Capítulo 44
Aquella tarde, Audrey hizo un esfuerzo sobrehumano para estabilizar sus sentimientos y ocultar la tristeza que embargaba su interior antes de que el timbre anunciara el fin de la jornada escolar. Había decidido cancelar por ese día su clase de defensa personal y en ese momento se hallaba alistándose para su encuentro con Anthony Sánchez.
El fantasma lucía confundido, viéndola toda nerviosa mientras arreglaba su cabello con sumo interés.
—¿Adónde tan bonita? —le dijo, esperando por lo menos un sonrojo en las mejillas de su chica, pero esta ni siquiera sonrió—. ¿Estás bien? Has estado muy rara desde que salimos de la puerta prohibida.
Audrey apenas asintió, aplicándose una gota de corrector bajo las ojeras en sus ojos.
—¿Entonces? ¿Hay algo que te preocupe?
La muchacha tembló al sentir un ligero viento frío acariciando su nuca desnuda. Darren se había posado tras ella y caminaba escudriñándola de manera sugerente.
—N... No —tartamudeó, consciente de lo trémulo de su voz.
—¿Y luego? ¿Adónde vas?
Audrey se mordió el labio, pero eso no hizo más que incrementar la curiosidad del espectro.
—Yo... Tengo una cita...
A Darren se le cayó el alma a los pies.
—¿Ah, sí? ¿Con quién?
La chica tardó en responder.
—Con Anthony Sánchez.
—¿Anthony Sánchez? ¿El mesero que no deja de soltarte el vómito verbal que piensa que son adulaciones?
—Sí, ese mismo. Por cierto que ya se me está haciendo tarde, así que si me disculpas, es hora de que me vaya.
A continuación, Audrey atravesó deliberadamente el cuerpo inmaterial del fantasma. Cruzó la puerta del sanitario y se obligó a dibujar una sonrisa lo más auténtica posible en su rostro antes de salir al encuentro de Anthony, quien ya la esperaba en el exterior de la escuela recargado en un hermoso auto de color gris. Había que admitir, a pesar de lo mucho que le gustaba Darren, que el mesero se veía guapísimo ataviado en una camisa azul con las mangas dobladas hasta los codos y un pantalón de mezclilla blanco. Sus ojos, profundos como el mar, destellaban de emoción bajó el sol de aquel día tan apabullante.
En cuanto dio con Audrey, una enorme curvatura de labios se dibujó en su rostro y rodeó el frente del carro para abrir la puerta del copiloto, ignorando adrede las miradas de las jovencitas impactadas por su imagen tan apuesta.
Audrey, haciendo caso omiso a cuanta joven la señalaba, se metió en el auto y esperó a que Anthony hiciera lo propio y lo pusiera en marcha.
—Y bien, preciosa, ¿cómo estás hoy? Te ves hermosa, por cierto —le dijo en cuanto estuvieron dentro los dos.
Audrey sonrió, aunque forzadamente.
—Gracias. A decir verdad, no me encuentro muy bien, pero tengo la esperanza en que esta salida logre calmar mi estrés.
—A fe mía que así será, vas a ver —dijo. Después echó a andar el auto e iniciaron el recorrido hacia lo que más tarde Audrey descubrió que era un parque de diversiones frente al zoológico de Chapultepec.
Como era de esperarse, Anthony hizo uso de toda su galantería y le abrió la puerta a Audrey ayudándola a bajar del vehículo. Para sorpresa de la joven, él no necesitó comprar boletos para su ingreso al parque, pues ya los tenía en su poder, así que después de formarse tras una fila no tan larga, accedieron al sitio y Audrey no cupo en júbilo al tratar de decidir a cuál juego subirse primero.
Eligieron como primera atracción algo ligero pero emocionante: los carros chocones. Se subieron juntos en uno durante unos diez minutos y rieron tratando de evadir los choques de los demás autos, pero a su vez, ocasionando golpes en el resto de los que se atravesaban en su camino. Audrey perdió la cuenta de cuántas carcajadas salieron de su boca en aquel escaso periodo de tiempo, lo seguro fue que al bajar, por lo menos una cuarta parte de su estrés había desaparecido gracias a Anthony.
Recorrieron otro tramo del parque en busca de su siguiente atracción. La anterior les había elevado el nivel de adrenalina, pero no era suficiente. Deseaban sentir un poco más de emoción. De modo que, luego de un rato de considerar y descartar juegos, Audrey se detuvo ante la Nao de China, un juego en forma de barco que al parecer daba vueltas de 360° a los que tenían la valentía de subirse en él. En cuanto Anthony sintió la mano de la chica rodeando su brazo para retenerlo, volteó a verla y pudo notar en ella una felicidad ligeramente mayor a la que había reflejado al empezar la cita. Casi inconscientemente sonrió.
—¿Qué te parece esa? —señaló la Nao de China.
—Tssss. ¿Estás segura? Parece algo peligroso. —A pesar de la afirmación del muchacho, Audrey supo que le estaba tomando el pelo, por lo que decidió seguirle la corriente.
—Peligro es mi segundo nombre, por si no lo sabes.
—Entonces tu primer nombre debe ser «No corro hacia el...»
Audrey puso los ojos en blanco, pero sonrió y lo llevó hacia la fila de las personas que ya esperaban impacientes a que el juego se detuviera para subir. Esto ocurrió antes de lo esperado, y para cuando subieron, las manos de ambos se aferraban a la del otro esperando, nerviosos, que empezara la emoción en el juego.
La Nao de China inició con un fuerte rugido y el rechinar de la palanca que un hombre había jalado.
Audrey sintió que el barco se balanceaba hacia uno y otro lado a una velocidad baja que poco a poco incrementó, junto con la altura que alcanzaba al bambolearse. Más pronto de lo que creían, el barco empezó a llegar a una altura superior e irremediablemente la mano de Audrey se aferró al brazo de Anthony con cierto nerviosismo al reparar en que la primera vuelta entera estaba por venir.
Cuando estuvieron boca abajo, procuraron no mirar al suelo, pero no pudieron evitar soltar una risa al ver que un objeto salía volando de la sudadera de otra persona, hasta aterrizar en el suelo y partirse en pedazos.
—¡No, mi teléfono! —oyeron gritar a la mujer, pero no le hicieron mucho caso.
Fueron ocho o diez minutos los que permanecieron dando vueltas en el barco y sintiendo que sus cabezas giraban incitándolos a vomitar, pero no lo hicieron. Ninguno de los dos quería pasar tremenda vergüenza, así que cuando se bajaron de la Nao de China, hicieron su mejor esfuerzo por fingir que se encontraban en excelentes condiciones, aunque sus estómagos no pensaran lo mismo...
—¿Qué te pareció, linda?
Audrey sonrió de oreja a oreja.
—¡Emocionante! ¿A dónde vamos ahora?
Anthony actuó como si se lo pensara, pero en realidad solo hacía tiempo antes de hablar porque podía sentir una extrema necesidad de volver el desayuno. Transcurrido un minuto, tomó a Audrey de la mano y la dirigió hacia la siguiente atracción. Se trataba del Ratón Loco, algún tipo de montaña rusa llena de subidas, bajadas y curvas donde todo daba un giro —literal—, cuando el carrito daba vueltas a una velocidad de vértigo durante algunos segundos. El Ratón Loco se encargó de incrementar en ellos sun nivel de adrenalina al máximo, y para cuando, una hora después, ya se habían subido a la mayoría de las atracciones, decidieron detenerse en una de las más esperadas por ambos: la Quimera.
Al igual que el anterior, la Quimera no era más que una montaña rusa con tres vueltas de 360° —sí, otra vez—, pero a simple vista aún más extrema y divertida. La gente gritaba, levantaba las manos entusiasmada y vociferaba groserías que Audrey no llegaba a comprender debido a que no las conocía.
Mientras se encontraban formados esperando su turno, Anthony apoyó una mano sobre el hombro de Audrey, y esta sin darse cuenta, rodeó la cintura del chico con un brazo, sintiendo su corazón latir desbocado al contagiarse de la emoción de los que ya estaban arriba.
—¿No es genial? ¡No recuerdo la última vez que fui a un parque de diversiones! —le dijo al muchacho, muy cerca de su oído y subiendo la voz para hacerse oír sobre el ruido que hacía el juego.
—¡Yo tampoco! Creo que ni siquiera había venido a uno.
—¡No te creo!
—Pues sí. Mi papá siempre está ocupado, ¡ya sabes cómo son los políticos! Y mi mamá siempre metida en sus obligaciones como primera dama de la ciudad. En fin, ¿estás asustada?
—¡Para nada! Ya te dije que Peligro es mi segundo nombre. ¡Yo desayuno peligro!
Ambos se echaron a reír y luego avanzaron en la fila hasta acomodarse en su carrito correspondiente. Este era un gusano con cinco vagones para cuatro personas cada uno, de color azul metálico. A ellos les tocó sentarse al principio, lo que se les hizo aún más divertido. Apenas iniciar el recorrido, un riel amarillo se alzó ante los ojos de Audrey. Contrario a lo que pensó, aquello no le causó miedo alguno, pero se dejó llevar antes de tiempo, y es que cuando el carro comenzó a subir la montaña, quedó demostrado que el juego no era tan «poco interesante» como había pensado. El tiempo que duró el juego, fue un subir y bajar en el riel, con curvas, vueltas enteras, gritos y risas.
Una vez que hubo finalizado, Audrey ni siquiera tenía espacio en la cabeza para pensar en los problemas que la aquejaban. En su mente solo existía la diversión y la tranquilidad de una chica de dieciséis años que llevaba una vida común y corriente, teniendo citas igual de comunes y corrientes. Anthony había despertado en ella un sentimiento de normalidad que ni siquiera con James había logrado percibir. De hecho, para cuando él le propuso comer algo antes de su última atracción —pues al parque no le faltaba mucho para cerrar—, se sorprendió que la alegría en su rostro era completamente verdadera, sin nada qué ver con el buen humor que había tenido que fingir al salir de la escuela.
—¿Qué es lo que se te antoja, linda? Comeremos lo que tú desees. —Para reforzar sus palabras, Anthony extendió el brazo señalando cada una de las carpas de comida que gritaban su menú en busca de atrapar clientes.
Había de todo: sincronizadas, pizzas, hot cakes, banderillas, papas, pescado, algodones de azúcar y hasta platillos que Audrey nunca había probado. La muchacha escudriñó el lugar y al final, clavó la mirada en un puesto de hamburguesas que, por las fotos con las que hacían promoción, se veían deliciosas.
—Quiero ir allí, si no tienes problemas, claro.
Anthony negó con la cabeza.
—Para nada. ¡Andando!
En tan solo cinco minutos, la vendedora les había asignado una mesa y tomado su orden. Pero solo pasó un cuarto de hora antes de que tuvieran frente a sí los platos con sus apetitosos pedidos. A Audrey se le hizo agua la boca.
—Voy por algo de tomar. ¿Alguna bebida en especial que desees?
No cabía duda que Anthony era un completo encanto.
—Un refresco estaría bien.
—En seguida.
Pero Anthony no fue a comprar las bebidas al puesto de hamburguesas, sino que se alejó unos metros para conseguirlas en otro. Audrey dejó de prestarle atención, y, como el hambre ya se había hecho con ella, le dio un par de mordiscos a su comida, olvidando por completo todo lo demás.
Al poco tiempo, Anthony volvió con un par de refrescos en botellas de cristal y dispuso uno de color naranja frente a la chica, sonriendo con aquella curvatura de labios tan habitual en él.
—¡Uh, veo que ya le entraste de lleno a tu hamburguesa!
—Lo lamento, es que en verdad tenía hambre... —Audrey se disculpó, pero el chico le quitó importancia con un gesto de la cabeza.
Se sumieron en una plática acerca de la diversión que estaban teniendo ese día, de cómo habían pasado su Año Nuevo, y por supuesto, en la desgracia del repentino rapto de Romina Lawson.
Audrey se sentía triste con solo tocar el tema, pero la manera de abordarlo de Anthony le otorgaba la esperanza de que iban a encontrarla pronto.
Claro que el joven no había dejado de lado su alegre forma de ser, sin embargo, a Audrey le imposible no detectar algo diferente en su actitud: de repente, lo sorprendía mirando hacia ambos lados con cierto toque de nerviosismo. Y cuando ella estuvo a punto de beber el primer trago de su refresco, Anthony estiró el brazo con el objetivo de recoger su plato vacío, dobló el codo y por accidente tiró la botella, derramando el líquido anaranjado sobre el suelo, a los pies de Audrey.
—¡Ay, Dios mío, lo siento mucho, linda! ¡Señora! —la mujer del negocio de hamburguesas lo miró—. ¿Puede prestarme un trapo para limpiar?
Pero la señora le contestó que no era necesario y mandó a un joven mesero a hacerlo por él.
Anthony, muy preocupado, le pidió una disculpa a Audrey tras otra.
—Perdóname por favor, déjame compensarlo. ¿De qué quieres el otro refresco?
Pero ella negó con la cabeza.
—No es necesario, en serio. Casi no tenía sed. Mejor, ¿te parece si entramos a la última atracción? El parque ya va a cerrar, y no me quiero quedar con las ganas, ¡por favor, por favor!
Él asintió encantado, por lo que caminaron hacia el último juego, que fue por unanimidad, la Casona del terror.
En esta, ellos y las demás personas iniciaron el recorrido recibidos por un tipo caracterizado cual científico loco, con una bata ensangrentada y una peluca de cabello desordenado que les dijo:
—Bienvenidos. Este es un lugar de ciencia y terror. Aquí van a encontrar cadáveres de gente quemada, degollada u olvidada. No se separen, porque quien se queda aquí, no sale con vida. ¡Avancen y no se detengan!
Dicho eso, el tipo los guió a través de un túnel iluminado tenuemente con lámparas de color rojo. Audrey se pegó por acto reflejo a su acompañante y sus expectativas incrementaron a medida de que avanzaba tras el supuesto científico.
—¡Hay carne fresca, hermanos!
Fue entonces, después de que su guía hubiera gritado lo anterior, que apareció una anciana delgaducha y pálida, con el rostro lleno de sangre falsa y vociferando como demente:
—¡Tengo aquí muchos cuerpos, muchos! ¡Salgan de aquí! ¡Largo, largo! ¿Qué esperan? ¡Los voy a matar a todossssss!
No obtuvo el efecto deseado. A pesar de que se acercó a los turistas con gesto amenazante, no salió ni un solo grito de espanto por parte de estos, a decir verdad, varios sonrieron divertidos, incluyendo a Anthony y Audrey.
El científico siguió guiándolos por oscuros pasillos hacia lo que les informó que era el crematorio. No hubo nada interesante ahí, y en menos de lo que pensaban, pasaron a un lugar que pretendía alucir a un oscuro bosque.
—Bienvenidos al bosque siniestro, donde las almas perdidas caminan errantes a través de los árboles. ¡Ahora sígueme. Sentirás el pavor, el terror y el miedo de recorrer este lugar! —Dándoles la espalda, añadió—: espíritus del bosque siniestro, ¡vengan a mí! ¡Manifiéstense!
Un puñado de individuos caracterizados como zombies aparecieron entonces. Un tipo gritaba expulsando a las personas de lo que él denominaba como «sus tierras» junto con una anciana que chilló una cuenta regresiva a partir del número cinco.
Quizá era porque ya estaba más que acostumbrada a convivir con un fantasma real en su día a día, pero por más que deseaba sumirse en aquél ambiente de terror y misterio, le era imposible hacerle creer a su mente que las personas que salían a asustarlos fueran reales. No culpaba a los actores; sabía muy bien que ellos estaban depositando todo su esfuerzo en hacer el recorrido lo más terrorífico posible, sin embargo, para alguien que luchaba contra demonios encapuchados, entes malévolos que tomaban la forma de conocidos suyos, que había sido asesinada por un tipo que días después había aparecido muerto en mitad de la nada, y cuyo novio —¿podía decir eso?—, era un espectro que solo ella podía ver, eso era como un paseo en el parque en comparación. No dejaba de pensar en eso porque Anthony no cesaba de adularla diciendo que nada podía asustarla al parecer.
Pasaron a otro oscuro pasillo que de pronto iluminó una lámpara de luz rojiza y un hombre utilizando una capucha negra apareció frente a ellos. Había varias velas en el lugar, cosa que le recordó instantáneamente a la habitación tras la puerta prohibida.
—Bienvenidos sean, corderos extraviados. Pueden pasar...
El tipo, después de brindar acceso a los espectadores, comenzó a recitar un cántico en una lengua totalmente desconocida para Audrey, pero que casi sonaba como latín. Y a través de una serie de altavoces empezó a escucharse una tétrica canción que se parecía mucho a Dorime.
—¡¿Qué hacen aquí, han venido a arrepentirse de sus pecados?! —la voz enloquecida de una mujer sobresaltó a Anthony, y cuando miró hacia uno de sus costados, había una anciana vestida de monja con un crucifijo en la mano que trataba de ahuyentarlos.
Pero justo, justo cuando Audrey pensaba que el recorrido no podía aburrirla más... Apareció ante ella un grupo de encapuchados con la misma bata negra del hombre que los había adentrado en aquella zona. Cada quién llevaba una vela encendida e iban acercándose gradualmente hacia Audrey.
Cuando la chica se abrazó a Anthony, notó que este se había puesto rígido, pero no quería creer que aquella gente lo hubiera asustado.
—¡Qué extraño! —dijo un chico muy atrás de Audrey—. Esto no era parte del recorrido la última vez que vine.
De súbito algo le sacó a Audrey un grito, y pronto los demás visitantes se unieron tras notar el motivo de su exaltación.
Y era que un encapuchado había salido de la nada y le había pescado el brazo, apretándoselo más de lo que a ella le parecía apropiado. La diferencia radicaba en que hasta ahora, ninguno de los actores se había atrevido a tocar al grupo de turistas, ni mucho menos a tirar de ellos como el encapuchado lo hacía en ese momento.
La gente, al ver que más actores hacían lo mismo, se aterrorizó y sostuvo a Audrey tratando de evitar que la arrastraran lejos. Anthony, en tanto, miraba a todos lados con sus ojos azules repletos del más puro e inigualable terror. Pronto, cuando el relajo ya se había apoderado de cada uno, apareció el actor vestido de científico y apartó a los encapuchados de la chica. La abrazó para tranquilizarla.
—¿Estás bien, amiga? —le preguntó.
Audrey, aunque alterada, logró asentir y pidió que continuaran el recorrido.
Las dos últimas zonas eran una prisión llena de «locos» en celdas que estiraban los brazos a través de los barrotes, y un circo lleno de payasos aterradores, pero como Audrey se lo imaginaba, ninguno de ellos se atrevió a poner una mano encima a los visitantes, lo cual se le hizo sumamente sospechoso.
La divertida —e inquietante— estancia de Audrey en la feria de Chapultepec se dio por finalizada una vez que, saliendo de la Casona del terror, Anthony le compró un algodón de azúcar. Posteriormente subieron al auto y él condujo a través de las calles de la siempre ajetreada capital mexicana, hasta que luego de un rato, el chico aparcó frente al portón de la casona Williams.
—¿Y bien? ¿Cómo te la has pasado?
—Dejando de lado la escenita de la Casona del terror, ¡tenías razón! Esta cita me ha servido infinitamente para desestresarme.
Anthony sonrió.
—Te lo dije.
Todo quedó en lo que Audrey percibió como un incómodo silencio después de eso. Se frotó una muñeca, inquieta, y luego se sobresaltó cuando vio al chico acercándose lentamente a ella, al tiempo en que le tomaba ambas manos con una ternura desmedida.
—Anthony, ¿qué haces?
El muchacho no se detuvo, y pronto, entre sus labios y los de la joven solo habían unos cuántos centímetros de separación.
—Audrey, tú... me gustas mucho.
Ella tragó saliva.
—Daría lo que fuera por que me dieras una oportunidad. Te prometo que te haría infinitamente feliz y todos los días serían tan divertidos como hoy...
Anthony se quedó quieto y Audrey no tardó en darse cuenta de que esperaba una respuesta, respuesta que, antes de dar, la llevó a pensar en Darren.
Si había un individuo por el que su corazón siempre palpitaba desbocadamente, ese era Darren Rosewood sin lugar a dudas. Él la hacía sentir como en ese día a pesar de que su vida diaria estuviera colmada de problemas sobrenaturales. Y sí, estaba consciente de que el fantasma ya le había jurado amor eterno a una mujer en el pasado, cuando posiblemente todavía estaba vivo, pero eso le interesaba menos de lo que le hacía parecer. Él la protegía, la apoyaba y la hacía sentir amada, por eso, sabía muy bien que no podía corresponderle a Anthony, por lo que decidió hacérselo saber, pero antes de poder decirle una sola palabra, sintió los labios del muchacho tocando los suyos, fundiéndose en un beso que ella correspondió más por confusión que por placer.
Lo que no sabían, es que detrás del auto, Darren los estaba observando.
El espectro sintió que desfallecía al contemplar la escena y echó a andar hacia la casona con una tristeza inmarcesible.
Audrey, en tanto, se separó de su acompañante poniendo firmemente una mano en su pecho para alejarlo.
—¿Qué ocurre?
—Anthony... —le dijo—. Creo que eres un chico fantástico, y en verdad me ha gustado pasar la tarde contigo, pero... ya existe alguien a quien amo demasiado como para intentarlo con otra persona. Te estimo mucho, y por eso creo que me gustaría más conservarte como amigo antes de utilizarte de una manera en que no mereces. Lo siento.
Audrey no esperó contestación de Anthony. Salió del auto mascullando un agradecimiento y entró a la casona ignorando a propósito los llamados del mesero. Cuando cruzó los portales de la entrada, sintió que las lágrimas acudían a sus ojos, pero las contuvo.
Subió la escalinata hacia su cuarto y al abrir se encontró con Darren. Este llevaba al cuello el dije de obsidiana, y su cuerpo era tan sólido como el de cualquier persona normal.
—Hola, Darren —Audrey, escondiendo el dolor con el que cargaba, le sonrió al fantasma.
—Hola —le respondió, en un tono demasiado malhumorado que ella no llegó a comprender, pero supuso que era debido a su manera tan cruel de despedirse en la escuela—. ¿Qué tal todo?
—Estuvo... Estuvo bien.
—Mmmm. ¿Solo bien?
—Pues sí...
Darren, con los ojos entrecerrados, se posó tras ella en un parpadeo, como si se hubiera teletransportado, cosa que Audrey no recordaba haber visto nunca antes, pero se lo atribuía a los poderes del dije.
—¿Y qué tal estuvo tu beso con el mesero? —aquello lo dijo el joven con los dientes apretados, y apenas escucharlo, Audrey se quedó petrificada.
—¿Cómo lo...?
—¡Porque los vi, Audrey! Vi cuando tú y el mesero se estaban besando dentro de su auto. Te gustó, ¿no es así? Porque no vi ni una sola señal en ti que indicase lo contrario.
De repente, los ojos grises del espectro reflejaron un profundo enojo. Una notable decepción.
—Darren, eso no fue lo que pasó...
—¿Me estás llamando mentiroso?
—No, claro que no, pero si me dejaras explicar...
—¿Sabes qué? Olvídalo, yo me rindo. —Darren se giró y concentró la mirada en el sol que ya comenzaba a ocultarse en el horizonte.
—¿A qué te refieres con eso?
Él demoró algunos segundos en contestar:
—No podemos seguir con esto, Audrey. Lo sé, y tú también lo sabes.
—¿Qué? Eso no es...
—¡Sí, carajo! Tú no te mereces esto, mereces mucho más, mereces el mundo, y eso es algo que yo no te puedo dar.
—Eso no es cierto, Darren... —la rubia se acercó y lo tomó por el hombro. Lo giró, obligándolo a mirarla, pero aquel vistazo que Darren le regaló, dolió, porque estaba cargado de un dolor indescriptible—. Yo te merezco a ti. Te quiero y nunca voy a querer a nadie más en mi vida que no seas tú. He sufrido mucho con Tyson, así que al menos déjame decidir lo que necesito en mi vida o no.
Darren la tomó por ambas manos y depositó un suave beso en cada una. Esto extendió un agradable escalofrío por el cuerpo de la fémina.
—Quisiera decir que lo nuestro es posible... Pero estoy cansado de mentirte y mentirme a mí mismo. Solo mírame... Ni siquiera soy una persona real. No puedo llevarte al cine, o a comer. No puedo acompañarte a una fiesta y tuvo que pasar mucho tiempo antes de que pudiera besarte de verdad. No podemos ignorar el hecho de que hay otros chicos interesados en ti, que te pueden dar lo que a mí se me hace imposible, así que por más que me duela, debemos aceptar que lo que sea que estemos haciendo debe terminar de una vez.
—Darren, no hables así. Admito que ha sido difícil no hacer contigo lo que cualquier pareja, ¡pero ahora tenemos el dije, y...!
Allí, Darren explotó.
—¡No, Audrey! ¡¿No lo entiendes? El dije no nos servirá de nada! ¡Yo soy un fantasma, un maldito cuerpo inmaterial, y tú eres una humana. Necesitas estar con una persona de verdad, no conmigo! Por eso no quería besarte la primera vez, por eso nuestros momentos siempre me resultan incómodos, porque sé que aunque te quiero locamente, una pareja entre tú y yo sería imposible. ¡Entiéndelo, carajo!
—Darren... —murmuró. Las lágrimas ya caían de sus ojos. El espectro acercó una mano a sus mejillas para limpiárselas, pero la detuvo a medio camino.
En cambio, Audrey le acarició la mejilla disfrutando el contacto, antes de que Darren, con algo de violencia, le apartara el brazo.
—No, Audrey. No te atrevas a tocarme de nuevo. ¡¿No entiendes?! ¡No podemos hacer esto! ¡Sal y búscate alguien normal, alguien como James Miller, el mesero o Rolland Carson! Alguien que en verdad pueda tocarte y llevarte a lugares a los que yo no puedo.
—Pero...
—¡Esto debe acabar!
—¡¿Acaso no me quieres?! —le devolvió a gritos, pero lo que vio al regalarle una mirada, la hirió como un cuchillo atravesando su corazón—. ¿No... me quieres?
El fantasma la observó también. No había ni rastro de su bondad usual, sino que todo estaba lleno de insondable amargura en su rostro. Tras un momento de silencio, movió la cabeza, y sin rastro de duda en su semblante, dijo lo que Audrey menos esperaba oír:
—No... No te quiero. Y si tienes la más mínima pizca de amor propio, saldrás a buscar un chico de verdad, que te dé lo que yo no pude darte; que te abrace, que te toque, que tenga citas contigo y que pueda besarte cuando tú lo desees. Además, mi verdadero amor siempre será Margarita de Villagómez, y tú nunca vas a poder competir con eso.
Irremediablemente, a Audrey se le rompió el corazón. A medida de que Darren se iba alejando, la angustia le palpitaba en el pecho, y cuando lo vio deshacerse del dije y tirarlo junto a ella en el suelo, para luego atravesar el balcón con su habilidad fantasmal, no pudo hacer otra cosa sino llorar. Lloró como nunca antes. Lloró incluso peor que cada vez que Tyson la golpeaba, porque lo que sentía en ese momento no era un padecimiento físico, sino emocional. Darren había dejado una profunda marca en ella, procurándola día con día, y ahora simplemente se lavaba las manos diciendo que nunca la había querido, y por si fuera poco, le echaba en cara que tal como ella temía, su corazón no le pertenecía, como le había hecho creer durante casi dos meses, sino nada menos que a Margarita de Villagómez...
Recogió con gran pesar el dije, y en ese momento su teléfono sonó, anunciando una llamada de Dominik. Ella secó sus lágrimas e hizo lo posible por fingir un tono neutral al contestarle.
—Hola, Dom, ¿qué pasa? —eso le salió muy bien.
—¿Qué tal, Audrey? Llamo para pedirte que te prepares porque voy en camino hacia tu casa.
—¿Y eso?
—Alguien llamó. Dijeron que habían visto a Romina muy cerca de Ajusco, así que haremos otra brigada de búsqueda a ver si logramos encontrarla. Llegaremos en cinco minutos.
Dicho y hecho, transcurrieron solo cinco minutos antes de que el auto de James y la camioneta de Marie Williams se estacionaron frente a la casona. Audrey, que ya estaba preparada, salió y no tardó en notar que el vehículo de su madre era conducido por Alex y en él iban su hermano, Mariana y Dominik, mientras que en el Jaguar viajaban Oliver, James, Abril y Vanessa. El mayor de los Williams le hizo una seña para que se subiera rápido.
—¡Andando! —gritó.
....
Una hora después, ambos autos llegaban hacia lo que era la carretera del Ajusco. A los lados no había más que bosque y más bosque, y la temperatura, tal como Dominik les había advertido, descendió considerablemente.
—¿Todavía estamos en la Ciudad de México?
Dom miró a Audrey.
—En el extremo suroeste, pero sí.
Recorrieron algunos kilómetros hasta que llegaron a Jardínes en la Montaña, donde la civilización se hacía presente con casas, supermercados, restaurantes y hoteles.
—¿Les dijeron exactamente dónde fue vista Romina? —preguntó la joven, escudriñando el panorama por si la suerte le hacía encontrarse con la pequeña.
—Vanessa dijo que el testigo aseguró haberla visto caminando sola por el centro, y después la vio subir a una camioneta negra que llevaba los cristales polarizados —puntualizó Dominik.
—Entonces... ¿Tenemos algún plan?
—Nos dividiremos —afirmó su amigo—. Los que vienen en el auto de Miller, repartirán volantes por todo el lugar, y nosotros visitaremos los sitios en los que creemos que podría estar Romina, como parques u hospitales.
Audrey asintió, haciendo una lista mental de aquellas tiendas en las que buscaría a la niña.
Sin en cambio, la mala suerte acompañó a ambos grupos, porque después de dos horas de intensa búsqueda, no lograron dar ni siquiera con otra persona que se la hubiera topado. Vanessa estaba desolada, pero el resto no se sentía mucho mejor.
Para la hora en que regresaban al centro de la ciudad, los ánimos habían mermado en ellos, y en el vehículo de Alex se respiraba una tristeza no mucho menor a la que se sentía en el auto de James... Sentían que el fracaso los acompañaba, e inevitable fue permitir el paso en su mente al miedo de pensar en que jamás encontrarían a Romina.
Nadie hablaba, no porque no quisieran, sino porque no lograban encontrar las palabras correctas para infundir ánimo en los otros.
En lo que a Audrey respectaba, si la cita con Anthony la había desestresado, la pelea con Darren y la búsqueda infructuosa de Romina empeoraron su estado considerablemente. Se sentía tensa. Podía percibir un ardiente dolor en el cuello, la espalda y el pecho. Casi quería llorar, convencida de que algo malo ya le había ocurrido a la hermana de su mejor amiga. Por el silencio que reinaba en la camioneta, estaba claro que los demás pensaban lo mismo.
De repente, algo hizo que Audrey abriera los ojos de par en par. Al principio creyó que su mente le había jugado una mala pasada, pero pegó su rostro al cristal y parpadeó, una, dos, tres veces, pensando que el espejismo se iría, solo que no fue así. Por más que intentaba alejarla, la imagen allí seguía.
—¡Alex, para la camioneta! —exclamó, con lo que la atención de todos en el vehículo se posó sobre ella—. ¡Detente, estaciona la camioneta, vamos!
—Audrey, estamos en mitad de la carretera, ¿por qué haría algo como eso?
—¡Solo hazlo! Creo que acabo de ver algo.
—¿Qué cosa? —inquirió Mariana, pero no obtuvo contestación.
Alexander hizo caso a su hermana poniendo los ojos en blanco e hizo sonar la bocina para avisar a James que hiciera lo propio. En cuanto los carros frenaron por completo, Audrey abrió la puerta y salió corriendo hacia el lugar donde había visto lo que hizo latir su corazón de una manera vertiginosa. Una gran parte de ella creyó que cuando llegara ya habría desaparecido la visión... pero no fue así, porque ni siquiera había sido imaginación suya.
Allí, entre la hierba, camuflada con la espesa linde del bosque se hallaba el cuerpo de Romina Lawson, tendido sobre el grueso césped. Llevaba una playera roja y un pantalón de mezclilla. Sus ojos yacían cerrados, y sus mejillas estaban llenas de tierra.
—¡Oigan! ¡Vengan aquí, vengan rápido! —gritó, al tiempo que corría, anonadada, hacia la pequeña niña y tomaba su cuerpecito entre sus brazos.
Los demás la alcanzaron en cuestión de segundos, y la adrenalina se disparó en ellos al notar lo que la acompañaba.
—¡Romina! —exclamó Vanessa, yendo presurosa hacia su hermana—. ¡Romy!
Audrey sacudió el cuerpo de la niña varias veces, y cuando el amargo pensamiento de que ya no estaba con vida empezaba a nublar su mente, Romina abrió los ojos.
Al principio lució confundida. Miró hacia un lado, hacia otro y escudriñó con atención las caras de cada uno de los que la rodeaban. Cuando se detuvo en la de Oliver, un destello de reconocimiento pasó por sus iris y dibujó una sonrisa lánguida en su boca, como si el simple gesto le costara mucho.
—Estás aquí... —susurró hacia el muchacho—. Dijeron que no vendrías...
—No, no iba a abandonarte, pequeña —jadeó Oliver, tomando suavemente la fría mano de la niña.
—Estás aquí...
Y Romina cerró los ojos, lanzando un suspiro tan débil que casi nadie lo hubiera notado de no ser porque vigilaban cada uno de sus movimientos.
Vanessa lanzó un sollozo al ver la súbita reacción de su hermana, pero James, siendo el más neutral de todos, no tardó en decir:
—Tenemos que subirla al auto. ¡Ayúdame, Oliver!
El susodicho asintió, y en menos de medio minuto la niña ya estaba montada en el auto junto con su hermana, Abril y los dos jóvenes.
....
El camino a la mansión Lawson fue una de las cosas más abrumadoras del mundo. Audrey se mantenía en una llamada con Vanessa y esta les informaba a los de la camioneta si todo estaba bien con su hermana.
Cuando, sesenta minutos más tarde, se encontraron tendiendo a la niña en la cama de su habitación, un gran peso salió de sus espaldas, pero la incertidumbre de saber lo que pasaría a continuación, se mantuvo, matándolos por dentro.
Pero tal parecía que en aquella ocasión, la fortuna sí estaba de su lado, pues aunque mucho habían temido que Romina hubiera fallecido en el camino —a causa de que su tez palidecía más a cada momento y su vientre subía y bajaba de modo casi imperceptible—, bastó solo un cuarto de hora para que abriera los ojos pesadamente, depositando un gran esfuerzo en ello.
De inmediato se topó con el cabello rojo de su hermana mayor, y cuando eso ocurrió, Vanessa no dudó en abrazarla, sollozando sin poder evitarlo.
Pero Romina no dijo nada. En su lugar, observó con curiosidad a cada uno de los presentes en la habitación y nuevamente la felicidad acudió a ella en cuanto se topó con Oliver, quien se sentó rápidamente a su lado, tomando la pequeña mano de la niña entre las suyas.
—¿Cómo te encuentras, Romina? —le preguntó el futbolista, con un tono lleno de ternura, aliviado de por fin tenerla frente a frente. La niña asintió, pero no dijo nada—. ¿Te duele algo?
—No, pero tengo frío... —susurró, abrazando sus rodillas para reafirmar sus palabras.
—Dile a una de las empleadas que le traiga una cobija —dijo James a Dominik, y aunque al muchacho no le gustó recibir órdenes por parte de su archienemigo, se limitó a asentir y pasar la voz a una trabajadora doméstica que rápidamente le llevó lo requerido.
Oliver se encargó de cubrir lo mejor posible a Romina, y después le preguntó:
—Romina..., Te encontramos sin consciencia en la orilla del bosque... ¿sabes cuánto tiempo llevabas ahí?
Ella le clavó los ojos, grandes como los de su hermana, y llenos de un brillo que ninguno supo descifrar.
—No, no lo sé. Pero llevaba caminando mucho tiempo cuando me sentí muy cansada. Cerré mis ojos y lo siguiente que recuerdo es verlos a ustedes alrededor de mí —explicó, con su vocecita de niña pequeña.
—¿Cómo llegaste hacia allí, Romy? —Ahora tomó la palabra Vanessa. Ya no lloraba, y por lo que Audrey podía notar, estaba muchísimo más tranquila que cuando habían arribado a su casa—. ¿Puedes recordarlo?
—Un hombre me dejó en medio del bosque —afirmó, sumamente convencida—. Me llevaron a un lugar muy oscuro donde habían varias personas, pero no conocía a nadie. Una mujer y un muchacho discutían siempre y hablaban en voz baja, pero después llegó un señor que me picó el dedo para sacarme sangre, y luego comenzó a gritarles muy enojado. Yo estaba muy asustada, pero cuando llevaba mucho tiempo encerrada en un lugar donde no me dejaban salir y donde olía muy feo, el mismo hombre llegó sin que nadie se diera cuenta. Me dijo que me iba a sacar de ahí y me llevó al bosque, diciendo que no hiciera ruido porque no quería que se dieran cuenta de que me estaba ayudando. La mujer que había discutido con el muchacho me dijo que nadie iba a buscarme, y que Oliver no iba a llegar, pero el señor que me ayudó, me dijo que si seguía caminando y me quedaba donde los autos pudieran verme, ustedes vendrían por mí. ¡Pero se tardaron mucho tiempo, Vanessa! ¿Por qué no me buscaron antes? ¿Ya no me quieren?
—¿De qué hablas, Romy? —contestó su hermana—. Desde que desapareciste, mis amigos y yo no hemos parado de buscarte. ¡Estábamos muy asustados! Creí que no te encontraría...
—Romina... —quien habló, en esta ocasión, fue Audrey, dando un paso al frente, cohibida por todas las miradas que se posaron en ella—. ¿Alguno de los hombres o la mujer de los que hablas... Te tocó? O, ya sabes, ¿te hizo algo malo?
A Audrey le dio mucha vergüenza ser quien preguntara aquello, pero sabía que era elemental tocar dicho tema con cualquier víctima de secuestro, sobretodo con una niña. Para su alivio, Romina negó con la cabeza sin dubitar, explicando que únicamente la dejaron encerrada en una celda durante lo que a ella se le hicieron como meses.
Los amigos de las Lawson optaron por irse cuando la luna ya asomaba en el cielo. James se dirigió hacia su casa, Alex se adelantó en compañía de Mariana para avisarle personalmente a su madre que ya todo estaba bien con Romina, y por alguna extraña razón Dominik y Oliver decidieron acompañar a Audrey hasta su casa. Ella no se quiso cuestionar ni eso, ni el motivo por el que Abril no quisiera ir con ellos.
De manera que caminaron de vuelta a la casona Williams, aliviados de tener un problema menos en sus vidas.
Esa noche, la ciudad estaba menos transitada que de costumbre, de hecho, casi desierta, pero Audrey decidió no concentrarse en ello, sino en alegrar a su mente repitiéndose que al menos Romina estaba sana y salva.
Los tres subieron por un puente peatonal para cruzar la avenida, que a veces se tornaba bastante peligrosa, y sorpresivamente, mientras no había nadie en rededor que pudiera escucharlos, Dominik gritó, sobresaltando a Audrey:
—¡Imbécil! ¡Todo esto es tu culpa!
Oliver volteó al oír el iracundo tono de su acompañante, pero, para asombro de la chica, este no parecía desconcertado, a decir verdad, tomó una actitud defensiva en seguida.
—¡¿De qué estás hablando?! ¡Esto no ha sido mi culpa!
—¡Claro que sí! Tú me dijiste que ibas a protegerla, ¿ya se te olvidó?
—Chicos, no discutan... —masculló Audrey, pero para este punto, los chicos no solo hacían oídos sordos a su ruego, sino que ya se hallaban cara a cara, separados por un palmo de distancia—. Chicos...
—¡La he cuidado, pero yo no sabía que esto iba a ocurrir, estúpido! Y ya que lo pienso, tú sí podías saberlo y no dijiste nada. Si yo soy culpable, tú lo eres también, pero en lo que a mí concierne, yo he cumplido con mi parte del trato al pie de la letra.
—¿De qué trato hablan? Oigan, ya me están asustando...
Oliver y Dominik se pasaron por el orto lo dicho por Audrey. Caminaron unos pasos delante de ella, y de la nada, Dom le soltó una bofetada al futbolista. Misma que él le regresó inmediatamente.
—¡Chicos, dejen de pelear!
Otra vez, ni siquiera la escucharon.
—¡Imbécil! ¡Dijiste que ibas a cuidarla, pero es tu culpa, todo esto es tu culpa! ¡Eres un maldito!
—¡La estaba cuidando, todo este tiempo no he dejado de hacerlo, pero por si ya se te olvidó, fueron tú y tu amiguito Morgan los que decidieron distraerme de mi deber citándome para mostrar ese tonto video!
—¡Chicos, paren! ¡Oigan!
Audrey estaba tan desesperada que su cerebro no podía encontrar la manera de detener aquella pelea. Habían llegado ya a los golpes, y sabía, por experiencia propia, que si osaba meterse, corría el riesgo de que a alguno se le fuera la mano, así que se mantuvo alejada, frotando sus manos de modo nervioso.
Entonces, mientras se resignaba a ser solo una expectadora de la pelea entre su amigo y Oliver... Algo pasó. No tuvo tiempo de procesarlo, porque todo ocurrió muy rápido. Un hombre, vestido completamente de negro hasta ser irreconocible, pasó corriendo a toda velocidad por su lado, y en cuanto estuvieron uno junto a otro... Audrey sintió un fuerte empujón que la hizo tastabillar, hasta que pronto... Un estruendoso grito salió de su boca...
Oliver lo escuchó al mismo tiempo que Dom, y cuando voltearon, pausando su pelea momentáneamente, lo que vieron los dejó gélidos: Audrey estaba cayendo del puente en el que había estado parada solo unos momentos atrás.
—¡Audreeeey! —oyó la chica que le gritaban, pero lo único que ella podía pensar era en que estaba a punto, a tan solo unos segundos de morir...
Lloró. Las lágrimas salieron de sus ojos mientras recordaba a todos aquellos a quienes había amado durante sus cortos dieciséis años de vida. Alex, sus padres, Dominik, Vanessa, Rolland, el Rompehuesos, Anthony, James, Oliver e inclusiva Lisa, Tyson y Frida, pero naturalmente todo recuerdo quedó eclipsado por un solo rostro, aquél cuya imagen la hizo sonreír con tristeza, porque lo último que había escuchado de sus labios era que no la quería. En el fondo ella sabía que no era cierto. En el fondo tenía la certeza de que Darren solo estaba celoso por haber visto el beso entre ella y Anthony, pero que, con el tiempo, él solito se daría cuenta de la gran mentira dicha por sus labios, y le pediría disculpas. Pero por ironías de la vida... eso ya sería imposible.
Cerró los ojos, aún llenos de lágrimas, y rezó para tener una muerte rápida. Le apanicaba el dolor. No quería sentirlo, pero se consoló diciéndose que el dolor solo duraría un momento, y después todo acabaría. La tristeza, los secretos, las mentiras, el desamor; su corazón dejaría de latir para siempre, y quizá, solo quizá, cuando fuera un fantasma podría estar con el espectro sin que ninguna barrera se interpusiera entre ellos.
Darren...
Lo quería. Lo quería con todo su corazón, y si tan solo hubiera sabido que esa noche su vida llegaría a su fin, se hubiera despedido apropiadamente de él con un beso...
Lloró más fuerte y apretó los ojos, esperando a que el impacto de su cuerpo contra el asfalto llegara...
Solo que... Eso nunca ocurrió.
Primero, sintió que algo la aferraba de la cintura, algo como dos delgados brazos. Inhaló una suave fragancia, y cuando se atrevió a abrir los ojos solo lo suficiente para saber qué había ocurrido... Se llevó la mayor y más inesperada sorpresa de toda su vida... Tan impactante que lanzó un grito de asombro mientras su cerebro intentaba no creer que fuera solo producto de su imaginación...
Porque la figura de Dominik se encontraba sobre ella, sosteniendo su cuerpo para evitar que muriera...
Y un par de hermosísimas alas blancas se hallaban extendidas sobre su lomo, iluminadas por un haz de luz que las hacía resplandecer magistralmente...
—¡Dominik! ¡Dominik, tú...! —la chica se ahogó con su propia saliva. No podía creerlo, y hasta quería llorar, reír, tirarse del cabello.
Pero no pudo hacer nada de lo anterior, porque el chico la depositó sobre el puente antes de que ella se diera cuenta, y luego, simplemente la miró fijo, mientras sus alas desaparecían tan repentinamente como habían llegado, difuminándose hasta ser invisibles.
La chica cayó de rodillas, tratando de hablar, pero le fue imposible por un largo e intenso minuto, donde Oliver se miraba interrogativamente con Dominik.
—¡Dom, tú... Acabas de...! —tartamudeó, atónita.
—No, lo que acabas de ver, fue... fue... ¡Imaginación! Es imposible científicamente, ¿no? —le rebatió, demasiado serio.
—Eso no es cierto, ¡yo te vi! Tú tenías alas, dos alas blancas y hermosas, y volaste por el aire salvándome de morir. ¡Yo no imaginé nada. No lo imaginé! —vociferó la chica, no pudiendo soportar que alguien más le hiciera creer que estaba loca. Porque NO lo estaba.
—¡Viste mal, Audrey, te lo aseguro! Tal vez fue producto de tu caída. —Dominik se giró con desesperación hacia Oliver—. Ayúdame con esto, ¿quieres? Dile que lo que vio no fue real. ¡Dile que solo lo imaginó!
Pero el joven no le hizo caso. En su lugar, posó una mano sobre su hombro y negó con la cabeza, impasible.
—Ya no tiene caso, Parker. Creo que es hora de decirles la verdad.
—¡¿Qué cosa, de qué hablan, qué verdad?! —Audrey estaba enloquecida.
—¿Estás seguro, Grey? —había duda en los ojos azules de Dominik, pero el estoico asentimiento de Oliver se las despejó. De manera que se plantó frente a Audrey la miró fijamente, y le dijo—: Creo que al parecer, por fin ha llegado la hora de contarles la verdad...
—¿De qué hablas? ¿Contarnos?
—Sí, contarles.
—¿A quiénes? —preguntó, consciente de que allí solo estaba ella.
Pero lo que dijo Dominik, la dejó completamente pasmada...
—A ti... Y a Darren Rosewood.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro