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Capítulo 37

Darren y Audrey se quedaron anonadados en cuanto repararon en el hilillo de sangre que caía del índice del fantasma. El señor Martín no podía verlo, pero eso no significaba que no estuviera al tanto de que algo anormal ocurría allí. Su mirada lo decía todo. Audrey cayó en cuenta de ello apenas girar la cabeza y ver cómo todo el brillo en los ojos del anciano se había desvanecido y una sorprendente palidez se apropiaba de su piel ya arrugada por la edad.

—¿Darren? —murmuró Audrey. Ya no tenía caso guardar las apariencias si, por lo visto, Martín estaba al tanto de la existencia del espectro—. Darren, ¿qué te está ocurriendo?

—No lo sé... No... No lo sé —balbuceaba Darren mirando asombrado su índice, del cual seguía escurriendo el carmesí líquido.

—¿Qué le pasa al joven Rosewood? —inquirió el señor Martín, mirando a la desorientada chica desde su cama de hospital.

—Darren está sangrando. ¿Qué le ocurre?

Martín meditó la situación en silencio por algunos segundos. Al final, mirando a la nada, con expresión vacía, dijo solo dos palabras, con un timbre de voz que estremeció a sus dos acompañantes:

Es él...

Darren y Audrey se miraron sin comprender a lo que se refería, pero no tuvieron tiempo de indagar, pues que el abuelo de Cassandra tomó la palabra nuevamente, y, justo cuando creían que no podría decir algo que los sorprendiera mucho más que todo lo que les había dicho con anterioridad, de su boca salió una frase, una frase tan increíble, tan inverosímil, que ambos parpadearon sintiendo que todo a su alrededor daba vueltas, porque Martín, el abuelo de la profesora de Historia, dijo:

—Deben... Deben encontrar el cuerpo de Darren. Deben encontrarlo antes de que sea tarde y él se apropie de todo lo que conocemos.

Y Darren y Audrey se quedaron congelados.

....

Habían pasado ya algunos minutos desde que Audrey había entrado a ver a Rolland, y Alex se encontraba sentado en la incómoda sala de espera; sus padres habían desaparecido un tiempo atrás, y él solo navegaba por Facebook aguardando a que alguno de los tres volvieran.

Acabó de enviarle un mensaje a James, cuando sintió alguien caminando en su dirección, y al levantar la cabeza pensando que quizá se trataba de su padre, se percató de que estaba en un error. No era su padre, sino nada menos que el director August quien se sentó a su lado dibujando una afable sonrisa en su rostro y lo saludó de un modo alegre.

—¡Buenas tardes, Alex! ¿Cómo se encuentra hoy?

Arrugando la frente, Alex contestó:

—Bien... supongo. —Al cabo de un segundo de duda, finalmente decidió añadir—: ¿qué hace usted aquí? ¿Tiene algún familiar hospitalizado?

Romero negó con la cabeza, divertido.

—No. Más bien tengo un gran amigo aquí. Sé que lo conoce, su nombre es Luis Sandoval.

Los ojos de Alex se iluminaron de incredulidad al oír el nombre de dicho doctor.

—¡Oh, sí! Es el médico de la familia. No sabía que ustedes dos se conocían.

—Pues sí, efectivamente. Es un gran amigo mío, y si lo duda, aquí viene él para que se lo confirme.

Romero señaló con el brazo extendido hacia Sandoval, que caminaba a ellos después de haber concluido su participación en la cirugía de Cuidados Intensivos. El doctor le regaló una ancha sonrisa al muchacho, y en lugar de incorporarse a ambos, esperó de pie a que Romero continuara hablando:

—La oficina de Sandoval queda cerca, y después de lo que le ocurrió a su hermana, he creído que quizá podría venir a beber un café con nosotros. Así mi amigo puede ponerlo al tanto del estado de la chica, y quizá también de Rolland, ya sabe, por si le interesa, aunque sé que usted y Carson no son tan cercanos como lo es él con Audrey.

Como si todas las palabras de Romero surtieran el mismo efecto en él, Alex dudó un par de segundos si debía o no acompañar a los dos hombres, pero al final se dijo que sólo iban a tomar café, y quizá comer algo, lo cuál deseaba porque ya había pasado muchas horas en el hospital y se encontraba hambriento. Por consiguiente, se levantó de la molesta silla de metal y siguió a los dos hacia el despacho del doctor.

Mientras tanto, en la habitación de Martín, Audrey comenzó a experimentar una extraña sensación, un sudor frío recorriendo su espalda, ganas de volver lo poco que había comido hasta el momento, el sentimiento de que no debía estar allí en ese justo instante, sino, —y lo más confuso—… con Alex. Sí. Debía estar con Alex. Alex estaba en peligro.

....

Un cuarto de hora después, Alex se encontraba comiendo galletas en la oficina de Sandoval junto con él y Romero.

—... Y entonces ayudé a Alex a salir de su trance. La gente del aeropuerto se entrometió demasiado, pero eso no impidió que pudiera auxiliarlos a él y a su familia.

El doctor Sandoval parecía muy complacido de contar al director August acerca de la vez que había ayudado a los Williams en su llegada a México. Tanto Alexander como el rector lo escuchaban atentamente. Y ninguno se levantó de su asiento sino hasta el momento en que Romero y Luis intercambiaron una mirada y el primero dijo:

—Creo que es hora de una buena bebida caliente; tú debes estar agotado tras la cirugía, amigo. Y Alex debe sentirse muy cansado de esperar a su hermana en la sala.

—¡Ni que lo digas! —exclamó el doctor.

—Entonces... ¿qué se les antoja? ¿Té o café?

—¡Café! —dijo Sandoval, al tiempo en que Alex replicaba «¡té!»

Así pues, Romero se levantó de la silla y salió de la oficina, demorando algunos minutos en volver con tres tazas de líquido humeante que dispuso frente a cada uno. A Alex le pareció que una mirada algo extraña era intercambiada por los dos hombres justo antes de que estos se llevaran sus tazas de café a la boca, pero fue algo tan fugaz que dedujo que quizá había sido su imaginación.

Cuando, pasada media hora, el señor Williams llegó por casualidad a la oficina de Sandoval, le dijo a Alex que debían irse, y entonces se alejaron habiéndose despedido del médico y el docente.

Una vez que estuvieron lo suficientemente lejos de ellos, ambos se miraron.

—¿Todo? —dijo Sandoval a Romero, y este tomó la taza de Alex para observarla con cuidado.

—Todo —respondió, y un brillo de satisfacción iluminó los ojos de ambos por un segundo.

....

Mereces a alguien que te ame con cada latido de su corazón, alguien que siempre esté para ti, y que ame todo de ti, en especial tus defectos.

—Love, Rosie.

A pesar de las largas jornadas de entrenamiento que solían acaparar la atención, la energía y los pensamientos de Vanessa desde que había aprendido a caminar, nunca le había sido posible acostumbrarse a lo agotador que resultaba montar un caballo día tras día, oyendo los regaños de la entrenadora Magda, mientras sentía las gordas gotas de sudor corriendo por su rostro pálido y unas ganas tremendas de mandar todo al carajo e ir por un helado con Dominik.

Pero allí estaba, con la espalda dolorida debido a las tres largas horas que había durado el ensayo para la exhibición que ella y Firelight, el caballo de su padre, tendrían en unos pocos días. Caminaba a su cuarto con el único deseo de recostarse durante veinte minutos antes de continuar con el ensayo. Su padre llevaba obligándola a entrenar día tras día durante los últimos dos meses. Se había perdido cosas importantes solo porque el caprichoso de Bernard Lawson le había planteado como objetivo exclusivo que su presentación fuera la mejor del show, o de lo contrario la desheredaría, así de simple. De hecho había sido una completa suerte que al menos la dejara  estar pendiente de Audrey los dos días anteriores, pero ella sabía que solo era porque Leonard se había convertido en su socio para la celebración de navidad. Lo único bueno era que para tener más tiempo de entrenamiento había tenido que suprimir de su agenda las clases de latín, cuya tutora no perdía tiempo en humillarla cada que se le presentaba la oportunidad. Y además, estaba el hecho de que le emocionaba pensar en Dominik y Audrey apoyándola desde las gradas. Quizá también...

No.

Se dio una ligera bofetada en la mejilla y se obligó a pensar en otra cosa que no fuera él. No quería pensar en sus ojos, en su cabello, en su cuerpo perfecto, en su sonrisa... Él no la amaba, él no sentía ni un poco de lo que ella sentía por él. En esos días que habían pasado desde el convivio, había decidido por sí misma que estaba terminantemente prohibido mencionar tan solo su nombre. Él se lo había ganado después de recordarle la cantidad de chicas con las que se había acostado antes de ella.

Pero no podía mentirse; lo extrañaba. Lo extrañaba más de lo éticamente posible. Y lo que más coraje le daba era que él ni siquiera había intentado contactarla. Ni una llamada, ni un mensaje, nada con lo qué demostrar que la quería lo suficiente para recuperarla.

Cuando una lágrima se deslizó por su mejilla, pasó el dorso de la mano por su piel y se la limpió. Él no merecía la pena, así que darle una simple lágrima era como admitir que le dolía cada palabra salida de su boca.

«Llegará alguien mejor, Vanessa. Siempre llega alguien mejor.», le dijo una vocecita en su cabeza, y ella suspiró, pensando en que quizá dormir era lo mejor para dejar de pensar en... él.

Caminó hacia la puerta de su habitación, y se dio su tiempo en girar la perilla, con los ojos fijos en la nada, el semblante inexpresivo, la frente llena de sudor.

Y entonces...

Esa nada que ella miraba se transformó de repente en...

—¿Oliver... qué haces aquí?

Su voz salió en un susurro. Al abrir la puerta se había encontrado al joven sentado en su cama, con un hermoso ramo de girasoles en las manos, y además de quedarse congelada en el umbral, lo único que pudo hacer fue pronunciar la primera pregunta que se le vino a la cabeza.

«No es real. Estoy demasiado cansada y debo estar soñando. Oli... Él no está aquí. No está porque no me quiere.»

¡Pero aquel sueño parecía bastante verdadero! Incluso el corazón se le aceleró con tan solo ver al joven levantarse de la cama y caminar hacia ella, cerrando la puerta en cuanto estuvieron separados por escasos centímetros uno del otro.

—Vine a disculparme.

Su voz...

La voz de Oliver era suave y masculina, melodiosa y decidida. Su voz era tan perfecta como el verde esmeralda de sus ojos. A Vanessa le pareció que su subconsciente lo había recreado con demasiada exactitud, tanta que daba miedo.

—¿No dices nada?

Vanessa descendió la mirada a sus labios, carnosos, rosas, perfectos.

—No eres real —se limitó a decir—. Estoy cansada y esto es un sueño.

Oliver aproximó su rostro al de ella mucho más. ¡Incluso el subconsciente de Vanessa había recreado a la perfección el aliento cálido que le acariciaba la barbilla!

—¿Cómo lo sabes? —le dijo Oliver, en voz tan baja como la de ella.

—Porque el verdadero Oliver nunca vendría a disculparse.

Sin embargo, el Oliver que estaba parado frente a ella no era ningún sueño creado por su poderosa mente. Este era real, tan real que las anteriores palabras de la chica le habían dolido como un montón de cuchillos enterrándose en su pecho. Le dolieron tanto que no pudo resistir la punzada que atacaba su corazón y se apresuró a envolver la cintura de Vanessa con ambos brazos. Se aferró a ella, como si fuera un ancla, como si quien estuviera soñando fuera él y no quisiera despertar.

—Esto no es un sueño, Vanessa —habló Oliver con la voz quebrada—. Estoy aquí.

—Claro que es un sueño —reiteró la chica, recia a creer que el joven fuera real, aunque el tacto de sus dedos calientes le dijera lo contrario—. Y si no lo fuera, ¿por qué estarías aquí?

Oliver levantó la cabeza; ver a una Vanessa de semblante inexpresivo le asustaba. Como si la alegría que residía dentro de su puro corazón se hubiera marchado. Él lo supo de inmediato: con su pelea en la sala de música de la escuela, con las palabras hirientes que le había dicho, algo dentro de Vanessa se había quebrado. Ella no era la misma. Y por eso, porque se dio cuenta, le costó pronunciar sus siguientes palabras:

Por ti. Vine por ti, mi amor. Vine porque estoy tan arrepentido de todo lo que te dije, de la forma en que te herí, de todo.

—Suponiendo que seas real y no un  sueño creado por mi cabeza somnolienta —habló, mientras se separaba de él y lo rodeaba hasta llegar a su cama para sentarse en ella—, no tienes que disculparte. Me has dejado bastante claro que no significo nada para ti.

—Eso no es...

—¡Claro que es cierto! Tú mismo lo dijiste: muchas chicas se han acostado contigo. Yo ni siquiera te he dejado tocarme. ¿Por qué habría de ser sobresalir entre ellas? Digo..., solo mírame. No soy hermosa como tu ex-novia Paula, o atrevida como Lisa, o...

—Tienes razón —se aventuró Oliver, en tanto, se alejó un paso de Vanessa y se arrodilló a sus pies—. No eres como ellas. Eres mucho más. Y por eso quiero recuperarte, porque me porté como un imbécil y quiero remediarlo.

—¡Eso no te lo voy a discutir!

Soportando las filosas palabras de Vanessa, Oliver tomó el turno de hablar:

—Amor, sé que no merezco tu perdón. Sé que he sido un estúpido, pero... yo quiero otra oportunidad, yo deseo que me concedas otra oportunidad.

»Dame de nuevo el placer de besarte, el privilegio de saber que eres mi novia...

—¿También quieres de nuevo el privilegio de ser tu secreto? —le soltó con sarcasmo, un sarcasmo ardiente que caló hasta lo más recóndito del corazón de Oliver.

—Vanessa, tú no eres mi...

—¡Claro! ¿Estás consciente de que nadie en la escuela sabe que estamos juntos además de Audrey y aquel tipo raro que nos descubrió en el salón de música? ¿Cómo se le llama a eso? ¿Discreción absoluta?

Oliver cerró los ojos. Cuando se lo proponía, Vanessa podía soltar palabras muy hirientes.

El chico quiso tomarle las manos, pero ella fue más veloz y las alejó antes de que pudiera hacerlo.

—Prometo que no serás mi secreto esta vez. Encontraré la manera de decirle a James y Dominik que estamos saliendo. Es más... ¡iré ahora mismo a casa de los Miller para contarle todo a James!

—¡Eso no cambia nada, pedazo de tonto! —gritó de repente Vanessa, y Oliver se quedó perplejo al reparar en sus cristalinos ojos—. ¿No lo entiendes? ¡No solo es eso! ¡Hay una lista muy larga de razones por las que no quiero estar contigo de nuevo, iniciando con el hecho de que no has podido evitar echarme en cara que te has acostado con tantas chicas, que yo no representó para ti nada más que una mojigata a la que le gustas por motivos que hasta ella desconoce! ¡Solo soy del montón para ti!

—¡Eso no es verdad! —le devolvió el muchacho dolido—. Sé que no debí decir que me había acostado con muchas chicas, pero, ¡por favor! Tú ya sabías que lo había hecho antes de que siquiera comenzara a fijarme en ti. ¡Sabes perfectamente lo que era antes de...!

—¡¿De qué?! ¡Dilo!

De ti...

Hasta antes de ver la manera en que Vanessa bufaba, Oliver había creído que aquel simple par de palabras removería algo en ella. Pero no pasó. No la conmovieron en lo más mínimo. De hecho, la dureza en sus ojos era algo casi indescriptible.

—No puedo permitir que me trates así siempre, ¿estás consciente de eso? —dijo ella, con los ojos aguados y una expresión de absoluta tristeza—. De hecho, sé que ni siquiera debí permitirme enamorarme de ti después de todas aquellas veces en que te burlaste de mí y Dominik junto con James. Es decir, ¡eras terrible conmigo!

—¡Pero te defendí cuando Kyle intentó hacerte daño! —le replicó intentando no perder el control de sus emociones.

Vanessa, desesperada, se llevó las manos a la cabeza y hundió los dedos en el cabello; siempre trataba de mantenerse impoluta, trataba de no alterarse o alzar la voz pero, Oliver, con su irritante forma de ser lograba siempre sacarla de sus casillas. Era una de las pocas personas que lograban volverla loca con tan solo un par de palabras.

—¡Eso no cambia nada, Oliver! Podrías hacer miles de cosas por mí, podrías defenderme de cualquier persona en el mundo, pero eso no cambia que el primer idiota en hacerme daño fuiste tú. ¡Tú mismo! Y aún después de empezar lo que sea que hayamos tenido, sigues haciéndome daño.

—Vanessa... esa no es mi intención...

—¿Sí? Pues no lo parece. —Frialdad destilaba su voz—. Ojalá... —sin quererlo, la voz se le quebró—. Ojalá tuvieras idea de lo mucho que me dolían las veces en las que tú y James me molestaban tanto que Dominik tenía que meterse. Ojalá supieras lo que sentía cada vez que Paula, la tonta de tu ex, se burlaba de mí diciendo que mi padre era un mafioso. ¡Y ojalá supieras lo mucho que me duele ahora saber que no eres quien yo creía!

—Vanessa, detente. —Oliver, como podría deducirse, no era la clase de persona que suplicaba a nada ni nadie, pero en ese momento las palabras de Vanessa le dolían tanto que lo único que podía hacer era eso: suplicar que se detuviera.

—¡Me siento muy mal! ¡Me siento muy mal, Oliver!

Entonces, las lágrimas salieron de sus ojos sin detenerse. Fue allí cuando Oliver reunió todo el valor que le fue posible conseguir, y la abrazó, creyendo que ella lo alejaría. Pero no... Vanessa en lugar de rechazar el gesto del joven, tan solo recargó la cabeza en su pecho, todavía llorando.

No lloraba solo por la decepción que le había causado el comportamiento del chico, sino, y aunque no se diera cuenta, por cada pequeña cosa que la estaba haciendo pedazos en ese momento; la presión de los entrenamientos, lo sucedido en la escuela, lo que ocurrió con Audrey, la ruptura con Oliver, y la sensación de verse obligada a ser un secreto para él. Todo eso estaba acabando con la poca energía que aún le quedaba, pero ni siquiera había podido llorar a gusto porque su padre siempre le había dicho que a los ojos de los demás, debía ser siempre la chica perfecta, ni más ni menos.

Pero nadie sabía de las pastillas anti-depresivas que ingería la chica perfecta. Nadie sabía del insomnio que sufría, o los ataques de ansiedad que experimentaba casi todas las madrugadas, cuando despertaba llorando y sintiendo que el mundo se le venía abajo. No. Nadie, ni siquiera Dominik, estaba enterado de todas aquellas veces en que, tras la humillación por parte de su tutora que recibía en las clases de latín, se iba a su cuarto y pensaba en la manera más fácil de dejar todo de lado.

«Yo podría escapar de mi casa —se decía a veces—. Podría escapar, irme lejos y nadie se daría cuenta»

«Podría saltar de la azotea.»

«Atravesar la avenida mientras pasa un auto.»

A veces, cuando estaba con Dominik, Audrey, su hermana Romina o el equipo de Tenis, se sentía afortunada, creyendo que la vida era algo hermoso que merecía experimentar. Pero en la soledad de su cuarto, se preguntaba cuándo sería el día en que tuviera el valor de ponerle fin a eso. Se preguntaba si, suicidándose, su padre se arrepentiría de haberla forzado a ser, verse y actuar como la niña perfecta durante toda su vida.

Por eso, cuando los cálidos brazos de Oliver la sostuvieron, le bastó un murmullo del chico en su oído para darse cuenta de que no quería perderlo. No lo amaba. Ni siquiera sentía por él algo tan fuerte como para asegurar que lo quería, pero sí guardaba algún sentimiento por él. Y además, también la hacía feliz, aunque no quisiera aceptarlo. A veces sentía que no le quedaba nada en este mundo, a veces sentía que nadie la extrañaría si le decía adiós a todo, pero entonces pensaba en sus amigos, en su equipo de tenis, en su hermanita, —a quien debía darle el ejemplo—, en Oliver, e incluso en Firelight, el caballo de su padre, y era cuando una lucha entre la vida y la muerte se libraba dentro de ella.

—Yo no quiero perderte, Vanessa —susurró Oliver en su oído, acariciando su cabello—. Sé que soy un idiota, sé que he cometido errores, pero estoy dispuesto a enmendarlos, solo te pido que me des la oportunidad de demostrarte que esta vez va en serio. Sin mentiras, sin secretos, sin ataduras del pasado... Le contaré lo nuestro a todos, sobretodo a James y Dominik. No me importa si están de acuerdo o no, lo único que quiero es estar contigo.

Vanessa levantó la mirada inyectada en sangre.

—¡Mírame! ¿En verdad quieres estar con alguien como yo? ¿Con alguien que te llame cada noche llorando porque su padre la ha presionado al grado de renunciar a casi toda su vida social? ¡Soy un desastre, Oliver!

Oliver suspiró. Vanessa creyó que él se lo estaba pensando de nuevo, creyó que quizá él reflexionaría y podría entender que a lo mejor quedarse junto a ella no era la decisión más sabia de todas, y a Vanessa no le importaba. Así como eran pocos en su vida los que habían entrado, también eran pocos los que permanecían a su lado en la actualidad. Uno más, uno menos... era lo mismo. Ya había experimentado el dolor de la pérdida bastantes veces como para que una más le afectara.

Sin en cambio, Oliver no actuó como ella creía. En su lugar, la atrajo más contra sí y acercó su rostro al suyo hasta que quedaron frente a frente, mirándose. El verde de sus ojos chocando con el café de los de ella. Y luego, en voz muy baja, seductora y ligeramente quebrada, con un ligero rubor rojo encendiendo sus mejillas, Oliver susurró:

—Yo también soy un desastre. Por eso seremos la pareja perfecta.

Y sin pedir perdón ni permiso, la besó. Lenta, cautelosa y suavemente. Un beso lleno de ternura y sinceridad que, sin saberlo, alguien más estaba observando a lo lejos.

—¡Vaya! Ya era hora de que estos idiotas admitieran lo que sienten...

....

24 de diciembre.

06:30 a.m.

Audrey hojeó por segunda vez el álbum que había robado de los documentos de Marie. Darren se encontraba a su lado, observando las fotos tan atento como ella.

Cuando algo cayó de entre las hojas de enmedio, la chica lo tomó. Era un papel rosa, doblado a la mitad.

—Es una carta —informó a Darren, al tiempo que la abría para leerla.

Querido Bruce:

¡Eres el mejor novio del mundo! Me alegra que el equipo haya ganado la final del torneo. No merecían menos después de lo mucho que se han esforzado entrenando sin descanso desde las seis de la mañana. ¡Te viste tan guapo desde las gradas! Todas mis amigas comentaron la suerte que tengo al ser novia del más apuesto del colegio.

—Siempre tuya, Karinne.

—Entonces tu madre y el papá de Tyson sí estuvieron saliendo —dedujo Darren releyendo rápidamente la carta.

—Sí, pero... ¿qué pasó entre ellos? ¿Y cómo terminó casándose con mi papá? O sea, sé que esto no parece tener mucha importancia, no obstante, quizá esto nos ayude a saber porqué mamá estuvo recluida en un hospital psiquiátrico. La fecha de la constancia de la que me hablaste cuadra con el tiempo en el que llevaba tres meses embarazada de Alex.

Cuando Audrey cambió las hojas, se encontró con la envoltura de un dulce de leche pegada en una página. Detrás, venía una inscripción.

26 de agosto.

¿Leonard Williams? Nunca había oído de ese chico antes, pero hoy descubrí que es lindo. Se ha ofrecido a acompañarme a la parada del bus y luego me ha mirado a los ojos diciendo cuán bonita era yo. Se sintió realmente estupendo que me tomara de la mano. Sus manos son ásperas, pero agradables al tacto, y sus ojos cafés tienen algo que me hechiza, haciendo que no pueda dejar de verlos. Me ha dado un caramelo después de invitarme al baile de otoño con una timidez que lo hizo ver adorable. Nuestro encuentro ha sido lo más increíble que me ocurrió en la vida.

Es una lástima que ese encuentro hubiera sido posible porque me encontró en las gradas del campo deportivo llorando después de que Bruce hubiera terminado conmigo debido al secreto que le revelé, creyendo que me ayudaría...

—¡Oh, por Dios. No más secretos! —Audrey cerró el álbum y lo lanzó a los pies de la cama apenas leer la última parte de lo escrito—. Parece que esto nunca se acaba. Creo que es hora de contactar a un profesional de la materia para que nos aclare de una vez por todas qué es lo que sucedió hace años.

—¿A qué te refieres?

—Es hora de llamar al único que conoce de pies a cabeza la historia de amor de papá y mamá... Roberto Rivera.

Sin embargo...

—Buzón de voz. La llamada se cobrará...

Colgó por décima vez. Roberto solía llevar su teléfono a todos lados, —hasta al baño, en serio—, pero en ese momento todo en el hotel central era un terrible caos que le impidió escuchar el móvil sonando al borde del escritorio de Leonard.  El personal estaba vuelto loco, organizando todo para la cena de navidad que se celebraría esa misma noche en presencia de más de quinientas personas. Era una locura.

A las nueve con diez, a la casona Williams arribó una camioneta negra. Se trataba de las estilistas que Leonard había contratado para Marie y Audrey. Esta se vio obligada a separarse de Darren para dirigirse al gran salón junto con su madre, mientras que el espectro fue al cuarto de los Williams, para ver arreglarse a los caballeros, y atento a la posibilidad de descubrir algo que pudiera ayudarlos a desenmarañar el enredo de secretos que claramente ya estaba acabando con la cordura de Audrey.

Pero, lamentablemente, nada importante salió de boca de ninguno de los dos, así que solo le quedó bajar a la sala junto con ellos, dos horas después, para ver una película de misterio mientras esperaban a que las mujeres estuvieran listas.

Mientras tanto, en el Gran Salón, Marie se miraba a un gran espejo de cuerpo completo con el vestido delante de ella. Era rojo, largo y bastante hermoso; Leonard lo había mandado hacer solo para ella, con una amiga diseñadora que había conocido en la universidad.

—¡No puede ser! —exclamó, y Audrey se giró a ella mientras le daban los últimos toques a su peinado.

—¿Qué ocurre?

—¡Estoy más gorda cada día! ¡Oh, mira esto! No voy a entrar en ese vestido.

—No diga eso, señora Williams —terció una de las estilistas—. El vestido es perfecto.

—Pero yo he subido como cuatro kilos desde que me tomaron las medidas. ¡No puede ser! ¡Alguien consígame un vestido de mi talla ahora!

—Mamá, tranquilízate. No estás gorda. Estás perfecta, y tienes que ponerte el vestido, papá y Alex nos están esperando allá abajo para irnos.

Pero Audrey estaba mintiendo. La verdad ella también había reparado en el súbito incremento de peso de Marie en el último mes, además de la palidez de su rostro, y lo vulnerable de su humor, pero no se lo había mencionado por respeto.

Una hora más tarde, cuando ya Darren se había metido de lleno en la película, al igual que Leonard y Alex, oyeron pasos en el piso de arriba, y dejó que fuera el hermano de Audrey el primero que volviera la cabeza.

—Oh, solo son las estilistas —dijo, y un suspiro de decepción salió de la boca de Leonard.

No obstante, un segundo después, el padre de los chicos se volvió una vez más, y sus palabras notificaron a Darren y Alex la presencia de las mujeres.

—Oh, Dios mío...

Darren se volvió... Y se quedó con la boca abierta.

Tras una hermosa Marie que llevaba un vestido rojo, cuya falda se arrastraba tras ella, había una preciosa, despampanante, maravillosa Audrey ataviada en un magistral vestido blanco de escote corazón elaborado de algún tipo de encaje lleno de flores, y de falda larga y suelta con el lateral abierto, dejando al descubierto una de sus bronceadas piernas. El cabello de la chica estaba atado en un bonito peinado que lo recogía todo por completo con una peineta elaborada de pequeños diamantes. Y por primera vez, usaba un par de tacones que no parecía detestar. En pocas palabras, estaba perfecta.

Si hubiera estado vivo, el corazón de Darren se le hubiera salido del pecho, pues le habría latido sumamente rápido.

Audrey le dirigió una encantadora sonrisa, y cuando bajó, lo miró una última vez antes de caminar a su padre.

—¡Se ven hermosas las dos! —exclamó Leonard, besando la mano a su esposa.

Hermosa. Esa palabra era una blasfemia al describir lo estupenda que lucía Audrey metida en ese vestido. Darren ni siquiera podía encontrarla, así que se restó a mirar a la chica de pies a cabeza.

—Tenemos que irnos, ¡se hace tarde! —dijo Alex, y todos asintieron.

....

Cruzar el portón doble del Gran Hotel Central significó para Darren y Audrey la entrada a un nuevo mundo. Todo allí parecía como hecho por magia. Cada centímetro del lobby estaba elegantemente decorado con flores de nochebuena, esferas de colores, mesas alineadas en perfecto estado, y un gran árbol de navidad al fondo del recinto, cuyas ramas llevaban colgando esferas de color rojo y un gran moño en la cima. El jardín también estaba decorado, pero Audrey no pudo apreciarlo, porque en ese momento se encontró con Vanessa, Dominik y la pequeña Romina. La primera tenía un vestido rojo que combinaba con su cabello, y la tercera usaba uno rosa de holán. Dom tenía puesto un elegante smoking negro con moño en lugar de corbata. Se veían realmente geniales.

—¡Vamos, vamos a nuestra mesa! —exclamó Vanessa sonriendo, como si en las noches anteriores Oliver no se hubiera escabullido por la ventana de su cuarto para verla llorar y oírla desahogarse hasta quedarse dormida en sus brazos.

La pista de baile era enorme, colosal, con humo surgiendo del suelo y luces moradas combinando con las tiras de tela que colgaban del techo. Los meseros iban y venían acomodando a los invitados en su respectivo sitio, ofreciendo entremeses y siguiendo las órdenes que Roberto les daba.

Todo comenzó con música electrónica, la favorita de Audrey. Ella, Dominik y Vanessa no dudaron dos veces en bailar cada una de las canciones hasta cansarse. Y justo cuando estaban a punto de abandonar la pista... Alex se les unió. Pero no iba solo, sino con...

—¿Oliver?

El chico le sonrió a la pelirroja con complicidad, pero nadie, ni siquiera Dominik, se dio cuenta del enigma que ocultaban.

—Mi padre me ha dejado traer a un invitado —gritó Alex sobre la música—. Quisiera que Mariana estuviera aquí, pero su padre la llevó a una convención de odontología y regresará mañana.

—¡Chicos! —exclamó Leonard—, es hora de que vengan y prueben los platillos que preparamos para ustedes. La ensalada de manzana es increíble.

Gesticulando con sus dedos, Roberto reforzó las palabras de Leonard indicando que todo estaba muy bueno, así que sin dudarlo todos ocuparon sus lugares en la mesa, pero, a pesar de todo, un lugar quedó vacío frente al de Audrey.

—¿Falta alguien de venir? —inquirió ella, algo confundida.

—¡Sí! Estaba a punto de presentarlo.

—¿A quién? —esta vez habló Alex.

—Este hombre que ven aquí —dijo Leonard, señalando a un tipo flaco y ojeroso que estaba sentado junto al lugar vacío—, es el gobernador del Distrito Federal. Su nombre es José Alfredo Sánchez.

—Buenas tardes —dijo levantando una mano, y los demás sonrieron en respuesta.

—El lugar vacío es para su hijo que... ¡Oh, ahí viene! Chicos, les presento al hijo del gobernador. Su nombre es...

—¡¿Anthony?! —el grito de impresión de Audrey no se hizo esperar. Allí, con sus hermosos ojos azules, el mesero que alguna vez había coqueteado con ella en el centro comercial le sonreía de oreja a oreja, mientras que Darren, parado tras la silla de la chica, puso los ojos en blanco y soltó un mordaz:

—¡Ughhh! Otra vez el señor tu-cabello-es-demasiado-hermoso fastidiando mi tarde.

—¡Audrey, qué sorpresa!

—¡¿Qué hace este tipo aquí?! —gritó Alex.

—Un gusto verte también, Alex —replicó Anthony con sorna. No olvidaba la última vez que se habían visto: Alex lo había acusado de meter algo en la bebida de Audrey durante la fiesta de los Grey, y lo había golpeado exigiendo que se fuera.

—Alex, no seas grosero con el hijo del gobernador. —Roberto, actuando como un «tío» responsable, le llamó la atención al chico y luego pidió al recién llegado que se incorporara a la mesa, pues estaban a punto de traer el plato fuerte.

....

Unas horas después, Anthony había invitado a Audrey a bailar, Darren se había perdido por allí, y Oliver y Vanessa acababan de escabullirse de Dominik para salir al jardín principal, donde varias luces de colores daban la impresión de que miles de luciérnagas los rodeaban entre toda la oscuridad de la noche. Estaban solos, sin nadie alrededor que pudiera mirarlos.

—¡Dilo otra vez!

—Okeeeeey... —Vanessa soltó una risita traviesa—. Me gusta que pases la noche conmigo.

—Ahora mírame.

Oliver envolvió su cintura con ambas manos, y sus miradas chocaron, al igual que sus alientos.

—Quiero besarte —declaró el chico.

—Entonces hazlo.

Y él no se contuvo. La besó con urgencia, con amor, con deseo. No pudo detenerse. Lo volvía loco la manera en que Vanessa hundía los dedos en su cabello. Lo volvía loco el sonido de los ligeros jadeos que salían de su boca al recorrerle la espalda con las manos.

Perdieron la cuenta de las veces que se besaron, disfrutando uno del otro... hasta que un carraspeo en medio del silencio los hizo separarse de golpe. Vanessa sintió que moría cuando cayó en cuenta de que ese sonido había pertenecido a Dominik, que en ese momento salía de las sombras, dando a notar unos enigmáticos ojos color azul fluorescente.

—Dominik, yo... —dijo ella.

—Parker, puedo explicarlo —añadió Oliver.

Sin embargo, Dominik levantó una mano, indicando que hicieran silencio.

—¿Me toman por idiota? Yo ya lo sabía —sentenció.

—¿Tú... qué...?

—Sí, Grey. Ocultar secretos no es precisamente el fuerte de Vanessa. Créeme que con un gesto dice más que con mil palabras. Yo ya me imaginaba que ella me escondía algo, pero no fue hasta hace poco que descubrí la verdad.

—Yo... lo siento —murmuró Oliver. Dominik se acercó a él, y, de repente, le tomó con fuerza el cuello de la camisa entre las manos.

—Hazle daño, y será el peor error de tu miserable vida, ¿entendido?

—Sí...

—Pues... —replicó el ojiazul, soltándolo—. ¡Enhorabuena! Sigan en lo suyo.

Y entonces, caminó hasta desaparecer de nuevo entre las sombras.

....

Darren escudriñó el panorama otra vez, en busca de Audrey. Después de que ella había dejado de bailar con Anthony, el fantasma la había perdido de vista, y necesitaba encontrarla porque estaba empezando a ponerse nervioso. Acababa de ver a Monique seguir a un hombre cuyo rostro ya no pudo ver porque había reparado en él demasiado tarde, y estaba al tanto de que Dominik había descubierto la relación de Vanessa y Oliver. Además de que de repente Víctor Molina, el tutor enemigo de Rolland, había aparecido para intercambiar algunas palabras con el hijo del gobernador. ¿Y si Audrey estaba en peligro? ¿Y si una sombra le había hecho daño?

Como quedaba claro que adentro no estaba, decidió salir al jardín trasero, justo cuando una hermosa canción de Ed Sheeran, How Would You Feel? empezaba a oírse a través de las bocinas, inundando la pista de baile de parejas abrazadas y romance por doquier.

Le bastó a Darren solo dirigir la mirada a la entrada que daba hacia el jardín, porque no lejos de allí se encontraba Audrey, dándole la espalda. Su maravilloso vestido blanco acentuaba la forma de su cintura, el perfecto tono canela de su piel. Estaba radiante, hermosa. Y Darren no necesitó de más para tomar la mejor decisión de la noche.

Audrey, por su parte, admiraba la flora del jardín habiendo liberado a su pobre cabeza del ruido de allá adentro. Necesitaba un respiro. Tenía tantas cosas encima que requería de cinco minutos para ella sola. Pero, como si su cabeza ya estuviera preparada para eso, se giró apenas presentir que no estaba sola, y se sorprendió al ver a un muy apuesto Darren envuelto en un resplandor violeta, caminando hacia ella.

—¡Darren! ¿Qué haces aquí?

Y Darren, dibujando una deslumbrante sonrisa en sus labios, contestó:

—Decidí que, si voy a materializarme, mejor que sea para algo bueno. —Llegó hacia donde estaba la joven, y le hizo una reverencia—. ¿Me concedes un baile?

El corazón le latió muy rápido a la chica, de felicidad, de alegría. ¿Acaso había una mejor manera de pasar navidad?

Ella, segura de sí misma, tomó la mano de Darren, y le contestó:

—Por supuesto que sí, joven Rosewood. Será un completo...

Y ambos levantaron la cabeza, con los ojos muy abiertos y un extraño calor recorriendo sus cuerpos. Eso ya lo habían vivido antes. No por nada Darren sabía lo que Audrey estaba a punto de decir:

—¿Privilegio?

Audrey asintió con los ojos abiertos.

—Era exactamente lo que iba a... decir.

Y, todavía anonadados, se dirigieron al centro del jardín, conscientes de aquel sentimiento de familiaridad que no se fue ni siquiera cuando trataron de convencerse de que nunca habían bailado juntos. De hecho, jamás habían estado tan cerca, a la luz de la luna, bañados por la oscuridad, encerrados en una burbuja de cristal que ni la más filosa espada podría romper.

You are the one girl
And you know that it's true
I'm feeling younger
Every time that I'm alone with you

Pero... ¡estaban tan sincronizados! Sus pies se movían como adivinando el siguiente movimiento del otro. Bailando eran perfectos, y lo que sentían cuando sus manos se tocaban, los inundaba de alegría. Era una sensación indescriptible. En ese momento, bañados por la luz de miles de pequeños focos ocultos en los arbustos, parecía que estaban hechos el uno para el otro.

How would you feel, if I told you I loved you?
It's just something that I want to do
I'll be taking my time, spending my life
Falling deeper in love with you
So tell me that you love me too

Darren recargó su frente con la de Audrey, sus ojos chocaron, sus pieles se tocaban.

—Me gusta esto —dijo Audrey, rompiendo el silencio tan cuidadosamente que no parecía querer hacerlo.

—¿Qué cosa?

—Me gusta cómo me miras.

Darren sonrió.

—Y, según tú, ¿cómo te miro?

Ahora Audrey también sonrió, para luego morderse el labio.

—Como mi padre mira a mi mamá cada vez que  besa su mano: como si fuera la dueña absoluta de la parte de tu corazón que no ama por obligación, sino... que decide amar por su cuenta. Como si yo fuera la única en quien pensaras día, tarde y noche. Como si yo fuera tu todo.

Darren dejó pasar un minuto de silencio antes de contestar:

—Es porque lo eres, Audrey.

Y entonces, sintiendo que la canción llegaba a su fin, al igual que el efecto de su materialización, Darren la sostuvo, se aferró a su cintura, y la besó. No como lo había besado anteriormente, sino con el deseo latente de estar vivo y ser para la chica lo que ella necesitaba. Él quería ser su todo, su amigo, su confidente, su novio, su amante. Quería ser el dueño de la parte del corazón de Audrey que decidía amar, en lugar de amar por obligación. Ella era todo para él, pero él deseaba ser todo para ella. Él la necesitaba, la deseaba día y noche, todo en su estancia en la tierra giraba alrededor de Audrey. Y no sabía cuándo había nacido ese fuerte sentimiento en él, porque, desde el primer momento en que la había visto, a través del balcón de su cuarto, llegando junto con su familia a habitar la casona, algo se había encendido en su interior. Era como si sintiera que ya estaban destinados a conocerse. Era como si el destino los hubiera llevado a encontrarse de nuevo.

Porque de hecho, así había sido.

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¡Oh, Dios! ¡No puedo creer que por fin llegamos a este capítulo! Recuerdo que desde hace como tres o cuatro años, ya tenía planeado de pies a cabeza este momento #Daudrey y cada día de mi vida ha girado en torno a él. ¡Me siento realizada! ¿Qué me dicen ustedes? ¿Valió la pena, les gustó, están más enamoradas ahora de Darren y Oliver?

Okey, las notas de autor aburren, lo sé, pero no puedo irme sin contarles un par de cosas: antes que nada, ¿quién más está triste por Vanessa? ¿De casualidad alguien lloró? Porque yo sí lo hice, y me sentiría halagada si alguien más derramó al menos una lágrima por ella. Sí, chicas, eso es lo que vive Vanessa día tras día, pero Oliver está allí para apoyarla. Y respecto a ello, ¿quién creen que los estaba viendo por la ventana? Hagan sus apuestas.

Segundo: uno de mis lectores y amigos más fieles, leadofdeath me ha preguntado porqué este capítulo es tan triste y romántico a la vez. (Él es mi beta-reader, así que ya tuvo el privilegio de leer el cap), y bueno, el caso es que en un comentario que escribí en la novela hace como un año, le comenté a algunas lectoras que yo escribo acerca del tipo de chico que, creo, merecen todas ustedes. Acerca de alguien que las ame, que las apoye en las buenas y en las malas, y que viva deseando demostrarles día a día lo que siente por ustedes. Son Audrey's y Vanessa's. No merecen a un Kyle. Merecen a un Darren que esté siempre allí. Incluso a un Oliver como el de este capítulo. Y yo estoy tan enamorada en este momento que me inspiré y salió algo mejor de lo que esperaba.

Tercero: este capítulo en especial, ha sido escrito y pensado para una única persona: FranciscoJairBautist, alias: el novio perfecto. Okey... este capítulo está dedicado especialmente a él, porque durante mucho tiempo me ha apoyado a seguir adelante. (Lamento si te avergüenzo, sabes que esa no es mi intención) :( ha estado conmigo en las buenas y en las malas, me ha demostrado que puedo contar con él en las situaciones más difíciles, y ha sido mi super héroe. Hace poco fue el cumpleaños de este maravilloso hombre que he tenido la fortuna de conocer, y a pesar de que las cosas en mi cabeza se torcieron un poco, pensé en él mientras escribía las escenas de #Daudrey o de Vanessa y Oliver. Es la luz de mi vida, así como Oliver lo es para Vanessa, como Darren lo es para Audrey. Y no importa lo que pase, sé que él me protegerá en esta vida, en la que sigue... y en muchas más. Y yo lo amaré hasta que muera. Y si hay una vida después de esta, lo amaré también entonces.

Ustedes merecen uno igual.

~EnchainedMind

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