Capítulo 27
5 de mayo. Ontario, Canadá.
10 años antes.
—Es aquí.
El taxista aparcó el vehículo frente a una vivienda de poco más de media hectárea de extensión. Leonard descendió del auto, pagó la cuota al conductor y ayudó a bajar, primero a Alex, luego a Audrey, y al final a Marie, que esa mañana estaba pálida como un muerto. Tenía el cabello rubio atado en una coleta desordenada, y el escaso maquillaje que se había aplicado al salir de casa le daba un aspecto enfermo a su rostro. El verde de sus ojos denotaba una falta evidente de brillo. En pocas palabras, la noticia la había tomado tan por sorpresa, que ni siquiera se había esmerado en obtener el aspecto propio de la importante mujer de negocios que era.
Por su parte, los niños se tomaron de la mano, con los corazones latiendo exactamente a la misma frecuencia. Ambos tenían miedo, y aunque podría creerse lo contrario, Audrey lo reflejaba muchísimo menos que Alex, quién incluso temblaba como si hiciera más frío del que en verdad hacía esa mañana.
—¿Deberíamos tocar? —inquirió Marie. Estaban frente a un zaguán de color café oscuro, al que habían llegado después de cruzar la cerca de hierro que yacía abierta y daba paso a un extenso jardín con innumerables especies de flores y plantas que lo embellecían de forma sublime.
—No. Me han dado la llave cuando me dieron la noticia —reveló Leonard, al tiempo que sacaba del bolsillo trasero una llave de cobre antigua, la cual insertó en la cerradura de la puerta, logrando abrirla en seguida.
Cruzando el portón, llegaron a un vestíbulo con muebles en tonos ocre y negro. No era muy grande, pero tampoco diminuto. Estaba oscuro, pero al fondo de la sala se podía ver una escalera de caracol que llevaba hacia el segundo piso. Leonard la subió sin dudar, y desde el momento en que desapareció de la vista de su familia, demoró al menos veinte minutos en bajar otra vez, con semblante atormentado, misterioso, e inclusive malhumorado. Audrey lo sabía por el modo en que su padre tenía fruncido el ceño, y sus labios formaban una línea recta, que en nada se asimilaba a una sonrisa.
—¿Y bien? —dijo Marie.
—Ha dicho que quiere vernos por separado —informó Leonard—. Primero tú, Audrey.
Para su sorpresa, Leonard extendió los brazos hacia la versión pequeña de Audrey, cuya cabellera rubia le caía sobre los hombros, perfectamente lacia. La niña se acercó con los ojos muy abiertos, y el señor Williams la abrazó y le dijo en voz baja:
—No te acerques mucho a él. Es peligroso. —Audrey lo miró, pero no dijo nada. No tenía nada qué decir—. Ante cualquier indicio de peligro, quiero que corras como nunca has corrido, y que vengas aquí, donde estaremos por si te ocurre algo. ¿Me entendiste?
—Sí, papá —respondió la pequeña.
Entonces Leonard le dió un último beso en la mejilla y le indicó la dirección que debía seguir para llegar hasta la recámara donde yacía el abuelo que hasta unas horas atrás no sabía que tenía. Audrey siguió las indicaciones, y cuando finalmente llegó al sitio, una puerta de caoba impidió que continuase su camino. Era tras esa puerta donde se encontraba su abuelo, así que la abrió, encontrándose con un tocadiscos a través del que sonaba Only the Lonely, de Frank Sinatra.
Sin embargo, nada peligroso pudo encontrar en el viejo moribundo que había tendido en una camilla, en el rincón más apartado de la entrada. Aunque Leonard poseía un tono de piel bronceado, su padre no era más que un montón de arrugas de color marfil, con el cabello cano y los labios cetrinos. Alex le había hablado antes a Audrey de las personas albinas, y de tan blanco que estaba su abuelo, se preguntó si no sería él uno de ellos.
—Mi querida niña —musitó el anciano sonriendo débilmente, como si aquel movimiento le costara un mundo de esfuerzo—. Siéntate junto a tu abuelo, mi niña. Ven. —Con su mano de dedos larguiruchos, el hombre palmeó un banco que se encontraba a un lado de su cama, y solo cuando Audrey se acercó a él pudo observar en su rostro un par de iris azules como el mar. Tan azules que la hipnotizaban.
—Yo no te conocía —dijo la niña, manteniendo en su rostro una expresión neutra, tan dominada que probablemente parecía más bien una máscara—. ¿De dónde has salido? Todos mis amigos de la escuela reciben visitas de sus abuelos en navidad. ¿Por qué nunca nos visitaste a nosotros? Nunca nos diste un regalo, ni nos abrazaste.
Audrey recordaba con perfecta claridad la nochebuena pasada, cuando su amiga Maddie había ido a su casa y le había mostrado la muñeca que le obsequió su abuela esa misma noche. Maddie le preguntó entonces: «¿Qué te han comprado tus abuelos a ti?». Ella bajó la cabeza, recordando con temor que en la cena de nochebuena la madre de Marie había criticado de principio a fin cada diminuto detalle de la celebración —hasta juzgó el grosor de las copas de cristal en que habían servido su champagne—, y tan solo se restó a responder «No me han dado nada. Probablemente el año que viene». Pero en los años siguientes nada sucedió.
—Sobre eso... Tu padre y yo tenemos nuestras diferencias, cariño —susurró Graham, seguido de fuertes toses que intentó aplacar golpeando su pecho.
—¿Eso significa que están enojados?
—Sí, quizá un poco.
—¿Por qué?
La mirada del viejo se perdió más allá de Audrey. Por un momento ella temió que hubiera muerto porque no se movía, mas, tras unos segundos de reflexión, Graham dijo:
—Leonard heredó mi orgullo, al parecer. Él... se niega a escucharme, y en cierta forma yo haría lo mismo si fuera él. Sin embargo, mi pequeña, que tu padre esté molesto conmigo no significa que yo no tenga un obsequio para ti.
—Pero aún no es navidad... —protestó Audrey.
No obstante, él no hizo caso a su comentario, y en cambio sacó de debajo de su almohada una pequeña cajita envuelta en papel de regalo, con un moño blanco. Esta cajita era tan larga como su dedo índice, y deslumbró a la niña, pero no por ser un presente en sí, sino porque el papel decorado en forma de pequeños corazones había llamado su atención más que cualquier otra cosa.
—Ábrelo.
Audrey obedeció a su abuelo. Desenvolvió el moño con sumo cuidado, retiró la tapa lentamente, y entonces vio una pequeña roca de color lila sobre una cama de espuma. Cualquier niño se habría decepcionado por la insignificancia del regalo, pero ella estaba fascinada, incluso sin tener idea de lo que era aquel curioso objeto.
—¿Qué es? —preguntó, sin poder quitarle la mirada de encima al artefacto.
—Ya lo descubrirás en su debido momento. Pero ahora, tienes que saber que no debes perderla de vista nunca. Úsala cuando sea necesario.
—¿Y cuándo será necesario?
—Tal vez mañana, tal vez nunca. Eso no está a mi alcance.
—¿Está a tu alcance decirme cómo debo usarla?
Graham negó con la cabeza.
—¿Entonces cómo sabré cuando sea necesario ocuparla? —Sin darse cuenta, su lado curioso y exigente había salido a flote para interrogar a Graham, mas este seguía sin brindarle respuestas concretas.
—Cuando llegue el momento de usarla, yo me encargaré de que lo sepas, mi niña. Pero ahora, debes saber que a veces, la felicidad conlleva grandes sacrificios, y debes llevarlos a cabo incluso aunque eso signifique acabar con aquello que más amas, ¿entiendes? Por eso te he dado esto. Porque llegará el día en que deberás elegir entre proteger a tus seres amados, o morir... por la mano de los mismos.
—El tiempo se acabó —gruñó de repente la voz de Leonard. Él estaba en el umbral de la puerta, con un gesto de asco en el rostro—. Hija, ven con nosotros. Aléjate de eso.
Audrey pareció aterrada cuando oyó a su padre llamar eso a su progenitor, y es que nunca se le había pasado por la cabeza que uno pudiera nombrar de esa forma tan irrespetuosa a alguien con quien compartía sangre.
La niña caminó detrás de Leonard. Lanzó una última mirada a su abuelo, junto con una sonrisa, y luego llegó al recibidor, donde Alex ya se preparaba para visitar al anciano que esperaba por él en su lecho de muerte.
Alex subió las escaleras a paso lento, casi como retrasando la hora de toparse con Graham. Audrey lo observó, brindándole apoyo moral sin el uso de palabras, y salió de su ensimismamiento en cuanto Leonard le dirigió una mirada furibunda al paquete que le había dado el señor Williams padre.
—¿Qué te ha dado ese maldito? —gruñó con enojo.
—Nada. Solo es un regalo.
—Pues no tendrás nada de él. Dámelo ahora.
—Pero...
—¡Que me lo des, Lynn!
—Es que...
—¡He dicho que me lo des!
Al arrebatarle la cajita, lo primero que Leonard hizo fue arrojarla al jardín a través de la puerta entreabierta. Audrey quiso ir a buscarla, pues no sentía justo que un papel tan bonito como ese fuera maltratado de tal manera, sin embargo, la sola mirada demandante de su padre le impidió hacerlo, así que sin remedio se sentó a esperar en el sofá a que su hermano regresara, mas una sonrisa discreta le llenaba la cara, y es que aunque Leonard parecía bastante complacido con su acto recién llevado a cabo, no tenía idea de que tras haber salido de la recámara de su abuelo, durante el camino de vuelta al vestíbulo, Audrey había extraído la roca lila de la caja y la había metido en el bolsillo de su chaqueta, así que en realidad, Leonard no había logrado deshacerse del regalo.
Minutos transcurrieron, quizá horas, en los que Leonard y Marie parecían demasiado preocupados por Alex, como si esperasen que su hijo muriera en cualquier momento. Mientras tanto, Audrey reflexionaba las palabras de Graham, pero aunque las repetía una y otra vez en su cabeza, no lograba encontrarles ni un significado. Para ella no tenían sentido. ¿«la felicidad conlleva grandes sacrificios, y debes llevarlos a cabo incluso aunque eso signifique acabar con aquello que más amas»? ¿Qué quería decir eso en realidad?
Los señores Williams parecían cada vez más alarmados, y a punto estuvo Leonard de correr escaleras arriba, cuando de pronto algo lo detuvo, algo que lo dejó pétreo en el suelo, e hizo que Audrey se levantara del sofá como un resorte.
Un grito aterrador había roto el silencio. Y Alex lo había proferido.
....
—¡Audrey!
Audrey despertó sobresaltada gracias al llamado de Víctor. Tardó un momento en concebir que estaba en la biblioteca, y otro más en darse cuenta de que el tutor llevaba ya varios minutos llamándola.
—¡Vaya! —exclamó Víctor al verla tallarse los ojos luego de haber despertado—. Sólo me fui por un momento y cuando regresé estabas dormida. Debes estar muy cansada.
—Yo.... Es que creo que no dormí mucho por estudiar para la exposición de biología —mintió Audrey. En realidad, no era del todo mentira, pero la verdad era que ese no había sido precisamente el motivo de su desvelo, solo que tampoco pensaba admitir que se había quedado despierta apoyando a Alex en una crisis de nervios que sufrió tras regresar del funeral.
Only The Lonely sonaba a través de los altavoces colocados estratégicamente por los pasillos de la escuela, en tanto, Víctor daba un vistazo al poco enriquecido reporte de Audrey sobre su árbol genealógico. Ella no esperaba en absoluto recibir una buena nota, porque estaba consciente de la escasez de información en el escrito, por eso fue una completa sorpresa cuando Víctor garabateó un número nueve con marcador de cera rojo en la esquina superior derecha del ensayo. Aquello era más de lo que aspiraba a obtener.
—El profesor de biología me ha contado que excentaste el examen evaluativo —comentó Víctor en tono casual, a lo que Audrey sonrió de oreja a oreja.
—¡Así es! Le encantó mi exposición sobre las ramas de la biología. Dominik y Vanessa también excentaron el examen.
—¡Eso es genial!
Audrey agradeció con un gesto de cabeza. Le hubiera encantado seguir hablando con Víctor, ya que su actitud positiva y entusiasta era muy diferente a la arrogante de Rolland, sin embargo, al mismo tiempo en que Darren se hacía presente en la sala de lectura, el timbre sonaba, dando por terminada la jornada escolar.
—Hora de irnos —susurró Darren a Audrey.
—Me encantaría seguir charlando, Víctor —dijo ella, seguidamente—, pero mi papá me ha citado para comer juntos en su trabajo, así que debo apresurarme.
—Entiendo. Supongo que te veré mañana, ¿no? —Audrey asintió, y luego de ser apremiada una vez más por Darren, se despidió con la mano de su tutor provisional y desapareció de la biblioteca, con rumbo al campo deportivo para esperar a Alexander.
Sin embargo, mucho le impresionó tanto al fantasma como a la chica saber que en realidad Leonard solo la había citado a ella. Por primera vez en más tiempo del que Audrey podía recordar, Alex no iría a comer con su padre, y no solo porque necesitaba quedarse en la escuela y entrenar para el siguiente partido, que era en los próximos días, sino también porque el señor Williams no le había extendido la invitación como a Audrey. Eso sí que la dejó casi muda.
Al asegurar su hermano que permanecería en la escuela un par de horas más, Audrey se despidió de Vanessa y Dominik y se marchó con rumbo al Gran Hotel Central, que era donde su papá la había citado.
—¡Wow! Tu padre sí que tiene muchas ganas de hacer las pases contigo —señaló el fantasma mientras se dirigían a la parada de autobús—. ¿Puedes creer que no invitó a Alex a comer?
Audrey le restó importancia levantando un hombro con indiferencia.
—Eso no lo compensa. Su preferencia por mí durará hasta que vea que ya no estoy enojada con él, y luego... volverá a ser el mismo de siempre —contestó, fingiendo que hablaba por teléfono. Al llegar el transporte, subió y se acomodó rápidamente en un asiento vacío, tomando el lado del pasillo, de manera que Darren quedó junto a la ventana.
—Sinceramente..., estoy de acuerdo. No puede pretender recuperar el tiempo perdido contigo tan sólo gracias a que te atreviste a reprochárselo ayer. Es como separar la basura nada más porque recibiste un regaño por parte de las autoridades. Pasado un tiempo volverás a tirarla en la misma bolsa.
A Audrey el argumento de Darren la dejó con la boca abierta, y es que nada podía expresar lo que sentía mucho mejor que aquella comparación. Pero más que eso, lo que la dejó pasmada fue que una vez más, había salido a flote uno de los principales motivos por los que se sentía en sincronía con Darren: cualquiera le habría recriminado la forma en que estaba comportándose con su padre, el modo en que le estaba negando un perdón que por ética moral tenía que darle, pero Darren entendía perfectamente todos sus argumentos, y hasta la secundaba en su idea de hacer sufrir un poco a su padre. Sentía que ninguna otra persona la entendería tanto como el fantasma lo estaba haciendo en ese momento. Y eso le agradaba mucho.
—Pues —dijo ella, al cabo de un rato—, de cualquier manera, solo hay un motivo por el que acepté comer hoy con él, y para nada tiene que ver con pasar un tiempo a su lado.
—¿Ah, no? ¿Entonces cuál es la razón de que hayas aceptado la invitación? —inquirió Darren curioso, viendo con diversión a un hombre vendiendo marionetas artesanales en la esquina donde dio vuelta el autobús.
—Hoy solo voy a obtener una cosa, me cueste lo que me cueste —manifestó Audrey—. Hoy voy a obtener información sobre mi abuelo. Sobre Graham Williams.
....
Había transcurrido una hora, y, después de finalizar su agotador entrenamiento para el próximo partido de tenis, Vanessa se encontraba observando por la ventana del corredor principal a Alex entrenando junto a James y Kyle. Cada movimiento, cada pequeña acción que ejecutaba su cuerpo, le parecía a ella una divinidad. El cabello castaño peinado en punta, la sonrisa que esbozaba tras cada anotación, incluso la forma en que tomaba agua le parecía perfecta. Era una estupidez, sí, pero algo en él le atraía de la forma en que ningún chico lo había hecho jamás.
De repente, Vanessa vio que Alex se dirigía hacia el interior del colegio, y empezó a frotar sus palmas en la tela de su falda, nerviosa. Segundos transcurrieron, y entonces Alex entró abriendo las puertas dobles, seguramente para dirigirse al vestidor de hombres. Vanessa lo siguió por detrás, nerviosa, demorando en articular una frase coherente debido a que su boca no profería ningún sonido, como si se hubiera quedado muda de pronto.
—¿Cómo ha estado tu entrenamiento? —preguntó por fin al chico, que ni siquiera la había mirado.
—Excelente, Valeria.
—Vanessa. —Alex se volvió, desconcertado—. Mi nombre es Vanessa.
—Lo lamento. Como te decía: estuvo excelente.
—¿Ya te has recuperado por completo?
—Lo suficiente para jugar en nuestro próximo partido, creo.
—Eso está muy bien.
—Sí.
Hubo un momento de silencio, en el que Vanessa se iba aproximando cada vez más a Alex. Sabía lo que debía hacer, porque había ensayado muchas veces frente al espejo, al menos desde una semana atrás, sin embargo necesitó acumular toda la valentía que fuera posible antes de lanzarse al vacío sin arnés, esperando encontrar un colchón mullido en el fondo en el cuál caer a salvo.
—Oye, hay algo que debo decirte. —Empezó tranquilamente. El chico le hizo un ademán con la cabeza para que continuara. Vanessa suspiró, tomando valentía—. Me... gustas. —pronunció en un hilillo de voz temeroso—. Desde que te conocí me has gustado mucho, Alexander. Y sé que es una locura lo que voy a hacer, y entenderé si no me quieres volver a hablar, pero debo hacerlo. Perdóname...
Alexander ya no oyó más la voz de la pelirroja, porque a continuación, la chica estampó sus labios contra los de él en un beso tan sorpresivo que este demoró varios segundos en procesar lo que estaba ocurriendo. Ella recorrió su boca con inocencia, con dulzura. Era la clase de beso que Alex jamás había experimentado, porque este parecía una llovizna agradable, a diferencia de las tempestades que había sentido tras cada beso con Frida. Ese beso no era una muestra de superioridad por parte de Vanessa, tal como los de Frida cada vez que sentía ganas de demostrarle al resto que tenía como novio a uno de los más guapos del colegio. Este era un beso lento, cargado de expectación y ternura, tímido. Alex vio que Vanessa había cerrado los ojos, y no supo con exactitud cuántos segundos pasaron antes de que se viera en la penosa necesidad de separarla de él con delicadeza, tomando sus brazos para alejarla.
—Vanessa, yo... —El chico se había quedado sin habla, y la expresión esperanzada de la joven no le ayudaba mucho. No quiero lastimarte, Vanessa—susurró—. Mira... creo que eres una chica increíble. Eres hermosa, encantadora, y tienes unos ojos preciosos. Pero... —Alexander inclinó la cabeza, mirándose los pies—. Yo ya tengo novia: Mariana. Y no me importa nadie más por el momento. Sin embargo, sé que encontrarás a un chico estupendo, que te quiera tanto como yo la quiero a ella, solo que... yo no soy ese chico. —Alex miró hacia uno y otro lado, como esperando una interrupción divina—. Debo irme. Que... que tengas un buen día.
El chico le dio la espalda y desapareció tomando el camino que llevaba a los vestidores. En tanto, Vanessa se quedó allí, llorando desconsolada, sintiendo el dolor de la humillación que le había ocasionado el rechazo de Alex. ¿Y aquel colchón mullido en el que había esperado caer? Se transformó en una cama de fragmentos de cristal que se enterraron en cada parte de su cuerpo y de su alma, previamente destruidos.
¿En qué estaba pensando? ¡Aquello de declararle sus sentimientos era una tontería! Él estaba perdidamente enamorado de Mariana, y jamás le prestaría atención a una chica como ella, que solo era conocida en la escuela como «la hija de un hombre millonario que pocas veces se deja ver en público». Era obvio que no obtendría el resultado que deseaba.
Si tan solo fuera tan bonita como Mariana, o tan delicada, o tan dulce y deseada por casi todos los estudiantes, quizá solo así tendría oportunidad con él.
En eso, unos pasos se aproximaron a ella a toda velocidad, y cuando menos se lo esperó, Oliver la tenía abrazada por los hombros, con el rostro atestado de preocupación.
—¿Qué es lo que ocurre? —interrogó—. ¿Kyle te ha hecho algo otra vez? ¡Voy a matar a ese hijo de...!
—No ha sido él —murmuró Vanessa entre sollozos, abochornada. De todas las personas que podían haber llegado, justamente había tenido que ser él. ¿Es que no podía encontrarla débil y vulnerable otra persona?
—¿Entonces? Dime quién te ha hecho daño, y juro que voy a destrozarlo. —La pelirroja se negó a decirle una sola palabra. Tan solo le quitó importancia con un gesto de su cabeza—. ¿Te han amenazado?
—En verdad no es nada, Grey. ¿Querrías dejarme en paz?
—¡Por supuesto que no! Y ahora que lo pienso, es una suerte que me haya encontrado contigo, porque me estaba preguntando si te gustaría que fuéramos al cine. Nuestros entrenamientos acabaron, y hay una película en cartelera que me encantaría que viéramos.
—¿Ah, sí? ¿Cómo se llama? —Vanessa dibujó una pequeña sonrisa en su rostro.
—Yo y la pelirroja llorona que no me quiere decir qué le pasa para que pueda romperle la cara al que la haya hecho llorar.
En respuesta, la joven rió, destrozada y casi sin fuerzas, pero rió.
—Es un título muy largo.
—Pero llama mucho la atención, ¿verdad? Entonces... ¿vienes?
Pensándoselo dos veces, la chica asintió, y acto seguido, Oliver la guió hasta su motocicleta, otorgándole un casco que ella tomó, decidiendo olvidarse por un momento del dolor que sentía gracias a Alexander y disfrutar esa salida con la persona más molesta que había tenido el gusto de conocer.
....
—Entonces... —balbuceó Leonard.
—Entonces... —le imitó Audrey.
—¿Vas a decirme algo? Has estado muy callada. Extremadamente callada, diría yo.
Audrey volvió la cabeza a un lado y otro, centrando su vista por un segundo en Darren. Este se encontraba parado en una esquina de la oficina, alejado del escritorio donde se extendían recipientes desechables con comida china y vasos de refresco. El fantasma le dedicó una sonrisa de apoyo, y por algún extraño motivo, Audrey deseó sostener la mano del chico, y apretarla fuerte con el objetivo de no salir corriendo de la oficina. Lidiar con Leonard después de haberlo evitado tras su pequeño altercado era más difícil de lo que cualquiera supondría.
—Estuvo rica la comida —dijo, al cabo de un tiempo, observando que los labios de Leonard se curvaban hacia abajo con decepción.
—¿Solo eso? —el señor Williams fingió una sonrisa—. ¿No vas a admitir que tienes al papá más genial del mundo?
Con un tono de voz gélido, Audrey respondió:
—Lo admitiré cuando lo tenga.
A Leonard eso le caló profundo. Prueba de ello es que no desaprovechó el momento de excusarse y salir de la oficina en cuanto Monique entró y le anunció, con su detestable acento francés, que «los técnicos esperaban en la recepción». Audrey lo vio marcharse sin decir nada, mientras que Darren no aguantó más y soltó una estruendosa carcajada que por suerte solo ella escuchó.
—Haciendo sufrir a la gente eres más buena de lo que creía. Tomaré nota de nunca hacerte enojar —profesó, todavía riéndose, a lo que Audrey inclinó la cabeza en señal de agradecimiento.
—Gracias, gracias. Significa mucho para mí aquel cumplido suyo, joven Rosewood. —A continuación se puso seria—. Vigila y dime si no viene nadie, Gasparín.
Darren asintió y se acercó a la puerta. Pasados un par de segundos, se giró hacia ella y le dijo:
—Todo vacío. Ahora o nunca.
Dicho eso, Audrey corrió rápidamente hacia los archiveros de Leonard. Los abrió debido a que estos no estaban cerrados con llave, y miró sorprendida los montones de carpetas que se apilaban en orden alfabético. Revisó los de la letra «G» y los de la «W», o al menos unos pocos de ellos, pues eran al menos setenta carpetas de cada letra, y no había mucho tiempo antes de que Leonard regresara.
—Y..., ¿exactamente, qué estás buscando?
—No lo sé. Supongo que lo sabré cuando lo encuentre.
Al tiempo en que hablaba, Audrey pasaba a revisar los cajones del escritorio, que tampoco estaban cerrados con llave. ¡Aquello era genial!
—Date prisa. No creo que nos quede mucho tiempo —apremió Darren.
—Ya voy, ya voy. Solo necesito encontrar.... —Audrey se calló. Había encontrado un retazo de periódico con una noticia sobre la apertura de el Hotel del Norte en el Estado de México, con fecha de impresión de dos años antes. Se quedó mirándolo detenidamente, y luego fue como si un foco se encendiera dentro de ella—. Creo que tengo una idea —afirmó.
—Eso es genial, pero debes guardar todo. Tu padre está viniendo para acá —urgió Darren, mucho más alterado de lo que un fantasma lo estaría en esas mismas condiciones, como si fuera él quien corría el riesgo de ser atrapado, en lugar de Audrey.
La chica se apresuró a ordenar los documentos que había desordenado, y metió en los cajones las cosas pertenecientes a ellos, pero cuando estuvo a punto de cerrar el último, algo en el fondo llamó su atención: se trataba de una pequeña roca de color lila, brillante, cuyo esplendor la hipnotizaba al grado de tomarla sin pensárselo dos veces y sostenerla en la palma de su mano.
—Oye, ¿qué mierda ocurre aquí? Se suponía que tu papá había arrojado esa cosa al retrete. Yo mismo lo vi —decretó Darren con recelo.
—No lo sé, pero vamos a averiguarlo.
Audrey observó con extrañeza la amatista antes de guardarla en un bolsillo vacío de su chaqueta. Después, al ver la alarma en el rostro de Darren, dio un último vistazo al escritorio para asegurarse de que todo estaba tal cual lo había dejado Leonard antes de irse, y posteriormente, fingió que llevaba los platos y vasos a la basura. Su padre se adentró a la oficina tras un segundo, y su semblante irritado se transformó en lo contrario al mirar a su hija
—¿Todo bien? —inquirió ella, viéndolo algo tenso.
—Sí, todo está bien, amor. Solo que... No sé si te lo había comentado ya, pero las cámaras de mi oficina y de este pasillo están descompuestas. Los técnicos dicen que costará bastante arreglarlas, y no es momento de gastar. Necesitamos capital para nuestro proyecto de navidad. —Se llevó las manos a la cara, exasperado—. Tenemos presupuesto para comprar nuevas cámaras, por supuesto, pero eso significaría deshacerme de los recursos que Roberto tiene previsto ocupar para alguna emergencia posterior al proyecto.
—¿De qué se trata ese proyecto, si pudiera saberlo?
Leonard curvó ligeramente los labios hacia arriba.
—Ya lo sabrás en su momento. Solo puedo decirte que te va a encantar.
Se quedaron callados por un momento. A decir verdad, a Audrey le costó no sugerirle con sarcasmo a Leonard que consultara la situación con su hijo predilecto, pero al final decidió callar, y en lugar de eso, dijo, dubitativa:
—Eh..., eso es genial, y todo, pero debo irme.
Su padre la miró con los ojos abiertos.
—¡¿Ya?! Pero si acabas de llegar, hija.
Ella levantó un hombro, fingiendo pena.
—Lo siento. He quedado con... eh... Dominik, para comer.
—Acabas de comer.
—Bueno..., sí, pero también vamos a ir al cine. Te... Te veo luego, adiós.
Y una vez diciendo lo anterior, Audrey se encaminó hacia la salida del hotel, apenas respondiendo vagamente los saludos que algunos empleados y gerentes le daban al verla pasar tan rápido.
Afuera, el sol no tardó en quemarle la piel, pero el aire frío erizó los vellos de sus brazos. El clima de México era tan sencillamente loco.
—Oye, pero no has quedado de ir al cine con Dominik —dijo Darren frunciendo el ceño.
Luego de haberse colocado las manos libres, Audrey respondió:
—No, pero sí tengo algo que hacer. Por lo mismo iba a pedirte que...
—Me vaya a la casona, ¿cierto? —El tono de su voz era un mezcla de decepción, aburrimiento y suspicacia que ella no pasó por alto.
—Sí, por favor, Darren. ¿Crees que podrías? —Audrey unió las manos como si estuviera rezando. Darren, en tanto, puso los ojos en blanco.
—Ya van varios días que lo haces. No sé adónde vas, ni lo que haces, pero confiaré en ti, esperando no arrepentirme.
—No lo harás. No te arrepentirás, lo prometo.
—Ajá —manifestó Darren molesto, y se dio la vuelta, de manera en que ambos tomaron caminos diferentes.
....
La noche había llegado a la Ciudad de México y Audrey se encontraba en su cama, con la portátil sobre el regazo, mientras que Darren estaba sentado en el sofá donde solía dormir diario. Ella tecleaba a toda velocidad, y luego fruncía el ceño al ver algo en la pantalla que el fantasma no alcanzaba a divisar.
—¿Me puedes decir ya qué te traes entre manos? —exigió Darren algo indignado. Después de llegar a la casona, Audrey solo se había encerrado en su cuarto y no le había ni dirigido la palabra al espectro.
Al fin, luego de algunos segundos, ella levantó la cabeza y dijo:
—Encontré este trozo de periódico en la oficina de mi papá. Habla sobre un hotel que se construyó en... Toluca. ¿Así se lee el nombre? —Darren asintió—. Bueno, en el momento en que lo descubrí, me puse a pensar en algo que quizá me diera pistas de la historia de los Williams.
—¿Qué cosa?
—Pues... Mi papá una vez me dijo que la cadena de hoteles se ha traspasado de generación en generación, desde hace mucho tiempo.
—Ah, ya entiendo. Entonces todos los Williams han trabajado en el área de la hostelería.
Audrey desmintió su hipótesis con un movimiento de cabeza.
—Eso me dijo mi papá, pero nada cuadra con lo que he encontrado en internet. De hecho, me he topado con mucha gente que piensa lo mismo que yo.
—¿Y qué cosa es? —Ahora, Darren estaba tan interesado, que se levantó para acomodarse junto a ella en la cama.
—Si se supone que la cadena de hoteles ha pasado de generación en generación, ¿cómo es que no se conoce el nombre de algún otro dueño que no sean Graham o Leonard Williams? —Al escuchar la explicación de Audrey, Darren arqueó una ceja—. Piensa por un momento: no encuentro registro del año en que se creó la cadena, pero supongamos que surgió en... no sé... 1980. Y desde entonces ha sido administrada por diez generaciones. Eso significa que debería haber registro de ocho administradores más. Pero no encuentro ninguno. ¡No cuadra!
Reflexivo, Darren se llevó las manos al mentón.
—Ya que lo dices... Tienes razón. Es muy extraño que no aparezca ninguna referencia al año de creación, o a otro dueño previo a tu abuelo Graham.
—Así es. Y peor aún... ¿Has dicho que mi papá tiró su amatista al retrete?
—Exacto. Lo vi yo mismo —confirmó Darren—. Le dijo a tu mamá que no iba a permitir que el Hillarium estuviera donde ustedes.
—¿Y entonces cómo...?
—Ni idea. Quizá el que tiró al excusado no era el único. No quiero apresurarme a creer que regresó a él gracias a una fuerza sobrenatural. Sería una locura. Aunque recuerdo perfectamente que la forma de la roca que tiró era idéntica a la de esta que tienes aquí.
—Si te soy sincera, a estas alturas ya nada me sorprendería. Pero bueno... Tengo que dormir. No quiero hacerlo en mitad de la clase otra vez.
Darren la secundó y se quitó de la cama para que ella pudiera acomodarse. Por su parte, Audrey apenas tocó la almohada, y el sueño comenzó a invadirla, y para cuando la realidad y la fantasía se habían entremezclado en su cabeza, escuchó una última vez la voz de Darren, diciendo:
—Descansa. Ya vengo yo.
A lo mejor estaba soñando, no lo sabía con certeza, pero se escuchó contestándole al fantasma un vago «vale. Cuídate». Después se dejó envolver por los brazos de Morfeo, y ya no fue consciente de nada más.
....
02:05 a.m.
Audrey despertó tras haber oído un ruido extraño viniendo de su balcón. Lo había escuchado muchos días atrás, así que, a diferencia de aquella noche, esta vez no dudó de su veracidad. El aleteo podía oírse con claridad en el exterior de su recámara. Sin encender la luz, buscó a Darren, pero este no se encontraba en rededor, por lo que supuso que el fantasma realmente había dejado la casona. Una vez sabiéndose sola, se las ingenió para calzar sus zapatos, y luego caminó con rumbo al ventanal. Cuando llegó, se detuvo justo frente a él, y corrió con incertidumbre la cortinilla blanca. Eso le parecía como un deja vú.
En el instante en que se atrevió a mirar al otro lado, pudo distinguir perfectamente la figura humana que se encontraba trepada en una de las ramas del roble que colindaba con su habitación. La silueta no solo la observaba con sus luminosos ojos, sino que además, acababa de extender un par de hermosas alas a cada lado de su cuerpo. Audrey no necesitaba mirar mucho para darse cuenta de que las plumas de esas alas eran idénticas a la que había encontrado tirada en su alfombra semanas antes.
Se observaron. Solo una ventana de cristal los separaba, pero algo muy singular podía palparse en el ambiente. Despreocupación. No había otra forma de definir aquello que corría por las venas de Audrey al visualizar a la figura. Era como si todo el miedo se esfumara repentinamente de su ser. Como si nada pudiera dañarla.
Audrey siempre había creído que, llegado el momento en que se topara con su vigilante, cara a cara, el cuerpo le temblaría, y un terror indescriptible se apoderaría de ella. Pero no era así en absoluto. Todo lo contrario, de hecho.
La chica vio al individuo acercar su rostro a la ventana y soltar una bocanada de vaho en el cristal. Después, el mismo dibujó con su índice algo: se trataba de un corazón con la letra A. Por un momento se mostró descolocada, pero, cuando el ser apoyó su mano contra el vidrio, tuvo la sensación de que ya sabía qué hacer. Por eso imitó la acción del desconocido, y apoyó su palma contra su lado de la ventana, de modo que ambas manos se tocaban. Así permanecieron, segundos, tal vez, observando sus dedos y la forma en que ambas palmas parecían asemejarse con la otra.
De pronto, el teléfono de Audrey sonó, y ella despertó sobresaltada.
Lo primero que hizo fue observar el balcón. No había ninguna figura alada allí, ningún corazón hecho de vaho, y ninguna mano pegada al vidrio, pero tampoco estaba Darren, por lo que supuso que sus últimas palabras pronunciadas antes de que ella durmiera sí habían sido verdad.
El teléfono sonó de nuevo. La muchacha lo sacó de debajo de su almohada, vacilando en contestar al ver que se trataba de un número desconocido. Se mordió un labio preguntándose si debía responder, y luego, pensando en que tal vez podría ser una llamada importante, se llevó el móvil a la oreja y saludó. Deseó no hacerlo.
El corazón le latió velozmente. Conjeturó que se trataba de una broma, pero cuando la voz al otro lado de la línea pronunció su nombre, un sudor frío recorrió su espina dorsal. Esa era la voz más escalofriante que había oído en su vida. De hecho estaba segura de que ni siquiera era una voz real, sino un filtro, mas la risa siniestra que lanzó la persona, se encargó de que aquella llamada pareciera todo, menos un juego.
—Estamos donde tú estás. No lo olvides... —dijo la voz. Después cortó.
Aunque quisiera, Audrey no pudo volver a dormir, por lo que unos minutos más tarde, cuando ya había decidido rendirse ante el insomnio, bajó a beber un vaso de agua, preguntándose, entre muchas otra cosas, si debía llamar a la policía. Estaba claro que sí, pero aún le quedaba la duda de cómo procederían los oficiales que la atendieran, o peor, imaginó la posibilidad de que aquel policía que hablaba con Rolland días atrás, se enterara de lo que estaba sucediendo con ella. Seguramente a Darren no le gustaría ver que alguien que estaba en contacto con Rolland obtuviera información personal de la chica, puesto que el fantasma ya sospechaba que el tutor estaba involucrado en las desapariciones.
Al final de lo que parecieron quince minutos, la chica subió las escaleras, habiendo optado por contárselo primero al espectro para que ambos pudieran decir lo que harían. Mientras tanto, bloquearía aquel número, y no volvería a contestar llamadas de desconocidos.
A punto estuvo de entrar en su cuarto, con la mejor intención de descansar un rato, pero en eso, escuchó un sonido en la recámara de Alexander, y se acercó a la puerta para oír mejor. Se trataba de una lata de refresco siendo destapada. Sin ninguna razón existente, tocó un par de veces, y, cuando escuchó la voz de su hermano permitiéndole pasar, observó impresionada las latas de bebida energizantes que se encontraban tiradas en el basurero, junto a la cama de Alex. Eran al menos diez, mas las que tenía cerradas, y la que se estaba tomando. También varias bolsas de frituras lo rodeaban, y él se las comía despacio, con un par de ojeras profundas asomando bajo sus ojos.
—¿Qué... qué es todo esto? —inquirió ella, evidentemente descolocada—. Deberías dormir, Alexander.
El chico la miró con tristeza.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Por que él otra vez estará en mis sueños.
Audrey frunció el ceño. Al mismo tiempo, dio una serie de pasos y se sentó en la cama, junto a su hermano.
—¿Él? ¿Quién?
—El sobrino de Roberto —susurró nervioso. Audrey no entendía nada, y casi estaba por preguntar a qué se refería, cuando este añadió—: yo... Yo lo vi. Te juro que lo vi... —Alex estaba tan aterrado que ni siquiera fue capaz de finalizar la frase, así que, tras pensárselo mejor, solamente pronunció—: no importa. Yo... dormiré en un par de minutos. Lo siento si te desperté.
—No me has despertado. Yo tampoco podía dormir, la verdad. —Alex no le respondió, pero por su expresión, Audrey supo que estaba suponiendo que se trataba de una pesadilla—. ¿Te acuerdas de cuando éramos pequeños? Yo siempre tenía pesadillas.
—Sí, aunque soñar que besas a un sapo y se transforma en un maniquí no es meramente una pesadilla. —Rió—. Recuerdo que, por no querer despertar a papá y mamá, ibas corriendo a mi habitación, llorando por que te dejara dormir allí.
Esta vez, la carcajada provino de ambos.
—En realidad nunca tuve pesadillas. Solo... En la oscuridad de mi cuarto, me parecía ver sombras, figuras monstruosas, personas alrededor de mi cama. Y no pensaba en alguien con quien pudiera sentirme más a salvo que contigo —admitió en voz baja.
—La oscuridad solo nos muestra las cosas que con la luz no podemos ver —pronunció él, como se pronuncian de memoria las capitales de cada país del mundo, con pulcritud.
—¿Es por eso que tú siempre duermes con la luz prendida? —inquirió, recordando que desde los siete años, Alex no apagaba la luz de su recámara.
Este no le contestó inmediatamente. En su lugar agachó la cabeza por varios segundos.
—¿Quieres dormir aquí? —preguntó al fin, sin querer contestar el cuestionamiento de su hermana—. No parece que vayas a poder conciliar el sueño en un largo rato.
Audrey suspiró. Estaba claro que había esperado una respuesta a su interrogante, pero también estaba claro que Alex no pensaba dársela, por lo que asintió sin más remedio, y ambos limpiaron la cama de todas las frituras, para luego acomodarse uno junto a otro.
—Entonces... ¿lo de tu príncipe maniquí nunca fue real? Esperaba que sí, para poder burlarme un poco ahora que ya somos mayores.
Audrey rió.
—¡Cállate Alex!
—Perdona —masculló él, sin poder aguantar la risa—. Es que sigo sin creer que hayas inventado un sueño como ese solo para no aceptar que te daba miedo dormir sola. Pero prometo no burlarme de eso, ni siquiera cuando tu novio maniquí venga a conocer a la familia vestido con ropa de rebaja.
En eso, Audrey le dio un puñetazo de juego en el pecho, a lo que Alex fingió hacer una mueca de dolor.
—¿Cuando tenga novio, qué harás en realidad? —preguntó, inyectándole a la interrogante tanta seriedad como fuera posible.
—Para nada estoy preparando una lista de amenazas con las que me aseguraré de que no te haga daño. Ni me he comprado un bate con la esperanza de matarlo apenas vea que te hace llorar —ironizó—. La cuestión es, que esta vez prometo poner toda la atención que no te puse mientras estabas con Voldemort.
—¿Voldemort? —Audrey arqueó las cejas.
—Sí, ya sabes, porque para nosotros es El Innombrable.
—Tú nunca has visto Harry Potter. Estoy segura de que ese es un chiste de Dominik.
—Puede, pero ya entiendes lo que pretendo decir. Pretendo decir, que esta vez, no te dejaré sola. Voy a estar junto a ti, y no permitiré que nadie te dañe. Nunca más.
Audrey ya no le respondió. Había cosas que quería decirle, o que quería agradecerle, pero nada le salió. En su lugar, se restó a abrazarlo y recargar la cabeza en su pecho para sentirse tan a salvo como siempre. Para sentirse como cuando era una niña. Y ya ahí, junto a su hermano, sintió que nada ni nadie podría dañarla. Ni siquiera las sombras.
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