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Capítulo 22

Un manto de densa neblina blanca se cernía sobre cada centímetro del Palacio Iztac, imposibilitando a la Cazadora observar con nitidez el espectáculo que se desarrollaba delante de sus ojos, en el centro de la Plaza Principal. Rodeó un monstruoso sauce llorón y trató de enfocar la vista en aquello que todos los demás miraban con una mezcla pura de aflicción y vergüenza: a mitad de la explanada, un joven Iztac yacía arrodillado sobre el grueso tronco de un árbol previamente talado, con la espalda al aire, mostrando al menos una decena de cicatrices cuyo color rojo brillante podía admirarse con claridad a pesar de la escasez de luz en la que estaba sumido el Palacio. Detrás de él, un hombre vestido de negro portaba lo que parecía ser un látigo con el que azotaba al moribundo muchacho, y metros más allá, la Cazadora pudo ubicar al que ella conocía como el «gobernante» de los Iztac, acompañado por, quizá, su mano derecha, y el capitán de la guardia, aquel hombre al que tanto ella como todos los demás Cazadores odiaban a morir. Él, y nadie más que él era el enemigo declarado número uno de los suyos, aquel que había osado herirlos en innumerables ocasiones con el filo de la ostentosa espada enfundada en su cinturón, y a quien no veía la hora de exterminar con sus propias manos.

Una esfera de luz rojiza solo visible para los Cazadores levitó en el aire hasta alcanzar su punto más alto; se trataba de la señal que había esperado durante casi seis minutos oculta en mitad de los sauces, la misma que le indicaba que los guerreros por fin estaban en posición, por lo que era hora de actuar. Acto seguido, salió de su escondite y avanzó a paso lento y cauteloso hasta que estuvo a espaldas del capitán de la guardia.

—¡Diecisiete! —exclamó la muchedumbre mientras el hombre vestido de negro azotaba una vez más al Iztac, mismo que arqueó la espalda en un ademán de dolor, sin poder escapar de su castigo, pues tenía ambas muñecas adheridas al tronco mediante una gruesa cadena, que, según lo sabido por la Cazadora, no se abría con ninguna llave, sino con magia.

Avanzó hasta estar a solo unos centímetros del capitán, y alargó la mano para hurtar la espada de zafiro con el propósito de dejarlo desarmado durante el combate que se aproximaba, mientras, su incondicional ya daba las últimas indicaciones al ejército que los había acompañado. Pero entonces, cuando las puntas de sus dedos apenas habían alcanzado a tocar el mango de la misma, este dio un brusco giro y en su boca se dibujó una malévola sonrisa con la que mostraba todos los dientes. La Cazadora se quedó gélida, con la mano estirada y la mirada fija en la de su adversario.

—Vaya, vaya, miren a quién tenemos aquí... —dijo el capitán dando un vistazo rápido a su gobernante—. ¿En verdad creíste que seríamos demasiado estúpidos como para caer en tu jueguito? —Rió. Luego miró sobre el hombro de ella. Por su parte, está no se atrevió a seguir la dirección de sus ojos. No quería ver a lo que se enfrentaría una vez encarándolo. Agárrenla —ordenó sin quitar los ojos de su contrincante.

Supo que todo había sido una trampa cuando observó a su compañero siendo forzado por un Iztac para caminar hacia la Plaza, y también cuando aquel a quien habían golpeado con un látigo de cuero, más de veinte veces, se levantaba, deshaciéndose de la cadena con un estirón, y le daba la cara, sonriendo como el completo idiota que era. Y luego, el torturador hizo lo propio, al tiempo que la audiencia extraía armas de todo tipo en las que ella jamás había reparado.

—¡Les dije que vendría! ¿No sé los dije? —El capitán la miró con toda la perversidad que era capaz de destilar—. Y tú, ¡creí que eras más lista!

—¡Ustedes creen muchas cosas, mugrosos! —escupió con odio, pero el capitán la oyó jadear cuando los hombres que la sostenían tiraron de una de sus alas como si quisieran arrancársela.

—Oh, no, no, no. No vuelvas a ofender a mi pueblo cuando estés bajo mi techo, estúpida. —Le soltó una bofetada—. ¡Mírame! —exclamó—. ¡He dicho que me mires!

Al tener la valentía de levantar la mirada, ella no solo observó el rostro de su peor enemigo, sino también a ochenta de sus Cazadores aterrizando en la Plaza, forzados por el doble de Iztacs, que los golpeaban una y otra vez hasta lograr que cayeran inmóviles en el suelo de la explanada, con las alas extendidas cual sábana, cubriéndolo todo, mientras que los veinte que planeaban atacar por tierra eran obligados a salir de sus escondites por soldados de la Elite Plateada, que era así como llamaban a los mejores combatientes en el mundo de los Iztac.

—¡Nuestro plan funcionó! —gritó el líder de la guardia a su gente, quienes lo vitorearon mientras otro Iztac aparecía al lado de él, con una pequeña daga en la mano—. Ya veo que Sun Tzu tenía razón: fingir desorden dentro de nuestro pueblo, y dar la impresión de que nos encontrábamos débiles resultó ser la carnada perfecta para atraerlos hasta aquí, ¡Tan imbéciles! ¡Ja! Muy bien hecho, ¿eh, Cazadora? ¡Nos entregaste a tu ejército en charola de plata! —A continuación se volvió al soldado que se encontraba junto a él, con la mirada clavada en la Cazadora—. ¿Te gustaría hacer los honores, amigo mío? ¿Te gustaría matarla?

—¡Noooooo! —Aquel grito provenía del más fiel compañero de ella. Este trataba de zafarse desesperadamente de los dos Iztac que lo sostenían, pero no podía lograrlo, y aquello lo aturdió al grado de que los gritos que profesaba se tornaron más y más delirantes, hasta que un soldado del bando rival lo sustuvo por el cuello haciendo que callara de inmediato.

El Iztac que acompañaba al capitán mantuvo la pequeña daga en alto, decidido a clavarla en el hombro de la Cazadora; sabía que fácilmente podía clavarla en su pecho, pero la sola idea le daba mucha pereza, y es que, ¿dónde estaba lo divertido si no la hacía sufrir un poco antes? ¿No llevaba mucho tiempo deseando oír a alguien del bando contrario rogar por clemencia?

Mantuvo el brazo formando una perfecta «L» durante un minuto que se prolongó. No quería, pero era inevitable que el capitán reparara en la dubitación que se reflejaba en su mirada perdida, en sus movimientos poco decididos.

—Amigo, no te arrepientas. Solo recuerda lo que estos estúpidos nos han hecho pasar —le animó—. Esto es lo que tanto hemos estado esperando. Nuestro sueño está a punto de volverse realidad...

En eso, la Cazadora habló por primera vez en varios minutos:

—De hecho, tu sueño tendrá que esperar un poco más, porque verás que yo no soy tan idiota como aparento. —Le dirigió una mirada cargada de arrogancia, con una de esas sonrisas que dejaban ver la excitación en sus venas, y a continuación gritó, tan alto que su voz llegó a cada rincón del palacio—: ¡AHORAAAAAAA!

Entonces, en el cielo comenzaron a aparecer centenares de figuras negras que gradualmente cubrieron el cielo hasta que no quedó ni un poco del color azul oscuro que lo teñía. Los Iztac comenzaron a sacar cada arma que portaban, mientras ella y su compinche se liberaban de los captores golpeándolos como solo ellos sabían hacerlo para unirse a la batalla. Los que portaban espadas, combatían en tierra, unos con otros, defendiéndose entre bandos, atacando por la espalda, mientras que aquellos que, como ella, contaban con arco y flecha, volaban para tener un mejor campo de lucha en el que la pelea por la victoria se tornó más intensa.

Poco a poco, la sangre iba derramándose sobre el suelo, mientras la Plaza Principal dejaba de ser el sitio de batalla, porque, tanto los Iztac como los Cazadores volaban más alto y más lejos, yendo a pelear a aquellos lugares que con tanto ímpetu solían evitar, es decir, a tierras mortales. No se sabía quién iba ganando, de hecho ni siquiera se sabía si existía un ganador, pero lo seguro era que los Iztac iban muy bien preparados por la forma en que luchaban, tan impecablemente que ella no tardó en percatarse de que todo había sido planeado. Sí. Los muy malditos habían fingido que uno de ellos quebrantaba las reglas. Habían fingido castigarlo frente a todo su pueblo, y también habían fingido ir desarmados, e incluso se habían asegurado de que todo llegará a oídos suyos. ¡Pero qué estúpida había sido!

—¡Cazador caído! ¡Repito: Cazador caído! —La voz de su incondicional la volvió a la realidad. Ella se agachó para evitar un ataque por parte del capitán y bajó la mirada: en efecto, uno de los Cazadores caía con los ojos cerrados a una velocidad impresionante luego de recibir un golpe por parte del Iztac con el que peleaba.

Deseó ayudarlo, pero se negaba a darle ventaja a su adversario, así que, con el coraje hirviendo en su sangre, siguió el combate confiando en que su Cazador se recuperaría. Ellos eran fuertes, y habían pasado mucho tiempo entrenando para eso. Un simple golpe no lo detendría. No. No lo haría.

Pero, con lo que no contaba, era con que aquel Cazador tendría la pésima suerte de caer el en jardín de una mansión. No contaba con que una chica humana lo vería. Y no contaba con que esa chica humana... sería Audrey.

....

A la mañana siguiente, Audrey apenas podía recordar el momento en que se había ido a dormir después de no encontrar a Darren por ningún lado, ni tampoco sabía con certeza cuándo las esferas de fuego y luz habían cesado de colisionar unas con otras dejando el cielo en completa oscuridad. Tan solo sabía que se encontraba caminando por los pasillos del colegio con la creciente sensación de que hasta la voz más insignificante en los corredores le provocaba una fuerte jaqueca de la que no se podía librar desde que se despertó una hora antes.

—Te lo dije. Debiste hacerle caso a tu madre y quedarte en casa a descansar —dijo Darren por detrás, poniendo los ojos en blanco.

—Cállate, que todo esto fue tu culpa, para empezar, Gasparín —contestó ella fingiendo que hablaba a través de las manos libres de su teléfono. Estaba harta de tener que esconderse en los sanitarios cuando debía hablar con Darren, así que luego de que viera a Leonard hablando con el gerente de uno de los hoteles mediante los auriculares, esa misma mañana, decidió adoptar aquella táctica. Y le estaba resultando muy bien, porque ni siquiera la insoportable Lisa Smith sospechó que estaba hablando con un espíritu en pena al verla pasar por su lado.

—¿Mi culpa? —Darren sonaba indignado.

—Sí. Si te hubieras tomado la molestia de explicarme qué ocurrió en el patio de mi casa está madrugada, desde antes de que algo como esto pasara, no habría tenido que quedarme media hora fuera de mi cama, muriendo de frío.

Audrey sonaba molesta, pero no era para menos, pues la verdad era que tras aquellos largos treinta minutos de incertidumbre, Darren había aparecido por un extremo de la casa, explicándole de manera tranquila que esa era la forma en que recuperaba su energía después de materializarse o usar sus poderes en extremo. Ella seguía fiel a la idea de que el fantasma debía habérselo comentado mucho antes de llevarse un susto de muerte que casi le causaba un fallecimiento gracias a los incontables minutos que estuvo a merced del frío, pero él no pensaba igual. Él llevaba excusándose desde temprano con que «había sido solo un pequeño olvido». Sin embargo, los dolores en el vientre y la espalda de Audrey anunciando con fervor la llegada de lo que irremediablemente ocurría mes tras mes, la habían dejado de tan mal humor que apenas escuchaba los pretextos del espectro.

—En fin... Dime por qué no quisiste quedarte en casa. Ahora podrías estar viendo un entretenido maratón de Teen Wolf, o... qué sé yo... ¿Diario de Vampiros?

Audrey bufó.

—No quería quedarme porque de lo último que tengo ganas es de estar bajo el mismo techo que Roberto. No ha dejado de llorar desde que despertó, y mucho menos con el imbécil traicionero del que solía llamar «hermano». —Gesticuló con los brazos mientras enfatizaba sarcásticamente la última palabra—. Oh, y para tu información, prefiero Teen Wolf. Ya voy por la tercera temporada.

—Lydia muere —susurró Darren riendo.

—¡No quiero saberlo, Gasparín! —gritó ella extendiendo los brazos, a lo que los chicos del pasillo la miraron raro, pero Audrey hizo caso omiso de todos.

Aunque Darren hubiera querido desmentir el supuesto adelanto, —o mejor aún, dejarla con la duda de si eso sucedía o no—, en ese instante Dominik y Vanessa interceptaron a la joven en el pasillo. La pelirroja tenía un aspecto deplorable. Nada que ver con el rostro perfectamente maquillado en tonos ocres, o las gruesas ondas que la caracterizaban. Esta vez unas profundas ojeras se marcaban bajo sus ojos e iba con una coleta desordenada. Pareciera que se acababa de levantar; en cambio Dominik vestía su atuendo formal de siempre —camisa de manga larga, chaleco, corbata y pantalones negros muy bien planchados—, pero en su mejilla derecha podía apreciarse un raspón, o más bien, un corte fino.

—Oh, eso no luce bien —masculló Darren escudriñando a los recién llegados.

—Sí... Emmmm... ¿Te parece bien si hablamos luego? Tengo que entrar a clase... Yo también te quiero. Adiós —dijo Audrey fingiendo terminar una llamada y después actuó como si estuviera cortando la misma. Miró un instante a Dominik. Sus ojos azules como el océano. Su piel blanquísima haciendo contraste con el cabello castaño y ligeramente enrulado, además de la forma en que se balanceaba sobre sus talones con una sonrisa nerviosa en la boca. Después desvió la vista hacia su amiga, inquietada—. ¿Saben? No sé ofendan, pero me da la impresión de que no tuvieron una buena noche.

—Justo como tú —convino Dominik, pero al tener la mirada severa de la rubia clavada en él, añadió—: creo.

—Crees bien —admitió—. ¿Qué te pasó en la mejilla?

Dominik tragó saliva.

—¿Qué te pasó en la frente?

Audrey levantó la mirada todo lo que pudo y se preguntó cómo era que siempre se le olvidaba el vendaje en la parte derecha de su frente.

—Oh. Me caí de las escaleras ayer. No fue nada.

—Y yo me raspé por accidente en el sótano de mi casa, pero tampoco fue nada —articuló el muchacho con un leve toque de sarcasmo que únicamente ella detectó—. En cuanto a Vanessa, ella dice que tuvo una pesadilla extraña, pero mejor dejaré que te lo cuente. Debo buscar a Lisa, porque me pidió ayuda para ponerse al corriente e ir a nuestro paso.

Al escuchar eso, la cara de ambas chicas se deformó en un gesto de asco que claramente desconcertó a Dominik.

—¿No se supone que para eso están los tutores? —Inquirió Audrey con cierto recelo. No le gustaba la idea de Dominik y Lisa juntos, porque a pesar de la reciente pelea que había tenido con él, lo seguía considerando su mejor amigo.

—Ninguno tan brillante como yo —dijo Dominik encogiendo los hombros con naturalidad, y luego se fue dando media vuelta en busca de la chica nueva.

Una vez que Vanessa y Audrey se quedaron solas —en compañía de Darren, por supuesto—, la pelirroja se dedicó a narrar el desconcertante sueño que había tenido, y Audrey no pudo retener un grito de horror al escucharlo. No solo era la pesadilla en sí, sino lo que involucraba.

—... La voz me guiaba hacia un chico que me daba la espalda... y que tenía alas. Suena tonto, lo sé, pero esta voz me ordenaba que lo asesinase con la daga que había encontrado tirada en el suelo. —Exahusta, Vanessa se pasó una mano por el rostro y lo talló como si recién despertara. Mientras tanto, Audrey tardó un momento bastante prolongado en articular palabra y hablarle del sueño que ella había tenido esa misma madrugada, en el que prácticamente, lo único que variaba era el tipo de arma que había hallado ella en mitad del bosque. Vanessa se quedó congelada al oírlo—. ¿Estás diciendo que las dos soñamos lo mismo?

Darren, que estaba apoyado junto al casillero de Audrey, descruzó los brazos y las miró atónito.

—¡Eso es imposible! Es... simplemente... —Audrey no encontraba la palabra indicada para describir aquello—. Me parece que deberíamos averiguar. Debe haber una razón por la que ambas tuvimos el mismo sueño.

—Pienso lo mismo. ¿Tienes un plan en mente?

La chica se lo pensó por un momento, hasta que vio a Fany caminar por el corredor hacia la oficina de August Romero.

—Me toca tutoría con Rolland en un momento. Podría aprovechar cualquier oportunidad que se me presenté para buscar algún libro con el significado de los sueños, o incluso buscaré en internet.

Su amiga asintió ferviente y dijo:

—Yo también trataré de encontrar algo. Podríamos compartirlo hoy en el receso.

—¡O mejor! Puedes ir a mi casa está tarde, como a las... ¿Siete u ocho?

—Tengo clase de latín a las seis —se excusó la muchacha reflexiva, mas luego añadió—: pero mi padre no está en casa, y no le importará que falte. Solo será por esta vez. ¿Puedo dormir en tu casa?

—¡Claro! Trae tu computadora, una libreta y un bolígrafo. Y si pudieras encontrar al menos un libro que nos ayude sería excelente. —En ese momento sonó el timbre anunciando que las clases comenzaban, por lo que Audrey suspiró y dijo—: tengo que ir a mi tutoría, pero te mantendré informada de cualquier cosa que logré encontrar.

Entonces, la pelirroja la abrazó, dio media vuelta y agregó:

—Mantendré mi teléfono en vibrador. ¡Buena suerte con El Güero!

«Sí, la voy a necesitar», pensó Audrey caminando con Darren por detrás.

Pero, para cuando llegaron ante la gran puerta de madera de la biblioteca que estaba abierta de par en par, y vieron a Rolland sentado en uno de los escritorios con una enorme pila de carpetas que revisaba sin detenerse, casi con desesperación, todos sus planes se vinieron abajo. Apenas podían verle las puntas del cabello por encima de los numerosos folders, y él tardó mucho más en reparar en la presencia de su alumna, pero cuando lo hizo, apenas levantó la vista de un documento al que le estaba dando una revisión.

—¿Qué estás haciendo, Rolland? Pareces muy ocupado.

Audrey rodeó el escritorio y se sentó junto al muchacho, pero este ni siquiera la miró.

—¿Con qué asignatura quieres empezar?

Rolland negó rápidamente con la cabeza.

—Pequeña, hoy no tendremos tutoría. Debo hacer un proyecto para la universidad y esto me tomará tiempo, así que hablé con August y aceptó darme libres unas cuantas horas para poder terminarlo.

—Genial, pero... ¿y yo qué hago? —La chica frunció el ceño, desconcertada, en el instante exacto en que una tercera voz resonaba en la instancia y decía:

—Usted, señorita Williams, me ayudará a limpiar mi oficina.

No. Imposible.

Cuando Audrey levantó la mirada, casi al mismo tiempo que Darren, pudo observar con  perfecta claridad el rostro grisáceo de su director, y sus ojos azules como el hielo apuntando hacia ella cual filosa navaja a punto de herir. Tragó saliva en espera de que Rolland dijera que era un chiste, una simple broma para divertirse un rato, pero, en cuanto el director esbozó una diminuta sonrisa con sus labios morados y caminó hasta el umbral diciéndole que se apresurara, supo que no se trataba de ninguna broma. Quizá por eso Rolland la empujaba del brazo invitándola a marcharse.

Mientras seguía a August por el corredor, no supo cuál era la peor parte del asunto: por un lado, quedarse a solas con él durante dos horas no era definitivamente lo que tenía planeado, además, no podría buscar ningún tipo de información que pudiera ayudarles a ella y a Vanessa. Pero eso era poco, pues le faltaba añadir el repentino dolor que comenzó a atacar la parte baja de su vientre a medida de que avanzaba, o el hecho de que Bryan Sheppard caminaba en su dirección muy seguro de sí mismo, con los amarillos iris aguzados y las espesas cejas fruncidas.

No. Ahora no. Bryan era la última persona con la que deseaba toparse ahora que tenía la sensación de que vomitaría en cualquier momento.

Mas el chico caminó hacia ella con su sonrisa petulante, y al llegar a una distancia prudente —de unos treinta centímetros—, le tendió la mano cediéndole una prenda. Audrey lo miró desconcertada. Él se restó a acercarse a su oído y le musitó:

—Si yo fuera tú, la ataría a tu cintura. Espero que te ayude.

En un primer momento ella no comprendió lo que significaba eso, pero después de que Bryan le guiñara un ojo y se fuera, una alarma se encendió en su cerebro y soltó un respingo al caer en cuenta de que en su paso hacia la oficina uno que otro chico la había mirado, pero no precisamente a la cara.

—¡Oh, mierda! —exclamó al tiempo que extendía la chaqueta de Bryan para atar las mangas a su cintura. Luego volvió el rostro hacia Darren, que caminaba junto a ella, y le susurró—: ¿Por qué no me dijiste que estaba manchada?

Los ojos grises del muchacho se abrieron con sorpresa.

—Lo siento. No me había dado cuenta, puesto que prefiero verte el rostro y no el trasero.

Bien, era para admitirse que Audrey había quedado boquiabierta ante el tono indignado del fantasma, de hecho, hablando así sonaba un poco como algo que diría James, pero la chica no tuvo tiempo de reñirle o protestar porque en seguida se encontró ante el despacho del director, el cual estaba abarrotado de cajas perfectamente apiladas sobre el escritorio, y con varios libros sobre el suelo, de manera que los estantes se encontraban vacíos en su totalidad. Se quedó tan ensimismada mirándolo todo, tan inmersa en sus propios pensamientos, que atrapó con dificultad el trapo viejo que le lanzó Romero mientras decía:

—Bien, señorita Williams, empiece con el estante de allá.

Bueno... Esas iban a ser dos laaaargas horas.

....

La segunda clase de Vanessa era biología, una materia en la que se desempeñaba de manera casi perfecta. Acostumbrada a ser la segunda mejor de la clase —solo por debajo de Dominik—, contaba con un buen promedio y excelentes notas. En ese momento se hallaba frente a su casillero, extrayendo un par de materiales que les había pedido el profesor ese día, pero ni tarareando una canción de Big Time Rush —su banda favorita por casi dos años— lograba contrarrestar el silencio sepulcral del solitario pasillo.

Elevate a little higher... Let's through a party in the sky and celebrate... —murmuraba con el corazón bombeándole a una velocidad alarmante—. Elevate until we're flying... —Ni siquiera ella sabía porqué se sentía así. Era como si alguien la estuviera observando. O quizá estaba demasiado paranoica gracias al escalofriante sueño que había tenido—. We're floating in the air. Look at the view from here...

Entonces, sucedió. Un par de manos se ciñeron a su cintura tan de repente que su voz se calló de súbito, en tanto el cálido aliento de la persona que osaba tocarla se deslizaba por su cuello de manera desagradable. Cuando el sujeto habló, bastó que dijera una sola palabra para que ella pudiera reconocerlo y pusiera los ojos en blanco, a pesar de que su código de etiqueta se lo prohibía.

—Mira a quién tenemos aquí... La pequeña nena de papá nos salió cantante también, ¿eh?

Vanessa bufó.

—Kyle, ¿qué haces? Deberías alejarte de mí, por favor.

Pero Kyle solo rió en respuesta. Vanessa entró en pánico apenas sentir la mano caliente del muchacho deslizarse por la orilla de su blusa. Sobretodo cuando adivinó sus intenciones e intentó forcejear con él para liberarse de su agarre, pero luchar contra un atleta nato no servía de nada. Él era más fuerte que ella. Mucho más fuerte.

—Kyle... ¡Kyle, vete! ¡Kyle! —Y para rematar, el muchacho había empezado a recorrerle el cuello con los labios. Eso no se sentía bien. De hecho era lo más asqueroso que había experimentado en su vida, pero no podía librarse por más que luchara—. ¡Kyle, ya, déjame, déjame!

Las lágrimas empezaron a acumularse en sus ojos. Podía sentir el metal helado de su casillero contra la mejilla, pero lo más desagradable fue sentir el momento exacto en que una tercera persona se hacía presente en las inmediaciones y alejaba con rapidez a Kyle de ella, con tanta fuerza que incluso el muchacho la rasguñó al tratar de aferrarse a su brazo para no caer hacia atrás.

Vanessa sintió un escalofrío imaginando lo vergonzoso que resultaba ser descubierta por un docente o tutor mientras era toqueteada por Kyle Bower. Nada más de visualizar la cara de su padre cuando se enterará de lo sucedido le entraba el pánico. Reportes, pláticas con el director, castigos, y luego la gran regañiza y las sanciones que Bernard Lawson le aplicaría... Sin embargo, al oír la voz de quien la había «rescatado», el alma se le cayó a los pies y sintió que la fuerza de sus piernas se evaporaba.

—¿Se puede saber qué mierda haces, Bower? —gruñó Oliver con algo más que irritación en la voz—. ¿No oíste que James nos necesitaba a todos en el campo desde hace diez minutos?

Kyle rió con nerviosismo.

—Nada, hermano. Yo solo...

Pero Oliver no le dió tiempo de hablar, pues casi de inmediato le rodeó el cuello con las manos y lo estampó en el casillero aledaño al de Vanessa. Después le soltó un puñetazo en la mandíbula que hizo que Kyle escupiera un chorro de sangre.

—¿Crees que no vi lo que estabas haciendo, imbécil? ¡¿Crees que no vi lo que le estabas haciendo a Vanessa?! —Un azotón más. Oliver parecía histérico.

—Oye, solo estábamos... —Kyle rió—. No es lo que parece, hermano.

—¿No es lo que parece? ¿Me tomas por imbécil? ¡Sé perfectamente lo que vi, y no voy a permitir que vuelva a suceder, Bower! No quiero que te acerques de nuevo a Vanessa en lo que te reste de vida. No te le acerques, no la toques, no le hables, ni siquiera la mires, porque si lo haces, si vuelves a meterte con ella, te juro por Dios que te mato. ¡¿Oíste?! Te mato si vuelves a molestarla. —El chico no se contuvo de propinarle un golpe más en el rostro, muy cerca del ojo—. Y hablaré con James para convencerlo de que te saque del equipo. Esto no se va a quedar así, ¿entendiste, Bower? —Kyle asintió con si fuera un cachorrito temeroso—. Ahora lárgate antes de que me arrepienta y te muela a golpes aquí mismo. ¡Anda, lárgate, animal!

Llegados a ese punto, la voz de Oliver sonaba tan aterradora que incluso Vanessa trató de escabullirse al igual que lo hacía Kyle, pero Oliver fue más rápido y la sostuvo de la muñeca justo a tiempo de evitar que escapara. En cuanto Vanessa lo miró con los ojos bien abiertos, la mirada de él se suavizó. Casi ni parecía haber actuado como un monstruo tan sólo diez segundos atrás, pero el miedo de la pelirroja no se evaporaba.

—¿Te hizo daño? —susurró Oliver examinándola en busca de heridas o rasguños.

—Yo... no... Creo que estuvo a punto pero... —Una lágrima descendió por su mejilla, incapaz de resistirse. Se sentía sucia, contaminada por deshechos radioactivos. Solo deseaba que Oliver la soltará para irse al sanitario y pasar allí el resto de sus clases y luego ir a su casa y olvidar que todo eso había pasado, olvidar la humillación que representaba el que el odioso de Oliver Grey la hubiera encontrado en ese estado, tan indefensa—. Debo ir a mi clase.

Oliver la atrajo hacia él y apoyó las manos en sus hombros.

—¿Cómo ocurrió esto?

Vanessa encogió los hombros dándose cuenta de que ni ella conocía la respuesta.

—No tengo idea. ¡Ni siquiera sé de dónde salió! Yo... Es que un segundo estaba bien, y al siguiente... —sollozó.

—Tranquila, tranquila... Mira, claramente no estás en condiciones de ir a clase, así que, ¿por qué no vamos a la cafetería para que comas algo y después miras el entrenamiento? Te dejaré ir cuando tenga la seguridad de que te encuentras bien, ¿de acuerdo?

Vanessa se lo pensó.

—¿Estás sugieriendo que me salte una clase?

—Estoy sugiriendo que te relajes un poco antes de enfrentarte a tu amigo el harinoso y las miles de preguntas que te hará cuando te vea así, pero creo que el término «saltarse una clase» no suena tan mal. —Esbozó una diminuta sonrisa.

—Pero estará Kyle.

—Y también yo. No dejaré que se te acerque por nada del mundo, y mucho menos que vuelva a tocarte. Eso no.

Como cada vez que estaban solos, Vanessa percibió un efímero resplandor verdoso en los ojos de Oliver. Él tenía razón: si Dominik llegaba a verla así le haría un millón de preguntas hasta que le dijera la verdad, cosa que ella no pensaba hacer debido a lo humillante que resultaría hacer pública la manera en que las manos de Kyle habían recorrido su piel. La única cosa segura era que necesitaba un descanso, y por alguna razón, no le parecía tan mala idea pasarlo con Oliver, de manera que tomó la mano que este le ofrecía y juntos se dirigieron a la cafetería en silencio, pero en un silencio confortante.

....

Los calambres en el vientre de Audrey se habían intensificado hasta el punto de volverse casi insoportables. Limpiaba el estante aferrándose más bien a él para no caer gracias al repentino mareo que sintió, y no supo si era por lo poco que había dormido o por la falta de alimento que la debilidad se apoderó de ella, haciendo que soltará un quejido que rápidamente llegó a los oídos del director, quien la miró alarmado, como había mirado a Alex el día que llegó a su oficina tras haber sufrido un trance.

—Señorita Williams, ¿qué le ocurre?

—Yo... Nada, profesor. Solo es un pequeño malestar, seguro que desaparecerá en cualquier...

—Ahora que lo menciona, su madre vino a justificar la falta del joven Alexander, y me mencionó que usted había tenido un pequeño accidente en la escalinata de su casa...

—Sí, pero...

—¿Sabe? Creo que será mejor que se vaya a descansar. No se encuentra muy bien, por lo que veo.

Audrey negó con la cabeza. Treinta minutos reestructurando el plan de buscar información no podían irse a la basura en un segundo, ni siquiera con el hecho de que August Romero se estaba comportando extrañamente amable para tratarse de él.

—¡No! En verdad no es nada, director. Se me pasará en unos minutos, en serio.

Sin embargo, no importaron las súplicas, ni los argumentos que usó a su favor, porque diez minutos después se encontraba recorriendo el estacionamiento con la mochila a cuestas y una cara de irritación que dejaba en claro lo mucho que le enojaba haber resultado vencida en su intento de permanecer en la escuela.

La sudadera de Bryan se balanceaba al compás de sus pasos, mientras, ella escribía un mensaje al grupo que compartía con Dominik y Vanessa contándoles lo sucedido. Vanessa le dijo que en la casona podrían buscar toda la información que quisieran sin traba alguna, pero Dominik no contestó debido a que no era del tipo de chico que sacaba su teléfono en mitad de la clase, así que Audrey se guardó el móvil y dobló la calle de la escuela en dirección contraria a su casa. Darren lo notó de inmediato y dijo:

—Ehhh... Audrey... La casona queda por allá. —Señaló al lado contrario.

—Lo sé, pero ya te dije que no quiero ir a casa.

—¿Y entonces?

—Iremos a la biblioteca.

Darren enarcó las cejas.

—¿Para qué quieres ir allí? Vanessa ya te dijo que investigarán lo que puedan en la casona.

—No voy a investigar sobre el sueño. Voy a investigar sobre Gonzalo García de Alarcón. Esa parece ser la única forma de librarme de las sombras: saber porqué lo buscan y la razón de que crean que estoy relacionada con él. Además me da curiosidad saber qué significan las palabras escritas en los muros del pasadizo. He tenido que posponer la averiguación por falta de tiempo, pero creo que es el momento perfecto de indagar en ello, ¿no crees?

Darren se quedó pensativo un momento, y al final, levantando la cabeza, asintió y dijo:

—Pues ¿qué estamos esperando?

....

Diez minutos después, ambos se encontraban sentados en una mesa del segundo piso de la biblioteca escondida entre dos estantes. Por suerte no había nadie, ya que la mayoría de los estudiantes estaban en clase, y además, uno no solía faltar a la escuela para asistir a la biblioteca, así que ambos estaban realmente tranquilos, aunque trataban de hablar en voz baja.

—Recapitulando: Vanessa y tú soñaron lo mismo, pero según lo que entendí, hay pequeñas diferencias en ambas pesadillas —musitó Darren pensativo.

En un inicio se habían dispuesto a averiguar sobre ese tal Gonzalo, o los gráficos en la pared del pasadizo, pero al ver que había olvidado la libreta en donde Audrey hubo anotado todo, y además ningún portal en la web encontraba algo relacionado al hombre que buscaban las sombras, se vieron obligados a cambiar el plan.

—Así es. Mi arma era una espada. La de ella una daga.  —Ojeó uno de los libros que previamente había tomado del estante, y luego se dirigió al buscador de la computadora—. En el sueño, una voz nos invitaba a caminar hasta que nos deteníamos frente a un tipo que nos daba la espalda, por lo cual no pudimos identificarlo, pero lo que sí sabemos con seguridad es que tenía alas.

—¿Igual que el tipo que cayó en tu patio esta madrugada? —Por el rabillo del ojo, Darren pudo notar que Audrey exploraba un blog cuyo tema era el significado de los sueños.

—No. El que nosotras veíamos tenía alas blancas, no negras como el chico que hoy encontramos. Pero... —Audrey miraba fijamente la pantalla, más ningún punto particular en ella.

—Pero...

Entonces, la joven extrajo de su mochila aquella blanca y suave pluma que había encontrado la primera noche que pasó en México. Darren observó el objeto ensimismado; solo la había visto una vez, sin embargo no había podido olvidar su magnificencia.

—Creo recordar que las plumas de mi sueño eran idénticas a esta. Y puede ser que... Bueno, no es muy probable, pero pienso que el chico de mi sueño y el que me vigiló desde mi balcón en mi llegada están relacionados.

—Pero eso no explica el arma, ni el hecho de que no hayas sido la única en verlo en tu sueño —argumentó Darren con tono suspicaz.

—Es que eso no es todo. En el sueño, una voz me ordenaba que lo matara. No dejaba de insistir con lo mismo una y otra vez, hasta que el chico se giraba y nos enfrentábamos.

—¿Quieres decir que pudiste ver su rostro? —Como respuesta, Audrey asintió con un temeroso movimiento de cabeza—. ¿Entonces sabes quién era?

Un suspiro salió de la boca de la muchacha.

—No —dijo. En su tono podía distinguirse la pesadez y el cansancio—. No. Después de eso todo es borroso. Es... como si alguien hubiera distorsionado la imagen de su rostro de modo en que no logrará distinguir ni uno de sus rasgos. ¡Es tan malditamente frustrante! —En un ataque de ira, Audrey golpeó la mesa con el puño sin querer. Por suerte no había nadie que pudiera observarlos, pero, por alguna extraña razón, el miedo se había apoderado de ella de un segundo a otro. No lo entendía, aunque no intentó indagar en ello, pues se dijo mentalmente que si quería cambiar y poder enfrentarse a las sombras, o demostrarle a Morgan Phillips que podía cuidarse sola, debía dejar de sentir ese temor irracional que solo le nublaba la cabeza.

—Okay, entonces recapitulemos —dijo Darren llevándose los dedos al mentón—. La primera noche que pasaste en México, un extraño te vigiló desde tu balcón y te dejó esta pluma en el suelo. —Audrey asintió—. La verdad no te creería si no lo hubiera visto con mis propios ojos.

—¿Qué? ¿Eso cuándo pasó? —Sin lugar a dudas, Audrey estaba confundida.

—Eso ocurrió la tercera noche, cuando tuve que enfrentarme a la sombra mientras tú escapabas de la casona. Lo que me recuerda... Sé que probablemente no quieras tocar el tema, sin embargo, he de decirte que sospecho que ese hijo de puta de Tyson Peters se desmayó esa misma noche.

—¿Ah, sí? —A pesar del nudo en la garganta, Audrey logró sonar indiferente. Ahora que Darren sabía quién era Tyson y lo que significaba para ella, mantener su identidad en secreto y esconder aquello que le provocaba ya no importaba en realidad.

—Sí, y lo sé porque al día siguiente oí a tu hermano discutir con alguien por teléfono. Estoy casi seguro que era esa tal Frida.

—Oh —se restó a decir Audrey—. ¿Por qué me estás contando esto?

Darren le regaló una mirada enigmática.

—Antes de que te enojes conmigo, sé que no debí ocultarse esa llamada. Solo creí que no me correspondía a mí hacerte saber que Alexander te escondía algo, ¿comprendes? No quiero que lo tomes como que te mentí.

Okay.

—Ahora: cuando te encontré aquella noche en las calles, pude ver al ser alado que se inclinaba hacia ti, pero este huyó antes de que pudiera identificarlo.

—¿Logró verte?

—No tengo idea. El punto es que tú susurrabas... ya sabes, el nombre de Tyson. Lo cuál me hace creer que lo viste, aunque ya no recuerdes nada.

—¿Cómo podría haberlo visto? Tyson se encuentra en Canadá.

—A eso voy. Sé que a lo mejor lo viste y te enfrentaste a él, solo que no era realmente Tyson, sino una sombra. Lo creo porque cuando una sombra toma la forma de otro ser vivo, no basta con su propia energía, sino que tiene que tomar la del sujeto en el cual desea convertirse; cada persona o animal experimenta diferentes reacciones ante la pérdida repentina de energía, y todo depende de la fortaleza de su espíritu y mente. Por ejemplo, aquellas reacciones pueden ir desde sueño intenso, un desmayo, como en el caso de Tyson, o hasta... la muerte. —Todo quedó en un silencio sepulcral por un instante—. Incluso se dice que hay personas tan espiritualmente fuertes, que tan solo enfrentan la pérdida de energía con un simple escalofrío, tan común, tan corriente, que ni siquiera se dan cuenta de que han perdido parte de sí mismos gracias a un ente maligno, aunque yo nunca he conocido a ninguna.

—Entonces... ¿Crees que Tyson se desmayó porque una sombra robó su energía?

—Exacto.

—¿Y qué hay de Alex? —indagó Audrey. Darren enarcó una ceja—. Si no mal recuerdo, esa misma noche una sombra tomó la forma de Alex, pero cuando él y mis padres llegaron a la mansión, no reparé en ningún signo de debilidad en su cuerpo; no se veía cansado, nadie mencionó que se hubiera desmayado, y desde luego no estaba muerto. ¿Cómo te lo explicas?

—Pues... no sé. A lo mejor Alex es una de esas personas fuertes de las que te hablo, aunque lo que sí me... —De pronto, Darren dejó de hablar y clavó los grisáceos iris en un punto de la mesa en la que estaban sentados—. Oh, puta mierda. ¡Mierda, mierda, mierda! —murmuró llevándose las manos al pelo—. ¡Soy un completo imbécil!

—¿Qué pasa, Darren? —En la voz de Audrey era evidente la alarma.

—Dios, ¿cómo no lo noté antes? ¡Soy un idiota!

—Darren, dime qué ocurre.

—Es que..., ahora sé porqué el proceso de recuperación de mis poderes no había sido tan doloroso en los últimos días. —Como la chica no parecía comprender una sola de sus palabras, este exclamó—: ¡¿No lo ves?! ¡Todo este tiempo he estado tomando tu energía para materializarme! Es por eso que cuando dormimos en el Gran Salón, desperté habiendo recuperado ya mis poderes, y antes de que te fueras a la fiesta de Oliver, me materialicé y de pronto estaba como nuevo. ¿No sentiste nada?

Audrey pareció rememorar cada uno de los dos días antes mencionados, y luego fue como si un brillante foco se hubiera encendido en su cabeza, dándole la respuesta que Darren tanto ansiaba oír:

—Me tocaste —susurró pensativa—. En ambas ocasiones me tocaste, y... después un sueño extremadamente pesado me atacó; dormí en el Gran Salón, y luego, cuando Vanessa y Dominik fueron por mí para ir a la fiesta, dormí durante el trayecto a casa de los Grey.

—Te lo dije: soy un estúpido —gruñó, verdaderamente enfadado consigo mismo.

—No lo eres —rebatió Audrey—. Sabes que no es tu culpa que no te hubieras dado cuenta antes. Y volviendo al tema... Encontré el significado de algunos sueños que se relacionan con  el nuestro. No es mucho, pero tal vez nos sirva de algo.

Darren asintió mientras ella copiaba el texto en un documento y lo guardaba en una memoria USB. Posteriormente levantó el rostro, tomó su mochila y dijo:

—Ahora creo que deberías volver a la casona, Darren.

—¿Tú no vienes?

Ella negó con la cabeza.

—Hay algo que debo hacer antes.

—¿Y no quieres que vaya contigo?

—Yo... —Darren pudo notar cuán nerviosa estaba Audrey gracias a que la observó frotarse el brazo en un gesto como el que solía hacer Marie—. Creo que es mejor que vaya sola. No te lo tomes a mal, pero...

—¿Estás diciendo que vas a salir sin compañía incluso después de que el chico raro de ayer te dijo que evitaras hacerlo? ¡Ya veo cuánto aprecias tu vida!

En respuesta, las manos de Audrey formaron dos puños tan apretados que sus nudillos se tornaron blancos, además de que sus hombros se encogieron como si tuviera que contenerse para no soltarle un golpe al fantasma; este sabía que estaba enojada, por eso no le extrañó oír gruñidos entre palabra y palabra cuando la joven exclamó:

—¡Tú ni siquiera estás en posición de reclamar nada, Gasparín, así que cierra la boca y lárgate a la mansión! Ya llegaré yo cuando me dé la gana.

Audrey ya había dado la media vuelta y comenzado a caminar fuera de la biblioteca cuando le oyó gritar a Darren:

—¡Eres una negligente! ¡Eres una negligente, una descarada y una terca. Sí, eso eres!

—¡Díselo a quién le importe! —vociferó Audrey antes de levantar el brazo con un gesto obsceno en la mano.

Al recorrer el espacio entre la recepción y la puerta de salida, Audrey pudo notar que la bibliotecaria la miraba asombrada, seguramente preguntándose qué había sido todo ese escándalo que antes había provocado la chica, pero a ella no podía interesarle menos. Así que no fue sorpresa para Darren cuando esté bajó corriendo las escaleras y cayó en cuenta de que se había ido al no verla por ningún lado.

Volvió al segundo piso maldiciendo a toda voz, y es que, ¿cómo había osado Audrey dejarlo solo? ¿Su bienestar no le importaba?

—¡Maldita sea! —gritó enfurecido.

Pero entonces, en ese momento, una voz queda se oyó a su izquierda diciendo:

—En la biblioteca no puedes hacer ruido...

Era una voz femenina, y según lo que sabía, él era el único en el segundo piso, por lo que eso lo llevó a pensar que Audrey había vuelto después de todo, así que se giró esperando encontrarla para gritarle sus verdades en la cara, sin embargo, al ver que quien le había hablado no era Audrey, sus ojos se abrieron de par en par mientras percibía un cosquilleo extraño en el estómago.

«No puede ser, no puede ser, esto es un sueño, no»

Allí estaba, con el cabello castaño sobre los hombros y una mirada sin emociones. La misma chica que había salido del sanitario escolar la vez que el espectro casi vio a Audrey sin camiseta. La misma que en ese momento lo miraba a los ojos sin siquiera parpadear, la que le exigía con expresión severa que no hablara en aquel sitio.

La mandíbula de Darren cayó. Él se quedó lívido.

¿Acaso ella... podía verlo?

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