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Capítulo 31

—Fe... rrei... ra. Ferreira.

—Exacto. Ferreira. Ese es el nombre que me mencionó el abuelo de Cassandra. ¿Conoces a alguien con ese apellido?

Darren reflexionó un momento la pregunta, pero Audrey sabía de antemano cuál iba a ser la respuesta, así que no le sorprendió en absoluto ver un movimiento de cabeza negativo segundos después de haber formulado su cuestionamiento.

—En absoluto, no tengo idea de quién podrá ser, pero lo que sí sé con toda seguridad es que ya debes ir a clase de Química, porque si no, tu profesor se molestará mucho.

Con un suspiro de resignación, Audrey asintió y juntos salieron del sanitario para dirigirse al laboratorio del profesor Hernández.

Habían pasado ya dos días desde que Audrey había sido dada de alta del hospital, y lo único que aún seguía ocupando espacio en la mente de la chica y el fantasma eran los balbuceos del señor Martín, a los cuales no les encontraban ni pies ni cabeza, pues no parecían tener sentido desde ningún ángulo por el que se les mirara.

Desechando las toneladas de hipótesis que opacaban la concentración que necesitaba para la clase en la que sus calificaciones iban terriblemente mal, Audrey llegó al aula y se extrañó de ver a sus compañeros en un orden diferente al acostumbrado: Dominik estaba con Vanessa, Lisa con una chica del equipo de Tenis, y solo había un escritorio desocupado al final de la última fila, así que se sentó preguntándose porqué el docente había decidido cambiarlos de lugar, si, por lo que ella tenía entendido, la clase rendía muy bien en el antiguo orden.

Por suerte el profesor apareció al segundo; se puso de pie al frente de los presentes, y dijo:

—Jóvenes, tengo el placer de anunciar que he decidido variar los sitios acostumbrados por el simple hecho de que quiero que deshagan esos grupitos de atrás que nada más platican en mi clase. Pero esa no es la buena noticia. Ahora también es mi deber hacerles saber que hoy se incorpora un nuevo alumno, especialmente a mi clase. Muchos de ustedes ya lo conocen, por lo que espero que no se les dificulte darle una cálida bienvenida a... ¡Bryan Sheppard!

—¡¿Quééééé?!

El salón entero había quedado en un silencio tan sepulcral que fue inevitable que todos se volvieran hasta el escritorio del rincón, donde se encontraba la anonadada Audrey, con los ojos abiertos de par en par y la mandíbula a punto de caerle hasta el suelo.

—¿Hay algún problema, señorita Williams? —inquirió el profesor, con cara de que ya no la soportaba como alumna.

—Profesor, es que... creí que Bryan iba en quinto semestre, como mi hermano.

Recibió una negación en respuesta.

—El joven Sheppard también va en tercero, pero que parezca mayor que ustedes es otra cosa.

—¿Sabe que puedo oírlo, verdad? —Al resonar una tercera voz en el aula todos se volvieron de inmediato.

Allí estaba Bryan, recargado en el marco de la puerta, con las prendas negras que lo caracterizaban, combinando con su centena de tatuajes que le teñían la piel.

—Lo lamento, Sheppard. Pase a tomar asiento.

Y para desgracia de Audrey, a Bryan justamente le tocó sentarse con ella, aunque, cabe recalcar que él tampoco parecía muy feliz con la elección del maestro.

Al tiempo en que Bryan recorría el pasillo para llegar a su lugar, las chicas suspiraban soñadoramente, los hombres se quedaban tan boquiabiertos como lo hubieran hecho si por esa puerta hubiera entrado El Hombre Araña, e incluso, las moscas detenían su zumbido. En el aula solo eran Bryan y su imponente aura.

—Ahora sí —dijo el maestro Hernández—, saquen sus materiales y comencemos con la clase.

Como Audrey no tenía materiales porque era su primer día de escuela luego de salir del hospital, Dominik se acercó a su lugar y le dejó en el escritorio una bolsa con todo lo requerido, mientras Bryan sacaba lo suyo; él mismo lo había comprado junto con Vanessa pensando en que quizá su mejor amiga no tendría posibilidad de adquirirlo por su cuenta. Al ver Audrey ese maravillosos gesto de ellos, solo tuvo oportunidad de agradecerles con un guiño a ambos. Acto seguido, comenzaron a seguir las indicaciones que daba su maestro para el experimento que estaban a punto de realizar.

—Señores, el día de hoy vamos a hacer un arco iris líquido —explicaba el docente—. Es sumamente sencillo, pero se requiere ser muy cuidadoso. Este tendrá un valor de un punto en su calificación semestral, así que por el bien de un lugar en la universidad a la que deseen asistir en el futuro... háganlo correctamente, ¿entendieron?

—Sííííí... —la monotonía en la voz de los alumnos era palpable. Evidentemente no estaban tan emocionados con la idea de hacer un arco iris líquido.

—¡Bien! Los materiales que necesitaremos son: el recipiente de cristal que les pedí; colorantes rojo, amarillo, azul y verde, una cuchara, un poco de miel o jarabe de maíz, lavaplatos color azul, alcohol, aceite, y desde luego, su probeta.

Los alumnos asintieron una vez que lo hubieron reunido todo, y posteriormente el señor Hernández pasó a explicar paso por paso la forma en que debían vertir los ingredientes.

....

Media hora transcurrió, y los únicos arco iris que habían tomado forma sin disolverse eran los de Dominik, Vanessa, Lisa y Bryan. Audrey había alcanzado a llegar al color azul antes de que el verde se le disolviera por vertirlo de manera precipitada. Claro que su profesor parecía a punto de tomar una pistola del cajón y darse un tiro, y en cuanto a Darren... bueno, digamos que no paraba de reírse en una esquina del aula por el fracaso de Audrey. Eso no la ayudaba mucho tampoco, de hecho ya comenzaba a irritarla.

—¿Quieres callarte, carajo? —exclamó Audrey entre dientes, ni siquiera consciente de que lo había dicho en voz alta.

Bryan se volvió de inmediato, con el ceño fruncido, mientras depositaba el color amarillo en su probeta.

—¿Qué dijiste? —su voz adquirió un tono amenazante que asustó a Audrey.

—¿Qué? No, no te lo decía a ti, Bryan. Sino... a las voces en mi cabeza que se burlan del desastre que soy.

El esbozo de una sonrisa pequeñita pareció surgir en la boca del chico, mas enseguida se borró para ser sustituida por un gruñido.

—Tira eso al lavabo, te ayudaré a hacer uno solo para ayudarte a callar esas «voces» en tu cabeza, pero apúrate o el profesor va a reprobarnos a los dos.

Ella no tardó en asentir y hacer lo que Bryan demandaba. De hecho, tan solo cinco minutos después, este ya iba por el segundo color y el violeta se mantenía intacto en la probeta; al extender el brazo para depositar el lavaplatos azul, Audrey miró en su muñeca un hermoso tatuaje de la letra «J» que la dejó maravillada al instante. No dudó en expresárselo.

—¡Wow. Ese tatuaje me fascina! ¿Qué significa, Bryan?

Bryan miró la letra en su piel. Un halo de disgusto alcanzó a pasar por su rostro cuando exclamó:

—¿A ti qué te importa? Métete en tus asuntos, rubia.

El semblante de Audrey cambió por completo. Se sentía enojada por la contestación tan brusca del muchacho.

—¡Oye! ¿Por qué siempre que intento ser amable contigo te portas tan mal? ¿No sabes lo que es la empatía?

Bryan rodó los ojos.

—Sé lo que es la empatía..., que no quiera ser empático contigo es otra cosa.

»Y para tu información, estoy harto de que intentes ser «amable». Ya conozco a las de tu tipo: van por allí intentando caer bien a la gente para luego hablar mierdas a sus espaldas... Todas unas zorras, ¿o no?

Esa... esa fue la gota que derramó el vaso.

Audrey se quedó paralizada al escuchar la manera en que Bryan la catalogaba, como una Lisa, como una Frida... Pero, si hubo alguien que no se quedó cruzado de brazos, ese fue Darren. El espectro apretó los puños tan fuerte que de haber sido humano, se le habrían tornado completamente blancos.

Al tiempo en que Bryan vertía el color rojo en la probeta, una lluvia de gruñidos de enojo surgieron de la garganta de Darren, y luego...

—Oh, no, Sheppard... ¡Te metiste con la chica equivocada! ¡Con mi chica nadie se mete. Nadie!

Entonces el sonido de un cristal haciéndose añicos resonó por el aula, y cuando todos voltearon, una única carcajada se oyó viniendo de cada presente en el salón, en tanto, Bryan soltaba maldiciones en voz baja y Audrey se apartaba asustada: la práctica había encontrado el modo de explotarle en la cara al muchacho, bañando su rostro de varias tonalidades que lo hicieron ver ridículo.

—¡Maldita... sea! —La manera tan baja y lenta en la que Bryan había dicho eso, asustó a la chica más que si la hubiera gritado a los cuatro vientos. Ella retrocedió aterrorizada, y casi se quedó gélida en su asiento cuando Bryan, habiéndose frotado con el dorso de la mano los colores en la piel, acercó su rostro al de ella, y le gritó—: ¡me tienes... harto! ¡Entiende de una buena vez que tú y yo nunca vamos a ser amigos, carajo! Personas como tú, detestan a personas como yo, ¡es una ley universal! Yo te odio, tú me odias, ¡y así será para toda la vida, joder! Una rubia zorra y un maldito tatuado jamás podrán llevarse bien, ¡entiéndelo ya!

Bryan salió del aula susurrando algo al profesor, y Audrey no se quedó atrás. En ese momento no le importaron los regaños, las llamadas de atención o los posibles reportes que pudiera ganarse en el futuro. Ella solo lo siguió, con lágrimas en los ojos, y cuando Bryan estaba a punto de entrar en un salón cuyo nombre la chica no alcanzaba a ver, corrió tan rápido como le fue posible, y murmuró sin aliento:

—Bryan... no sabes nada de mí, no sabes por lo que he tenido qué pasar.

—Lo mismo digo, niña —le contestó de manera mordaz.

—Ya, pero yo jamás te he juzgado por cómo te ves, o cómo te comportas, y tú, en cambio, te atreves a llamarme «zorra» sin tener pruebas de que lo sea.

—No necesito pruebas, Williams. Me basta con verte en la cafetería y ver los amigos a los que seleccionaste como parte de tu círculo: primero —Bryan comenzó a enlistar con los dedos—, está Vanessa Lawson, la niña más rica de todo el colegio. Luego, Dominik Parker, el extranjero cuyo cerebro es más grande que el de toda la escuela junta. También te he notado muy cercana con los hermanos Grey, famosos por dar las mejores fiestas, los que consiguen todo lo que quieren. —Puso los ojos en blanco—. Y no podía faltar el idiota de James Miller. No necesito decir las cualidades que te hicieron andar tras de él como cualquier colegiala estúpida de esta escuela, ¿cierto?

—Pero...

—¿Y ahora qué? ¿También quieres agregar al chico malo a tu colección de amigos a los que les sacarás provecho?

—¿De qué estás...?

—Olvídalo. Solo... sigamos odiándonos como de costumbre, ¿quieres?

—Pero... —susurró, y esta vez no paró de hablar— yo no te odio, Bryan.

Bryan, en respuesta, la miró a los ojos. Un ápice de amargura invadió sus facciones, aunque solo por un instante, justo antes de que dijera:

—Pues lo harías si me conocieras.

Y entonces, Bryan entró al aula, con lo que dio por zanjada la conversación y Audrey no tuvo más remedio que volver a clase.

....

Al llegar la clase de Historia, Audrey aún no había dejado de sentirse dolida por la actitud de Bryan, y por eso le costó tanto concentrarse en el presente, que demoró en darse cuenta de que la profesora ya estaba delante de todo el alumnado, empezando a explicar en qué consistiría la clase del día.

—Bueno, jóvenes, la tarde de ayer les pedí que investigaran qué había sido esta escuela antes de convertirse en preparatoria —decía Cassandra al tiempo en que recorría la estancia de un lado a otro—. Como es costumbre en México, muchos dijeron que había sido un panteón, y que en el aula de Biología se aparecía una niña, y bla, bla, bla... —La maestra soltó una risa que corearon todos los alumnos en seguida, menos Audrey, que seguía sin prestar mucha atención a lo que balbuceaba Cassandra—. Bueno, pues han de saber que todos, incluso el joven Parker, se han equivocado en sus investigaciones. —Como era de esperarse, una exclamación de sorpresa se hizo escuchar sobre el silencio en el que permanecía el salón—. Ninguno supo decirme qué fue esta preparatoria en el pasado. Y por eso, es mi turno de contarles la historia que yo me sé.

Cassandra dejó de hablar y se sentó sobre su escritorio con las piernas cruzadas. En las semanas que Audrey llevaba en México, había aprendido que cuando los profesores se acomodaban sobre la mesa, era porque la clase iba a ser muy interesante... o ellos soltarían un sermón larguísimo que acabaría una hora después. Pero, a juzgar por la situación actual, estaba claro que la primera opción era la acertada.

—Primero que nada —dijo Cassandra—, no se tienen registros sobre el año de creación de este edificio, puede que se remonte a poco después de que los españoles nos conquistaron. Lo que sí sé, por fuentes no taaan fidedignas que digamos, es que en el siglo XVI fue una hermosa mansión que perteneció a un acaudalado hombre, llamado... Ummmm... Se llamaba... —Cassandra golpeó su frente como haciendo memoria, y por fin, tras un minuto de reflexión, terminó por decir—: ¡ya me acordé! La casa perteneció a un hombre llamado Gonzálo García de Alarcón.

No solo fue Audrey quien levantó la mirada en seguida de su pupitre, sino también Darren. Este estaba más asombrado que la muchacha, y se le notaba en los ojos abiertos de par en par, en la mandíbula caída.

Gonzálo García de Alarcón. ¡Era el tipo al que buscaban las sombras!

Si la profesora notó que de repente Audrey le había empezado a prestar toda su atención, decidió no demostrarlo.

—Se cuentan pocas historias sobre Gonzálo, y la verdad mentiría si digo que me las sé todas. Sin embargo hay una que me han contado hace tiempo: se dice que Gonzálo era un tipo muy reservado, que pocas veces se codeaba con la gente, y no obstante, estaba próximo a casarse con la hija de un muy poderoso español que ostentaba algún puesto cercano al Santo Oficio. Recuerden que el Santo Oficio era...

—El organismo encargado de hacer valer las leyes religiosas mediante la aplicación de castigos que llegaban a resultar incluso mortales —intercedió Dominik, a lo que la maestra asintió orgullosa de tener en su clase a un estudiante muy listo.

—Exacto. Respecto a Gonzálo, faltaban solo días para que se efectuara su matrimonio con la joven, pero, desafortunadamente esta murió dos noches antes de que aconteciera la unión. ¿De qué? ¿Cómo? Nadie lo sabe, y dudo que llegue a saberse algún día. Pero lo cierto es que a Gonzálo no se le volvió a ver por ninguna parte de la Nueva España.

»Con el tiempo esta casona se transformó casi en ruinas, hasta que en el año 1987, poco después de que la ciudad acabara de recomponerse de lo que causó el terremoto de 1985, se decidió que este lugar abandonado se transformara en el colegio que es ahora... Se dice que aún se conservan algunas habitaciones de la verdadera construcción, pero nunca lo he sabido con certeza.

—¡Profesora! —exclamó un chico llamado Iván, al que Audrey casi no le hablaba—. ¿Es la sala D una de esas habitaciones?

—Podría ser —conjeturó Cassandra—. A lo mejor está prohibida por eso mismo: porque es antigua y el director quiere evitar que la destruyan los mismos engendros que rayan en las paredes y puertas de los sanitarios cosas como «te amo, Denisse», o «Diana y Memo por siempre».

Al igual que cada vez que Cassandra hacía esos comentarios, todos soltaron una risotada, exceptuando a Audrey, cuya mente estaba centrada en Gonzálo, su historia y en el hecho de que aparentemente lo que ella conocía como la «puerta prohibida» en realidad se llamaba la «sala D».

En cuanto a la leyenda, no parecía haber nada anormal en ella, o ninguna razón lógica por la que las sombras buscaran a Gonzálo, y eso ya resultaba extraño. Por eso y por muchas cosas más, Audrey decidió quedarse en el salón hasta que todos sus compañeros se hubieran marchado al receso. Para su desgracia, Lisa también había decidido lo mismo, porque no se movió de su asiento mientras Audrey caminaba hacia la maestra con el deseo de saber más de Gonzálo.

Eso hizo que Audrey pusiera los ojos en blanco automáticamente. Sin embargo hizo su mayor esfuerzo por ignorar a la chica, y cuando llegó al escritorio de la docente, tímidamente le preguntó:

—¿Profesora Cassandra? —La susodicha levantó la vista en seguida—. ¿La leyenda que nos contó es cierta? ¿Esta escuela fue antes una mansión?

—Así es, Audrey, ¿por qué?

Ella se quedó pensativa un rato. Darren permanecía a su lado oyendo la conversación, atento a cualquier dato de relevancia que pudiera revelar la posible causa de que las sombras los atacasen a ellos.

—¿Eso es todo lo que sabe acerca de Gonzálo? —inquirió la chica, dubitativa.

Cassandra la miró con extrañeza al principio, pero luego pareció acordarse de algo y le dijo a su alumna, con tono de indecisión:

—La verdad es que mi abuelo me ha contado algunas cosas sobre él. Mira... yo dije en la clase que, tras el fallecimiento de su prometida, a Gonzálo no se le volvió a ver más por la Nueva España. —Audrey asintió sin siquiera pestañear. Un sexto sentido le decía que algo importante estaba en camino—. Pues... mentí.

»Mi abuelo dice que tras la muerte de su prometida, Gonzálo se encerró a piedra y lodo en su casa. No salió en días, por lo que algunos aseguraban que se había vuelto loco. Sin embargo, Martín añade que la Inquisición mandó soldados a rodear su casa, aunque no tengo idea de porqué. Lo más curioso, y quizá diabólico del asunto... es que se dice que un día un par de soldados entraron a apresarlo para llevarlo a dar declaración del crimen bajo el que lo arrestaban... Y se encontraron con que no había nadie en la mansión... estaba vacía, y aunque registraron todos los rincones, jamás pudieron hallar ningún pasaje secreto por el que pudiera haber escapado. Las malas lenguas aseguran que él tenía poderes que le permitían realizar hasta lo imposible, pero lo cierto es que al día de hoy, solo Dios sabe lo que ocurrió.

Cassandra la observó detenidamente, quizá en busca de una reacción de sorpresa, pero Audrey se mantuvo imperturbable durante el largo minuto en que los ojos de su profesora se clavaron en ella; por dentro, Darren y la chica estaban hechos un completo caos, no obstante trataron de mantener la calma y en sus cabezas nació la idea de analizar lo dicho por Cassandra más tarde, con más tranquilidad.

—¿Puedo ayudarte en algo más, Audrey?

La nombrada parpadeó, haciendo un esfuerzo por dejar de lado las revelaciones.

—Ehhhh..., no. Me ha ayudado bastante. Se lo agradezco mucho.

Cassandra sonrió, tomó sus cosas, y dijo, mientras caminaba fuera del aula:

—De nada. Y me alegra mucho que te hayas recuperado. Nos vemos mañana.

—Sí, adiós —contestó, antes de quedarse a solas con Lisa y con Darren.

Audrey se dispuso a salir también, con rumbo hacia la biblioteca. Casi logró ignorar la presencia de Lisa. Casi. Cuando estuvo a punto de cruzar el umbral, oyó a la pelinegra lanzar un bufido al tiempo en que susurró:

—¡Qué tontería! Nada de eso es cierto.

Como automáticamente, Darren y Audrey se volvieron al mismo tiempo.

—¿Qué dijiste, Lisa? —Eso lo inquirió la rubia, con la frente arrugada, como si no acabara de entender lo dicho por su archienemiga.

—Dije que nada de eso es cierto. Eso no es lo que ocurrió con Gonzálo.

Podría bien significar el fin del mundo, pero por primera vez a Audrey le interesó oír hablar a Lisa.

—Entonces, ¿qué fue lo que ocurrió?

Su interlocutora compuso la mejor expresión intelectual en su rostro.

—Bien es cierto que Gonzálo solía ser dueño de la casona que era antes esta preparatoria, y que se iba a casar con la hija de un español, pero después de que ella falleció, él se encerró en su casa y varios guardias rodearon el edificio, pero no porque lo buscara la Inquisición, sino porque lo estaban protegiendo.

—¿Protegiendo? ¿De quién?

—De la persona que asesinó a su prometida... Sí, Audrey, ella no murió «por causas desconocidas», como dijo la profesora Cass, sino que un tipo la mató, y planeaba matar también a Gonzálo para quedarse con sus bienes. Por eso los soldados montaban guardia fuera de la mansión, sin embargo, cuando se dice que unos soldados tuvieron la osadía de meterse a la casa y no lo vieron, no fue porque se hubiera escapado, sino porque el asesino tuvo el ingenio suficiente para colarse por algún acceso secreto..., lo mató... y se llevó el cuerpo. Por ello la guardia buscó pasadizos; querían atrapar al homicida.

Aunque por obvias razones Lisa no lo notó, Darren y Audrey cambiaron una breve mirada, preguntándose lo mismo que la chica inquirió a Lisa más tarde:

—Sé que me dirás que no, pero, ¿tienes una vaga idea de quién era el asesino de Gonzálo y su futura esposa? Es que te veo tan informada que deseo probar mi suerte. Yo no soy tan inteligente como tú, ya sabes.

Lisa no se molestó en ocultar la sonrisa de superioridad que esbozaron sus soberbios labios.

—Ummm..., sí, leí quién era su asesino, solo que tenía un nombre tan raro que se me olvida constantemente. Espera... déjame acordarme... Se llamaba... ¡Argh! ¡Lo tengo en la punta de la... Oh, espera, ya me acordé! ¡Se llamaba Darren Rosewood! Rosewood fue quien asesinó a Gonzálo y su prometida.

Y entonces... el mundo se vino abajo para el fantasma.

Darren echó a correr rápidamente fuera del aula, sin un rumbo fijo, sin una meta en particular, atravesando a la multitud de jóvenes cuyo bullicio llegó incluso a ser insoportable para él. Y es que, había matado a un hombre y a una chica. Era... un... asesino. No podía pensar en otra cosa que no fuera el hecho de que, según creía, merecía por completo ser un alma en pena vagando en la tierra por la eternidad, como castigo de sus malos actos en su vida pasada.

Mientras tanto, Audrey trató de seguirlo tan pronto como vio que este huía sin mirar atrás, pero cuando estuvo a punto de salir del aula, una mano se aferró a su brazo, y después de que se vio obligada a levantar la vista, sus ojos se toparon con los de James, un James turbado, y posiblemente algo abatido.

—¿James, qué...?

—Audrey, lamento mucho haberte tratado como lo hice en el partido de soccer, yo...

—Descuida, no pasa nada. Tengo que irme. —Al tiempo en que Audrey decía eso, recorría el largo pasillo con la vista, pero no lograba dar con el fantasma.

—No, Audrey...

—Ahora no, James. En verdad debo irme.

—Al menos dame la oportunidad de compensar mi falta. ¿Saldrías conmigo hoy, como a las cinco y media?

Poco faltó para que Audrey bufara, pero no lo hizo, pues gran parte de su concentración estaba puesta en hallar al fantasma.

—¿Y...?

—¿Si digo que sí, vas a soltame?

—Eso creo.

—Entonces pasa por mi a las cinco y media. Ahora suéltame, que tengo que irme.

—¡Genial! —dijo James—. Entonces te veo allí.

Después de que James diera la vuelta triunfante, Lisa salió del aula balbuceando vagamente que le dolía mucho la cabeza, pero Audrey la ignoró por completo y corrió buscando a Darren incluso por el sitio más recóndito de la escuela, no obstante, la búsqueda fue inútil, por que no lo halló por ningún lado y luego de quince minutos decidió darse por vencida en la tarea. Entonces se metió al sanitario, se miró al espejo con una expresión seria en el rostro, y se dijo, como si le estuviera hablando a Darren:

—Darren, tú no eres un asesino, y yo voy a demostrártelo aunque sea lo último que haga.

Ese día había sido uno de los más tristes para ambos; por un lado, Darren se mantenía oculto en el despacho del director August, porque sabía de sobra que era el único lugar en el que Audrey no entraría sin un permiso especial, y además, el director había tenido que marcharse diez minutos antes, así que el fantasma se había hecho un ovillo junto a la puerta, y sollozaba, destrozado, imaginando una extensa variedad de escenarios en los que él mataba, no solo a un hombre, sino —y lo que es todavía peor—, a su joven prometida, una muchacha dulce y bella que estaba próxima a casarse.

—Dios, estoy pagando por mis pecados, ¿cierto? —gimoteó. Las lágrimas no cesaban de salir de sus bellos ojos color roca—. Es un alto precio el que me has impuesto, pero, de ser así, ¿por qué has hecho que Audrey y Caroline también carguen con mi castigo?

Y por el otro lado, Audrey salía del sanitario, tratando de contener el llanto que amenazaba con bañar sus mejillas de un momento a otro. Para evitarlo, decidió repasar de nuevo sus conversaciones con Cassandra y Lisa, en busca de algún indicio de que fuera mentira la versión de la segunda. No podía y no deseaba permitir que Darren se mortificara pensando en que había cometido un acto de maldad mientras estaba vivo. Pero desafortunadamente, no pudo concentrarse en el repaso de ambas leyendas, porque en ese momento vio salir del aula de Biología a Vanessa, cubriéndose el cuello con una bufanda y alisando su falda como cada vez que se encontraba nerviosa.

—¿Vanessa?

La aludida se sobresaltó en cuanto oyó la voz de su amiga llamándola. Carraspeó, se alejó lo más posible del aula y tartamudeó:

—¡Audrey! ¿Qué... qué haces aquí? Es hora de comer, vamos ya a la cafetería, ¡anda! —Enganchó su brazo al de la rubia y tiró de ella como si el tiempo estuviera persiguiéndolas.

Al llegar a la mitad del pasillo, Audrey se resistió a continuar la carrera hacia la cafetería, convencida de que algo extraño estaba ocurriendo con la pelirroja.

—Vanessa, ¿estás bien? Te noto algo extraña.

—¿Extraña? ¡Claro que no, Audrey! Mejor vayamos a ver la práctica de soccer, ¿sí? Todavía nos quedan como quince minutos.

Audrey frunció el ceño.

—Vanessa, tú odias ver la práctica de soccer. Cada vez que la vemos es porque yo insisto en que vayamos a ver cómo está mi hermano. En serio, ¿qué es lo que te pasa?

—¿A mí?

—¡Sí! En este momento tú, Dominik y yo deberíamos estar comiendo con el equipo de Tenis, pero en su lugar te encuentro saliendo del salón de Biología con un semblante nervioso, y encima me dices que vayamos a ver la práctica. ¿Qué pasa? Sabes que puedes confiar en mí.

Audrey tomó las manos de Vanessa y las apretó suavemente, como para instarla contarle lo que la perturbaba.

La pelirroja se mordió el labio, dubitativa, pero al final levantó el rostro, y respondió:

—Pasaré a tu casa hoy por la noche y te lo contaré todo, ¿sí?

Audrey vio la forma en que los castaños ojos de su amiga miraban inquietos en todas las direcciones, pero decidió quitarle un poco de importancia, animada con la idea de que Vanessa le contaría la verdad al anochecer.

—A las siete en mi casa. Sé puntual.

Y acto seguido, Audrey recordó que había un lugar en el que aún no había buscado a Darren, así que echó a correr rumbo a la oficina de Romero esperanzada, necesitaba encontrarlo. Hoy más que nunca debían estar juntos y descubrir la verdad sobre la vida de Darren y los motivos que lo llevaron a ser un fantasma.

Audrey llegó a la puerta, la abrió como si fuera su habitación, y suspiró aliviada cuando lo primero que sus ojos encontraron fue el saco azul rey del espectro, seguido de la hermosa cabellera rubia del mismo; estaba tan ebria de alegría por haberlo hallado, que tardó en notar que Darren no estaba solo. Había otra persona en la oficina, y cuando reparó en ella, la extrañeza la embargó:

¿Qué diablos estaba haciendo Monique Blanchard allí?

....

—Así que... Una cita con el estúp... con James, ¿eh? ¡Qué... bien!

Audrey sonrió. Con la mirada puesta en el roble frente a su balcón, se dio la libertad de saborear los celos que le inspiraba la voz de Darren, a quien daba la espalda a propósito para no delatar cuán complacida estaba de palpar su reacción molesta en el aire.

—Así es, pero, Darren... —Entonces se volvió, caminó hacia el espectro y, aprovechando que este se había materializado un segundo atrás, se sentó a su lado en la cama y acercó su rostro al de él tanto como le fue posible—. No tienes nada de qué preocuparte. Solo voy en esa cita porque tuve que decirle a James que sí para seguir buscándote. Es únicamente mi amigo.

Darren sonrió al oír eso.

—¿Ah, sí?

—Ajá.

Su sonrisa se hizo más ancha, y Audrey supo a la perfección cuáles eran las verdaderas intenciones que lo movieron a decir:

—Pues no te creo.

Y en respuesta, Audrey lo besó. Fue un beso suave, dulce e inocente, que poco a poco se tornó más intenso, hasta que Darren tiro de ella haciendo que se sentara a horcajadas en su regazo, y así, ambos se desataron por completo en un oasis de besos cargados de frenesí, que solo pararon cuando la bocina del auto de James se dejó oír sobre el silencio en el que estaba sumergida la habitación.

Audrey se separó de golpe de Darren, y resopló antes de decir:

—Creo que es hora de irme...

Darren asintió.

—Darren, te prometo que no pasará nada entre James y yo. Además... —Audrey sabía de antemano que sus sentimientos quedarían al descubierto al decir lo siguiente, pero no le importó; si Darren debía saberlo, era el momento adecuado de decírselo—. A mí me gustas tú, no James.

Darren rio, palmeó una de sus rodillas con los dedos índice y medio de su mano, y le dijo a la chica:

—Entonces que James se espere otros cinco minutos.

Y el oasis de besos siguió, dejando que James se exasperara con cada minuto que transcurría sin que Audrey saliera de la casona.

....

Cuando Audrey subió al auto de James, este trató de ocultar su molestia abrazando a la chica como si no la hubiera visto en dos años; después se acomodó en el asiento del conductor y condujo hacia el centro de la ciudad, sin siquiera cruzar una palabra con ella.

—James, ¿adónde vamos? —preguntó. Había creído que irían a algún lugar cerca de El Zócalo, pero el muchacho había tomado una ruta diferente y ahora se acercaban a orillas de la ciudad.

—Al lugar en donde comen los Black Dragons cada vez que ganan un partido —aclaró él y siguió conduciendo.

Pronto el sol terminó de esconderse para dar paso al azul negruzco que adquiría el cielo después de las seis de la tarde. El tráfico comenzó a disminuir a medida de que avanzaban hacia su destino, y las calles empezaron a vaciarse conforme se alejaban del centro.

Audrey observó por la ventana, cómo poco a poco empezaban a apreciarse las lindes del bosque, y deseó que Darren se encontrara allí, porque algo comenzaba a ponerla nerviosa.

—James, no creo que debamos ir tan lejos. Debo llegar a mi casa a las siete porque veré a Vanessa —protestó Audrey, a lo que James respondió quitándole importancia con un ademán del brazo.

—Descuida, llegamos como en diez minutos.

Y dicho eso, el muchacho manejó sin volver a dirigirle la palabra.

Pero pasaron diez minutos y aún no había señales de ningún posible restaurante al que pudieran ir. Audrey empezaba a enloquecer, y, poco faltaba para que se echara contra James exigiendo que volvieran a casa, cuando de pronto el auto se detuvo. James bufó, trató de encenderlo una, dos, tres veces y nada. Entonces fijó sus ojos en el tablero frente a él, soltó una maldición y dijo:

—¡Mierda! Se acabó la gasolina.

—¡¿Qué?!

—Creo que debo conseguir más; la gasolinera más cercana está como a dos kilómetros. ¿Crees que puedas quedarte aquí unos minutos? No tardaré mucho.

—Yo... —Audrey dubitó. Para entonces eran cerca de las seis y media y no parecía haber gente en kilómetros a la redonda. Además, casi no pasaban autos, y eso la ponía de los nervios, porque donde había soledad... había sombras. Y sin Darren allí, Audrey era una presa fácil y vulnerable—. ¿Y si mejor llamas a Oliver y le dices que nos hemos quedado varados? Tal vez él pueda ayudarte.

James negó con la cabeza.

—No tengo señal en mi teléfono. Revisa en el tuyo.

Audrey siguió sus indicaciones y allí fue cuando se dio cuenta de que su móvil estaba apagado. Ella no recordaba que lo estuviera cinco minutos atrás, cuando vio la hora, pero lo peor vino cuando ella intentó prenderlo y no hubo respuesta alguna del aparato. Incluso quitó y recolocó la batería, pero nada.

Se hundió en el asiento y resopló con angustia.

—¿Y...?

—Nada. Mi teléfono se descompuso.

—Entonces quédate aquí. Yo prometo no tardarme mucho en conseguir la gasolina, ¿de acuerdo? —Tal parecía que James había detectado un deje de temor en Audrey, porque añadió—: solo serán unos minutos. Cierra las puertas con seguro, no abras las ventanas, y huye si algo ocurre.

Bueno, al parecer James habría muerto de hambre si fuera parte de protección civil, porque sus recomendaciones poco ayudaron a mantener a Audrey tranquila.

La chica se restó a asentir y no apartó la vista de James hasta que este se hubo perdido en el camino que seguía a orillas de la carretera.

Cuando hubieron transcurrido unos treinta y cinco minutos de sempiterno silencio sin que James volviera, a Audrey le pareció oír un ruido a las afueras del auto. Intentó ver más allá, y pronto sus ojos se fijaron en el bosque, porque estaba segura de haber visto algo allí; repasó las instrucciones de James, sin embargo decidió que lo más importante era salvaguardar su vida, sin importar lo que ocurriera con el auto. Entonces, cuando el sonido de un gruñido volvió a resonar en la cercanía, puso las manos en la puerta y se dispuso a huir, pero en ese momento...

Un grito salió de su boca.

Los siniestros ojos color ámbar y la mandíbula de aguzados colmillos de un lobo se adhirieron a la ventana, gruñendo, golpeando varias veces la carrocería como si intentara romper el vehículo para atacar a la chica, que se arrellanó en el asiento de James buscando alejarse lo más posible de la bestia cuyo pelaje café, negro y blanco dejaba un contraste sobresaliente con los iris que resplandecían bajo la oscuridad de la tarde.

Buscó en vano un arma con la cual defenderse; únicamente contaba con la amatista y su escasa habilidad para correr, pero dudaba que eso le sirviera de mucho.

El lobo, que había empezado a golpear más fuerte la puerta, hizo crujir la ventana y una grieta se extendió diagonalmente de un extremo a otro. Audrey se alarmó a sabiendas de que no tardaría mucho en hacerse añicos, y entonces ese sería su inevitable fin.

Sopesó la opción de correr, pero huir no le serviría de nada. Era lenta, y gracias a la extenuante clase de defensa personal a la que había asistido estaba agotada, además, el lobo iría tras ella y solo le bastarían unos minutos para pescarla y comérsela. En resumen, nada de lo que hiciera sería útil.

Por la manera en que fueron apareciendo más grietas en la ventana en los siguientes dos minutos, ella supo que no faltaba mucho para que esta se rompiera, y su suposición estuvo en lo cierto, porque pronto el cristal produjo un ruido ensordecedor y se rompió en mil pedazos; el lobo no desaprovechó ni un momento. Precipitó la cabeza hacia el interior del auto e intentó pescar a Audrey con la mandíbula, pero esta se arrinconó tanto como pudo en el lugar del conductor. Había decidido no llorar, y en vez de que las lágrimas rodaran por sus mejillas, se cubrió los ojos y esperó a que llegara su inevitable final, dirigiendo sus últimos pensamientos a Darren y a los besos que se habían dado esa misma tarde.

Pero los segundos transcurrieron sin que la mandíbula del lobo llegara a tocarla, y cuando abrió los ojos, se dio cuenta, asombrada, de que entre la ventana rota y el siniestro animal se interponía lo que menos hubiera creado volver a ver: la sombra alada que solía vigilarla desde su balcón. Le daba la espalda, pero ella podía ver una pálida mano ciñéndose al mango de una espada que dirigía al cuadrúpedo, como invitándolo a entrar en combate. Mientras tanto, este gruñía y le miraba con ferocidad, pero la figura alada no retrocedía.

De pronto entraron en acción; el primero en arrojarse hacia el otro fue el lobo, quien con una fuerza brutal se lanzó hacia el pecho del ser alado y casi logró derribarlo. Casi.

Entonces, este lo devolvió a su lugar con un empujón de su espada y lo rasgó varias veces haciendo que retrocediera conforme iban inmiscuyéndose más en la pelea. La noche le daba ventaja al lobo, pero su fuerza no era suficiente para arrebatarle el triunfo al defensor de Audrey, que, poco más de unos minutos después logró hacer que el cuadrúpedo huyera de nuevo hacia las profundidades del bosque. Y por su parte, él también siguió su camino como deseando desaparecer de la vista de la chica, pero ella no deseaba dejarlo ir tan fácilmente, así que abrió la puerta y gritó:

—¡Oye! ¡Tú, espera! ¡¿Quién eres?!

El ser alado se detuvo, pero no se dio la vuelta.

—¡Por favor, responde! —Ahora sí, las lágrimas salieron por sus mejillas y su voz casi pareció un ruego desesperado cuando añadió en voz muy alta para que el individuo la oyera—: escucha, he tenido un sueño. Tú estabas allí, y pude verte, pude ver tu rostro, pero lo he olvidado por completo. Me has defendido hoy, y quiero agradecértelo. ¡Por favor... déjame verte!

Audrey esperó respuesta en vano. El ser alado no se dio la vuelta, y además comenzó a caminar mucho más rápido que antes, lo que Audrey tomó por una rotunda negación.

Al cabo de lo que fueron diez minutos, James volvió con un balde lleno de gasolina y antes de depositarla en el auto, intentó hacerlo andar. Extrañamente, cuando lo encendió, el tablero indicaba  se encontraba lleno de combustible. A Audrey se le erizaron los vellos de la nuca.

—¿Qué le ha pasado a mi auto? —preguntó James, en un tono nada tranquilo, de hecho, daba la impresión de estar muy furioso, porque silbó entre dientes—: está lleno de arañazos y tiene una ventana rota. ¿Qué mierda le ha pasado a mi auto, Audrey?

—¿Qué le ha pasado a tu brazo? Tienes un raspón justo allí.

Audrey tenía razón: una gran línea roja se extendía por lo largo del brazo de James.

—Me he raspado mientras iba por la gasolina. Ahora responde. ¿Qué... le pasó... a mi auto?

Audrey respiró, digiriendo el tono de James, que mucho se parecía al de Tyson cuando estaba enojado. Quiso responder, pero solo sollozos salieron de su boca, y al final, en voz baja, repuso:

—Por favor, James. Solo llévame a casa. Quiero irme ya.

James se percató de que la chica estaba llorando y le acarició la rodilla, levantando su barbilla con la mano libre.

—¿Qué es lo que pasa? —le preguntó. Su voz suave, llena de preocupación.

—Ya me quiero ir.

—Lamento mucho todo esto, Audrey. No pretendía que...

—Ya no importa, James. Yo solo quiero llegar a mi casa.

Más gemidos de tristeza salieron de la boca de Audrey, mientras las lágrimas se agolpaban incesantemente en sus mejillas. James se preparó para llevarla a la mansión, y no obstante, a punto de dar la vuelta sobre la carretera, hizo lo más inesperado del mundo:

Besó a Audrey.

Sus labios estaban fríos, agrietados, y su beso no se parecía a los que Darren le había dado a la chica antes de que esta saliera de la casona. Sin duda alguna ellos no podían ser más diferentes entre sí, y cuando sus bocas se separaron, y James apoyó su frente en la de Audrey, ella no hizo más que negar con la cabeza.

—Lo lamento, James —susurró—. Yo no puedo corresponderte así.

James soltó una risa queda.

—¿Tu corazón pertenece a otro? ¿Es a Carson, verdad?

—¿Qué? —Audrey estaba desconcertada.

—He oído el rumor de cómo lo defendiste cuando los tutores estaban hablando mal de él en la cafetería.

—James, Rolland es solo un amigo, pero sí, no te voy a negar que ya estoy enamorada de alguien más.

—¿Lo conozco?

—No.

—Pues es lo mejor. Te quiero tanto que, si lo conociera, no dudaría en batirme con él por ti.

Audrey frunció el ceño. No acababa de entender algo que él había dicho.

—¿Batirte? ¿Como... en... duelo?

James se aclaró la garganta y despegó su frente de la de ella, comenzando a conducir después de haber mascullando un leve «olvídalo». Y cuando llegaron a casa de la chica, apenas correspondió la despedida de esta. Solo se fue, y ella entró en su cuarto triste.

Pero toda esa tristeza se evaporó al ver a Vanessa sentada en su cama, envuelta en la misma bufanda color rosa que le había visto en la escuela.

—Menos mal que llegas. Llevaba media hora esperándote.

En efecto, eran las siete con treinta cuando Audrey pisó la casona.

—Gracias por esperarme. Yo... tuve un contratiempo.

—Sí... vi el auto de James allá afuera. Espero que todo haya estado bien.

La rubia se encogió de hombros, quitándole importancia a su sufrimiento.

—Sí... Más o menos. Pero ya estoy ansiosa por escuchar lo que tienes por decirme. ¡Habla ya!

—Pues... —Vanessa dibujó una sonrisa pícara en su boca—. Oliver y yo estamos saliendo.

A continuación, Audrey lanzó un chillido al tiempo que brincaba sobre sus propios pasos con alegría. Ya lo sospechaba, pero estaba lejos de creer que eso era lo que le confesaría la pelirroja.

—¿Es en serio? ¿Desde cuándo?

—Apenas tiene dos días...

—¿Y cómo pasó? ¡Por favor cuéntamelo todo!

—Bueno... —Vanessa se sonrojó, con un brillo inusitado de alegría iluminando sus ojos—. Lo que pasó fue que...

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