lo supiera.
—Tú estás con ella... —susurró, dándose una bofetada mental por haber sido tan ingenua.
Y es que, ¿no era demasiada coincidencia que Víctor estuviese a menos de un kilómetro de la casona mientras unos tipos la perseguían tratando de atacarla? ¡Cómo no se le había ocurrido antes! ¡Ese era el plan del que hablaba Monique! De una u otra forma, Víctor y ella se conocían, y estaban aliados para asesinarla, lo que no entendía era porqué él quería hacerlo. Después de todo, su relación nunca había estado mal.
—Te tardaste mucho para adivinarlo... —la voz socarrona del chico la sacó de sus pensamientos. Intentó incorporarse, pero él fue más rápido y de una patada en la espalda la debilitó de inmediato—. No tienes idea de lo pacientes que hemos sido, pero hoy, por fin, morirás como lo hemos deseado durante semanas.
—¿Por... Por qué?
—¿Por qué? ¡¿Por qué?! —El chico la tomó de un brazo y le dio la vuelta rápido, haciendo que se miraran a los ojos—. ¡Porque tienes sangre negra! ¡Tú debes morir al igual que todos los demás, maldito monstruo de mierda! Es así como debe ser. ¡Debes morir en una noche de luna llena! Y adivina qué luna hay hoy en el cielo...
Llena...
Audrey había visto la luna llena con sus propios ojos esa noche, pero no lo entendía. ¿A qué se estaba refiriendo Víctor?
—Se lo dijimos muchas veces pero él no nos hizo caso —profesó, casi como si hablara consigo mismo—. No sé si era porque creía que éramos novatos o unos inútiles, pero por más que le insistimos, no creyó que tuvieras sangre negra. Monique fue la única que se dio cuenta luego de oírte hablar sola en la oficina de tu padre, así que le comunicó que había encontrado a una de ellos y a él le valió madres, la tomó por loca. Pero yo no, y ahora te voy a matar tal como él debió hacerlo. ¡Maldita sangre negra!
A pesar de su nerviosismo Audrey pudo recordar una tarde en que discutió con Darren en la oficina de Leonard. No recordaba muy bien el motivo, pero lo que sí rememoró a la perfección fue ver a Monique caminando a unos metros del despacho. Hasta ese momento pensaba que no la había oído, sin embargo sí lo había hecho. Pero lo que más le desconcertaba, era que Monique creyó que estaba hablando sola, sin saber que había un fantasma acompañándola.
Intentó buscar señales de una posible alianza entre Víctor y Monique que no hubiera reconocido antes, pero no pudo hacer mucho, pues el chico tiró de su cabello y la sentó en una silla que descansaba tras ella.
—¿Tus últimas palabras antes de que te mate? —le dijo Víctor parado frente a ella.
—No te atrevas a tocarla o seré yo quien te mate a ti —profesó otra voz. No la de Audrey, claro, pero sí la de alguien que ella conocía muy bien.
Al reconocer al propietario de la voz creyó que era imaginación suya, pero no fue así, porque apenas Víctor dio media vuelta, ambos vieron a la otra persona de pie justo a sus espaldas con un arma en el brazo perfectamente extendido.
Esa persona, su salvador, era ni más ni menos que Rolland Carson.
Audrey estaba lo que le seguía de atónita, sin embargo trató de no emocionarse demasiado porque temía que el joven también formara parte del malévolo plan de Monique Blanchard. No obstante, sí pudo notar un ápice de sorpresa genuina en el rostro de Víctor.
—¡Vaya, miren a quién tenemos aquí! —exclamó Víctor, fingiendo una felicidad que a la chica le puso los pelos de punta—. ¡Al inigualable Rolland Carson! ¿No se suponía que estabas de viaje?
Él sonrió de lado.
—Así que te tragaste mi coartada...
—¿Tu qué? —eso lo preguntó Audrey, algo temblorosa.
—Mi coartada, pequeña. ¿Recuerdas que te dije que debía hacer un viaje y no sabía cuándo iba a volver? —Ella asintió—. Pues nunca salí de la ciudad. Me mantuve entre las sombras, vigilando a Víctor porque supe que él era el cobarde que te ha aterrorizado durante mucho tiempo. Fuiste tú quien la atacó la noche de la boda de mi hermana, ¡y fuiste tú quien asesinó a Fany, maldito!
Lo último dicho por su tutor le cayó a Audrey como un balde de agua helada. Creyó que no había escuchado bien, pero por desgracia así era.
—¿Fany está... está muerta? —balbuceó, con su piel bronceada habiéndose tornado casi blanquecina.
—Así es... —respondió Rolland con tristeza—. Él la asesino, y quiso asesinarte también a ti aquella tarde en que Lisa fue la que pagó las consecuencias.
—¿Cómo lo sabes, Rolland? —interrogó la chica, cada vez más paliducha.
—La noche de la boda de mi hermana Isabella, cuando un tipo te atacó dentro de mi auto, yo lo perseguí. —La joven afirmó, recordando lo ocurrido—. Llegamos hasta un callejón vacío, forcejeamos, lo tomé de las manos para golpearlo y fue allí cuando vi que en el dorso de una de ellas tenía una cicatriz que podría reconocer en cualquier parte del mundo, porque yo la ocasioné.
La muchacha, haciendo mucho esfuerzo, estiró el cuello para ver la mano de Víctor, y efectivamente, encontró una cicatriz larga y pálida en la que ella nunca había reparado. Tenía forma de L, pero no parecía grave.
—¿Recuerdas, Víctor? ¿Recuerdas el gran pedazo de idiota que eras cuando íbamos en preparatoria? —se burló—. ¿Sí te acuerdas de lo pésimo que eras en Educación Física?
—Claro que lo recuerdo perfectamente. Pero, ¿sabes de qué también me acuerdo? De que eras tú el que siempre se la pasaba molestándome. Te burlabas de mí, hacías que los demás se rieran, me hacías sentir... Insignificante.
—Es porque lo eres, Víctor. Ni siquiera el tiempo pudo hacer que dejaras de serlo, así como tampoco pudo borrarte la cicatriz que te quedó de aquella vez que te lancé un balón y tú te rasguñaste tratando de cubrir tu cara.
Bien, ahora que lo mencionaba, Audrey recién se acordó de que una vez, mientras le daba el recorrido inicial por la escuela, Rolland dijo de pasada algo que ahora corroboraba su declaración:
«Aquí es donde una vez golpeé a Víctor Molina con un balón.»
Ahora lo entendía todo.
Audrey los vio observarse con desdén en el rostro. Rolland sostenía la pistola del modo firme en que solo el hijo de un policía podría hacerlo, pero Víctor parecía querer lanzársele de un momento a otro.
—Tienes toda la razón, Rolland —dijo el segundo con una sonrisa llena de orgullo—. Soy yo el que ha estado todo este tiempo tratando de asesinar a este maldito monstruo, y ahora lo voy a lograr.
—Sobre mi cadáver —gruñó entre dientes el tutor, mas su colega solo extendió su sonrisa y dijo, con algo más que desafío en la voz:
—Si eso es lo que quieres, por mí está bien.
Para el horror de Audrey, en ese momento asomaron por la puerta abierta cuatro tipos encapuchados y uno de ellos, aprovechando que Rolland no los había oído llegar, golpeó al joven en la nuca orillándolo a tirar el arma. Después lo pateó mandándolo al suelo con un golpe seco y al final tomó la pistola sin darle oportunidad de levantarse. Víctor lanzó una sonora risotada llena de algarabía al contemplar el espectáculo, mientras que Audrey trataba de no perder la cordura tras vislumbrar a Carson completamente debilitado en el piso.
—Ya que tanto quieres a tu querida alumna, únete a ella y mueran los dos —musitó Víctor de una manera tan psicótica que a Audrey se le pusieron los pelos de punta—. ¡Hey, tú! —exclamó mirando hacia el exterior de la cabaña—. Ya sabes qué hacer.
Entonces, hizo su aparición en las inmediaciones una de las personas que Audrey menos esperaba ver por allí. Al instante, sus ojos se llenaron de lágrimas debido al sentimiento de traición que estaba experimentando por dentro, porque tal parecía que todos a su alrededor empezaban a revelar su verdadera naturaleza.
—Anthony... —murmuró. Las lágrimas rodando por sus mejillas. En tanto el joven agachó la cabeza sin atreverse a mirarla—. ¿Cómo pudiste?
—Lo lamento. Yo no quería...
—Cierra el hocico y haz tu trabajo bien por una vez, ¿quieres, inútil? —Víctor no solo le habló de un modo tan apático, sino que le soltó un repentino golpe en la espalda para que se diera prisa—. ¡Llévenlos al ático!
Anthony avanzó apesadumbrado hacia ella con una gruesa cuerda en las manos, mientras otros cuatro tipos, supervisados por Víctor, transportaron a la chica, al tutor y dos sillas a la segunda planta de la construcción, donde los metieron en un lugar polvoriento y oscuro en el que estaban rodeados de tiliches inútiles. Ya allí, juntaron las dos sillas y los obligaron a sentarse espalda con espalda. Ninguno opuso resistencia debido a lo debilitados que estaban por los golpes, aunque Audrey deseaba tener las fuerzas suficientes para al menos patear a sus agresores.
—Procura dejar el nudo bien apretado, inútil, o te juro que esta vez sí me las pagarás —le dijo el tutor a Anthony, a lo que este asintió luciendo preocupado.
—Como diga, señor —habló el chico.
—Lo has jodido varias veces, ¿sabes? —prosiguió Víctor—. Desde aquella fiesta del tal Oliver Grey a la que fuiste, tenías solo un maldito trabajo qué hacer. Tenías que vaciar todo el contenido del frasco que te dimos en el vaso de este monstruo, ¡y resulta que le colocaste menos de la mitad, así que por tu culpa no surtió efecto! Se suponía también que moriría envenenada en la cita que tuvieron hace poco, pero tú, maldito imbécil, tenías que tirar el estúpido refresco. ¡¿Acaso te pago para ser un inútil?!
—No, señor —murmuró el mesero con la cabeza baja.
—Más te vale que no me falles esta vez o el siguiente funeral será el tuyo, ¿me oíste, pendejo?
—Sí, señor.
Mientras Anthony ataba a Rolland y Audrey, Víctor ordenó a los encapuchados que dejaran al «inútil» hacer su trabajo por sí solo y lo acompañaran al piso de abajo, donde realizarían la última parte del plan.
En cuanto los tres se quedaron solos, la furia de la joven contra el chico resurgió cual fénix de las cenizas. No hubo debilidad que le impidiera musitar dos únicas palabras atiborradas del odio más profundo que hubiera sentido en sus dieciséis años de vida.
—¿Por qué?
Anthony la miró. Por sus ojos color mar alcanzó a contemplarse un destello de vergüenza, pero ella no se conmovió, pues estaba empezando a creer que ya no podía confiar en nadie, e incluso, ni siquiera en el propio Darren. Sin embargo el simple pensamiento la aterró y decidió concentrarse de nuevo en el mesero.
—¡¿Por qué me hiciste esto?! ¡¿Cómo pudiste?!
El chico la miró lleno de tristeza mientras ataba sus tobillos a los de las patas de la silla.
—Audrey, lo lamento mucho, es que yo...
—¡Me mentiste, Anthony! Todo este tiempo lo único que querías era perjudicarme igual que Víctor y Monique, ¡y yo ni siquiera te he hecho nada malo! Hasta me caías bien, pero ahora lo único que siento es repudio por ti y por todas las palabras bonitas que me tragué de tu boca. Te odio...
Las últimas palabras fueron escupidas por Audrey con tanta rabia que hasta Rolland sintió pena por Anthony, pero solo momentánea, porque en seguida fue reemplazada por el mismo desprecio que la rubia.
—No, por favor no me odies. Te juro que lo que menos quería era lastimarte, por eso tiré el refresco en nuestra cita; no quería que lo ingirieras sabiendo lo que le había puesto antes de dártelo.
—¡Eso no borra nada! ¡Eres un maldito mentiroso!
—Audrey, por favor, no quiero hacerte daño, ¡créeme!
—Entonces libéranos. Deja que nos vayamos y prueba que no deseas dañarme.
La voz de la canadiense estaba acompañada de un visible tono desafiante que ninguno de los otros dos pudo pasar inadvertido. Anthony la observó con ojos suplicantes. Reflexionó una y otra vez lo dicho por ella, y cuando finalmente parecía haber aceptado su requerimiento, algo pareció recordar, algo quizá no muy bueno, porque entonces negó con la cabeza y dijo:
—Lo siento, Audrey. No puedo hacer eso.
—¡¿Por qué no?! ¡Tienes que dejarnos ir ahora!
—Es que no puedo, no puedo, ¡no puedo! —gritó con las lágrimas saliendo de sus ojos—. Solo cierra la boca y deja de pedirme cosas que son imposibles que haga, ¡tú no entiendes nada!
Cabe resaltar que ella nunca había visto al chico de esa manera, tan enloquecido, tan fuera de sí que no parecía el mesero amigable que intentaba conquistarla vez tras vez, causando los celos de Darren. Iba de un lado a otro tirándose del cabello con la fuerza de quien se siente desesperado, y cuando al fin acabó de atar ambos cuerpos lo suficientemente bien para que no pudieran zafarse, caminó hacia el costado derecho del ático, hizo algo que ni Audrey ni Rolland pudieron ver, y después se fue, no sin antes volverse desde el marco de la puerta a decirle a la chica:
—Perdóname, Audrey. Perdóname por lo que estoy a punto de hacer. Sé que al final, sin importar adónde vayan las almas de los muertos, podrás entender porqué hice lo que hice.
Seguidamente sacó una caja de cerillos del bolsillo de su pantalón. En cuanto Rolland y Audrey se dieron cuenta de lo que planeaba hacer, sus ojos se abrieron de par en par; intentaron sacudirse, pero por más fuerza que le imprimieron no pudieron ni aflojar la cuerda.
—¡Anthony, no por favor! ¡Anthony! —gritaron, en cuanto el chico hizo amago de marcharse—. ¡Anthony vuelve, no te vayas!
—Lo siento, chicos... —susurró, y a continuación, su figura desapareció del pasillo rumbo a la primera planta, donde, con cierto pesar sobre la cabeza, se reunió con Víctor, los encapuchados y la recién llegada Monique Blanchard.
—Dime que ya los ataste, inútil —dijo la antigua asistente de Leonard apaenas verlo, hablando de la misma forma hosca que Víctor utilizaba al dirigirse a él.
—Sí, señora.
—Menos mal. Ahora, a deshacernos de ellos. ¿Gasolina?
Un par de encapuchados comenzaron a vertir el contenido de dos garrafones sobre el suelo, las escaleras y los alrededores de la cabaña, y cuando este se acabó, le regalaron a la pelinegra una reverencia en señal de haber obedecido sus órdenes.
—¿Cerillos?
Anthony observó la cajita en sus manos antes de dársela sin ninguna otra alternativa.
En cuanto la tuvo en su poder, la falsa francesa no dudó ni dos segundos en encender un fósforo y tirarlo despreocupadamente, para después vislumbrar, fascinada, cómo las llamas empezaban a envolver cada centímetro de la cabaña, consumiendo cualquier objeto que se encontrara a su paso con gran avidez. Víctor se unió a su algarabía, y una vez que el fuego se vio reflejado en sus ojos, ambos sonrieron con malicia, completamente satisfechos de sí mismos.
—Lo logramos —farfulló Monique tan alegre como una niña con juguete nuevo.
—Así es. Él estará muy orgulloso de nosotros. ¡Vámonos!
Los encapuchados le regalaron al tutor una inclinación, comenzando a alejarse de la cabaña tras ellos. Anthony iba detrás, pero la orden no le impidió girarse una última ocasión a ver, consternado, el desastre que había causado.
....
Dominik Parker llegó a la casona en punto de las doce de la madrugada. Para entonces, Morgan, Oliver y Darren lo esperaban angustiados explorando todas las posibilidades acerca de dónde podría estar Audrey. Cuando un aleteo se oyó a las afueras de la habitación de la canadiense, el espectro se apresuró a asomarse por el balcón y fue allí donde se dio cuenta de que Dom no iba solo, sino con otra chica de rasgos claramente mexicanos, cuya piel morena resplandecía gracias a la pálida luz de sus alas, las cuales se fueron desvaneciendo en cuanto sus pies tocaron el suelo de la recámara.
—Hola, Darren —habló Dominik una vez que ambos estuvieron en el cuarto.
—¡Al fin llegas, Parker! —exclamó Oliver mordiéndose las uñas—. Te has tardado mucho.
—Lo lamento, es que mi hermano me distrajo mostrándome otro de sus experimentos. He decidido traer a alguien más para que nos ayude en la búsqueda de Audrey, su nombre es Lilla Murillo y tiene la capacidad de rastrear olores por más débiles que sean, quizá pueda servirnos de algo —dicho lo anterior, tomó de los hombros a la morena y la presentó ante Darren y Oliver, mientras que Morgan se restó a saludarla con un movimiento de la mano—. ¿Cómo está Chester?
—No ha despertado, ¿crees que puedas ayudarnos con eso? —pidió Phillips señalando el cuerpo inconsciente del perro, a lo que su compañero asintió y caminó hasta posarse frente a él. Tras colocar una mano en su cabeza, de su palma nació una luz verdosa que envolvió al cachorro durante algunos segundos.
Chester permaneció con los ojos cerrados aún momentos después de que la luz se hubiera apagado, pero cuando todos comenzaban a pensar que no ocurriría nada, los abrió poco a poco, primero que nada, cayendo en cuenta de la presencia del Iztac.
—Hola, amiguito, ¿cómo estás? ¿Me reconoces?
Oliver resopló.
—¡Como si te fuera a contestar, Parker! —exclamó, ganándose una mala mirada por parte de los tres Sangre Blanca presentes.
—Ya te he dicho que los Iztac tenemos una gran asociación con la naturaleza, por lo que podemos hablar con los animales, las plantas y los árboles, así que cierra la boca y déjame concentrarme o no podremos encontrar a Audrey. Y si no la encontramos, Grey, juro por lo más sagrado del mundo que terminaré lo que dejé pendiente hoy, ¿está claro?
Oliver suspiró. No dijo nada, pero su actitud reveló que no hablaría solo para salvaguardar su trasero de la furia de los Iztac, por lo que un momento después, Dominik siguió con lo suyo.
Chester, por su parte, ladró un par de veces y luego frotó la cabeza contra el cuerpo del Iztac en un ademán de confianza.
—¿Estás seguro de lo que dices? —A la pregunta de Dominik, surgió otro ladrido por parte del can—. Entiendo... Dice que fue una mujer la que entró en la casona. Él intentó atacarla, pero recibió un golpe que lo dejó inconsciente. ¿Alguna idea de quién pudo haber sido?
Pero todos negaron con la cabeza. Ni siquiera a Darren se le venía a la mente alguna posible culpable de la desaparición de su chica, y esto no solo decepcionó a los dos Iztac masculinos, sino que los enfureció, porque aunque no lo expresaron, sabían que de no haberla dejado sola en la mansión, nada de eso hubiese pasado.
—De acuerdo... Lilla, necesito que nos ayudes a rastrear el olor de Audrey. Chester dice que fue aquí en la recámara donde estaban antes de un apagón que hubo, ¿crees que esto te pueda servir?
El chico le pasó a la Iztac un suéter de su protegida, y ella asintió inhalando la fragancia natural que desprendía el trapo.
En un pasado no muy lejano, Audrey solía usar un agradable perfume de frutos rojos, pero se lo había dejado de aplicar justo después de conocer a Morgan, ya que eso era lo que hacía que el Canum la localizara más fácilmente. Esa era la razón por la que ahora no había ni una flor ni un fruto base para su aroma, sin en cambio, nada de ello representó un impedimento para Lilla cuando se acercó el suéter a la nariz.
—El olor me guía hacia la planta baja —dijo, y comenzó a caminar fuera de la habitación con los demás siguiéndola.
Dominik se despidió de Chester prometiendo que volverían lo más pronto posible con Audrey a salvo, posteriormente, caminó hacia la salida guiado por Lilla.
....
El olor a madera chamuscada llegó a la nariz de Rolland y Audrey mientras intentaban zafarse de las cuerdas con que Anthony los había atado. Llevaban ya vario tiempo sacudiéndose, pero no lograban nada en absoluto.
—¡Rolland, ¿hueles eso?! —exclamó Audrey alarmada.
—Yo no fui, ¡lo juro!
—¡No eso, tonto! Huele a que algo se está quemando... ¡Tenemos que salir de aquí ya! Tira con más fuerza, ¡vamos!
—¡Eso intento, pero es que la cuerda está muy apretada!
Sin embargo, por mucho que lo trataran, no conseguían liberarse de los nudos que los aprisionaban en las sillas. Audrey sabía que cada segundo transcurrido en aquél frío ático era un momento más cerca de su muerte, porque aunque no podía verlas, las llamas ya empezaban a ascender por las escaleras transformando todo en cenizas. El calor se hizo con cada rincón de las inmediaciones, pero ante todo, el humo comenzaba ya a ser cada vez más denso, al punto en que a ambos les estaba empezando a costar trabajo respirar sin sentir que sus pulmones ardían.
—¡Vamos! —exclamó, cada vez más nerviosa.
Ambos intentaron de mil y un maneras liberarse sin éxito alguno. Abajo, las llamas ya alcanzaban una altura desproporcionada tras haber absorbido el mobiliario y gran parte de la estructura y el olor delataba el poco tiempo que tenían para salir de allí antes de morir envueltos por el fuego, por lo que redoblaron esfuerzos haciendo cualquier cosa que se les ocurriera, aunque como era de esperarse, nada les funcionó.
Desesperada, Audrey intentó desatar el nudo tras su espalda, pero debido a que sus muñecas estaban atadas, casi no podía moverse. Sin embargo, fue solo hasta el momento en que sintió el dolor de la fricción entre el mecate y su piel que de súbito, un foco se encendió en su mente.
—¡Eso es! ¡¿Cómo no lo había pensado antes?!
—¿Qué cosa? —Cabe destacar que para entonces, la frente de Rolland ya hasta goteaba sudor de tanta fuerza que le invertía a su intento de escape.
—¡En la cintura de mi pantalón traigo un cuchillo!
Rolland achicó los ojos.
—¡¿Y esperaste hasta ahora para decírmelo?!
—Es que lo olvidé, lo siento. ¿Crees que puedas tratar de agarrarlo? Está a mi costado izquierdo, pero debes darte prisa, porque... —lanzó un par de toses— el fuego casi nos alcanza.
Asintiendo, el chico estiró las manos todo lo que pudo, retorciéndose tanto como su cuerpo atrapado se lo permitió hasta que las yemas de sus dedos alcanzaron a tocar el mango del dichoso cuchillo, y fue cuando empezó a deslizarlo lentamente hacia afuera de la pretina del pantalón. Minuto a minuto, el humo inundaba cada vez más el lugar, por lo que lo hizo lo más rápido que pudo, frustrado al saber que el proceso estaba demorando muchísimo.
Una vez que lo tuvo en su mano, celebró con un bajo grito de victoria, sin embargo, lo más difícil estaba por venir.
—Ahora trata de cortar la soga lo más rápido que puedas, ¡anda!
—¡Vale cheto, esto va a llevarnos una eternidad! —exclamó el chico, por supuesto, añadiendo aquel insulto mexicano con el que siempre solía terminar sus frases.
—¡Eso no importa, lo único que quiero es salir de aquí con vida! —grito Audrey enloquecida, viendo cómo el color naranja de las llamas ya empezaba a alumbrar el pasillo en señal de que no tardaría en envolver todo lo que encontrase a su paso.
....
Por otro lado, Lilla ya llevaba un buen rato guiando a los demás de acuerdo al olor que destilaban los pasos de la canadiense cuando se dieron cuenta del largo camino que llevaban recorrido. Gracias a sus condiciones de seres paranormales, tenían la ventaja de haberse vuelto imperceptibles a ojos de los humanos y poder volar con completa tranquilidad, mas eso no impedía que los nervios hubieran dominado a los cinco a partes iguales, pues a cada momento que pasaba sin que Lilla dejara de olfatear el olor de la chica, más comenzaba a preocuparles que algo malo le hubiera pasado para cuando la encontraran.
—¿Ya vamos a llegar? ¡Hemos volado durante mucho tiempo! ¿Cómo pudo llegar tan lejos? —se quejó Morgan ya cansado de tanto aletear a una altura muy cercana al suelo.
—Tienes razón, ¿de qué manera pudo haber llegado hasta aquí en tan poco tiempo? —Dominik ya estaba sufriendo por dentro, pues sabía a la perfección que si algo le llegaba a ocurrir a su protegida, no se lo perdonaría jamás.
Se debatieron un largo rato, explorando todas las posibilidades, hasta que luego de más de una hora que a ellos les pareció una eternidad, Lilla sintió un cambio en la trayectoria del olor justo en la linde de un bosque. A la orilla no solo había un rastro más fuerte, sino que las huellas de las llantas de un vehículo se encontraban estampadas en la tierra. Apenas reparó en ellas, no tardó en llamar a los otros.
—¡Oigan, miren esto! —gritó, agregando un ademán de su mano que los atrajo en seguida—. ¿Ven? Son huellas de ruedas, de un vehículo. Más específicamente, de una cuatrimoto.
—Rosewood, ¿conoces a alguien que tenga una de esas?
La pregunta de Oliver puso a reflexionar largo y tendido al fantasma. Pensó en Rolland, Lisa, Alex, e incluso hasta en Demián, pero no recordaba haber visto tal vehículo antes, por lo que negó con la cabeza y la turbación se acrecentó entre el grupo.
—El olor me dice que se fue por allá. —Lilla señaló hacia el interior del bosque.
—¡Pues andando! —Morgan echó a correr como alma que lleva el diablo, y sin dudarlo, los demás fueron tras él, esforzándose por no darle importancia al pensamiento de que Audrey pudiera estar muerta para cuando ellos la encontraran.
....
El fuego ya había alcanzado el polvoriento ático cuando Rolland apenas llevaba la mitad de la soga cortada. En ese momento, las llamas comenzaban a consumir parte de los tiliches arrinconados en una esquina de la habitación y por la rapidez con la que se propagaban, Audrey sabía que no faltaba mucho para que su calzado empezara a arder, de manera que se había dedicado a presionar a Rolland a fin de que acabara de liberarlos lo más antes posible, sin embargo, sus gritos no ayudaban en nada.
—¡Vamos, Rolland, mueve esas manos! —exclamaba, ya con las lágrimas a punto de salirle, porque no quería morir, y menos de una forma tan lenta y dolorosa.
—¡Ya voy, ya voy, no me presiones!
—¡Es que vamos a morir! ¿No puedes hacerlo más rápido?
—¡No es tan fácil, carajo! La soga está muy gruesa.
Al acabar de decir aquello, ambos oyeron el estruendo de una tabla que se desprendió del techo y por poco cayó sobre Audrey, solo unos centímetros la salvaron de morir descalabrada, lo cual hizo que los nervios aumentaran en su sangre, ya que esto únicamente lograba obviar cuán frágil se había vuelto la estructura debido al incendio.
Desde luego que además de su mayor problema, el humo también se transformó en una señal de peligro, y es que ambos ya sentían arder sus pulmones con cada respiración que tomaban. Ya casi ni podían articular una frase completa sin que las toses los interrumpieran, por no mencionar el ardor en sus ojos o las lágrimas involuntarias que esto provocaba.
—¡Muévete, Rolland!
El suelo alrededor de ellos también empezó a consumirse cuando Audrey dijo lo anterior a voz de grito. Estaba llorando, alterada en su totalidad con solo pensar en cuán tortuosa sería su muerte y la del tutor.
Una llama alcanzó la pata de su silla y fue allí donde se entregó a la locura. Pensó en tantas cosas y en nada a la vez... Pensó en Darren, las verdades que había descubierto, en lo patético que resultaba el tener un ángel de la guarda incapaz de haberla salvado de las garras de la muerte en ese momento. Mas también se concentró en decirle adiós a todo por lo que había luchado en sus cortas dieciséis primaveras. Adiós a su sueño de ser diseñadora de interiores. Adiós a dejar de lado el dolor por todo lo que Tyson le había hecho pasar, y adiós a descubrir porqué era ella la única capaz de ver al fantasma sin el uso del dije.
Derramó lágrima tras lágrima y ya ni siquiera sintió la necesidad de exigirle a Rolland que se apurara a liberarlos, porque su ropa había empezado a sentirse caliente, lo que fue un claro signo de que era tarde e iba a morir.
No supo cuál de las dos muertes era peor, más dolorosa. Si la de caer de un puente o la de morir quemada en mitad de un incendio provocado por la ex-asistente de su propio padre. La diferencia radicaba en que la primera resultaba exprés, con mucho dolor por el impacto del cuerpo con el pavimento pero demasiado rápida para notarlo, mientras que la otra era todo lo contrario.
—Audrey, ¿me escuchaste?
La voz del tutor la obligó a parpadear confundida. Cuando medio volteó la cabeza para mirarlo, se dio cuenta de que él ya estaba inclinado cortándose las cuerdas de los tobillos, y solo allí cayó en que por fin había acabado de trozar las de sus manos, de manera que se apresuró a desatarse ella también, presionada con la simple imagen de las llamas tocando su ropa de a poco.
—¡Andando, tenemos que salir de aquí!
Le hizo caso a Rolland. No pasó por alto el irónico hecho de que ahora él era quien la presionaba a ella, sin en cambio se concentró en obligar a sus dedos poco hábiles a desatarle los tobillos lo más rápido que pudieran. Le resultó difícil debido a la presión en el ambiente, pero una vez que pudo terminar, se paró con mucha dificultad y tomó la mano de Rolland, disponiéndose a escapar del maldito ático en el que Anthony los había aprisionado.
Por desgracia no fue tan fácil como ellos pensaban.
Para el momento en que se vieron libres de sus ataduras, ya las llamas les habían cerrado el paso bloqueando el umbral de la puerta y todo en rededor, dejándolos en una jaula de fuego impenetrable que los aterrorizó.
—¡¿Qué hacemos ahora, Rolland?! ¡Vamos a morir!
Audrey tuvo que vociferar aquello, pues sus oídos habían sido invadidos por un molesto zumbido que no la dejaba medir el volumen de lo que decía o lo que escuchaba.
—¡No sé, abajo todo está en llamas! —le devolvió el chico, mirando hacia todos lados con gotas gordas de sudor cayendo por su frente.
Audrey, completamente horrorizada, miró su entorno también buscando una manera de escapar antes de que ardieran como todo en ese pequeño ático. Las lágrimas le nublaban la vista, el calor ya se había tornado insoportable, y además, los pensamientos acerca de su futura muerte no la dejaban analizar nada con la claridad necesaria. Sin embargo hizo el esfuerzo sobrehumano de concentrarse lo más posible y justo cuando el fuego amenazaba con arrinconarlos todavía más entre sus garras, vio algo a través del espeso humo casi negruzco frente a ella.
—¡Rolland, mira! —llamó la atención de su tutor señalando lo que sus ojos habían encontrado.
Aquello que les dibujó instantáneamente una sonrisa en sus bocas, fue ni más ni menos que una ventana en el muro paralelo al umbral de la puerta. Era circular, pequeña, pero no tanto como para que sus cuerpos no pudieran caber por ahí, y por si fuera poco, estaba entre abierta.
¡Estaban casi salvados!
Sin embargo, solo había un problema para nada diminuto o insignificante...
Una cortina de fuego que se cerraba cada vez más, les impedía dar un solo paso hacia su libertad. Ambos trataron de hallar un modo de sortearla, pero no había nada que pudiera auxiliarlos. Rolland pensó, pensó y pensó hasta el cansancio, y al final, sabiendo que no existía alternativa, dijo, como quien anuncia su sentencia de muerte:
—Creo que vamos a tener que atravesar las llamas.
Audrey de inmediato negó ferviente con la cabeza.
—¡Eso no, Rolland, yo no quiero morir quemada, no quiero!
—No hay de otra, pequeña, tendremos que hacerlo o sí moriremos.
—¡Pero es que... es que...!
La chica abrió los ojos de par en par imaginando lo doloroso que sería cruzar como si nada la lumbre ardiente para llegar hacia la ventana. Recordó las manchas blanquecinas en la piel de Lisa y el tutor tras el incendio del aula de Química, y se dijo que de ninguna manera sería capaz de pasar por eso, mas Rolland insistió tanto que pronto perdió el control de sus emociones. Por primera vez, la siempre tranquila y centrada Audrey se volvió loca; gritó, pataleó, lloró rogando no tener que hacer nada de lo que Carson le pedía mientras él trataba de convencerla de lo contrario.
—¡Audrey, tenemos que salir de aquí! ¡El fuego está a punto de tocarnos!
—¡No quiero, no quiero, no quiero! No quiero morir, Rolland, ¡no quiero morir!
—No vas a morir, pequeña, pero debes hacerme caso.
—¿Y si me quemo?
A Rolland le dolió ver las lágrimas escurrir en el rostro de su alumna, sobretodo sabiendo a lo que necesitaban enfrentarse, pero no flaqueó y siguió fingiendo seguir siendo el dueño del control, como siempre desde que había conocido a la canadiense.
Fue entonces, cuando ya sentía arder su pie, que tomó a la chica del brazo y le dijo de un modo tranquilo que contrastaba con la situación a la que le estaban haciendo frente:
—Mira, pequeña, no voy a mentirte, está claro que nos vamos a quemar, pero solo será un segundo y ni lo vamos a sentir. Llegaremos a la ventana, luego encontraré una forma de sacarte de aquí a salvo; buscaremos ayuda y después todo volverá a la normalidad, ¿me entiendes? ¿Sí me entiendes, pequeña?
—Es que tengo miedo, tengo miedo del dolor, Rolland.
—Yo también tengo miedo, y mucho, pero no te voy a dejar morir. Yo... Metería las manos al fuego por ti, incluso literalmente, pequeña. Así que si pudieras tomar valor y hacer lo que te digo, ambos podríamos acabar con esta pesadilla en la que estamos metidos, pero no servirá de nada si tú no me ayudas.
»Tú siempre has necesitado de mí en la escuela, para aprender e ir al paso de los demás alumnos, pero ahora yo necesito de ti. Debemos trabajar en equipo y solo así acabará esto. Lo haremos juntos, ¿de acuerdo?
La chica, todavía horrorizada, asintió.
—Vale, ¿estás lista? —nuevamente, otro gesto afirmativo—. ¡Ahora!
Rolland sintió que su piel se quemaba en tanto atravesaba la muralla de llamas que se había arremolinado en torno a ellos. Lanzó un horroroso aullido de dolor sin poder evitarlo, pero cuando pudo constatar que estaba solo a unos centímetros de la ventana entreabierta, trató de pasarlo por alto y se atrevió a festejar por adelantado que casi sentía la libertad en la punta de los dedos.
Pero súbitamente ocurrió algo que lo horrorizó hasta hacer latir su corazón a mil por segundo.
Primero oyó un estruendo a espaldas suyas sumamente fuerte, y cuando volteó, se topó con que el suelo debajo de Audrey se había desbaratado hasta dejar un hoyo enorme por el que se podían vislumbrar las llamas del piso inferior. Pero lo que casi lo petrificó, fue el grito que oyó a continuación, precedido por un tirón en su muñeca que lo arrastró de nuevo entre las llamas.
—¡Rollaaaaaaand!
El chico no pudo creer lo que veía ni porque estaba ante sus ojos.
Audrey, su joven alumna, yacía colgando de la muñeca del tutor en la orilla del agujero que había dejado el suelo roto, y las manos le sudaban tanto que no faltaba mucho para que cayera y encontrara su muerte a manos del fuego debajo de sus pies.
La chica estaba sumamente asustada. Intentaba no mirar abajo, pero le era imposible no sentir el calor alcanzando las puntas de sus zapatos.
Por su parte, Rolland tampoco la estaba pasando bien, pues su cuerpo se hallaba en mitad de las llamas. Deliraba del dolor y a eso hay que sumarle el esfuerzo de cargar con el peso de Audrey, casi a punto de caer.
—¡Rolland, ayúdame! —exclamó ella, con el terror palpitando en su sangre.
Carson parpadeó un par de veces y después se apresuró a tomarla por el otro brazo para tirar de ella hacia arriba, mientras Audrey hacía lo suyo intentando que el peso no le ganara.
Fueron largos segundos llenos de incertidumbre antes de que la chica pudiera estar a salvo de nuevo, y apenas logró estar fuera del alcance del agujero, tomó la valentía necesaria para cruzar el velo de fuego que ya Rolland había atravesado, con la piel ardiéndole de dolor debido a las llamaradas que lo habían tocado.
Por fortuna la ventana no estaba tan alta, por lo que el muchacho trepó sin perder ni un segundo con mucha dificultad y salió hacia la marquesina del segundo piso, sintiendo por primera vez en lo que a él se le antojaron horas, el viento fresco de aquella noche de enero en su rostro y cuerpo margullado.
Al saberse casi libre, el muchacho giró para ayudar a su alumna a salir también. Para desgracia suya, no pudieron anticipar la caída de otra tabla desde el techo, de manera que cayó golpeando a su paso el hombro de Audrey sin que ninguno fuera capaz de evitarlo. De manera que al trepar a través de la ventanilla, a Audrey no solo le ardía el cuerpo a causa de las llamas, sino que ahora también quería llorar gracias al dolor insoportable de su hombro.
Para entonces las prendas de ambos estaban chamuscadas, llenas de hoyos, sangre y sudor.
—Tendremos que saltar —anunció él cuando ya estuvieron reunidos en la marquesina.
Ambos miraron hacia abajo vislumbrando con temor los metros que los separaban del suelo. Había ramas, árboles y arbustos, pero ni así les gustaba la idea de tirarse al vacío sin saber lo que les esperaba. No obstante, no había de otra. De hecho, lo único que terminó por convencerlos, fue ver que la casa poco a poco se iba cayendo a pedazos y pronto solo quedarían puras ruinas.
De manera que, armándose de valor, ambos dieron un salto que los hizo caer con brusquedad sobre varias ramas en el pastizal del bosque. Se rasparon, sintieron que se les partió uno que otro hueso y Audrey aulló al haber sentido un delirio incomparable gracias al tobillo que se dobló cuando cayó, pero no se detuvieron y se alejaron unos cuantos metros de la cabaña hasta que estuvieron lejos del fuego.
Entonces, Rolland hizo que Audrey se detuviera.
—¿Qué pasa? Tenemos que apurarnos a buscar ayuda.
Él negó con la cabeza.
—No, pequeña. Tú tienes que buscar ayuda.
—Pero, ¿y tú?
—Yo debo ir a buscar a Víctor. Quiero vengarme por haberte hecho tanto daño a ti, y también por haber asesinado a Fany. ¡Me niego a que salga impune!
—Pero, Rolland, no puedes hacer eso. ¡No puedes dejarme!
—Lo siento, pequeña —murmuró, a lo que ella lo miró entristecida.
—¿Por qué haces esto, Rolland? —dijo, con la voz quebrada y soltando algunas lágrimas—. ¿Por qué me salvaste y ahora me dejas sola?
Él se quedó callado un momento, pero después sonrió y usó una mano para limpiarle la cara a su alumna.
—Pequeña, ¿recuerdas cuando te dije que los amigos solo son impedimentos para llegar a la cima? —Ella asintió, recordando el día en que su tutor le había soltado eso—. Toda mi vida creí que así era, que los amigos eran una pérdida de tiempo total con la que no podría llegar a cumplir mis sueños, pero ¿sabes qué creo ahora? Que no hay nada de cierto en aquella estupidez. Cuando te conocí, no pensé que llegarías a ser el humanito más importante en mi vida, sino que solo pensaba en ti como una extranjera más a la que tendría que regularizar para que fuera a nivel de los demás estudiantes en la preparatoria. Sin embargo, con cada broma que te hacía, con cada tutoría que te daba, me fui encariñando más contigo hasta que pasaste de ser mi alumna a ser mi mejor amiga, una de las únicas que he tenido hasta ahora. Me escuchaste, me ayudaste cuando perdí a Demián y eres la única que sabe que Gustavo Carson no es mi padre en realidad, ¿y sabes qué? Audrey Lynn Williams, eres la persona más especial en el universo entero. Mereces lo mejor del mundo, y sin tu ayuda no habría podido darme cuenta de que los verdaderos amigos existen. No son un impedimento para lograr tus metas. Son el mayor tesoro que alguien podría encontrar en toda su maldita vida.
Para ese momento, los dos ya lloraban debido a las conmovedoras palabras del chico. Este tomó las manos de Audrey entre las suyas y las acercó a su boca, depositando un tierno beso en ambas.
La joven se soltó de su agarre, lo rodeó de la cintura con los brazos y lo abrazó tan fuerte como si no se hubieran visto en años. Nunca había abrazado a nadie con la fuerza y con el sentimiento con el que ahora abrazaba a Rolland, y eso se debía, nada menos, al infinito cariño que un día había empezado a desarrollar por él.
De haber sido otra la situación, la chica habría podido inhalar la suave fragancia de su tutor, pero esta vez lo único que le llegó a la nariz fue el olor a quemado de su ropa, sin embargo, no le importó. Lo único que quería era demostrarle cuánto había aprendido a quererlo.
—Te quiero mucho, Rolland. ¡Eres el mejor tutor que pude haber tenido!
—Yo también te quiero, pequeña. Eres la mejor alumna que me pudieron haber asignado.
Pasado un momento en el que permanecieron abrazados, el chico se soltó de su agarre y se alejó unos pasos.
—Debo irme, pequeña, esto no puede quedarse así.
—Pero... pero... ¿Qué hago yo?
—Ve hacia la linde del bosque. Allá nos encontraremos. Te alcanzaré tan rápido como pueda.
—¿Lo juras? —preguntó, con ojos suplicantes.
—Lo juro.
Y entonces, el chico salió disparado hacia el oriente del bosque, dispuesto a encontrarse con el agresor de Audrey, asesino de Fany.
Recorrió la arboleda durante varios minutos, teniendo que soportar el dolor que lo aquejaba en los brazos, en las piernas, en todo el cuerpo. No se atrevió a detenerse, porque lo único que quería era acabar con Víctor e ir a reunirse con su alumna para salir de allí.
Las ramas de los árboles se balanceaban gracias al viento que soplaba en el lugar, y los arbustos atraparon la ropa del tutor más de una vez, pero eso no lo detuvo.
Por su parte, Darren, Oliver, Morgan, Dominik y Lilla llegaron a las entrañas del bosque y observaron atónitos la cabaña que ardía a varios metros de ellos. Se preguntaron si era conveniente correr hacia allí e investigar si se encontraba Audrey en los alrededores, pero justo cuando pensaban en dirigirse hacia la casa en llamas, oyeron unas voces a su izquierda y se giraron, protegidos por la invisibilidad que sus poderes les otorgaban.
—¡Lo logramos, maldita sea! —Ese fue Víctor, quien miraba maravillado el espectáculo que se producía en la cabaña. A su lado estaban varios tipos encapuchados, pero fue él quien se ganó la específica atención de los Iztac, el fantasma y el Cazador.
Cuando repararon en él, Darren, Dominik y Oliver, achicaron los ojos con suspicacia y dijeron al mismo tiempo:
—¡Víctor!
Observaron al tutor celebrar con entusiasmo el incendio en la cabaña, pero en cuanto comenzaban a preguntarse a qué diablos se debía esa emoción que los embargaba tanto a él como a sus acompañantes, una débil voz se hizo escuchar a sus espaldas, bastante conocida por el espectro, el Cazador y uno de los Iztac, pero no para los otros.
—¡Víctor! ¡Hijo de la chingada, voy a matarte!
Un débil Rolland, lastimado y sangrando, se acercó a su colega invirtiendo demasiado esfuerzo en ello. Los que lo habían reconocido entre la manada de entes sobrenaturales abrieron los ojos sin poder concebir que estaba en aquél deplorable estado, sin embargo, evitaron hablar en espera de poder comprender la situación.
—¿Otra vez tú? ¡Ya deberías estar muerto, maldito!
—¡El que va a morir es otro! —exclamó, y, con todo el esfuerzo del mundo, se lanzó contra Víctor iniciando una pelea a golpe limpio que desde luego lo dejó muy perjudicado.
Sin embargo, el chico no se dio por vencido. Tiró puñetazos en el rostro a su enemigo, lo pateó en sus partes nobles y logró someterlo tirándolo al suelo con gran habilidad, producto de su entrenamiento como hijo de un policía.
Desafortunadamente, para cuando los Iztac, el Cazador y el espectro creyeron que ya estaba todo bajo control, sucedió algo...
Alguien apareció por detrás del muchacho, más específicamente, Monique Blanchard.
Monique sonrió maquiavélicamente.
Entonces se oyó un sonoro estruendo...
Y una bala le atravesó la garganta a Rolland, matándolo instantáneamente.
—¡Rollaaaaaaand! —el espectro gritó sin poder creer lo que sus ojos miraban.
El cuerpo del tutor cayó lentamente en el suelo, inerte, con un hoyo en la garganta y los ojos abiertos, pero el brillo escapando de a poco en ellos.
Darren no pudo creerlo, ni Dominik, ni Oliver, Morgan o Lilla, pero así era. Allí, frente a sus ojos, acababa de morir asesinado uno de los incondicionales de Audrey, de la manera más cruel posible por parte de quien ya sonreía observando el cadáver a sus pies.
—¡Bien hecho, Monique! Al fin te deshiciste de este imbécil —dijo Víctor observando a su antiguo colega—. ¿Me dejarías rematarlo?
—Será un placer.
Entonces, ante las desorbitadas miradas de los que eran imperceptibles a ojos humanos, Víctor tomó la pistola que Monique le cedía y le dio dos tiros más al cuerpo; uno en el vientre y el otro en el pecho. Posteriormente dibujaron una sonrisa en sus bocas y corrieron, abandonando a Rolland sin importarles qué sería de él cuando lo encontraran.
A Darren, Oliver, Dominik, Morgan y Lilla les costó mucho tiempo salir de su estupor. Observaron a Rolland allí, tendido en el suelo con los tres agujeros de las balas en su inerte cuerpo y no pudieron dejar de pensar en lo desalmado de Víctor y Monique.
Darren se acercó, se acuclilló para estar a su altura y con gesto solemne le cerró los ojos, que habían permanecido abiertos hasta entonces. Él y Lilla derramaron un par de lágrimas involuntarias, y muy dentro, a todos les dolió el corazón al pensar en lo que significaría esto para Audrey.
—Descansa en paz, Rolland —murmuró el fantasma, adolorido por la manera en que el chico, a tan temprana edad, había perdido la vida a manos de Monique—. Gracias por todo...
....
Audrey cojeaba soportando el dolor en su tobillo lo más que podía mientras se dirigía hacia la linde del bosque, cerca de la carretera. A lo lejos podía verse al fuego acabando con la cabaña e incluso tocando ya varios árboles, y sabía que no faltaba mucho para que el incendio se propagara por toda la arboleda, por lo que se dio prisa y llegó a la orilla lo más rápido que pudo.
Ya allí, se escondió de los carros que de repente pasaban y espero pacientemente a Rolland. Esperó, esperó y esperó, pero ya luego de lo que le pareció una eternidad, decidió seguir caminando oculta entre las sombras hasta dar con alguna calle con casas o civilización con el objetivo de pedir ayuda e ir a buscar al muchacho.
Fue así que después de un intenso recorrido lleno de dolor y agonía, llegó a lo que parecía la urbanidad, llena de casas, tiendas y condominios. A ella le hubiera gustado tocar a la primera puerta que se le cruzó, pero antes de poder hacerlo, unas voces algo difusas llamaron su atención y camino hacia el callejón de donde provenían, agudizando el oído para escuchar la conversación que al parecer estaban manteniendo.
—¡Tú me lo prometiste! ¡Me prometiste que me darías un alma a cambio de lo que habías pedido! —gritó una peculiar voz gutural que se parecía mucho a la de las Sombras con las que Darren y Audrey solían luchar de vez en cuando.
—¡Ya lo sé, ya lo sé! —rebatió un tono más humano acompañado de una visible desesperación—. Y te juro que te la entregaré, incluso tengo un plan, pero necesito más tiempo, por favor. Sé que puedes dármelo.
—¡Ya te he dado demasiado tiempo!
—Solo un poco más, ¡por favor!
Desconcertada, la joven caminó hasta ocultarse en la esquina del callejón y asomó la cabeza para ver lo que pasaba. Por supuesto que al principio creyó que sus ojos la engañaban, pues allí, peleando mediante una acalorada discusión, se encontraba un ser demoniaco rodeado de espeso humo negro que le brindaba un aspecto aterrador, frente a una persona. Pero no cualquier persona, sino alguien que ella conocía bien...
—Imposible... —murmuró, atónita o lo que le seguía.
Y es que esa persona era nada más y nada menos que...
De súbito, escuchó otra voz a su espalda y la simple presencia la dejó gélida, incapaz de moverse.
—¿Se te perdió algo?
Volteó lentamente, víctima del terror que ya invadía su cuerpo, y entonces, vio a un individuo conocido de pie tras ella, con los brazos cruzados y una sonrisa de suficiencia que le heló la sangre en el cuerpo.
—Yo... Es que...
Pero Audrey no pudo decir nada más, pues en ese momento, los ojos de la persona lanzaron un resplandor blanco y en cuanto ella los vio, hipnotizada, un dolor muy intenso en la frente la atacó. Se llevó las manos a la zona afectada, y entonces... Cerró los ojos.
Y cayó inconsciente en el pavimiento antes de poder evitarlo.
El individuo dibujó una sonrisa de oreja a oreja, satisfecho de haberse podido deshacer de ella, y acto seguido, su acompañante llegó a su lado, observando de la misma forma el cuerpo de la rubia tendido en el suelo, con los ojos bien cerrados y la ropa chamuscada.
—Gracias por deshacerte de ella —dijo, a lo que recibió una respetuosa inclinación de cabeza por parte del otro.
—Para servirle, mi señor.
....
Audrey despertó cuando el sol ya brillaba en lo alto del cielo. La cabeza le punzaba como si hubiera estado bebiendo toda la noche anterior.
Abrió los ojos poco a poco y se llevó una mano a la frente, resoplando gracias a lo mal que se sentía. En cuanto trató de incorporarse en la cama, los huesos le dolieron de manera insoportable, hasta hacerla gritar, pero ni siquiera tuvo tiempo de concentrarse demasiado en ello, porque en cuanto sus ojos escudriñaron el lugar en el que estaba, se dio cuenta de que no era su habitación, como lo había pensado en un principio, sino una recámara diferente, desconocida en su totalidad para ella.
El cuarto, si bien no era grande, estaba rodeado de objetos que lucían bastante caros y valiosos. Tenía las paredes pintadas de un bonito azul marino, pósters de intérpretes de música clásica pegados en distintas partes de estas, además de una ventana que yacía frente a la cama. Pudo escuchar una melodía de violín reproduciéndose a lo lejos, mas no encontró la fuente a su alrededor, por lo que dedujo que venía de afuera.
Se levantó pasando por alto el dolor en su cuerpo y caminó para ver el exterior a través de los cristales, pero no pudo reconocer ni una sola de las casas vecinas, cosa que le preocupó irremediablemente.
Resuelta, avanzó hacia la salida del cuarto en espera de poder contestarse a quién pertenecía aquella casa, y si la situación lo requería, de poder escapar, sin embargo, solo había dado dos pasos cuando repentinamente la puerta se abrió y por ella asomó una persona, tan inesperada para ella, que sus ojos se expandieron de asombro sin poder evitarlo.
—¡Vaya, por fin despertaste! —exclamó la persona recién llegada.
En tanto, Audrey solo atinó a gritar:
—¡¿Tú?!
✨Fin✨
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