Capítulo 40
Pese a que en un principio Audrey no comprendió lo que Darren le había dicho tan solo unos segundos atrás, pronto cayó en cuenta de a qué se refería. Bastó solo que el joven la ayudara a ponerse de pie y observar el deslumbrante resplandor verdoso que despedía el colgante de obsidiana verde para comprender que, por muy impactante que pareciera, este le había otorgado al espectro nada menos que la oportunidad de materializarse sin la necesidad de robar energía.
—¿Qué? ¿Pero cómo…? —Como era de esperarse, Audrey estaba tan impactada que le costaba articular una frase completa. Darren, por supuesto no era la excepción, pues miraba maravillado el dije que sostenía en alto, intentando descifrar la manera en que este le había proporcionado el poder para utilizar sus habilidades.
—No entiendo cómo es que ha pasado —dijo Darren todavía admirando el colguije—. Lo único que sé es que he tratado de sostenerte aunque sabía que mis brazos atravesarían tu cuerpo.
—Tampoco lo comprendo… ¿Podrías… crees que puedas prestarme el collar un segundo? —Darren asintió, entregándole al momento la joya para que Audrey la examinará.
Sin embargo, en el instante en que el collar cambió de manos, ocurrió algo que los sorprendió mucho más: para cuando la cadena llegó a los dedos de la chica, el dije dejó de resplandecer y Darren traspasó la puerta en la que justo antes se había recargado. Cayó de bruces al suelo del pasillo, pero ni le dolió, ni provocó ruido alguno. En cuanto entró de nuevo a la habitación, aún más descolocado, miró a Audrey inquisitivamente. Al tiempo en que esta le tendía de vuelta el artículo, recuperó sus habilidades y entonces ambos se sentaron en la cama, intentando explicarse en una reflexión interna los recientes acontecimientos. Sin embargo, no lograron dar una interpretación lógica a nada, y para cuando llegó la noche a la Ciudad de México, ambos estaban agotados de plantear y plantear teorías sin detenerse.
….
La mañana del 31 de diciembre fue de mucho trabajo para los Williams; la odiosa de la tía Susan y su no menos detestable hija, Emily, llegarían en unas cuantas horas, por lo que Leonard se encontraba limpiando muy bien la sala de la mansión, mientras que Marie organizaba la mesa visiblemente estresada, Alex se encargaba de colocar adornos a las afueras de la mansión y a Audrey le había tocado decorar las puertas de los cuartos de invitados, lo que había representado una tarea bastante irritable debido a que Darren se encontraba tomando una ducha en el baño de su recámara, y para disimular el sonido del agua corriendo, se vio obligada a poner música estruendosa al punto de ser desagradable, tan fuerte que los oídos le palpitaban de dolor.
Para cuando habían pasado cuarenta minutos sin que Darren saliera, decidió entrar a su cuarto a verificar que este se encontrara bien.
—¡Agua! —oyó que Darren exclamaba dentro del pequeño sanitario. La canción que sonaba en ese instante ya casi había finalizado, por lo que Audrey habría jurado que sus papás habían oído el grito en la primera planta.
—¡Darren, haz silencio, que te van a escuchar! —le dijo en voz lo suficientemente baja para que nadie la oyera en dado caso que hubiera alguien en el corredor, pero tan autoritaria que el espectro se tapó la boca con ambas manos y soltó una risita.
—Lo siento, es que esto es… ¡simplemente genial!
Y con razón… Hacía ya varios siglos que había despertado en la casona y no había tenido nunca el placer de sentir el agua resbalando por su cuerpo. Bañarse como una persona normal era equivalente a ver de nuevo para un invidente, o visitar otra vez el mar para una persona que había pasado varios años en el desierto, pero por fin, cuando sintió que ya se había tomado demasiados minutos, salió con una toalla envuelta en la cintura y el torso desnudo, brillante por el agua. Audrey abrió la boca sin pretenderlo, observando detenidamente el cuerpo de su… ¿novio?
—¿Ya acabaste de mirarme? —dijo el fantasma cuando la incomodidad lo había dominado.
—Yo… lo siento mucho, es que… —Audrey tragó saliva, pero, de súbito, su mirada fue a parar al cuello del rubio y el enrojecimiento de las mejillas se le pasó tan rápido como había llegado—. Darren… ¿qué tienes allí?
El chico, descolocado, siguió su mirada, pero no pudo ver nada.
—¿De qué hablas?
—Tienes una… una marca.
Aquello, más que solo una marca, parecía una cicatriz blanquecina del grosor de dos dedos que se extendía alrededor del cuello del chico, rodeándolo por completo. Debido a que el traje colonial cubría todo su cuerpo, Audrey jamás había tenido oportunidad de verla, por lo que entonces le causó tanto sorpresa, como un poco de miedo.
—No sé cómo habrá llegado allí —susurro, y no mentía.
—Bueno, lo veremos después. Por ahora deberías vestirte, te traje un poco de ropa de Alex, seguro que es de tu medida.
Pero como Darren tenía un cuerpo mucho más musculoso que el de Alexander y era seis centímetros más alto, la playera gris de cuello en V le quedó un poco ajustada y los pantalones algo más cortos de lo que hubiera querido. La sudadera apenas lo cubrió lo necesario, pero estaba tan contento de haberse deshecho de su atuendo colonial, que ni siquiera le importó. Al salir del baño con sus nuevas prendas, sonrió mientras se contemplaba en el espejo.
—Te ves muy guapo, Darren. Creo que te quedan excelentes.
Al tiempo en que decía eso, Audrey se acercaba a abrazarlo por la espalda y darle un beso en la mejilla, con lo que su corazón latió mucho más rápido, pues aún no podía creer que aquello pudiera ser posible, es decir… su relación, —si es que se le podía llamar así—, había comenzado unos días atrás, y casi no habían tenido oportunidad de intercambiar muestras de afecto por la falta de contacto físico. Pero allí estaban, Darren sosteniendo su cintura y acariciando suavemente sus labios antes de darle el beso más dulce que hubiera podido regalarle.
Pero todo aquello tuvo que verse interrumpido cuando unas voces muy difusas y lejanas llegaron a sus oídos. Darren frunció el ceño y se acercó al balcón abierto de par en par tan solo para vislumbrar la imagen borrosa de lo que parecía un hombre hablando con Alex.
—Eh… Audrey… ¿Quién es el tipo que está con tu hermano?
—¿De qué tipo hablas?
—De ese tipo… —Darren señaló con un índice hacia el sujeto que yacía de pie frente a la puerta de entrada, con Alex mirándolo, probablemente tan descolocado como ellos.
Confundida, Audrey se dirigió a la planta baja y encontró a sus padres yendo de aquí para allá organizando todo lo necesario para la llegada de sus detestables invitadas.
—¡¿Qué es esto?! ¡Esto es una copa de vino. Quiero una de champagne! —Marie lucía aún más estresada que el resto de su familia, pero ni ella ni Leonard parecían haber reparado en el repentino visitante.
—¿Mamá, papá?
—¡Si no tienes una copa de champagne para darme, más vale que no me distraigas, Audrey! —exclamó su mamá irritada, pero Audrey rápidamente intercedió diciendo lo único que podría llamar la atención de sus progenitores:
—Pero se trata de Alex.
Como era de esperar, Leonard se acercó de prisa exigiendo que explicara a qué se refería.
—¿Quién es el hombre que está hablando con Alex en la entrada?
—¿El hombre? ¿Qué hombre? ¿A cuál hombre te refieres?
Justo entonces, la puerta se abrió y una voz masculina contestó a las apresuradas preguntas de Leonard, al tiempo en que el extraño sujeto se hacía presente en el vestíbulo de la casona y Alex aparecía por detrás, con aires de desesperación en el rostro.
—Creo que la señorita se refiere a mí… —dijo con voz lenta y casi cavernosa, contrastante con su aspecto afable de hombre mayor. Sus ojos color azul cual hielo se clavaron en la señora Williams, haciéndola estremecerse en cuanto quitó la atención de las copas para centrarla en el recién llegado—. Hola, Marie… ¡Cuánto tiempo sin verte!
En ese momento, una copa resbaló de su mano, rompiendo el silencio con un sonoro estallido de cristales haciéndose añicos.
—Us… Usted…
—Mamá… ¿Quién es él? —inquirió Audrey observando a su madre palidecer como si hubiera visto un fantasma.
—Sí, cariño, ¿A qué te refieres? ¿Quién es este hombre?
—Ese es el hombre que intentó pagarme para alejarme de ti cuando quedé embarazada de Alex…
Contrario a la expresión de terror que se dibujó en cada uno de los Williams, el tipo esbozó una leve sonrisa en su rostro. Avanzó un par de pasos hacia el interior, y dijo:
—Dejen que me presente como es debido. Mi nombre es Benjamin White, y solía ser el mejor amigo de tu padre, Leonard… de Graham Williams.
Posteriormente, Leonard compuso un rostro cargado de furia que dirigió hacia el extraño.
—Graham Williams no es mi padre —puntualizó muy despacio, apretando las manos hasta que los nudillos le quedaron blancos y las venas se le marcaban en las muñecas—. Y en esta casa ¡no se habla de él!
—¡Entonces explícame porqué tu primogénito tiene el nombre de Graham también! ¿Es de otro Graham? —Su sarcasmo podía detectarse a kilómetros—. No sé por qué te empeñas en disimularlo. ¡Sabes perfectamente que lo que pasó aquella noche no es lo que has intentado creer durante tanto tiempo! ¡Han pasado casi dieciocho años y aún no has podido superarlo! Y lo peor es que te has dedicado a envenenar a tus hijos engendrando en ellos el mismo odio injustificado que tú tienes por él.
—¿Injustificado? ¡Sé lo que vi aquella noche y no fue un error!
—¡Alto! —Nadie lo esperaba, pero ante toda la desesperación que inundaba el ambiente, Alex intercedió desconcertado, tratando de darle una explicación a todo lo que los dos hombres balbuceaban—. ¿A qué noche se refieren, padre? ¿Qué pasó y qué tiene que ver mi abuelo en todo esto?
Satisfecho, el tal Benjamin miró a Leonard.
—¡Anda, dile, Leonard! Tu hijo necesita saber la verdad, ¿no crees?
Para ese momento, Audrey, Alex y Marie respiraban muy despacio, y todo lo que podía escucharse era el zumbido de una mosca que casualmente pasaba por allí, junto a los ronquidos de Chester, que dormía acurrucado en una esquina del vestíbulo. Darren se encontraba mirando todo sentado en un escalón desde arriba. Se había quitado el collar, por lo que nadie podía verlo, y su chica estaba tan petrificada que tampoco había reparado en su presencia.
De nuevo, Alex tomó la palabra.
—Dime papá. ¡Habla!
Leonard agachó la cabeza. Se sentía acorralado, y sabía perfectamente que no había nada que pudiera hacer para evitar a Alex, por lo que se decidió a hablar.
—Dos… Dos meses después de que tú nacieras…
—¡Míralo a los ojos, Leonard! ¡Míralo a los ojos para que sepa las cosas que le has ocultado durante casi dieciocho años! —Pese a su tono de voz, Ben no parecía iracundo, ni siquiera molesto, sino más bien, contento de por fin contemplar la temida confesión del señor Williams.
El padre de Alex, levantó la vista.
—Dos meses después de que tú nacieras, tu madre y yo tuvimos que salir de la casa para atender un asunto urgente relacionado con… bueno, con trabajo, así que…
—Leonard, no le mientas, dile lo que es. Dile porqué tuvimos que salir aquella noche. —Esta vez habló Marie. Sus ojos se encontraban cristalizados por las lágrimas, y se tocaba el vientre como si le doliera. Su esposo la miró, como preguntándole si estaba segura, pero ella asintió.
—Tuvimos que salir porque… porque tu madre estaba bajo tratamiento psiquiátrico.
—¡¿Qué?! —gritaron los hermanos al unísono. Y es que aunque para Audrey no era ninguna novedad, de todas las cosas que esperaba escuchar, la confesión directa de boca del propio Leonard no estaba entre ellas.
—Así es, niños. Su madre en el pasado sufrió graves problemas psicológicos, así que la tuvieron que internar en un hospital en Montreal.
»Esa noche habíamos tenido que ir a recoger algunos de sus medicamentos, por lo que decidimos encargarte con Graham y con mi madre. No quisiera, pero aún puedo imaginar a Clarity tomándote entre sus brazos mientras tu madre y yo nos alejábamos prometiendo regresar pronto… Esa noche había una tormenta, y los relámpagos no dejaban de caer. Deseo haberme dado cuenta de que algo iba mal, quizá, si yo hubiera sabido… Tal vez habría podido evitar que… —Leonard se soltó a llorar. Era un llanto amargo, lleno de culpabilidad. Por supuesto que Alex no podía imaginarse lo que estaba por llegar.
—Cuando regresamos a casa, Graham y Clarity no estaban por ningún lado —dijo Marie, pasando un brazo tras la espalda de su marido—. Salimos a buscarlos, pero pasaban los minutos y no los hallábamos. Estábamos muy preocupados porque te habían llevado con ellos, y yo me sentía muy alterada porque durante todo mi embarazo, este hombre y ellos no habían dejado de ofrecerme todo tipo de cosas para dejarlos a ti y a tu padre en cuanto nacieras. ¡Como si el amor de una madre tuviera precio!
—De repente —dijo Leonard, que se había tranquilizado lo suficiente para emitir palabra—, en la calle en la que estábamos, se oyó un grito cercano. Estoy casi seguro de que también escuché algunas voces discutiendo, pero corrimos, y cuando llegamos… Graham estaba allí, contigo llorando en sus brazos…
—Y Clarity estaba en el suelo… muerta.
En ese momento, Alex y Audrey sintieron terror corriendo en su sangre. No podían creer lo que estaban oyendo.
—Además, una daga ensangrentada se encontraba junto a tu abuelo —dijo el padre de los chicos—. No pudimos evitar la muerte de tu abuela, pero estoy más que seguro de que si no hubiéramos llegado a tiempo, ella no sería la única víctima de ese maldito asesino.
Ahora tomó la palabra Benjamin.
—Leonard, las cosas no sucedieron como tú crees. Sé lo que viste, pero no es así como pasó todo —su voz sonaba suave, suplicante—. Justamente de eso es de lo que he venido a hablar con tus hijos.
—¿Vas a decirles que lo que he dicho es una mentira? ¡¿Vas a negar que Graham asesinó a mi madre?!
—No. Lamentablemente no estoy en posición de desmentirlo o confirmarlo, pero lo que vine a pedirles tal vez cambie tu forma de ver a Graham, Leonard.
—Será mejor que te vayas, White. No quiero tener nada que ver con ese asesino. ¡Vete de aquí!
—No. —Para su sorpresa, Alex se opuso a su mandato—. Quiero escuchar la versión de Ben, y ni tú ni mi madre están en posición de oponerse después de habérmelo ocultado durante diecisiete años, así que nos vamos a sentar, van a cerrar la boca y Ben va a explicarme a qué diablos se refiere.
En la cara de Ben nació una casi imperceptible sonrisa. En tanto, Leonard suspiró y obedeció a su hijo, dirigiéndose a la sala seguido por los otros. Darren bajó un par de escalones para escuchar mejor a Ben, quien parecía extasiado por finalmente, decir lo que parecía haber guardado durante vario tiempo.
—La verdad es que no vengo a contar «mi versión» de lo ocurrido hace ya tantos años. Lo que en verdad he venido a hacer aquí, que por cierto, no tomará mucho tiempo, es hablarles acerca de la última voluntad de mi gran amigo.
Todos fruncieron el ceño.
—Espera un momento —demandó Marie, suspicaz—. Nosotros fuimos los últimos en ver a Graham antes de que falleciera, y estoy casi segura de que él no tenía ninguna última voluntad.
—Eso no es del todo cierto, Marie —contradijo él—. En realidad él sí tenía una, pero debido a la relación tan distante que sostenía con ustedes, decidió confiármela a mí, mucho antes de caer enfermo.
—Bueno, ¿y qué necesita de nosotros?
En respuesta a la brusca pregunta de Leonard, Ben contestó, casi de la misma mala manera:
—De ustedes… nada. A quienes necesito es a ellos —señaló a Alex y Audrey, que se encontraban sentados en el sofá para dos.
—¿Nosotros?
—Así es, Audrey.
—¿Cómo sabe mi…?
—Eso es irrelevante. Lo que realmente importa, es que Graham deseaba que ustedes fueran a tomar el té a mi casa en Vancouver. Si quieren obtener respuestas a todas las preguntas que tienen, y a las que todavía no se hacen… esa es la manera. Solo así sabrán la verdad sobre aquella noche, y se enterarán de más cosas que aún no son de su conocimiento.
—¿Cómo cuáles? —Tras la discusión acontecida minutos atrás, Alex se encontraba deseoso de conocer muchas más verdades, pero Ben encogió los hombros diciéndole sin palabras, que no iba a soltarle nada.
Leonard rápidamente se puso en pie.
—No, ¡ni hablar! No regresaremos allá solo para cumplir el capricho de un muerto.
—¡Claro que iremos! —saltó su hijo de inmediato—. Primero, porque me han estado ocultando esto durante mucho tiempo, de hecho, no solo a mí, sino también a Audrey. Segundo, porque mi abuela Clarity perdió la vida esa noche, y tercero, porque, te guste o no, ese «muerto» del que hablas, es tu papá. Así que, Ben, por favor sea tan amable de darnos su dirección.
El mencionado asintió y acto seguido, le proporcionó una pequeña tarjeta con su dirección.
—Muchas gracias por escucharme, Alex, y espero verlos a ambos pronto. No hay fecha en particular, así que pueden tomarse la libertad de organizar su viaje en cuanto puedan.
—De acuerdo —puntualizaron los chicos Williams.
Ben avanzó hacia el exterior de la casona tras despedirse de la familia y no tardó en desaparecer por la avenida con rumbo al Zócalo capitalino. Aquél raro anciano que no parecía superar los sesenta y cinco años de edad, al verse alejado de cualquier persona, miró al cielo con aire solemne, y susurro al viento:
—Tu voluntad está hecha, Graham. Pronto harán lo que me pediste.
Mientras tanto, Alex se encontraba sentado en la cama de su habitación cuando Audrey se acercó con lentitud al umbral de su puerta.
—Hermano, ¿puedo pasar? —Alex asintió—. ¿Cómo te sientes?
—¿Cómo te sientes tú?
Audrey tardó en responder la pregunta porque ni siquiera había pensado en ello. ¿Cómo se sentía?
—Confundida.
—Ya somos dos, hermanita. ¡No puedo creer que mis padres nos hayan ocultado algo como eso durante tanto tiempo!
—Sí, tampoco yo.
—Además, ¿cómo es eso de que mi mamá estuvo bajo tratamiento psiquiátrico? ¿No te parece patético?
—En realidad… En realidad eso no es una sorpresa para mí, porque yo ya lo sabía, pero esperaba que fuera una mentira.
Listo. Audrey por fin había confesado la verdad a alguien y tal como lo había anticipado, Alex expandió los ojos con tanta sorpresa que parecía a punto de gritar en cualquier momento. Ella se mordió el labio preguntándose porqué nunca se le había pasado por la cabeza hacerlo, mas de repente recordó que no tenía forma de justificar cómo lo sabía, pues de eso se había enterado gracias a Darren.
—No me preguntes cómo lo sé, lo importante es que estoy al tanto. Lo único de lo que no tengo idea, es con qué fue diagnosticada como para haber entrado en el hospital psiquiátrico de Montreal, y ya he revisado cientos de veces el álbum que encontramos, pero no he dado con nada al respecto.
Y era cierto. Darren y Audrey habían visto aquella peculiar antología de notas de Marie, donde lo más relevante era una melosa foto de ella y quien aparentemente era Bruce Peters, padre de su violento ex-novio, pero nada sobre su ingreso o salida del sanatorio.
—No me tengas tanta fe, pero creo que sé quién podría contarnos todo acerca del diagnóstico de mamá.
De súbito, Audrey también lo supo, por lo que simultáneamente, ambos exclamaron en voz no tan alta:
—¡Roberto!
….
Morgan lanzó una mirada de extrañeza al objeto que Audrey sostenía entre las manos. Todo en la habitación de la chica se encontraba en silencio, y lo único que podía oírse era el barullo que provocaban Leonard, Marie y los pocos invitados que ya se habían hecho presentes en la fiesta de Año Nuevo en el vestíbulo de la casona.
—No tengo idea de a quién pertenece —dijo el chico examinando aquél teléfono con curiosidad.
—Yo tampoco —admitió la joven—. Lo encontré en el despacho del director Romero mientras ayudaba a Rolland con la limpieza del aula de química. He tratado de averiguar a quién pertenece, pero tiene contraseña y no he podido adivinarla.
—Audrey —dubitó su amigo—. ¿Por qué me estás mostrando esto?
—Porque tú eres el único que me puede ayudar. Sé que Dominik también podría, pero llegué a la conclusión de que la persona que provocó el incendio el día previo a las vacaciones, también estudia en nuestra escuela, de manera que no quiero delegar esta tarea a las manos equivocadas, ¿comprendes? —Cuando Morgan asintió, Audrey continuó hablando—. Mira, no hay nadie más que pueda ayudarme, e investigar de quién es este móvil es de vital importancia porque tal vez esa sea la persona que ha estado atormentándome desde que llegué a México. Sé que quiere verme muerta, pero también sé que no puedo rendirme sin dar pelea, y antes de que él o ella logre su cometido, debo detenerlo. Tú eres el único que puede ayudarme. Te prometo que si descubres al propietario, haré cualquier cosa que quieras, lo que sea.
El rostro suplicante de la chica le dejó muy claro a Morgan cuán en serio estaba hablando. Por supuesto que quería ayudarla, sobretodo porque esa era la oportunidad perfecta para obligarla a no causar más problemas mientras él se esforzaba en salvar su vida.
—¿Me ayudarás, entonces? —inquirió, con una expresión tierna que pretendía convencer al chico de salir en su auxilio.
—Tienes suerte de que tenga algunos conocimientos en informática —soltó Morgan, luego de unos momentos de reflexión, lo que Audrey interpretó positivamente y le respondió con un grito de alegría y un abrazo—. Pero por favor, mantente lejos de las iglesias. Ya te había dicho que es necesario que lo hagas mientras yo intento saber quién está detrás de los ataques del Canum.
El Canum…
Audrey llevaba tiempo sin pensar en él. Aquella enorme bestia cuadrúpeda no había vuelto a aparecerse en su vida desde hacía ya varias semanas. Era gracias al Canum que Morgan y ella se habían conocido, durante el partido de los Black Dragons con el equipo del joven, y al mismo tiempo, gracias a él se había enterado de que no solo eran bestias peludas, parecidas a un lobo, sino que además, tenían un nombre propio.
—Pero… ¿qué tienen las iglesias de malo?
—preguntó Audrey a su vez. Recordaba la advertencia que Morgan le había hecho una ocasión, pero no estaba enterada del porqué de que se lo prohibiera—. Es la casa de Dios. Nada malo puede suceder allí, ¿no es cierto?
—No precisamente… Las cosas no funcionan así aquí, ¿sabes?
—Cuéntame más.
Para el momento, Darren entró en la habitación, sin embargo, Morgan no fue capaz de verlo, porque igual que durante la visita de Benjamin, se había desprendido del collar de obsidiana a propósito con el objetivo de no interrumpir la conversación de Morgan y Audrey. No quería convertirse en una excusa para que este no se explayara lo suficiente. El espectro se sentó en el sofá que había junto al ventanal, y escuchó al Rompehuesos decir:
—Audrey… yo tampoco sé mucho, pero todo indica que las personas… como tú, de quien algo o alguien quiere deshacerse, son mucho más rastreables entrando en una iglesia. No me hagas caso, pero en el exterior estás casi a salvo en varios sitios, pero en cualquiera de ellos, donde se rinda culto a Dios, esa protección se esfuma, y ellos pueden encontrarte más fácilmente, por eso es importante que te alejes. Además —añadió, tras unos instantes de silencio—, las cosas no son como las pintan en las películas. Los seres de oscuridad pueden entrar y salir de cualquier templo sin ningún problema, lo que no hace a sitios como estos, exentos a los ataques de, por ejemplo, un Canum.
—Comprendo.
No obstante, Audrey sospechaba que había algo más en la razón de que él le prohibiera tan tajantemente que se adentrara en la casa de Dios. Pues bien, obligó al chico a decírselo, y al final de cuentas, cuando a él ya no le quedó de otra, rápidamente añadió:
—Sospecho que la misma presencia que te persigue, ha sido la responsable de asesinar a varios sacerdotes que han pisado el Templo de San Francisco año tras año.
»Las autoridades no lo dan a conocer públicamente, pero por fuentes fidedignas me he enterado de que casi cada obispo que ha llegada a esa iglesia, ha sucumbido a la muerte en situaciones extrañas. Me da miedo pensar que un día tengas la mala suerte de toparte cara a cara con el responsable y entonces, quien tenga un final inexplicable, no sea el cura en turno, sino… tú.
Audrey pensó en el padre Nicolás. ¿Estaría en peligro?
Como si Phillips hubiera leído sus pensamientos, agregó:
—No hemos tenido noticias de otro sacerdote que haya muerto, pero apuesto a que es cuestión de tiempo para que suceda. Pero, mientras tanto, dame eso —le dijo, quitándole el teléfono de las manos— averiguaré de quién es este móvil, pero a cambio, quiero que dejes de exponerte al peligro y te alejes de las iglesias, ¿entendido?
Audrey realizó un gesto de inconformidad con la boca. Por supuesto que no quería hacer caso a Morgan, porque, bueno, no le agradaba la idea de sentarse y no mover un solo dedo mientras alguien más luchaba por salvar su vida, ni siquiera aunque ese alguien fuera Darren, pero tratándose de descubrir al dueño de ese celular, estaba dispuesta a hacer lo que fuera, así que, luego de un largo tiempo en el que Morgan la miró inquisitivo, cedió con un suspiro.
—¡Bieeen! Tenemos un trato.
Y ambos se estrecharon las manos para cerrar el pacto, pero Audrey no supo cómo decirle que al día siguiente asistiría dos horas enteras a una iglesia.
….
Cuando el vigésimo noveno toque resonó en el portón principal de la casona, los Williams ya se habían acostumbrado a sobresaltarse creyendo que al abrir se toparían con las desagradables Susan y Emily, para luego darse cuenta de que solo se trataba de uno más de sus esperados invitados. Sin embargo, y como bien podría suponerse, esta ocasión en que a Audrey le tocó recibir a los recién llegados, sí se trató de ellas.
—Menos mal que ya nos abrieron —resopló Susan apenas llegar. Se trataba de una mujer rubia varios años más grande que Marie; de maquillaje en tonos oscuros e intimidantes ojos azules. Sus ropas estrafalarias le daban un aire maligno, y no ayudaba en nada la mueca de disgusto que tenían sus labios carmín. Al percibir su visible aura de negatividad, la chica no pudo evitar pensar en que hubiera preferido estar peleando con las sombras antes que soportar la presencia de sus familiares por quién sabe cuántos días—. Tú debes ser Audrey, ¿no?
—Sí, tía. Buenas tardes —saludó la susodicha, fingiendo cordialidad entre dientes.
—La última vez que te vi te dije que debías adelgazar varios kilos, pero parece que preferiste no hacerme caso, ¿cierto?
Audrey pensó en decir algo, tal vez no para defenderse, pero sí por lo menos para dar a conocer su molestia con tal comentario, sin en cambio, no pudo ni hacerlo, porque a continuación tomó la palabra Emily, su odiosa prima materna:
—Seguramente fueron esos kilos de más los que te retrasaron a la hora de venir a abrirnos la puerta, ¿no? Empezábamos a cansarnos de estar paradas bajo este sol tan molesto, y por si fuera poco, ese tipo de allá no ha parado de mirarme raro. Parece un criminal. —Al tiempo en que hablaba, Emily señaló hacia la casa contraria al hogar de los Williams, justo frente a la que se encontraba de pie un chico que Audrey solo se había topado unas cuantas veces, y, pese a eso, sabía muy bien de quién se trataba.
—Emily, solo es Hugo, nuestro vecino, y aunque no lo parezca, tiene el dinero suficiente como para no querer despojarte de tus joyas de imitación. ¿Dónde las compraste? ¿En alguna plaza de camino a mi casa?
En respuesta, Emily achicó los ojos con enojo, pero Audrey decidió hacer caso omiso de ella y las invitó a pasar. Adentro, las invitadas no fueron más corteses de lo que ya habían sido. Tratando a cualquiera como si fuese un ser inferior a ellas, tomaron asiento en el sofá para dos y observaron con repulsión hasta el más pequeño elemento decorativo que conformaba el interior de la casona, criticando en voz alta lo que supuestamente estaba mal, con Leonard rechinando los dientes a fin de contenerse para no echarlas de su morada, y Marie rebatiendo cada uno de sus argumentos con cortesía.
Mientras tanto, Alex llamó a Audrey cuando habían pasado veinte minutos de la llegada de Susan y Emily. Para ese momento, Roberto ya se encontraba en la habitación del chico como habían planeado desde un principio, y ahora, estaban a solo segundos de iniciar su interrogatorio con el único fin de descubrir de una vez por todas cuál había sido la razón por la que Marie contaba con un pasado como paciente del hospital psiquiátrico de Montreal.
Cuando entraron, lo primero que Alex hizo fue cerrar la puerta con llave. Darren atravesó la madera seguidamente, e invisible a los ojos de cualquiera en la estancia menos a los de Audrey, se situó junto a la chica, viendo cómo Roberto se giraba hacia los hermanos con el ceño fruncido.
—Alex, busqué las esferas navideñas, pero no están debajo de tu cama como dijiste.
Componiendo su mejor expresión de seriedad, Audrey dijo:
—Siéntate, Roberto. Tenemos algunas preguntas para ti.
—¿Preguntas? ¿Qué clase de preguntas? ¡Yo no sé nada!
—Descuida, podemos hacerlo por las buenas, o por las malas. Aunque nosotros preferiríamos la primera opción, ya sabes, así nadie saldría perjudicado. —Aunque Alex no tenía fama de ser intimidante, su simple tono de voz obligó a Roberto a tragar saliva asustado al mismo tiempo en que se sentaba en la cama con los dos hermanos de pie frente a él.
—¿Qué es lo que quieren saber?
Bien, allí estaba. Roberto había aceptado recibir sus preguntas sin apenas ejercer un poco de presión, y para Alex y Audrey, ese momento significó la llave a la caja de secretos que su familia parecía guardar. Darren también estaba ansioso. Por fin Audrey se quitaría un enorme peso de encima luego de descifrar uno de los grandes misterios de los Williams.
Para cuando Audrey habló, apenas podía contener su emoción. Había llegado el tan ansiado momento después de lo que le parecía una eternidad.
—Sabemos que mi madre estuvo recluida en el pasado en el hospital psiquiátrico de Montreal —dijo, tratando de no dubitar tanto. Tras ver la cara estupefacta de Roberto, se vio obligada a añadir—: hace unas horas vino un hombre llamado Benjamin White. ¿Sabes quién es él?
Roberto fingió no haberse quedado pasmado al oír el nombre.
—Es... posible que haya oído a tu madre hablar una o dos veces de él. Por como Marie lo describía, me daba la impresión de que es un tipo extraño.
—Lo es —apuntó Alex—. ¿Qué sabes de él?
—No mucho, en realidad —dijo. Aunque luego agachó la cabeza como recordando algo, y Audrey no supo si mentía o no—. Me parece que era amigo íntimo de tu abuelo Graham, y de tu abuela Clarity. Tu madre vagamente mencionó hace muchos años que los tres trataron de ahuyentarla ofreciéndole dinero a cambio de dejarlos a ti y a tu padre.
—Es cierto —puntualizó Audrey. Lo que Roberto decía, cuadraba a la perfección con todo lo dicho por Ben, Leonard y Marie—. Pero también nos mencionó otra cosa, y esto es realmente lo que hemos querido preguntarte desde que lo supimos.
—Decidimos recurrir a ti, porque eres más que un amigo para mi padre. Eres como su hermano, y sé que nadie sabe más acerca de esta familia que tú. Así que aclara nuestra duda: ¿por qué mi madre tuvo que llevar tratamiento psiquiátrico en el pasado? ¿Alguien más lo sabe? Cuéntanoslo todo.
—Desearía poder negarme a decirles una sola palabra —admitió Roberto, más a sí mismo que a los hermanos—. Pero ya son lo suficientemente mayores para procesar lo que conllevan sus preguntas. Marie, Leonard y yo siempre supimos que este momento llegaría, pero nunca imaginé que tan pronto. —Entonces, suspiró; lanzó una gran bocanada de aire, y dijo en voz baja, nostálgica—: es cierto. Su madre estuvo bajo un riguroso tratamiento psiquiátrico en su juventud, que empezó poco antes de conocer a Leonard.
»Al principio no lo sabíamos, pero después de faltar repetidamente a clases, su padre, como el eteeeerno enamorado que era, sospechó que algo andaba mal con Marie. Lo descubrió pasados algunos meses. Descubrió que ella había tenido que ser evaluada por varios psicólogos hasta que sus padres se vieron obligados a encerrarla en un centro psiquiátrico.
—¿Por qué? ¿Qué tenía? —inquirió la chica. Sus latidos estaban anormalmente acelerados por los secretos que comenzaban a salir a la luz.
—Ella... Ella decía oír voces pidiéndole que se matara durante cada noche de luna llena. Por alguna razón, se ponía extraña en esos días, como... salvaje. Como si fuera un animal o uno de esos zombies de las películas. Y solía decir que soñaba cada cierto tiempo con la muerte de alguna persona que no conocía, siempre era distinta la víctima.
—¿Soñaba que asesinaba a alguien? —Dijo Alex, tan confundido como los demás.
—No. Soñaba con el homicidio como si fuera una expectadora. Curiosamente, podía relatar detalle a detalle el acto, desde el arma que se había usado, hasta la sonoridad del grito lanzado por el sujeto, lo hacía incluso mucho mejor que cualquier escritor de misterio.
»Al final, la diagnosticaron con esquizofrenia, y pasó una larga temporada en ese horrible lugar. Posteriormente, todo empeoró cuando se embarazó de Alex, pues por algún motivo singular, ya no solo escuchaba voces suplicando su suicidio. Agrega que también le hablaban en lenguas extrañas, y algunas, las más testarudas... La obligaban a matar al bebé que llevaba en el vientre.
La confesión de Roberto le cayó a Alex como balde de agua fría. Algunas de las muchas cosas que según Roberto, le ocurrían a Marie, se asimilaban demasiado con lo que le pasaba cada que era víctima de un trance. Le era difícil procesar que su madre también había experimentado lo que se sentía ser presa de las voces susurrantes cada cierto tiempo. Mientras tanto, Darren rememoró aquella horrible noche en que Marie intentó atacar a Alex y él salió en su rescate, teniendo que borrar la memoria a ambos. En cierta forma se alegro de por fin tener una explicación lógica a dicho suceso, sin embargo, para ninguno de los tres resultó suficiente, por ello, Audrey se atrevió a indagar más en algo que llevaba acaparando sus pensamientos desde el día en que lo había descubierto:
—Pero... ¿Qué pinta Bruce Peters en todo esto?
Bruce Peters, padre de Tyson Peters, o mejor dicho: padre de la escoria masculina que había osado violentar a Audrey durante su relación amorosa. Hacía algún tiempo, tanto ella como Alex habían visto la fotografía de Marie con Bruce en su misterioso álbum, pero aún no comprendía cómo encajaba el tipo en esa historia.
—¿Bruce? ¿Ustedes cómo saben acerca de él?
—Primero que nada, porque su hijo Tyson era mi novio en Canadá —explicó la chica—. Y segundo, porque hace tiempo descubrimos una foto de él y mi mamá, así que quisiéramos saber qué tiene que ver él con todo esto.
—¡¿Su hijo fue novio tuyo?! —exclamó anonadado. La chica asintió seriamente—. Bueno... Eso vuelve todo aún más complicado de explicar. ¿Ustedes conocen algo acerca de la historia de sus padres durante su juventud? ¿Cómo se conocieron, cuántos años tenían cuando empezaron a salir, qué lugar ocupaba cada uno en la escuela...? —Ambos negaron con la cabeza. No era usual que sus padres les narrasen su historia de amor, y ellos nunca se habían interesado en escucharla, pero ahora que los secretos estaban saliendo a flote, no existía nada capaz de responder a cualquier duda, sino la vida de Leonard y Marie, así pues, se acomodaron para escuchar a Roberto atentamente—: todo comenzó en la secundaria, bueno, ya saben, en la versión canadiense de la secundaria —soltó una risa y los hermanos asintieron—. Leonard y yo íbamos en segundo grado cuando vimos por primera vez a Marie. Ella era la chica más popular del instituto, bonita, lista, siempre rodeada de amigas, invitada de honor en las mejores fiestas... una diosa total. Nosotros, por lo contrario, éramos integrantes de los clubes de estudio más tontos, como clases avanzadas, la banda escolar, nada comparado con ella, sin embargo, había una enorme diferencia entre Leonard y yo, puesto que mientras yo solía usar los recesos para relajarme, él se la pasaba con un libro frente a los ojos todo el tiempo. Era el ser más estudioso del mundo, razón por la cual, solo pudo reparar por primera vez en Marie un día en el que había finalizado su libro de cada semana. Por la forma en que quedó embobado con ella, me arriesgo a decir que fue amor a primera vista, al menos por su parte. Pude ver el brillo en sus ojos, el sonrojo en sus mejillas... Todo en él advertía enamoramiento total.
»De ella no puedo decir lo mismo. Ni siquiera lo notaba, y a veces sentíamos que era imposible, puesto que como la chica más popular de la escuela, naturalmente debía estar con su igual, y ese era nada menos que el insoportable de Bruce Peters. —Al recitar ese nombre, Roberto dibujó un gesto de odio en su rostro—. Bruce era el deportista más deseado entre las chicas de la escuela. Ojalá pudiera decir que él solo tenía ojos para Marie, pero más de una vez lo vi coqueteando por allí con algunas compañeras.
—No lo dudo —apuntó Audrey con tono irónico. De tal padre, tal hijo.
—El caso es que Leonard comenzó a buscar formas de acercarse a su madre durante un buen tiempo, pero no pudo lograrlo sino hasta un día en el que, por azares del destino, la encontró llorando en las gradas del campo deportivo. Estaba sola, y Leonard cuenta que lo primero que pensó es que alguien le había hecho daño físicamente.
—¿Fue así? —preguntó Alex.
—No realmente. Resulta que Bruce había terminado con ella, aparentemente sin razón alguna. Luego de algunos meses, nos enteramos de que al descubrir que estaba llevando terapia psicológica por un desorden mental, Bruce la menospreció y puso punto final a su relación con el argumento de que no podía estar con alguien como ella. El problema fue que Marie, no pudiendo soportar el rechazo de Peters, empeoró hasta que sus padres decidieron sacarla temporalmente de la escuela y recluirla en el psiquiátrico de Montreal.
—¿Mi padre lo supo en el momento?
—Así es, Alex. Para entonces, Leonard había logrado entablar conversaciones amistosas con ella de vez en cuando, y se ganó tan rápido su confianza, que no dudó en visitarla en el sanatorio cada que podía. A veces yo iba con él.
—Entonces fue que se enamoraron... —adivinó Audrey, a lo que el hombre asintió con la cabeza.
—Se casaron poco después de que ella pudo salir del psiquiátrico, y el imperio Williams pasó a ser de Leonard, compitiendo así, con la empresa que poseía Bruce Peters. Como ustedes imaginarán, la enemistad entre ellos aumentó después de esto, y pese a que me gustaría decir que Marie se recuperó totalmente, lo cierto es que al poco tiempo hubo que reingresarla al hospital durante tres meses, mientras Alex crecía en su vientre.
—Eso es... increíble.
—Lo sé —respondió Roberto a Audrey.
—¡Aguarda! Bonita historia, y todo, pero aquí hay algo que todavía no me cuadra —refutó el chico Williams. Dijiste que ustedes conocieron a mi madre mientras estudiaban en secundaria...
—Así fue. ¿Cuál es tu punto?
—¿No se supone que tú eres menor que mi padre? No pudieron haber estudiado juntos debido a su diferencia de edad.
Pero en lugar de mostrarse abochornado por el posible descubrimiento de una mentira, Roberto Rivera lanzó una risa sonora, sin importarle que había dos miradas —tres si contamos a Darren— observándolo sumamente confundidas.
—¿De dónde sacan eso? Aunque no lo parezca, solo soy un año menor que Leonard, pero él inició la escuela después del ciclo en que le correspondía.
—Roberto, ¡tu cuenta de Facebook dice que eres cinco años más joven que mi padre! —mientras Alexander decía eso, sostenía en alto su teléfono con la pantalla mostrando la biografía de Facebook del socio de Leonard.
—Bueno... Es que hace tiempo conocí a una mujer, pero ella era mayor que yo, y como me daba mucha vergüenza que pudiera darse cuenta, alteré mi edad en todas mis redes sociales, pero la verdad es que tu padre solo me lleva un año. Pueden preguntarle si quieren.
—No hace falta, muchas gracias. Ya nos dijiste todo lo que queríamos saber. —Soez, Audrey puso los ojos en blanco. Hubiera querido decir algo más, pero en ese momento, oyeron a Marie llamándolos desde la planta baja para comenzar con la agradable comida de año nuevo.
Allí, reunidos en la sala y el comedor, se encontraban aquellos que se habían transformado en los mejores amigos de Alex y Audrey; Dominik, Vanessa con su hermana Romina, Oliver, la melliza Abril, James, Mariana, novia de Alex, Morgan —lo que causó molestia en Alex, James y Oliver por ser integrante del equipo de soccer enemigo— sin olvidar a la familia de la señora Williams: Susan y Emily.
Por orden de Leonard, todos se reunieron en torno a la mesa y levantaron sus copas haciendo un brindis por lo que se les ocurría.
—Brindo por la perfecta esposa y los perfectos hijos que me tocó tener —dijo Leonard.
—Brindo por los Black Dragons —habló James.
—Salud por haber llegado a México y conocido amigos geniales. —Alex guiñó un ojo en dirección a James y Oliver, los cuáles rieron con complicidad.
—Brindo por Dominik, Vanessa y mu nievo amigo, Morgan Phillips —puntualizó Audrey por fin, llevando su copa al aire en tanto, sonreía de oreja a oreja a los recién nombrados—. Brindo por haber conocido lo que es tener una amistad sincera e incondicional.
«Y brindo —se dijo— por Darren, el fantasma que me hace sentir especial cada minuto del día.»
Así, todos chocaron sus copas, dando por terminado aquel pesado año cargado de mentiras y secretos para dar inicio a otro, ahora lleno de verdades difíciles de digerir, descubrimientos horripilantes y muertes, muchas muertes...
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Quiero que miren la imagen que puse en multimedia. En estas últimas semanas, he estado aprendiendo a dibujar, aunque no soy muy buena. El que ven allí, es mi primer dibujo en digital. Probablemente no sea muy bueno, pero a lo que voy, es que para seguir practicando y mejorar, he decidido que rifaré un dibujo entre todo aquel que se haga presente en este capítulo. El dibujo, desde luego, estará relacionado con Reencarnación, y posiblemente será de temática navideña.
Lo único que tienen que hacer, es comentar cuál es su personaje favorito de la historia. No solo su nombre; quiero detalles. Quiero saber lo más detalladamente posible porqué, en qué momento decidieron preferir a dicho personaje, cuál ha sido su momento favorito relacionado a él o a ella y cuál les gustaría que fuera su final en la historia. Aquél comentario que me guste más, será el ganador, y lo anunciaré en mi perfil de Wattpad.
Siendo honesta, no tengo idea siquiera de si alguien participará, porque seguramente la historia ha sido tremendamente olvidada, pero como comprenderán, la presión por que los siguientes capítulos sean perfectos, me carcome. Me llena de ansiedad. Y es que recuerden que estamos en la recta final y necesito que estos sean lo mejor de lo mejor.
Pd: si nadie comenta, Darren se irá a llorar a un rincón.
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