Capítulo 32
El reloj daba las ocho con diecisiete minutos cuando los créditos finales de La Sirenita aparecieron en pantalla. Vanessa, que yacía acomodada en un extremo del sofá, levantó el rostro y fue cuando reparó en que su hermana se encontraba con la cabeza en el regazo de Oliver, profundamente dormida. Este, como adivinando sus pensamientos, tomó a la niña con mucha cautela entre sus brazos y dijo, tras haber esbozado una encantadora sonrisa:
—Hay que llevarla a su habitación. ¿Me indicas dónde está?
Vanessa solo asintió y lo condujo escaleras arriba hasta llegar a una recámara de paredes color verde pastel, con una cama adoselada de edredón rosa y una colección de muñecas perfectamente acomodadas en una vitrina junto a la puerta. Oliver depositó a la pequeña sobre el colchón, la cubrió y salió del cuarto tras ver a Vanessa depositar un suave beso en su frente.
—Eres una buena hermana, ¿lo sabías? —le dijo Oliver al quedarse solos en el corredor. Vanessa lo miró, entre extrañada y sorprendida por el comentario.
—¿Ah, sí? ¿Por qué lo dices? —intentó sonreír, pero solo le salió un gesto de nerviosismo.
—Porque es verdad —admitió él—. Te ves como esas hermanas de la televisión que están dispuestas a hacer de todo por los suyos, incluso a morir. Basta con ver la paciencia infinita que le tienes a Romina, incluso cuando parece que son polos opuestos.
—¿Polos opuestos?
—Sí. Ella es muy ruidosa y extrovertida, y tú eres tan... tú.
La mirada que Oliver le lanzó a continuación fue tan penetrante que Vanessa no pudo evitar ruborizarse.
—Romina solo es muy... entusiasta, supongo —susurró.
Vanessa fingía no darse cuenta de que, a cada segundo que transcurría, el chico se iba acercando más a ella, pero en un determinado instante sus cuerpos estuvieron tan juntos que ya no pudo ocultar el temblor en sus manos, ni el sudor de su frente; de pronto, el oxígeno en rededor pareció extinguirse y tuvo la impresión de que comenzaría a hiperventilar en cualquier momento.
Por su parte, Oliver acortó la distancia con solo un par de pasos y aproximó su mano al mechón que caía por la frente de Vanessa, al tiempo en que ella levantaba la mirada para observarlo. Sus alientos chocaron, y de repente no hizo falta más que un segundo para que la pelirroja sintiera el suave tacto de los labios del chico contra los suyos. A diferencia de su beso en casa de Audrey, esta vez nada parecía interponerse entre ellos, pues estaban solos en el corredor, sin nadie que los interrumpiese.
Oliver envolvió con sus brazos la cintura de la chica y esta, inconscientemente, hundió los dedos en su cabello, disfrutando sin miramientos hasta el último segundo de aquél inigualable beso.
Al separarse contra su voluntad ambos se miraron; por los ojos de Oliver corrió un resplandor verde, pero fue tan fugaz que Vanessa dio por hecho que lo había imaginado.
—Wow, yo... no sé qué decir... —balbuceó la chica, con las imágenes de lo sucedido todavía en su cabeza.
—No digas nada —habló Oliver con una voz inquietantemente seductora al tiempo que levantaba la barbilla de Vanessa con un dedo—. Yo soy quien debe hablar ahora.
—¿Para decir qué?
El muchacho dejó transcurrir un momento en silencio durante el que se dedicó a poner en orden hasta la más pequeña de sus ideas. Entonces suspiró y pasó la mano por su oscuro cabello antes de soltar:
—¿Qué sientes por mí?
Un rayo que partiera la mansión Lawson en dos le habría sorprendido menos a la chica, quien casi sin aliento retrocedió hasta chocar con la pared.
—No... no entiendo. ¿A qué te refieres?
—Solo responde —apremió Oliver—. Quiero que me digas qué sientes por mí, sin mentiras.
Para cuando Vanessa iba a responder, Oliver la miró fijamente, sin parpadear, apreciando detenidamente el movimiento de sus labios al decir ella:
—Yo... creo que me gustas un poco.
En lugar de mostrar una altiva sonrisa en su rostro como Vanessa presagiaba, un halo de alivio iluminó su rostro, sus ojos, incluso las mejillas se le tiñeron de un hermoso color carmín.
—Pero de nada sirve que te lo haya dicho —dijo Vanessa, con cierto ápice de frustración—. Tú a mí me gustas, pero estoy muy segura de que yo no te gusto a ti.
—¿Ah, no? —Oliver avanzó un paso hacia ella y colocó sus palmas a cada lado de la cabeza de la chica, dejándola sin salida—. ¿Y entonces por qué estoy aquí?
Vanessa frunció el ceño sin entender.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que en este momento podría estar haciendo muchas otras cosas. Podría estar cenando con mi hermana, o en alguna fiesta con James, pero en su lugar estoy aquí, expuesto al peligro de que tu padre llegue del trabajo en cualquier momento y me diga «amablemente» que me largue de tu casa. ¿Crees que estaría aquí si no me gustaras?
—Grey —Vanessa puso los ojos en blanco, poco conmovida con el discurso de Oliver—, estás aquí porque te agrada mi hermana y tú le agradas a ella, pero nada más. ¿Crees que soy tonta?
—¡Claro que no! Y sí, admito que le tomé cierto cariño a Romina, pero no es solo por ella que estoy aquí. También lo estoy por ti, porque por alguna extraña razón he empezado a disfrutar el tiempo que paso contigo, sean horas o minutos. Hasta cuando nos topamos en los pasillos me es imposible dejar de verte..., o cuando tú y Audrey van a ver las prácticas de soccer me pongo nervioso de saber que me estás viendo.
—¿Nervioso tú? —la chica bufó—. ¿Qué sigue? ¿James Miller humilde?
Ante su fría respuesta, el chico se cubrió la cara con las manos por un momento en un intento por no alterarse gracias a la terquedad de la pelirroja.
—Vanessa, en serio me gustas, y si tan solo me dieras una oportunidad de demostrarte que...
—¡Olvídalo, Grey! —exclamó—, en casa de Audrey tu hermana me dejó bastante claro lo que quieres de mí, además, ¿qué hay de Paula? ¿Olvidas que tú estabas saliendo con ella?
—Paula ni siquiera tiene que ver en esto. ¡Ella ya ni está aquí! ¿Qué fue de su existencia? No lo sé ni me importa. Paula era solo un pasatiempo, divertida y toda la cosa, pero hasta allí.
Un rubor rojizo se expandió por la cara de la chica, y no era de vergüenza, sino de una furia contenida que parecía querer explotar de un momento a otro.
—¡¿Cómo te atreves a expresarte así de ella?! Grey, no puedes ir por la vida considerando a las chicas un «pasatiempo» del que te aburres en un mes o dos. ¡He ahí la razón por la que no pienso darte ninguna oportunidad! ¿Para que luego de conseguir que me acueste contigo te canses y me cambies por otra virgen estúpida? ¡Ni pensarlo! Además... —prosiguió, sin pensar demasiado en sus siguientes palabras— me guardo para el matrimonio.
Oliver no podría haber abierto más la boca ni aunque quisiera. Todo él estaba hecho un torbellino de confusión, y cuando habló, solo lo hizo pensando que no había oído muy bien lo dicho por Vanessa.
—Espera... ¿estás diciendo que no has tenido sexo jamás?
Vanessa enrojeció hasta el cuello, pero fue capaz de responder.
—Sí, eso dije.
—¿No has tenido sexo porque planeas perder la virginidad hasta que te cases?
—¡Adelante! Ya puedes burlarte de lo patética que soy.
—Oh, Vanessa, eso es tan...
«Estúpido, infantil, tonto, inmaduro, vergonzoso... ¿Qué palabra ofensiva saldría a continuación de la boca de Oliver?»
—...tierno.
Vanessa se quedó gélida.
¿Qué acababa de decir?
Pero antes de que pudiera reponer algo, el chico se acercó a ella y la besó nuevamente. Vanessa no se resistió, pues aún no podía creer lo que recién había escuchado.
—Mírame a los ojos, Vanessa —pidió el futbolista apenas separarse—. Mírame y dime que no te gusta que te bese. Dime que no estás dispuesta a darme una oportunidad de demostrarte que puedo ser lo que tú necesitas, y entonces... me iré.
—Yo... —Otra vez ese resplandor verdoso iluminó los iris de Oliver, y Vanessa sintió un repentino dolor de cabeza que la hizo parpadear varias veces. Entonces, las palabras salieron de su boca por sí solas—. No quiero que te vayas.
—Dime que quieres que me quede contigo —demandó.
—Quiero que te quedes conmigo.
—Quiero que me des una oportunidad. ¿Lo harás?
Un momento de silencio sepulcral. El dolor de cabeza de la chica iba disolviéndose conforme transcurría el tiempo y la sensación de irrealidad en la que sin darse cuenta se había sumido, ahora se desvanecía también.
Al final, la chica lo miró, entrelazó sus manos y dijo:
—Lo haré.
Y Oliver la volvió a besar.
....
Audrey oyó el relato de Vanessa de principio a fin completamente boquiabierta. No era que no hubiese sospechado con anterioridad que algo terminaría pasando entre Oliver y Vanessa, pero la impresión que le había ocasionado enterarse tan pronto de su nuevo romance la dejó sin palabras. No obstante, cuando su mejor amiga había mencionado a Paula, el fantasma y Audrey intercambiaron una discreta mirada llena de preocupación. Recordaban aún haberla descubierto besando al profesor Cade, y aunque tenían muchas ganas de contárselo a la pelirroja, Audrey tuvo el presentimiento de que no era lo correcto, no con su desaparición tan repentina. Ya que lo pensaba, hacía días que nadie sabía ni hablaba nada de ella, como si no la recordaran, como si se hubiera esfumado del mapa.
—Pero —dijo Audrey cuando notó que su amiga había acabado de hablar—. ¿Qué tiene eso que ver con tu extraño comportamiento en la escuela, y con la bufanda en tu cuello?
Vanessa pareció avergonzada y hasta un poco confundida.
—¿En verdad no lo has comprendido?
—No del todo.
—Bueno... —explicó la chica—. Ahora que Oliver y yo somos novios, le gusta que pasemos el máximo tiempo posible. No le basta con visitar a mi hermana todas las tardes, además le gusta que nos veamos a escondidas en cada cambio de clases. De manera que esta mañana, cuando me has visto salir del aula de química, fue porque...
—¡Oh! Estabas con Oliver... —Audrey dibujó una sugerente sonrisa en su boca, misma que se desvaneció para darle paso a una fingida seriedad con la que preguntó—: ¿haciendo qué?
Vanessa se sonrojó y comenzó a desenvolver su bufanda.
—¿Esto contesta tu pregunta?
—Oh... por... Dios...
Audrey observó estupefacta la imagen frente a ella. Darren, que estaba sentado en el sofá de cuero negro, limitándose a mirar, lanzó un grito quedo al ver en el cuello de Vanessa unas marcas púrpuras contrastando con su piel clara. Podría haberlo imaginado de Paula... o incluso de Lisa, pero, lo inesperado de la situación, es que dichas marcas estaban en la siempre educada Vanessa Lawson. Aquello no tenía manera de ser más impresionante.
—¡Dios mío! Vanessa, no puedo creer que...
—Lo sé, lo sé. Sé que está mal que permita a Oliver hacerme esto, solo espero que no creas que soy una pu...
—¡¿Estás loca?! Jamás pensaría eso. Cualquiera lo hace y no significa que esté mal... al menos no del todo. Pero... ¿Y qué pasa con Dominik?
—Sobre eso..., Oliver y él se odian, así que acordamos mantener nuestra relación en secreto hasta que encontremos la manera de hacerla pública, no solo por Dominik, sino también por James y Kyle.
—¿Por qué por Kyle?
Desbordando nervios, Vanessa procedió a narrarle lo ocurrido la vez que Oliver la defendió de su compañero de equipo, y recién allí Audrey entendió una de las tantas razones por las que Vanessa había aceptado darle una oportunidad al muchacho. Eso le gustaba, le agradaba saber que al menos a Oliver le preocupaba la seguridad de la pelirroja, pero por otra parte, no podía dejar de pensar en aquello que había oído decir a Paula, sobre que Oliver y James se habían acostado con la mitad de las colegialas. Audrey quería mucho a Vanessa, y le horrorizaba la idea de que se convirtiera en «una más» para el chico.
Cuando dieron por fin las nueve y media, la limusina del señor Lawson aparcó fuera de la casona e hizo sonar la bocina anunciando que era hora de irse, así que Vanessa se despidió de Audrey, dirigiéndole, como últimas palabras:
—Por cierto, no te olvides de que pronto es el examen de Historia. Espero que hayas estudiado o tendré que decirle a Dominik que nos dé clases particulares a ambas.
Y luego, la puerta se cerró a sus espaldas.
—No... puede... ser...
En cuanto Darren oyó a Audrey, volvió la cabeza hacia ella, extrañado.
—¿Qué ocurre? —le preguntó.
—¡Había olvidado por completo el examen de Historia! Con todo lo que ha pasado, ni siquiera he tenido tiempo de estudiar. ¡Me lleva la...!
—¡Tranquila! —la interrumpió Darren antes de que pudiera completar su maldición—. ¿Se te ha olvidado que estás frente a un fantasma que ha vivido en este mundo durante mucho tiempo? —Darren sonrió animado—. ¡Yo te ayudaré a estudiar! Así que saca tus libretas, libros y tu portátil.
—¡¿De verdad me ayudarás a estudiar?! —exclamó, lo que le seguía de emocionada.
—¡Por supuesto, pero hay que apurarnos si queremos que aprendas lo más posible!
Audrey asintió emocionada y acto seguido, hizo lo que Darren demandaba. Sobra decir que esa noche ambos durmieron pasadas las dos de la mañana, cuando la chica ya había memorizado las fechas, los nombres, y lugares más sobresalientes en la historia de México. Incluso había podido memorizar en orden a los primeros veintidós presidentes de la república, con lo que el fantasma se dio por satisfecho y ordenó que descansara.
—Mañana será un día muy pesado, lo presiento —dijo Darren, y cuánta razón tenía...
....
La mañana siguiente empezó muy temprano para el espectro y la chica, que desde las seis empezaron a fingir que Audrey hacía una exposición de todo lo aprendido para Darren, en voz baja y siendo muy discreta para evitar que Alex los oyese. Chester yacía acurrucado en las piernas de su dueña, mientras está explicaba al rubio lo que recordaba sobre la independencia de México.
—Esta te la sabes. ¿Cuál es el nombre completo del padre de la patria?
Audrey resopló. Una sonrisa se le dibujó en la boca al recordar que, poco después de su ingreso a la escuela, Rolland le había hecho la misma pregunta.
—Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte Villaseñor —soltó sin dubitar. Darren aplaudió resplandeciente de orgullo.
—Bien, bien. Ahora dime, ¿a qué se le llama el Porfiriato?
Audrey miró brevemente al techo y después contestó:
—Fácil: así se llama la época en la que gobernó José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, mejor conocido como Porfirio Díaz.
—¡Exacto! ¿Quién fue Doroteo Arango?
—Francisco Villa.
—¿Y el primer presidente de México?
—José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, es decir, Guadalupe Victoria.
—¿El diez de febrero de 1821 fue el...?
—Abrazo de Acatempan, entre Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide.
—¡Excelente, excelente! No me cabe duda de que has aprendido demasiado, pero antes de que tu ego vuele hasta las nubes, debes estar consciente de que solo te he preguntado las cosas más fáciles. Tu exámen de historia será un castigo de la Inquisición en comparación con esto, ¿estás de acuerdo?
—Lo sé, Darren, pero descuida, aún tenemos un día para estudiar.
El fantasma asintió. Audrey se fue a bañar entonces, y hora y media después ambos atravesaban las puertas dobles de la preparatoria. No solo ellos estaban nerviosos, casi toda la escuela, sobretodo el equipo de fútbol, se encontraban tensos porque sabían mejor que nadie que se acercaban las vacaciones de invierno, y por consiguiente, el conjunto de proyectos de todas las asignaturas. Pocas sonrisas asomaban en las bocas de los alumnos, y cuando se llegaba a la cafetería, uno solamente se encontraba con los grupos habituales en torno a sus mesas de costumbre, pero rodeados de libros, libretas, bolígrafos, teléfonos y una que otra portátil. En el equipo de Tenis nada variaba, salvo que Vanessa no se encontraba allí, sino buscando cosas en su locker, y Dominik se había ido a la biblioteca apenas saludar a Audrey.
Cuando la chica alcanzó a su amiga pelirroja, la encontró platicando con Oliver, muy cerca uno del otro, —casi abrazándose—, aprovechando la ausencia de su amigo. Este la miraba como Audrey jamás había visto que mirara a Paula ni a ninguna otra chica, y eso la hizo sonreír.
—¡Hola, chicos! ¿Ya estudiaron para el examen de Historia? —preguntó Audrey al llegar a su lado. Ambos se volvieron hacia ella y Oliver retrocedió como por instinto, pero Vanessa le aclaró con un gesto que Audrey ya sabía de su romance secreto.
—Me he dormido hacia la una de la mañana por estar estudiando —se quejó Oliver frotándose el cabello con exasperación, a lo que Vanessa se acercó y le frotó una mano con cariño, pero Darren y Audrey no se habrían dado cuenta de no haber sido tan observadores—. Eso, el proyecto de Ciencias y las prácticas de fútbol me están volviendo loco. ¡Mátame ya, Audrey, te lo suplico!
Vanessa y Audrey rieron gracias al grito teatral de Oliver.
—A mí Dominik me ayudó a estudiar a través de una videollamada en Skype —reveló la pelirroja—. No es como que sea el mejor maestro del mundo, pero estoy segura de que al menos aprendí algo. ¿Y tú, Audrey?
—Yo... —La chica miró momentáneamente al fantasma. Tenía muchas ganas de hablarles del excelente profesor que resultó ser Darren, pero como las inusuales circunstancias se lo impedían, se limitó a decir—: leí algunos libros... También puedo asegurar que aprendí lo suficiente para pasar el examen.
—Bueno... pues esperemos que todos podamos librarnos de esta pesadilla. No quisiera suspender mis planes con los del equipo por tener que asistir a clases en navidad, y desde luego, no tengo ninguna intención de cancelar los que tengo con mi novia.
Dicho lo anterior, Oliver envolvió un brazo en la cintura de Vanessa, lo que arrancó un suspiro en ella, y también lo habría logrado con Audrey de no ser porque, de súbito, algo la golpeó con fuerza haciendo que cayera al suelo su mochila y todas sus cosas se regaran por el suelo. Ese algo, desde luego, fue una Lisa cuya malévola curvatura de labios delató lo poco de accidente que había contenido su acción.
—¡Fíjate por dónde caminas, Smith! —exclamó Audrey embravecida al tiempo que se inclinaba a recoger sus útiles. Lisa rio con malicia.
—No me apetece. En cambio tú deberías dejar de estorbar en los pasillos, ¿no te parece?
—Cállate, Lisa. —Esta vez, quien habló fue Oliver, tan o más enojado que la propia Audrey.
—Eres una idiota —gruñó la rubia.
Lisa se marchó haciendo caso omiso de ellos. A continuación Oliver se agachó para ayudar a la chica a recoger sus cosas, y sin embargo, se quedó completamente quieto por un instante al toparse con la roca de amatista que Audrey solía llevar a todas partes.
—Se... te cayó esto... —balbuceó el futbolista, al tiempo que tomaba la piedrecilla entre sus dedos y se la entregaba a la propietaria; Audrey no pasó por alto que, mientras se la pasaba, tenía el ceño fruncido y la mandíbula caída. ¿Por qué se miró tan sorprendido incluso al levantarse y balbucear una vaga despedida a Vanessa para después marcharse? Era algo que ni ella ni el fantasma acabaron de entender a lo largo del día.
....
Lo segundo más pesado en la lista de quehaceres de Audrey fue asistir al centro comercial para comprar los regalos de navidad correspondientes. Y es que acababa de salir de su clase de defensa personal y todo el cuerpo, en especial las piernas le dolían a horrores.
—¿Cuántos regalos de navidad se supone que vas a comprar? —inquirió Darren mientras daban un recorrido a la quinta tienda de ropa.
—Como diez... no, menos, como quince...
Darren se echó a reír al oír su contestación, y Audrey no temió hacer lo mismo porque, a ojos de las demás personas, estaba hablando por teléfono y no con un ser invisible.
—¿Por qué tantos? —exclamó Darren impresionado.
—Bueno, tengo que regalarle algo a Vanessa, Dominik, Alex, James, mamá, papá, Oliver... y a Rolland.
—¡Eso lo explica todo!
Audrey puso los ojos en blanco al escuchar el sarcástico comentario de Darren, pero no agregó nada más y decidió entrar en una tienda de deportes para comprar algo a Vanessa.
Transcurridas dos horas, ya tenía listos los regalos de casi todos, tan solo le faltaba una última persona, pero, como para esta tenía planeado comprar algo mucho mejor, decidió retomar sus compras otro día, por consiguiente, ella y Darren salieron del lugar y regresaron a la casona Williams en escasos treinta minutos.
....
—¿Hablas en serio? ¿Cómo que aún no piensas decirnos qué es?
Alex llevó a su boca el tenedor con un gran pedazo de salchicha justo después de interrogar a su padre. Este sonrió como si ya hubiera anticipado esa pregunta y luego movió la cabeza con diversión de un lado a otro.
—Eso es cierto —intercedió Audrey en la misma actitud confundida que su hermano—. Si tan impresionante dices que será, ¿por qué guardar el secreto de lo que se tratará?
—Bueno, no coman ansias, niños. Mañana les contaré todo. Lo único que deben saber por ahora, es que el proyecto de navidad de Hoteles Williams será la cosa más maravillosa que tendrán el privilegio de ver en su vida, ¡como que me llamo Leonard!
Aunque Audrey, Alex y Marie estaban igual de intrigados puesto que Leonard llevaba días balbuceando sobre lo maravilloso de su proyecto de navidad sin mencionarles ni una cosa más, decidieron hacerle caso y no mencionar nada más sobre el tema, así que pasaron a contarse las nimiedades más sobresalientes de su día, y cuando menos lo pensaron, alguien había dicho algo que ocasionó una risa colectiva a la que siguió otra, y otra, y una más, hasta que de pronto...
—¡¿Qué pasó?!
—¡¿Qué diablos...?!
Las luces se apagaron de súbito, dejando a la casona Williams en completa penumbra. Alex se levantó sorprendido y cuando sintió algo peludo pasando rápidamente junto a su pie, soltó un golpe como por instinto y fue cuando Chester chilló de dolor.
—¡Alex, eres un estúpido! —bramó Audrey acostumbrándose a la oscuridad para tomar a Chester entre sus brazos.
—¡Perdón, es que creí que tu bola de pulgas me iba a morder y...!
—¡Silencio! —habló Leonard de pronto—. ¿Ustedes también oyen eso?
Solamente hasta que el señor Williams lo mencionó fue que Audrey, Alex y su madre repararon en que la alarma de la camioneta había empezado a emitir el ruido ensordecedor de la alarma.
Eso, mas el apagón ocasionó que Leonard rápidamente tomara lo primero que sus manos consideraron un arma y saliera al patio sin hacer caso a los riegos de Marie. Audrey supo al instante que algo estaba ocurriendo, y como no pensaba dejar solo a su padre en eso, fuese lo que fuese, envolvió en sus manos la roca de amatista rezando interiormente para que esta no comenzara a resplandecer como cada vez que había una sombra cerca.
—¡¿Audrey, qué haces?! ¡Vuelve aquí rápido! —gritó Marie enloquecida con la simple idea de que a su hija le ocurriera algo, pero al igual que Leonard, la chica no se hizo caso y salió a alcanzar a su papá, amatista en mano.
En ese momento de total incertidumbre lo único que se respiraba en el interior de la mansión era la pesadez de lo desconocido. Los únicos que estaban dentro eran Alex, Marie, y además, un confundido fantasma que recién empezaba a bajar las escaleras tras haber visto que la recámara de la chica quedaba en completa oscuridad.
—¿Audrey? —dijo en voz baja. Nadie más podía oírlo, pero por algún extraño motivo necesitaba mantener el tono de voz lo menos audible cada vez que estaba oscuro, era como una manía de esas que nacen por sí mismas, y no estaba interesado en corregirla.
Al no obtener respuesta, Darren siguió bajando, sin tener idea de lo que empezaba a ocurrir, no en el jardín, no en la cocina ni en el comedor, sino en la cabeza de la mismísima Marie...
—Mátalo...
Un susurro vaporoso, la mirada perdida, observando todo y al mismo tiempo nada y un cálido aliento rozando la parte trasera de su cuello...
—Es tu deber...
Hacía tiempo que ya no le ocurría... Una parte de ella estaba consciente de eso, pero la otra, mucho más grande, poderosa y por ende dominante, la incitó a dar la media vuelta y levantar la mirada, contemplando aquel par de ojos color café que la miraban con extrañeza, porque un rato antes Alex se había percatado de que algo andaba mal con su madre.
—Mamá, ¿estás bien? —inquirió acercándose a paso lento a ella, pero no hubo respuesta—. ¿Mamá?
Y entonces... ocurrió.
—¡Mamá!
Marie se abalanzó hacia Alex tras proferir un gutural gruñido y lo envolvió con sus brazos, con una fuerza sobrenatural. Ambos cayeron al suelo, golpeando la mesa que se sacudió, tirando platos y vasos de cristal que se hicieron añicos al caer. Pero, no obstante, Marie no demoró en tomar un tenedor que había cerca de ambos y empuñarlo dispuesta a clavarlo en la garganta del chico. Este se sacudía, horrorizado, sin tener la más remota idea de lo que estaba ocurriendo.
—¡Mamá, mamá, suéltame! ¡Mamá! —exclamaba Alex una y otra vez, pero Marie seguía con el tenedor en alto y una mirada rebosante de odio.
Darren observó estupefacto la escena, y cuando la señora Williams descendió el brazo con el objetivo de hundir el cubierto en la piel de su hijo, el fantasma extendió una palma de la que hizo nacer una esfera de luz, la cual levitó a toda velocidad hasta arrancar el tenedor de la mano de Marie; el espectro repitió la acción, pero esta vez fueron cuatro las esferas que salieron disparadas hacia las muñecas y tobillos de la madre de Audrey y la apresaron contra la pared que separaba la cocina del comedor.
Las luces se encendieron entonces, y fue cuando Darren y Alex contemplaron sin poder emitir ninguna palabra a una Marie con ojos tan rojos como un par de rubíes, gruñendo hacia su hijo cual animal rabioso, y, sin embargo, lo único más aterrador que verla en ese estado, era ver a Chester a sus pies, ladrando como ni el más salvaje de los perros lo habría hecho.
—¿Ma... Mamá? —Alex estaba tan conmocionado que ni siquiera se había levantado del suelo.
Mientras tanto, Darren se interpuso entre ambos, y, sin poder borrar de su rostro la expresión asombrada, extendió ambos brazos a los costados, mientras un halo violeta comenzaba a envolver su cuerpo y tanto Marie cómo Alex presenciaban la insólita aparición de un muchacho rubio en el comedor de la casa.
—¿Qui... quién eres tú? —inquirió Alex, lo que le seguía de impresionado.
Darren sonrió acordándose de que eso mismo le había preguntado Audrey al conocerse.
Por su parte, Marie aumentó el volumen de sus gruñidos cuando vio al fantasma mirarla fijamente.
—Estoy aquí para protegerte, Alex —dijo el fantasma, y, acto seguido, lanzó una esfera de luz directo al rostro de Marie, misma que ocasionó que esta parpadea por el resplandor. Sin en cambio, para cuando abrió los ojos nuevamente, sus iris habían vuelto a adquirir su tono verdoso natural.
Alexander se quedó mudo, sin ninguna palabra o gesto que pudiera delatar lo impresionado que estaba. Aunque lo más probable era que, pese a que hubiera querido decir algo, no habría podido, porque antes de hacer o decir lo que fuera, Darren volvió a extender las manos a sus costados, dos esferas de color naranja nacieron de sus palmas, y el espectro dijo:
—Olvidar será lo mejor. Fue un gusto conocerte, Alex.
Y entonces... Le borró la memoria a ambos.
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