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Capítulo 33

—No... Eso es imposible.

—Deja de fingir. Hasta tú mismo sabes que es cierto.

—Es que... yo... simplemente...

Los ojos del Iztac resplandecieron bajo el brillante sol de diciembre con una mezcla de sorpresa e indignación puras. Era la primera vez que él y el Cazador se veían a plena luz del día, pero nadie habría podido verlos porque se encontraban en las profundidades de un desolado bosque en La Marquesa. Ninguno de sus clanes se había percatado de sus planes de reunirse, por ello andaban de un lado a otro de la arboleda sin importarles nada. Aunque el Cazador llevaba tiempo tratando de tranquilizar al Iztac después de haberle soltado una bomba llamada «la verdad».

—Pero, ¿cómo lo sabes? —inquirió el Iztac raspando la corteza de un árbol. El Cazador creyó que posiblemente se trataba de un tic nervioso, aunque le sorprendió viniendo de un legítimo guardián de la naturaleza.

—Porque yo lo vi —admitió el Cazador—. Juro que vi que en su poder tiene... ya sabes.

—¡Vamos! Que tenga... eso, no justifica tu hipótesis. Podría ser descendiente de alguno de los tuyos, pero de los buenos. O lo encontró por allí, tal vez es una mera casualidad que lo hubiera obte...

—No, no es ninguna casualidad, lo juro —objetó el Cazador ya perdiendo la paciencia ante la terquedad del Iztac.

El Iztac demoró en responderle mucho más de dos minutos. Seguía raspando la corteza del árbol sentado a modo indio y sumamente disperso, como si su cuerpo estuviera allí pero su mente no.

—¿De verdad? —dijo el Iztac—, ¿por qué crees eso?

El Cazador arrugó el ceño.

—¿Creer qué?

—¿Eh? —el Iztac balbuceó volviendo la cabeza hacia su acompañante y después dijo—: oh, no hablaba contigo. Le hablaba al sauce de allá. —Y, señalando un gran árbol a la derecha del Cazador, el Iztac recuperó su semblante ido.

—¿Estás... hablando con un árbol?

—Sí, soy un Iztac. Ellos nos dicen cosas —susurró, como quien cuenta un jugoso secreto. El Cazador se limitó a fruncir todavía más el ceño.

—¿Y qué te dicen?

—Ellos dicen... —Se puso de pie, se aproximó al sauce y apoyó la cabeza en el tronco, quedándose quieto mientras su compañero hacia un esfuerzo antinatural por no creer que estaba frente a un loco—. No les entiendo muy bien, pero creo que dicen que...

—¿Qué?

—Ellos dicen: «traición...»

Sin embargo, y aunque aquella simple palabra hizo estremecer al Cazador, más lo alarmó la forma en que el Iztac se separó del árbol sobresaltado, como si alguien hubiera lanzado una flecha a centímetros de su cabeza.

—¡¿Qué dices?! ¡No! Debe haber un error, eso es imposible! —exclamaba el Iztac mirando hacia el sauce. El Cazador, asustado, se acercó rápidamente y lo sostuvo por los hombros.

—¿Qué pasa?

—Dicen... dicen que alguien morirá...

Y el Cazador se quedó gélido.

....

Audrey arrojó su mochila sobre la silla y se dejó caer lanzando un pesado suspiro; el exámen comenzaba en dos horas y la noche anterior la había pasado muy mal. Todo comenzó con el apagón en la casona. Su padre y ella habían salido a revisar el jardín tras haber escuchado la alarma de la camioneta activarse de pronto, y lo único con que se habían encontrado era... la soledad absoluta. Nada ni nadie había en su patio que hubiera sido el responsable de perturbar la paz de la familia, pero a Leonard aquello le resultó más sospechoso que si hubiera encontrado a un individuo saqueando el vehículo.

No obstante, eso no fue todo. Enterarse de lo ocurrido con su madre y Alex más tarde gracias a Darren la impresionó de una forma indescriptible, sobretodo cuando el espectro le contó que había tenido que materializarse para salvar a Alex de la señora Williams, pero que el chico no lo recordaría puesto que le había borrado la memoria.

Y para rematar, la noche anterior le había sido imposible pegar ojo debido al hecho de que ella y el fantasma pasaron la madrugada entera estudiando sin descanso.

—Te digo que debimos parar —dijo Darren sentándose a su lado—. Pareces una zombie.

Audrey volteó a verlo con la mirada llena de ironía.

—¡Gracias. A las chicas les encanta que sus no-novios les digan eso! ¿En verdad me veo tan mal?

Darren la miró con diversión.

—Pálida, ojerosa, despeinada, con una mancha de catsup en el suéter y los ojos llorosos... Pero no, no te ves tan mal —se burló, a lo que Audrey le dio una palmada en el brazo que obviamente lo traspasó—. ¡Uh, fallaste!

—¡Cállate!

Darren rio.

—No, hablando en serio... sí, la verdad te ves muy cansada, pero creo que sigues siendo hermosa.

Audrey bajó la mirada y se sonrojó. Hubiera deseado responderle algo lindo, pero en ese momento a la biblioteca entró Rolland. Sin embargo, no era el mismo Rolland de siempre; su andar era lento, sus hombros y cabeza estaban caídos, y sostenía sin ganas un periódico entre sus brazos. Audrey lo saludó con la misma energía de siempre, no obstante, en cuanto Rolland levantó la cabeza, a ella y a Darren se les cayó el alma a los pies: una lágrima tras otra resbalaba por sus mejillas, sin detenerse, y sus ojos estaban tan rojos que daba la impresión de no haber dormido en años.

—¡Oh, dios mío! ¡¿Qué te ha pasado, Rolland?! —exclamó Audrey impresionada.

—Yo... Yo... —balbuceó el tutor, al tiempo en que se dejaba caer en una silla y tiraba el periódico a la mesa para luego echarse a llorar con ganas.

Audrey al principio no entendió lo que ocurría, pero en cuanto procedió a tomar el periódico y escudriñar el titular de la página en la que estaba abierto, el oxígeno en la biblioteca pareció extinguirse. Sintió un fuerte apretón en el pecho, y deseó jamás haber visto aquél diario, porque allí, en aquella hoja que ella estaba mirando, el título rezaba:

Fatal descubrimiento de un cadáver en La Marquesa.

Audrey continuó leyendo la noticia aunque no comprendía del todo la tristeza de su tutor.

La Marquesa, Estado de México.
15 de diciembre.

La mañana de este martes los mexicanos nos hemos despertado con una noticia que ha conmocionado al país entero: se trata del descubrimiento de un cadáver en bosques de La Marquesa, Estado de México. Según la versión dada a conocer por la Procuraduría General de la República, un grupo de campistas de entre veinte y veintitrés años fueron los responsables de dicho hallazgo.

«Estábamos haciendo nuestra caminata rumbo al lugar donde teníamos planeado montar las casas de campaña, cuando avistamos un bulto de forma singular al pie de un árbol. Mis amigos y yo nos sentimos extrañados por la cantidad de moscas que levitaban sobre él y decidimos averiguar qué era. Nunca se nos pasó por la cabeza que podía tratarse de un cuerpo humano. Conjeturamos que quizá era el cadáver de un animal» revela Julio, el líder de los excursionistas. Añade también que, al ver que se trataba de los restos de un difunto, sus amigos y él optaron por cancelar la excursión y regresar a sus casas una vez después de haber llamado a las autoridades.

Sin embargo, y lo que más revuelo ha causado, fue que la autopsia reveló recientemente que aquél cuerpo pertenecía a nada menos que Demián Martínez, un joven de veintiún años que laboraba como tutor escolar en una preparatoria privada de la Ciudad de México, y cuya desaparición se dio a conocer no mucho tiempo atrás.

Pero como si eso fuera poco, los medios de comunicación han dado a conocer que el esqueleto no está completo, pues aunque no presenta marcas de agresión visible, o cualquier signo de tortura a lo largo de sus extremidades, hay una sola cosa que le falta: el peroné derecho.

Seguiremos informando.

Audrey se quedó gélida en su sitio.

Deseaba creer que eso no era real, deseaba creer que se habían equivocado en la autopsia, pero las fotos estaban allí, abarcando casi un tercio de la hoja del periódico, y aunque se hubiera resistido, podía reconocer fácilmente las facciones de Demían; su piel acanelada, su cabello oscuro, la forma de sus ojos... Allí estaba toda la evidencia que necesitaba para saber que por fin habían encontrado a Demián, solo que no como ella y Darren hubieran querido.

Por fin pudo comprender el sufrimiento de Rolland, sus mejillas empapadas en lágrimas. Y es que su mejor amigo había muerto, y de la forma más macabra posible... No podía decir que lo entendía, pero podía imaginar lo que estaba sintiendo.

—Tomé el periódico para nuestras lecciones de hoy... —sollozó Rolland—. Y... al desdoblarlo lo vi. Era él. Era Demián.

Rolland, yo... ¡lo siento tanto! —Por desgracia Audrey no sabía qué más decir, y eso la hizo sentir todavía más mal.

Sin detenerse a pensar en lo que hacía, Audrey rápidamente envolvió a Rolland con los brazos, y lo estrechó como si en cualquier momento este pudiera esfumarse. El joven recargó la cabeza en el hueco de su cuello y entonces se vino abajo, al igual que la arrogante fachada que se había dedicado a construir durante varios años. El Rolland soberbio, altanero y grosero que Audrey conocía se transformó mágicamente en el muchacho vulnerable que realmente era. Por primera vez el tutor carecía de la máscara que solía llevar puesta día tras día, y con eso Audrey pudo comprobar lo mucho que la muerte de Demián le había afectado.

El dolor de Carson por la súbita pérdida de su mejor amigo fue tan extenso, que Audrey decidió saltarse la clase de Química para acompañarlo en su pena durante una hora más. Contra todo pronóstico, él no se opuso, de manera que se mantuvieron escondidos en la sala de lectura a lo largo de sesenta minutos, abrazados uno a otro, con el llanto del joven haciendo eco por toda la estancia.

Y al estar junto al muchacho, mordiéndose los labios para no llorar, Audrey reparó en lo mucho que había cambiado lo que sentía por él en tan solo un mes.

Si alguien le hubiera dicho a su llegada que pronto estaría consolando al más arrogante de los tutores, a la persona que odiaba más en el mundo después de Tyson y Frida, seguro se habría reído en su cara. Pero... qué vueltas da la vida, ¿no?

....

¿En qué año Hernán Cortés fue nombrado alcalde ordinario de Santiago de Cuba?

a) 1518
b) 1625
c)1543

Audrey suspiró pesadamente y llevó la mano a su cabello mientras ponía todo su empeño en recordar la respuesta a esa pregunta. A decir verdad, ni siquiera recordaba haber nombrado a Hernán Cortés en sus sesiones de estudio con Darren, por ende, decidió que lo mejor era pasar a la siguiente pregunta:

¿Cuándo salió de la Habana directamente a México la expedición?

a) 10 de febrero de 1519
b) 7 de septiembre de 1602
c) 3 de enero de 1425

«¡Mierda!», se dijo Audrey interiormente. En verdad ella no recordaba haber estudiado con Darren nada anterior al siglo XIX y eso la estaba volviendo loca, puesto que tan solo le quedaban cuarenta minutos para terminar el exámen y, de ciento diez preguntas apenas había contestado trece. ¡Trece! Ya poco faltaba para que saliera corriendo y gritando «¡jódanse todos!».

—¿Quieres que le eche un vistazo al exámen de Dominik y te diga las respuestas? —preguntó Darren al ver que Audrey mordía de nueva cuenta la tapa del bolígrafo.

Ella lo miró por un segundo y negó con la cabeza casi imperceptiblemente.

—Oh, ya entiendo. No quieres hacer trampa. —Darren rodó los ojos—. Entonces creo que iré a darme una vuelta por allí. Ya me aburrí. Te veo luego.

Audrey no le respondió, pero no hizo falta, pues al levantar la cabeza, el fantasma ya había desaparecido del aula.

Por su parte, Darren recorrió los pasillos buscando algo interesante, —entiéndase que, al ser un fantasma al que nadie veía ni oía, la cosa más interesante que Darren podía aspirar a ver era alguna pareja dándose placer a escondidas. Por fortuna eso no ocurrió—. Sin embargo, pudo toparse con Vanessa y Oliver compartiendo un momento juntos que duró tan solo un corto minuto, durante el cuál, aprovechando que los pasillos estaban desiertos, el joven abrazó a la chica y la llenó de besos, incitándola a dar lo mejor en su exámen de historia.

—Sé que lo lograrás, mi amor. Eres la más inteligente del mundo —le dijo Oliver besando su mejilla. Vanessa se sonrojó y lo besó en los labios—. ¿Cómo va Dominik en el exámen? Te sientas junto a él, ¿verdad?

Vanessa frunció el ceño ante el abrupto cambio de tema.

—Eh... sí. Le va bien, supongo. —Guardó un minuto de silencio mientras su ceño se profundizaba—. ¿Por qué me preguntas por Dominik? Creí que ustedes se llevaban mal...

Oliver tosió en respuesta.

—Sí, yo solo... tenía curiosidad. También por Audrey, dijo que se había quedado hasta tarde estudiando.

Sin embargo, Oliver no la miró mientras decía eso, y a Vanessa le pareció sumamente extraño aquello.

—¿Sabes? —dijo ella, tras un incómodo silencio—. Debo regresar a mi salón. La profesora Cassandra va a creer que ya tardé mucho «en el baño». ¿Te veo más tarde?

—¡Por supuesto, cariño! —exclamó el chico, derritiendo el corazón de la pelirroja con una sola palabra. Posteriormente se besaron y ella se alejó rumbo al salón.

«¡Ja! —pensó Darren—, es increíble cómo hasta el más estúpido de los hombres puede endulzar el oído a una inocente chica con una simple palabra.»

Darren sabía, no, presentía que Oliver iba a terminar por dañar hasta la última partícula de Vanessa, le rompería el corazón en mil pedazos, y luego bailaría sobre los restos, y se dijo que haría hasta lo imposible para evitar que eso sucediera.

Lo que no sabía era que él no fue el único en anticiparse, porque hasta la misma Vanessa estaba consciente de ello.

Porque los hombres son así, está en su naturaleza jugar con las chicas indefensas, inocentes y entregadas. No podemos cambiarlos, nadie puede. Pero a veces se nos olvida que no somos científicos, ni ellos nuestro experimento. Si ellos nos aman, cambiarán por voluntad propia, y si no, bueno... siempre puedes botarlos y buscar a alguien mejor, que te dé el valor que mereces.

Oliver abrió su locker y fue allí cuando Darren reparó en dos cosas, de las que no supo cuál le sorprendió más: la primera era un pequeño chocolate en papel amarillo, que contenía una nota escrita por la misma Vanessa.

«¿Te he dicho que tienes unos ojos preciosos? :)» decía la nota. Oliver sonrió de oreja a oreja en cuanto leyó lo anterior y guardó el chocolate en el bolsillo de su chaqueta.

Lo segundo, y quizá más desconcertante, fue un papel arrugado en la orilla del casillero, con letras escritas en una letra que Darren no pudo reconocer. Esta solo decía:

«Debemos vernos hoy por la noche para discutir el asunto. Donde siempre.

Darren enarcó las cejas a manera de interrogación, pero no pudo contemplar el semblante de Oliver a detalle, puesto que en ese momento llegó James.

—¡Grey! ¿Vas o no a la fiesta de hoy? Invité a unas de cuarto semestre que te van a dejar con la boca abierta, y serán para ti solito, porque sabes que Audrey es mía. No me interesa nadie más mientras tenga a esa canadiense a mi lado.

Darren lanzó un gruñido gutural apenas oír eso.

¿Suya? ¡Audrey no era ningún objeto para pertenecerle!

Darren se acercó con el deseo de materializarse y darle una pequeña probada de lo que era capaz de hacer por la chica que amaba. El resplandor violeta estaba a segundos de bañarlo, y no obstante, la respuesta de Oliver lo tomó por completa sorpresa, olvidando lo que estuvo a un pelo de hacer:

—No, hermano. Yo paso. Creo que ya conseguí a la que estaba buscando.

—¿Se puede saber quién? —interrogó James con la boca abierta. Sus ojos resplandeciendo de incredulidad.

Oliver le regaló una mirada enigmática y le dijo:

—No, no ahora.

—¡Ja! ¿Y al menos te sirve? —James dijo, socarrón.

Oliver no contestó a su pregunta. Más bien lo miró de un modo indescifrable y le dijo:

—Disfruta la fiesta, hermano. Te veré después.

Y con eso, el chico se fue.

....

A las cinco de la tarde, justo después de haber regresado de su clase de defensa personal, Audrey corrió a su habitación y tomó las prendas más elegantes que pudo encontrar en las cajas de ropa que aún no había desempacado.

—¡Corre, corre. Ya faltan diez minutos! —le gritaba Darren intentando ignorar la imagen de la chica quitándose la camiseta deportiva sobre la cabeza para ponerse una blusa negra, de manga tres cuartos y aplicaciones plateadas.

Pero Audrey no se desvestía frente a él con la intención de provocarlo, sino que era tanta la prisa que tenían que la idea de un fantasma mirándola era la menor de sus preocupaciones.

—¡Audrey, ¿estás lista? Ya nos vamos! —exclamó Alex desde el pasillo.

La chica terminó de colocarse el pantalón, se ató el cabello en una coleta lo mejor peinada posible, y aplicó un poco de sombra y rímel en sus ojos.

—¡Audreyyyy!

—¡Ya voy, Alex!

Tres minutos con veintiséis segundos después, Leonard cerraba la puerta del conductor de la camioneta y la echaba a andar rumbo a un lujoso restaurante cerca del Zócalo emocionado con la idea de que por fin iba a dar a conocer a su familia el famoso proyecto de navidad que llevaba quince días planificando detalle a detalle con Roberto. A juzgar por los escasos pormenores que les había proporcionado su padre, Audrey tenía entendido que iban camino a reunirse con un inversionista muy poderoso que había trabajado junto con Hoteles Williams para llevar a cabo la idea de Leonard. Audrey aún no conocía su identidad y tampoco le interesaba, pero si algo debía admitir, era que le intrigaba saber qué se traía entre manos el señor Williams, por eso, cuando el vehículo aparcó frente a la entrada del restaurante y un amable mesero los guió hasta su mesa, Audrey se decepcionó un poco al ver que de todos los empresarios involucrados en el proyecto, el inversionista sería el último en llegar. Necesitaba saber cuanto antes de lo que se trataba este.

—Caballeros —dijo Leonard mirando a sus colegas, entre los que se hallaba Roberto—, me alegra mucho que estén aquí apoyándome con esta idea que surgió de la nada. Si no les representa mucha molestia, podemos empezar a pedir los aperitivos mientras esperamos la llegada de nuestro querido socio.

Todos asintieron, no obstante, en ese momento Roberto intercedió diciendo:

—Jefe, no creo que sea necesario. Su socio viene entrando justo ahora. —Y señaló hacia la puerta, por donde entraba un alto castaño de traje, escoltado por no menos de cuatro guardias que caminaban poniendo extrema atención a su entorno.

—Oh... —susurró Audrey boquiabierta.

—Por... —Eso lo dijo Darren.

—Dios...

Pero no era el recién llegado lo que los había sorprendido, no solo a Darren y Audrey, sino también a Alex, y quizá un poco a Marie. Lo que los dejó así de impresionados, fue el hecho de que tras él caminaban nada menos que Vanessa y Romina, resguardadas por dos guardias y lo que parecía ser un ama de llaves. Iban elegantemente vestidas, con la cabeza bien alta y manteniéndose firmes incluso al reparar en los hermanos Williams.

—Señores, hijos míos, Marie, es un honor para mí presentarles a Bernard Lawson, mi querido colega de proyecto.

Brindándole todos un aplauso, el señor Lawson tomó asiento en una silla que un guardia abrió para él, con la arrogancia de un gato y la altivez de un Rolland Carson cien veces más soberbio. En tanto, Vanessa sonrió de oreja a oreja mientras iba a sentarse en la silla vacía que estaba junto a Audrey. Por un momento deshizo su fachada elegante y le dio a su amiga un enorme abrazo, como si no la hubiera visto en días. Pero duró poco, porque entonces, con una voz severa, Bernard dijo:

—¡Vanessa! ¡¿Qué te había dicho?!

La chica se separó a Audrey y se puso rígida.

—Lo siento, padre —masculló cabizbaja.

Todos los presentes observaron la escena con visible incomodidad, no obstante, fue Leonard quien se levantó y dio dos golpecitos en la botella de ron que recién un mesero les había dispuesto, obteniendo la atención de sus colegas.

—Señoras y señores, creo que no hace falta que presente a mi esposa, puesto que ya la mayoría la conoce, pero debido a que el señor Lawson aún no lo hace, tengo el placer de presentar a Marie Williams, el eterno amor de mi vida. —Las palabras de Leonard estuvieron acompañadas de un brillo de orgullo en sus ojos, mientras que Marie se ruborizó hasta el cuello al ponerse de pie y hacer una pequeña reverencia—. Presento también a mi hijo Alex —dijo, y el chico se paró e hizo lo mismo que Marie—. Y a mi hija, Audrey.

Audrey apenas pudo levantarse de su asiento sin sentir su corazón palpitar fuertemente bajo la indiscreta mirada del señor Lawson. No sabía porqué se sentía así, lo seguro era que la simple presencia del padre de su amiga la ponía nerviosa.

—Me gustaría decir que yo tengo alguien importante a quién presentar —dijo Bernard en seguida—, sin embargo estaría mintiendo, caballeros. —Se rio, mas ninguno le siguió el chiste de manera vomuntaria—. En cambio puedo presentarles a mis hijas, Romina y Vanessa.

El entusiasmo que destilaron sus palabras fue tan escaso que a Darren y Audrey les quedó bastante claro que Bernard no estaba tan emocionado con la idea de presentarlas en esa reunión. En cambio, Vanessa ya parecía bastante acostumbrada al rechazo de su padre por la forma tan monótona en que se levantó e hizo un ademán con la cabeza.

Después de que todos se hubieron presentado y los  meseros acabaron de llevar la comida al último de los presentes, un prolongado silencio envolvió la mesa en la que todos yacían acomodados, lo cuál Leonard tomó como señal para hablar y dar un par de golpes a su copa de vino y llamar la atención de los demás. Los ojos de Roberto destellaron de emoción.

—Damas, caballeros —dijo Leonard—, como todos saben, estamos aquí hoy para dar a conocer el proyecto que se llevará acabó las noches del veinticuatro y veinticinco de diciembre del presente año.

»Es bien sabido que los niveles de pobreza en la Ciudad de México son alarmantes, y como todas las grandes empresas multinacionales, Hoteles Williams ha querido contribuir a combatir esta problemática que afecta a muchos niños, niñas, mujeres y hombres dentro de la República. Por eso, entre mi gran amigo, Roberto Rivera, y yo, hemos decidido poner el Gran Hotel Central y el Hotel del Oeste a disposición de todas aquellas familias mexicanas que lamentablemente no contarán con un techo para pasar nochebuena y navidad a gusto. Y cuando hablo de aquellas familias, me refiero a todas las que viven en una situación extremadamente precaria. Les daremos hospedaje de dos días, ropa, alimento, y a cada niño que ingrese a las sucursales se le proporcionará un pequeño juguete, cortesía de mi querido Bernard Lawson. —En ese momento todos miraron a Bernard y él dibujó una egocéntrica sonrisa en sus labios—. No obstante, las sorpresas aún no acaban, porque Roberto y yo tenemos preparada una muy exclusiva fiesta de nochebuena para las familias de todos aquellos que son parte del equipo de Hoteles Williams. Mi asistente se encargará de enviarles la invitación correspondiente en el transcurso de los próximos dos días.

La multitud estalló en aplausos entonces. El resto de los comensales miraban con curiosidad hacia allí, pero ni a Leonard ni a nadie parecía importarle. Tan solo festejaban, porque aunque no lo pareciera, el proyecto había sido una de las cosas más hermosas y nobles de las que Alex, Darren y Audrey habían escuchado jamás.

—¡Un brindis por Leonard Williams y su afán de ayudar a los demás! —gritó Roberto estallando en júbilo.

—¡Por Leonard Williams! —lo siguió el resto.

Desde luego que Bernard no parecía tan complacido por no ser el centro de atención, pero aún así levantó su copa y copió el brindis a los demás.

El señor Williams dejó pasar un par de horas antes de encontrar un momento a solas con Audrey y con los Lawson para susurrar a su hija:

—Olvidaba decirte que la fiesta será de etiqueta, así que además de que no podrás llevar jeans, tendrás que saber utilizar los cubiertos de la manera correcta, y como Vanessa es muy buena en ello, he pensado que quizá podría darte un par de clases antes de nochebuena. ¿Qué dices?

Audrey abrió los ojos horrorizada. ¿Clase de modales? ¡Si tan solo en la comida de presentación del proyecto la había pasado realmente mal al no saber la diferencia entre la cuchara sopera y la del postre!

Pero Audrey ni siquiera tuvo oportunidad de objetar, porque Vanessa asintió de inmediato y prometió al hombre que haría un excelente trabajo con su amiga.

—¡Fantástico! —dijo Leonard y continuó bebiendo.

....

—Entonces... ¿dices que mañana hay reunión de padres de familia? —inquirió Leonard a Audrey mirándola por el espejo retrovisor mientras conducía a través de la Ciudad de México rumbo al Gran Hotel Central.

—Sí. Alex tiene reunión, yo tengo reunión.

—¡Vaya! —dijo Marie desde el copiloto—. Parece que tendremos que repartirnos el trabajo.

—Sí —confirmó Leonard—. Yo voy con Alex y tú con Audrey, ¿de acuerdo?

Marie asintió justo cuando estacionaban la camioneta frente a las puertas dobles del hotel. Ya era de noche. Las transitadas calles relucían con el brillo de la luna y una mezcla de titilantes luces blancas, rojas y naranjas de los autos que pasaban por allí. Un guardia abrió la puerta del lujoso lugar saludando con sobrada cortesía a la familia, y posteriormente, el señor Williams encaminó el recorrido hacia su oficina, ya que necesitaba pasar por unos documentos antes de ir a casa.

Cuando Leonard abrió la puerta del despacho, una muy radiante Monique Blanchard los recibió sentada al escritorio. A pesar del frío que hacía, llevaba un top rojo que dejaba al descubierto parte de su pecho prominente y el cabello negro cayéndole por los hombros en grandes bucles.

—¡Señor Leonard! —exclamó y se levantó a prisa de la silla giratoria como si la hubieran descubierto haciendo algo indebido.

Sus grandes ojos se abrieron, al igual que la boca recubierta de labial rojo.

—Buenas noches, Monique. Creí que ya te habías ido a casa —le dijo Leonard de modo cansino mientras rebuscaba en uno de los anaqueles.

Marie se quedó en una esquina de la oficina, observando a Monique llena de una rabia silenciosa de la que todos se percataron. Audrey aún recordaba la época no tan lejana en que la simple existencia de Monique desencadenaba una serie de peleas infinitas entre Leonard y Marie. Por las noches podía oírlos gritándose el uno al otro, cuando en realidad jamás lo habían hecho en Canadá, así que en cierta forma, ella también estaba enojada con la francesa.

—Me voy a quedar un par de horas más, señor Leonard —declaró, haciendo uso de su molesto acento francés—. Necesito limpiar la oficina.

—Vete a casa, Monique —rebatió Leonard sin quitar la vista de los documentos que analizaba en el escritorio—. Tú necesitas dormir un poco, y yo necesito que estés aquí mañana temprano para enviar las invitaciones de la fiesta; además yo no estaré aquí mañana porque tengo reunión en la escuela de mis hijos, así que necesito que te encargues de todo.

Audrey quizá se equivocaba, pero pudo percibir un extraño brillo en los ojos de Monique al oír a su jefe.

—En verdad, señor Leonard. Estaré bien.

Él se encogió de hombros en respuesta y apresuró a su familia a regresar al vehículo. La familia se dió la vuelta dispuesta a marcharse, pero entonces, todos al mismo tiempo se quedaron gélidos en el pasillo cuando oyeron a Monique pronunciar:

—Señora Marie, ¿no cree que se ve un poco pálida?

Marie tragó saliva.

—Yo...

—¿Ha comido bien hoy? —insistió la asistente.

No. La respuesta que debía dar era un rotundo, un sincerísimo «no». En secreto, Marie había sentido náuseas después de haber degustado la deliciosa comida del restaurante, y sin que nadie se diera cuenta, había ido al baño para volver el estómago. Eso sin contar que llevaba días sintiéndose débil, cansada, y más estresada que de costumbre.

—Estoy bien, Blanchard. Solo no he dormido tanto.

—Entiendo... —murmuró Monique—. Si necesita que la asista en algo del trabajo para que pueda descansar, sólo avíseme.

Marie no contestó a la propuesta, en cambio asintió sin volverse y luego avanzó por el pasillo hasta la camioneta.

—La verdad es que sí se ve algo pálida, ¿verdad, Darren?

Al no obtener contestación del fantasma, Audrey se giró y vio que él no iba tras ella. Al regresar un par de pasos, lo pudo encontrar todavía en el marco de la puerta, mirando fijamente a Monique limpiando el anaquel de los expedientes.

—¿Qué rayos...? ¡Darren, vámonos ya! —trató de bajar la voz todo lo posible. Su familia ya iba varios pasos delante, pero no estaba tan alejada de Monique como para que ella no la oyera.

—Vete tú —habló el fantasma sin quitarle la mirada a Monique.

—¡¿Qué? ¿Por qué?!

—Vete, yo te alcanzo pronto. Hay algo que necesito saber. ¡Anda! ¡Alcanza a tu familia!

Audrey entrecerró los ojos con incredulidad. Sospechaba que Darren no quería saber algo, sino ver algo.

—¡Claaaaro, como yo soy plana, por eso!

Darren volvió la cabeza a toda velocidad.

—¡¿Qué?! Yo no iba a...

—Déjalo, está bien. Me iré a casa. Nos vemos cuando decidas aparecerte y hablar con la plana de tu no-novia —masculló Audrey con recelo y se alejó antes de que Darren pudiera protestar.

—¡Argggg, mujeres! —farfulló Darren y se adentró a la oficina.

....

El reloj marcaba las diez con treinta y cuatro de la noche y Darren estaba a punto de quedarse dormido en el sofá que Leonard tenía en un extremo de la oficina. Llevaba ya una hora sin quitarle un ojo de encima a Monique y esta aún no daba indicios de querer hacer algo sospechoso.

—¡Vamos! ¡Sé que algo te traes entre manos!

Y era que al oírla manifestar sus intenciones de quedarse en el despacho un par de horas más, Darren sospechó que lo hacía con segundas intenciones, ya que, por más trabajadora que sea una persona, pocas veces se queda a hacer horas extras incluso aunque su jefe le haya insistido en marcharse, ¿verdad?

Pero Monique seguía laborando en su ardua limpieza; ya había despejado el escritorio, pulido algunas medallas que Leonard tenía de quién sabe qué deporte, y los cristales de una vitrina rechinaban de limpios. Bajo la perspectiva de Darren, no había nada más qué hacer allí, pero Monique no se iba, incluso aunque ya varios empleados habían pasado a despedirse porque sus turnos habían acabado.

Quince minutos después, Darren suspiró y se dijo que debía marcharse, tal vez a hacer una ronda por el hospital y ver si de casualidad se topaba con el dichoso abuelo de la profesora Cassandra... o en el mejor de los casos, ir a cuidar a Audrey como todas las noches. Esa idea comenzaba ya a seducirlo, cuando de pronto el tono de un móvil irrumpió sus pensamientos sobre cómo despertar dulcemente a una Audrey inmersa en el más profundo de los sueños; se trataba del teléfono de Monique, quien lo sacó y lo acercó a su oreja para contestar solo unas pocas palabras:

—¿Es hora? —silencio. Su ceño se profundizó—. Bien, en seguida. Adiós.

Acto continuo, se acercó a otro anaquel en el rincón opuesto al que estaba Darren y se agachó hasta el último cajón, que Leonard siempre mantenía bajo llave.

—Bien, veamos, veamos... —canturreó abriendo hábilmente el cajón con una llave diferente a la original.

Dentro hubo un montón de documentos metidos en carpetas de diferentes tamaños y colores, pero a juzgar por la organización de los mismos, y por lo poco que ella demoró en seleccionar una, Darren adivinó que ya conocía desde antes el contenido de las mismas.

Al verla hojear los papeles de un folder con malicia, Darren se acercó hasta posarse junto a ella y pudo leer el documento. Entonces, el alma se le cayó a los pies...

Por medio de la presente se hace constar que Marie Karinne Williams ha sido dada de alta de la Institución Psiquiátrica de Montreal el día 15 de noviembre del año en curso tras permanecer bajo custodia tres meses consecutivos. La paciente se encuentra encinta y el tratamiento ha dado resultados medianamente positivos.

No. ¡Eso era imposible! ¡¿Marie había estado en un hospital psiquiátrico?!

Solo para asegurarse de que su vista no lo engañaba, Darren miró el documento una segunda, una tercera y una cuarta vez, pero no fue hasta la sexta cuando cayó en que todo aquello era nada más que la verdad. Marie, la siempre dulce y comprensiva esposa de Leonard Williams había permanecido en un hospital psiquiátrico ¡tres meses!

—Perfecto...

La voz malévola de Monique lo sacó de sus caóticos pensamientos.

Darren la vio cerrar el folder y guardarlo en su bolsa con un semblante de realización que la acompañó hasta el frío exterior del hotel. La vio poner sobre su torso una sudadera negra con capucha. La siguió por cuanta calle sorteaba, la acompañó por las largas y solitarias callejuelas que rodeó, observó a la poca gente que pasaba por allí para ver si ninguna tenía contacto con ella, y así transcurrieron varios minutos hasta que por fin llegaron a lo que parecía un bote de basura al final de un callejón solitario a pocas cuadras de la casona. Monique rodeó el basurero y se detuvo frente a una puerta negra en la que Darren no había reparado antes; la chica observó cuidadosamente a un lado, luego al otro, y entonces... extrajo el folder con los documentos de Marie de su bolsa, y los pasó bajo la rendija de la puerta.

—¿Qué diablos estás haciendo, ladrona de mierda? —masculló Darren viéndola llevar a cabo su pequeño crimen. Desde luego que ella no lo escuchó, pero él no hubiera querido que lo hiciera.

Después de pasar los documentos, extrajo un trozo de papel y un bolígrafo, y escribió:

Mi parte del trato está hecho. Espero que se me recompense.

—M.

Luego, simplemente se marchó, y Darren no pudo haber quedado más impresionado después de ver cómo la carpeta y la pequeña nota de Monique eran arrastrados hacia el interior por un individuo cuya identidad Darren deseaba descubrir pronto. Y es que, Monique no solo había robado documentos de los Williams, sino que se trataba, precisamente, de un certificado que avalaba que Marie Williams había estado recluida en una institución mental en el pasado. ¡¿Qué planeaba hacer ella con eso?! Y peor, ¡¿quién era la persona que había recibido dichos documentos?!

Darren necesitaba averiguarlo. Y necesitaba hacerlo ya.

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