Capítulo 36
—Eh... ¿Cómo obtuviste las llaves? —La chica preguntó dubitativa a su acompañante mientras éste abría la puerta principal solo lo suficiente para acceder al interior de las inmediaciones.
—Eso es irrelevante. Ahora date prisa y entra, que nadie nos puede ver —susurró el chico, mirándola con urgencia, casi demandante.
La chica miró a ambos lados temerosa. Eran casi las dos de la mañana y el cielo estaba inundado de un brumoso color negro. Todo a su alrededor se encontraba sumido en la más aterradora oscuridad. Ni siquiera tenía idea de cómo había accedido a presentarse allí apenas ver el mensaje que su compañero le había enviado, una hora antes. Lo único que sabía, era que ahora estaba allí, siendo guiada por él hacía el lugar en el que se suponía que estaba prohibido para ambos. La mano del muchacho se sentía pesada sobre su hombro, y podía percibir la tibia respiración de este en su cuello.
—Anda más rápido, ¿quieres? —la apremió. Ella soltó un estremecimiento involuntario y preguntó, vacilante:
—¿Para qué me has traído aquí?
Él puso los ojos en blanco. ¡De nuevo esa pregunta!
—Ya te lo dije. Tengo algo que mostrarte. Sé que te va a gustar, pero si no quieres verlo, puedes irte. Seguro que Diana no se negará a ver lo que he construido para ti. Anda. Márchate.
Quitó la mano de su hombro y le permitió girarse hacia la entrada, expectante a la decisión que tomaría. La joven, por su parte, ansiaba correr, regresar a su cama y dormir como un tronco, pero la curiosidad era mayor, y además, no quería que Diana se apropiara de algo que había sido inicialmente creado para ella, tal como se había apropiado en secundaria del chico que le gustaba. Tal como se había apropiado del que solía ser uno de sus mejores amigos... Tal como se había apropiado del ascenso laboral que ella tanto necesitaba para cubrir una parte de los colosales gastos que tenía su familia debido a los cinco pequeños de los que era hermana.
Analizando un momento la decisión, la dulce chica suspiró y se volvió para retomar el camino que trazaba junto con el muchacho. Este sonrió de oreja a oreja, complacido.
—Sabia decisión.
Entonces, la guió por un oscuro pasillo hasta detenerse en el lugar en el que se adentraron. Abrió la puerta y le dijo a la chica, al ver la desconfianza en su rostro:
—Por favor pasa. Tú sorpresa está allá adentro.
Y ella obedeció, con cada extremidad de su cuerpo temblando.
Sin embargo, ojalá no lo hubiera hecho, porque esa fría madrugada de diciembre, a punta de un cuchillo que le perforó el pecho de un sorpresivo golpe por parte de su acompañante... ella murió.
....
Los relucientes ojos verdes del doctor Sandoval fueron lo primero que Audrey pudo contemplar cuando despertó de un profundo sueño.
—¡Ha reaccionado! —exclamó una voz, que ella reconoció como la de Alexander, y acto seguido, este apareció en su campo de visión, totalmente preocupado y ya sin el disfraz de mosquetero.
—¡Excelente! —exclamó otra voz, esta vez la de Dominik, con aquél acento extranjero que lo caracterizaba—. ¿Cómo te sientes, Audrey?
El ojiazul se sentó sobre la cama y tomó las manos de la chica entre las suyas. Su roce era tan suave, tan delicado como una caricia fantasmal. Su piel estaba fría, helada, de hecho, pero Audrey no quería que la soltara.
La joven abrió la boca para responder la pregunta, pero le tomó varios intentos hacerlo porque la garganta le ardía como el infierno y la voz no le salía. Cuando respondió, su voz estaba ronca.
—Es... estoy... Estoy bien —susurró. El doctor se aproximó a ella y la estudió minuciosamente.
—Mmmmm... —murmuró el médico—. La inhalación del humo provocó irritación a tu garganta. —Se volvió a todos los presentes, entre los que destacaban Leonard, Marie, Vanessa, y por supuesto, Darren, quien pasó desapercibido a los ojos de Sandoval por obvias razones—. Mi recomendación es que no la hagan hablar mucho. En general está bien, pero tendré que administrarle algunos medicamentos para que recupere la voz. Vendré a revisarla constantemente, pero si necesita radiografía para ver el daño en sus pulmones, tengo un gran amigo en el hospital que podría ayudarme con eso.
—¿Qué hay de las quemaduras, doctor? —preguntó Leonard, sumamente preocupado.
—¡¿Quemaduras?! —repitió Audrey horrorizada. Trató de levantar el brazo en busca de heridas, pero cada una de sus extremidades se sentía pesada.
—De primer grado, señor Williams. Casi no se notan; seguro que con alguna pomada podremos curarlas. Mmmmm... esto es extraño. Si le soy sincero, es casi milagroso.
—¿El qué? —preguntó Marie ahora.
—Según el testimonio de la señorita Lawson, Audrey permaneció largos minutos en mitad del fuego, respirando las toxinas del humo, y con las llamas rozando su piel durante un lapso bastante prolongado.
—¡¿Fuego?! —exclamó la chica asustada—. ¡¿De qué están hablando?!
—Pero los daños son equivalentes a los de alguien que no ha pasado más que unos segundos en un incendio. Las quemaduras son casi invisibles. ¡Es impresionante!
—¡Díganme de qué están hablando! —Audrey, desesperada, hizo caso omiso a la vergüenza que le provocaba tener un tono tan ronco y masculino. Ella tan solo quería entender porqué sus padres y el doctor hablaban de fuego, incendios y pulmones dañados. No entendía nada. Ni siquiera entendía qué hacía en su cama, para empezar.
Entonces Dominik la encaró, con un destello desconocido iluminando sus ojos.
—Pues ya sabes, el incendio del laboratorio.
—¡¿El qué?!
Dominik frunció el ceño, y la miró como esperando que aquello fuera una broma.
—¿Doctor?
Sandoval atendió al llamado de Dominik, y se acercó a Audrey, ayudándola a incorporarse en la cama.
—Audrey, ¿qué es lo último que recuerdas? —le inquirió con suavidad, mientras la alarma se disparaba en los ojos de todos los presentes.
—Pues que estaba en la sala de informática con Da... —se detuvo de golpe. No. No podía revelar la existencia del fantasma. Nadie lo entendería.
Pero entonces, mientras buscaba un cambio de tema, el fantasma se acercó a su cama y se sentó a su lado. Los Williams se abrazaron gracias a la repentina ráfaga de frío que acarició sus cuerpos y Leonard miró de forma inconsciente hacia el balcón, que yacía cerrado.
—Solo diles, Audrey. Diles lo que recuerdas.
Audrey hizo un esfuerzo colosal por no mirarlo, pero su voz la relajó de una manera en que ni las caricias de Dominik lo habrían hecho.
—Yo... estaba en el salón de informática con Darren, un amigo mío. —Y recalcó la penúltima palabra, pasando por alto la mirada recelosa de su hermano mayor—. Eso es lo último que recuerdo. Después no sé lo que ocurrió esta mañana.
—¿Esta mañana? —El desconcierto de Alex era bastante palpable.
—Sí, ya sabes, en la fiesta de disfraces.
Entonces, Alex miró a Dominik, Dominik miró a Vanessa, y la pelirroja dio un paso hacia adelante, con los ojos llenos de compasión cuando dijo:
—Audrey... La fiesta de disfraces fue hace dos días. Llevas todo ese tiempo dormida.
La mandíbula se le cayó a Audrey.
—¡¿Dos días?!
—Sí. —Y Vanessa procedió a narrarle a la chica lo ocurrido—: no sabemos cómo ni en qué momento inició el incendio, pero cuando la alarma se activó y todos evacuamos la zona, tú saliste y preguntaste por Oliver, Dominik y Rolland.
»Te mencionamos que no teníamos idea de dónde estaba Carson, y entonces saliste corriendo, diciendo que no podías esperar a que los de Protección Civil lo encontraran, que debías encontrarlo tú misma.
Audrey los miró sin realmente poner atención a la forma en que todos estaban atentos a cada uno de sus movimientos. El nombre de Rolland seguía sonando en su cabeza. Presentía que algo malo iba a escuchar.
—¿Qué pasó después?
—No lo sabemos —intercedió Alex—. Tardaste demasiado allá adentro, y como media hora después, un bombero los encontró a ti y a Rolland tirados en un extremo del jardín trasero.
—No —dijo Dominik—. No solo estaban tirados.
—Tienes razón —acordó Alex—, estaban perfectamente tendidos en el pasto; como si alguien los hubiera depositado allí para que los encontraran... Lo curioso es que ustedes dos eran los únicos dentro de la escuela, además de los bomberos, y no parecía como si alguno de ellos los hubiera transportado hasta allí.
Mientras Dominik desviaba la mirada, Audrey trató de levantarse a tal velocidad que las costillas le dolieron, y en lugar de aceptar la ayuda que el doctor le ofrecía, se limitó a inquirir, con voz desesperada:
—¿Y Rolland? ¿Dónde está Rolland? ¡Necesito verlo!
—Él está bien —aseguró Sandoval—. Su padre lo llevó al hospital y ahora está siendo atendido por uno de mis colegas.
Audrey exhaló un suspiro de tranquilidad. Por un momento se había temido lo peor. Pero, no conforme con eso, calzó de inmediato sus zapatos, pasando por alto el dolor en cada una de sus extremidades, y le dijo al médico:
—Quiero verlo. Necesito ver a Rolland.
No supo si fue la determinación en su voz, o el fuego que destilaban sus ojos, pero el doctor asintió y miró a los Williams.
—Llevaré a estos niños en mi auto. Ustedes pueden llevar a Alex y Audrey en el suyo. Hablaré con mi colega para ver si Rolland está apto para recibir visitas.
Con una mirada triste, los Williams asintieron, mientras Dominik, Vanessa y Darren seguían por el pasillo a Luis Sandoval.
Ya en el corredor, lejos de los Williams, Dominik se acercó al médico y le preguntó:
—Doctor Sandoval... ¿es normal que Audrey no recuerde nada de lo ocurrido?
El susodicho dudó antes de contestarle:
—No lo sé... No sé si estaría errado al denominarlo, por ejemplo, amnesia disociativa, o incluso amnesia lacunar.
—El segundo término me parece un poco más apropiado, si me permite la observación. Aunque no sabemos qué ocurrió dentro de la escuela. Pudo haber traumatismo craneoencefálico de por medio y aún no lo sabemos.
—Tienes razón. Tendré que hablar con mi colega para que le haga algunas radiografías.
Dominik asintió, y fue entonces cuando Vanessa tomó la palabra, intrigada y algo inmersa en su propio mundo:
—Oye, Dom...
—¿Sí?
—¿En dónde estabas tú mientras los demás evacuábamos el área?
Y Dominik miró al suelo sin decir una sola palabra.
....
A pesar de todos sus esfuerzos por solicitar información de Rolland, los encargados de la recepción le dijeron a Audrey —con aire despectivo y casi grosero—, que no podían proporcionarle ni un solo dato acerca del joven hasta pasadas las seis de la tarde. Audrey no podía creer que la habían mandado a la sala de espera, a «ponerse cómoda» en las incomodísimas sillas de metal que estaban acomodadas en hileras de diez a la izquierda de la entrada. La potente luz del sol entraba desde el ventanal gigantesco que sustituía el muro a espaldas de la chica, creando un ambiente triste y agotador que parecía surtir un terrible efecto en las decenas de enfermos que esperaban por ser atendidos.
Cuando Audrey regresó a donde su hermano, y le anunció con gran pesar que la habían obligado a sentarse hasta las seis de la tarde para recibir información de Rolland, ambos hermanos suspiraron exasperados. Eran apenas las doce del día. Había que esperar durante mucho tiempo, pero no tenía alternativa.
....
Audrey creía haber estado esperando en aquella sala durante dos o tres horas, —largas, aburridas y exasperantes—, cuando se vio en la necesidad de ir al sanitario y se disculpó con sus padres, quienes hasta ese momento habían estado tan tensos que no habían parado de hablar entre ellos en voz baja.
Claro que su sorpresa fue mucha y muy desagradable cuando encontró que los baños ni siquiera tenían puerta, sino solo una gruesa cortina de color turquesa apagado en cada uno de los cubículos. Le resultó tremendamente incómodo hacer sus necesidades con el temor latente de que alguien fuera a entrar de un momento a otro en su sanitario, así que hizo o posible por demorarse el tiempo justo y necesario, y después salió apresurada para lavarse las manos, asqueada por el nauseabundo olor a hospital y medicamentos que llegaba a su nariz.
Mientras se miraba en el espejo y arreglaba su maquillaje, la chica tuvo que contener el impulso de gritar al ver detrás de su reflejo a nada menos que Darren, haciendo un ademán con su dedo índice para que no emitiera ni el mínimo ruido.
—Shhhh... —le dijo el rubio.
—¿Qué estás haciendo, Darren?
—Ven conmigo, rápido.
La chica lo miró desconcertada. Era la primera vez que hablaban en dos días y eso le sentaba algo extraño a ambos, como si se hubieran alejado durante varios días uno del otro.
Asintiendo, Audrey lo siguió fuera del baño, hacia el corredor que llevaba de vuelta a la sala de espera. Sin embargo, Darren no la condujo hacia allí, sino al corredor opuesto, por donde, por algún extraño motivo, no circulaban ni pacientes, ni doctores ni enfermeras. Todo estaba tranquilo, silencioso, y aún así, Audrey tuvo que agacharse al pasar frente a la ventana de algún consultorio en el que había un médico.
—Por aquí —indicó Darren señalando una puerta de color blanco opaco, en la que no había ninguna placa de identificación—. Vamos a entrar.
—¿Eso para qué? —Audrey no acababa de captar la razón por la que Darren la había llevado allí, pero debía ser de suma importancia por el ademán que hizo el chico con la cabeza, indicando que entrara, con aire demandante.
Sin hacer comentarios, Audrey se adentró y se topó con un consultorio elegante, de paredes con un tono blanco brillante —tan brillante que cegaba—, una báscula, la camilla para la revisión de los pacientes, a su izquierda había un escritorio de caoba oscura, cuya superficie estaba despejada; a la derecha, toda la pared era abarcada por un estante de madera atiborrado con libros de aspecto valioso y antiguo. Pero, si había algo que les llamaba la atención de un modo casi hipnotizador, era aquel medallón plateado que colgaba entre dos libros sobre el escritorio; se trataba de un círculo con bordes sofisticados, y el dibujo de un hueso atravesando de manera diagonal el colgante. Audrey jamás lo había visto, pero la atraía de una manera casi antinatural.
De repente, salió de su asombro en cuanto oyó pasos acercándose junto con el murmullo de voces masculinas, así que, tras ser avisada por Darren de que alguien venía, decidió esconderse bajo el escritorio, cuyo diseño en forma de L le permitió mantenerse oculta a los ojos de los recién llegados, aunque por desgracia, también le impedía observarlos para descubrir su identidad. Sin embargo eso no significó ningún problema, puesto que pudo reconocer fácilmente la primera de dos voces apenas esta hubo pronunciado unas cuantas palabras.
—No tuve alternativa. Esos niños me están tocando las narices.
August Romero. La primera voz, la frustrada, era la del director de su colegio.
—¡Por favor, August! ¿No crees que te excediste?
Y esa segunda... ¿Acaso podría...?
Audrey tuvo que esperar a que aquel tono sereno sonara de nuevo para confirmar sus sospechas.
—Es decir... Sé que el chico actuó de un modo completamente errado, pero, ¿llegar a dichos extremos? ¡August, es demasiado hasta para ti!
Un momento... ¡Sí! El segundo tono pertenecía nada menos que... ¡al doctor Luis Sandoval!
Pero... ¿Eso significaba que ya se conocían? ¿Cómo podría ser posible?
Y entonces, como si un foco se hubiera encendido de repente en su cabeza... Audrey recordó...
«—Hablando de Audrey Williams...
—¿Qué sucede con ella?
—Romero dice que la tengas bien vigilada, lo mismo me dijo de su hermano. Él es encantador, pero Luis ya me ha hecho saber de sus trances, por si sucede algo en mi tutoría. En cuanto a Audrey... Romero no le presta tanta atención a ella, pero parece que le preocupa mucho lo que pueda pasarle. Él... bueno..., él cree que podría ser... «problemática».
—Entendido. No la perderé de vista.»
Luis...
Luis Sandoval había hablado con Fany acerca de los trances de Alex, y Audrey la había escuchado contárselo a Rolland en su segundo día de clases, mientras los espiaba fuera de la biblioteca...
Eso tenía sentido...
Y también recordó aquél día en que Romero la había descubierto escuchando una conversación entre él y un desconocido cuya voz le sonó familiar, y la castigó enviándola a detención... Ese desconocido no era ningún desconocido... ¡Era el doctor que había auxiliado a la familia desde su llegada a México!
Audrey pareció perpleja ante su descubrimiento, y solo pudo salir de sus reflexiones cuando Darren movió una mano delante de sus ojos para seguir oyendo la plática de August y Sandoval.
—... Esa mujer no se rinde, ¿cierto? —decía August con un matiz de diversión y cinismo.
—Yo creo que sigue buscando tu aprobación en esto —articuló Luis; Audrey tuvo la impresión de que estaría recargado en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados y una ceja canosa levantada—. Dice que no quiere ser «solo la que traiga café y galletas a la sociedad.»
Sandoval rio y Audrey analizó sus palabras. Tenía la sensación de que al decir «sociedad», no se había referido a la definición general que se tenía de esta palabra, sino tal vez a un grupo más pequeño de personas, como un comité... o una legión.
La chica sacudió la cabeza ante tal pensamiento.
—La tendría, pero mira nada más lo que ha causado el muchacho con su deseo desmedido de ser reconocido por el escalón más alto de la sociedad.
—Ha sido muy imprudente, lo sé, pero...
—Nada, Luis. Su error nos ha costado caro, y ahora tendré que apañármelas para arreglar lo que él destrozó.
—¡Vamos, que no es toda su culpa! La niña también estuvo en el momento equivocado y el lugar equivocado.
»En fin... Espero que sepas qué día es hoy...
—Pues el calendario de allá dice que es domingo.
Darren vio a August señalar un calendario en un extremo del consultorio y a Sandoval esbozar una sonrisa antipática.
—Jaja, muy gracioso. Sabes a lo que me refiero.
—Ya sé, ya sé... Es hora de cubrir las huellas del Tliltic. ¿Tienes lo necesario?
—Desde luego. ¿Cuándo te he fallado? —Dibujando una sonrisa en su rostro, Sandoval añadió—: está en mi escritorio. El primer cajón de la izquierda.
Audrey abrió los ojos de golpe. ¡La iban a descubrir!
Alarmada, la joven cerró los ojos esperando el terrible momento en que Sandoval asomara el rostro y la hallara oculta bajo la mesa.
«Mierda, mierda, mierda...», rezaba la chica mentalmente. Sandoval ni siquiera había dado un paso, y ella ya ideaba en su cabeza una excusa tan pobre y patética que casi le sacó una carcajada.
Pero entonces, como si una fuerza divina la estuviera protegiendo, en ese instante una voz femenina y monótona dijo a través de la bocina:
—Doctor Sandoval, preséntese por favor en la unidad de cuidados intensivos. Se solicita su presencia de manera urgente.
Sandoval suspiró y salió del consultorio, no sin antes decirle a Romero:
—Saca tú el material. Te veo en recepción dentro de veinte minutos.
Romero asintió y vio al médico marcharse para enfrentar la dura realidad de su pesado trabajo como el más experimentado del personal de aquel siniestro hospital. Y luego, cuando su compañero desapareció por el corredor, se dirigió al escritorio decidido a abrir el cajón que le había indicado Sandoval.
«¡Oh, mierda!», se dijo Audrey mentalmente mientras oía los pasos de Romero acercándose más a ella.
Con esa sería la segunda vez que la descubriría chismoseando en su conversación con el médico. ¿La castigaría? En teoría claro que Romero no tenía en ese momento el derecho de castigarla, pues claramente no estaban en el colegio. Pero, ¿quién sabe si algo peor podría pasar? Quizá no podría castigarla, pero sí avisar a sus papás de su mal comportamiento, y, teniendo en cuenta que bastaba con salir a la sala de espera para encontrarlos, a August le sería bastante fácil actuar sin demoras.
Los pasos de Romero resonaron sobre el mármol pulido de la estancia.
Uno...
Dos...
Tres...
Romero acababa de llegar a la esquina del escritorio; su mano ya tocaba el asa del cajón... Y luego...
¡Trash!
El estallido de un cristal haciéndose añicos asustó tanto a August, que se volvió de inmediato hacia el origen del ruido: en el suelo, junto al librero, se encontraba lo que parecía haber sido un florero, roto en un millar de pequeños pedacitos. El agua y las flores yacían esparcidas sobre las baldosas, y aquello, junto con lo súbito de la situación, bastó para acaparar por completo la atención del director, de manera que sin dudarlo se dirigió hacia allí y le dio la espalda al escritorio, facilitando a Audrey el escabullirse hasta el umbral de la puerta, y de allí, a la libertad.
Cuando, haciendo una desviación de la sala de espera, Audrey llegó al sanitario y Darren tras ella, lo encaró iracunda, con el ceño fruncido y una expresión de vivo enojo plasmada perfectamente en sus fulgurantes ojos verdes.
—¡¿Por qué carajo has hecho eso?! ¡Por tu culpa casi me descubren!
Sin embargo, Darren no se inmutó ante la molestia de Audrey. En cambio levantó los hombros y aclaró:
—De nada por salvarte el trasero —espetó sarcástico, refiriéndose al momento en que había utilizado parte de sus poderes para hacer estallar el florero que distrajo al director—. Por casualidad ví a al doctor Sandoval y a tu director hablando en voz baja y creí que podría ser algo importante para ti enterarte de que se conocían.
—¿Qué relevancia podría tener eso en mi vida? —inquirió con descaro, a lo que Darren puso la mirada en blanco.
—¡Por el amor a Dios, Audrey! ¿No entiendes que las casualidades no existen?
Audrey bufó y cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿A qué te refieres?
—A ver: por lo que sé, tú y tu familia conocieron al doctor Sandoval en el aeropuerto, ¿verdad?
—Ajá...
—Y el doctor Sandoval conoce a tu director. De hecho, a juzgar por el modo en que se han tratado, juraría que llevan un buen tiempo de conocerse.
—Sí, pero... —Audrey tuvo que callar cuando una mujer entró al cubículo de al lado, y apenas esta se marchó, continuó diciendo—: ¿Cuál es tu punto?
—Pues... No lo sé, tengo la sensación de que ustedes no conocieron a Sandoval gracias a una coincidencia. Tengo muy presente la idea de que quizá su encuentro con Luis ya estaba predestinado. Además... ¿Recuerdas que tu padre asegura haber oído el nombre de tu director en alguna parte?
—Sí, pero ni él ni Roberto han podido averiguar dónde.
—Bueno... Yo siento que hay algo más aquí. Siento que Romero y Sandoval están metidos en algo oscuro que tiene que ver con ustedes. Principalmente, con la actitud tan diferente que toma August contigo y con tu hermano.
—Pues... —balbuceó Audrey reflexiva—. Ahora que lo mencionas, es verdad. Romero parece tener cierta inclinación por Alex, y a mí parece repudiarme.
—¿Y si Sandoval le habló a August de los trances de tu hermano y por eso lo trata mejor?
Era verdad. Ahora Audrey comenzaba a entender el porqué de que Darren la hubiera conducido hasta el consultorio de Sandoval, y se lo agradecía de cualquier forma.
....
Seis horas después, cerca de las ocho de la noche, para cuando Dominik y Vanessa se habían marchado ya, finalmente salió una enfermera anunciando el nombre de Carson, Rolland, y Audrey no había demorado ni dos segundos en correr hacia la mujer de blanco para informarse acerca del estado de salud de su amigo.
—¿Qué es de usted el señor Carson? —preguntó la enfermera con mordacidad.
—Es mi...
—Dile que es tu profesor —aconsejó Darren.
—Es mi profesor; supe lo que le ocurrió y necesitaba con urgencia saber cómo está.
Como si la palabra «discreción» no existiera en su vocabulario, la tipa la escudriñó de pies a cabeza, y, mirándola de una manera que mucho le incomodaba, le preguntó a la chica:
—¿INE?
Audrey frunció el ceño. Quizá no había entendido bien.
—¿Disculpe? No comprendí lo que...
—¿Credencial de elector? —Al ver el desconcierto en sus ojos, la enfermera puso la mirada en blanco y espetó—: lo siento pero no puedes pasar siendo menor de edad. Ya te avisará el señor Carson cómo está su hijo. Ahora vuelve a casa, niña.
La enfermera encaminó sus pasos hacia el lugar de donde había salido, pero solo pudo recorrer un insignificante medio metro antes de que Leonard y Marie le tocaran el hombro con suavidad y luego, el padre de Audrey dijera en voz baja:
—Señorita... No sé apresure en negar a nuestra hija la posibilidad de ver a su profesor... Estoy seguro de que este embrollo podrá arreglarse de otra forma.
La mujer los miró a ambos, y mientras Darren supo perfectamente a lo que se refería, Audrey se extrañó de que la grosera profesional la dejara acceder al cuarto de su tutor apenas cinco minutos después, sonriendo como si no hubiera actuado de manera grosera un tiempo antes.
—No lo comprendo... —musitó Audrey a Darren mientras caminaban por un pasillo vacío hacia el cuarto de Carson—. ¿Qué pasó para que la enfermera cambiase de opinión?
Darren emitió lo que podía interpretarse como un suspiro:
—Audrey..., la mayor parte de los problemas en este país se resuelven con un poco de dinero y la promesa de ambas partes de que nadie se enterará de eso. Aquí se les llama «mordidas.»
—Oh... —Y Audrey acabó de decir eso justo cuando giraba el picaporte de la puerta con el 327 esculpido en una placa de bronce.
En cuanto la puerta se abrió y accedió a la habitación por completo, la visión de un Rolland con la cabeza vendada y con la blanca piel manchada por las quemaduras que se esparcían a lo largo y ancho de sus brazos le quitó el aliento. Trató de no llorar mientras caminaba hacia él y lo escudriñaba. Rolland apenas pudo levantar la cabeza, pero cuando reparó en que era Audrey quien se había colado a su cuarto, dibujó una pequeña sonrisa en su boca, lo que resaltó mucho más la herida que se extendía por su pómulo derecho; parecía como si alguien lo hubiese golpeado allí.
—Oh, eres tú, pequeña.
Pequeña. Oír el apodo característico de Rolland la alegró un poco. Solo un poco.
—Hola, Rolland. ¿Cómo... Cómo estás?
Audrey se sentó en una silla que había a su lado, y le acarició el hombro.
—Estoy mucho mejor que hace dos días —declaró el muchacho—. Me dijeron que entraste a buscarme cuando todos habían evacuado el área...
Había un brillo extraño en los ojos de su tutor, como de orgullo. Audrey no pudo evitar sonrojarse, mientras que el fantasma permanecía quieto en el umbral de la puerta.
—Eso me contaron a mi también. Quisiera asegurarlo, sin en cambio no puedo, porque no recuerdo nada... Pero en todo caso, la última vez que nos vimos fue en el campo de soccer. ¿Qué estabas haciendo en el laboratorio?
—Me quedé en el campo casi toda la mañana, pero, cuando me decidí a buscar a Fany, caminé por la escuela tratando de encontrarla.
—¿Y qué pasó?
—Yo... —Rolland desvió la mirada pensativo—. Oí ruidos en el laboratorio, y pensé que Fany estaba allí.
—¿Qué clase de ruidos?
—La clase de ruidos que haces cuando buscas desesperadamente tus utensilios para hacer un experimento; recipientes de cristal moviéndose de lugar en los estantes, agua cayendo del lavabo, microscopios apoyándose pesadamente en el escritorio... Y supuse que ella estaba allí, así que entré, pero entonces... Alguien me golpeó y cerró la puerta por fuera. Ya no recuerdo nada más después de eso; tan solo sé que unas horas después mi papá y sus colegas me trasladaban al hospital.
—¿Es decir que ninguno de nosotros sabe qué pasó después de eso?
Rolland negó con la cabeza.
—No, pero sé quién sí podría.
Audrey asintió, esperando a que su tutor continuara.
—Lisa. Lisa Smith fue, según lo que me cuentan, la víctima principal en el incendio.
Al oír el nombre de la chica, Darren se irguió de inmediato e intercambió una breve mirada de incertidumbre con Audrey. Ambos pensaban lo mismo: si era verdad que Lisa también había estado en el incendio, quizá podría ser la pieza clave para rellenar esa laguna mental que tanto Audrey como Rolland tenían en la cabeza. Así que, sin perder ni un segundo, la chica inquirió a Carson:
—¿Crees que pueda hablar con Lisa?
—Quizá sí. Estás de suerte, porque ella se encuentra a dos habitaciones de la mía. A lo mejor puedes ir y tratar de sacarle algo, porque yo también estoy ansioso por saber qué ocurrió luego de que me atacaran y me dejaran encerrado en el laboratorio.
»Eso sí, deberás ser cuidadosa, porque las enfermeras no te dejarán entrar así como así.
—Vale. Lo tendré en cuenta.
—¡Oh! Lo único que me causa molestia es que apenas me den de alta, tendré que hablar con Romero para organizar la llegada de los nuevos materiales de laboratorio; como ningún tutor aceptó el trabajo, tendré que ser yo quien limpie y arregle el aula durante el siguiente fin de semana.
»En fin, vete y trata de sacarle a Lisa algo de información. Si ya no puedes visitarme de nuevo, creo que podríamos reunirnos cuando salga de aquí. ¿Está bien?
Con un asentimiento, la chica se puso en pie y dio un beso en la mejilla a su tutor antes de desaparecer de allí.
Con Darren tras ella, Audrey se escabulló de las dos enfermeras que llegaron a pasar mientras recorría el pasillo buscando la habitación de Lisa. No fue tan difícil. En realidad lo complicado estuvo en atreverse a tocar la puerta y en oír una débil voz femenina permitiendo la entrada. Ella y Lisa jamás se habían llevado bien, y dudaba que algún día lo hicieran, pero nunca esperó que la reacción de su némesis fuera tan violenta que el pánico se apropió de ella al ver a Lisa señalar con un índice en su dirección, mientras sus ojos cafés destilaban fuego y de su boca salía un susurro endurecido y furioso:
—¡Tú...! ¡¿Qué haces aquí?! ¡Vete! ¡Desaparece ahora de mi vista!
—Lisa, yo...
—¡Cierra la boca, Williams! ¡Todo... —Sin esperarlo, Lisa se soltó en llanto—. Todo esto es tu culpa!
—¿Qué?
—¡Mírame! ¡Mira lo que me ha pasado gracias a ti!
—¿A qué te refieres?
Sin esperar aprobación de Smith, Audrey cruzó el umbral y cerró la puerta tras su espalda. Darren la siguió sin perder de vista a la chica que yacía tendida en la diminuta cama con más cicatrices que las de Rolland.
—¡Tenías que ser tú quien fuera al laboratorio de Química! Fany me mandó a buscarte a ti, y como no te encontré, fui yo en tu lugar. ¡Lo ves! ¿Ves lo que has ocasionado?
Sí. Audrey recordaba haber oído a Lisa mientras se encontraba con Darren en la sala de informática. Recordaba haberla ignorado. Es decir que, si no lo hubiera hecho, si se hubiera dignado en contestarle a Lisa... Ahora sería ella quien se encontrara en esa cama con horrorosas cicatrices sobre cada parte de su rostro.
—Lisa, ¿qué pasó después de que llegaste al laboratorio?
—¿Ves esto? —dijo, mientras señalaba un rasguño en su cuello—. Alguien cerró la puerta, me sostuvo por la cintura y me atacó. Puedo decir con toda seguridad que era una navaja. No lo sé. Solo sé que algo filoso rasgó mi cuello.
—¿Quién fue? ¿Quién te atacó?
—No lo sé. Estaba oscuro y me habían golpeado, pero cuando me dejaron sola, hice un esfuerzo por levantarme y prendí la luz.
—Entonces...
—Entonces hubo un estallido. Grité. Traté de salir como pude del aula y activé la alarma. Minutos después, cuando por fin me encontraba en el jardín, creo que me desmayé y alguien me trajo al hospital.
Aunque las lágrimas aún asomaban en los ojos de Lisa, ella ya parecía más dispuesta a hablar con su enemiga.
—¿Cuánto tiempo después de ti trajeron a Rolland al hospital?
—Como... tres horas después. Creí que a ti también te traerían.
—No... Creo que el doctor de la familia me atendió los dos días que estuve inconsciente.
Lisa frunció el ceño.
—¿Estuviste dormida dos días? —dijo con dureza e incredulidad a partes iguales.
—Y desperté con una laguna mental que no me deja recordar qué pasó después de que la alarma se activó; Vanessa y Dominik solo me dijeron que corrí a buscar a Rolland cuando no lo ví por ningún lado.
Tras un momento en silencio, Lisa señaló con reticencia:
—Escucha, Williams: tú no me simpatizas ni yo a ti tampoco, pero si algo me queda muy claro, es que lo que me ocurrió no fue ningún accidente.
—¿Qué significa eso?
—Eras tú quien Fany quería que fuera al laboratorio, no yo.
—¿Y...?
—Mi punto es que algo me dice que todo estaba planeado para ti. Es como si alguien quisiera hacerte daño.
—Eso es...
—Una locura, lo sé. Pero no es coincidencia: Fany me dice que te busque a ti para que vayas al laboratorio, no te encuentro, así que voy en tu lugar, y cuando finalmente llego, alguien me ataca, quizá creyendo que soy tú.
»¿En qué carajo estás metida, Audrey Williams?
En cuanto Audrey fue consciente del tono y la mirada suspicaz de Lisa, el pánico se apropió de ella y sintió ganas de abandonar la sala. ¿Cómo explicarle? ¿Cómo explicarle que su vida había dado un cambio radical desde que se había mudado a México? ¿Cómo decirle que en ese momento no eran las únicas en la habitación, que también había un guapo fantasma allí, cuya existencia era un enigma que se estaba esforzando por descifrar?
Al tener conciencia de un nudo en su garganta, Audrey caminó hacia la puerta y dijo, sin atreverse a voltear:
—Gracias por la información, Lisa. Lamento haberte molestado.
Audrey estuvo a punto de cruzar el marco para salir de la habitación, cuando Lisa añadió:
—¿Audrey?
Esta se detuvo con la mano en la perilla.
—¿Sí?
—Descubre quién trata de dañarte. Descubre quién está detrás de todo esto y te ayudaré a hacerlo pagar. Lo juro.
Mirándola a los ojos, Audrey pudo detectar la seriedad de Lisa al decir aquellas palabras de un modo tan claro, decidido y preciso. Ella no bromeaba, ella estaba dispuesta a confrontar al culpable si se descubría que todo había sido un elaborado plan para destruir a Audrey. Más que un acto de bondad o compañerismo, se trataba de una fuerte necesidad de venganza.
Así que, mordiéndose el labio inferior, Audrey asintió para luego salir del cuarto sin ser capaz de mirar a Lisa una vez más.
En cuanto estuvieron en el pasillo, Audrey se dejó caer con la espalda contra la pared, y abrazó sus rodillas con los brazos, pensativa.
—Alguien ha tratado de matarme —le murmuró al fantasma—. Alguien... ha tratado... de matarme.
Darren se sentó junto a ella.
—Oye, sé... sé que no es correcto decir esto, pero... Me alegra mucho que no te haya ocurrido nada. Es decir, Lisa no merecía aquello, es solo que... no podría soportar verte allí, con la piel estropeada por las quemaduras...
Audrey asintió, luchando con todas sus fuerzas por retener las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos. Se sentía profundamente conmovida por la preocupación de Darren, pero, a su vez, no acababa de concebir la imagen desgarradora de una Lista cuya tez morena tenía ligeras manchas de un color más claro y cicatrices cerca de los labios. Tristeza. Culpa. Remordimiento. Compasión. Eso era lo que sentía.
Cuando estaba a punto de responder al fantasma, le pareció atisbar una figura al final del corredor, y luego de ver que se trataba de Cassandra, su profesora de Historia, se levantó con cuidado del suelo. La mujer avanzaba a paso rápido hacia alguna habitación lejos de Audrey y como era bien sabido por la rubia, el familiar que posiblemente tenía hospitalizado era su abuelo Martín, así que la siguió unos pasos por detrás, cuidando no ser vista por el personal o por la misma Cassandra.
La docente por su parte, caminó con los negros tacones resonando en las baldosas del suelo y luego dobló un pasillo, en el que se detuvo frente a la puerta 215. Ni siquiera se molestó en tocar, pero, como si todo estuviera yendo en favor de Audrey, ya sea porque lo olvidó, o tal vez lo hizo a propósito, dejó la puerta abierta, permitiendo a la chica apreciar la escena del encuentro con el señor Martín.
—¿Abuelo? —dijo Cassandra tras carraspear—. ¿Cómo te sientes?
—Ya mejor, querida mía. —Con los ojos brillantes cual muchacho de veinte años, el viejo dibujó una sonrisa en su rostro y tomó la mano de Cassandra.
—Eso me alegra. ¿Cómo dormiste hoy?
—Muy bien, Cassie. Pero he tenido un sueño extraño otra vez.
Casandra suspiró, como si ya no le gustara la idea de oír otro de sus sueños.
—¿De qué se trataba esta vez?
Pero el hombre solo se limitó a decir:
—Era él. Podría reconocer sus ojos en cualquier parte.
La profesora esperó un largo tiempo a que su abuelo siguiera hablando, pero al ver que no lo hacía, puso los ojos en blanco, y dijo, de una manera muy soez:
—Creo que... iré a comprar algo de comer; tú puedes seguir durmiendo y teniendo esos sueños extraños. Ya vendrá más tarde una enfermera a hacerte el chequeo de rutina. Me voy.
Tanto Darren como Audrey corrieron alejándose todo lo posible de Cassandra al verla acercarse a la puerta, y una vez que esta despareció de su vista, la chica se coló sin pensarlo en el cuarto del señor, cerrando la puerta en las narices de Darren, lo que no representó mucho problema puesto que este usó sus habilidades fantasmales para atravesarla.
Al percatarse de su presencia, el señor Martín abrió los ojos más de lo normal. No con temor, sino con... ¿alegría? ¿Incredulidad?
—Otra vez tú... —farfulló—. Creí que no volvería a verte.
Vacilante, Audrey se acercó unos pasos. Era como regresar diez años en el pasado y caminar hacia el lecho de muerte de su enfermo abuelo.
—¿Todavía me recuerda?
—Oh, pequeña —musitó. Un toque de ternura teñía su voz—. Han pasado muchos años y no te he olvidado. ¿Por qué lo haría? Tu vida ya fue lo bastante cruel como para ganarte el olvido de aquellos que alguna vez sentimos compasión por ti.
Frunciendo el ceño, ella se acercó todavía más.
—¿Disculpe? ¿De qué habla? Nos vimos hace unos días, tan solo.
Ahora fue el anciano quien dibujó un gesto de extrañeza en su rostro.
—Tú no lo recuerdas, ¿cierto?
La joven pareció aún más extrañada.
—¿Recordar qué, señor?
Y entonces... como debatiéndose entre soltar o no información de un tema sumamente delicado y secreto, el señor Martín le pidió con un ademán que se acercara a su oído, y le musitó, de forma suave y concreta:
—El testimonio. Encuentra el falso testimonio y sabrás toda la verdad. Encuéntralo tan rápido como sea posible, porque El Despertar está cada vez más cerca, y solo tú y los tuyos pueden vencerlo.
No obstante, cuando ella parecía empezar a alejarse asustada, Martín añadió hablándole a la nada:
—¿Joven Rosewood? No puedo verlo, pero sé que está allí. He lamentado su muerte cada día de mi vida, y quiero que... quiero que me perdone por no haber podido salvarlo. Hice todo lo posible, ¡lo juro! Pero él es fuerte, y si consigue lo que quiere, el mundo entero acabará sumido en la más triste de las miserias, por eso deben detenerlo... O usted se irá para siempre.
Y acto continuo, el dedo índice de Darren comenzó a sangrar.
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