Capítulo 23
Darren estaba petrificado. De cara a la chica, este la miraba sin parpadear, con la boca tan abierta como los ojos gracias a la impresión que significaba el haberla oído hablar hacía tan solo unos segundos. Apenas sintió que movía el tronco lentamente para observar hacia sus costados, necesitando corroborar que ambos fueran los únicos individuos en esa parte de la biblioteca, y su expresión horrorizada no tuvo precio al constatar que, efectivamente, así era: no había nadie además de ellos ni siquiera en los pasillos.
Mientras una punzada —a lo mejor imaginaria— atacaba el pecho de Darren, este dio un paso hacia la joven, lento e inseguro, y con un hilillo de voz se atrevió a preguntarle, completamente horrorizado:
—¿Me... Me estás hablando a mí?
Por un momento imaginó que obtendría una respuesta parecida a la de Audrey más de dos semanas atrás. Imaginó que la chica retrocedería asustada, o por el contrario avanzaría en su dirección, envalentonada, para responderle un gélido «sí. Te hablo a ti», pero pasado un segundo de tensión, la castaña permanecía de pie en su sitio, como si hubiera sido paralizada y no pudiera mover ni uno solo de sus músculos. Pero lo que más decepcionó a Darren era el hecho de que los ojos de la desconocida no miraban los suyos, sino encima de su hombro, incluso aunque no había nadie allí.
Tras lo que parecieron dos minutos de total incertidumbre, por fin ella caminó pasando junto al fantasma hacia el umbral de la puerta, pero cuando lo hizo, este pudo oír con perfecta claridad la voz de la chica cuando dijo en un susurro:
—No le hables a nadie de esto.
Sin ser capaz de comprender lo que aquello significaba, Darren se quedó un momento allí, tratando de hallarle un significado a lo dicho por la muchacha, y de hecho, para cuando bajó hacia la recepción e intentó seguirla con el simple objetivo de descubrir quién era, o saber si podía verlo, observó la calle principal repleta de turistas, ejecutivos y jóvenes que paseaban de un lado a otro sin percatarse de su presencia, mas de la castaña misteriosa no había ni rastro. Se había esfumado.
....
Estoy en tu casa. ¡Ven rápido, que hay algo que en serio debes ver!
Audrey leyó por décima vez el mensaje de Vanessa que recientemente había llegado a su teléfono, en tanto, caminaba por una de las calles menos transitadas de la ciudad, iluminada tan solo por los postes de alumbrado público que no le permitían avanzar todo lo rápido que quisiera. Podía sentir la brisa fresca de la noche penetrando en sus huesos, pero eso no era nada comparado con la sensación de estar siendo observada que llevaba percibiendo desde al menos dos calles atrás.
Podía oír con claridad en su mente la voz de Morgan exigiéndole que no caminara sola durante las noches, y también a Darren gritándole que era una negligente y una terca, pero por algún extraño motivo, en ese momento no sentía miedo, ni un poco de temor. Tampoco era como que le gustara caminar sola a esas horas de la noche, pero había algo que la hacía sentir relativamente a salvó. Aunque eso no quitaba que no bajó la guardia e iba siempre atenta hasta que por fin el portón de hierro de la casona se alzó ante ella y pudo respirar tranquila en el jardín principal.
Cuando entró a la casona, lo primero con lo que se topó fue con el auto de James y la motocicleta de Oliver estacionados en el jardín, y al adentrarse en el vestíbulo, no solo ellos estaban cenando en el comedor, sino también Mariana, Abril, Marie, Leonard, Alex y una niña pelirroja a la que ella no conocía.
—¡Vaya, miren quién ha llegado! —exclamó James dirigiéndole una resplandeciente sonrisa apenas verla entrar. Ella le correspondió el gesto y escudriñó a todos los presentes, evitando de manera olímpica a su hermano mayor—. ¿Por qué no vienes aquí y te sientas a cenar con nosotros?
—¡Sí! —intervino su madre—. Debes estar exahusta, además tal vez uniéndote a nosotros puedas convencer a Vanessa de que también cene un poco.
—¿Dónde está? —preguntó al oír su nombre.
—Está allá arriba. Espero no te moleste que le haya permitido quedarse en tu cuarto mientras tú llegabas.
Sin responderle, Audrey corrió escaleras arriba y abrió con tanta urgencia la puerta de su cuarto que está chocó contra la pared con un fuerte estrépito que ella ignoró, no solo porque no le importaba, sino porque la respiración se le cortó de súbito al reparar en Vanessa, y en el joven invisible que se hallaba sentado en el sofá con expresión turbia, como inmiscuido en sus propios pensamientos.
—Audrey, ¡qué bueno que llegas! Ven, hay muchas cosas que tenemos que hablar —dijo Vanessa apremiando a Audrey para que se sentara en la silla de su escritorio, tan cerca como fuera posible.
Vanessa tenía su portátil en el regazo, pero su amiga no alcanzaba a vislumbrar nada de lo que había en la pantalla, sin embargo sabía que aquello era realmente importante por la forma en que la pelirroja se limpiaba el sudor de las manos en su falda de encaje.
—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Audrey dirigiéndose con discreción a ambos. Deseaba oír la voz de Darren, deseaba transmitirle con su tono, y con su mirada que no estaba tan molesta por haber sido llamada negligente horas atrás, pero este se mantuvo callado. En cambio, Vanessa dijo:
—¿Averiguaste algo?
Mordiéndose el labio, Audrey conectó una memoria USB a su computadora de escritorio y abrió el documento en el que había guardado el significado de algunos sueños.
—Se me ocurrió averiguar el significado de sueños relacionados con el nuestro: espadas, muerte, matar, bosque, oscuridad, arma... —enlistó dando un vistazo a la pantalla—. No encontré mucho. En realidad casi nada. ¿Y tú?
—Bueno... —Vanessa se recorrió unos cuántos centímetros para estar tan cerca de Audrey como fuera posible. Después se mordió el labio dubitativa y comenzó a explicar—: hoy durante el receso estuve con las chicas del equipo de Tenis. Dominik fue a adelantar su tarea de biología, y nosotras estuvimos hablando. —Audrey asintió. Supo que era algo de mucha importancia lo que iba a escuchar por la manera en que Vanessa fijó los ojos en el suelo, nerviosa—. Esto es extraño, lo sé, pero Marissa y Daniela... ellas... Ellas tuvieron el mismo sueño que nosotras.
No solo Audrey se quedó de piedra, sino también Darren. El fantasma se puso de pie en seguida y se posicionó junto a la pelirroja, misma que sacudió el torso como si hubiera experimentado un estremecimiento repentino. Darren sabía que todos a excepción de Audrey sentían frío cada que él se les acercaba, pero en ese momento fue lo de menos.
—¿Cómo dices?
—Digo que no solo nosotras tuvimos ese sueño. Dos chicas más también. Así que apenas pude salir, fui a mi casa e investigué un poco acerca de algo que Dominik me mencionó una vez. Se llama... «sueños compartidos». No creí que existieran, pero entonces encontré varios testimonios de personas que decían haber sufrido de esto, y uno en especial llamó mi atención.
—¿Por qué?
La atmósfera en la habitación de Audrey se sentía misteriosa, pesada, y las chicas susurraban dándole un aire de misticismo al asunto. No era para menos. La frase «sueños compartidos» podría resultar lo suficientemente macabra como para ponerle los pelos de punta a cualquiera. Y ellas no eran la excepción.
—Bueno... La historia decía que en enero del 2006 hubo en Nueva York una mujer que dibujó la cara de un hombre que solía aparecer constantemente en sus sueños, aunque juraba no conocerlo. La mujer le entregó el dibujo a su psiquiatra, y un día, otro paciente reconoció al hombre y afirmó que soñaba con él una y otra vez. El psiquiatra envió el retrato a varios de sus colegas. A los pocos meses, cuatro pacientes habían reconocido al hombre y lo llamaban This Man.
»A partir de entonces, al menos dos mil personas afirmaron que habían visto a This Man en sus sueños, en varias partes alrededor del mundo. Los especialistas no encontraban ninguna relación entre esa gente. Además, ningún hombre vivo había sido reconocido como el hombre del retrato, pero...
—Pero...
—Entonces resultó que todo era una campaña publicitaria.
Audrey soltó el aire que sin darse cuenta estaba reteniendo, mientras que Darren se dió una palmada en la cabeza decepcionado. Tan bien que iba la historia...
—Aunque si puedes darte cuenta —continuó Vanessa—, todo eso es casi lo mismo que nos sucede a nosotras: somos cuatro, las cuatro soñamos que estábamos en mitad del bosque y caminábamos guiadas por una voz hasta un chico que tenía alas. La voz nos ordenaba matarlo, y después...
—Todo es borroso desde allí —añadió Audrey pensativa—. Lo seguro es que, en mi sueño, el chico se giró y pude ver su rostro, solo que lo olvidé apenas despertar... ¡No puedo recordarlo!
—Por mi parte, tengo la sensación de que conozco al chico de mi sueño, sin embargo no tengo idea de dónde lo he visto. Tampoco puedo recordarlo. Como si nos hubieran borrado la memoria después de eso.
—¡Exacto!
—Aunque hay algo todavía más horrible.
Audrey la miró incrédula. Y es que, después de descubrir la existencia de los sueños compartidos, ¿qué podría ser peor?
Pero entonces, como si estuviera leyendo sus pensamientos, Vanessa susurró tan bajo que Audrey debió inclinarse un poco hacia ella:
—Mi hermana dice que ayer por la noche había esferas de fuego flotando en el cielo... Puede que hubiera sido su imaginación, pero normalmente Romina no inventa cosas así, sin embargo esta mañana lo mencionó durante el desayuno. Mi padre se puso furioso.
Ahora sí que Audrey se quedó de piedra.
—¿Audrey? —vaciló Vanessa al no obtener contestación—. ¿Tú crees que es una locura, o también tienes la esperanza de que mi hermana no haya inventado todo esto?
La chica y el fantasma se lanzaron una mirada fugaz, rememorando el espectáculo que habían contemplado la noche pasada justo antes de encontrar al chico con alas tirado en el patio.
—La verdad es que no creo que tu hermana esté mintiendo. ¿Habría alguna forma de que pudiera hablar con ella?
Ni Darren ni Vanessa supieron el porqué de su solicitud, pero aún así, la pelirroja le contestó:
—Sí, de hecho ahora está cenando allá abajo con tus padres. Y antes de que digas nada, me disculpo por haberla traído. Nuestra profesora de equitación se fracturó un tobillo y sus clases fueron canceladas. Pero te juro que es muy tranquila, así que no debes preocuparte de que toque tus cosas o...
—No te preocupes por eso, Vanessa. No me disgusta en absoluto la presencia de tu hermanita, y además me estaba preguntando quién era la niña que está con mis papás en el comedor —explicó del modo más sincero—. Ahora, volviendo al tema, deberíamos averiguar un poco más sobre aquello de los sueños compartidos, o podríamos preguntarle a Dominik por teléfono, o por videollamada. Seguro que él nos podría ayudar.
—Me parece bien. Voy a solicitar una videollamada y mientras hablamos con él, tú averigua todo lo que puedas.
Fue así que las dos se sentaron en la cama con la portátil de Vanessa entre ambas, y como pudo, Darren se situó junto a Audrey al tiempo en que el rostro de Dominik aparecía en la pantalla, sonriente, aunque algo sorprendido y desconcertado.
No fue una sorpresa que este les diera una lista detallada de las cosas que debían buscar en internet, al igual que el nombre de varios portales, y se metiera de lleno en la conversación con ellas, pero mientras Audrey estaba ocupada navegando por la web guiada por su amigo, Darren no podía despegar la mirada del sitio en el que se encontraba el chico: era una habitación grande, algo oscura, y sin ningún mueble u ornamento. Tan solo con una pantalla gigante tras él. No era una pantalla de televisión, sino más bien como una pizarra blanca y enorme.
Además, varias veces Dominik tuvo que interrumpir sus explicaciones dado que una voz le gritaba constantemente:
—¡Trae acá ese trasero, Parker! ¡No tenemos todo el maldito tiempo del mundo! —Cada vez que esos gritos se oían, Dominik rodaba los ojos y contestaba con un vago «dame un minuto, ¿quieres? Estoy en medio de algo importante», y a Darren le causaba más curiosidad saber de quién se trataba.
Dos horas después de que hubieron recaudado algo más de información y Dominik por fin le hizo caso a la voz que lo llamaba, decidieron bajar a cenar, y se encontraron con una agradable escena en la que Leonard y Marie habían sentado entre ambos a la pequeña hermana de Vanessa y hablaban muy animados con ella. A Audrey casi se le empañaron los ojos al rememorar las veces en las que hacían lo mismo con ella y Alex cuando niños.
—¡Por fin llegan! Vengan aquí, la comida ya casi se acaba —indicó la señora Williams desatendiendo un segundo a Romina para preparar dos platos de pollo frito con ensalada y sopa con crema—. Por cierto, Vanessa, está hermana tuya es en verdad tranquila para su edad. ¡Me recuerda a Audrey cuando tenía seis!
Las dos amigas se miraron y rieron al tiempo que tomaban su lugar en la mesa.
Las hermanas Lawson habían tenido infinidad de cenas antes, con sus padres, ejecutivos serios que no conocían, con profesores certificados que les impartían clases, e incluso con la poderosa familia de su padre, pero ninguna resultó tan amena y soñada con aquella con los Williams. Cenar con ellos era sumamente distinto a todo lo que hubieran experimentado, porque no tenían que mantener en todo momento la fachada perfecta que tanto les exigía Bernard, y Leonard no las regañaba por cualquier cosa que se le ocurriese. ¡Incluso podían hablar en la mesa! Y lo mejor era que, gracias a la presencia de los dos adultos, Oliver y James no se atrevieron a meterse con la mayor de las Lawson en un largo tiempo, al menos hasta que el silencio cayó sobre el comedor y James se atrevió a romperlo al decir:
—Y... Vanessa..., Hoy no he podido evitar percatarme de que no entraste a tu clase de biología. —James sonrió como si aquel fuera un asunto de nula importancia—. Sabes que está prohibido saltarse clases, ¿verdad?
Los ojos de James y de todos estaban clavados en ella, mientras que Audrey había ahogado un grito y los Williams la miraban expectantes. Apenas pudo percibir una mano tibia aferrándose a la suya por debajo de la mesa, y tardó mucho más en darse cuenta de que esa mano era del mismísimo Oliver, que, al ver que ella se quedaba muda, respondió:
—Vanessa tiene un poco de problemas con biología, y me ofrecí a ayudarla, así que decidimos ir a la biblioteca a buscar algunos libros, ¿verdad, Vanessa?
Distraída, la chica asintió como un autómata.
James sonrió como si no se creyera nada.
—¿Desde cuándo la ayudas, si se puede saber?
Ahora, Oliver fue quien no pudo pronunciar palabra.
Después de caer en cuenta de que la tensión en el ambiente era tan densa que podía palparse, Audrey, desesperada, decidió intervenir con un cambio de tema tan brusco que sorprendió a más de uno en la mesa.
—Y... Romina, ¿verdad? —La niña asintió—. ¿Por qué no me hablas de aquellas esferas de luz que viste ayer?
Por alguna razón que no entendía, la mano de Oliver se aferró más a la de Vanessa como en un espasmo involuntario, mientras que un grito contenido pudo salir desde lo más profundo de las gargantas de todos.
—¿Qué esferas, Audrey? —preguntó la señora Williams, desconcertada.
—Las que había en el cielo ayer —respondió Romina sin darle mucha importancia—. Blancas y naranjas. Estaban en el cielo y volaban en todas direcciones. —Para enfatizar sus palabras, la niña realizaba aspavientos con los brazos—. Las vi a través de mi ventana, pero papá dice que es una mentira, o que tal vez estaba soñando.
En ese momento, Darren intervino por primera vez desde que las chicas habían bajado a cenar; mirando a Romina con una profundidad infinita, el joven se posó tan cerca de Audrey como le fuera posible, y susurró en su oído:
—No está mintiendo. Puedo verlo.
—Bueno, Romina —habló Audrey inclinándose un poco en la mesa, cosa que todos habían hecho también sin darse cuenta—. Yo no creo que estés mintiendo, ni que haya sido un sueño tuyo. ¿Sabes por qué? —Romina la miró con los ojos muy abiertos, en espera de que prosiguiera—. Porque yo también las vi.
Un silencio abrumador cobijó las instalaciones casi al instante. Todos miraban a todos, desconcertados, nerviosos y tensos.
Audrey ahora tenía una meta más: descubrir porqué Romina y ella habían visto las dichosas esferas de luz, mientras que los demás al parecer no. La chica estaba planeando mentalmente su siguiente movida en el momento en que Abril sacó su teléfono del bolsillo y dijo algo angustiada:
—Lamentamos todo, pero creo que es hora de regresar a casa. Mi padre pregunta en dónde estamos.
Los Williams parecieron salir de sus ensoñaciones y asintieron rápido con la cabeza.
—Claro, chicos. Vuelvan cuando quieran. Y gracias por interesarse por la salud de Alex —dijo Marie.
—No hay por qué, señora Williams —añadió James—. Pero espero que Williams pueda recuperarse antes de nuestro siguiente partido. Se ha convertido en una pieza clave para los Black Dragons.
Alex sonrió cohibida y le aseguró a James que haría su mayor esfuerzo por recuperarse tan pronto como pudiera.
Por otra parte, antes de que ninguno pudiera levantarse de su silla, Oliver tiró de la mano de la pelirroja y le dijo en voz relativamente baja:
—Vanessa, ¿podríamos hablar un segundo en el patio? No tomaré mucho tiempo, lo prometo.
Insegura, Vanessa asintió y se dirigió al jardín principal junto con Oliver, mientras los demás fueron dispersándose en el interior de la casona.
El aire gélido de aquella noche penetró en los huesos de la pelirroja, quién frotaba la piel de sus brazos con la esperanza de brindarles algo de calor, en tanto esperaba que Oliver comenzase a hablar.
Por su parte, el joven se situó frente a ella, mirándola con una extraña mezcla de nerviosismo y decisión en el rostro; sus ojos verdes relucían bajo la escasa luz de la luna, y el cabello castaño oscuro se movía con ligereza de un lado al otro gracias al viento de esa noche.
—Estoy algo confundida —empezó Vanessa al ver que él no planeaba hablar pronto—. ¿Para qué me has pedido que viniéramos aquí, Oliver?
El chico se balanceó sobre sus talones, con ambas manos metidas en los bolsillos del pantalón.
—Yo... bueno... Me preguntaba cómo te encontrabas —dijo dubitativo.
Había que aceptar que, ver a Oliver Grey en ese estado de ansiedad y vacilación era como contemplar a James siendo caritativo, o nada vanidoso. Aquella faceta de Oliver desconcertó a Vanessa, pues por más vueltas que le daba, no podía comprender porqué el futbolista la molestaba sin descanso tan solo dos semanas atrás, y de pronto, de un día para otro, la atendía como si sus necesidades le importaran, e incluso la defendía de tipos como Kyle y James, quienes casualmente eran sus mejores amigos.
—Creo que estoy mejor ahora —profesó con voz temblorosa. El recuerdo de Kyle besando su cuello era algo repulsivo que deseaba reprimir de su mente.
—Me alegra.
El silencio se hizo otra vez. Más denso, y más incómodo.
—¿Solo eso querías decirme? Podrías haber esperado hasta mañana —manifestó Vanessa sin afán de ser descortés, sin embargo, Oliver de inmediato le regaló un gesto negativo y entrelazó ambas manos con las de ella, observándola a los ojos, con una mirada indescifrable que en un principio la aturdió.
—No solo eso. En realidad yo quería... Quería saber qué harás mañana después de la escuela.
Vanessa frunció el ceño.
—¿Qué dices?
—Es que me gustaría que saliéramos al terminar las clases. Aún no sé adónde, pero se me ocurre que podríamos ir a comer, o algo. Lo que tú quieras.
Vanessa estaba en shock. La invitación de Oliver retumbaba en su mente, incapaz de cesar al menos para que ella pudiera digerir dichas palabras con claridad. ¿En verdad Oliver la estaba invitando a salir?
El chico la miró impaciente durante algunos segundos, mientras ella sopesaba sus opciones: por un lado, era extraño que aquel a quien tanto había odiado durante mucho tiempo de repente comenzara a portarse amable con ella, pero por otro, ver el lado «dulce» de Oliver Grey le traía una inefable satisfacción que jamás había experimentado. No obstante, aunque quisiese salir con él, había algo que se lo impedía: su padre.
Un gesto de amargura empañó el rostro de Vanessa en tanto se soltaba del agarre de Oliver, y decía de modo taciturno:
—Lo lamento. Mañana tengo clase de equitación, y la verdad es que mi padre se pondrá furioso si la cancelo. —La boca de Oliver se curvó hacia abajo, y aquello provocó una punzada de dolor en el pecho de la pelirroja—. En verdad lo siento, pero gracias por todo lo que has hecho hoy.
Oliver asintió desganado.
—Está bien. No iba a permitir que un imbécil como Kyle te tocara. Si vuelve a hacerlo, prometo que lo mato.
Vanessa esbozó una débil sonrisa.
—Buenas noches, Oliver —dijo finalmente. Ya no le quedaban palabras para agradecerle el acto que había llevado a cabo horas atrás, y tampoco quería arrepentirse por agradecer más de la cuenta.
Sin poder resistir el impulso, Oliver acercó sus labios a los de ella, y los acarició con suavidad. Aquel simple contacto erizó cada centímetro de la piel de Vanessa, e hizo latir su corazón tan fuerte que el miedo a que Oliver percibiera el sonido de sus latidos se acrecentó en su interior, pero cuando las manos del chico se ciñeron a su cintura e intensificó el beso, cada pensamiento coherente se vino abajo, como un castillo de arena deshecho por el viento.
Vanessa ni siquiera se dio cuenta del momento en el que Oliver la había apoyado contra su motocicleta, ni tampoco de cuándo sus manos se hundieron en la cabellera castaña de él, porqué ambos estaban sumidos en su propia ensoñación, besándose, sin importarles lo que ocurriese después.
Pero entonces, la voz de Abril los sacó a ambos de su ensueño, haciendo que se separaran de golpe para encararla.
—¡Vaya! ¿Interrumpo algo?
Vanessa se sonrojó ante el escrutinio de la guapa castaña.
—No —contestó Oliver tragando saliva—. ¿Estás lista? Es hora de irnos.
Abril caminó directo hacia la moto y se recargó en ella colocándose el casco con decisión.
—Salgamos y luego esperemos a que venga Mariana. James se está despidiendo de Audrey. En cuanto a ti —se dirigió a la pelirroja con una dureza sin igual—, nunca creí que fuera a decir esto, pero... me gustas para mi hermano.
—Abril... —advirtió Oliver.
—Si él te elige a ti, puede que todos salgamos ganando. —Encogió un hombro con la naturalidad y sofisticación propia de una ninfa—. Yo tendré a una de las estudiantes más listas como novia de mi hermano, él tendrá alguien que lo saque del mal camino en el que está metido gracias a ese imbécil de Miller... y tú tendrás al segundo más popular como novio, lo que significa que todas las chicas te envidiarán, si no es que ya lo hacen. Además... —Se inclinó para decirle en voz baja, lo más cercano posible al oído—: todas las chicas que mi hermano ha llevado a casa dicen que les ha regalado la mejor noche de sus vidas. Tú podrías ser la siguiente.
—¡Abril, cierra la boca! —exclamó Oliver furioso. A continuación la arrojó lejos de la moto con muy poca delicadeza y se trepó en el vehículo, echándolo a andar—. ¡Espera afuera. Ya!
Abril esbozó una sonrisa malévola antes de obedecer la orden y desaparecer de su vista.
Cuando Oliver volvió la atención a Vanessa, la tomó de la mano, pero ella lo sorprendió zafándose del agarre para caminar lejos de él, y luego profesar en un tono bastante molesto:
—¿Para esto quieres que salgamos? ¿Solo soy «una más» para ti? —Rió secamente—. Soy más que eso, Grey, y espero que lo comprendas algún día. Salvándome de idiotas como Kyle no lograrás llevarme a la cama.
—Pero, Vanessa...
—En serio..., déjame.
Oliver no pudo hacer nada, solo contemplar la forma en que Vanessa desaparecía del jardín entre la oscuridad de la noche.
—¡Muchas gracias, Abril! —Fue lo último que Vanessa le oyó exclamar antes de internarse en el vestíbulo y dirigirse con rapidez hacia el cuarto de Audrey, sin prestar la más mínima atención a los insultos de James. Por primera vez, no le interesaban. Por primera vez, eran solo palabras vacías.
Al llegar al corredor donde se encontraba la habitación de su amiga, estuvo a punto de abrir la puerta, pero unas voces viniendo del cuarto contiguo llamaron su atención. Sabía que era la recámara de Alex, por lo mismo dudó en acercarse, pero cuando distinguió la voz de Mariana en el interior, la curiosidad se apropió de ella, orillándola a acercar la oreja a la madera de la puerta. Así pudo escuchar perfectamente la conversación.
—Me alegra que estés bien —dijo el suave tono de Mariana con voz melosa—. ¿Sabes? Me asusté mucho cuando vi a tu madre esta mañana en la escuela y me contó lo que había ocurrido.
—No deberías preocuparte —habló Alexander—. No fue nada grave, aunque de todo esto hay algo que sí me entristece.
—¿Qué cosa?
Si Vanessa hubiera podido hablar, seguramente habría hecho esa misma pregunta.
Por un momento la pelirroja creyó que Alex diría que lo entristecía algo relacionado a su hermana, y al hecho de que al parecer está ya no le hablaba más. Pero no fue así. En su lugar, rompiendo el poco corazón que quedaba intacto en Vanessa, el chico finalmente dijo:
—Que tendremos que esperar para hacer público lo nuestro.
A las afueras de la habitación, la pelirroja cerró los ojos, y las lágrimas empezaron a caer sin cesar por sus mejillas. Una parte de ella ya sabía que algo había entre Mariana y Alexander, pero su lado soñador esperaba que no, esperaba tener al menos una oportunidad diminuta de conquistarlo. Y ahora, al escuchar lo dicho por Alexander, aquel atisbo de esperanza se había resquebrajado en su interior.
Cuando regresó a la recámara de Audrey, casi no puso atención a su amiga, ni a la voz de Romina parloteando acerca de lo mucho que le simpatizaba Oliver hasta que logró quedarse dormida y se calló. Solo observaba sin pestañear el par de sacos de dormir que la menor de los Williams había tendido en el suelo, con tazones de palomitas y su laptop entre los dos.
—Vanessa, ¿todo bien?
Ella levantó la mirada hacia su amiga y asintió sin muchas ganas.
—Pues no lo parece —rebatió la rubia—. Por suerte he decidido que antes de dormir veremos un par de capítulos de Teen Wolf, porque ver Teen Wolf anima a cualquiera.
Vanessa sonrió lentamente.
—Creí que era la única a la que le gustaba —musitó avergonzada.
—Y aquí viene la prueba de amistad: ¿Scott, Stiles, Dereck, Jackson o Isaac? A las tres decimos nuestro favorito. Una...
—Dos...
—Tres... ¡Dereck!
—¡Stiles!
Ambas se echaron a reír seguido de oír sus respuestas. Entonces, cuando se hubieron calmado, Audrey profesó:
—¡Allí está la prueba! A ti te gusta Stiles, y yo prefiero a Dereck, lo cual significa que nunca sufriremos por que nos guste el mismo chico. —Encogió un hombro.
Vanessa no se preocupaba, pues era imposible que a Audrey llegase a gustarle su propio hermano. Mientras que Audrey no sufría sabiendo que no iban a tener que pasar por eso, principalmente porque ella estaba enamorada de un fantasma que nadie podía ver.
Vanessa y Audrey pasaron alrededor de dos horas en sus sacos de dormir, con el corazón a mil con cada suceso paranormal que contemplaban en la pantalla. Darren estaba sentado tras ellas, y aunque ni él mismo lo admitía, también estaba bastante atento a todo lo que sucedía. Al final, los tres se quedaron profundamente dormidos, desechando el cansancio que se había apoderado de ellos gracias a lo intenso de su tarde.
....
Audrey sintió una vibración por debajo de su cabeza y despertó, saliendo de un sueño en el que tenía la sensación de que aparecía Tyson, golpeándola de nuevo.
Se incorporó con cuidado en el saco de dormir y entrecerró los ojos al ver la pantalla de su teléfono encendida. Le había llegado un mensaje proveniente de un número desconocido.
Tomó el móvil confundida. Darren también se había levantado del suelo —porque esa noche se había empeñado en dormir junto a Audrey, sin importar lo incómodo que fuera la alfombra debajo de su espalda—.
—¿Quién es? —preguntó tallándose los ojos.
Audrey se aseguró de que Vanessa y Romina siguieran dormidas antes de contestar:
—No sé. No lo tengo registrado, pero son imágenes.
—Ábrelo.
Ella asintió.
En cuanto su dedo pulsó la tecla «ver mensaje», un estremecimiento recorrió su columna vertebral, dejándola sin aliento, sin oxígeno en los pulmones. Miraba las imágenes boquiabierta, y cuando Darren se inclinó para ver lo que había en la pantalla, tuvo casi la misma reacción de pánico, pues el móvil estaba inundado de fotos de Audrey, con la ropa de esa tarde, caminando bajo la oscuridad mientras regresaba a la mansión. Había fotos de ella en casi cada sitio, e incluso, en una de ellas podía apreciarse el momento exacto en el que abría el portón principal. Y esa resultaba ser la peor de todas, porque debajo había un texto que rezaba:
«Estamos donde tú estás, Audrey Williams. No puedes escapar de nosotros»
El teléfono resbaló de sus manos.
—¿Qué clase de broma es esta? —señaló Darren molesto, pero en eso, oyeron un ruido apenas audible proviniendo de la planta baja.
Los dos volvieron la cabeza de inmediato, justo cuando el sonido volvía a escucharse: alguien estaba caminando, o más bien, dando pesadas zancadas en el vestíbulo.
—Mis padres están dormidos —musitó Audrey.
—Y tu hermano no puede caminar —completó Darren.
Audrey no dudó ni un segundo en salir de su sacó, calzar un par de tenis y colocarse una chaqueta que la protegía un poco del frío. Aprovechando que las Lawson no daban señales de despertar, tomó la amatista del cajón del buró y la metió en su bolsillo. A continuación, salió sin hacer ruido, ignorando las súplicas del fantasma, mismo que sin remedio la acompañó, caminando a oscuras hasta la escalinata principal.
Por seguridad, Audrey no había encendido la linterna de su móvil, pero a pesar de la bruma del vestíbulo, ambos pudieron ver una silueta moverse a través del recibidor, y luego abrir la puerta hasta que su forma humana pudo apreciarse saliendo al jardín. Era una sombra masculina, lo cual intrigó a los dos, pues los únicos hombres que había en la casona eran Alex, Leonard y Roberto, y este último ni siquiera se había molestado en salir de su cuarto en todo el día.
—Vamos —masculló Audrey encendiendo la pantalla de su teléfono con el brillo al mínimo para llegar a la cocina. Ya allí, tomó del trastero un cuchillo pequeño y un frasco de algo que parecía spray vegetal, aunque Darren no pudo distinguirlo—. Tenemos que seguirlo.
—¡No! —exclamó Darren—. Podría ser peligroso. Iré a buscarlo yo.
—Vamos los dos, Darren —profesó Audrey con demasiada determinación en la voz—. Si es una sombra, no pienso permitir esta vez que dañe a mi familia, o a Vanessa.
—¡¿Y si no?!
—Me enfrentaré a lo que sea con tal de protegerlos, e iré contigo o sin ti.
Darren frunció los labios. No le gustaba dejar que Audrey se expusiera al peligro, pero también quedaba claro que ella no aceptaría quedarse con los brazos cruzados, así que sin otra alternativa la siguió en silencio hasta que estuvieron a un paso del portón. Audrey fue la encargada de abrir con mucho cuidado, y cuando salieron, la figura ya iba varios metros por delante, así que la siguieron con rapidez.
Audrey tenía la sensación de que, entre más se acercaban, más podía reconocer al individuo. Su complexión, el peinado en su cabello, su estatura, su modo de caminar... ¡Sí! Ya tenía una idea de cuál era su identidad, pero era un borrón difuso en su mente, como tener en la punta de la lengua una palabra que se trata de rememorar durante varios tiempo y no poder soltarla. Audrey supo que ambos estaban en sintonía cuando Darren le masculló:
—¿No se te hace conocido?
Ella afirmó con la cabeza.
Ya se habían alejado muchísimo de la casona. Llevaban vario tiempo caminando, pero el ser aún continuaba andando muy por delante de ellos, entre callejones y lugares solitarios, escalofriantes.
El frío penetraban en la piel de la muchacha, pero ella lo resistía con valentía. El ser dobló en otra callejuela y, de pronto, se encontraban en la entrada de un bosque. Audrey estaba confundida, porque tenía la seguridad de que en los alrededores no había ningún bosque, sin embargo, ignorando el mal presentimiento que se alojaba en sus cabezas, el espectro y ella se internaron entre los árboles, siguiendo a la persona, misma que bordeaba troncos, ramas, y maleza a una velocidad alucinante.
Tras lo que parecieron diez minutos, la silueta por fin se detuvo, y los dos que lo seguían hicieron lo propio, parándose a unos metros.
—Ocúltate —ordenó Audrey a Darren, señalando un gran arbusto con la cabeza.
—¿Cómo?
—Ocúltate ya. Ataca si algo me ocurre.
Entendiendo que Audrey lo quería como una especie de arma secreta, Darren la obedeció y en silencio rodeó el arbusto, hasta que pareció como si Audrey estuviera completamente sola con el extraño.
Ya oculto el espectro, Audrey dió un paso al frente, decidida.
—¿Quién eres?
El desconocido no respondió de inmediato a su pregunta. Se mantuvo por un largo instante de espaldas a ella, sin moverse, pero ligeros temblores azotaban sus hombros. La chica cayó en cuenta de que se estaba riendo, y eso la enfadó aún más.
—¿Quién... eres? —Esta vez, pronunció cada sílaba entre dientes, escondiendo perfectamente su nerviosismo—. Da la vuelta —ordenó, blandiendo el cuchillo con firmeza.
El sujeto rió de nuevo, al tiempo que daba la media vuelta para encararla.
Cuando llegó el momento en que ambos se miraron, la mandíbula de Audrey cayó, los ojos se le abrieron, y con una sensación de vértigo en el estómago, lo vio.
Él estaba allí, sonriendo.
—Hola, Audrey.
La muchacha todavía no podía creerlo:
El mismísimo Demián Martínez estaba en frente de ella.
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