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Capítulo 38

Los resplandecientes ojos del Iztac brillaron como un par de diamantes en la oscuridad del pasadizo. En la guarida, cientos de Iztac se alineaban en una fila esperando su turno en aquella cosa a la que casi todos ellos le tenían pánico. Había que hacer hincapié en que solo uno de cada setenta llevaba en la sangre el don que les proporcionaba el mayor lujo de toda la raza Iztac: poder mantenerse alejados de la fila que avanzaba de a poco frente a sus ojos; aunque claro, en ese momento ellos no estaban descansando, sino que habían optado por reunirse en parejas a entrenar para el esperado ataque en masa contra los Cazadores, para el que faltaban apenas unos días, por ello el tintineo del metal de las espadas retumbaba por cada rincón de la estancia, mientras el capitán de la guardia caminaba de un lado a otro vigilando a ambos grupos: los que entrenaban y los que se preparaban para La Renovación, que era como llamaban a aquello que los otros Iztac esperaban con los ojos casi cristalizados. Sí. El capitán, por alguna extraña coincidencia del destino, también había sido dotado con ese don.

—¡Siguiente! —exclamó uno de los responsables de La Renovación.

Acto seguido, Lira, una chica que reflejaba unos veinte años, esbelta y de hermosa cabellera verde pasto, se acercó temblando hacia una de las sillas que estaban acomodadas en dos hileras frente a la fila de los Iztac, y se sentó recibiendo una mirada de apoyo por parte del chico que estaba formado tras ella.

P, observando cómo las lágrimas saltaban de los ojos de Lira mientras una especie de corona de hierro se cernía a su cabeza, respiró hondo en un intento por tranquilizar los desbocados latidos de su corazón.

¿Por qué no podía tocarle ese don a él?

Es decir, ver el futuro era muy provechoso, y gracias a ello servía como mano derecha del capitán —que por cierto, era su hermano—, para anticipar los movimientos de los Cazadores en la batalla que llevaban años librando. Pero, en días como estos, simplemente odiaba ver aquél grupo de agraciados dar y recibir estocadas de mentira mientras los desdichados como él esperaban que se les concediera La Renovación. Y por supuesto, de nada le sirvió ver al capitán caminar hacia él mientras Zed, el chico que iba detrás de Lira en la fila, caminaba hacia una silla que recién se había desocupado.

—Ha sido muy caritativo de tu parte aplazar el ataque hasta pasada Navidad, amigo mío. Pero, si no te molesta, me gustaría saber a qué se ha debido tu petición.

P trató de no delatar la forma en que había apretado la mandíbula ante la pregunta.

—Simple sentido común —se limitó a responder de un modo autómata.

—¿Eso existe? —respondió con ironía el otro—. Hermanito, estamos en una guerra, ¿debo recordártelo? No puedes ir por allí aplazando nuestros planes solo porque te visitaron los tres fantasmas de la navidad a ablandarte el corazón. Nosotros no podemos tener corazón. ¿O ellos lo tuvieron cuando...?

Sin embargo, el capitán no pudo terminar su desdeñosa frase, porque en ese momento se hizo presente R, el otro Iztac que recientemente se había unido a la alianza secreta que P mantenía con uno de los Cazadores para entrenar a una mortal y descubrir porqué Audrey Williams era su protegida.

—¿Qué hay, amigos? ¿Dando apoyo moral a su hermano, capitán? Creo que yo necesito un poco de eso. —La sonrisa en su rostro le parecía tan irritante al capitán, que optó por resoplar y marcharse sin siquiera decir adiós a P. Entonces, cuando P y R se quedaron solos, R se aproximó al primero lo suficiente para que solo él pudiera oírlo cuando le dijo—: El Cazador me ha contactado.

Los ojos de P se expandieron con incredulidad, sin embargo, supo mantener la compostura lo suficiente para disimular.

—¿Qué te ha dicho?

—Acudió esta noche al hospital para cumplir con el favor que le encomendaste.

—¿Y qué ocurrió? —al ver que solo faltaba una Iztac para que llegara su turno de La Renovación, P lo apremió con un gesto de la mano—. ¿Ocurrió algo malo?

R apretó los labios.

—No precisamente...

—¿Entonces?

—Pues...

P gruñó. Ya casi era el siguiente.

—¡Ya habla!

Por fin, R tomó valor y dijo, sin atreverse a dar la cara al ojiazul:

—El Cazador asistió al hospital para curar la piel de Rolland Carson y Lisa Smith como tú se lo pediste, pero cuando llegó... vio que...

—¿Que qué?

—Que alguien ya los había curado.

Y entonces, P se quedó gélido, con una pequeña sonrisa empezando a nacer en su rostro.

Al parecer ya sabía quién se había encargado de curar a Carson y Smith. No había sido «alguien», había sido el mismísimo Darren Rosewood...

Ahora ya tenía pruebas contundentes de su existencia... Y eso significaba que el plan marchaba a la perfección.

....

Horas antes

Evadiendo a propósito a cada niño que pudiera encontrarse en el hospital, Darren recorrió los pasillos sumidos en la más tenebrosa oscuridad rumbo a una de las dos habitaciones que había ido a visitar. Era la madrugada del veinticuatro de diciembre, la gran fiesta en el Hotel Central había llegado a su fin y, justo después de ver a Audrey tenderse en su cama y dormir al instante, él no dudó en salir de la casona para dirigirse a aquél lugar, en el que había tenido una misión en especial.

Así pues, Rosewood se detuvo frente a la puerta de una habitación a la que dudaba entrar.

«Tengo que hacerlo.», se repetía una y otra vez.

Aún cuando se había enfrentado ya a sombras, cuadrúpedos diabólicos, e incluso a un enviado de aquel que provocó su muerte, él temía por lo que iba a encontrar una vez accediendo a la habitación, porque, fuera de lo que viese, sabía que de no ser por la pequeña confusión generada durante el convivio escolar, las consecuencias de aquel fatídico día habrían caído directamente en Audrey. En su Audrey.

Inhalando la poca valentía que su cuerpo podía atrapar, el chico atravesó la puerta de la recámara y sintió un nudo imaginario en la garganta cuando apreció la escena que tenía delante: dormido profundamente en la cama, con un gorrito de navidad puesto y una pequeña montaña de regalos a sus pies, se hallaba Rolland Carson, el muy querido tutor de Audrey.

La visión no era aterradora por lo deprimente de la misma, sino porque, como si fuera poco tener que pasar nochebuena y navidad encerrado entre las cuatro paredes de la habitación de un hospital, el rostro de Rolland carecía de su apariencia natural; el color claro en su frente y debajo de sus ojos se había tornado casi blanco, y en las mejillas le habían aparecido manchas de un pálido color rosa, además, por cierto, de las heridas que también lucían su cuello y brazos, como si alguien lo hubiera golpeado fuertemente hasta dejarle moretones repartidos en todo el cuerpo.

Darren habría dado mucho para saber lo que había ocurrido con Rolland y Audrey aquella tarde del incendio en la escuela, pues esta aparentemente seguía sin recordarlo, pero lejos de martirizarse con ello, el joven se regaló un poco de coraje y caminó hasta posarse junto al soberbio tutor.

—Tú no me caes bien, Carson —le dijo en voz alta, confiado en que nadie podía oírlo—, que quede claro que esto lo hago por Audrey. Solamente por ella.

Y entonces, el chico se materializó, poniendo sobre la frente de Rolland el dedo índice de su mano derecha, del que desprendió una curiosa esfera pequeña de un encendido color naranja. La misma se expandió por todo el cuerpo de Rolland, y, al extinguirse, cada centímetro de la piel del muchacho estaba completamente intacta, renovada y hasta revitalizada. Hasta el acné de sus mejillas se había ido casi en su totalidad.

Darren sintió una dolorosa punzada en el pecho que le arrancó un grito y lo hizo caer de rodillas al suelo. Utilizar sus poderes lo había dejado agotado, pero tuvo que soportarlo y levantarse sin remedio, pues no conforme con curar a Rolland, todavía le faltaba repetir la acción con Lisa, así que, habiendo recuperado la compostura un poco, salió del cuarto y caminó hacia su siguiente parada.

Unas horas después, a la recámara de Rolland arribó una figura alada cuyo rostro y cuerpo estaba cubierto por un manto de sombras. Nadie lo veía. Extrañamente, a su llegada, los doctores y enfermeras de guardia habían caído en un sueño profundo del que no iban a despertar hasta que este ser completar su misión en aquel lugar. Por los enfermos no se preocupaba, pues mientras él estuviera allí, nada iba a ocurrirles.

Mientras avanzaba por aquel mismo pasillo que Darren había recorrido horas atrás, el fuego de sus alas iluminaba parcialmente la siniestra oscuridad. Inconscientemente, el Cazador llevó la mano al mango lila de la espada que colgaba de su cinturón, y se detuvo ante la habitación de Rolland. Su misión era clara: el Iztac le había pedido que curara la piel del tutor de su protegida, pues estaba consciente de cuánto lo estimaba. Y el Cazador había aceptado, no porque Rolland fuera de su agrado personal, sino porque, si Audrey era la guardiana de aquello que los Cazadores y los Iztac buscaban con tanto ímpetu, su bienestar físico y psicológico era lo más importante.

Así que abrió la puerta y se acercó con paso silencioso a la camilla de Carson. Pero sus pies se quedaron anclados al suelo en cuanto cayó en cuenta de algo:

—¡¿Qué diablos...?!

Como era de suponerse, Rolland estaba completamente curado, y desde luego que su asombro fue mayor cuando se deslizó al cuarto de Lisa Smith, tan solo para percatarse de que lo mismo había pasado.

Ante ello, solo un simple susurro salió de su boca:

—Darren...

Ahora tenía que encontrar la forma de comunicárselo al Iztac.

....

Audrey sintió una repentina humedad en la mejilla derecha que la hizo despertar sobresaltada, y cuando la luz de la mañana caló en sus ojos, permitiéndole ver lo que ocurría, no tardó en darse cuenta de que el causante de alejarla del mundo de los sueños no había sido otro más que Chester. El pequeño Bull dog francés que tenía por mascota se encontraba sobre ella, lamiéndola al tiempo que movía frenéticamente la cola de un lado a otro.

—¡Chester, largo de aquí. Déjame dormir! —exclamó la chica adormilada, tratando de quitarse al perro de encima, pero este nada más no cooperaba.

Cuando la chica sintió que las patas del can se enterraban aún más en su vientre, se lo quitó de un leve empujón que terminó tirándole a su lado en el colchón, y se cubrió la cara con la sábana, pero en eso, una voz masculina retumbó entre las paredes de su cuarto.

—¡AUDREY LYNN WILLIAMS, DESPIERTA YA, QUE SE TE HARÁ TARDE! —Ese era Darren, que había proferido el grito muy cerca de la chica, de manera que esta se incorporó cual resorte debido al escándalo, y no tuvo que transcurrir mucho tiempo antes de que procesara a qué se estaba refiriendo el fantasma.

—¡Es hoy, maldita sea. Lo había olvidado! —gritó, tomando del clóset el conjunto de prendas que había seleccionado para ese día y metiéndose al baño como alma que llevaba el diablo—. ¡¿Alex ya está listo?! —le preguntó a Darren con voz apurada.

—¡Desde hace como una hora! Ya hasta está desayunando con tu papá.

Audrey emitió un gruñido.

—¿Por qué no me despertaste antes?

Como si se tratara de la más cómica de las series de televisión, Darren y Chester se dedicaron una mirada hilarante. ¡Habían estado tratando de despertar a Audrey durante cuarenta minutos!

—Da igual. Espero que no lleguemos tarde por mi culpa.

Ese día, el veintiséis de diciembre, se llevaría a cabo la exhibición de Vanessa y su caballo Firelight en un pequeño rodeo de la Ciudad de México. La pelirroja había invitado a los hermanos Williams, a Dominik, Oliver, e incluso el mismísimo James Miller, quien la tarde anterior se había enterado del romance que sostenía la joven con su mejor amigo debido a una fiesta de los Black Dragons a la que asistieron los dos para dar la noticia. Ese día, finalmente, hicieron público su romance.

Tan solo treinta y cinco minutos después, a la casona Williams arribó una limusina enviada directamente por el señor Lawson para Alex y Audrey, los cuales subieron a ella después de despedirse de sus padres, mismos que parecían muy atareados, pues esa misma mañana Marie había decidido poner en práctica el proyecto de embellecimiento del jardín de su casa, por lo que se hallaban quitando la maleza del patio principal y parecían demasiado inmersos en la tarea.

Al pasar junto al montoncillo de tulipanes rojos que crecían a un costado del jardín, Alex se detuvo en seco y los miró detenidamente. Darren, que también los acompañaba, observó la escena con curiosidad, y, de no ser por la minuciosa atención que había depositado en el joven Williams, ni siquiera lo habría oído cuando este dijo, en voz sumamente baja, como dominado por otra presencia:

Los tulipanes no...

Pero Alex no tardó en volver a la normalidad, tal como si nunca hubiera dicho eso. Y le dio un beso en la mejilla a su madre para luego subir al vehículo junto a Audrey. Darren hubiera querido contar a la chica el extraño comportamiento de su hermano minutos atrás, sin embargo, no pudieron hablar durante todo el camino porque él tuvo que subir en el lugar del copiloto mientras que ellos fueron en la parte de atrás.

....

Cuando finalmente llegaron, ellos, junto con Oliver y James fueron escoltados a los establos para encontrarse con Vanessa, y con nada menos que con un cuadrúpedo de tamaño colosal cuyo hocico estaba siendo acariciado nada menos que por la pelirroja.

Aquella bestia de pelaje negro como el ébano, imponía temor a todo el que se atreviera a observar ese par de ojos oscuros que parecían no tener fondo. No relinchaba, ni siquiera se movía, pero cuando su mirada se topó con la de James, dio un paso adelante y lo miró como deseando que él lo acariciase, cosa que le extrañó a Vanessa, pues Firelight solo había congeniado bien con tres personas en su vida: ella, su padre, y Dominik. Normalmente no le gustaban los extraños, y mucho menos que le pusieran las manos encima, tal como el capitán de los Black Dragons lo estaba haciendo en ese momento.

Pero todo silencio de admiración fue interrumpido por la voz aterrorizada de Oliver:

—¿Es... este es Firelight? —cuestionó. La impresión inyectada en su tono.

—Así es —respondió Vanessa orgullosa—. ¿Te gusta?

Pero Oliver le respondió con un gesto de rechazo.

—¿Este es el caballo con el que piensas actuar?

Ahora Vanessa lo miró con incredulidad.

—Sí... —contestó, alargando la letra «í»

—¡No! ¡De ninguna manera! —Se opuso rápidamente el joven—. ¿Ya viste su tamaño? Seguro que te tira en un parpadeo. Ante el menor descuido podría ponerte en peligro y no pienso permitir eso.

—¡Pero, Oliver...! —respondió la chica, sin embargo, fue interrumpida, y esta vez por Dominik:

—Estoy consciente de que no debería entrometerme, pero esta vez creo que Grey tiene razón. Yo tampoco pienso permitir que Firelight te acompañe en tu exhibición.

Vanessa los miró a ambos boquiabierta; no sabía qué le causaba más impresión, si el hecho de que ninguno aceptara a Firelight, o que por fin los dos coincidieran en algo.

—Yo apoyo la moción —sentenció Audrey sin atreverse a mirarla a los ojos. A su lado, Darren asentía con la cabeza aunque nadie lo podía ver—. Vanessa, Firelight es muy... grande. No queremos que no compitas en la exhibición, pero si te ocurre algo...

—No nos lo perdonaríamos —completó su novio con la angustia tiñendo sus facciones—. Por favor, tienes que comprender que...

—¿Saben cómo apoda mi padre a Firelight? —los interrumpió ella. Su semblante neutro, ninguna expresión en el rostro. Todos se miraron entre sí, pero por obvias razones ninguno supo dar una respuesta—. Mi padre lo llama El caballo del infierno. ¿Saben por qué? —Otra vez, ninguno dio una respuesta—. Porque hay una leyenda. Se dice que el caballo en el que cada noche salía el diablo a aterrorizar a los viejos habitantes de la Nueva España, era negro como la noche, brillante, de aspecto majestuoso y ojos de fuego. Su relinchido dejaba los pelos de punta a quien lo oyera, mirarlo podía matarte. Nunca se ha visto en el mundo caballo más hermoso que el caballo del diablo.

»Desde que nació, la belleza de Firelight ha sido exquisita, o al menos eso suponemos nosotros, porque no conocemos su procedencia exacta. Mi padre lo encontró hace muchos años, cuando era adolescente, mientras buscaba leña para su abuelo en un viejo camino abandonado. Lo vio, y Firelight simplemente lo siguió hasta la casa en la que vivía entonces.

»Mi abuelo optó por entrenarlo para ser caballo de carreras, y desde su primera competencia, Firelight jamás ha perdido una sola. Su modo de correr, su velocidad, cada paso que da es magistral en comparación con cualquier otro caballo. Por eso debo hacer mi rutina con él, así tenemos la victoria asegurada. Sí me quieren apoyar —miemtras decía eso, Vanessa miró a cada uno—, me alegro por ustedes. Y si no, pueden marcharse ya.

Y dicho eso, Vanessa se dio la vuelta rumbo a los vestidores. Su exhibición comenzaba en media hora y solo tenía diez minutos para arreglarse si quería hacer algunos ejercicios de calentamiento como la entrenadora siempre le recomendaba. Mientras tanto, el resto se quedó mirando entre sí, Oliver y Dominik sintiéndose culpables porque no habían podido convencerla de tomar otro caballo, James admirado por la valentía de la pelirroja, Audrey preocupada y Alex... cautivado por su audacia. ¿Acaso era imaginación suya o Vanessa se miraba linda en modo obstinada?

Sin embargo, cuando todos se marcharon rumbo a las gradas, hubo uno de ellos que se detuvo en tanto los otros se adelantaban. Uno de los caballos relinchó y de su cubículo salió un individuo perfectamente reconocible, cuyo rostro denotaba preocupación.

—¿Qué ocurre? —preguntó el que se había quedado.

Y el otro solo sonrió de lado y contestó:

—Ella está en peligro.

No fue coincidencia, no fue casualidad ni el llamado destino el hecho de que, a tan solo dos minutos después de iniciar su presentación con la melodía Counting Stars de fondo, Firelight soltara relinchidos y comenzara el galope como un maniático, como si algo lo hubiera asustado. Ni mucho menos se trató de una coincidencia que su andar fuera tan hosco que, en una de esas... tirara a Vanessa de la silla, ocasionando que se lastimara de gravedad la cabeza y tuvieran que llevarla de urgencia al hospital, al mismo donde los doctores miraban sorprendidos el rostro en perfectas condiciones de Rolland Carson.

....

En la sala de espera, Oliver se llevaba las manos al cabello desesperado. Ya habían pasado dos horas desde la llegada de Vanessa al hospital y aún nadie había podido verla, ni siquiera su padre, que arribó al lugar tan solo doce minutos después.

Mientras tanto, un médico se acercó a Audrey cuando estaba sentada con James, tratando de reconfortar, tanto al novio de su amiga, como al destrozado Dominik. Darren estaba junto a ella, y se irguió apenas ver al doctor parado frente a la joven.

—¿Audrey Williams?

Ella lo miró con extrañeza.

—Sí... ¿Ocurre algo?

Él le dedicó una mirada que no denotaba ningún sentimiento en absoluto, ni tristeza, ni alegría... Solo una mirada fría y distante, pero con algo de calidez en el fondo.

—Rolland Carson quiere verte.

Al oír el nombre de su tutor, Audrey se levantó de inmediato. No es que se le hubiera olvidado que Rolland se encontraba en el mismo hospital, pero estaba tan preocupada por Vanessa, que no había nada más en su cabeza.

—¿Sabes dónde está su habitación? —le inquirió el médico, a lo que ella asintió de inmediato.

Acompañada solo por Darren, la muchacha se encaminó hacia el cuarto de su tutor expectante de lo que pudiera ver. El fantasma, en cambio, caminaba tranquilo, seguro de que Carson estaba en perfectas condiciones, y por lo tanto, aquella visita improvisada no significaba nada malo.

En cuanto llegaron al sitio, debido a que la puerta se encontraba deliberadamente abierta, cayeron en cuenta de que Rolland no estaba solo, sino con un hombre, nada menos que el jefe de policía, aquel individuo con el que lo habían visto conversar un par de veces en la escuela. El tipo lo abrazaba por los hombros mientras Rolland solo miraba sus manos entrelazadas. En su rostro perfecto asomaba un halo evidente de enojo. Audrey no se atrevió a entrar mientras estuviese acompañado.

—Pero, Rolland, ¡solo te estoy pidiendo que te presentes un día! ¡Un maldito día! Eso es lo único que pido. Ella estará muy conten...

—¡Ya te dije que no! —exclamó Rolland con el mismo tono de voz que el jefe de policía. Sumamente malhumorado.

—Pero...

—¡No insistas! Entiende que no quiero y no lograrás convencerme.

Ante su respuesta, el jefe de policía soltó una bocanada de aire, resignado, triste.

—Ha pasado mucho tiempo, Rolland —le dijo en voz baja—. Yo ya la perdoné. Deberías hacerlo tú también.

Pero Rolland siguió evitando mirarlo, y al ver la poca disposición del mismo, el hombre miró hacia la puerta y advirtió la presencia de Audrey.

—Me voy. Parece que tienes vistas —soltó de modo receloso, y entonces Rolland también notó a la chica, dibujando una abierta sonrisa en su rostro ya libre de quemaduras.

A Audrey aquello no le sorprendió en absoluto, pues ya era de su conocimiento que Darren utilizaría sus poderes para tratar sus heridas, sobretodo porque ella había intentado impedir al muchacho ayudar a su amigo, no porque no quisiera, sino porque sabía las consecuencias de que Darren hiciera uso de sus habilidades. Pero, como ya era bien sabido, no lo había logrado.

—¡Hola, pequeña! Pasa, por favor pasa.

Rolland palmeó un espacio libre en su pequeña cama, y, mientras ella y Darren entraban, el jefe de policía caminaba a grandes zancadas hacia la salida. Se detuvo en el marco de la puerta, volviéndose antes de salir.

—Adiós, Rolland —le dijo. Su voz taciturna.

Y Rolland solo se limitó a contestar:

—Adiós.

Tan distraída en ver al oficial marcharse estaba la joven, que demoró algunos minutos en darse cuenta de que Rolland trataba de llamar su atención a través de gestos y aspavientos.

—¡Audrinaaaa!

Audrey volteó en seguida al oír dicho apodo.

—¿Eh?

—Te he preguntado cómo está Vanessa. Supe que tuvo un accidente y la ingresaron de emergencia en este mismo hospital.

Rolland había dibujado en su rostro un gesto de vergüenza que parecía genuino. Sin embargo, Darren y Audrey tan solo estaban confundidos, ya que... ¿cómo se había enterado él de lo sucedido durante la exhibición de Vanessa?

Como si Darren estuviera en sincronía con sus pensamientos, frunció el ceño y miró a Rolland desconcertado.

—¿Y este pedazo de idiota cómo sabe que...?

Mas fue interrumpido por Rolland, que seguía tratando de obtener una respuesta por parte de Audrey a su pregunta.

—¿Y bien? ¿Cómo está ella?

Audrey dubitó, pero al final contestó vagamente:

—Aún no lo sé. La llevaron a la UCI, pero no nos han dado información.

—Entonces es grave. —Él parecía en verdad preocupado.

—Lo sé. Rolland, si algo le llega a pasar a Vanessa, yo...

Entonces, Rolland extendió los brazos al frente de él, llamando a Audrey para envolverla en un cálido abrazo que a ella le sentó de maravilla. Sentir los delgados músculos de su tutor alrededor de su espalda, la reconfortaba de una manera inimaginable. Cerró los ojos y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

—Vanessa es mi mejor amiga, y si la pierdo, yo...

Rolland, sin ningún remedio, recordó a Demián en aquél tiempo en que solían ser inseparables, con los mismos sueños, las mismas metas y todos los planes que jamás pudieron concretar. No quería eso para su alumna preferida, pero, lamentablemente, la salud de la pelirroja no estaba en sus manos.

—Pequeña, no vas a perder a Vanessa. Ella es una chica fuerte, y sin lugar a dudas estará bien.

—Espero que tengas razón.

Minuciosamente, Rolland le limpió las lágrimas en tanto Darren solo los observaba receloso. Sí no fuera por la maravillosa noche de Navidad en que él y Audrey se habían declarado más abiertamente lo que sentían, seguro en ese momento estaría nadando en los celos que le provocaba el afecto que ella sentía hacia el desagradable de su tutor.

—¿Sabes algo? —dijo Carson cuando ella se hubo tranquilizado—. Desearía no haberme curado como por arte de magia.

Aunque conocía la razón por la que su rostro se había recuperado, Audrey tuvo que fingir ignorancia y le preguntó:

—¿Por qué?

—Porque mañana voy a ser yo quien empiece con la labor de reconstrucción del laboratorio. Los nuevos materiales acaban de llegar, y comoano derecha de Augusto, mi deber será ocuparme de que todo regrese a la normalidad antes de que las vacaciones acaben. —Rolland soltó un suspiro de cansancio.

Por otra parte, Audrey de inmediato recordó las sospechas de las que le había hablado Lisa sobre que el accidente había estado planeado meramente para ella. Recordaba el coraje hirviendo en ella cuando le juró que si encontraban al culpable, la ayudaría a vengarse de él. Si tan solo hubiera forma de buscar alguna pista de que todo había sido ocasionado de manera intencional...

¿Y qué mejor que visitar el área del crimen, con tiempo suficiente para analizar cada centímetro cuadrado a detalle?

Fue por ello que, sin dudarlo, Audrey sonrió con malicia, empezando a tramar un plan en su mente, y le dijo a Rolland:

—¡No se diga más! Yo te ayudaré a recomponer el laboratorio de química. ¿A qué hora comenzamos?

....

Varias horas habían transcurrido. Tanto Oliver como el resto estaban hechos un manojo de terror desde que les habían dado la mala nueva: Vanessa había tenido una contusión severa, y por ello se encontraba inconsciente. Los doctores dudaban mucho que despertara pronto, razón de más para que al menos Dominik, Oliver y Audrey hubieran decidido dormir en el hospital hasta que el estado de salud de la chica mejorara.

Por ahora, James reconfortaba a su mejor amigo dándole cuantas palabras de aliento existieran en su vocabulario —que no eran muchas, por cierto—. En lo referente a Darren y Audrey, la curiosidad por otro paciente del hospital les había nacido, y justo en ese momento, recorrían los pasillos en busca del señor Martín, abuelo de la profesora de Historia, mismo que parecía ya conocer cada detalle sobre la existencia de Darren.

No les fue difícil evadir a los médicos y enfermeras que hacían sus rondas por los pasillos, y cuando llegaron a la puerta de su habitación, la alegría los embargó al ver que él al instante reconoció a la chica.

—¡De nuevo usted, señorita! —dijo el hombro con voz ronca y bastante débil—. ¡Y ha venido con su amigo! Nunca había recibido visitas con tanta frecuencia desde que estoy aquí. —Sonrió—. ¿Puedo hacer algo por ustedes?

El viejo, con gran esfuerzo, se sentó en la camilla para llamar con el dedo a la joven. Ella y el muchacho se adentraron al lugar, y a medida de que se reunían con Martín, una sensación de comodidad los invadía. Con él se sentían muy seguros, pero ninguno sabía por qué.

—He venido a preguntarle... ¿Cómo es que sabe de la existencia de Darren?

En realidad eso no era lo que Audrey le quería preguntar, pero necesitaba romper el hielo de algún modo.

El señor solamente sonrió.

Lo esencial es invisible a los ojos... —se limitó a contestar. Su mirada y la de Audrey chocaton—. A lo largo de mi vida he experimentado cosas inimaginables. Sentir la presencia de un alma pura aferrada a la tierra es poco para lo que he tenido que pasar.

Audrey casi no entendió, pero por educación asintió y suspiró antes de que Darren le susurrara al oído:

—Se me hace que este tipo sabe algo de mí. ¿Recuerdas lo que dijo aquel remedo de enfermera cuando intentó asesinarte? Dijo que alguien me había mandado matar. Pregúntale a él.

Sabiendo que Darren estaba en lo correcto, Audrey tomó aire e inquirió:

—Hace poco... alguien me reveló algo de lo que aún me entra duda.

—Usted dirá, señorita.

Ella cerró los ojos un momento. Necesitaba estar lista.

—¿Sabe algo... sobre la muerte de Darren?

El viejo suspiró mirando su regazo.

—Sé más de lo que quisiera, pero menos de lo que necesito.

—Entonces... ¿puede decirme si es verdad que alguien mandó matar a Darren?

Martín se quedó en completo silencio, como meditando su respuesta.

—Diga «sí» o «no», anciano —siseó el fantasma, de repente furioso.

Como si lo hubiera escuchado, Martín habló:

—De nada sirve que lo niegue o lo confirme. Pero si en verdad quieren conocer la respuesta, deben encontrar el... —una tos lo interrumpió. Se aclaró la garganta y siguió hablando—: deben encontrar el falso tes... —Otra tos—. Falso tes... —Una nueva tos, tan fuerte y ruidosa que Audrey se alarmó de inmediato—. Encuentren el falso tes...

Y entonces... Sucedió.

James apareció por el marco de la puerta justo cuando Martín comenzaba a convulsionar de una manera terrible. Tanto él, como Darren y Audrey fueron echados de la habitación por cuatro enfermeras que rápidamente entraron a atenderlo. Los tres estaban tan horrorizados que no pudieron hablar en varias horas. Con su silencio, la noche llegó. El fantasma y la chica seguían sin poder conciliar el sueño, pues aún pensaban en lo dicho por Martín, el cual, no solo no les había resuelto su duda, sino que les había planteado una nueva.

¿Qué había querido decir?

No fue, sino hasta las dos de la mañana, cuando Darren se incorporó en el suelo de golpe, ganándose la atención de Audrey.

—¡Ya sé lo que quiso decir Martín!

Audrey lo miró enfocando su figura con mucha dificultad. Se encontraba exhausta.

—¿Qué cosa?

—¡Falso testimonio! ¡Debemos encontrar el falso testimonio!

—¿«Falso testimonio»? Pero qué tontería. ¿De qué falso testimonio estaría hablan...?

Y entonces lo supieron.

—¡La leyenda de don Juan Manuel! —gritaron al mismo tiempo, conscientes de que era bien sabido cuál sería su siguiente paso en la investigación.

Debían encontrar el falso testimonio que dio pie a la leyenda. Solo que... ¿por dónde se suponía que debían empezar a buscar?

....

Aún recordaba todo.

Aún recordaba la entrada de Vanessa sobre el elegante caballo con el que había elegido ejecutar su rutina. Firelight, se llamaba la cosa esa a la que incluso el más valiente le tenía pavor.

El cuadrúpedo parecía saber bien lo que hacía, mientras trotaba de un lado para otro a ritmo de Counting Stars y realizaba saltos que todo el mundo aplaudía. La sincronía entre él y la chica era impresionante, por lo que él observaba oculto desde un palco de los más alejados del sitio. Allí, mezclado entre la gente que no llevaba el dinero suficiente para un lugar en la primera grada, él observaba con atención el adiestramiento de Vanessa sobre Firelight.

Se llevó a la boca un poco de su limonada, y solo se descuidó un segundo, cuando... ocurrió la tragedia. Firelight parecía haber perdido el control por completo; relinchaba, trotaba de manera inquieta y se movía más rápido que una pelota de tenis durante un partido. La pelirroja intentaba domarlo, pero más tardó ella en darse cuenta de que no podía que en caer de la silla del animal cuando este se levantó en dos patas dejándola desprotegida.

En su memoria, estaba fresca la imagen de la gente gritando asustada al ver a la chica en el suelo, con un charco de sangre bajo su nuca y los ojos cerrados.

—¡Vanessa! —oyó que gritaban los amigos de la joven al tiempo en que evadían a la seguridad para plantarse en el centro y auxiliar a su amiga.

Recordando estaba, cuando sintió un súbito empujón que lo hizo tastabillar debido a la sorpresa del ataque.

El culpable había sido nada menos que uno de sus colegas, un Iztac enfurecido, acompañado de alguien que ni siquiera debía estar allí.

—¡Eres un imbécil! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué no la ayudaste?! ¡Ella es tu protegida! —al gritar esto, el recién llegado tomó del cuello a su colega y lo azotó contra la pared del salón de armas—. ¡Ella está muriendo, y es por tu culpa!

—¡Oye, suéltame! En primer lugar, sabes que no podía ayudarla porque va contra las reglas. Y en segunda, ¡¿qué querías que hiciera?! ¿Que bajara a darle mi símbolo de lealtad allí mismo, con toda esa gente mirándome? —Al reparar en el otro individuo, su mueca de enojo se hizo más evidente—. ¿Y este qué está haciendo aquí? —Como respuesta, el aludido desenfundó su espada y recargó el filo en la barbilla del Iztac—. Okey, ya entendí. No tenemos que usar la violencia, ¿sabes, amigo?

El agresor puso los ojos en blanco.

—Solo habla. Ella es tu protegida, así que sabrás decirnos porqué ocurrió este accidente. Porqué con ella.

Y entonces, al oír eso, el Iztac bufó, procesando lo que su colega acababa de soltarle.

—¿Accidente? Díganme que no son tan estúpidos como para creer que esto fue un accidente.

El tercero no pudo creer lo que sus oídos acababan de escuchar.

—¿Qué? ¿No... No lo fue?

—¡Pues no, animal! Lo de Lawson no fue un accidente. Todo fue provocado. ¿Saben cómo lo sé? Porque cuando el caballo se inquietó, intercepté su mente, y descubrí que alguien le estaba hablando. Alguien lo incitó a enloquecer y tirar a su jinete de la silla.

—¡¿Quién fue?! —demandaron los dos al unísono, uno empuñando su espada, y el otro sosteniendo con más fuerza el cuello de su camisa.

—Relajen la raja, par de estúpidos. La verdad es que yo no sé nada. Lo único que sé es que alguien del público tenía el mismo poder que nosotros, y ese alguien fue el responsable de que mi protegida ahora esté muriendo. Es su deber averiguar quién de los setecientos asistentes es.

Ambos se quedaron helados. Setecientos asistentes... ¿Cómo encontrarían al culpable? Y... Otra cosa aún más importante: ¿cómo ese «alguien» había obtenido el poder de infiltrarse en la mente de Firelight para incitarlo a ponerse salvaje? ¿Quién era?

De repente, un mismo pensamiento se encargó de helarles la sangre. Se miraron. Estaban preguntándose lo mismo.

¿Acaso se trataba de El Caído?

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¡Yyyyyyyyy estoy de vuelta, señores! ¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Abusadas, porque se vienen cosas buenas, interesantes, revelaciones tremendas.

Por otro lado, el veinticuatro de julio, pero del 2017 estaba yo publicando la introducción de El Alma. ¡Sí, dos años y esta historia sigue dando los frutos esperados! Por Reencarnación he conocido lectoras fantásticas, he leído teorías muy locas, pero muy estratégicamente pensadas, he hecho amigas, y me he puesto feliz al leer sus comentarios después de un mal día. ¡Sigan así! Prometo no hacerlas sufrir tanto :D (mentira, prepárense para llorar). Le doy la bienvenida a las nuevas lectoras, y les pido a todas que, si les gusta la historia, la compartan con sus amigas, primas, hermanas, tías, abuelas y hasta con su perro. Juntas lograremos expandir Reencarnación, y quizá algún día hasta pueda tener esta bella historia en las repisas de sus hogares ;)

Me despido agradeciendo estos bonitos dos años, también de parte de Darren y Audrey. Con mucho cariño, EnchainedMind.

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