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Capítulo 28

James corrió sorteando los conos naranjas que se encontraban en lugares estratégicos del campo de soccer. Con el balón a sus pies, intentó anotar un gol una vez habiendo evadido cada obstáculo que se le presentaba, sin embargo, por primera vez desde que había empezado el entrenamiento, el guardameta logró detener el balón antes de que este traspasara la línea blanca bajo sus pies, de manera que el gol de James no pudo concretarse. Mientras el capitán de los Black Dragons maldecía en voz baja, Alex se preparaba para ser el siguiente en pasar a través de los conos, y por detrás suyo, Oliver calentaba con movimientos de tobillo para cuando fuera su turno.

Vanessa y Audrey observaban el entrenamiento, como muchas otras chicas, la diferencia era que ellas no trataban de llamar la atención de los jugadores como las demás. De hecho, parecían completamente desinteresadas, por decir lo menos. No obstante, había un futbolista que no perdían de vista, y era porque su plática se había concentrado en él.

—A ver —dijo Audrey—. Una vez más: ¿me estás diciendo que crees que Oliver es atractivo... Y que te está empezando a gustar?

Vanessa rió al ver a su amiga tan sorprendida y desconcertada a partes iguales.

—Creo que así es. La verdad es que ni yo entiendo lo que estoy sintiendo. Verás: cuando estoy lejos de él, lo odio a más no poder. Su nombre ni siquiera me viene a la cabeza, no es el centro de mi mundo. Sin embargo, cada vez que se me acerca, cada vez que me habla, y cada vez que me mira, hay algo en mí que lo ve de una manera distinta. Cuando Oliver está cerca, no lo detesto. Todo mi desagrado parece esfumarse mágicamente, y le da paso a una cosa que no estoy segura de que tenga nombre con el cuál llamarla.

—Pues en Canadá le decimos «tener un crush». ¿Oliver es tu crush?

—No estoy muy segura —replicó Vanessa riendo entre dientes—. A lo mejor solo estoy confundida, después de todo, hemos estado pasando mucho tiempo juntos.

—¿Cómo es eso?

Audrey advirtió un sonrojo en el rostro de su amiga, pero se aguantó la risa para no incomodarla.

—Es que ha estado yendo a mi casa en estos últimos días. Romina lo ama, y nos la pasamos jugando, o viendo películas en la sala. Ayer, por ejemplo, fuimos al cine después de la escuela, y luego se ofreció a cuidar de mi hermana mientras yo tenía mi clase intensiva de equitación.

—Eso es muy dulce de su parte.

—Demasiado dulce para ser verdad.

—¿A qué te refieres? —Audrey estaba intrigada por el comentario de Vanessa.

—Cuando me quedé a dormir en tu casa, ¿recuerdas que después de la cena, Oliver me dijo que necesitaba hablar un momento conmigo? —Su amiga asintió—. Pues... él... Bueno, el punto es que Abril nos vio hablando en el patio, e insinuó que Oliver solo quería llevarme a la cama, cosa que definitivamente no me sorprendería.

Audrey se quedó pensando. Si bien James y Oliver tenían fama de haberse acostado con media escuela, no le entraba en la cabeza que esas fueran las intenciones del segundo para con la pelirroja.

—Pero ese no es el estilo de Oliver —dijo—. Es decir..., si quisiera llevarte a la cama, ¿porqué no te lo dice directamente?

—Puede que porque sabe que Dominik jamás permitiría que eso ocurriera —conjeturó Vanessa—. Probablemente desea que me enamore de él, para que cuando ocurra... Ya sabes... eso, no parezca solo culpa suya. No sé si me explico.

—Sí. Aunque no entiendo para qué tomarse molestias innecesarias, como simpatizar a tu hermana si su objetivo es solo convencerte de que te acuestes con él. No me suena lógico.

—Y se supone que las mujeres somos las complicadas —ironizó la pelirroja, a lo que ambas rieron.

—La otra opción es que lo abdujeron los extraterrestres, y esta nueva versión de Oliver está verdaderamente enamorada de ti.

—Pues si así fue, la verdad prefiero al otro —admitió.

—¿Por qué?

—Con el otro Oliver ya sabía qué esperar. Es decir... Sabía que verlo significaba problemas, apodos desagradables, escenas incómodas, y peleas de él con Dominik. En cambio, con este nunca sé qué pasara, porque un día me trata bien, y al otro como si me odiara. Y no lo entiendo.

—Y suponiendo que él desee una relación contigo, ¿le darías oportunidad?

Se hizo el silencio. Vanessa miró atenta a Oliver mientras este se movía a través de los obstáculos. Presenció el momento en que el joven anotaba un maravilloso gol que todas las presentes ovacionaron, y luego la mandíbula se le desencajó tanto a ella como a Audrey en cuanto él se giró en su dirección y le envió un beso que todas siguieron con la vista.

—¡¿Has visto eso?! —exclamó Audrey, alucinada.

—Él... Yo... Él... No me lo envió a mí. Se lo ha enviado a Karla, estoy segura —balbuceó, señalando con el índice hacia la referida.

—No, no. Karla está dos filas por delante de nosotras, y más a la derecha. El beso de Oliver era para ti, estoy segura.

Inundadas por la diversión, ambas soltaron una carcajada, pero esta fue silenciada en cuanto una tercera voz se oyó detrás de ellas.

—¿Desde cuándo un chico tan perfecto y popular como Oliver le envía besos a una snob presumida, y a su pulgoso perro Chihuahua? —Esa, sin duda, era la insoportable voz de Lisa. Al escucharla, las dos amigas pusieron los ojos en blanco con desdén—. ¿No me han visto? Yo estaba detrás de ustedes. Seguramente me lo envió a mí. Perdón por permitir que te hicieras ilusiones, Vanessa querida, pero ha sido tu culpa. Siento decepcionarte, pero Oliver jamás se fijaría en alguien como... Bueno... .

—Pues, ahora que lo mencionas —dijo una cuarta voz que a todas las sobresaltó—, mi beso iba dirigido a Vanessa. Siento mucho que te ilusionaras con que era para ti, pero para ser sincero, ni siquiera había notado que estabas detrás de ellas. —Al escuchar lo que había dicho Oliver, Vanessa se cubrió la boca y miró anonadada a Audrey, quien prácticamente se había quedado sin palabras—. Pero no te preocupes, Lisa —continuó Oliver—, el día en el que seas pelirroja y de piel blanca, y no te vistas tan... como... tú, probablemente será el día en el que me fije en ti. Mientras tanto, necesito que te hagas a un lado, porque debo hablar con Vanessa y Audrey, y lo que menos necesito es que te quedes oyendo lo que tengo por decirles. Así que, con el debido respeto... Largo de aquí.

Como era de suponerse, Lisa se fue de las gradas echando chispas, y poquito faltaba para que de las orejas le saliera humo, como en los dibujos animados. Pero no podían culparla; lo que Oliver le había dicho, seguramente era la mayor ofensa para ella. Aunque, claro, no culparla no significaba que la compadecían. De hecho estaban convencidas de que se lo merecía.

Al final de todo, en realidad Oliver no tenía mucho que decirle a las chicas, y mientras Audrey caminaba hacia su tutoría con Víctor —porque Rolland aún no había regresado a la escuela—, sospechaba que la intención de Oliver solo había sido ahuyentar a Lisa, con lo que le quedaba más que claro que al menos al muchacho en el fondo le preocupaba el bienestar de Vanessa.

Mientras divagaba en sus pensamientos, sintió una presencia detrás suyo, y cuando volteó no se atrevió a decir ni una palabra. Tampoco podía, ya que se trataba de Darren.

—¿Cómo estuvo el entrenamiento? —preguntó el joven, más sonriente que de costumbre. En respuesta, Audrey solo hizo una señal positiva con la cabeza—. Genial. Yo solo quería avisarte que estaré en la clase de literatura con tu hermano. Empezaron a leer El Conde de Montecristo, y me está agradando ese libro. ¿Puedo?

Con el atisbo de una sonrisa en la boca, Audrey asintió.

—¡Gracias! Nos vemos luego.

Aunque hubiera deseado tener a Darren cerca como de costumbre, verlo tan emocionado por la lectura de un libro provocaba algo en ella, quizá empatía. O quizá le gustaba verlo sonreír de oreja a oreja, y ver los pliegues a cada lado de sus ojos cuando esto pasaba. Sin duda, los bonitos iris grises con los que había sido bendecido le brillaban mucho más cuando la alegría se apoderaba de él. Además Darren no tenía idea de nada de lo que había ocurrido la noche anterior, pero Audrey lo conocía perfectamente, tanto como para saber que si se lo hubiera contado, este habría optado por no despegarse de ella en todo el día, significando negarse a regresar a la casona después de la escuela, tal como ella llevaba indicándoselo desde varios días atrás.

Con ese pensamiento en la cabeza, Audrey estuvo a punto de entrar a la biblioteca aparentemente vacía, pero un instinto travieso la orilló a seguir caminando, y detenerse justo frente a la puerta prohibida.

Como si de una película de terror se tratara, la canción que en ese momento sonaba a través de los altavoces tenía un ritmo misterioso, oscuro. Llevaba más de dos semanas preguntándose qué cosa que fuera tan importante se escondía tras esa puerta, porque, si de algo estaba segura, era que había una razón de peso para que le hubieran colocado un candado tan grotesco como el que aseguraba la gruesa cadena metálica de extremo a extremo.

¿Y si escondían cadáveres?

Desechando ese loco pensamiento de su mente, tocó el candado con las yemas de sus dedos, y se llevó un susto de muerte en cuanto vio que la cadena se soltaba con un estrépito. Solo allí cayó en cuenta de que el candado había estado abierto, y ni siquiera lo había notado.

La puerta sin una sola restricción la alucinó. ¡Esa era su oportunidad de entrar! No había nada que la detuviera, al fin de cuentas, solo echaría un pequeño vistazo. Porque no estaba August, ni Demián, ni Rolland, ni Darren... ¡Nadie!... O eso pensaba, hasta que dio un paso adelante para abrir la puerta, y una voz femenina se escuchó detrás de ella:

—Yo no haría eso si fuera tú...

Llevaba ya muchos días sin haber oído esa voz, sin embargo, eso no impidió que la reconociera de inmediato. Se trataba de Fany, la colega de Rolland. No obstante, esta vez su voz no sonaba dulce, tranquila ni tierna. Más bien como si recientemente hubiera salido de un estado de shock provocado por el más terrible de los acontecimientos paranormales. Y cuando Audrey la miró, se dio cuenta de que lucía asustada, tal cual sonaba su voz.

—¿Fany? —fue lo primero que salió de la boca de Audrey—. ¿Estás bien?

Fany no contestó.

—Te ves... Te ves un poco enferma, Fany. ¿Ya has ido a la enfermería?

En lugar de responder directamente su pregunta, Fany replicó:

—Por favor, no entres allí. Por favor...

No solo le sorprendió a Audrey la manera tan baja en que lo decía, sino el hecho de que los ojos se le notaban brillosos, como si fuera a llorar en cualquier momento. Audrey temía que sucediera, pero al final, aquello no ocurrió debido a que en ese momento llegó Víctor, y se dirigió a Fany al hablar:

—¡Oh, aquí estás, Fany! —De pronto reparó en Audrey—. Oye, ¿cuántas veces te he dicho que no distraigas a mis alumnos cuando les toca recibir tutorías? —Aquello lo dijo con un tono suave, no como un regaño, sino como una observación.

En respuesta, Fany agachó la cabeza.

—Lo... Lo lamento mucho, Víctor. Yo... Yo ya me iba. Adiós.

Fany ni siquiera había terminado de pronunciar la oración completa, cuando ya caminaba rumbo al otro pasillo, como deseando alejarse lo más posible de ellos. Ambos solo la observaron caminar apresurada, pero se atrevieron a romper el silencio, hasta que estuvo lo demasiado lejos para no oírlos.

—Le dije que se veía un poco enferma. Eso fue todo —se justificó Audrey, mas Víctor solo extendió sus brazos como queriendo darle un abrazo, y luego ambos se dirigieron hacia la sala de lectura.

Tras una hora de estar allí, Víctor ya había terminado la lección de álgebra, así que continuaban con geografía, para lo cuál, se vio en la obligación de mandar a Audrey al aula de informática para buscar el mapa de países y capitales que había preparado previamente.

Sin llevarle la contraria, Audrey salió de la biblioteca y se dirigió hacia el salón de cómputo. Aún no dejaba de pensar en lo mal que había visto a Fany. No solo le preocupó por el tono de su voz, sino por la extrema blancura de su tez, la forma en que se le erizaba la piel de los brazos, el tono violeta en sus labios...

Se obligó a dejar de pensar en Fany en cuanto llegó al aula de informática. Tocó un par de veces, pero esta parecía estar desierta, al igual que los pasillos de la escuela, así que, tras unos instantes, optó por entrar.

Mala idea.

Apenas cerrar la puerta tras de sí, un objeto metálico se precipitó con fuerza hacia ella, golpeándola en la nuca tan fuerte, que perdió el equilibro en las piernas y cayó al suelo boca abajo, todavía teniendo tiempo para ver un par de botas negras corriendo hacia la ventana del salón que daba al estacionamiento de los profesores, y escabulléndose hasta que ya no los pudo ver más. Y, justo antes de perder el conocimiento, Audrey comprendió que el objeto no la había golpeado por accidente, o por un descuido suyo. No. Alguien lo había estampado contra ella. Y fuera quien fuese, acababa de huir por esa ventana.

.....

Darren observó a Audrey. Esta se encontraba sentada en la cama, con la portátil sobre el regazo, igual que la noche anterior, pero en esta ocasión, también había una libreta junto a ella que revisaba sin parar antes de teclear deprisa en la computadora.

—¿Algo? —preguntó. La chica cerró la laptop de golpe al tiempo que contestaba:

—¡Nada! —Un bufido exasperado salió de su boca—. Ya intenté traducir cada una de estas palabras a más de treinta idiomas, y no hay resultado. Es como si fueran una lengua desconocida. ¡Simplemente no obtengo nada!

Pretendiendo que suspiraba, Darren se acercó a ella.

—Quizá va siendo hora de que lo dejes. Llevas horas intentando traducir las palabras del pasadizo. Ya encontraremos algo después.

—Es que... No puedo —susurró Audrey—. De alguna manera, tengo el presentimiento de que esas palabras son importantes, y lo sé porque tu nombre está grabado entre ellas, así que no puedo posponer mi investigación hasta después.

—¡Pero te has desmayado! —exclamó Darren. Evidentemente ni él ni nadie sabía lo que realmente había ocurrido con Audrey en el aula de informática. Todo lo que sabía, era que Oliver la había encontrado tirada en el suelo, y Marie había ido a recogerla a la escuela—. Tu vida está bajo mucho estrés ahora, y como lo sospechaba desde hace varios días, ahora se está viendo reflejado en tu salud. No quiero que te ocurra nada malo, nena.

En ese momento, Audrey lo volteó a ver con el ceño fruncido y un brillante rubor carmesí en sus mejillas.

—¿Me has llamado «nena»?

Darren bajó la mirada. De no ser un fantasma, Audrey apostaba a que también se habría sonrojado.

—Yo... No sé en qué estaba pensando. Quise decir «Audrey». Lo siento —balbuceó, nervioso.

—No, déjalo. Me gusta —admitió—. Solo que se me hace extraño oírte llamarme así.

—¿Ah, sí? —Darren sonrió con picardía —. Espero ser el único en llamarte de esta manera.

No obtuvo la contestación deseada. Audrey descendió la mirada a sus dedos, pensativa, y luego dijo:

—Sobre eso... En realidad Tyson también me llamaba así.

—Al diablo con ese apodo, entonces —expresó Darren, aunque no enojado, sí algo dolido—. Te llamaré Chocolatito.

—Ehhhh... La verdad, de ser así, prefiero que me llames por mi nombre.

Darren soltó una carcajada, con la que un diminuto hoyuelo se le formó en su mejilla derecha.

—Ya sé, ya sé. Estaba bromeando —reveló, en mitad de su risa—. ¿Me crees tan cursi como para asignarte un apodo tan... así?

Audrey también rió.

—Tienes razón, es que... creo que me asusta la idea de que en verdad se te ocurra llamarme de esa forma. En fin... No puedo dejar la averiguación para otro momento, porque si tu nombre está tallado en el pasaje, podría significar que el resto del texto tiene algo que ver contigo. Podría ser... no sé, la historia de tu vida.

El espectro apretó los labios. Por lo visto no le había gustado tocar el tema.

—Mejor déjalo estar y respóndeme algo. —Audrey asintió para que continuara. La expresión de Darren se tornó tan seria, que por un momento el miedo se apropió de la chica—. ¿Adónde vas cada tarde después de la escuela?

Como lo supuso el fantasma, la chica mutó su semblante, poniéndose rígida.

—No te lo puedo decir.

—¡Vamos! Me preocupa que salgas sola y regreses a altas horas de la tarde. ¿Las fotos que te enviaron la otra noche? Sé que alguien te estaba siguiendo, y pudieron haberte hecho daño. Solo... Dímelo. ¿Sí?

La recámara quedó en un tenso silencio por un largo rato, hasta que al final, Audrey contestó:

—Lo siento. No puedo decírtelo. —Cuando parecía que no diría más, añadió—: además, tú no tienes derecho a exigirme que te diga algo como eso, ya que tú también sales a veces de la casona y no regresas hasta el día siguiente. Como ayer, por ejemplo.

Darren resopló.

—Sí, pero a mí nadie puede verme, ni acosarme o tomarme fotos que luego enviará al teléfono que no tengo para asustarme. Yo no estoy en riesgo. Tú sí.

Audrey frunció mucho el ceño.

—¿Entonces esperas que yo te diga a dónde voy, pero tú no me lo dirás a mí? Darren, ¡somos un equipo! La confianza debe ser recíproca. No puedes ir y exigirme que te cuente mi secreto, cuando tú no quieres contarme el tuyo.

Darren puso los ojos en blanco.

—¡No me hables de confianza! Es obvio que tú no confías en mí.

A Audrey la cara le cambió: su boca se abrió con impresión, y los ojos se le achicaron. Parecía indignada.

—¿Que no confío en ti? ¡Te conté lo de Tyson! ¿Cuántas personas cercanas a mí crees que saben que mi ex solía golpearme cada vez que se le daba la gana? Ni siquiera Vanessa lo sabe.

—Eso ibas a terminar contándomelo tarde o temprano. —Altanero. El timbre de voz de Darren había sonado altanero. Audrey seguía sin poder creerse que el joven hubiera utilizado ese tono con ella.

—Eres un idiota —murmuró, irritada—. Y solo para que me dejes en paz y te calles, estoy tomando clases de defensa personal. ¿Contento?

De no ser porque ya se sentía ofendida, tras la risa baja que el joven soltó, se hubiera sentido aún más ofendida.

—¿Defensa personal? ¿Eso como para qué?

—¿Cómo que para qué? ¡Para defenderme de las sombras!

—No lo necesitas. Sabes que me tienes a mí.

—Exactamente, Darren —remarcó—. Solamente te tengo a ti, pero no quiero necesitarte todo el tiempo. Es decir, «¡Darren, auxilio, sálvame. Me he metido en problemas y soy tan estúpidamente indefensa que no sé cómo librarme de ellos!» —Al exclamar eso, Audrey imitó la voz de una niña pequeña—. No siempre vas a estar allí para salvarme. Llegará el día en el que las sombras me atacarán estando sola, y adivina qué: ¡no quiero ser tan estúpidamente indefensa que tenga que esperar a que alguien me rescate! No quiero esperar a un príncipe, cuando yo misma puedo enfrentar al dragón.

—¡Vaya estupidez! En primera, tú no eres indefensa, y en segunda, con esa metáfora de las princesas me recordaste a Lisa.

Audrey apretó los dientes. Se veía muy molesta.

—Ah, pues, en primera, deja de pretender que no crees que soy indefensa. Tú, Morgan, Tyson, Frida... ¡todos lo creen! Todos creen que soy una inútil que no puede ni dar un golpe. Yo solo me estoy asegurando de demostrarles que no es así. ¿Cómo crees que me sentía cada vez que Tyson me llevaba a su cuarto y me golpeaba hasta dejarme un ojo morado? ¿Crees que no intentaba defenderme? —De pronto, las lágrimas comenzaron a descender de sus ojos, pero ella se las limpió de golpe, como si hubiera tomado la decisión de no llorar nunca más—. ¡Traté de golpearlo, pero él era muy fuerte! Cuando estuvo a punto de abusar de mí, no podía mover ni una mano, porque estaba drogada. Y ahora, cada vez que una sombra me ataca, me siento justo así. Pero ya no más.

—Audrey, entiendo que...

—¡No. No entiendes nada! No entiendes lo que sentí al ver que las sombras habían atacado a mi hermano. Pueden meterse conmigo, pero no con ellos. No con mi familia.

—Ya veo...— susurró Darren tras un momento—. Entonces... ¿Te sientes mejor tomando esas clases?

—Por supuesto —respondió decidida—. Y estoy consciente de que alguien está siguiéndome. Por eso es que sé con certeza que un día intentará atacarme, así que prefiero estar preparada para cuando llegue el momento. —Por supuesto decidió omitir el hecho de que muy probablemente su presunto acosador era quien la había golpeado en el aula de cómputo.

Darren apretó los labios. Se sentía vencido, pues sabía que Audrey tenía toda la razón.

—De acuerdo. De ser así, me alegra que estés tomando esas clases. Eso me demuestra que eres la chica más inteligente y fuerte que pude haber conocido.

Audrey sonrió.

—Gracias.

Casi sin darse cuenta, los rostros de ambos se iban acercando, y el halo de luz violeta cubría tenuemente el cuerpo de Darren. Los ojos de este descendieron a los labios de la chica, y cuando parecía que sus bocas iban a chocar, ella desvió el rostro con rumbo a la pantalla de la portátil, riendo en cuanto vio que el cuerpo de Darren por poco caía hacia delante, y gracias a eso él soltaba una maldición en voz baja.

—En segunda —habló ella—, no quiero que vuelvas a usar ese tono conmigo. Suficiente tengo con un James. Y, si tomamos en cuenta que solo a él y a Rolland les queda bien esa actitud arrogante, no voy soportar lidiar contigo también en casa.

—Vaya, ahora entiendo porqué fue lo del casi-beso.

Audrey levantó una ceja con expresión desafiante.

—No voy a premiarte por comportarte como un idiota. Que quede claro —guardó silencio por un segundo—. Ahora, si no te molesta, me gustaría que me respondieras algunas preguntas.

Para cuando Darren volvió a hablar, el halo de luz blanca había sustituido al violeta, lo cual indicaba que ya no estaba vigente el efecto de su materialización.

—¿Una de ellas es si quiero tener sexo contigo? Porque sí quiero.

La muchacha abrió los ojos tanto que parecía que se le iban a salir, y su cara se tornó roja, pero trató de recomponerse antes de reponer:

—Eres un asqueroso.

—¡Gracias! —repuso Darren adoptando un tono de voz tierno—. ¡Es lo más lindo que me han dicho en toda mi vida!

Audrey puso los ojos en blanco y rió.

—No, ya en serio. Me gustaría saber cómo fue que terminaste como un fantasma en esta casona, y cómo descubriste que tenías poderes. O... También me intriga el porqué pareces saber tanto acerca de las sombras.

Las interrogantes eran muchas, pero Audrey conservaba la esperanza de que Darren se las contestara todas.

—No recuerdo mucho —admitió el fantasma—. Recuerdo... recuerdo que desperté un día, en mitad del vestíbulo. Me dolía mucho la cabeza, pero pude levantarme y recorrer el lugar. Allí me di cuenta de que no había nadie. Estaba solo.

»Desesperado, salí a la calle, y mi primera sorpresa fue ver que podía atravesar puertas y paredes. Al principio me asusté mucho, porque de algún modo sabía que eso no era normal. Después, me encontré en la calle. La gente iba de un lado para otro, y yo saludaba a todos, pero nadie me contestaba. Ni siquiera me miraban. Así que supe que de verdad había algo mal allí.

—¿Qué ocurrió después?

—Los días pasaron. Siempre hacía lo mismo: salía y trataba de hablar con la gente, esperando que me contestaran, o intentaba tocar las cosas, para sentir su tacto, mi objetivo era no traspasarlas. Pero... jamás lo logré. Tras varias semanas, aunque no sé cuántas con seguridad, me exasperé tanto, que me enfadé porque nadie me notaba, y quise golpear a un hombre que iba pasando por allí, pero entonces, una esfera de luz salió de mi mano. Yo... ¡No podía creerlo! Traté de repetirlo una y otra vez, pero no me salió. Después me di cuenta de que solo funcionaba cuando estaba realmente enojado. Así que pensé en cuánto odiaba eso. Cuánto odiaba no ser visto por nadie, no poder hablar con nadie. Y de repente, descubrí que no solo podía lanzar de mis manos esferas azules, sino de otros colores, cuyo daño era cada vez más letal.

»Supe que podía materializarme una noche. La recuerdo claramente: yo estaba rondando a las afueras de la casa ya muy tarde, y de pronto, alcancé a ver a una chica. Caminaba muy rápido, como queriendo huir de alguien. Estaba mojada; el cabello se le pegaba a la cara, y de sus ojos salían lágrimas. No supe qué le ocurría hasta que vi tras ella a un hombre que la seguía gritándole cosas indecentes. Al parecer estaba ebrio.

»Cuando vi que la alcanzó y la arrinconó contra la pared de la casona, algo dentro de mí se encendió. Estaba muy enojado, porque veía cómo la besaba y la tocaba. Estaba queriendo abusar de ella.

»De pronto, el hombre la golpeó, y ella se desmayó. Justo después él (es asqueroso, lo sé),  comenzó a bajarse los pantalones, y me di cuenta de lo que planeaba hacer, pero estaba tan desesperado porque sabía que no podía hacer nada... Comencé a pretender que lo golpeaba en la cara y en todas partes. Estaba tan ocupado con ello, que no me di cuenta del momento en que una luz violeta me envolvió, y uno de mis golpes en su mejilla lo daño, haciendo que se volviera hacia mí.

»«¿Quién eres tú?», me preguntó. Por supuesto, yo no pude ni hablar. Mas, en cuanto me recuperé de la impresión, no dudé dos veces en atacarlo hasta hacer que todo su cuerpo sangrara, y él saliera huyendo. Yo estaba muy emocionado, creyendo que por fin podían verme, pero cuando las horas pasaron y la chica despertó, ella no me veía... Igual que el resto de la gente.

—¿Intentaste encontrar al agresor de nuevo? Pudiera ser que, como yo, él también podía verte, no solo cuando te materializaras.

—Sí, lo busqué porque creí lo mismo que tú. No obstante, años después me di cuenta de que solo me había visto porque me materialicé frente a él, pero nadie logró verme jamás sin utilizar mis poderes... Hasta que llegaste tú, claro.

»He pasado todo este tiempo aprendiendo a controlar mis poderes, y ahora puedo decir que casi he terminado. Y en cuanto a las sombras, no tengo idea de cómo es que sé todo eso. Lo sé desde el principio. Es... Como si alguien me hubiera contado acerca de ellas mucho antes de que despertara en la casona. Lo mismo ocurre con mi nombre. De alguna manera sé que me llamo Darren Rosewood. Es como si aquellos datos los conservara desde siempre en mi cabeza.

—Entiendo —susurró Audrey—. ¿Sabes? Darren, he estado pensando una cosa. Puede que no tenga sentido para ti, pero para mí sí lo tiene.

—¿Qué cosa es?

Audrey se preparó humedeciendo sus labios. Necesitaba encontrar tanto el valor, como las palabras indicadas para expresarle su idea a Darren.

—¿Nunca has pensado que tú podrías ser... Ya sabes... el...?

—¿El sobrino de don Juan Manuel?

—¡¿Conoces la leyenda?! —inquirió Audrey, más sorprendida de lo que estaba dispuesta a admitir.

—En realidad no la conocía, pero escuché a Roberto hablar de ella el primer día de tu estancia en México —confesó, encogiendo los hombros.

—Espera... Cuando te conté acerca del ser alado que me vigiló desde mi balcón me dijiste que no habías estado aquí.

—Yo... Me refería a que no estuve aquí esa noche. Sin embargo, ustedes llegaron por la tarde, y me dediqué a analizarlos esperando ver si me veían, pero como no lo hicieron, decidí salir de la casona al ver que te quedabas dormida. Regresé hasta la mañana siguiente.

—Ahora entiendo porqué vi un resplandor blanco en el segundo piso luego de que mi hermano me convenciera de alejarnos del espejo. Eras tú.

—Exacto. Y... Sobre lo de don Juan Manuel, también lo había pensado, solo que algo me dice que es imposible. Que yo no fui su sobrino. Además, mi apellido es Rosewood, no Solórzano.

—Pero hay una pequeña posibilidad, ¿no?

—La hay.

En eso, Audrey se inclinó y sacó del buró más cercano una carpeta con varias hojas blancas llenas de apuntes de puño y letra de ella. Darren le echó un vistazo extrañado, y leyó lo que pudo alcanzar a ver desde su posición.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Mi carpeta de misterios —respondió ella, como si fuera poca cosa.

—¿Tu qué?

—Carpeta de misterios. En ella llevo anotando todo lo extraño que ha ocurrido desde que llegué a México. No solo conmigo, sino con Alex, contigo, con Morgan, e incluso con Dominik. Ya que, si voy a descubrir las verdades que se me ocultan, será mejor que registre todas las pistas que descubro conforme pasan los días.

—Carpeta de misterios, ¿eh? —pronunció Darren, deslumbrado—. ¿Puedo verla?

—Adelante —lo ánimo Audrey, al tiempo que abría la carpeta en la primer hoja.

Domingo, 16 de noviembre.

Mi familia y yo llegamos a la casona de don Juan Manuel el domingo 16 de noviembre. Una tormenta se había desatado en la Ciudad de México, y Roberto aseguró que no solía llover por esas fechas.

Esa misma noche, alguien me vigiló desde mi balcón, y pude encontrar una pluma blanca tirada en el suelo de mi cuarto, por lo que deduzco que todo fue real.

Debajo de la anotación, había dibujada una pluma pequeña.

Audrey cambió de página.

Lunes, 17 de noviembre.

Ha sido mi primer día de escuela y todos me miraron raro. Escuché voces, juré que una persona me miraba mientras Rolland hablaba con la profesora Helena, de literatura. Después, vi la biblioteca prenderse en llamas. Los libros volando de un lado a otro, y cuando avisé a Rolland, todo estaba perfecto.

Descubrí una puerta prohibida para todo el alumnado. Nadie ha querido decirme que hay allí, y me piden que me aleje. De hecho, oí una voz haciéndolo.

Una sombra me atacó una vez en mi casa, exigiendo que le entregara algo. Como no supe de qué me hablaba, decidió matarme, pero un chico fantasma me salvó. Se llama Darren y es guapo.

Al leer lo último, Darren levantó la cabeza con una sonrisa arrogante en el rostro.

—Así que guapo, ¿eh?

Audrey se sonrojó. ¡Maldito! No tenía que leer eso.

—Cierra la boca —riñó, cambiando de golpe las páginas de la carpeta hasta que encontró una limpia, y ya allí, comenzó a hacer sus anotaciones tras colocar la fecha de ese día—. Solo para que lo sepas, no la he estado escribiendo desde que llegué a la casona, sino desde hace una semana, solo que coloco la fecha del día en que ocurrieron dichos acontecimientos para no confundirme. Así que no creas que me enamoré de ti a primera vista.

—¡Pretextos! —chilló Darren.

A ambos les hubiera gustado seguir discutiendo, pero en ese momento, alguien tocó a la puerta y Audrey se vio en la obligación de abrir. Resultó que se trataba de James, Oliver, Mariana y Abril.

—¡Hey, guapa! Venimos a ver cómo estabas —dijo James apenas vio a la rubia. Darren resopló a espaldas de ella.

—Tenía que venir el idiota este —se quejó, a lo que Audrey lo miró mal por un segundo.

—Oh, espero que no te importe, pero trajimos a alguien más. —A continuación, echó la cabeza atrás para buscar a otra persona, que ni siquiera se había alcanzado a distinguir entre los cuerpos del resto de los visitantes. Llevo adelante a la persona, y le dijo a Audrey—: te presento a mi prima, Caroline.

Ni bien habían alcanzado a saludarse, cuando Audrey oyó un grito. Así es. Nadie más pudo oírlo porque se trataba de Darren, el mismo que salió corriendo en dirección a la recámara de la chica, como si un monstruo horrible lo estuviera persiguiendo. Desconcertada, Audrey permitió que los visitantes se acomodaran, y se disculpó un momento, de modo que pudiera ir detrás de Darren. Lo alcanzo justo cuando este daba vueltas en el cuarto, enloquecido, como una rata enjaulada.

—Darren, ¿qué fue eso? —preguntó.

—Es... Es ella. ¡Es ella!

—¿Qué? ¿Quién?

—Oh, por dios, no puedo creerlo. ¡Es ella!

—Darren, ¿de qué estás hablando? ¿Quién es? —Ahora sí que Audrey estaba enojada.

—¡Es Caroline! ¡Caroline es la chica que puede verme!

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