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Capítulo 41

Audrey despertó envuelta en un calor infernal de pies a cabeza. Al instante llegaron a ella los múltiples recuerdos del festejo de Año Nuevo, que había acabado algunas horas atrás, y cuando recordó que Marie había cedido su habitación a Emily para que durmiera cómoda durante su estancia en la casona, una chispa de rabia se encendió dentro de ella. ¡Por culpa de Emily, se había visto obligada a quedarse en un cuarto mucho más pequeño, y para acabarla, caluroso!

Se incorporó dispuesta a tomar una servilleta de papel y limpiarse el sudor que ya resbalaba por su frente, pero quedó totalmente anonadada apenas reparar con gran terror que no se encontraba en la recámara de huéspedes, sino nada menos que el salón de Química de su escuela... envuelto en llamas.

Abrió los ojos horrorizada y se levantó del escritorio donde había despertado, dispuesta a averiguar cómo había llegado allí. Sin lugar a dudas había sido extraño haber despertado en su preparatoria en lugar de su cuarto, pero más extraño aún, le fue mirar hacia el rincón más apartado de la puerta solo para encontrarse con el mismísimo Rolland desmayado entre el fuego que ya comenzaba a tocar su piel.

—¡Rolland! —exclamó aterrorizada, al tiempo que se bajaba del escritorio lo más rápido posible y se dirigía a él con la intención de despertarlo. Necesitaban salir de allí antes de que las llamas consumieran el aula en su totalidad, lo malo era que ya no les quedaba mucho tiempo, según calculaba ella—. ¡Rolland, despierta, despierta. Tenemos que salir de aquí!

Tan inmiscuida estaba en tratar de despertarlo, que le fue imposible oír el gruñido gutural profesado por un extraño ser cuadrúpedo desde el umbral de la puerta, hasta la tercera vez, cuando el sonido ahogó sus gritos desesperados y el recién llegado se había aproximado más a ella, preparándose para enterrarle sus garras en la yugular.

Cuando Audrey volteó deseando no tener que hacerlo, y vio a un Canum  saltando para atraparla, rápidamente se puso en pie y corrió para esquivarlo. Por alguna razón, el tiempo que permanecieron peleando, ella por su vida y él por exterminarla, sintió que se encontraba en una especie de Deja Vú, pero no fue hasta ver a la bestia centrar la atención en Rolland completamente, que cayó en cuenta de que estaba rememorando lo que había pasado durante el incendio en el salón de Química el día antes de las vacaciones navideñas. Lo había olvidado y llevaba tiempo queriendo recordarlo, pero como le había sido imposible, una parte de ella se encontraba emocionada en ese momento por descubrir los secretos que le aguardaban tras esa pequeña pero muy significativa laguna mental. Esa podía ser la clave para resolver el misterio tras el ataque sufrido accidentalmente por Lisa Smith.

Centrando sus pensamientos en luchar contra el cuadrúpedo, subió al único escritorio que no había sido aún consumido por las llamas, y trató de arrojarle al ente todos los objetos que sus manos tocaban, aunque eso no sirvió de nada, y para cuando el animal se dirigió con ferocidad hacia el sitio en el que ella se encontraba, Audrey colocó una mano al frente cerrando los ojos para no contemplar los colmillos de este clavándose sobre su piel.

Como era de esperarse, eso nunca ocurrió. El ser nunca la atacó, porque antes de que eso sucediera, Audrey percibió un ligero calor corriendo por su brazo hasta que, asombrada, pudo vislumbrar una esfera de luz naciendo de la palma de su mano y volar hasta golpear la piel de su agresor, haciendo que se estrellara contra la pared del laboratorio. A aquella, procedieron varias esferas más que Audrey batallaba mucho por controlar, pues parecían querer salir disparadas por todos lados.

Aunque no entendía lo que pasaba, la chica siguió atacando al híbrido tanto como pudo, y cuando finalmente el agotamiento se había adueñado de ella, las llamas a su alrededor se arremolinaron en el centro del salón formando una silueta humana que más tarde tomó la forma de un joven con un par de gigantescas alas negras con los bordes inferiores ardiendo en fuego. Este se interpuso oportunamente entre la bestia y Rolland justo cuando pretendía clavar las garras en su cuello.

Audrey sabía que eso iba a pasar, y también sabía, como en ese momento estaba ocurriendo, que un nuevo personaje nacería de entre la neblina que ya flotaba en medio de la instancia, extinguiendo las llamas de a poco. Pero de igual forma estaba consciente de que ninguno de sus salvadores le permitiría conocer su identidad, cosa de la que no soportaba la idea. Así que, reuniendo toda la valentía que le era posible, se levantó y caminó hacia el tipo de alas negras, mismo que ya combatía contra el Canum en una pelea bastante reñida.

—¡Oye, tú, ¿quién eres? dime quién eres ahora mismo!

El chico le daba la espalda, y aunque ella trataba de rodearlo para ver su cara, este se movía con rapidez, impidiéndoselo.

—¡Sácala de aquí! —gritó sin volverse el desconocido, probablemente dirigiéndose hacia su compañero nacido de la niebla—. ¡Ella no puede estar aquí!

—¡Eso trato, pero no se deja! —Y era cierto, porque Audrey no dejaba de moverse en un intento por descubrir la identidad de quien la había rescatado de las garras del Canum—. ¡Tenemos que salir antes de que mueras! —exclamó. Ella también reconocía su voz, aunque su mente parecía haber quedado en blanco respecto a los nombres de las personas de las que podría tratarse—. ¡Audrey, ven aquí! ¡Audrey, Audrey, Audrey...!

—¡Audrey!

Audrey despertó de golpe. Lo primero que sus ojos vieron al adaptarse a la oscuridad, fue a Darren parado a un lado de su cama, mirándola sonriente.

Ella estaba confundida, y parte de su sueño ya comenzaba a difuminarse, pero no tardó en volver a la realidad, observando, primero que nada, a Chester dormido en un rincón de la habitación.

—¿Darren? ¿Qué ocu...?

—Shhhhh. Ven conmigo. —Mientras decía eso, Darren la guiaba hacia el exterior del cuarto con una sonrisa en el rostro. Ella no entendió porqué la había despertado en mitad de la madrugada, ni la razón de que pronto la estuviera encaminando a lo largo del oscuro pasillo secreto de la casona, con solo una esfera de luz azulada y el resplandor verde del dije iluminando el lugar.

—¿Qué hacemos aquí?

Al llegar al final del pasillo, Darren se volvió. Con esa nueva ropa, los ojos le resaltaban un poco más. Ella conjeturaba que influía también el hecho de que el fantasma estuviera entusiasmado con la idea de materializarse cuando el quisiera con la ayuda del misterioso collar. No lo sabía. Lo cierto era que el gris de sus iris destellaba de un modo aún más hermoso que de costumbre, cosa que le fascinaba.

—Hace mucho tiempo, cuando comencé a controlar esto de la materialización —dijo— tuve la esperanza de que un día, en algún punto de mi existencia, hubiera una persona que pudiera verme sin necesidad de utilizar mis poderes. Con cada siglo que pasaba, yo me sentí más desesperado, porque aunque en este país hay millones de humanos, ninguno había podido reparar en mí. Sin en cambio, yo seguía aferrado a mi idea, por lo que decidí que debía prepararme para ese momento en el que alguien pudiera verme, así que opté por hacerle un regalo a aquella persona. He pasado muchos años reuniendo las fuerzas para elaborarlo, y creo que no hay mejor momento para hacerte entrega de esto que la llegada de Año Nuevo.

A continuación, Darren colocó a Audrey con la espalda contra la pared del pasadizo, y se situó delante de ella, sosteniendo lo que parecía una cajita negra de terciopelo larga y delgada. El corazón de la chica latió velozmente, pues sin importar lo que hubiera dentro de ella, estaba deseosa de expresarle el placer de lo que le representaba recibir dicho regalo de agradecimiento por parte del fantasma.

Darren abrió la caja, y Audrey no pudo contener una exclamación de sorpresa.

—¡Dios mío...! —fue todo lo que la joven pudo decir.

Y es que se trataba, ni más ni menos, que de una hermosa pulsera con dijes hechos de pequeñas esferas con algo que parecía luz azul resplandeciendo dentro de ellas.

—No tengo ni la menor idea de cómo lo hice, pero pude contener mi poder dentro de ellas —explicó el espectro, señalando las esferas antes mencionadas—. La cosa es que, junto con esta pulsera, quiero darte mi palabra de que te protegeré sin importar nada ni nadie. Sabes que te quiero, Audrey Williams, y eso significa entregar mi existencia a cambio de garantizar tu bien, por los siglos de los siglos.

Y entonces la besó, como nunca antes la había besado. Esta vez, pese a que casi nada era diferente, ellos sintieron ese beso más verdadero por el simple hecho de que por primera ocasión, no se tenían que preocupar acerca de lo poco que duraría el efecto en Darren. Gracias al dije, podían sentir los labios del otro sin pensar en eso, razón por la cual, decidieron extender su muestra de afecto tanto tiempo como pudieran.

El fantasma deslizó las manos por la cintura de Audrey para luego colocarlas a cada lado del pasadizo con el objetivo de atrapar a la chica entre sus brazos para que no se pudiera mover, aunque no era que ella lo deseara. Se tomó la libertad de recorrer su boca, frente, mejillas y cuello con los labios y de sentir su sedoso cabello picándole la barbilla. Aquello significaba el paraíso para ambos, un paraíso del que ninguno se quería alejar.

Por mala suerte, se vieron obligados a separarse cuando un repentino ruido los sobresaltó.

Audrey se dio la vuelta y se alejó de la pared de piedra antes incluso de procesar lo que estaba ocurriendo. Por su parte, Darren, más consciente de lo acontecido, tampoco pudo creer lo que miraban sus ojos en aquél preciso instante.

—¡Qué diablos...!

—¡No es posible! —clamó Audrey con los párpados bien abiertos.

Y es que ninguno podía creer que la pared intraspasable del pasadizo se estuviese deslizando hacia la izquierda para dejar ante sus incrédulas vistas un cuarto oscuro lleno de lo que parecían baúles, cofres y mobiliario antiguo, polvoriento. El dije, además, destellaba fuertemente sobre el pecho del muchacho, iluminando la cámara secreta con la que se habían topado.

—¿Cómo es que...? Darren, ¿cómo hiciste eso?

—No lo sé, yo... Creo que puse mi palma sobre la mano tallada en la pared, ¡y luego esta solo... se deslizó!

Lo cierto era que Darren no mentía. Mientras besaba a Audrey, perdido en la locura, había deslizado sin querer su extremidad sobre el muro del pasaje, y al toparla con la palma tallada, un fulgor verde había escapado del dije, precediendo a la apertura de la impenetrable pared.

—¿Qué es todo esto? —Audrey se encontraba más que maravillada, pero no era para menos, pues nunca habría podido imaginar que detrás de aquel muro que ni Darren podía atravesar, se hallaran decenas de cofres y muebles de aspecto muy curioso.

—No tengo idea —respondió Darren, limpiando la suciedad de uno de los baúles—. ¡Mira, este está abierto!

—¡Este también! ¡Y este!

—Todos están abiertos.

Darren alcanzó a Audrey situándose frente a uno de los tantos amontonados a lo largo y ancho del espacio. Tenían suerte de poseer el dije, porque apenas intentar levantar la tapa de uno, pudieron percatarse de que haría falta más que la fuerza femenina para lograr destaparlo, por consiguiente, Darren no dudó en auxiliarla, solo para descubrir, con gran extrañeza, que dentro de esa gran caja de madera no había más que lo que lucía como viejos y frágiles pergaminos, así como finísimas joyas y piedras preciosas que realmente no acapararon la atención de ninguno de los dos.

Con mucho cuidado, el ceño demasiado fruncido y un poco de tos involuntaria, Audrey tomó un pergamino, lo desdobló y pudo notar que estaba lleno de carácteres en español conformando lo que parecía una carta.

—¿Una carta? —Darren estaba patidifuso. Audrey asintió—. ¿Qué es lo que dice?

Audrey posó la muñeca derecha por encima del papel, de manera que su nueva pulsera podía iluminar el texto y comenzó a leer:

5 de febrero de 1625

Mi muy estimado caballero: no tengo palabras para expresar mi júbilo debido a la bella noche que he pasado con usted ayer, cuando nos escabullimos silenciosamente por el jardín trasero de mi hogar, alejándonos por completo de la gala organizada en mi honor con motivo de mi cumpleaños. Ha sido un gran placer contar con su dulce compañía. Me encuentro ansiosa por que llegue la próxima vez que nos veamos, pues, mi amado señor Darren, no he podido dejar de pensar en usted. He quedado prendada de sus ojos grises, de su cabello rubio... de su porte sin igual. Me enamoró desde la primera mirada que nos dirigimos, y tenga presente, que desde ese momento soy totalmente suya, en cuerpo y alma hasta que la muerte decida separarme de usted.

Con todo mi amor... Margarita de Villagómez.

Algo se quebró dentro de Audrey al terminar de leer la carta, de impecable manuscrita. No necesitaba indagar mucho para darse cuenta de qué lugar ocupaban Darren y Margarita en aquella misiva: él, un galante caballero extranjero, y ella su eterna enamorada.

—Aquí hay otra —dijo él. Todavía no había levantado la vista, por lo que aún no reparaba en las lágrimas que amenazaban con salir de los ojos de su chica.

22 de febrero de 1625.

Mi amada Magg, me ha dejado sin palabras. Ha sido un gran privilegio leer todos esos elogios escritos de puño y letra suyos, y no puedo más que agradecer el amor que su corazón asegura haberme entregado.

Por mi parte, mi amor por usted no es algo que pueda describirse fácilmente con palabras. Tengo en claro que yo tampoco he podido alejarla de mis pensamientos. Día y noche, no hay nada que me mantenga vivo además de pensar en su sonrisa, en sus hermosos ojos, en su sedoso cabello. ¡Si tan solo pudiéramos encontrar una forma de estar juntos! ¡Si tan solo su padre entendiera que la amo más de lo que alguien la podrá amar en toda su vida! Señorita Magg, he encontrado en usted a mi alma gemela, por eso no pienso rendirme, no pienso dejar que me separen de usted.

El jueves en la noche, me escabulliré entre las sombras de su patio trasero, y cuando esté bajo su habitación, buscaré la forma de entrar y verla, por algunos minutos, o, si la vida nos lo permite, por algunas horas. Sepa que mi buen amigo Rodrigo está completamente dispuesto a apoyarnos, así que envíe con él cuantas misivas desee, que yo las recibiré de mano del propio Rodrigo Ferreira.

Me despido deseándole una excelente noche.

Eternamente suyo... Darren Rosewood.

—¿Qué es esto? —continuó diciendo Darren, ajeno totalmente al dolor que palpitaba en el corazón de Audrey. En su cabeza solo había cávida para pensar en lo extraño del destinatario de «su» carta—. ¿Audrey? —Al no obtener contestación, se giró por primera vez en aquellos minutos, solo para encontrarse a la joven leyendo una más de las epístolas a la luz de su pulsera. Sin embargo, una lágrima rodando por su mejilla captó su atención—. Audrey, ¿qué sucede?

En respuesta, la muchacha se limpió la lágrima y utilizó su mejor tono neutral al decir:

—Nada. Es solo que ya tengo sueño. Sabes que debo levantarme temprano.

—¡Es verdad! Deberíamos irnos para que puedas descansar.

Ella asintió. El chico se ocupó de cerrar el baúl nuevamente y la tomó del brazo encaminándola hacia la salida. Cuando estuvieron fuera de la rara cámara, el muro se deslizó hacia la derecha, quedando todo como si no hubiera ocurrido nada, mientras que el dije despidió un breve resplandor verdoso antes de apagarse por completo.

Audrey comenzó a caminar fuera del pasaje. Era de esperarse que se sintiera extraña, pues Darren la había atraído hacia ese lugar con el objetivo de contar con un poco de privacidad para declararle cuánto la quería, y tan solo unos minutos después, habían encontrado evidencia clara del, se podría decir, verdadero amor del fantasma antes de su muerte. ¡Él mismo se le entregaba por toda una eternidad! ¿Cómo sentirse ante ello?

Como si el joven hubiera leído sus pensamientos, la tomó suavemente del brazo en cuanto la alcanzó y le dijo:

—Audrey, yo... Yo no sabía nada sobre la existencia de esas cartas, te lo prometo.

Ella demoró un poco en responder.

—Lo sé, Darren.

—Es que no parece que me creas —musitó por lo bajo.

—Te creo. Yo solo... trato de unir las piezas. Pero si no te molesta, prefiero discutirlo mañana. Justo ahora estoy muy cansada para esto.

—De acuerdo —convino.

Posteriormente, Darren y Audrey entraron a la recámara de huéspedes lo más minuciosamente posible. Como allí no había ningún sofá donde él pudiera dormir, los dos se acostaron en la cama, pero el fantasma se sintió decepcionado en cuanto cayó en cuenta de la gran distancia que la muchacha no tardó en poner entre ellos.

Por su parte, Audrey se volvió exhausta en el colchón, sin poder encarar al espectro. No podía evitar sentirse triste, pero también pensativa, porque ya que lo recordaba, no era la primera vez que oía los nombres Magg y, aún más importante, Rodrigo Ferreira. Sin olvidar que luego de varios días llenos de incertidumbre, por fin había recordado parte de lo sucedido durante el incendio en la preparatoria, aunque muchos de aquellos sucesos le parecían surrealistas.

Ahora sí que el rompecabezas estaba tomando forma.

....

A las nueve de la mañana del día siguiente, a la mansión arribó un auto que no necesitó silbar más de una vez para que Audrey se enterara de su existencia. De inmediato, la chica se levantó como alma que lleva el diablo de su cama, y como lo había programado, se vistió con un elegante vestido negro que le llegaba a la mitad del muslo, junto con unos zapatos a juego con algo de tacón. Peinó su cabello en una coleta algo desordenada y se maquilló usando tonos cafés. Darren observaba su imagen en el espejo con el ceño fruncido en un rostro de pocos amigos, aunque ella trataba de ignorarlo.

—Audrey, sabes que no tienes que hacer esto si no quieres, ¿verdad? Es decir, ¡él es un completo idiota y solo te está usando!

—Lo sé. Pero también sé que esta puede ser mi única oportunidad para descubrir lo que hay tras la puerta prohibida, y no voy a desaprovecharla solo porque no superas tus celos por Rolland —replicó con mordacidad.

En la cara de Darren surgió un sentimiento de ofensa.

—¡Yo no estoy celoso de ese idiota! Tampoco lo odio, pero si lo hiciera, mi rencor estaría más que justificado. ¿Sabes por qué? ¡Porque creo que él es el malo en todo esto!

—No es así, Darren, y te lo voy a demostrar, ya lo verás. —Audrey dio media vuelta dejando que el fantasma detectara lo enojada que se sentía.

—¡Bien, pero no olvides suplicar que te ayude cuando ese tarado intente hacerte daño! —le gritó, a sabiendas de que no obtendría respuesta porque Audrey no se dignaría a seguirle gritoneando con toda su familia como testigo. Pronto él también bajó y pudo traspasar el auto antes de que la puerta del copiloto se cerrara y apareciera el tutor de Audrey en su panorama visual.

—¿Qué tal, pequeña? ¿Cómo estuvo tu fiesta de Año Nuevo?

Rolland sonrió apenas arrancar el vehículo con Audrey sentada a su lado y un invisible Darren detrás. No se le veía con el mismo humor socarrón de siempre, de hecho, la chica casi podía sentir su sonrisa un tanto forzada. Supuso que era por lo que se encontraban a punto de hacer.

—Estuvo... común —admitió—. No fue la gran cosa, sobretodo durante la madrugada—. ¿Y tú qué hiciste?

Carson suspiró con pesar.

—Me dediqué a buscar alguna excusa para no ir a donde tú sabes, pero no encontré ninguna.

—Lo siento mucho, Rolland. No puedo imaginar cómo debes estarte sintiendo en este momento.

Algunos días atrás Rolland le había prometido a Audrey ayudarla a descubrir qué había tras la puerta prohibida de la preparatoria solo a cambio de una cosa: acompañarlo a la boda de su hermana mayor y presentarse como su novia a la familia Carson. Rolland insistía en que no podía presentarse allí sólo, pues su madre haría una aparición indeseable, lo que lo convertiría en el evento más incómodo del mundo. Sin embargo, Audrey estaba segura de que había más detrás de aquella incomodidad de su tutor, y ya que no deseaba soltar ningún comentario inoportuno en plena convivencia con los señores Carson, osó preguntarle al chico el porqué de negarse a hacer acto de presencia en esa fiesta sin su compañía. Contrario a lo que pensaba, él suspiró e inició una explicación más a fondo de su problema:

—Mira... La razón por la que no quiero estar solo en la boda de mi hermana Isabella, es básicamente porque odiamos a mi madre.

Tanto Darren como Audrey abrieron los ojos muy sorprendidos.

—¿De qué hablas? Odiar es una palabra muy fuerte —dijo la chica avergonzada.

—Siendo honesto, se queda corta con lo que sentimos por ella.

—Entiendo, pero, ¿por qué la odian?

Entonces, Rolland soltó un largo suspiro antes de comenzar su explicación con voz y mirada taciturnas.

—Cuando Isabella y yo éramos pequeños, mi mamá nos abandonó. Ella solía trabajar en una tienda de artículos deportivos y su matrimonio con mi papá parecía ir relativamente bien. Sin en cambio parece que le valió, porque poco después de que yo cumpliera diez, nos enteramos de que llevaba ya tiempo en una relación secreta con el gerente de su negocio. —Rolland bufó. A simple vista podía notarse lo consternado que lo ponía rememorar aquella parte de su vida, pero aunque Audrey le hubiera pedido que parase, él se habría negado a hacerlo, ya que necesitaba sacarlo, hablar del tema con alguien más—. Por si fuera poco, lo supimos del modo más patético posible.

—¿Cómo?

—Una tarde, llegando de la escuela, Isabella y yo la encontramos... teniendo sexo con ese tipo. En cuanto salió a la luz, también nos dijo que no era cosa reciente, de uno o dos meses, sino que su aventura había comenzado muchísimos años atrás. Dado eso, rápidamente se divorció de mi padre y nos abandonó por irse con su amante.

Para ese momento, Audrey no podía fingir que no veía las lágrimas rodando por las mejillas del tutor. Este parecía desolado, completamente destrozado por el simple recuerdo de lo ocurrido durante su niñez, pero por primera ocasión en vario tiempo, tenía la impresión de que, más que afectarle rememorarlo para otra persona, le estaba aliviando hacerlo, por ello es que no dudó en proseguir, aunque con voz ahogada por el llanto:

—He tenido que crecer más de la mitad de mi vida sin alguien que esté ahí para guiarme, alguien que me ame o que me aconseje. Desde que ella se fue, los festivales en mi escuela se transformaron en una completa tortura, e incluso mis compañeros llegaron a burlarse de mí, «el chico que descubrió a su mamá cogiendo con su amante.»

»Pero había dos caras en la moneda: cuando crecí y comencé a odiarla, todos a mi alrededor me hacían sentir culpable por eso. Me decían que no podía porque ella era la mujer que me había dado la vida. El único que lo comprendía era Demián. Ni siquiera mi papá creía que fuera correcto de mi parte aborrecerla tanto, pero lo hago, y ahora que ha vuelto, queriendo formar parte de nuestra vida como si nada hubiera pasado, no puedo verla a la cara y fingir que no siento desdén por ella. No puedo solo sentarme a la mesa en la recepción y sonreírle como si hubiese sido una buena madre. Por eso es que te pedí que me acompañaras. No puedo... No puedo hacer esto solo.

Su alumna le lanzó una mirada llena de comprensión. No podía decirse que lo entendía porque eso era algo que no había experimentado en carne propia, pero podía adivinar cuán complicado era fingir neutralidad frente a alguien que le había partido el alma. Tal vez eso, su empatía, fue la razón por la que abrochó bien su cinturón de seguridad, echó una mirada de soslayo a Rolland, y dijo:

—Entonces hagámoslo.

En el asiento trasero, Darren puso los ojos en blanco.

«Esta será una laaaaarga tarde» se dijo.

¡Y cuánta razón tenía!

....

La campana en la torre de la catedral daba su décimo tañido de once, cuando la novia entró en el altar con aquél paso decidido que caracterizaba a las mujeres minutos antes de ser desposadas. Audrey no había asistido a tantas bodas en su vida —dos, como máximo—, pero no dudó que el vestido de Isabella Carson era el más hermoso que había visto, con la parte de arriba ciñéndose a su torso, la falda en espojadas capas de seda y todo lleno de bonitos cristales de fantasía, por no olvidar el velo hasta la cintura bajo el peinado en su cabello castaño oscuro. A su lado, Rolland contemplaba a la muchacha lleno de un orgullo indescriptible, probablemente solo superado por el del propio futuro esposo, mismo que ya esperaba alineando su corbata de moño rojo en un gesto nervioso.

Por su parte, Isabella sonreía dando fe de que ese era, sin lugar a dudas, el mejor día de su vida, y cuando llegó junto a su novio, ambos se dieron un corto beso antes de atestiguar el discurso del sacerdote.

Cuando la ceremonia religiosa hubo acabado, lo siguiente en la lista fue dirigirse hacia el sitio donde tendría lugar la recepción de la boda; se trataba de un bello salón de fiestas cuyo adorno constaba de montones de margaritas, lilas y peonias, las cuales le arrancaban un suspiro de ternura a cualquiera que las viese. Audrey, claro, no fue la excepción.

Justo mientras admiraba un montón de flores en cada peldaño de la escalera que daba al segundo piso del salón, llegó una voz a sus oídos, que aunque a ella no se le hizo familiar, a Rolland sí.

—¡Hermano! —en cuanto voltearon, se toparon con que Isabella se dirigía a ellos.

—¡Estuviste fantástica, Isa! —exclamó él, lleno de algarabía—. Tus votos casi me hacen llorar.

La novia soltó una risa, y luego, fijo toda su atención en Audrey.

—Así que tú eres la chica de la que tanto nos habla Rolland. ¿Qué te pareció la ceremonia?

—Todo ha sido maravilloso. Rolland tiene razón; tus votos fueron muy emotivos.

—Eres un completo encanto... ¡Vengan! Los acomodaré en una mesa y te presentaré a mi padre. ¡Seguro que le agradará conocerte!

Dicho lo anterior, Audrey, Rolland y un invisible Darren, acompañaron a la chica al fondo de las instalaciones, donde la mesa más grande albergaba un total de siete personas. Cuando Audrey llegó hasta allí, pudo reparar rápidamente en dos chicos poco menores que ella, que probablemente no pasaban de los catorce. Isabella le informó que esos eran sus primos. Al lado estaban dos ancianos que se identificaron como los padres del recién casado, este se hallaba con ellos. Y cuando llegó a la siguiente persona, un grito escapó, tanto de esta, como de la boca de Audrey.

—¿Usted? —no pudo contener un murmullo, con los ojos tan abiertos, que casi parecían querer salírsele de la impresión.

El otro individuo tampoco estaba menos apabullado. Tan solo bastaba observar la manera en que sus cejas oscuras se fruncían hasta casi tocarse.

—¿Qué hace ella aquí, Rolland?

Y es que se trataba, ni más ni menos, de aquél policía con el que una vez Audrey había sorprendido a su tutor hablando sobre la desaparición de la extraña chica a quien los pocos enterados de su existencia apodaban Dragony. Más específicamente, la propietaria del dibujo que la menor de los Williams había hallado junto a la puerta prohibida la misma tarde en que accedió a hacer un trato con Rolland. El día de la explosión en el supermercado, también lo había identificado como el jefe de la policía mediante un reportaje en televisión, pero nunca se le había ocurrido leer su nombre. ¡Tonta!

—¿Rolland? —La voz de Audrey sacó al chico de su propia cavilación—. ¿Quién es ese hombre?

Desde luego, ya podía adivinar la respuesta.

El tutor, entonces, la tomó de la muñeca y la alejó de la mesa disculpándose con todos.

—Él es Gustavo Carson... mi padre.

—Pero...

—Intenté explicártelo el día en que me ayudaste a limpiar el aula de Química, pero no me dejaste. Él es el jefe del cuerpo de policía, y la única razón por la que sabía aquello sobre la autopsia al cuerpo con sangre negra, la desaparición de Daniela Juárez, la de Demián y también sobre el accidente de Vanessa en su caballo. Hablaba con mi padre todos los días y él me contaba los hechos, pero yo no tengo nada qué ver en ellos. ¡Lo juro!

Así que esa era la razón por la que Rolland siempre parecía saber mucho más que los demás sobre lo antes mencionado...

Si lo que decía él era la verdad, eso también significaba que ella no se había equivocado al intuir que su tutor era inocente, contrario a lo que Darren apostaba.

Con su cabeza colisionando dentro de ella, Audrey fue incapaz de seguir oyendo las explicaciones de Rolland, en cambio, se disculpó diciendo que iba por algo de beber y huyó tan rápido como sus pies se lo permitieron, con rumbo a la barra del salón. Por el camino sacó de su bolsa las manos libres, se las colocó, y dijo, casi llorando:

—Rolland es... inocente. ¡Rolland es inocente!

A su espalda, Darren rodó los ojos por milésima vez en el día:

—Seguro que es una coartada suya. Tal vez ya lo tenía todo planeado para no parecer culpable ahora que estabas comenzando a sospechar de él...

—¡Cállate de una vez, ¿quieres?! —exclamó, sin poder evitar que los meseros se le quedaran viendo raro—. Tienes que dejar de culpar a Rolland por cualquier cosa mala que ocurre, Darren. ¡Quizá el culpable está más cerca de lo que creemos y no hemos descubierto su identidad porque tú sigues aferrado a él gracias al odio que le tienes!

—No lo odio, pero por lo que he visto, no podemos confiar en nadie ahora. Tal parece que todos te ocultan algo, y sabes que no soportaría que algo te ocurriese por depositar tu fe en la persona equivocada —le dijo el espectro, en el mismo tono hosco.

—Debo admitir que aprecio tu cautela, sin embargo, a veces creo que tu sospecha de Rolland se transformó en algo más personal... Como si temieras que él te quitara algo.

—¡Pues claro que me da miedo que me quite algo! ¡A ti! Me da terror que un día llegues a quererlo de una manera diferente, y considerando que su amistad es demasiado estrecha, no me sorprendería.

Audrey bebió un trago de su refresco solo a fin de demorarse un poco más en brindar respuesta al fantasma. Si bien era cierto que consideraba al tutor tan buen amigo como Vanessa o Dominik, no se creía capaz de sentir algo más grande por él, ni mucho menos que pudiera igualar sus sentimientos por Darren. Sin en cambio, pronto un nombre apareció en su memoria, amargándole los pensamientos.

—De cualquier forma, Darren, tú ya perteneces a Margarita de Villagómez —dijo, taciturna—. Juraste ser suyo para toda la eternidad, ¿recuerdas?

Una lágrima se deslizó por su mejilla. En tanto, el chico bufó.

—¡Hasta hace dos días, ni siquiera tenía idea de que aquellas cartas existían! No tengo idea de quién es ella, pero sí sé que no pertenezco a nadie más que a ti.

Audrey, cuyas emociones por todo lo descubierto en las últimas horas estaban a punto de provocarle una insoportable migraña, trató de contestar algo, lo que fuera, pero antes de que cualquier cosa saliera de su boca, alguien intercedió a su espalda, diciendo:

—¡Aquí estás! ¿Dónde te habías metido? Aún no acababa de presentarte a mi papá. ¡Ven! —Quien la había tomado por sorpresa era nada menos que Isabella, quien, contra su voluntad, la jaló hacia la mesa de los invitados de honor, domde el señor Carson y Rolland parecían enfrascados en una conversación que terminó de golpe en cuanto las vieron llegar—. ¡Finalmente encontré a tu novia, Rolland! —canturreó, entonces se dirigió a Audrey—. Como te iba diciendo, este es mi padre, Gustavo Carson, y a nombre de toda la familia, quiero decir que estamos muy honrados de conocerte, sobretodo porque mi hermano nunca nos había presentado una novia. ¡Hasta creímos que era del otro bando!

Mientras el rostro de Rolland se tornó rojo como el de un jitomate, los demás en la mesa rieron a excepción de un presente, la mujer más apartada de todos, que iba ataviada en un ajustado vestido negro, largo hasta los tobillos y de manga media, a juego con un sombrero que pretendía ser elegante, pero que estaba demasiado grande para cumplir con su cometido.

—Creo que alguien se olvidó de presentarme —dijo la extraña, haciendo caso omiso a las miradas molestas en la mesa—. Mi nombre es Patricia y soy la mamá de Rolland. Un placer conocerte.

—Ignórala, está loca y a veces no sabe lo que dice. La verdad es que yo no la conozco —murmuró el tutor a la chica, pero su padre lo oyó y le propinó un codazo en la costilla regañándolo por tal osadía.

La incomodidad de Audrey, en tanto, podía casi palparse. Podía comprender porqué su tutor sentía desprecio por su madre, pero presenciar la discusión de su familia era algo que la hacía replantearse qué tan buena idea había sido asistir a la boda acompañándolo, solo por saber qué había tras la puerta prohibida.

Cuando salió de sus pensamientos, pudo notar que Patricia le extendía la mano en espera de un saludo formal, por lo que se vio en la obligación de corresponderlo, pese a la expresión furiosa de Rolland, al tiempo en que respondía lo propio a la mujer. Desde luego no era un placer, pero prefería no revelarlo.

....

Entrada la noche, Isabella y su esposo ya se despedían de los últimos invitados, mientras Rolland se había inmiscuido en una plática con Audrey acerca de su plan para abrir la puerta prohibida, y en cuanto a sus padres, mantenían la máxima distancia uno del otro, pues no conforme con tener que soportar la presencia de la señora Patricia, a mitad de la comida se había aparecido por allí nada menos que Darío, su ya mencionado amante, propagando la incomodidad entre los que ya estaban allí, así que ahora, Gustavo Carson hacía un esfuerzo sobrehumano por no observar las manifestaciones amorosas por parte de su antigua esposa con el hombre con quien había sido engañado.

—La única forma de poder abrir la puerta prohibida sería esperar a que regresemos a clases, pues es bien sabido que solo existe una llave de su candado —decía Rolland a su alumna, mascullando por lo bajo para no ser oído por nadie más en la mesa.

—...La cual está en posición del director Romero, ¿cierto? —adivinó ella, a lo que el otro asintió. Darren los escuchaba atentó por detrás, y es que aunque no le gustaba mucho la curiosidad de la muchacha para con la dichosa puerta, ya lo había embargado la sensación de que allí podría ocultarse otro más de los misterios relacionados con Gonzálo García de Alarcón, aquél tipo a quien las sombras parecían buscar tan obstinadas—. Deduzco que será fácil para ti obtenerla, después de todo, eres la mano derecha de August.

—No tanto como crees. Él suele ser demasiado receloso, al menos con esa llave en especial.

—Entonces no entiendo cómo lograron tú y Fany saber lo que había tras la puerta prohibida...

Rolland abrió excesivamente los ojos sin poder contenerse.

—¿Cómo sabes eso?

Sin temor alguno, la joven respondió:

—Los escuché hablando en la biblioteca durante mi segundo día de clases en México; ella también te dijo que un hombre llamado Luis le había comentado acerca de los trances de Alex, y este resulto ser, casualmente, no solo amigo del director, sino el hombre que auxilió a mi hermano durante un trance del que fue víctima en el aeropuerto. Sin olvidar que te hizo saber que Romero pedía que no me quitaras los ojos de encima, porque cree que yo puedo llegar a ser problemática.

Rolland vio la mirada perspicaz en el rostro de su alumna, con los verdes ojos reluciendo de orgullo debido a la rememoración de los hechos transcurridos casi mes y medio atrás. Esto lo dejó sin palabras, ya que, si bien era cierto, ella parecía acordarse mucho mejor incluso que él de todo.

—Bueno... aquello solo fue una coincidencia, porque realmente nuestra intención no era adentrarnos allí. La puerta estaba abierta en realidad, y Fany juró haber oído un ruido viniendo de allí, así que nos asomamos por si dentro estaba algún alumno rompiendo las reglas.

—Pero lo que encontraron los perturbó.

—Sobretodo a ella.

Por detrás, y más para sí mismo, Darren murmuró:

—Me preguntó qué habrá sido...

A los chicos les hubiera gustado seguir hablando acerca de su estrategia para cumplir el cometido de la rubia, pero cuando pretendían seguir hablando, un plato de comida fue dispuesto en la mesa frente al tutor, y una voz femenina sumamente despreciada por él le dijo en tono amable:

—Traje esto para ti, Rolli. No he visto que comas mucho el día de hoy, y tu cuerpo flaco me dice que te hace falta más proteína.

En respuesta, Rolland gruñó hastiado.

—No quiero. Ya comí suficiente hoy —concretó de mala forma, sin siquiera molestarse en voltear a verla.

—¡Pero son tus favoritas! — Patricia señaló las salchichas de cocktail con queso fundido que le había llevado—. Debes comer algo, Rolli. Seguro que tu novia piensa igual, ¿no, Audrey?

A la susodicha le latió el corazón velozmente. De nuevo se sentía atrapada entre la espada y la pared, dicho sea de paso, no le gustaba ni un poco eso.

—Bueno... Sí, eso creo...

Entonces, su novio de mentira se levantó de la mesa propinando un puñetazo a la misma que llamó la atención de todos los demás. Audrey dio un salto del susto, y Patricia lo miró con los castaños ojos muy abiertos debido a la sorpresa.

—Deja... de llamarme... Rolli. ¿Cuántos años crees que tengo? ¿Diez? ¡Oh, espera! ¡Esa era la edad que tenía cuando me abandonaste para largarte con tu amante, perra! Y tal vez no lo hayas notado, pero ya crecí, así que deja de tratarme como debías hacerlo hace más de una década atrás.

Atraídos por el escándalo, Isabella y su pareja se acercaron hacia la mesa.

—¿Qué está ocurriendo aquí? —inquirió la novia sumamente preocupada. Los demás ya también se habían puesto en pie, pero no se sabía exactamente con qué objetivo.

—Ocurre que esta mujer no deja de atosigarme y ya estoy cansado. Le he dicho de mil formas que no quiero saber nada de ella, pero no deja de insistirme.

—Rolland, yo... Lamento mucho lo que hice... —sollozó Patricia, mas su hijo puso los ojos en blanco creyendo con demasiada fidelidad que sus lágrimas eran tan falsas como su pesadumbre—. Sé que no fue correcto de mi parte, pero he tratado de disculparme ya un montón de veces, por todos los medios posibles. Te he tratado de llamar, he escrito a tu e-mail, te dejé notas en la preparatoria donde trabajas, le dije a Demián que se asegurara de decirte cuán mal me siento, y hasta hablé con el director de tu universidad esperando que me ayudase a dejarte bien claro el mensaje, pero parece que nada resulta. ¡¿Cuántas veces más debo pedirte perdón?!

—¿Qué te parecen cuatro mil quince más, que son un aproximado de los días que he tenido que vivir sin una madre a mi lado? —ironizó. Los demás se miraron con incertidumbre, incluidos Darren y Audrey, pues sabían el rumbo que estaba tomando la discusión en la mesa, y no les agradaba en absoluto.

Ante ello, Patricia compuso una expresión de disgusto en su rostro cargado de maquillaje. Al parecer, ya no le estaba gustando rogarle a Rolland por un perdón que no se veía muy dispuesto a otorgar.

—Tu hermana ya me perdonó. ¿Por qué no puedes dejar de ser tan infantil y hacerlo tú también?

—¡Oh, espera un segundo, mujer! —Esta vez, la recién casada escapó del brazo de su marido para dirigirse decidida hacia su madre, no mucho más contenta que su hermano menor o el señor Carson—. Que te haya invitado a mi boda no significa que ya te perdoné. Ten muy en claro que si estás aquí ahora es solo porque mi padre me lo pidió, o más bien, me lo exigió, pues si hubiera dependido de mí, ni siquiera habrías sabido que hoy me casaba.

Tras la contestación de Isabella, Patricia miró a su ex-esposo con aires de ternura, de agradecimiento o quizá ambas, pese a que él solo le devolvió una expresión neutra, muy a contraste con la de ella.

—En cuanto a ti, hermano —siguió la novia, tomando una postura diferente—. Entiendo lo que sientes, sin embargo, pelear con ella no te hará mucho mejor persona. Quizá solo deberías ignorarla como hago yo, y tal vez así consigas que se olvide de ti por once años más.

—No... —terció la madre—. Sé que he cometido muchos errores, pero te ruego, te suplico que no oses ignorarme, Rolland. Yo los amo, y nunca me alcanzará la vida para disculparme por lo que les hice, pero aquí estoy ahora, en un intento de recuperar el tiempo perdido aunque resulte infructuoso.

—¡Pfff! —bufó el joven—. ¿Recuperar el tiempo perdido? ¡Qué tontería más grande!

—Lo mismo digo —añadió su hermana.

—No importa si pasas un milenio más con nosotros, o dos o tres... Esos once años que nos privaste de la compañía materna nunca podrán volver, así que déjate de estupideces y mejor desaparece de mi vida, ¿quieres? De cualquier, forma, no planeo perdonarte.

—Pero... Pero... ¿Por qué te cuesta tanto hacerlo? —Debemos hacer hincapié en que a este punto, la señora Patricia ya se hallaba arrodillada frente a su hijo con lágrimas en los ojos.

—¡Levántate, mujer! Conserva la poca dignidad que te queda.

—¡Contéstame!

—¡Te encontré teniendo sexo en nuestra casa con tu amante y después nos abandonaste para irte con él! ¿En serio crees que hay alguien capaz de perdonar algo como eso?

Ella digirió el tono insípido de Rolland sintiendo un dolor similar a una puñalada en el corazón. Si bien había algo de cierto, cuando se levantó, pronunció una oración tan temida por ella, por el simple hecho de que sabía cuánto cambiaría la vida de su hijo una vez que la oyera de su propia boca:

—No me encontraste teniendo sexo solo con un amante, Rolland Carson. Darío... —dijo, y el dueño de dicho nombre, se acercó tomándola de la mano—. Darío también es tu verdadero padre.

A continuación, todos los presentes, incusive el propio Darío, se quedaron gélidos en sus lugares.

—¿De qué... chingados estás hablando?

—Sí, Patricia. Respóndele a tu hijo, y de paso, también a mí. ¿Qué quisiste decir con eso? ¿Es otra más de tus mentiras para hacerte la víctima igual que cuando estábamos casados?

—No, Gustavo. No es ninguna mentira. —Enseguida, clavó los ojos en Rolland—. ¿Nunca te has preguntado porqué eres tan diferente a tu hermana en cuanto a tu aspecto físico? ¿Por qué tienes el cabello negro y ella castaño; la piel clara a diferencia de la morena de ella, los ojos de un café más oscuro, e incluso la complexión más delgada? Piensa, ¿no te resultó extraño nunca?

La verdad era un rotundo . Cuando eran mucho más pequeños, Isabella solía hacer llorar a Rolland diciéndole que era adoptado, y mientras crecía, el muchacho no dejaba de preguntarse si sería cierto de alguna manera, porque aunque compartía un tono rosado de piel con el jefe de policía, las similitudes se acababan allí.

Ahora, un perplejo Rolland de veintiún años de edad, miraba a la nada siendo observado por todos. Las palabras de Patricia se clavaban en él como cientos de puñales, y la mano de Audrey sobre su hombro, le ardía, pero al mismo tiempo aliviaba un poco del intenso dolor palpitante en su pecho.

—Piensen un poco. ¿Se acuerdan de cuando nos encontraron disfrutando de una atrevida tarde en casa de su padre? ¿Se acuerdan que les dije que llevábamos años haciendo eso a espaldas de Gustavo? ¿Pues qué creen? ¡Eran trece! Llevábamos siendo amantes durante trece largos años, y en una de esas tantas noches, quedé embarazada de ti, Rolland. Lo único que se me ocurrió en el momento fue fingir que el hijo que esperaba era de él —señaló a Gustavo, cuyos ojos ya se encontraban tan cristalizados como los de Isabella—. ¡Pero ya no puedo callarlo más! ¡Nunca has sido hijo de Gustavo, Rolland. Nunca has sido un Carson y nunca lo vas a ser, porque tu sangre no comparte ni una gota con esa familia! Tu padre siempre ha sido Darío, así que vete acostumbrando a la ide...

—¡Eres una perra! ¡Eres una maldita perra! ¡Te odio, te odio tanto!

Para Darren y Audrey, la reacción escandalosa de Rolland era digna de esperar. Este comenzó a lanzar psicóticos gritos que probablemente se oían hasta el exterior del salón, y luego salió corriendo rumbo a los sanitarios de hombres, con tantas lágrimas en los ojos que se las tuvo que secar varias veces para aclarar su vista y no caer en el acto. Mientras tanto, la chica y el resto miraron furiosos a Patricia.

—¿Cómo pudo ocultarle algo así toda su vida? —manifestó Audrey con los dientes apretados, enfurecida a más no poder—. ¿Se ha dado cuenta de la manera tan inhumana en que acaba de destruirlo con lo que le ha revelado?

—Yo... Yo no pretendía...

—¿Ese es su concepto de redimirse? Porque déjeme decirle que ha sido patético. Ahora comprendo porqué Rolland no ha podido perdonarla. ¡Lo destruyó completamente!

—Es que... No era mi intención...

—¡Déjese de idioteces de una buena vez, Patricia! Rolland jamás va a perdonarla, y si yo fuera él, tampoco lo haría. Usted no merece llevar el título de madre.

Acto seguido, la chica, en compañía del invisible fantasma, corrieron al mismo lugar en donde se hallaba Rolland, llorando de manera ruidosa arrodillado con la espalda contra la pared.

—Rolland... —habló la chica lentamente, acercándose a paso titubeante a su tutor—. Yo... —Pero no sabía qué decir. Y es que, en casos como esos, ¿había palabras indicadas qué brindarle?

—He vivido engañado durante toda mi vida —puntualizó, con voz ahogada. Esto resultó un alivio de cierta forma para ella—. Han pasado once años desde que Patricia me abandonó. No he tenido mamá desde entonces, y ahora resulta que Gustavo tampoco es mi papá. Ya no sé qué es real en mi vida y qué no. Ya... Ya no sé quién soy...

—Yo soy real, Rolland. Sé que no significo nada, pero yo siempre estaré a tu lado sin importar si descubres o no quién eres algún día.

En su momento, tanto Audrey como Darren creyeron que el joven pondría peros a la contestación de la chica, mas, contrario a todo, extendió sus brazos en un llamado silencioso y los envolvió alrededor de su alumna en cuanto esta se acercó.

—Eres lo único seguro en mi vida, Audrey Williams. Te quiero.

—Yo también te quiero, Rolland Carson.

....

Rolland no encaró a ningún presente en el salón cuando él, Audrey y su compañero invisible se dirigieron al auto con la única intención de irse de allí. Todos lo observaron expectantes, por supuesto, pero nadie osó exigirle explicaciones, lo que fue un alivio, pues tampoco pensaba darlas.

En cuanto encendió el vehículo, la radio hizo sonar una canción pop bastante pegadiza que Audrey lo instó a cantar con ella. De camino a la mansión, a ambos los atacó un hambre de los mil demonios, por lo que decidieron aparcar en el estacionamiento de un local de comida china todavía abierto, y Audrey decidió quedarse en el auto, pues aunque no podía decirlo, necesitaba un momento a solas con Darren para digerir las revelaciones del día. Por fortuna, Rolland igual necesitaba tiempo, así que no se negó a ser quien comprara los alimentos.

Una vez solos, empezaron a comentar lo bizarro de su tarde.

—¡Vaya día! —exclamó primero Darren, desde el asiento de atrás.

—No puedo imaginar como se ha de estar sintiendo él en este momento. Decirle que no era hijo de Gustavo fue un golpe bajo por parte de su mamá.

El espectro asintió.

—Ni hablar de la de explicaciones que le tendrá que dar a su ex. Seguramente...

Mas Darren ya no pudo hablar, porque en ese momento, una mano pescó a Audrey del cuello a través de la venta abierta, tomándola por sorpresa, y le arrancó cualquier pizca de aire que tuviera sus pulmones como destino, impidiéndole también escuchar lo que Darren tuviera por decir.

Poco a poco, el oxígeno se iba extinguiendo de su cuerpo, y no era que el fantasma no quisiera ayudarla, pero se había quedado tan anonadado vislumbrando al atancante humano ataviado en una sudadera negra, que no podía encontrar las fuerzas para salir en defensa de su chica.

El agresor se había cubierto ingeniosamente de modo que no se pudiera vislumbrar su rostro, pero Audrey presentía que estaba gozando demasiado atacarla de esa manera tan brutal, con ella golpeándolo en un débil intento de que la soltase.

No fue hasta que alguien más lo pescó de la sudadera oscura, que su agresión se detuvo, solo para volverse y notar que Rolland era el responsable de haberlo tomado con violencia. El atacante corrió velozmente hacia ningún lugar en específico, y Audrey no pudo evitar que el tutor fuera tras él, en una carrera bastante dispareja donde el primero ganaba con gran ventaja. Sin embargo, el segundo logró atraparlo a mitad de un oscuro callejón, donde ella no tuvo idea de qué había pasado. Lo único seguro, fue que Rolland volvió después de varios e intensos minutos, subió al carro con una expresión grave que mucho la preocupó, y le dijo con severidad:

—¿No se ha tratado de un simple asaltante, cierto? No sé porqué, pero estoy casi seguro de ello.

Hasta el momento, ninguno de los otros dos había pensado en dicha posibilidad, pues la conmoción no se los había permitido, pero era cierto, probablemente no se trataba de un bandido casual, sino de algo más elaborado, más planeado.

—No lo creo.

—¿Es la primera vez que te ocurre?

Con gran culpabilidad, Audrey le dio el no que ya había supuesto, a lo que le preguntó cuánto tiempo llevaba siendo atacada.

—Al parecer, las agresiones comenzaron poco después de que llegué a México, el incendio de la escuela fue una de ellas, creo. ¿Por qué?

Lo que dijo el chico, no obstante, la dejó gélida de la sorpresa, pues este, con más seguridad de la que nunca antes había hecho uso, dijo, siempre mirando al frente:

—Porque creo saber quién es la persona responsable de estos ataques.

....

Mientras tanto, en Perú, cien almas estaban siendo arrancadas de sus cuerpos, aquellos cascarones desvalidos, enterrados bajo los escombros de una calamidad de insuperable magnitud.

A lo lejos de la desgracia, alguien sonrió.

Cien almas.

Cien piezas.

Y un paso.

La bestia se encontraba un paso más cerca de abrir los ojos.

¿Podría el enemigo estar preparado antes de que El Despertar comenzara?

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