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Capítulo 25

Bajo la plateada luz de la luna que iluminaba la inmensidad del bosque, la silueta violácea de Darren figuraba sollozando, con Audrey en brazos. El joven no tenía ni la más remota idea de porqué aún siendo un fantasma sus ojos podían derramar lágrimas reales, humanas. Pero teniendo entre sus brazos a una Audrey cada vez más pálida, sin atisbo de vida en los inexistentes latidos de su corazón recientemente herido por el filo del arma de Demián, eso era lo de menos.

¿Importaba acaso que dentro del joven Rosewood hubiera un ápice diminuto de humanidad, cuando la única que lo hacía sentirse vivo yacía moribunda frente a sus ojos? ¡Pues claro que no! ¡Nada de eso importaba si no la tenía a ella!

Abrazó el frío cuerpo de la muchacha, y profirió un desgarrador grito que el viento arrastró por cada centímetro de aquel solitario bosque. Las gotas de agua salada resbalaban por sus mejillas, mientras él, desconsolado, aproximaba su rostro al cuello de Audrey, para suplicarle al oído que no se fuera, que no lo dejara.

—Audrey, por favor despierta. Despierta —imploraba, pudiendo apenas profesar palabra, gracias al nudo en su garganta—. Sabes que te necesito. Eres... —Un sollozo ahogó su voz, pero aún así continuó—: eres todo lo que tengo, Audrey. —La abrazó con mucha más fuerza, deseando que un milagro le devolviera la vida a su querida Audrey—. Sin ti no sé lo que haré. Por favor no me dejes. ¡No me dejes!

Inhaló el aroma frutal de su cabello rubio, cuyos mechones se mecían suavemente debido a la fresca brisa de aquella madrugada de principios de diciembre. La decepción se iba apoderando de a poco de él, y en consecuencia, desde el fondo de su mente nacía el más terrible de los pensamientos, el más inoportuno de los pesares: se imaginó a sí mismo, se vio aquel dieciséis de noviembre pasado, mirando por la ventana del balcón una Nissan Pulsar blanca aparcando frente al portón principal de aquella que hasta entonces había considerado su casa. Recordó con perfecta claridad el descenso de Alex, pero sobretodo el de una guapa rubia, de piel tostada y semblante atormentado que se había unido pronto al joven; imágenes de la chica observando el vestíbulo con un ápice de reconocimiento en los iris llegaron a su cabeza. Y luego, el primer ataque de las sombras, la aterrada reacción de la jovencita al observar a un desconocido en su habitación, y el modo tan valiente e inigualable en que había osado enfrentarlo, con cuchillo en mano.

Recordó la primera vez que se tocaron; la noche que durmieron juntos en el Gran Salón, y su primer beso. ¡Ese beso! El sabor de los labios que tanto lo había enloquecido, que tan prendado lo había dejado. ¡Se negaba a aceptar que Audrey no viviría más para experimentar otro de esos!

Darren cerró los ojos, entregándose al dolor, dejando que este se expandiera por cada fibra de su ser, al tiempo que se preguntaba cómo hubiera sido la vida sin ella, sin sus risas, sus regaños, sin sus pláticas secretas en la escuela, o los diálogos hilarantes que a veces lo hacían sonreír en mitad de la noche, para sí mismo al rememorarlos. ¡Incluso esa forma tan particular que tenía de llevarle la contraria cada vez que intentaba protegerla de algún posible peligro! Había pasado tanto tiempo caminando como un muerto en el mundo de los vivos, que la luz que Audrey traía consigo lo deslumbró, y se acostumbró tanto a su presencia, que ahora no podía siquiera figurarse volver a lo mismo, a salir a las calles, y observar a la gente, tratando de descifrar su vida, tan solo por la necesidad de pasar el tiempo, esperando el anochecer por el resto de la eternidad. Nuevamente las horas se alargarían día con día... y todo gracias a Demián Martínez.

De repente, una figura encapuchada se materializó ante los ojos llorosos de Darren, quien demoró en levantar la cabeza, pero apenas reparar en la presencia que yacía a un metro de distancia, estrechó más el cuerpo de Audrey contra él y se arrastró unos centímetros hacia atrás, asustado, no por él, sino por la muchacha.

Entonces, cuando su espalda chocó contra un árbol, la figura dió un paso adelante, y con una voz cavernosa, que no era de hombre ni de mujer, dijo:

—Dame a la chica.

Darren soltó un respingo, aterrorizado.

—Dame... a la chica —repitió el encapuchado.

Darren procesó aquellas palabras, y en seguida negó ferviente con la cabeza.

—¡No! ¡Vete, déjala en paz!

—¿Te atreves a desafiarme a mí? ¡Muchacho idiota!

—¡Y qué más da! —exclamó Darren—. ¿Quién eres? ¿La muerte, acaso?

—Si te dijera quién soy, te arrepentirías de haberme desafiado —profesó el ente de escalofriante voz.

Darren mostró una irónica sonrisa de dientes blancos, y dijo:

—Desafiaría al mismísimo demonio por ella. No me importan las consecuencias. Si se trata de Audrey jamás me importarán, eso es seguro. Ahora bien, te ofrezco mi alma a cambio de la suya. Haz con mi espíritu lo que quieras, pero deja en paz a Audrey, déjala en paz.

Darren creyó ver, por un momento, una curvatura sarcástica de color marfil en el fondo de la capucha, pero quizá solo había sido su imaginación. En cambio, el ente contestó a su proposición:

—Es mucho lo que me ofreces: tu alma por la de ella, nadie podría darse el lujo de rechazar semejante oferta... a excepción de mí. Porque yo no te quiero a ti. Yo la quiero a ella. —Señaló el cuerpo sin vida de Audrey con una mano enguantada.

El muchacho alternó la vista entre el ser desconocido y Audrey, desesperado.

—Si eres la muerte, ¿planeas llevártela? ¿Qué harás con ella? ¿Podemos ir los dos? Yo también estoy muerto, al final de cuentas... Al menos eso creo —señaló, extendiendo una fantasmagórica mano frente a sus ojos, mas el encapuchado rió con suavidad.

—No planeo llevarla a ningún lado, niño, y mucho menos a ti. He venido a ayudarlos.

—¿Ayudarnos? —repitió con incredulidad.

—Puedo ver que el amor que sientes por ella es puro, sincero, e incondicional, justo como tu personalidad. Eres uno de los individuos más honestos y correctos que han pisado este mundo, pero si la chica se fuera, una semilla de resentimiento empezaría a florecer en tu corazón, empañándolo con rabia, deseos de muerte y sed de venganza. Eso no sería justo. La quieres, y ella está empezando a quererte a ti. Por eso estoy aquí. No puedo permitir que ellos te la quiten.

—¿De qué habla... usted? —Sin querer, Darren dubitó al decir la última palabra, pues en realidad no sabía cómo dirigirse al sujeto que estaba frente a él.

—¿Ves aquel sauce? Sus hojas son de un verde más claro que el del resto de los árboles, como los ojos de aquella que tanto proteges aún después de muerta. —El encapuchado señaló un árbol a varios metros de distancia. En efecto, sus hojas estaban teñidas de un color más vivaz incluso que el de los pinos o robles que se alzaban a lo largo de ese bosque. Darren asintió confundido—. Lleva a la chica allí. Tiende su cuerpo en el césped, y regresa a tu hogar. La tendrás de vuelta pronto.

El chico no demoró en arrugar el ceño.

—¿Cómo sé que no es una trampa y me la arrebatará cuando haya abandonado este sitio?

—Muy en el fondo sabes que no lo haré. No la necesito aún, y menos muerta. Muerta no me sirve, y tú, con un corazón lleno de odio, tampoco. Así que haz lo que te digo y ve a casa. Anda, que si el plazo termina y no has obedecido, no podré devolvértela, porque su alma le pertenecerá a ellos.

—¿A quiénes?

—A mi señor, a mi amo y a su fiel sirviente, cuyas intenciones son oscuras, solo sangre y dolor han empañado sus corazones, y no hay salvación para ellos. ¡Vamos! El plazo termina en tres minutos. Si no la dejas a los pies del sauce, no podré hacer nada para ayudarlos.

Angustiado, Darren se levantó del suelo con Audrey entre sus brazos. Avanzó lentamente, la depositó con extrema cautela sobre el césped, y se inclinó para depositar un casto beso en sus labios, disfrutando cada pequeño segundo que duró este. Luego se volvió y, al pasar junto al encapuchado, giró la cabeza e interrogó:

—¿Vas a ayudarnos?

El ente no contestó de inmediato, pero cuando lo hizo, repuso, con un leve susurro:

—Los he estado ayudando más de lo que se imaginan, muchacho. Ahora vete, duerme, y verás que no miento. ¡Anda! No demores más tus pasos.

Darren echó una última ojeada a la joven fallecida, y luego, muy en contra de su voluntad, anduvo hacia la casona, tratando de rehacer el camino que habían trazado al perseguir a Demián. A pesar de haber vivido allí durante más años de los que podía contar, las edificaciones que iba dejando atrás le parecían desconocidas, mas sus pies avanzaron a paso resuelto hasta que frente a él se alzó la casona Williams. El halo violeta de luz se había tornado blanco durante su travesía, por lo que le fue fácil atravesar el hierro forjado gracias a su absoluta condición de fantasma.

Se internó en el cuarto de la chica, y miró dormir en completa tranquilidad a Romina y a Vanessa. A pesar de que su sofá estaba enteramente disponible —gracias a que Audrey había cedido su cama a la pequeña Lawson y Vanessa había dormido en un saco de dormir—, se sintió algo incómodo al imaginarse descansando en la misma habitación que ellas, de manera que, por primera vez en el tiempo que llevaba en la mansión, dirigió sus pasos hacia la pieza de huéspedes más pequeña de la morada, que quedaba en el ala contraria, a cinco o seis puertas de la recámara que ocupaban los señores Williams.

La cama era dura, la almohada muy blanda, y la oscuridad dibujaba aterradoras siluetas en los muros del recinto, pero Darren hizo caso omiso de ellas, y se aproximó a ciegas a la cama. Creía que le iba costar pegar ojo, pero apenas treinta segundos después de acomodarse lo mejor que podía, cayó profundamente dormido, aunque una parte de él lo consideraba como una traición a la que había visto siendo apuñalada horas atrás. Se suponía que debía esperar despierto e impaciente a que regresara, pero el sueño lo venció, obligándolo a deshacerse de las preocupaciones con las que cargaba en un santiamén.

....

El sol no había terminado de salir a la mañana siguiente, cuando Darren ya se había puesto en pie, tras una mala noche, y salía de la recámara, asomando la cabeza sobre el barandal de la escalinata. Justo debajo de él, se encontró al señor Williams caminando de un lado a otro mientras realizaba el nudo a su corbata y se colocaba un elegante saco gris, a Romina sentada en la silla central del comedor, y a Vanessa ayudando a Marie con los platos del desayuno. La voz de Alexander se oyó, pero como Darren no lo alcanzaba a vislumbrar, supuso que ya se encontraba listo para desayunar, sin embargo, los segundos pasaban y no había ni rastro de Audrey. El fantasma se alteró por ello.

—Entonces, ¿llegarás temprano a casa hoy? —preguntó la señora Williams a su esposo, con el atisbo de una sonrisa en el rostro.

—Eso depende. Sin Roberto, me costará un poco más cerrar el trato con los inversionistas colombianos. Ya sabes que él es el convincente de la compañía, pero dadas las circunstancias, tendré que apañármelas sin él.

—A propósito... ¿Qué será de él?

—Lo llevaré a la funeraria a fin de que arregle todo para el sepelio.

—¿Y tú?

El señor Williams se acercó a su esposa y le dio un beso en la mejilla, al tiempo que decía:

—Creo que puedo con esto, además tengo a Monique.

Como si aquel nombre le provocara un asco inefable, la madre de Audrey se separó bruscamente de su esposo y profesó con desdén:

—Como cometas una burrada con esa mujer, no dudaré dos veces en echarte de la casa y pedir a mis abogados que me cedan el sesenta por ciento de tus propiedades, y en adición, no volverás a ver a tus hijos, ¿me has oído, Leonard Williams?

Él sonrió, contrario a la reacción que Darren anticipaba.

—¡No digas tonterías! Además, ¿Para qué querría a Monique, cuando te tengo a ti? —Tras sus palabras, Leonard pellizcó una mejilla sonrojada a su esposa y le robó un beso juguetón—. No hemos pasado por tantas dificultades desde nuestro noviazgo como para que termine mandando todo al carajo por alguien que no vale ni la mitad de lo que la madre de mis hijos, ¿o es que no soy tan listo?

Marie sonrió con complicidad.

—A propósito —prosiguió ella—, ¿sabes qué día se acerca?

El señor Williams curvó los labios.

—No se me ha olvidado, créeme. ¡Casi es el aniversario de la vez que mi hijo ganó la medalla a mejor jugador de su equipo en el torneo de soccer de Montreal! ¡Eh, Campeón, bien hecho, hijo! —exclamó, a lo que el rostro de Marie se tornó decepcionado.

—Ehhhh... sí, eso.

Y se dió la vuelta para seguir preparando la mesa, visiblemente cabizbaja.

Después de creer que había escuchado suficiente de la cursi conversación, Darren se encaminó hacia el ala contraria, y cuando traspasó la puerta de la recámara de Audrey, no cupo en júbilo al verla delante de su tocador, examinando su rostro, o quizá su cuerpo entero, y Darren, haciendo uso de sus habilidades, se materializó y corrió a abrazarla con los ojos inundados en lágrimas. Se sentía tan venturoso de poder verla de pie en su habitación, que demoró en darse cuenta de que la chica llevaba apenas la ropa interior, y lo observaba con una mezcla de vergüenza e incredulidad, pero conmovida por el inesperado recibimiento.

—¡Dios, estás aquí! ¡Estás viva, Audrey! ¡Estás viva!

Sorprendida, Audrey lo tomó de los hombros y lo separó con cuidado, solo lo suficiente para analizar su cara.

—Lo estoy. Definitivamente estoy viva. —Sonrió abiertamente, como si no creyera sus palabras—. Y también casi desnuda. ¿Ya lo notaste, verdad?

Al pasear la mirada por su cuerpo, Darren se sonrojó, pero no por ello detuvo su escrutinio, que en lugar de morboso, era enteramente inocente. Después de llevar los ojos hacia los de la chica, sin reparos se abalanzó hacia ella para besarla, y cuando menos lo pensaba, esta ya caminaba guiándolo hacia la cama, donde se acomodaron con bastante cautela, en tanto los labios de él ya comenzaban a recorrer su mandíbula y cuello, aún con las lágrimas empapándole las mejillas.

—Se... —siseó Audrey, con la respiración entrecortada gracias a los besos que Darren depositaba en su cuello—. Se me hace... se me hace tarde para ir a desayunar. ¡Estate quieto, Darren!

—Dame un minuto —respondió aquel—. Mi chica ha regresado de la muerte, y necesito disfrutarla un minuto más antes de compartirla con su familia, ¿no?

Ella intentó hablar, mas las caricias de Darren, junto con los besos que iba dejando en su cuerpo, le arrebataron el aliento.

—¿Quieres que pare? —preguntó él con voz seductora.

—Cierra la puerta antes —ordenó, a lo que Darren obedeció, y regresó rápidamente a su posición inicial antes de que la chica hubiera cambiado de opinión.

Ya entrados en ello, sabiéndose seguros, Darren se acomodó sobre ella y repartió numerosas caricias en la piel desnuda de Audrey. Tenía ganas de llegar más lejos, —ambos las tenían—, pero aquel acto, según Darren, merecía un poco más de interés por parte de los dos, además, si algún día llegaban a dar ese paso, él necesitaba que fuera algo especial, algo que Audrey fuera incapaz de olvidar fácilmente, que pudiera atesorar toda su vida.

Así pues, pasados sesenta segundos, más o menos, Darren se alejó de la cama y permitió que Audrey se vistiera con unos jeans negros con las rodillas rasgadas, un par de botas y una camiseta gris que le caía por el hombro derecho. Después, justo antes de que esta saliera a reunirse con sus padres, corrió a dar un último beso a los labios de Darren.

....

Una hora más tarde tanto Audrey, como Vanessa y Darren habían llegado a la escuela. Los estudiantes estaban muy relajados para estar tan cerca de la entrega de proyectos, pero las chicas del equipo de Tenis se encontraban tensas, pues ese día era su primer partido, razón por la cual Vanessa se alejó hacia el gimnasio apenas pisar el colegio, mientras que Darren y Audrey se encaminaron a la biblioteca para empezar la tutoría con Rolland.

Para su gran sorpresa, cuando llegaron, no había ni rastro del muchacho, ni de sus tarareos desafinados, o plato alguno de comida en la mesa principal. En cambio, en uno de los últimos escritorios se hallaba sentado Víctor, el tutor de nuevo ingreso que gozaba de llevarle la contraria a Rolland.

—Oh, has llegado. ¿Eres Audrey, verdad?

La muchacha asintió con la cabeza.

—¿Y Rolland?

—Ha tenido que ausentarse por unos días, por lo que August me nombró tu tutor provisional en lo que regresa.

—Entiendo... De ser así, ¿con qué materia quieres que empecemos?

Víctor observó una carpeta de documentos que estaba dispuesta frente a él, y al levantar la cabeza, rió y dijo:

—Según tu expediente, eres muy buena en Historia, pero vas un poco mal en Química. ¿Te gustaría que repasemos un poco las lecciones que más se te dificultan? —Con un gesto de felicidad, Audrey asintió—. Entonces siéntate aquí. Saca tu libro y juntos vamos a leer el capítulo dos del primer bloque. Posteriormente vas a realizar un pequeño reporte para saber en qué necesitas ayuda.

Ante ello, Audrey se mostró sonriente. En sus tutorías Rolland ya tenía un programa perfectamente planeado que solía ejecutar con ella basándose en su propio criterio, pero jamás, en las más de dos semanas que llevaban trabajando juntos se había mostrado dispuesto a apoyar a Audrey en las asignaturas en que mostraba menor desempeño, a diferencia de Víctor. Eso, a su vez, la hizo recordar otra cosa, por lo que habiéndose acomodado en la silla, tomó su teléfono y lo extendió hacia Víctor, pero este permaneció inamovible.

—¿No me vas a quitar mi teléfono? —inquirió desconcertada.

Víctor frunció el ceño.

—¿Por qué haría eso?

—Rolland siempre lo hace; dice que no se permiten teléfonos durante sus tutorías.

El tutor sonrió ante ello.

—A mí no me importa que lo traigas contigo, siempre y cuando no lo uses mientras estemos estudiando.

Anonadada, Audrey le dio las gracias y luego prosiguieron a estudiar.

Para la hora del receso, Audrey ya llevaba una larga lista de tareas que le habían dejado Víctor y sus profesores de Historia y Biología, pero ninguna tan complicada como la de elaborar un ensayo de cinco cuartillas sobre su árbol genealógico, reuniendo tanta información como era posible acerca de sus ancestros y las profesiones u oficios con los que se ganaban la vida. También debía memorizar todas las ramas de la biología, pero aquello no la tenía tan preocupada como el reporte solicitado por el tutor.

—No veo cuál es el problema —decía el fantasma con los pies colgando del lavamanos en el sanitario de mujeres, que tras el descanso de clases se encontraba desierto—. Es cuestión de que le preguntes a tu familia lo que puedas, y asunto arreglado.

Audrey realizó un gesto negativo.

—¡Claro que hay problema! Mi padre jamás habla de su familia. Puede que mi madre me brinde un poco de información sobre la suya, pero de mi papá lo dudo. Ni siquiera Alex ha podido sonsacarlo para que le suelte el más mínimo dato. Y Víctor quiere un informe detallado.

—¿Has intentado buscar en internet?

—No lo había pensado, pero en internet no se puede confiar mucho.

—Algún dato verídico podrías hallar. ¿Y si le pides a Dominik que te ayude?

—Nuestra relación aún está tensa, pero tal vez más tarde solicitaré su apoyo.

Por un momento, la estancia quedó en completo silencio.

—¿Y no sabes absolutamente nada de tus abuelos paternos?

Audrey encogió los hombros.

—No mucho. Solo sé que mi abuela se llamaba Clarity, y mi abuelo Graham.

—¿Graham Williams? ¿Como tu hermano?

—A Alex lo llamaron Graham en honor a mi abuelo, eso creo. Y lo poco que recuerdo es que no habíamos sabido nada de él hasta que yo tenía seis y Alex siete. Una noche mi papá nos anunció que debíamos marcharnos a no recuerdo qué ciudad, porque su padre estaba muriendo. Cuando llegamos a su casa, él fue el primero en recorrer las habitaciones, hasta que encontró a mi abuelo tendido en la cama, según recuerdo, pálido como la cera, aunque sus ojos seguían siendo de un brillante azul. Nos fue llamando a uno por uno, primero a mi padre, luego a mí, y al final a mi hermano.

—¿Qué hay de tu madre?

—Tal vez la llamó en algún momento, pero no lo recuerdo.

—¿Al menos recuerdas lo que sucedió cuando le visitaste en su dormitorio?

—Sí. Bueno, no mucho en realidad, pero me dio la roca de amatista, como te lo mencioné. Me dijo que la usara cuando fuera necesario, y también me dijo que...

Darren esperó impaciente a que Audrey continuase, mas ella miró al suelo, internándose en sus propios pensamientos.

—¿Qué dijo? —la apremió

—Fue una cosa muy extraña, pero me dijo que a veces la felicidad conlleva grandes sacrificios, y debes llevarlos a cabo, incluso aunque eso signifique acabar con aquello que más amas. Me lo mencionó justo después de darme la amatista, solo que no lo había recordado hasta esta tarde.

—¿Crees que signifique algo?

—A estas alturas no me sorprendería. En fin... Debo entregar a Bryan su sudadera, y luego asistiremos al partido de Vanessa. ¿Me acompañas?

—Sí, vamos.

De un salto, Darren bajó del lavamanos y siguió a Audrey hacia la cafetería. Como era costumbre, el equipo de soccer yacía acomodado en la mesa más escandalosa de todas, mientras que las chicas del equipo de Tenis comían casi en silencio en su lugar habitual, pero Audrey no se incorporó a ellas de inmediato, sino que se dirigió hacia el fondo del comedor, donde almorzaba Bryan en absoluta soledad, aunque no parecía importarle.

Después de respirar profundo, Audrey se armó de valor y se acercó hasta aquella mesa. Luego carraspeó, con lo que el joven levantó el rostro de una libreta en la que escribía sin cesar. Fue en ese momento, cuando sus ojos amarillos se clavaron en ella, poniéndole los pelos de punta.

—¿Se te ha perdido algo? —inquirió Bryan de forma soez.

Audrey, para disimular el miedo que le inspiraba el chico, tosió un par de veces y dijo en tono amistoso:

—He venido a entregarte tu chaqueta, y a darte las gracias por ayudarme. Fuiste muy amable ayer, Bryan.

El muchacho no correspondió a su sonrisa. En cambio, tomó una servilleta de las que descansaban junto a su bandeja, rodó los ojos, y dijo:

—¿Ya terminaste?

Audrey arrugó el ceño tanto como Darren, que la respaldaba en espera de que Bryan se atreviese a tocarla.

—¡Intento ser amable! ¿Podrías colaborar con esto?

Bryan, a su tiempo, se levantó de la silla con decisión, se posó cara a cara con Audrey, y le dijo, sonriendo amargamente:

—Gracias por la sudadera, pero no me gusta que la gente intente hacer cosas que no quiere para parecer amable. No hay necesidad de agradecerme, rubia. Cualquiera lo habría hecho en mi lugar. —Hizo una pausa—. Oh, y quiero que tengas algo en claro: no porque te haya ayudado con algo tan insignificante como ocultar de la gente la sangre en tu pantalón significa que podemos considerarnos amigos. Yo jamás seré amigo tuyo, ¿entendiste?

Un silencio se extendió en rededor. Acto continuo, Bryan tomó la sudadera que la joven le ofrecía, hizo una inclinación con la cabeza, y susurró por lo bajo:

—Gracias por devolverla.

Al final, se marchó.

El timbre tocó media hora después, y de inmediato las integrantes del equipo de Tenis se dirigieron al gimnasio, con el fin de prepararse para la llegada de sus adversarias. Mientras tanto, Dominik y Audrey le desearon suerte a Vanessa, y prometieron que la alcanzarían en un par de minutos, de manera que ella caminó sola hasta el lugar donde ya sus compañeras la esperaban. Pero no bien había recorrido la mitad del camino, cuando una mano sostuvo su hombro con fuerza y la arrastró hacia el aula de química, la cual se encontraba vacía puesto que todos los alumnos se habían congregado en el gimnasio para apreciar el partido.

Vanessa soltó un chillido ante la sensación de dos manos sosteniendo con fuerza su cintura, pero cuando el sujeto la giró de un simple movimiento, y pudo apreciar un par de ojos verdes chocando con tranquilidad con los de ella, se quedó muy quieta, sin palabras en la boca que pudiera profesar ante la sorpresa de haber sido —en cierta forma— raptada por el mismísimo Oliver Grey.

—No te asustes, soy yo —dijo el muchacho con voz suave, mientras la retenía sosteniendo con firmeza su cintura.

—¿Qué es lo que quieres? —respondió ella de mala manera en cuanto fue capaz—. Creo que te dejé en claro ayer que...

—Sí, sé lo que dijiste, pero... —Suspiró pesadamente—. Siento mucho todo lo que ocurrió. Mira, Abril es una estúpida, y no sabe lo que dice. Si tan solo pudieras...

—No —soltó Vanessa con aires de decisión—. No voy a escuchar nada de lo que me digas. Ambos sabemos que solo buscas una cosa de mí, y es algo que no pienso darte porque no te lo mereces.

—Vanessa... Vanessa, no es así en absoluto —aseguró él.

—Claro que lo es. —Aquello salió de su boca con un timbre incípido—. Ahora dime qué es lo que quieres.

Oliver tragó saliva nervioso. Sus manos dejaron de aferrar la cintura de Vanessa, como si una parte de sí hubiera entendido el enojo en ella con tan solo mirar sus iris castaños, su expresión petulante. El joven inclinó la cabeza visiblemente avergonzado, y después profesó por lo bajo:

—Yo solo... quería desearte buena suerte en el partido. Sé que ganarán.

Ella no correspondió a su halago de la manera que él esperaba; no se sonrojó, ni siquiera pareció tomárselo de buen modo, en cambio se dió la vuelta caminando hacia la puerta, y en un hilillo de voz respondió:

—Gracias. Debo irme.

Posteriormente la puerta del aula se cerró con un estrépito.

Tras algunos minutos en un envolvente silencio, Oliver dejó de oír las pisadas de Vanessa y decidió escabullirse con cautela hacia el gimnasio. Sus deseos por verla jugando se habían incrementado a pesar de que la pelirroja parecía muy dispuesta a evitar su presencia a toda costa, pero él se imaginaba que si tenía cuidado de no dejarse ver por ella, podría contemplarla durante el partido, por eso se dispuso a salir, pero, no dio ni un paso, cuando la puerta se abrió de repente y a la sala entró nada menos que Dominik. Este no parecía feliz.

—¡Parker! Qué sorpresa. ¿A qué se debe...?

Sin embargo, Oliver no pudo seguir hablando, pues Dominik lo pescó del cuello de la camiseta y lo estampó contra la pared, al tiempo en que sus ojos, voraces como los de un león lo observaban enfurecidos, y su boca, de perfectos dientes blancos pronunciaba:

—Te lo advierto, Grey: hazle daño a Vanessa, y haré que te arrepientas de ello, ¿me has oído? ¡Aléjate de ella!

Aterrorizado y sorprendido a partes iguales, Oliver asintió. Acto seguido, Dominik lo soltó, se acomodó la camisa en un gesto meramente profesional y salió acompañado de un semblante tan relajado que nadie podría notar que acababa de amenazar de forma violenta al segundo chico más popular de la escuela. En definitiva, sus transformaciones no tenían precio.

....

Si bien el encuentro con Oliver había afectado a Vanessa más de lo que ella estaba dispuesta a admitir, al final del partido el equipo anfitrión había resultado victorioso, por eso ella, junto con Dominik y sus colegas  habían organizado una reunión de improviso para celebrar su triunfo. Por mala suerte Audrey se negó a acompañarlos. No importaron los ruegos ni las tácticas que usaron para convencerla, pues ella declaró tener algo muy importante qué hacer y se marchó pocos minutos después, seguida de Darren, a quien se esforzaba tanto por alejar, que hasta él mismo se preocupó de lo que su amiga pudiera tener entre manos.

—¿Puedo saber adónde te diriges? ¿Por qué no puedo acompañarte? —inquiría desesperado, en busca de la más pequeña pista para descifrar el enigma que resultaba el supuesto compromiso de Audrey.

—Ya te dije que no puedo hablarte de eso —alegó ella en voz baja, mientras caminaba por las calles de la ciudad—. Márchate a la casona. Ya nos veremos más tarde allí.

Darren puso los ojos en blanco.

—¿Olvidas lo que ocurrió está madrugada? ¡Alguien te ha estado siguiendo! Si no, ¿de qué otra manera podrían haberte tomado esas fotos? ¡No puedes andar de noche tú sola!

Con un toque de desdén, Audrey protestó:

—No volveré tan noche ésta vez. En verdad juro que no me ocurrirá nada. Ahora debes irte, porque es algo que debo hacer yo sola.

Sin darse cuenta, para poder hablar con Darren tranquilamente, Audrey se había ocultado en la esquina del mismo callejón en donde ella y Rolland habían entregado un paquete al misterioso Armando Villegas, muchos días atrás. Solamente pudo reparar en ello cuando un rumor llegó hasta los oídos de ella y del fantasma; eran unas voces masculinas, muy claras, aunque algo quedas.

—¿Oyes eso? —Audrey asintió.

Los susurros provenían del fondo del callejón. La chica tomó la valentía de asomar la cabeza, y entonces notó con asombro que las voces pertenecían nada menos que al mismísimo director August y al antes mencionado Armando Villegas, además de tres o cuatro hombres que portaban trajes de negocios exactamente iguales, y que permanecían quietos, como vigías al acecho de posibles curiosos.

—Todo ha salido tal cual lo planeamos. Mis más sinceras felicitaciones, August —iba diciendo Villegas. Aquel hombre de complexión robusta, que apenas rebasaba el metro sesenta y cinco, le dio una palmada amistosa al director, a lo que este inclinó la cabeza.

—Me halagas, Armando, pero debo reconocer que tienes razón. Mi equipo jamás falla. —Un ápice de egocentrismo tiñó la última frase de August.

—Está claro que no —admitió Armando—. Tienes suerte de tener a Luis de tu lado, y también a... ¿cómo se llama? Bueno, su nombre es lo de menos, el caso es que no cabe duda que hemos elegido al mejor líder. —Hizo una pausa—. Yo por mi parte, he empezado a ejecutar la segunda fase del plan. En una semana quizá ya esté hecho.

—¡Excelente! —celebró August—. Armando, tengo algunos compromisos que requieren mi presencia, así que si no se te ofrece algo más, lo mejor será que me vaya.

—Siempre tan ocupado, mi querido August —replicó Villegas sonriendo—. Pero adelante. No te quito más el tiempo. Caballeros —Esta vez, se dirigió a los cuatro centinelas—. Escolten al señor August hasta su vehículo, y luego vengan conmigo, que debemos ocuparnos de ciertas cosas.

Los hombres asintieron, y en cuanto Audrey vio que se dirigían hacia donde se encontraba, salió de su escondite a toda velocidad, hasta que se hubo mezclado entre el vaivén de gente y pudo observar a August subiendo a un ostentoso auto negro que parecía bastante caro, con las ventanas polarizadas, de forma que no se podía ver nada, aunque sí se pudo distinguir la silueta de una mujer acompañando a August en el asiento del copiloto, y entonces Audrey cayó en cuenta de que nunca había pensado si este estaba o no casado, aunque definitivamente, el tema no era de su interés.

—¿Tú también sientes que ese tal Armando y tu director se traen algo entre manos? —inquirió Darren lanzando una mirada suspicaz al vehículo que ya se marchaba.

Después de colocarse las manos libres, Audrey fingió atender una llamada, y dijo:

—Sí. Desde el principio supe que ese Armando Villegas tenía algo que me daba miedo.

Tras la confesión, permanecieron un minuto en silencio, y al término de dicho lapso, Darren se acercó a Audrey tanto como pudo, con el simple objetivo de hacer oír su voz sobre el barullo de los transeúntes al manifestar:

—¿Estás segura de que puedes andar sola? Tengo miedo de que algo te ocurra si yo no estoy contigo. Hace unas horas, casi... —dubitó— casi te pierdo, y no quiero que vuelva a ocurrir. No quiero perderte.

Conmovida por las palabras del fantasma, Audrey se mordió el labio en un intento por no llorar.

—Puedes estar seguro de que nada me ocurrirá. No volveré antes del anochecer a la casona, pero, Darren, si el sol se oculta y aún no he llegado, ven a buscarme, ¿de acuerdo? —Debido a que Audrey estaba dándole la espalda al chico, no pudo ver su asentimiento de cabeza, pero lo sintió, y eso le bastó para sentirse mejor—. Entonces nos vemos más tarde.

—De acuerdo. Te espero allá.

—Vale... Adiós.

Y con esto, Audrey se alejó, mientras que Darren se quedó allí plantado esperando el momento en que esta fuera arrastrada por la multitud de gente que caminaba sin tener ni la más remota idea de que un fantasma permanecía inmóvil, sintiendo por primera vez lo más parecido al vacío en el pecho producto de la soledad sobre el que tanto había escuchado hablar a los vivos durante su estancia en ese lugar.

A partir del instante en que Darren perdió de vista a Audrey, los minutos avanzaron más lento en el reloj de lo que él hubiera querido; las horas siguientes, Darren se bastó a volver a la casona por el camino más largo, y cuando llegó allí, se encontró con los hombres Williams viendo una película de acción en la sala, y con Marie hablando con un colega del trabajo mediante una videollamada a pocos metros de ellos. No hubo nada interesante además de la extrañeza que le causó a los Williams ver que Chester saltaba entusiasmado hacia alguien aparentemente inexistente —en realidad se trataba de Darren—, y luego corría a la habitación de Audrey, de donde ya no lo vieron salir hasta tres horas después, cuando Audrey finalmente abrió la puerta de la mansión y entró cargada con un par de bolsas del centro comercial. Para entonces Alex ya se había ido a su recámara, al igual que Leonard, y únicamente su madre estaba en la cocina, trozando los vegetales para la cena.

—¿Qué traes allí? —le preguntó Marie apenas verla—. Parece que has ido a comprar.

Audrey sonrió, confirmando las sospechas de su mamá.

—Algo así. Más tarde puedo mostrarte lo que adquirí, pero mientras tanto, hay algo que quisiera preguntarte —apuntó, al tiempo que escudriñaba los alrededores rezando para que su padre no se apareciera. Darren descendía la escalinata en ese momento, y cuando sus miradas se toparon, este curvó los labios dejando al descubierto cuán aliviado se sentía de ver a la chica a salvo.

—Adelante. Sabes que puedes preguntarme lo que sea —permitió Marie limpiando sus manos en un trapo que descansaba sobre la encimera de la cocina, al igual que las libretas y un bolígrafo de Audrey.

Su hija la miró, buscando la mejor forma de comenzar su interrogatorio.

—¿Te he hablado alguna vez de Rolland Carson? —empezó por decir.

—¿Tú tutor escolar?

—El mismo.

—Lo vi el día en que tu compañera... desapareció —señaló, reflexiva—. ¿Pasa algo malo con él?

Audrey negó inmediatamente con la cabeza.

—Por cuestiones de la universidad, Rolland tuvo que descansar unos días, y me asignaron a un tutor temporal que me dejó como tarea realizar un reporte acerca de... —De acuerdo, el momento había llegado por fin, y nada pesaba más que la visible tensión con la que cargaban ella y Darren, mismo que ocupó uno de los bancos vacíos a su lado—. Acerca de mi árbol genealógico.

La reacción de Marie no se hizo esperar: la madre de los Williams frunció el ceño y dibujó en su rostro un gesto en el que se alcanzaba a apreciar una pizca de miedo, y otra de nerviosismo que a Audrey le preocupó.

—¿Quieres que te hable sobre mi familia?

—No —pronunció Audrey con valentía—. Quiero que me hables sobre mi abuelo. Sobre Graham Williams.

La señora Williams suspiró. Al mismo tiempo, juntó las manos como si estuviera rezando, apoyó los codos sobre la encimera y llevó las palmas unidas hacia la mitad de su rostro. Por lo general hacía eso cuando debía tomar una importante decisión que afectaría su vida entera.

Al levantar la cabeza, una expresión bondadosa teñía cada centímetro de sus rasgos.

—De modo que quieres que te hable sobre los padres de tu papá... Bueno..., ellos eran una linda pareja. Siempre estaban uno para el otro, y no temían expresar sus sentimientos a pesar de que la edad ya los consumía; Clarity era una mujer muy hermosa. Alex heredó sus ojos. —Ante aquello declaración, sonrió para sí misma, mientras Audrey anotaba todo en su cuaderno—. Por lo que yo recuerdo, tenía un corazón muy bondadoso y desinteresado. Probablemente la persona más dulce que he tenido el placer de conocer. —A continuación su semblante adquirió un matiz oscuro.

»Por otro lado, Graham la amaba, estoy segura de ello, por la forma en que la trataba, por el brillo en sus ojos cada vez que la contemplaba, como si ella fuera la única mujer en el mundo...

—Supongo que debieron ser una pareja maravillosa —conjeturó la joven.

—Lo eran —admitió Marie.

—¿Cómo fue tu relación con ellos?

Marie cerró los ojos por un segundo, en el cual, un halo de tristeza y melancolía pareció empañar sus facciones angelicales, como si se hubiera enterado de la traición de su amiga más cercana, como si un puñal se hubiera clavado en su pecho.

—Ellos... ellos no parecían muy contentos con la idea de que tu padre y yo estuviéramos juntos.

—¡Tienes que estar bromeando! —exclamó Audrey incrédula—. ¿Por qué?

Marie la miró un instante, indecisa.

—No tengo idea, para ser franca. Yo lo único que sé es que desde que tu padre y yo hicimos pública nuestra relación, tus abuelos se mostraron muy reticentes a aceptarme en sus vidas. Quizá porque Leonard era hijo único y no querían perderlo, o al menos eso es lo que me estoy obligando a pensar, pero eso no justifica que me hayan rechazado durante mucho tiempo. E incluso llegaron a ofrecerme una cantidad enorme de dinero a cambio de dejar a tu padre en cuanto supieron que estaba embarazada de Alex. —Tanto Darren como Audrey abrieron los ojos con asombro desmedido apenas oír lo anterior. Estaba claro, por sus semblantes, y por la repentina palidez de la chica, que ninguno podía creerlo—. Recuerdo perfectamente que dos meses después de enterarme sobre mi embarazo, Clarity, Graham y un gran amigo suyo me visitaron en mi casa y me mostraron un cheque por una cantidad exorbitante de efectivo para que dispusiera por completo de él, me alejara e iniciara una nueva vida lejos de tu padre, pero no acepté.

—¿Y por qué no? —La pregunta anterior había salido de los labios de Audrey sin pizca alguna de ambición, tan solo gracias a la curiosidad que le causaban dichas revelaciones.

Marie dirigió sus ojos a la encimera, mostrándose vulnerable por un momento.

—Por que aparte de tener que abandonar a tu papá, había otra condición, una que no podía aceptar ni por todo el dinero del mundo.

—¿Cuál era? —se aventuró a inquirir Audrey cada vez más interesada.

—Tenía que entregarles a Alex una vez que naciera, y no volverlo a ver jamás.

Aterrada, Audrey se levantó del banco con el corazón latiendo desbocado en su pecho. Ni ella ni el fantasma podían creerlo, e inclusive, los verdes ojos de Marie estaban tan abiertos de par en par, que probablemente ella tampoco podía creer que había osado revelarle a su hija algo como eso, o quizá, decirlo en voz alta por primera vez se sentía más extraño de lo que hubiera podido imaginar.

En ese momento llegó a oídos de todos el sonido de unas pisadas descendiendo por la escalinata, y en menos de dos segundos, Leonard ya estaba al pie del último peldaño, mirando con extrañeza el rostro avergonzado de su esposa y el asombrado de su hija.

—¿Qué ocurre aquí? Presiento que me he perdido de algo importante. ¿Acaso han discutido?

—No —respondió Marie nerviosa—. En realidad, yo...

—Mi madre me estaba hablando sobre mis ancestros. Sobre... tu padre.

Desgraciadamente, en cuanto Audrey pronunció las dos últimas palabras de su vacilante frase, el rostro de Leonard mutó, y este caminó a grandes zancadas, encolerizado, hacia ella. Al llegar a donde estaba, sin dudarlo ni un segundo, la pescó del cabello por la nuca y la dirigió de manera violenta a la escalera, donde la obligó a subir y llegar a su cuarto, para después arrojarla con una fuerza brutal que nunca antes había utilizado ni con ella ni con Alex. Audrey apenas pudo oír que Marie corría tras Leonard pidiendo a gritos que parara, pero lo que le sorprendió fue ver que su padre la miraba furioso desde el umbral de la puerta, y justo antes de cerrarla con llave por fuera, le gritó a la chica:

—¡Nunca... menciones... a Graham! ¡En está casa no se habla de Graham Williams!

Y posteriormente, Audrey solo pudo oír el portazo de Leonard antes de caer al suelo bañada en lágrimas.

Leonard jamás, nunca en la vida, le había tocado ni un músculo. Siempre había sido un padre dulce, que aunque centraba casi toda la atención en Alex, no osaba agredir a nadie de su familia. Quizá eso fue lo que le dolió más a Audrey: que precisamente, la primera víctima del enojo de su padre, fuera ella, que había sufrido tratos similares con su exnovio y a nadie parecía importarle eso.

Apenas se dio cuenta del momento en que el fantasma se hizo presente en la habitación. Este tuvo que arrodillarse frente a ella, y hablarle repetidas veces para que notase su presencia.

—¿Estás... bien? —inquirió, sin saber muy bien qué decir.

La respuesta de Audrey no fue la que él imaginaba. Se trató del más bajo de los susurros, acompañado de una mirada cargada del odio más puro.

—Sal... de mi cuarto.

El fantasma frunció el ceño.

—Antes necesito saber si estás...

—¡Que salgas de mi cuarto! ¡SAL DE MI MALDITO CUARTO AHORA! ¡No quiero verte. No quiero ver a nadie! ¡Lárgate!

Sus gritos eran tan fuertes que probablemente ya los habían oído en el primer piso, mas a ella no le interesaba en absoluto. En cambio, Darren estaba tan aterrado, que sin dudarlo atravesó la puerta de madera y permaneció quieto un momento, con el corazón destrozado al escuchar el llanto amargo de la joven. Deseaba poder consolarla, pero algo dentro de él sentía que lo mejor era darle un tiempo a solas, por lo que se dirigió hacia el vestíbulo, y allí se quedó, observando a Marie trozando vegetales casi como si estuviera apuñalando a un individuo, y en cuanto a Leonard, él no apareció por las inmediaciones hasta muy tarde, tan solo para cenar con Alex, y luego irse a dormir.

Al ver a la pareja Williams dirigirse hacia su dormitorio, Darren decidió seguirlos para escuchar su conversación por si decidían hablar sobre Audrey. Sobra decir que no se equivocó, porque apenas Leonard se acomodó en la cama con algo de lentitud, Marie entró a la recámara hecha una furia y gritó:

—¡¿Qué mierda pasa contigo, Leonard Williams?!

Este se mostró sorprendido, más que nada, de oír a su esposa soltar una grosería en español, ya que pocas veces lo hacía.

—Yo...

—¡¿Cómo se te ocurre golpear a la niña?! ¡¿Eres un maldito imbécil?!

—Sabes porqué lo hice —respondió Leonard, con algo más que recelo en la voz.

—¡Ella no hizo nada malo! ¡Sabes que no tenía idea de nada!

Leonard se levantó de la cama, dispuesto a enfrentar a su esposa.

—¿Le dijiste? ¡Dime! ¡¿Le dijiste?!

—¡Claro que no, idiota! No podía decirle algo como eso. Ella no está lista para saberlo.

—¿Saber qué? —dijo Darren, aunque nadie lo escuchó.

—¡Y nunca estará lista! No quiero que mis hijos lo sepan, sobretodo Alex. ¡Ellos no se pueden enterar! Y óyeme bien: si vuelves a soltarle información a los niños sobre Graham, incluso el dato más insignificante, juro que te arrepentirás, Karinne. ¿Me oíste?

Leonard y Marie ya estaban cara a cara, con las barbilla levantadas, no obstante, Marie dio un firme paso hacia delante con decisión, demostrando el poco miedo que tenía a su marido.

—A mí no me amenazas, Leonard.

—¿Quién dijo que te estaba amenazando?

—Tarde o temprano deberán saberlo. Tienes que contarles lo que pasó. Mejor que lo sepan de ti, y no de alguien más.

—No... No puedo decirles, no puedo... no puedo hablar de él. Sabes cuánto me afecta la simple mención de su nombre.

Leonard se sentó en un extremo de la cama y llevó ambas manos a su cabeza, como atormentado. Marie, que parecía haber entendido lo que acontecía, se sentó junto a él y pasó un brazo por sus hombros, en un ademán de cariño verdadero.

—¿Por qué estás tan reticente a hablar de Graham, amor?

En respuesta, Leonard se zafó de su agarre, y gritó encolerizado:

—¡No soporto hablar de él, Marie! ¡¿Te cuesta mucho entenderlo?! ¡Mi padre era un asesino! ¡Un asesino!

Y Darren se quedó paralizado.

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