Capítulo 43
Cinco días transcurrieron en total incertidumbre, tanto para la familia Lawson, como para todos sus allegados. Las calles estaban cubiertas de volantes con la imagen y una detallada descripción de Romina, junto con una nota al pie de cada folleto anunciando que había una recompensa por medio millón de pesos a cualquiera que diese información de la misma. Audrey pudo contemplarlos el lunes siguiente, mientras Leonard y Marie los llevaban a ella y a Alex rumbo a la escuela en su primer día de clases del año.
Ambos hermanos habían participado en brigadas de búsqueda durante sus últimas tardes libres, además de Oliver, Dominik, James, Abril, y Mariana, pero hasta el momento no había habido resultados satisfactorios. Por ello, a medida de que se topaban con más carteles anunciando la desaparición de la niña, sus semblantes más se ensombrecían.
En lo que a Leonard y Marie respectaba, podía decirse que no solo estaban afligidos por lo ocurrido con la hija de su socio, sino que había que añadirle el mal sabor de boca tras descubrir que la asistente del señor Williams llevaba vario tiempo robando documentos importantes sin levantar ninguna sospecha, pero además, les pesaba el reciente incendio en Perú que había acabado con la vida de cinco de sus trabajadores, pues vivían en el mismo barrio que habían envuelto las llamas sin piedad, hasta arrebatarle la vida a un centenar de personas. Luego de enterarse, Leonard había decidido que sin importar lo que se le atravesase, viajaría a dicho país para darle el pésame a las familias de sus trabajadores afectados, y el apoyo económico que le correspondía a cada una de estas. No olvidó la reunión en Zacatecas que tendría con un importante grupo de inversionistas extranjeros, pero cuando Marie sugirió cubrirlo para que se fuera tranquilo a Perú, no fue capaz de hallar las palabras adecuadas para agradecerle el gesto a su esposa.
—Llegamos —la voz de Leonard, aunque agotada, sonó amable a oídos de sus hijos. Estos tomaron sus mochilas y descendieron del vehículo, despidiéndose de sus padres, para luego marcharse al interior del instituto.
Para el resto de los estudiantes era bien sabido lo acontecido con la hermana de Vanessa, pero si existía una razón por la que nadie osaba atacarla a preguntas, esta era que nadie la había visto poner un solo pie en la escuela, pero en consecuencia, sus amigos eran los que respondían las cuestiones de los demás con respuestas meramente evasivas.
Alex y Audrey no fueron la excepción al bombardeo de interrogantes, pero, deshaciéndose de la atención que ponían sobre ellos, decidieron hablar de algo todavía más importante. Audrey fue la primera en tocar el tema.
—¿Podrías contarme cómo fue que comenzaste a sospechar de Monique? No me lo mencionaste antes.
Alexander la miró.
—El pasado primer día de enero —explicó—, mi papá me llevó al Hotel Central para ayudarle a hacer el balance de los gastos de la compañía. Más tarde, él y Roberto decidieron que debíamos ir a comer algo, así que salimos a buscar algún local. Pero casi al llegar al auto de Roberto, me di cuenta de que había dejado olvidado mi teléfono en el despacho de mi papá. Fui por él, y fue allí donde atrapé a Monique revisando los estantes de archivos muy desesperada.
—¿Le preguntaste qué estaba haciendo?
—Sí, pero me contestó que estaba «limpiando» —dibujó en el aire unas comillas con sus dedos—. Desde luego que no le creí nada, y pues el resto ya te lo sabes; te conté de mi sospecha y tú me llevaste a la casa del tal Armando.
—Pero, ¿cómo lograste delatarla?
—Eso fue fácil. Simplemente fingí que había perdido mi teléfono. Le pedí a Roberto y a mi padre que me ayudaran a buscarlo y luego «revisé» la bolsa de Monique, que era donde lo había metido sin que nadie me viera. Después saqué unas carpetas que estaban adentro y se las mostré a papá. Como lo supuse, allí estaban guardados varios de nuestros documentos, como recetas médicas de mi mamá provenientes del centro psiquiátrico en el que estaba recluida, fotos mías de cuando era pequeño, y...
—¿Y...? ¿Y qué? —tras cada segundo que Alex pasaba sin hablar, más se preocupaba Audrey—. ¡Habla, Alex!
—Una copia del acta de defunción de mi abuela Clarity.
Audrey se quedó anonadada.
—¿Qué? ¿Por qué Armando querría algo como eso? ¿De qué le serviría?
—No lo sé —admitió el chico—. Lo importante es que mi papá enloqueció cuando se los mostré. Monique intentó culparme diciendo que yo era un mentiroso y que había sido yo quien los había metido allí, pero le mostré a papá y a Roberto las fotos y la grabación de voz que tomé en casa de ese tipo. Le conté que tanto tú como yo teníamos sospechas, y entonces no tuvo otra opción que admitir la verdad. Roberto llamó a la policía, mostré las pruebas y se la llevaron.
—¿La encerraron?
—Solamente la detuvieron y le dieron una multa, aunque no sé si logrará pagarla. Lo seguro es que ya no va a volver a robar ningún documento nuestro, ¿no te parece bueno?
—En medio de todo lo que nos está pasando, sí. Me alegra que no se haya salido con la suya.
—A mí también. En fin, debo ir a clases, ¿nos vemos al rato?
—Te veré en tus entrenamientos.
Posteriormente, se separaron y se dirigieron a sus respectivas aulas de clases.
La primera clase de Audrey era Literatura. La profesora llegó puntual al aula, cuando todos los alumnos ya se hallaban reunidos, cuchicheando, emocionados, sobre sus dos semanas de vacaciones de invierno. Había tanto ruido que, solo cuando la maestra los mando a callar, fue que Audrey se dio cuenta de que no estaban todos. Faltaba una única alumna. Vanessa Lawson.
Audrey miró a Darren, pero este se encogió de hombros, notando también la ausencia de la joven.
No fue, por supuesto, la única clase en donde notaron su falta. Historia, Biología y Química también lo fueron. Ante esto, durante su cambio de clase, Audrey escribió, en un extremo de su cuaderno:
«¿Podrías buscar a Vanessa? Ya me estoy preocupando»
Darren leyó la nota, asintió y salió del aula.
El primer lugar en donde la buscó fue en la biblioteca. Había muchos alumnos recibiendo tutorías por parte de los colegas de Rolland, pero ninguno era Vanessa.
Después recorrió los pasillos desiertos un largo rato, hasta que por fin, luego de una hora, oyó unas voces que llegaban hasta él, provenientes del vestidor de hombres. No le habrían extrañado de no ser porque una de ellas era la de Vanessa, y la otra de Oliver Grey.
Lleno de curiosidad se adentró, rezando para no encontrarlos en una situación comprometedora, pero no fue así, de hecho, la escena con la que se topó lo conmovió como casi nada lo había hecho: la chica se encontraba en la pared más alejada del vestidor, en posición fetal y con el cabello cubriéndole una gran parte de la cara, mientras que Oliver yacía a su lado, abrazándola, como queriendo consolarla o protegerla de cualquier cosa que pudiera causarle daño. Sin olvidar que ella estaba llorando a lágrima tendida.
—Vanessa... ¿No crees que a los profesores se les hará extraño no tenerte en sus clases? Tú no sueles faltar a la escuela, y menos hoy, que regresamos después de vacaciones... —decía el joven, no deseando hacerla sentir culpable.
—Lo sé, pero no quiero enfrentarme a las miradas de los demás —balbuceó—. Sé que todos saben lo que ocurrió con mi hermana, y lo que menos quiero es responder a sus preguntas.
—Lo entiendo. Entonces me quedaré contigo si no te molesta, no me gustaría dejarte sola en este estado.
—No, lo mejor será que te vayas. Muy probablemente deben estarse preguntando también por ti.
—No, claro que no. Me quedaré contigo lo quieras o no —Oliver intentó colocar tras su oreja el mechón pelirrojo que le cubría el lado derecho de la frente, pero cuando Vanessa se rehusó, tanto él como Darren, se dieron cuenta de que algo no andaba bien. Y no se equivocaban—. ¿Qué pasa? —Nuevamente realizó el ademán de ladear su melena, pero al resistirse Vanessa, lo intentó con mucho más decisión, topándose, al haberlo logrado, con nada menos que un oscuro moretón manchando la piel clara de su sien derecha. Los dos chicos se quedaron atónitos al ver la gravedad del mismo—. ¿Qué... carajo te ocurrió aquí? —No hubo respuesta—. Vanessa, dime qué te pasó. ¡Dímelo!
La susodicha, de súbito, se soltó a llorar. Se abrazó todavía más las rodillas con sus brazos y volvió a ocultarse el moretón con su cabello, desolada.
—Mi padre me golpeó cuando se enteró de que Romina había desaparecido —sus palabras se entendieron con mucha dificultad gracias al llanto que la embargaba. Oliver abrió los ojos de par en par y apretó las manos furioso.
—Dime que es un chiste. ¡No puedo creer que ese maldito te haya golpeado! —Pero por la mirada de su novia, supo que no era ninguna broma—. ¡Idiota! ¿Cómo no me había enterado de esto, Vanessa?
—Todos los días me cubría el moretón con maquillaje, pero hoy se me hacía tarde y no pude disimularlo, ¡por eso es que no quiero entrar a clases. No quiero que todos me vean así!
Darren entendió la desesperación de Vanessa instantáneamente, y se sentó a contemplar, entristecido, la manera en que Vanessa le narraba a su novio todo acerca de la violenta reacción de Bernard después de la desaparición de su hermana, añadiendo también comentarios sobre su irritable estado de ánimo.
Audrey, mientras tanto, se resignó a que Vanessa no se presentaría a clases después de salir al receso con Dominik junto a ella. Estaban muy tristes por el rapto de Romina, pero eso no les impedía planear otra nueva jornada de búsqueda repartiendo folletos entre sus compañeros y docentes. En una de esas, Audrey se acercó a Bryan Sheppard con un volante en la mano y se lo entregó, indecisa. Nunca había sabido muy bien cómo enfrentarse a él, pero ese día en particular parecía más amenazante e indispuesto a entablar conversación de cualquier índole que ningún otro día.
—Hola, Bryan —habló Audrey en un tono de voz muy bajo, al tiempo en que le extendía el papel con la foto de Romina—. No es mi intención molestar. Tan solo quería entregarte esto, porque la hermana de Vanessa desapareció y desde hace cinco días no sabemos nada de ella. Si llegas a tener información, por muy insignificante que parezca, agradecería que te comuniques a los teléfonos que vienen en el folleto.
Bryan la miró intensamente, para luego bajar la vista hacia el papel que sostenía con su brazo repleto de tatuajes. Leyó la información y su mirada se suavizó cuando dijo, aunque en un tono todavía algo hosco:
—Gracias. Dile a tu amiga que lo siento.
Audrey asintió. ¿Qué más podía hacer? Por algún motivo tenía la terrible sensación de que hasta la más diminuta frase que le dijera iba actuar como un detonante para desatar la ira de aquél chico tatuado y rudo, cosa que no quería porque tenía la suficiente experiencia en ello. De manera que se despidió con una corta palabra y después se alejó de él.
De camino hacia la mesa que compartía con Dominik y por esa ocasión también con todos los involucrados en la búsqueda de Romina, su teléfono sonó, anunciando una llamada de Anthony, aquel mesero que luego había resultado ser el hijo del gobernador, y de quien Audrey ya no había sabido mucho.
Dibujando una sonrisa, Audrey contestó.
La llamada resultó no ser más que una invitación a salir. Mientras Anthony hablaba, Audrey había tenido una lucha interna entre aceptar o negarse, pero pronto admitió para sí misma que estaba bajo mucha presión y una salida casual no le caería nada mal, así que aceptó y acordaron que su cita sería al día siguiente, después de finalizar las clases.
Durante la media hora de descanso, ella, Dominik, James, Abril, Mariana y Alex se dedicaron a hablar acerca de lo sucedido con Romina. Habían hecho una lista de lugares en los que podrían buscar a la niña, pero mientras iban nombrando uno a uno y tachando los que ya habían visitado, se percataron de que les faltaba un máximo de tres. El grupo se preocupó irremediablemente.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Alex, revisando la lista por décima vez—. Ya casi hemos buscado en toda la ciudad. ¿Y si no la encontramos?
—No digas eso, Alex —hablo Mariana, que, como la dulce novia que era, le dio un apretón confortante en la mano—. Estamos haciendo todo lo que se encuentra a nuestro alcance. Ya repartimos folletos en toda la escuela, posteamos en Facebook, y hasta Dominik buscó en la deep web por si encontraba algo relacionado a ella. Además el señor Lawson ha logrado que la policía se movilice para buscarla, así que si la suerte está de nuestra parte, pronto encontraremos a la hermana de Vanessa.
—¿Y si no? —pese a que Alexander nunca le había hecho mucho caso a Vanessa, ahora parecía genuinamente preocupado por su hermana—. Por cierto, ¿dónde están Vanessa y Oliver?
Todos miraron a su alrededor, pero negaron con la cabeza.
En ese momento, apareció Rolland por una esquina. Llamó a Audrey, la guió hacia la biblioteca y cuando estuvieron solos, con una gran sonrisa en su boca, le dijo:
—Adivina qué tengo en mi bolsillo derecho...
Audrey fingió que se lo pensaba, pero no demoró en contestar:
—Comida, de seguro.
El tutor chasqueó la lengua.
—No, eso está en mi otro bolsillo, pero en este... —conforme hablaba, Rolland metió la mano en su bolsa, y en cuanto le mostró a la joven el objeto que llevaba allí, hizo que esta tuviera que ahogar un grito antes de que saliera de su boca, debido a la sorpresa que le había causado.
—¡No puedo creerlo! ¡¿Cómo la has conseguido?!
Audrey saltó para tomar la llave del candado que resguardaba la puerta prohibida, pero Rolland la puso más en alto.
—El cómo no importa. Lo que sí importa es que la tengo. Hoy mismo entraremos y por fin podré pagarte el gran favor que me hiciste al acompañarme a la boda de mi hermana. Gracias, por cierto. —Una nube de tristeza ensombreció el semblante de Rolland durante un momento, al recordar todo lo vivido en dicha ceremonia, pero se recompuso rápidamente.
—Me encanta la idea, Rolland. Pero hoy no estoy de ánimo para hacerlo. Me tiene muy preocupada el asunto de la hermana de Vanessa...
—Me había olvidado de eso... Mi papá... —se detuvo y gruñó para sí mismo—. Digo, Gustavo Carson ha mandado a varios de sus oficiales a peinar la zona, pero no han dado con ella. ¡Cuánto lo siento, Audrey!
—Descuida. Es Vanessa quien peor la está pasando. Hoy ni siquiera se ha presentado en la escuela, por lo que parece.
—¿De qué hablas? Claro que ha venido al colegio, pero llegó más temprano que cualquier alumno.
Audrey frunció el ceño. Si eso era cierto, ¿por qué Darren no había regresado aún a avisarle si la había encontrado ya?
—En fin —volvió a decir Rolland—. Sé que debes estar muy estresada, pero forzosamente debemos entrar hoy a la puerta, porque yo mañana me voy de viaje y no sé cuándo regreso.
—¿Cómo que te vas de viaje? ¿Adónde?
—Es... —dudó—, es un viaje de la escuela, pero seguramente no tardaré en volver. Mientras tanto quiero que me ayudes a estudiar algunos temas junto con Lisa Smith. Ella es muy buena en Química y a ti te falla, así que te ayudará con algunas lecciones, y tú la auxiliarás con los temas de Historia. ¿Te parece, pequeña?
Audrey arrugó la nariz.
—Pues no, pero ya qué.
Rolland mostró una expresión divertida tras la respuesta de Audrey. Acto seguido, le explicó a qué hora se reunirían en la puerta prohibida, y le dijo que fuera muy cautelosa a la hora de cumplir con lo establecido. Sacó de su otro bolsillo una bolsa de papas, y mientras caminaban de vuelta al comedor, Audrey lo observó devorarlas con gran avidez.
—¿Me das una? —pidió, a lo que Rolland sacó una de la bolsa, la lamió, y luego la extendió en dirección a Audrey, a quien la broma no le gustó para nada—. Jaja, qué chistosito.
Pero ambos soltaron una risa después.
....
Dos horas después, casi al término de la jornada escolar, Audrey estaba en mitad de su clase de Historia cuando pidió permiso a la profesora Cassandra para salir al sanitario. Había observado el reloj sin descansar hasta que este diera la hora acordada por ella y Rolland, y cuando eso por fin había ocurrido, no demoró casi nada en salir del aula con rumbo a la puerta prohibida, donde ya la esperaba el muchacho con un rostro lleno de pánico.
—¿Nadie te ha visto venir hacia aquí, o sí?
Rápidamente la chica negó con la cabeza.
Fue entonces cuando Rolland miró a ambos lados del pasillo para cerciorarse de que nadie los estuviera mirando, extrajo la llave de su bolsillo y la insertó en el candado, mismo que se abrió con un pequeño estruendo después de girar la llave dos veces.
Audrey no podía ocultar su ansiedad mientras Rolland quitaba el candado y liberaba la gruesa cadena que prohibía el paso hacia el otro lado de la puerta. A cada segundo sentía más próximo el esperado momento en que observara con sus propios ojos lo que había tras ese obstáculo metálico que ni siquiera Darren se había atrevido a cruzar.
El tutor hizo a un lado la cadena, empujó la puerta para abrirla, y, justo cuando Audrey creía que había llegado el momento que tanto deseaba, una suave voz masculina los sobresaltó a ambos, haciendo que se volvieran de inmediato.
—¿Qué es lo que están haciendo?
El dueño de la voz era Víctor Molina, el chico que hacía poco que se había incorporado al grupo de tutores de la escuela y que funcionaba como reemplazo del desaparecido Demián Martínez. Su cabello negro y rizado brillaba a la luz de las lámparas blancas sobre su cabeza, y sus ojos se habían estrechado como un par de rendijas, acusatorios.
—¿Qué haces aquí, Víctor? ¿No has aprendido que debes dejar de meterte donde no te llaman? —Rolland le respondió, usando un tono bastante condescendiente, lo que avivó el enojo en su colega.
—Rolland, ni tú ni tu alumna deberían estar aquí. Ella debe estar en sus clases ahora mismo, y a ti el director August te está buscando. ¿Por qué... están... aquí?
—Ese no es tu asunto —respondió Carson, sin modular la actitud en su voz—. Vuelve a lo tuyo, tarado.
—¡Es mi asunto tanto como de los demás tutores, Rolland! —gritó Víctor, avanzando a grandes zancadas hacia su compañero, y luego, arrebatándole la llave de la puerta—. Sabes que esta escuela tiene reglas. Sabes que este lugar está prohibido para cualquiera que trabaje o estudie en el colegio ¡y también sabes lo que les pasará a ti o a Audrey si los descubren aquí! Ahora más te vale que cierres esa puerta si no quieres que vaya y le diga a August lo que estaban a punto de hacer para que te saquen de aquí. ¡¿Es eso lo que quieres?!
—¡No, maldita sea! —le devolvió Rolland a gritos.
Acto seguido, Carson no tuvo más que obedecer a Víctor apretando los dientes. Le regaló a Audrey una mirada de arrepentimiento y le ordenó que regresara a su clase.
Eso fue lo último que Audrey pudo ver de su tutor aquella tarde: la mirada de disculpa en sus ojos y la flaqueza ante su desliz del día.
Pero, ¿habría actuado de manera diferente de haber sabido lo que estaba por venir?
....
Al día siguiente fue la primera vez en vario tiempo que su tutoría no fue con Rolland, sino con Víctor, que inesperadamente se había ofrecido a guiar su regularización en algunos temas en los que no llevaba las mejores notas.
Esa mañana ni siquiera había podido desayunar con sus padres, porque Leonard estaba bastante ocupado preparando sus maletas, pues se iba esa misma tarde hacia Perú y Marie se encontraba de un humor de perros que no habían querido soportar ni ella ni Alex. También se había enterado gracias a Darren de lo ocurrido entre Vanessa y Oliver la tarde pasada, de la golpiza que le había propinado Bernard a la mayor de las Lawson y no le había sentado nada bien oírlo. De manera que al sentarse en el escritorio, con varios libros en frente suyo, se lamentó de no tener el humor sarcástico de Rolland esa tarde en particular. No se dio cuenta de cuánto lo necesitaba sino hasta el momento en que Víctor, adquiriendo la actitud alegre de quien ama su trabajo, se sentó frente a ella y le pidió que abriera su libreta de Química. Las tutorías de Víctor le gustaban, claro, pero en ese instante anhelaba la compañía de Carson, y además estaba recelosa porque gracias a él no había podido descubrir lo que había tras la puerta prohibida.
—Audrey, ¿estás bien?
Víctor le preguntó aquello tras verla sumamente distraída. Ella parpadeó, saliendo de sus pensamientos y se rascó la nariz, tratando de concentrarse en su tutor temporal.
—Lo siento, ¿decías algo?
Víctor asintió.
—Me preguntaba qué te ocurre. Hoy parece que no deseas centrarte en nada. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar?
Audrey negó con la cabeza.
—No, estoy bien. Solo me siento algo estresada...
—Entiendo. Supongo que es por lo de la desaparición de la hermana de Vanessa. ¿Aún no han recibido información sobre su paradero?
—No. Las autoridades tampoco han dado respuesta en su búsqueda, pero tengo fe en que tarde o temprano la encontraremos.
Víctor la secundó con un gesto de la cabeza. Después, con algo de pena, le preguntó:
—¿Y cómo está tu familia? No solo con lo de Vanessa, sino en general.
—Están pasando también por un mal momento. Algunos empleados en un hotel de mi papá murieron en un incendio en Perú, y él está tan preocupado que no dudó en empacar sus maletas y viajar hacia allá para visitar a las familias afectadas.
—¿Y tu madre?
—Últimamente no ha estado de buen humor. Se ofreció a ir a Zacatecas y cubrir a mi papá en una reunión importante que tenía. Me dijo que fuera con ella, pero aún lo estoy considerando. Tal vez despejar mi mente me vendría bien, solo que no quiero dejar a mis amigos solos en la búsqueda de Romina Lawson. Quisiera estar aquí y seguir luchando para encontrarla sana y salva.
—Descuida, seguramente pronto darán con su paradero.
Se quedaron callados por un buen rato, en tanto la muchacha realizaba los ejercicios que le había pedido el tutor, pero después de algunos minutos, Audrey juntos las cejas, repasando sus primeros dos días en la preparatoria después de la vuelta a clases, porque había reparado en la ausencia de Fany, la tutora de Alex. Usualmente ella siempre estaba pegada a Rolland, y su modo de ser, tan dulce, la hacían sobresalir entre el resto de sus colegas, pero Audrey recién se dio cuenta de que ni el día anterior ni ese la había visto por allí. Así que levantó la cabeza y le preguntó al tutor:
—Oye, ¿sabes dónde está Fany? Acabo de notar que no la vi ayer y hoy tampoco.
Él no la miró por algunos segundos, pero después se volvió en su dirección, observándola con sus bellos ojos cafés, y le dijo:
—Creo que la han trasladado temporalmente de colegio. El director está tratando de darle oportunidad a nuevo personal.
—Entiendo —musitó Audrey, sopesando la respuesta.
Víctor le sonrió y continuaron con su tutoría. Audrey trató de concentrarse, pero una parte de ella se mantuvo distraída hasta el momento en que por fin acabó aquella hora que no había tenido nada especialmente interesante.
Un par de clases transcurrieron antes de que llegara la nada esperada hora en que ella y Lisa Smith se reunieran en la biblioteca para suplir a Rolland con el trabajo que le tocaba. Audrey llegó antes y empezó a buscar algunos libros de Historia de México y tan solo luego de tres minutos, oyó que alguien cruzaba el umbral de la puerta y se detenía justo a su lado. Pudo oler el suave perfume de Lisa antes de girarse para verla.
—Hola, Lisa.
—¿Qué hay? ¿Ya vamos a empezar?
Audrey asintió, por lo que Lisa fue a sentarse a una de las mesas del fondo. Ese día llevaba una licra negra y una blusa de tirantes color neón, junto con su negro cabello atado en una coleta. Audrey no recordaba un solo día en que Lisa hubiera descuidado su imagen o lucido vulnerable, lo cual admiraba bastante en ella, pero actitudes como la que la vio tomar al pasarse casi media hora navegando por internet en su teléfono y actualizando su Instagram en lugar de poner atención a la tutoría siempre la sacaban de quicio, al punto de desear que Darren hubiera elegido acompañarla en esa hora, en vez de ir a ver cómo se encontraba Vanessa ese día.
—Entonces, repasemos, ¿cuáles fueron las ventajas y las desventajas del periodo conocido como El Porfiriato?
Al terminar la pregunta, Audrey pudo notar que la chica ni siquiera la miraba, pues tenía su atención puesta en algo en Facebook que la hizo reír. La rubia puso los ojos en blanco.
—¡Lisa, ponme atención, ¿quieres?! —exclamó. La susodicha la miró de mala manera y dejó el teléfono sobre la mesa con desdén.
—¡Ash! Siempre te pones tan odiosa. Ya veo por qué te llevas muy bien con Carson, ¡los dos son insoportables!
—¿Sí? Pues es un sentimiento mutuo. Digo, siempre me he preguntado por qué me odias.
—¿De qué rayos hablas?
—Pues ya sabes, desde que llegaste a la escuela, me has tratado bastante mal. Te has burlado de mí, eres grosera y parece que amas hacerme infeliz, cuando en realidad yo nunca te he hecho nada malo. ¿Por qué?
Lisa permaneció callada por un momento. Naturalmente Audrey no esperaba respuesta alguna por parte de su compañera, pero ese fue el motivo por el que, cuando abrió la boca y comenzó a hablar, la sorpresa inundó el rostro de la canadiense.
—¿Tu padre es Leonard Williams, o no?
Audrey arrugó el entrecejo.
—Sí, pero ¿eso qué importa?
Lisa resopló.
—Mi padre trabajaba con el tuyo. Eso hasta hace unos meses, claro, cuando tu papá sin más ni más decidió correrlo y lo dejó desempleado. Tuvo que pasar vario tiempo antes de que mi papá encontrara otro buen trabajo y pudiera enviarme a esta escuela, pero cuando entré y supe que tú eras la hija de Leonard, no tuve que mirar mucho para darme cuenta de que eres exactamente igual a él. Te crees la reina del mundo, piensas que todos somos inferiores a ti, y además te hiciste amiga del chico más inteligente y de la más rica del colegio, solo velando por tus intereses, ¿no?
—Pues te equivocas —respondió—. Cuando me hice amiga de Dominik, yo vi en él más que solo una gran inteligencia. Él es dulce, leal y muy comprensivo. Y Vanessa va mucho más allá que las cosas materiales que posee, ¿sabes? Es una amiga excelente, sobretodo porque le cuesta socializar, pero cuando alguien se gana su confianza, lo da todo por esa persona. Siempre hace lo posible por no ver tristes a sus amigos, y es infinitamente linda y sensible. A mí me encantaría ser su amiga incluso aunque Dom no fuera el más listo, o Vanessa no poseyera tanto dinero, porque lo que me importa es lo que me hacen sentir.
—¿Y qué se supone que te hacen sentir?
Audrey reflexionó la pregunta. Nunca, ni siquiera con el mismo Darren, había profundizado tanto en su amistad con Dominik y Vanessa, pero sabía lo que sentía por ellos, e igualmente, lo que ellos le hacían sentir a ella, por lo que no fue tan difícil contestar esa pregunta con sinceridad:
—Que los verdaderos amigos existen.
Pero a cambio, recibió un gesto burlón por parte de Lisa.
—¡Carajo! Hablas como si no hubieras tenido amigos en Canadá.
—Pues es que no los tuve, Lisa. —Su enemiga dejó de reír y enarcó una ceja—. En Canadá los creí que eran mis amigos, nos traicionaron de una manera horrible a mí y a mi hermano. Cuando llegué a México, tenía mucho miedo de sufrir lo mismo que allá, de hecho ni siquiera quería hacer amigos, pero cuando Dominik se cruzó en mi camino, supe que todo gritaba autenticidad en él. Estoy muy segura de que él y Vanessa nunca me harían daño a propósito, y después de todo lo que sufrí en Canadá, agradezco muchísimo haberlos conocido. Sin ellos, mi vida en México no hubiera sido la misma, puedo apostar mi vida a eso.
Lisa Smith, engreída como siempre había sido, repasó el discurso de Audrey una y otra vez. Le bastó con observar el semblante caído de la otra para percibir un apretón en su pecho que esperó que fuera imaginario, y luego, sin una sola nota de sarcasmo o burla en la voz, inquirió:
—¿Pues qué te hicieron tus amigos en Canadá? Hablas como si hubiera sido algo bastante malo...
Audrey se secó una lágrima que le cayó por la mejilla. Para nada podía dejar que su peor enemiga la viera vulnerable.
—Eso no importa. El caso es que fue muy doloroso para mí lidiar con eso, y me creas o no, sin compañía de Dominik, Vanessa o Rolland, no habría podido sentirme capaz de superarlo, pero estoy haciéndolo. Poco a poco empiezo a sentirme mejor, y por lo menos ya no tengo pesadillas en las noches.
—Caray, no tenía idea... Sé que no me crees, pero lamento lo que te pasó, aún sin saber lo que fue —dijo, y por la amargura en sus ojos, Audrey supo que no mentía, lo cual le sacó una pequeñísima sonrisa en la boca.
—Descuida. En lo que a tu padre respecta, no es que no te crea, pero yo conozco a mi papá, y sé que él es incapaz de despedir a alguien sin un motivo aparente. ¡Sus empleados son su vida!
—Pues allá tú, pero si tienes dudas, puedes preguntarle acerca de Leandro Smith. Ese es el nombre de mi papá.
—Se lo preguntaré, pero quisiera que dejaras de odiarme aunque sea por un día. Entiendo que tengas resentimiento hacia mi papá por lo que le hizo al tuyo, pero yo no tengo la culpa de eso. ¡Yo ni siquiera soy parte de la administración de esos hoteles! Tal vez si intentaras tratarme un poco más, si fueras agradable conmigo por, no sé, veinticuatro horas, te darías cuenta que no soy más que una extranjera contenta de haber venido a vivir a este país y haber encontrado personas increíbles en él...
—Y tal vez si tú abrieras los ojos, te darías cuenta de que, como dice el dicho, «caras vemos, corazones no sabemos». Tu crees que Leonard Williams es un santo, pero no es así, muchas veces nuestros padres esconden secretos y nos muestran una cara, pero son completamente diferentes con el resto del mundo. Tú, ¿estás segura de que tus padres son como te lo hacen creer?
Audrey no dijo nada, pero se respondió mentalmente. Deseaba poder reírse de Lisa y decirle que en el último mes había comprobado que, en realidad, sus padres no eran para nada lo que ella creía. Su familia, más que ninguna otra, estaba repleta de secretos lo bastante oscuros como para verse obligados a fingir que aquellos no existían, incluyendo el posible asesinato de su abuela a manos de nada menos que el propio Graham Williams.
—Bueno, olvidemos ese tema —añadió Smith después de no obtener contestación—. Escuché que Víctor los atrapó a ti y a Carson tratando de abrir la puerta prohibida. ¿Qué se supone que estaban haciendo ustedes allí?
—No te metas en eso, Lisa, estoy segura de que jamás lo entenderías.
—¡Pffff! Me dijiste que tratara de ser agradable contigo por un día, ¿recuerdas? Pues ese día es hoy, y si tienes una buena razón para querer entrar allí, quizá podría ayudarte, porque yo también tengo curiosidad de saber qué es lo que hay tras esa puerta. Así que habla.
Lisa ayudándola a entrar a la puerta prohibida... ¿Lo había considerado antes? Desde luego que no. Nunca había creído posible ni siquiera que Lisa y ella pudieran pasar por lo menos un minuto sin gritarse, pero allí estaba la pelinegra, observándola en espera de una contestación satisfactoria, sonriendo con complicidad y golpeando levemente su bolígrafo contra la mesa. ¿Era una trampa? Sinceramente no lo creía. Sabía muy bien cuánta curiosidad podía causar aquél sitio porque ella misma la había padecido desde su primer día de escuela, así que si aliarse con su enemiga podía lograr que la respuesta a su interrogante fuera resuelta, lo haría. Abriría la puerta prohibida sin importar los medios por los que llegara a hacerlo.
De manera que Audrey procedió a narrarle los extraños acontecimientos ocurridos desde su llegada a la preparatoria, comenzando por el incendio en la biblioteca que había resultado ser imaginario, o eso creía la mayoría. Añadió la rara plática de Rolland y Fany producto de que al parecer ellos sí habían entrado a la habitación que había tras la puerta y su particular reacción de terror o del momento en que Audrey halló el dibujo de una chica desaparecida poco tiempo atrás bajo la rendija de la misma. También hablaron de los ataques que habían sufrido, los cuáles desde luego estaban dirigidos a Audrey o del pasado de la preparatoria como casa del tal Gonzálo García de Alarcón. Audrey no le mencionó nada acerca de las Sombras ni que ese hombre era el mismo al que buscaban, pero lo poco que estuvieron platicando bastó para que, al final de su tutoría, hubieran armado un plan para por fin atravesar esa puerta y despejarse de cualquier duda existente.
Cuando el tiempo se hubo terminado, repasaron el plan y se despidieron acordando la hora que daría inicio el mismo. Posteriormente salieron a reunirse con sus respectivos amigos, pero no pudieron evitar que más de una vez sus miradas se encontraran en el comedor y de repente, se sintieran como lo que eran: cómplices de una locura que estaban a punto de cometer, de cuyas consecuencias no tenían la menor idea.
....
La última vez que Audrey había deseado algo tan fervientemente había sido tres años atrás, y había estado relacionado con nada menos que Tyson Peters. Como le había contado a Darren, el inicio de su noviazgo había estado repleto de dicha, felicidad y un enorme sentimiento de realización personal para ella, pero aún podía recordar, aunque de manera algo difuminada, cuánto había rogado que el muchacho volviera a ser el mismo en aquellas tardes en que, tras haberlo «decepcionado» la citaba en su casa y cerraba la puerta de su habitación para violentarla sin que ninguna de sus empleadas domésticas pudieran hacer algo por ella.
A menudo, cuando por más que rogaba no parecía que Tyson fuera a dejar de ser un abusador, Audrey solía preguntarse si de verdad existía un Dios que la cuidara, y si era así, solía cuestionarse el porqué de que el Todopoderoso no escuchase sus plegarias. ¿Acaso había sido tan terrible persona como para merecer los golpes que Tyson le propinaba?
Ahora, a medida de que se acercaba el momento en que tuviera que poner en marcha su segundo plan para entrar a la puerta prohibida con la inesperada ayuda de Lisa Smith, pensó en Tyson, en Frida y en todos aquellos que durante años se atrevieron a fingir que eran sus amigos pero se dedicaban a burlarse de su ingenuidad a espaldas de ella y Alex. Abrazó el dije de obsidiana que Darren le había prestado para poder usar sus habilidades fantasmales de atravesar muros y vigilar con toda libertad a Vanessa, y cuando la piedra preciosa entró en contacto con sus dedos, una sensación confortante inundó su interior.
Había tardado en darse cuenta, pero hoy sabía, estaba completamente segura de que no, lo que Tyson y compañía le hacían, la manera en que él la lastimaba o su deseo de abusar de ella en aquella fiesta donde un extraño la salvó no eran su culpa ni de lejos. ¿Cómo podía serlo? Si lo pensaba mejor, podía caer en cuenta de que siempre se había esforzado en ser la mejor novia para Peters, en convertirse en lo que él necesitaba, pero lo que él necesitaba no era para nada una buena novia, sino solamente una chica tonta que estuviera a su disposición cuando lo deseara y para lo que deseara. Ella, por desgracia, se había cruzado en su camino, pero no era su responsabilidad la manera en que él comenzó a tratarla cuando se enteró de que no habría ninguna mala consecuencia para su soberbio ser.
Deshaciéndose de los pensamientos relacionados a su ex, la chica se detuvo a unos metros de la oficina de Romero y sostuvo el colgante con algo más que nerviosismo en su interior. Las manos le sudaban, pero era algo que no podía evitar.
De repente, mientras se hallaba observando atenta lo que sucedía, una de las enfermeras llegó corriendo muy asustada y abrió la puerta de la oficina sin siquiera detenerse a tocar.
—¡Director August, director August, tenemos una emergencia!
A pesar de la distancia, Audrey pudo escuchar muy bien la voz de su rector cuando dijo, con su voz profunda y cavernosa:
—¿Qué es lo que pasa? ¿No te he dicho que debes tocar antes de pasar a mi ofi...?
—¡Lo lamento, director August, pero es que se trata de una alumna! —gritó la enfermera, completamente aterrorizada.
—¿Qué ocurre? —el tono de voz del director estaba lleno de irritación.
—¡Lisa Smith está convulsionando! ¡Tiene que venir ahora, por favor, de prisa!
Un sonido salió de la boca del director, aunque Audrey no supo si se trataba de un gruñido o un respingo, aunque no le interesó.
Acto seguido, vio marcharse a la enfermera, quien iba arrastrando a August Romero del brazo hacia el salón de cómputo con una profunda urgencia. Por fortuna, el director ni siquiera tuvo tiempo para cerrar el despacho, de manera que cuando Audrey los vio desaparecer por el pasillo, corrió hacia la oficina y entró, cerrando la puerta a su espalda para que tuviera oportunidad de esconderse por si alguien llegaba.
Ya adentro, se encontró con el escritorio pulcramente ordenado, además de los libreros gigantes que cubrían las paredes de la habitación con ejemplares aparentemente antiguos y maltrechos. Observó a su alrededor, rezando para que Romero no se hubiera llevado las llaves, y con ellas, su única oportunidad de entrar a la puerta.
Miró el reloj en su teléfono. Lisa le había especificado que contaba solo con tres minutos de tiempo antes de que Romero regresara a su oficina, por lo que abrió los cajones del escrito procurando no hacer mucho ruido y buscó, sin revolver demasiado las cosas para no delatar su fechoría.
Pasó un minuto, pero no la hallaba. Pasó a esculcar entre los libros de los estantes y tampoco halló nada. Entre más tiempo transcurría, sus nervios más se incrementaban.
Habían transcurrido ya dos de los tres minutos brindados por Lisa, y casi se resignó a que no encontraría la llave, cuando...
La vio.
Al principio no la había notado porque estaba demasiado bien camuflada, pero bastó con poner especial atención al suelo bajo el escritorio para notar que había una loseta suelta en el suelo. Frunció el ceño, se arrodilló y la hizo a un lado con una facilidad tremenda. Al observar al interior del agujero que el cuadrado de mármol cubría, se dio cuenta de que había un pequeño bulto blanco escondido allí, rodeado por senda oscuridad.
Al extraerlo, con temor de que fuera solo el cuerpo de un animal rastrero, se topó con que en realidad se trataba de lo que parecía un papel enrollado, de grosor similar al de una fotografía. Estaba sostenido con una liga y, por su dureza, supo que envolvía algo, por lo que rápidamente la descolocó y abrió los ojos de par en par cuando advirtió una bella llave plateada de aspecto antiquísimo escondida entre lo que era...
Imposible.
A Audrey le latió velozmente el corazón al escudriñar el papel en el que se había hallado envuelta la llave de la puerta prohibida. Efectivamente era una foto. Pero no cualquier foto, sino nada menos, que una fotografía antigua...
De su abuela Clarity Williams.
Pasmada, la observó por un momento. Su padre alguna vez les había enseñado imágenes de Clarity, donde podía notar cuán parecida era a Alexander. Tenía el cabello castaño, hasta los hombros y unos hermosos ojos miel que resplandecían siempre de alegría, según le había contado su padre. Al no tener más información sobre ella, se había aferrado al recuerdo de la primera foto que había visto de ella en su vida, a los diez años, y ahora, no cabía dudas de que esa mujer era la misma que llevaba su sangre.
¿Para qué querría August Romero una fotografía de su abuela?
Al parecer los secretos en torno a sus conocidos nunca se acababan.
—Date prisa, ya vienen para acá.
Audrey se sobresaltó, pero cuando alzó el rostro, vio que solamente se trataba de Darren. Ella le había contado antes el plan, y juntos habían acordado que él la buscaría para avisarle en caso de que este corriera peligro.
Azogada, guardó la foto en el bolsillo de su pantalón, colocó la loseta de vuelta en su sitio y salió de la oficina justo a tiempo de ver que Romero y la enfermera doblaban el pasillo con rumbo al despacho.
—¡Menudo susto que nos ha metido esa niña! —exclamó el hombre, visiblemente contrariado—. Ahora vuelve a tu trabajo, y no olvides tocar la próxima vez que estés pensando en molestarme, ¿de acuerdo?
La enfermera asintió, pero Audrey no se quedó a ver más porque dirigió sus veloces pasos hacia la puerta prohibida.
Ya allí, a sabiendas de que los alumnos estaban en sus clases y los tutores entretenidos en la biblioteca, abrió el candado con sumo cuidado, expectante, haciendo mil conjeturas de lo que pudiera haber al otro lado.
—Allí viene Lisa —dijo Darren, señalando hacia donde, efectivamente, caminaba la chica cuidando que nadie le siguiera. Cuando alcanzó a Audrey, la miró con una mezcla de agitación y nerviosismo en los ojos cafés.
—Veo que la conseguiste... —dijo—. ¿Fue difícil?
—Algo —admitió—. ¿Cómo salió la distracción?
—¡Excelente! Te dije que era buena actriz.
Por primera vez desde que se habían conocido, ambas se dirigieron una sonrisa nada irónica. Posteriormente Lisa ayudó a Audrey a quitar las cadenas sin hacer apenas ruido y empujaron la puerta, que se abrió con un ligero rechinido.
En la entrada, desembocaba una escalera de piedra sumida en la más profunda oscuridad, lo que agitó aún más los corazones de las chicas.
—Bueno, aquí vamos. ¿Estás lista?
La pregunta de Lisa emocionó a Audrey. Había pensado que nunca escucharía esas palabras, pero allí estaba, a casi dos meses de haber llegado a México, a punto de desvelar uno de los mayores secretos que siempre le quitaban el sueño.
—Lo estoy —dijo, respirando despacio.
A continuación, Lisa encendió la lámpara de su teléfono y alumbró los escalones, que ambas, en compañía de Darren, fueron bajando con algo de temor palpitando en sus venas. Sintieron que descendieron más de treinta peldaños antes de que por fin pisaran el suelo. Audrey, que había palpado la pared para evitar caerse, sintió un relieve saliento del muro. Al principio se espantó, creyendo que se trataba de un animal, y estuvo a punto de quitar su mano aterrada, cuando lo sintió un poco mejor.
No se trataba de un insecto. Se trataba de un apagador.
Indecisa, Audrey lo encendió, y al instante la luz les reveló el secreto al que por fin le habían encontrado respuesta. Nadie se los había contado. Lo estaban viendo con sus propios ojos.
—¡No puedo creerlo, ¿qué carajo es esto?! —exclamó Lisa, hablando en voz baja.
—Parece... Parece una prisión... —susurró Audrey, escudriñando atónita, lo que era una mesa gigante de madera de acacia con al menos veinticinco sillas repartidas a lo largo y ancho de la misma. Había alrededor, acomodados sobre varios estantes, no menos de un centenar de cirios, pero lo que más las había dejado pasmadas, eran aquellos cubículos protegidos por una gruesa reja de hierro, impenetrable a simple vista. Advirtieron una pequeña mesa llena de látigos, esposas y algunos otros artefactos de tortura que les puso la piel de gallina; y en el aire, se respiraba un fuerte olor a incienso, que más que agradable, resultaba horrendo para sus narices.
—¿Qué se supone que harán acá abajo...?
Lisa tocó con curiosidad los instrumentos de tortura exhibidos en una parte de la enorme habitación.
—No tengo idea, pero... —estuvo a un pelo de recordarle que fuera había encontrado el dibujo de Dragony, cuando Darren la interrumpió.
—¡Audrey, tienes que ver esto!
La chica se volteó en seguida, colocando su mirada donde Darren señalaba con gran sorpresa.
Entonces notó algo que le provocó un escalofrío en la espalda.
El lugar donde los dedos del espectro apuntaban, era ni más ni menos que un muro idéntico a aquél que durante mucho tiempo Darren había sido incapaz de cruzar tras el pasadizo del espejo en la mansión Williams. Incluso notó que la silueta de una mano se encontraba tallada en en mitad del extremo derecho. Todo, cada parte, se asimilaba al muro de la casona hasta el punto de dejarla fría, anclada al lugar donde estaba parada.
—¿Qué me decías?
La voz de Lisa la sacó de sus pensamientos, pero fue incapaz de hablarle.
Al no obtener contestación, la chica se acercó a ella y observó el muro, sin notar algo particularmente aterrador en él. Pero Darren y Audrey sí lo notaban, y cuando él, alentado por una mirada de la rubia, se acercó y posó su mano en la figura tallada en la pared, el corazón de la joven palpitó vertiginosamente, pues ella estaba segura de que se abriría de un momento a otro y le revelaría otro secreto, uno que no esperaba encontrar allí.
Pero no ocurrió lo que ella esperaba.
Aunque Darren lo intentó una, dos, tres veces, el muro no se deslizó como en el pasadizo de su hogar, y de hecho, hubo un momento en el que Lisa lo intentó también, inundada por la curiosidad que le provocaba aquella talladura, pero solo logró atravesar la mano de un fantasma sin enterarse de ello.
—¡Qué extraño! ¿Para qué será esto? A ver, tócalo.
Audrey parpadeó.
—¿Yo?
—Pues sí, quién más.
Asintiendo, se secó el sudor de las manos y apoyó la palma en la pared, apostando su disco autografiado por Calvin Harris a que nada pasaría.
No obstante, se equivocó de nuevo.
Al instante justo en que su palma entró en contacto con la talladura, el dije comenzó a resplandecer con una brillante luz verde bajo su blusa, y no pasó mucho antes de que el muro se deslizara a un lado, desvelando algo que ni el mismo August Romero sabía que existía:
—¡No manches! —dijo Lisa abriendo sus castaños ojos para no perder detalle de lo que estaba mirando en aquel momento.
Y es que, tras el muro que de repente se había deslizado, no había sino otra habitación mucho más polvorienta y pestilente que la primera. Pero para su sorpresa, se hallaba muy bien decorada con mobiliario de madera fina, aunque gastada y antigua; había una cama individual con lo que parecía una sencilla colcha blanca; existían también cofres repartidos a lo largo y ancho de la habitación, con joyas finas que impactaron sus vistas al abrirlos con bastante cautela. Un espejo de medio cuerpo se hallaba colgado en un extremo de la vieja alcoba, y cuando Lisa lo examinó, cayó en que el marco estaba elaborado nada menos que con oro puro. Se maravilló ante aquél detalle.
De súbito, algo llamó su atención. Sobre el escritorio que estaba junto a la cama, había un papel amarillento con algo que parecían renglones escritos. Mientras Audrey analizaba loa objetos en uno de los baúles con extrema concentración, caminó hacia la hoja y descubrió en ella una carta de impecable manuscrita.
—¡Audrey, ven a ver esto!
La rubia salió de sus cavilaciones y la alcanzó, con Darren permaneciendo en todo momento junto a ella.
—¿Qué es eso?
—Es una carta. ¿Quieres que la lea? —Audrey asintió. Entonces, Lisa aclaró su garganta y comenzó a descifrar sin mucho esfuerzo de por medio, las palabras estampadas en la misiva, la cual era mucho más corta de lo que Audrey había creído—. Mi querido caballero: prometo amarlo en la vida y en la muerte, sin importar los obstáculos que se nos atraviesen o las dificultades que nos veamos obligados a enfrentar para gozar de nuestro amor. Por vos, cruzaría mares, caminaría sobre ardientes brasas y llenaría mi espalda de latigazos por el simple placer de verlo y sentirme protegida entre vuestros brazos. Juro solemnemente que mi amor por usted será infinito y desaparecerá cuando las estrellas dejen de iluminar el cielo. Lo amo y huiré con vos si así lo desea, porque, mi querido caballero, me ha hechizado en cuerpo y alma, y me tiene a vuestra merced, hoy, mañana y siempre. Con todo mi amor... Margarita de Villagómez.
Audrey se atragantó con su propia saliva al oír las últimas dos palabras de Lisa. Creyendo que sus oídos le habían jugado una broma, corrió a cerciorarse de que había escuchado mal. Pero la triste realidad era que no, que tal como Lisa había dicho, el remitente de la carta era Margarita de Villagómez.
—¡Qué cursi! —exclamó Lisa riendo, pero Audrey no le prestó atención—. Audrey, ¿te encuentras bien?
La respuesta nunca llegó. En su lugar, la canadiense le dio la espalda murmurando que debía salir de allí y se encaminó hacia las escaleras, con lágrimas corriendo por sus mejillas.
Lisa le iluminó, confundida, el camino hacia el exterior de aquellas extrañas habitaciones y lo último que pudieron escuchar fue el muro deslizándose hacia el mismo lugar en el que había estado antes.
Una vez que lograron escapar, cerraron con cuidado el candado de la puerta y se dirigieron al sanitario, donde Audrey se mojó el rostro para ocultar sus ojos llorosos, solo que no lo logró. Lisa lo notó enseguida.
—Audrey, ¿por qué lloras? Deberías estar contenta. ¡Descubrimos lo que había tras la puerta prohibida!
Sí, lo habían descubierto, pero, ¿a qué costo?
Al costo de saber también a quién pertenecía la habitación tras el muro de la mano estampada. De saber que pertenecía a Margarita de Villagómez...
La eterna amada de Darren Rosewood, el fantasma del que ella también estaba profundamente enamorada.
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