Capítulo 29
Audrey caminó rumbo a la cafetería con Darren detrás de ella; deseaba comprar algo de comer aprovechando la hora libre que tenía, y su intención era volver después al salón de biología para estudiar junto con Dominik y Vanessa para el examen de literatura, que estaba próximo a realizarse.
—Oye, ¿sigues enfadada conmigo? —inquirió el fantasma, avergonzado de saber que desde la noche anterior Audrey no le había dirigido la palabra.
—No estoy enfadada contigo —confesó, cuidando que nadie los viera—. Solo que esto es demasiado para mí. Es decir, sabes que soy la única que puede verte, ¿no? —Una pausa, en la que lo observó con ojos caídos—. ¿Para qué inventar algo como que Caroline puede verte?
Darren arrugó la frente, indignado.
—¡Ya te he dicho que es verdad! Esa niña puede verme, y hablarme.
—Darren —pronunció Audrey tras suspirar exasperada—, es hora de que admitas que no es cierto. Yo misma vi ayer cómo Caroline te ignoraba, incluso después de que gritaste su nombre en su oído como diez veces seguidas. Ella jamás te miró. Tal vez las veces que así ha sido, solo se ha tratado de una serie de coincidencias que te hicieron creer lo contrario. Entiendo que la soledad que experimentes sea incomparable, pero sabes que me tienes a mí. —Audrey se acercó a Darren y sonrió—. Trataré de estar disponible para ti tanto como pueda desde ahora, ¿sí? Pero ya no te preocupes. Además, si estás diciendo la verdad, tarde o temprano comprobaré que Carol puede verte.
—Está bien... —susurró Darren. Era cierto. Como él no mentía, la verdad tarde o temprano saldría a la luz.
Cuando finalmente llegaron a la cafetería, se toparon con que en la mesa del fondo estaban sentados todos los tutores a excepción de Fany, hablando entre sí, o bufando por algo que decía Diana. Al principio ninguno de los dos les hizo caso, pero cuando el nombre de Rolland llegó a sus oídos, Audrey depositó especial atención en su plática.
—¿Saben? No puedo creer que el imbécil de Rolland haya regresado a la escuela —dijo la tutora de un modo casi despreciable. Los otros bufaron en señal de aprobación—. ¡Estábamos bien sin él! Aquí no se le necesita para nada.
—Tienes razón —añadió otro tutor. Audrey recordaba que al parecer su nombre era Gerardo, aunque no estaba muy segura—. Digo... No entiendo cómo August contrató como tutor a alguien tan sencillamente estúpido... además de gay.
Audrey no tuvo idea de lo que hacía, pero para cuando menos se dio cuenta, ya había caminado hacia la mesa de los tutores y carraspeaba haciéndose notar. En cuanto todos levantaron la vista hacia ella, solo atinó a mirarlos mal, y luego declarar:
—¿Cómo se atreven a hablar así de Rolland? —Gerardo la miró con suficiencia, tal como la habría mirado Demián de no haber desaparecido—. ¡No tienen derecho de expresarse así de él! Rolland es una buena persona.
A eso, Diana se echó a reír. Había algo en su risa, y en general en su expresión que a Audrey le ponía los pelos de punta.
—Eso dices porque no lo conoces. Rolland es la peor persona con la que podrías encontrarte en tu vida. Y además, estoy segura de que es gay. Todos en esta mesa estamos seguros de que lo es. ¿No, chicos? —Todos corearon un «¡sí!» como respuesta.
—¿Y por qué habría de serlo? —con cada segundo que pasaba, el recelo en la voz de Audrey se hacía más notable, y el desinterés por el fantasma que llegaba a su lado en ese momento también.
—¿Has visto su perfil en Facebook? —replicó Gerardo socarronamente—. No tiene fotos con ninguna chica, y además, jamás en la vida se ha hecho pública ni una relación de noviazgo suya.
—¡Pffff! Eso no significa nada. Y déjenme ser muy clara: en mi presencia, ninguno de ustedes va a volver a hablar mal de Rolland. Se creen con el derecho a criticarlo cuando ni siquiera se han tomado la molestia de mirarse en un espejo y notar que tienen defectos mucho más significativos que los de cualquiera en esta escuela, aunque los sepan esconder tan bien que lleguen a creer que son perfectos. Y tú —se dirigió a Víctor—, he empezado a tener confianza en ti, pero te voy a aconsejar que no seas estúpido y la pierdas. No te conviene tenerme como enemiga, créeme. Con su permiso, tengo que ir a mi tutoría.
Dicho lo anterior, Audrey caminó hacia la biblioteca con Darren pisándole los talones, en tanto, los tutores la miraron con lo que solo podría describirse como incredulidad. Claro que el espectro no la miraba de diferente modo. De hecho podría decirse que él era el más sorprendido de la escenita que había presenciado pocos segundos atrás.
—Defendiste a Rolland... —susurró, hablando más consigo mismo que con ella.
—Sí... No me preguntes porqué. Ni siquiera yo lo sé.
Pero Darren estaba tan anonadado que no se le ocurría ninguna pregunta al respecto.
Ambos llegaron a la biblioteca con poco más de dos minutos de retraso, pero la regañiza que Audrey esperaba sufrir por parte de su tutor fue remplazado por una inmensa alegría al verlo de pie frente al estante de los libros de ciencias, comiendo una gelatina de cereza con avidez. Al instante, Audrey sintió la necesidad de correr hacia sus brazos, y no cupo en júbilo al ver que también Rolland había tenido el mismo instinto. Así fue que, en menos de tres segundos, los dos yacían fundiéndose en un caluroso abrazo que dejó una agria sensación en el estómago de Darren —que probablemente era imaginaria, a diferencia de las ganas de estrangular al individuo con anteojos que situaba sus manos en la cintura de la chica—.
—¡Oh, Rolland, estás de vuelta! —exclamó Audrey, con algarabía.
—Así es, pequeña. De vuelta para atormentarte, dejarte muchas tareas, evitar que te metas en problemas, y sobretodo... ¡quitarte tu teléfono! ¡Muajajajaja! —Rolland le arrebató el teléfono de la mochila en un movimiento rápido y comenzó a reír, al tiempo que lo levantaba sobre su cabeza para evitar que Audrey lo recuperara—. ¿Me extrañaste, pequeña?
—Solo un poco. Casi nada —mintió, aunque la realidad era que escuchar de nuevo la palabra «pequeña» de boca de su tutor le devolvió la dosis de felicidad que le había arrebatado su anterior discusión con los colegas de Rolland.
—Yo ni me acordé de tu nombre —presumió el joven—, pero ya que he vuelto, y oootra vez debo trabajar contigo, será mejor que empecemos con la tutoría. Saca tu libro de Química. Traigo en mi iPhone una nueva aplicación que te ayudará a memorizar la tabla periódica. Y te encantará. ¡Estoy seguro!
En efecto. Tal como Rolland aseguró, la aplicación ayudó a Audrey a aprenderse el número atómico de treinta y nueve elementos de la tabla periódica en menos de una hora, y para cuando los hubo recitado de memoria al menos unas cinco veces, el tutor decidió dar a la chica un merecido descanso de cinco minutos, en el que, como era costumbre suya, se dedicó a comerse un tazón entero de M&M's. Sin embargo, al paso de dos minutos, Rolland fijó su atención en el semblante ido de Audrey. Esta miraba sin realmente mirar la superficie del escritorio en el que estaban sentados, al tiempo en que daba mordiscos ansiosos a la tapa de su bolígrafo. Por lo general ella era mucho más activa en sus tutorías, y quizá esa fuese la razón de que, de un momento a otro, Rolland dejara su recipiente de lado, para preguntarle a la joven:
—Pequeña, ¿estás bien?
Audrey lo miró, suspiró y se mordió el labio antes de inquirir:
—¿A ti... A ti te molesta que la gente hable mal de ti a espaldas tuyas? ¿Cómo puedes lidiar con las opiniones ajenas cuando todas se inclinan a la negatividad?
Rolland no se esperaba esa pregunta. Ella pudo deducirlo fácilmente por la forma tan lenta en que él se llevó los dedos de una mano al mentón y frunció ambas cejas en actitud pensativa.
—¿Sabes qué pienso? Pienso que nos debería importar una mierda lo que la gente opine de nosotros —respondió muy seguro de sí mismo—. Mira, en la vida, siempre te vas a topar con personas a las que todo lo que hagas les parecerá incorrecto, y ellas te criticarán por eso, buscarán destruirte en lugar de ayudarte a mejorar. Sin embargo, debes tener desde el principio una clara visión de adónde quieres llegar en la vida, trazar metas fijas, y no dejarte influenciar por nadie a pesar de todo lo que veas y oigas. Debes recordar que nadie en este mundo querrá verte bien. Jamás.
Audrey enarcó las cejas.
—¿Qué hay de tus amigos? Ellos querrían que estuvieras bien.
Pero Rolland rió en respuesta.
—Los amigos en realidad no existen, pequeña. Los amigos... son solo un conjunto de obstáculos que te impiden cumplir tus objetivos, llegar hacia donde deseas. Eso que todos llaman «amistad» es solo un estorbo en tu camino hacia la grandeza.
La muchacha no podía creer la crudeza con la que Rolland había expresado su punto de vista, pero por una vez, sintió que empezaba a comprender porqué él se comportaba de un modo tan altivo que lograba que todos lo odiaran en la escuela.
—¿Tú crees que habría llegado hasta donde estoy si me hubiera importado rodearme de amigos? ¿Crees que podría ser un estudiante de administración en la universidad y asistente educativo en un colegio privado si tan solo mis preocupaciones se hubiesen desviado a las fiestas de los viernes por la noche?
—¿Significa eso que nunca tuviste amigos?
Rolland sonrió con melancolía.
—Vaya que los tuve, pero para lograr ascender en la escala que yo mismo me autoimpuse, tuve que deshacerme de varios. —La joven dibujó en su rostro una mueca de horror puro—. ¿Quieres un ejemplo? Demián y yo éramos mejores amigos desde la preparatoria —explicó—. Ambos llegamos aquí con el sueño de trabajar para pagar nuestros estudios, graduarnos e ir de viaje a Madrid, o París. ¡Lo deseábamos tanto!
—¿Y... qué sucedió?
—Un día, Romero anunció a todos los tutores que elegiría a uno de nosotros como su mano derecha, su asistente personal. Aquel que gozaría de cualquier privilegio posible, y lo auxiliaría en la toma de decisiones cuando él lo requiriera. Adicionalmente, cuando esta persona tuviera que marcharse del colegio por una u otra razón, recibiría cartas de recomendación por parte de grandes personalidades dentro del sector educativo. ¿Puedes imaginar obtener una carta por parte del secretario de educación? ¿O del mismísimo presidente? ¡Romero es muy influyente!
—Supongo que todos lo ambicionaban.
—Supones bien. Quizá la única a la que le daba totalmente lo mismo es Fany, porque... bueno, hablamos de la más inocente de mis compañeras.
»El punto es que a partir de entonces, todos entramos en una guerra donde incluso llegamos a sabotear el trabajo del otro... No pongas esa cara, tampoco matamos a alguien. —El chico soltó una risa—. Demián y yo prometimos jugar limpio, y también que no habría resentimiento por parte de uno si el otro llegaba a ganar.
»No obstante, cada día que pasaba, nos fuimos olvidando un poco más de nuestra promesa. Hasta que Romero anunció al ganador.
—Fuiste tú... —murmuró, atando cabos sueltos.
—Exacto... Demián se puso furioso. Él necesitaba esas cartas para poder irse a una prestigiosa universidad que sus padres no podían pagar debido a que gastaban todo su dinero en atender a su hermano.
—¿Atender?
—Se supone que tenía problemas mentales que requerían de un costoso tratamiento. —Se detuvo a tomar aire—. Admito que me porté como un maldito al restregarle mi triunfo en la cara, pero no lo habría hecho si no me hubiese enterado dos semanas después, de que él había comenzado a divulgar rumores sobre mí con todos los demás tutores.
—¡¿Eso hizo?!
El joven asintió con las cejas arqueadas.
—Desde allí entendí que no vale la pena desgastarse en estrechar lazos emocionales con una persona que luego te apuñalará por la espalda. Eso simplemente es... una pérdida de tiempo total. —El tutor dejó lanzar una bocanada de aire mientras su mirada se perdía más allá del estante paralelo a él. Acto seguido, tomó un puñado de M&M's para llevárselos a la boca en un gesto cargado de amargura, de dolor, como si la pregunta de Audrey hubiera desatado un oasis de recuerdos nostálgicos relacionados a su amistad con Demián Martínez—. Oye..., pero tendrás Psicología hasta el semestre que viene. ¿Por qué me preguntas ahora todo eso, pequeña?
El cuestionamiento la tomó por sorpresa.
—Yo... tuve una mala experiencia con mis amigos...
Ella todavía no terminaba de explicar, cuando el tutor profesó:
—¿Qué es lo que te hicieron? Domingo y Vanessa parecen ser buenos chicos.
—Antes que nada, es Dominik, y, segundo: no fueron ellos. Esto... sucedió desde antes de que yo viniera a México. —Suspiró, al tiempo que levantaba los hombros restándole importancia.
—Entiendo —musitó Rolland ofreciendo unos cuántos dulces a su alumna.
Hubieran querido seguir charlando, pero en ese momento el timbre sonó anunciando que todos debían reunirse en las gradas, pues el partido de soccer no tardaría en dar comienzo.
Rolland despidió a Audrey prometiendo que iría a las gradas en un minuto, por lo que ella y Darren salieron, encaminándose hacia el campo deportivo, donde ya los futbolistas calentaban por última vez antes de su esperada actuación.
—¡Audrey, por aquí! —exclamó Vanessa agitando las manos mientras ella y Dominik se separaban, dejando un lugar para su amiga en la tercer grada del sitio. Audrey de inmediato se acomodó allí, mientras que el espectro se quedó de pie junto a Dominik.
Pasados unos minutos, los estruendosos gritos del alumnado se volvieron aún más sonoros apenas ver que ambos equipos hacían su aparición en el campo. James iba por delante de los Black Dragons, seguido de Oliver, Kyle, Alex y el resto de sus compañeros. En el equipo contrario, el capitán era un atractivo chico de cabello negro y piel trigueña que observaba desafiante a su oponente, y aunque sus facciones no eran tan duras como las de Morgan, sí inspiraban algo de temor.
—Ese es Daniel Jiménez —susurró Dominik a las chicas—. Conocido por jugar limpio. Su principal virtud es la organización. Aunque a causa de su repulsión por las trampas, se le considera uno de los equipos más débiles de la liga escolar.
—¡Vaya! —exclamó Audrey—. Creí que no te gustaba el soccer.
—Y no me gusta —aclaró Dom—, pero es divertido analizar a los equipos para hallar sus destrezas y debilidades. Así adivino más fácilmente quién va a ganar o perder.
—¿Y cuál es tu pronóstico para este partido? —terció Vanessa.
Dominik entrecerró los ojos.
—Al principio los Black Dragons dominarán la jugada, pero poco antes del medio tiempo, Daniel integrará a alguien de la banca, y este cambio resultará en una anotación, que le quitará la victoria al equipo de James.
Audrey lo miró sorprendida.
—¿Nuestro equipo va a perder?
—Nuestro equipo va a perder —confirmó.
Para su sorpresa, Dominik acertó en casi todo; apenas veintiséis minutos después de iniciado el partido, los Black Dragons ya habían anotado un gol, y jugaban tan bien que muy pocas veces el equipo contrario había tenido el balón en su poder, sin embargo, tras una caída que sufrió un miembro de este, Daniel había tenido que intercambiarlo por otro jugador, el número siete, que animó el campo de batalla realizando una anotación desde el otro extremo de la cancha. Para cuando faltaban dos minutos de la primera mitad, ambos iban empatados.
Oliver le pasó el balón a Alex en un intento por ganar de último minuto, pues no iban a permitirse el lujo de perder en su propia casa. Alexander corrió hacia la portería enemiga, tan rápido como pudo, esquivando con destreza a sus contrincantes. El balón parecía estar pegado a las puntas de sus pies. La audiencia contuvo el aliento al faltar tan solo unos metros para la meta.
Los gritos de apoyo hacia Alex se hicieron oír en el campo. Oliver, Kyle y James hacían todo por evitar que Alex fallara ese tiro, aunque sabían que era imposible, pues ya no había nada que le impidiera anotar ese gol.
Alexander echó el pie atrás, e iba a arrojarlo hacia adelante, cuando algo se lo impidió de súbito.
Koskamekalt ka temoa mits...
«No», suplicó Alex en su mente. «¡No. No ahora. No aquí!»
Pero fue inútil. Al instante, su cuerpo dejó de seguir las órdenes de su cerebro. Tan solo se quedó allí, parado como estatua a metros de la portería, mirando al frente sin realmente ver nada de lo que acontecía a su alrededor.
Tlani aneuan xochitolipan...
El eco susurrante pasó de un oído a otro, dejando un rastro de aliento cálido en el cuello del muchacho.
Un gemido de angustia se oyó, como proviniendo de la boca de una mujer herida. Esta misma voz siguió repitiendo la segunda frase cada vez más lento, como si necesitara que Alex la recordase hasta que saliera del trance.
Pero la última, y tal vez más sonora frase que Alex oyó minutos después, fue la que profesó un tono adulto masculino, la cual era una mezcla de bramido y demanda que resonó en el silencio en el que el chico parecía estar inmerso. La voz, desvaneciendo a todas las demás, exclamó:
—¡Kauitl ka tlami...!
Y el chico despertó de su trance.
Lo primero que Alex hizo cuando volvió en sí, fue mirar a su alrededor en busca de alguna señal de lo que había ocurrido en su «ausencia». No tardó en notar que Audrey, con ayuda de Dominik y Oliver lo habían transportado hacia la enfermería tan pronto como se hubieron dado cuenta de lo que le acontecía. En ese momento lo acostaban en la cama, abriéndole paso a la enfermera, que tomó nota al instante de sus signos vitales.
Al otro lado de la puerta, un bramido de furia se oyó, después de una voz femenina angustiada que al parecer mantenía una disputa con el primer tono. Guiados por la curiosidad, Audrey, Oliver y Dominik se acercaron a la puerta y la abrieron, encontrándose con un furioso James que gritaba un sinfín de improperios hacia la dulce Mariana.
—¡No lo entiendes, Mariana. Por su culpa perdimos el partido! —exclamó. Justo entonces se dio cuenta de que tres personas más lo miraban desconcertados, pero su actitud soez no cambió—. ¡Lo quiero fuera de mi equipo!
—¡¿Qué?! —gritó Oliver incrédulo—. Amigo, no puedes echar a Alex del equipo. Es de nuestros mejores jugadores.
—Pues en el campo me ha demostrado exactamente lo contrario —alegó el capitán de los Black Dragons, y añadió, dirigiéndose a Alex—: escucha, Williams, ambos sabemos que fue una mala jugada. La próxima vez pásame el balón a mí. Si es que la hay, claro.
Audrey frunció el ceño, boquiabierta.
—¿Estás de broma, no? James, mi hermano acaba de sufrir un trance. No es como que él controle el día o la hora en que esto le ocurra. —Oliver asintió en su dirección—. Mi hermano ha sido un buen elemento para tu equipo, no entiendo porqué decides prescindir de él apenas cometa un error, cuando ni siquiera es su culpa.
James no se ablandó. En cambio puso los ojos en blanco ante los argumentos que le planteaba Audrey, y que secundaban Dominik, Oliver y Mariana.
Audrey pudo sentir la presión bajo la que se encontraba el muchacho, y se acercó, extendiendo la mano para acariciarle el brazo con el objetivo de tranquilizarlo, sin embargo este la retiró de un golpe y le dijo de modo amenazante:
—No me tocarás si sabes lo que te conviene, Williams.
Audrey retrocedió al oír sus palabras. Rememoró fugazmente una tarde en que el equipo de baloncesto de Tyson había perdido la final del torneo escolar. Ese día intentó bajo todos los medios consolarlo, sin embargo apenas se acercó queriendo darle un beso, Tyson se separó bruscamente de ella, y le dijo las mismas palabras que James acababa de soltar, con el mismo tono agrio y de rechazo que el futbolista había empleado.
Audrey apretó los puños, encolerizada, y se alejó de él. Para cuando este se dio cuenta de su error y quiso alcanzarla, ella ya había doblado la esquina y se había metido en el último cubículo del sanitario de mujeres, donde Darren la esperaba ansioso por recibir noticias sobre el estado de Alex.
—¿Cómo está tu hermano? —fue lo que preguntó apenas verla abrir la puerta del cubículo.
Audrey se llevó una mano a la sien y empezó a masajearla. Estaba realmente estresada después de las peleas que había sostenido con los tutores, con James, y también con la revelación de Rolland sobre Demián.
—Te lo contaré más tarde. Por ahora necesito que me hagas un favor.
—Estoy a tus servicios, mi Chocolatito.
Audrey sonrió, pero parpadeó para concentrarse en la realidad.
—Vanessa se encargó de llamar a mi papá para que se lleve a Alex, y dice que llegará en veinte minutos. Quiero que los acompañes y te asegures de que mi hermano esté bien. A las cinco de la tarde encuéntrame en la biblioteca de la ciudad. Allí te contaré lo que ocurrió.
—¿En la biblioteca?
Audrey afirmó con la cabeza.
—Necesito averiguar algunas cosas, pero quiero que estés allí conmigo. ¿Crees que puedas?
—Claro, nos vemos allí.
Audrey le dedicó una sonrisa sincera y Darren no tardó en materializarse el tiempo justo para darle un tierno beso en la mejilla. El simple contacto de sus pieles hizo a la chica estremecerse de placer y regular el estrés que amenazaba con hacerla explotar en breve.
Con un último adiós, Audrey salió del sanitario y caminó hacia la biblioteca, planeando ocultarse de todo el mundo mientras el partido continuaba. De hecho consideró fugazmente saltarse el resto de sus clases, pero sabía que Dominik y Vanessa la buscarían, así que con gran pesar desechó esa idea de su mente.
A punto estuvo de llegar a la entrada de la biblioteca, pero en eso vio salir de allí a Fany y alejarse muy apresurada hacia el otro lado. Audrey arrugó el ceño desconcertada y entró a la sala de lectura. Sus ojos escudriñaron la instancia hasta que dieron con algo que no encajaba con la pulcritud en la que siempre estaba sumida esa aula: en el escritorio donde solía tomar las tutorías se hallaba un folder color paja abierto de par en par, con documentos que parecían haber sido analizados recientemente. Ella se acercó con cuidado y los observó. Al instante, la confusión tiñó cada una de sus facciones.
¿Por qué Fany había estado viendo su expediente?
....
Darren se presentó en la biblioteca de la ciudad a las cinco en punto, tal como él y Audrey habían acordado. Gracias a su conveniente condición de fantasma, pasó totalmente desapercibido para la recepcionista cuando atravesó las puertas dobles de cristal y subió sin vacilación hacia el segundo piso. Audrey se encontraba, como él suponía, en la misma habitación donde recientemente habían discutido después de hablar sobre los sueños compartidos de ella y Vanessa.
—He llegado —anunció, viendo aliviado que no había nadie en rededor.
Audrey no respondió, sino que le hizo un ademán con la mano para indicarle que se sentase a su lado, mandato que él obedeció de inmediato. Apenas se acomodó en la incómoda silla de plástico naranja chillón, vio que en la portátil de Audrey se mostraba una página web con un texto enorme y algunos dibujos acompañándolo. Sus ojos subieron involuntariamente hacia la barra de búsqueda y fue así como notó que Audrey había escrito «Leyenda de don Juan Manuel». El fantasma frunció el ceño.
—¿La leyenda de Don Juan Manuel? —inquirió con curiosidad—. ¿Has venido aquí para leerla por milésima vez?
Darren recordaba que en más de una ocasión, Audrey había tomado sin permiso el libro que Alex hurtó de Roberto en su llegada a la casona. Lo había analizado sin descanso, pero nunca le contaba el motivo de su curiosidad.
—No seguirás pensando que yo soy su sobrino.
Audrey se giró hacia él.
—Quedamos en que había una pequeña posibilidad —le recordó.
—No se oye como algo que quisiera creer —admitió Darren en voz baja—. Pero dime, ¿has descubierto algo diferente?
Audrey hizo un gesto de disgusto con la boca.
—No. La verdad es que todas las leyendas que he ido encontrando a lo largo de esta semana dicen exactamente lo mismo: un hombre acaudalado manda a traer a su sobrino de España ante la falta de descendencia, le llegan rumores de que su esposa lo engaña y guiado por los celos hace un trato con el diablo. Ninguna novedad aquí. —Darren examinó su resumen palabra por palabra, pero para su sorpresa, mucho antes que que pudiera pensar en algo qué decir a continuación, la chica agregó—: sin embargo, hay algo que simplemente no me cuadra en todo esto. Al principio no sabía lo que era, pero ahora que he leído nuevamente la leyenda lo he descubierto.
Interesado, el espectro inclinó el torso hacia delante, aproximando su rostro a la computadora hasta que solo los apartaban unos veinte centímetros de distancia.
—¿Qué cosa es?
—Bueno... —empezó Audrey—. La leyenda dice que al no tener descendencia, Juan Manuel se divorció de su esposa y tomó los hábitos en el convento de San Francisco.
—Ajá.
—La primera vez que Alex me contó la historia, no le vi nada de raro al hecho de que hiciera un pacto con el demonio por celos.
—Pero...
—Pero entonces hoy en la mañana me ha llegado a la mente una pregunta demasiado desconcertante, la razón por la que he decidido venir a investigar esta leyenda.
—Me tienes en ascuas. Dime de qué se trata —suplicó Darren mirándola con urgencia. Audrey tomó una profunda inhalación y luego contestó:
—Okey... Mi pregunta es: si se supone que antes de traer a su sobrino de España para que administrase sus negocios, Juan Manuel se divorció de su esposa, ¿entonces por qué le interesaba tanto que ella lo engañase más tarde, si se suponía que ya no estaban juntos?
Aquello era más de lo que Darren esperaba oír. Quizá ese fue el motivo por el que se quedó quieto, reflexionando una a una las palabras de la chica.
—Pero hay más —dijo entonces ella—. He notado que curiosamente después de mencionar que Juan Manuel estaba celoso de creer que su esposa lo engañaba, no se hace más mención de ella. Y me extraña porque, ¿donde se supone que queda la mujer en todo esto? Mientras su ex-marido vendía su alma al diablo, y mataba gente, incluyendo a su sobrino, ¿qué estaba haciendo ella?
—Ahora que lo mencionas... Creo que tienes algo de razón.
—Mira... Se que probablemente en aquella época era muy importante lo que la gente dijera de ti, sobretodo cuando eras dueño de una gran fortuna. Sé que a lo mejor a don Juan Manuel le afectaron los rumores en un nivel inimaginable, sin embargo creo fielmente que si ya se había divorciado de su esposa, hacer un trato con el diablo por celos estaba de más. Aunado a ello el hecho de que a la presunta mujer no se le menciona después de eso.
Darren permaneció un momento callado, digiriendo la información para dar su veredicto, en actitud solemne y casi tan seria que era como si de repente se hubiera transformado en otra persona.
—Entonces tenemos dos opciones a evaluar. La primera es que en realidad su esposa no haya existido y el trato con el diablo no fuera por celos, sino por otra cosa.
Audrey lo procesó.
—¿Y la otra?
—La otra... —comenzó Darren aturdido—, la otra es que Juan Manuel mató a su sobrino... pero no fue un error como lo dicta la leyenda.
La chica sacudió la cabeza y arrugó su frente.
—¿Por qué otra razón un tío mataría a su sobrino, Darren?
—Te sorprendería saber la cantidad de motivos que lo habrían llevado a cometer un homicidio. En aquella época los había de sobra.
—Bien, bien —balbuceó la joven, tratando de ocultar el asombro en su voz—. Formularé esta pregunta de manera más clara para que entiendas mi inquietud: ¿por qué tu propio tío iba a querer matarte a ti? A ti, Darren. Digo, está claro que nunca has mostrado actitudes lo suficientemente negativas como para incitar a tu tío a matarte. ¡Eres un dulce!
De haber podido, Darren se habría sonrojado, mitad tímido, mitad enfadado.
—¿Por qué sigues creyendo que yo soy o fui el sobrino de don Juan Manuel? —exclamó de pronto, algo aturdido ante la simple idea.
—¡Porque no creo que sea coincidencia el hecho de que ese hombre haya matado a su sobrino y casualmente tú seas un fantasma que ha vivido en su casona desde hace mucho tiempo! ¿No lo ves? Es más que obvio: tú eres el sobrino de don Juan Manuel.
—No es así —refutó—. Yo me llamo Darren Rosewood, no Darren de Solórzano.
—¡Eso no lo sabes! —le soltó Audrey—. Ni siquiera tienes idea de cómo es que conoces tu nombre! ¿Nunca se te ha ocurrido, por ejemplo, que ese no sea tu nombre real, y que la única razón por la que crees que sí, es porque ese es el único nombre que te llegó a la mente una vez que despertaste en la mansión? Es decir, ¡piénsalo! De algún modo tuviste que adquirir todos esos conocimientos acerca de las sombras, y de tu nombre propio, pero que los tengas no significa que sean correctos. Si tan solo lográramos averiguar la fuente de aquellos datos...
—Audrey, no sigas, por favor.
Para sorpresa de la chica, el espectro casi le estaba suplicando que parara, así que ella calló apenas oír su voz turbada.
—No quiero que sigas indagando en mi pasado. Basta ya, te lo ruego.
—¿Qué? ¿Por qué?
Darren dejó caer la cabeza con angustia.
—Escucha... una vez hace mucho tiempo, oí que si fuiste malo en vida, tu alma no tiene derecho a ir ni al cielo ni al infierno al morir. En su lugar, te vas a algo llamado purgatorio. Es como estar entre los vivos, pero sin que ellos puedan verte, condenado a vagar por la tierra para siempre.
—Yo también sabía eso —masculló Audrey—. Pero, ¿cuál es el problema?
El fantasma soltó un bufido.
—Por si no te has dado cuenta, yo vivo en una especie de purgatorio desde hace muchos siglos. Nadie me ve ni me oye además de ti, Chester y Caroline. La razón por la que no quiero que indagues en mi pasado, es porque no quiero descubrir que fui un asesino en vida. Yo... no soportaría saber que le hice daño a alguien, que tuve las manos manchadas de sangre ajena.
Audrey, asimilando la razón por la que Darren siempre se mostraba receloso cada que tocaban el tema de sus poderes, se acercó hacia el muchacho y habló en un murmullo:
—Entiendo, pero también hay otra razón por la que tu espíritu podría estar atrapado en mi mundo, ¿sabes? —Darren no necesitó recurrir a las palabras, porque Audrey continuó por su cuenta tras ver el deje de esperanza en sus ojos grisáceos—: he leído que si mueres habiendo dejado asuntos pendientes en vida, tu alma no puede descansar en paz, por lo que se ve obligada a quedarse aquí hasta que halle alguna forma de resolverlos. Solo entonces podrás irte. Incluso hay fantasmas que no saben que están muertos y siguen su «vida» con normalidad, al grado de que sus seres queridos los pueden ver como si fueran de carne y hueso. Si no me crees, echa un vistazo a esto.
Audrey dio un par de clicks a su computadora incluso cuando aún no terminaba de hablar, e invitó a Darren a que leyera una historia.
Dicho texto narraba la leyenda de un trailero cuyo vehículo se volcó en La Rumorosa, Baja California, muy lejos de casa, lugar al que le urgía llegar, pues su esposa estaba por dar a luz a su primer hijo.
Cuando el trailero despertó, lo hizo junto al enorme camión que conducía. Todo parecía estar intacto, pero el tráiler descompuesto, por lo que optó por caminar hasta encontrar algún sitio donde pudiera conseguir combustible. Caminó y caminó, pero más tarde se dio cuenta de que no parecía avanzar ni un solo centímetro, así que resignado decidió esperar a alguien que pudiera entregarle un dinero a su esposa, en vista de que no podría llegar al parto.
Hubo un par de personas a la que les entregó el sobre de efectivo, sin embargo, estas siempre huían, dinero en mano, y nada le llegaba a su esposa. Hasta el día en que decidió confiar en un muchacho, quien sí llegó hasta la residencia de la mujer del trailero, pero esta lo recibió con la impactante noticia de que su esposo había muerto cinco años atrás. El joven le entregó el encargo y se fue horrorizado. Entonces, y solo entonces, el difunto pudo saber que ya no pertenecía al mundo de los vivos, y que ahora podría descansar en paz... para siempre.
Darren se quedó gélido tras leer la historia. Demoró varios momentos en volver a hablar, pero cuando lo hizo, la esperanza iluminaba sus facciones.
—¿Crees que ses posible...?
Audrey sonrió.
—¿Que tengas asuntos por resolver aquí en la tierra? Lo creo más probable en comparación con que estés lidiando con un castigo por haber matado a alguien. Tú jamás matarías a alguien, ni en esta vida ni en ninguna otra.
Darren la miró muy serio.
—¿Y crees que esos asuntos podrían relacionarse contigo? Si es así, esa podría ser la razón por la que tú puedes verme.
Un poco más animada, Audrey le contestó:
—¡Eso es muy probable! Se me ocurre que quizá necesitamos descubrir cómo moriste para que puedas descansar en... paz. —Aquella última palabra le salió en un susurro. No quería, pero era inevitable imaginar cómo sería su vida sin Darren una vez que él hubiera culminado su misión en la tierra. Se había acostumbrado tanto a él que le dolía pensar en que el chico no pertenecía a su mundo. Jamás había pertenecido.
—Puede que tengas razón... —añadió Darren en un susurro.
A partir de entonces el fantasma se mostró menos indispuesto a indagar en su pasado, por lo que las horas transcurrieron entre investigaciones sobre su nombre, leyendas que pudieran tratarse de caballeros extranjeros —ya que con su cabello rubio, sus ojos grises, y el apellido ajeno a los originados en la Nueva España daba la impresión de tratarse de un extranjero—, investigaron más a fondo la leyenda de don Juan Manuel, y para cuando una figura imponente se situó junto a Audrey y esta volteó, se encontró a la bibliotecaria observándola como si fuera un indigente tendido en el suelo de un área prohibida.
—Es hora de que te vayas —anunció la mujer con voz mecánica, observándola a través de sus anteojos de media luna.
Audrey miró por el gran ventanal que tenía a un lado. La noche ya caía sobre la ciudad, y ella había sido incapaz de darse cuenta de ello.
—Yo... lo siento mucho, ya me iba... —balbuceó tomando su mochila, al mismo tiempo en que Darren se adelantaba a la puerta.
Audrey le dio la espalda a la recepcionista con los nervios de punta. De pronto el aire en el salón le parecía más frío, y una terrible sensación se instaló en lo más profundo de su mente, como un presentimiento de que algo andaba mal. Al parecer Darren también lo percibió, porque se giró habiendo llegado a la puerta, y abrió los ojos de par en par al vislumbrar algo a espaldas de la chica. Ella no sabía lo que era, pero por su expresión horrorizada adivinó que no sería nada bueno. Oír la voz hueca de la bibliotecaria le ayudó a confirmarlo:
—No —dijo—. No te irás aún.
Y entonces, una luz violeta envolvió a Darren e inmediatamente este lanzó a Audrey hacia su costado izquierdo, ocasionando que esta saliera despedida hasta chocar con uno de los estantes y se golpeara la cabeza en la madera del mueble. Estaba desconcertada, claro, pero no tardó en conocer la razón tras el comportamiento de Darren, pues, apenas pudo concentrar su vista al frente, se encontró anonadada ante la imagen de la bibliotecaria despidiendo un denso humo negro de los pies, que se extendía más allá de su cabeza, llegando hasta el techo. Y no mucho tiempo después, la mujer tomó la forma de una horripilante sombra cuya capucha negra solo dejaba ver una hilera de filosos colmillos donde debían situarse sus dientes.
Audrey retrocedió ofuscada, viendo cómo Darren se enfrentaba valientemente a la sombra, haciendo nacer de sus palmas una serie de esferas luminosas que lanzó hacia el ente, mientras este chillaba con cada golpe y retrocedía intentando protegerse.
Por su parte, Darren se dijo que solo era un enfrentamiento más, pero entonces la sombra alzó el vuelo y de sus huesudas palmas extendidas salieron disparados lo que parecían ser tres cuchillo en llamas que por poco se clavaban en su cabeza, de no ser porque los reflejos actuaron primero, orillándolo a moverse más rápido de lo que creía posible.
Darren brincó sobre los ordenadores, estrellando uno tras otro en el suelo de baldosas blancas. Ni siquiera le importó el desastre que estaba armando, porque su principal objetivo era proteger a Audrey, pero para eso necesitaba esquivar la decena de armas en llamas que le arrojaba sin descanso la sombra. Ambos eran hábiles, pero las capacidades de aquel ente superaban con creces al resto de los que había enfrentado. Prueba de ello fue el momento en que el monstruo se vaporizó de la biblioteca, y mientras Darren escrutaba el panorama buscándola, esta apareció tras él, y le propinó una patada en la espalda baja que lo hizo caer del escritorio en que estaba subido, aullando de dolor.
—¡Darren! —exclamó Audrey, yendo hacia él.
Pero en eso, la sombra levantó la mirada y rugió, apartando a Audrey con la simple ferocidad de su gesto.
La sombra prestó atención de nuevo al fantasma, levantando sus huesudos puños para asestarle golpes en la cabeza que él evadía tan rápido como sus reflejos se lo permitían.
Cuando Audrey tomó varios libros del estante con el que había chocado y los arrojó uno por uno a la espalda del monstruo, Darren vio la oportunidad perfecta para escapar de él, así que en cuanto la sombra volvió el torso y le rugió a la chica, Darren alzó su pierna enviando lejos a su adversaria de un golpe certero en lo que bien podrían ser sus partes nobles de tratarse de un humano. Aquello pareció surtir efecto, porque pronto se vio libre y se puso en pie de un salto, subiendo con habilidad a la cima de un anaquel. Desde allí comenzó a arrojarle esferas luminosas.
Pero entonces, cayó. O mejor dicho, otra sombra menos salvaje lo empujó por la espalda. La sorpresa en Darren fue tanta, que tardó bastante en procesar que ahora no solo se enfrentaban contra una sombra, sino contra cinco.
Audrey, armada únicamente con la amatista, encaró al ente más temible, pero no duró mucho, ya que este la arrojó bruscamente hacia el centro de la sala haciendo que cayera a los pies de Darren. El espectro intentó ayudarla a levantarse, sin embargo esta lo rechazó y lo hizo por sí misma, sacudiéndose las rodillas que le ardían por el golpe.
Espalda con espalda, Darren y Audrey enfrentaron a las sombras.
—¡Son demasiadas! —exclamaba Audrey. El corazón latiéndole a mil.
—Podemos con ellas —expresó Darren con firmeza. Ya habían podido antes. Lo harían ahora—. ¿Estás lista?
Audrey asintió.
—Siempre.
Y a continuación, comenzó la contienda; Darren se lanzó contra dos sombras y Audrey con tres. Las pocas clases de defensa personal que había tomado hasta el momento la auxiliaron bastante a combatir contra sus adversarios, y es que de no ser por estas, no habría podido salvarse de morir ahorcada por una de ellas, y de ser exterminada gracias a cinco cuchillos de fuego que le lanzó otra. De hecho solo le bastaron cinco minutos para poder apuñalar a las tres con la navaja de amatista, que las hizo chillar y evaporarse en un nanosegundo.
—¡Esa es mi chica! —exclamó Darren mirando a Audrey con devoción, como si fuera un ángel guerrero.
Por otro lado, el joven se las apañó para acabar con una de sus dos contrincantes, pero la otra solo pudo caer en la derrota cuando ambos unieron fuerzas; lo sobrenatural y lo humano luchando al mismo tiempo.
Darren le lanzó una esfera luminosa y Audrey le clavó la amatista en lo que podría ser el pecho.
Ambos respiraron agitadamente. En medio de la biblioteca vacía, yacían sumidos en el más profundo de los silencios.
—¿Ganamos? —preguntó Audrey. Un agudo dolor en el pecho punzó por un segundo, pero ella se lo atribuía al cansancio de la pelea.
Darren ni siquiera había alcanzado a decir que sí, cuando un ruido a sus espaldas los alarmó: varios libros habían salido despedidos de uno de los estantes, causando un estrépito que ahogó sus voces cuando intentaron preguntarse qué ocurría. Sin embargo, eso no fue lo más aterrador, sino el hecho de que una nube de humo negro había aparecido de pronto, y se había empezado a elevar hasta que la forma de la primera sombra se solidificó ante ellos. ¡Aún no había acabado!
Audrey estaba exhausta, pero no por eso se sentía dispuesta a dejarse vencer, así que, a pesar de que el dolor se había trasladado a un costado de su vientre, caminó hasta la sombra empuñando su navaja como si fuera un asesino en serie a punto de matar.
Se detuvo, cara a cara con el ente, y lo miró con repulsión.
Darren solo miraba estupefacto la escena.
—Estúpida sombra —profesó Audrey en un susurro apenas audible—. Ya les dije... que yo no tengo... ¡Nada de ustedeeees!
Al tiempo en que profesaba la frase a voz de gritos, Audrey dirigió con rapidez la navaja hacia el cuello de la sombra. El mango lila había empezado a destellar, y un sentimiento de enfado corría por su sangre con cada latido de su corazón. Quería matar. Necesitaba matar.
Solo un centímetro separaba a la navaja de la sombra cuando, con un solo movimiento de su brazo, el monstruo hizo que la chica arrojara la daga lejos, y esta acabara quedando en el suelo, debajo de un anaquel.
—¡No! —gritó Audrey enfurecida.
Darren no se quedó quieto; en cuanto vio que la sombra lanzaba a Audrey hacia el muro paralelo mediante un golpe en su estómago, extendió las manos a sus costados. Una silueta azul iluminó dos estantes que estaban situados a cada lado del encapuchado, y con tan solo juntar ambas manos como si estuviera dando un aplauso, los muebles se movieron hacia enfrente, atrapando a su enemigo entre los dos.
—¡Audrey, vamos! —la apremió estirando su mano para alcanzarla.
Ambos se apresuraron a salir tan rápido como les fuera posible... o al menos lo intentaron, porque de pronto Audrey sintió un tirón de su blusa, y en un abrir y cerrar de ojos la sombra resurgió y la atrapó entre ella y la pared.
—¡Mierda! ¿Qué no puedes morir de un vez y dejarme tranquila, joder?
La sombra le respondió con un rugido, pero ella no apartó la mirada.
Entonces, cuando ya no parecía haber ninguna salida, Darren movió sus brazos un par de veces, ganando la atención de la chica. Con una mirada se transmitieron lo necesario para exterminar a la última contendiente de aquella batalla.
—¡Darren, atrápala! —gritó la joven, y lanzó la amatista en dirección al chico. La sombra no demoró ni un segundo en volverse hacia él, lo cual era justamente lo que ellos querían, porque así Audrey se situó con rapidez en su espalda y la apuñaló con la amatista que no le había arrojado al espectro en realidad.
La sombra chilló, se retorció, y finalmente se evaporó, hasta que Darren y Audrey se quedaron acompañados solo del horrible desastre que habían provocado en la sala.
—¿Qué se supone que haremos ahora? —dijo Audrey, casi sin aliento.
—Yo lo arreglo.
Darren usó sus poderes telequinéticos para poner de vuelta cada libro en su lugar, y restaurar las computadoras que se habían roto en la lucha. Al final, salieron, él casi arrastrándose por el esfuerzo de haber excedido la utilización de sus habilidades.
Afuera, la noche envolvía a la Ciudad de México. Por esa parte no parecía haber nadie, produciendo el silencio en el que se habían sumergido.
A pesar de todas las emociones vividas, ambos lo sintieron al mismo tiempo: fue como un calambre al principio, que hizo caer a Darren de rodillas, pero en cuanto ambos miraron sus tobillos, un toque eléctrico comenzó a recorrerlo hasta el último pelo de su cabeza.
—Mierda. No, Darren, aquí no, por favor —suplicó Audrey. Lo último que necesitaba era que Darren recuperara sus poderes justo allí.
—Lo siento, Audrey —se disculpó Darren, y acto seguido... se desmayó.
Audrey cayó junto a él en la acera, suspirando. Se sentía abatida, pero esa noche aprendió dos cosas: la primera, era que uno nunca debe preguntar —ni retóricamente—, si algo podía empeorar. Porque sí, siempre podría ir más mal.
Y la segunda, era que la próxima vez debía cargar con un suéter más grueso, porque el clima de México estaba tan loco, que sin previo aviso comenzó a llover a cántaros, y ella se echó a llorar, sabiendo que eso iba para largo.
....
A la mañana siguiente, el vestíbulo de la mansión se encontraba repleto de amigas de Marie, colegas de Leonard, así como también estaban Alex, Vanessa y los hermanos Grey. Habían llegado con el objetivo de iniciar una brigada de búsqueda de Audrey. Y Leonard había llamado a la policía apenas notaron la noche anterior que no había regresado a su hora habitual.
Todos estaban muy preocupados, pero cuando ella apareció en la sala, caminando a paso extremadamente lento, y con las prendas empapadas por la lluvia, Marie se lanzó a ella y la abrazó con todas sus fuerzas.
—¡Mi niña, qué te ha pasado! —exclamó entre sollozos.
—Yo... —respondió Audrey en voz muy bajita—. Yo...
Pero no pudo alcanzar a responder, porque la cabeza empezó a dolerle, y sin poder evitarlo, cayó al suelo, y ya no pudo ser consciente de nada más.
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