Capítulo 21
«El movimiento más eficaz es aquel que no se espera; el mejor de los planes es el que no se conoce.»
—Sun Tzu. El Arte de la Guerra.
Levantó una daga en el aire y apoyó con fuerza la yema de su índice contra la punta; quería saber cuán filosa era, por lo que significó un alivio ver un hilillo de sangre escurrir por su piel apenas un segundo después.
—¿Por qué tardaste tanto? —La voz de ella se oyó a continuación, desde la puerta y él puso los ojos en blanco ante su gélido tono.
—¿Qué más da? Ya estoy aquí, ¿no?
La joven bufó en respuesta.
—¡Menos mal! Quiero que prepares a nuestros hombres. Necesito cien, y todos deben estar armados. Nos vemos en quince minutos frente a las puertas de la fortaleza.
Él se dio la media vuelta, y solo así pudo reparar en que ella ya portaba su conjunto de guerra, el cual estaba conformado por un pantalón ajustado y una chaqueta negra donde guardaba al menos veinte armas de todo tipo que sabía manejar a la perfección.
—¿Qué dices? ¿Acaso planeas atacar hoy? —Incredulidad había en su voz.
—Es exactamente lo que planeo, y si pudieras moverte me harías muy feliz —decretó, al tiempo que tomaba de un anaquel una espada más pequeña que su brazo y la guardaba en su cinturón.
—¿Estás loca? ¿Cómo es que planeas atacar tan repentinamente? Los Iztac nos van a hacer peda... —Pero tuvo que callarse al sentir en sus labios el filo de la espada que siempre acompañaba a la muchacha. Esta la sostenía con firmeza mientras lo observaba con el ceño fruncido, entre curiosa y extrañada.
—No te has enterado de nada, ¿cierto? —Al no obtener contestación por su parte, la joven dijo—: parece ser que uno de los Iztac ha roto su juramento sagrado, y ahora lo van a hacer trizas en la Plaza Principal... frente a toda su bola de mugrosos integrantes. ¿No es perfecto? Los malditos Iztac reunidos en un solo lugar.
Apenas oír dicha explicación, sus manos formaron puños y la cabeza comenzó a dolerle, pues se preguntaba cuál era el Iztac que había roto el juramento.
«¿Habrá sido él?», pensó.
No. Era imposible que el Iztac con quien se había aliado hubiera roto el juramento. Y si sí era el responsable, estaba igual de perdido.
—¿Qué pasa? Te has quedado sin palabras. —El tono suspicaz de ella lo sacó de sus pensamientos.
—Yo... Sigo creyendo que estás arriesgándote al atacar hoy a los Iztac, es todo.
—Es verdad, pero somos Cazadores, ¿lo olvidas? Nuestro trabajo es arriesgarnos, igual que lo hicieron Los Mortales. Por eso los veneramos. Porque se jugaron todo, y yo solo sigo su ejemplo, así que reúne a la compañía y nos vemos fuera del fuerte en quince minutos. —Ya había cruzado el umbral de la puerta, pero de repente se dio la vuelta—. Ah, y diles que lleven sus mejores armas, porque esta noche, esos malditos Iztac morirán.
Él rodó los ojos como si hubiera sido lo más estúpido que había oído en su vida.
—Pffff. No digas tonterías. Sabes perfectamente que los Iztac no pueden morir.
—No —respondió ella llevándose los dedos al mentón—. Tienes razón. Los Iztac no pueden morir..., pero sí los pueden matar.
Él lo supo apenas detectó la malicia en su voz: ella ya tenía un plan. Ya sabía cómo exterminar a los Iztac... Y debía avisarle a su aliado lo más pronto posible, antes de que fuera demasiado tarde.
....
Darren se encontraba incrédulo ante la idea de que por fin conocería la verdad sobre lo que estaba afligiendo a Audrey. Sentado allí, en un pasadizo secreto de la mansión en la que había vivido por siglos, alumbrado únicamente por una esfera luminosa entre las palmas de sus manos, miró a la chica a su lado. El cabello rubio le caía por los hombros mientras ella intentaba encontrar el modo correcto de comenzar su explicación. Finalmente Audrey pareció hallar las palabras en su garganta, y levantó el rostro para decir:
—Todo comenzó el día en que entré a la secundaria. Al principio mi día a día era normal en toda la extensión de la palabra: tenía una mejor amiga, hacia mis tareas, y llevaba buenas calificaciones. —Darren asintió, comprendiendo que aquel inicio no significaba más que el principio de una terrible calamidad venidera—. Sin embargo, poco después mi hermano me presentó a su grupo de amigos y me convenció de unirme a ellos. Al ser él uno de los más populares y atractivos de la escuela, era obvio que tendría compañeros «a su altura», así que no me mostré sorprendida de encontrar entre ellos a Frida Whitmore, la más bonita del colegio, y... a Tyson Peters. Él era miembro del equipo de baloncesto. Era guapo, deseado por todas, y se decía que su familia era de las más influyentes de Canadá. Al principio no me interesé en él, porque no tenía tiempo ni ganas de enamorarme, pero luego... —Una lágrima descendió por su mejilla. Darren claramente la vio, y deseó alargar la mano para limpiarla, pero, al saber que aquello no era lo que Audrey necesitaba en ese momento, todo cuando hizo fue resistir el impulso de tocarla—. Me tomó un tiempo darme cuenta de que Tyson no hacía más que seguirme, poner cualquier pretexto para encontrarse conmigo, e incluso invitarme a salir. —Sonrió—. Poseía un encanto tras otro, y él mismo lo sabía, por eso los utilizó conmigo hasta que logró enamorarme por completo.
»Me pidió ser su novia poco después de que Alex y Frida iniciarán una relación, y, desde el momento en que acepté, Tyson se encargó de hacer cada uno de mis días inolvidables a partir de sus mensajes en la mañana y en la noche, de sus espontáneos detalles, de las palabras que me susurraba al oído, de las citas que conseguíamos tener con frecuencia a pesar de que ni sus padres ni los míos sabían lo nuestro... Tyson era el chico perfecto. Y era mío.
Un gruñido salió de la garganta de Darren. Audrey sabía perfectamente lo poco que le estaba agradando escucharla hablar así de otro hombre que no fuera él, porque en circunstancias contrarias, a ella tampoco le gustaría oírlo alabar a otra chica. Sin embargo él había insistido en conocer la historia, así que continuó muy contra su voluntad:
—A pesar de que los primeros meses de mi relación con Tyson parecían ser producto de un sueño, al cabo del tiempo algo comenzó a suceder: su comportamiento no era el mismo. Se encontraba más distante, no me dirigía la palabra si estaba con sus amigos, contestaba los mensajes y llamadas de mi hermano, pero los míos no, e incluso no permitía que lo viera en sus partidos de baloncesto. —Frunció el ceño como recordando algo—. Yo no entendí a qué se debía ese cambio tan brusco, pero Alex aseguraba que era porque Tyson tenía problemas en algunas materias. Entonces supuse que tenía razón y no indagué más en el asunto.
»Sin embargo, y gracias a que deposité mis esperanzas en que pronto todo volvería a la normalidad, Tyson me dejó ver aquel lado oscuro suyo que más tarde me hizo desear no haberlo conocido nunca. —Después de ver a Audrey abrazar sus rodillas y soltar un sollozo lastimero, Darren se mordió el labio, no sabiendo si quería que Audrey continuase o no con la historia. Hubiera querido que se detuviera, pero ya era tarde. Él mismo la había orillado a revelarle lo sucedido, y ahora no podía simplemente retractarse, así que la dejó proseguir—. Su mal trato hacia mí continuó incluso un mes después, pero este iba subiendo de nivel día tras día. Si antes no me dejaba hablarle mientras estuviera en presencia de alguien más, ahora me prohibía a mí hablar con más chicos. Básicamente mi única amiga era Frida, porque si tan solo él me encontraba conversando con un hombre, se ofendía hasta lograr que yo le rogara por perdón. De igual manera se molestaba si tardaba en contestar sus mensajes y llamadas, me prohibía usar prendas que según él no me quedaban bien o eran muy reveladoras, si había una fiesta me avisaba a último momento y no podía negarme a acompañarlo, pues Tyson no recibía un no como respuesta. —Al decir lo anterior, una risa amarga salió de sus labios—. Recuerdo la única vez que me atreví a desobedecerlo cuando me pidió ir con él a la fiesta que organizó con motivo del triunfo de su equipo: al día siguiente me citó en su casa, y... —Por fin. Las lágrimas que había estado reteniendo salieron acompañadas de jadeos incontrolables que escapaban de su boca. Las imágenes de lo acaecido varios años atrás se agolparon en su cabeza, como si se tratara de una película cuyas escenas hubiera memorizado.
Por su parte, Darren no necesitó que dijera más para entender a lo que se refería. En ese instante su rostro se contrajo, primero en un gesto de terror, y luego en uno de furia.
—¿Te... golpeó? —Audrey solo levantó la mirada para dejar ver aquel par de hermosos ojos verdes inyectados en sangre—. Hijo de puta. ¡Hijo de puta!
El enfado del fantasma no solo resultó en un grito cuya sonoridad hizo eco en las paredes del pasadizo, sino también en su puño estrellándose contra el muro que nunca había podido atravesar. Por alguna razón, en aquel momento en que sus nudillos dolieron como el infierno, agradeció no poder cruzar dicha pared como lo hacía con todas las demás. La necesitaba para descargar la furia que lo corroía por dentro, el enojo que bullía de a poco en su sangre.
—¿Cuántas veces? —La pregunta salió de sus labios antes de que pudiera procesarla. Si Audrey no lo conociera, se habría sentido ofendida por el rechazo en su voz. Pero lo conocía lo suficiente para saber que dicho rechazo estaba dirigido a Tyson y no a ella.
—No tengo idea, pero fueron tantas que perdí la cuenta después de la vigésima ocasión.
—¡No puedo creer que ese hijo de puta te hubiera tocado! ¿Es que tu familia no se daba cuenta?
—Una vez te dije que mis papás solían viajar gracias a sus respectivos trabajos. Además ellos no sabían que Tyson y yo estábamos juntos.
—Pero, ¿qué hay de Alex? Él sí lo sabía. ¿No hizo nada para impedirlo?
Audrey lanzó un gran suspiro de agotamiento.
—Realmente nunca supo lo que Tyson hacía.
—¿Cómo que no? —Indignación había en la voz de Darren.
—La cuestión es que... luego de que mi hermano ganará el viaje del que te hablé hace un rato, su relación con Frida comenzó a decaer, porque ella le recriminaba que hubiera preferido ir a otro país en lugar de quedarse. En cierto modo mi hermano estaba muy ocupado tratando de arreglar sus problemas de pareja, por eso todo lo demás pasaba desapercibido a sus ojos. Aunque antes de despedirnos en el aeropuerto sí notó que algo no andaba bien conmigo, y me preguntó qué me ocurría.
—¿Le dijiste algo? —Darren obtuvo una negación con la cabeza por parte de Audrey—. ¿Por qué? Quiero decir...
—¿Tienes idea de lo mucho que Alex ambicionaba obtener ese intercambio? —le interrumpió con la voz quebrada—. ¡¿Y tienes idea de lo que habría hecho si le hubiese contado que Tyson me golpeaba?! ¡Conoces a Alex! Sabes que él habría renunciado a su viaje solo por mí. Yo no quería eso para él. No quería que tirará sus sueños y metas a la basura solo por que su hermana era una niñita estúpida que no sabía defenderse de su violento novio.
—Audrey, tú no eres...
Ella lo silenció con un ademán de la mano.
—Déjame terminar. Tú querías escuchar esto, ¿no?
—Sí, pero...
—Entonces escucha el resto de la historia. —Se detuvo a tomar aire—. Tienes que escucharla, y así podrás decidir si irte o quedarte. ¿Me oyes? —Darren, sin ninguna otra alternativa, asintió consternado—. Luego de que mi hermano se marchara, Tyson se aprovechó de su ausencia para provocar pánico en mí. Como ya no tenía ningún apoyo emocional, además de Frida, el miedo hacia él acrecentó tras despedirme de Alex en el aeropuerto; Tyson era un maldito que me hacía sentir como la peor basura existente en el mundo. Era... era el ser más odiable, más repulsivo. No paraba de decirme que si yo me alejaba de él, nadie más volvería a amarme —sollozó—. Ahora más que nunca era mi deber obedecerlo, porque mi hermano, mi defensor ya no estaba allí. ¡Me hizo pedazos, Darren! ¡Rompió cada parte de mí!
Un par de segundos en silencio transcurrieron, mismos que más tarde Darren se atrevió a romper diciendo:
—¿Y por qué seguías allí? —Aquello no era un regaño. En su tono solo había una profunda lástima, mezclada con una enorme dósis de coraje que no pasó desapercibida a los oídos de Audrey.
Ella lo miró dubitativa antes de responder a su pregunta.
—Porque... Porque él siempre encontraba la forma de hacerme volver... —susurró a la oscuridad—. No me amenazaba para que me alejara, todo lo contrario: él conocía a la perfección cuáles eran mis debilidades, así que lo aprovechaba y hacía cosas que me proporcionaban la seguridad de que todo iba a cambiar. Yo... —Un jadeo salió de su boca—. No sé en qué estaba pensando, Darren. Pero cuando iba a mí salón en mitad de la clase que más odiaba, y me entregaba una bolsa de mis dulces favoritos junto a un papel que decía cosas patéticas como «eres todo para mí» o «perdona la mierda de persona que soy», se me olvidaban por completo los días en que me llevaba a su habitación y cerraba la puerta con seguro para golpearme. Yo era muy vulnerable tratándose de él, por eso, entre más quería dejarlo, menos podía alejarme.
—Oh, Audrey... —suspiró el fantasma—. Debió ser terrible para ti pasar por todo eso.
—Aún no termino —declaró en un susurro, a lo que Darren abrió los ojos sorprendido—. Pocos días antes de que mi hermano llegara de su viaje, Tyson me invitó a la fiesta de su mejor amigo. Allí se comportó como lo hacía al principio de nuestra relación; era lindo, me cuidaba, y no paraba de besarme a cada segundo. Yo pensé que por fin había vuelto el viejo Tyson, pero eso no pudo ser menos cierto.
—¿Te volvió a golpear?
—No precisamente... En realidad él... Bueno, no sé lo que hizo, pero mientras se había alejado para beber con sus amigos, yo comencé a sentirme muy mal. Fui a buscarlo apenas pudiendo caminar, y cuando lo encontré en el patio le dije que me llevara a mi casa porque me sentía mareada. Él aceptó, solo que, en lugar de llevarme a mi casa, me llevó a una habitación del tercer piso, y me... —Las palabras no salieron de su boca de inmediato. Todo lo que hacía era rememorizar lo sucedido hasta que una caída controlada de lágrimas se convirtió en un llanto de dolor que le provocaba una punzada en el corazón—. Tyson me desnudó —dijo con tono ahogado—. Tyson... Tyson intentó abusar de mí. —Ahora, las palabras habían salido agudas, en volumen bajo.
—Maldito —masculló Darren sintiendo que apretaba los puños tan fuerte que los nudillos le dolían. No podía aguantarlo más. Ese hijo de puta se había atrevido a tocar a Audrey. A su Audrey. Y lo que más coraje le daba era que había tardado demasiado en saberlo, además, claro, del hecho de que ese idiota se encontraba miles de kilómetros lejos de él, por lo que necesitaría de mucho tiempo para poder darle lo que le correspondía—. ¿Lo hizo? —preguntó fingiéndose controlado para no asustar a Audrey—. ¿Ese hijo de puta abusó de ti?
Audrey lo observó.
—Mientras él estaba cubriéndome la boca para que no gritara, a la habitación entró Frida —explicó.
—Dime que llamó a alguien para que estrangulara al maldito de Ty...
Darren se interrumpió apenas procesó que Audrey se abrazaba más las rodillas y su llanto ganaba intensidad. Allí comprendió todo, de manera que ya sabía lo que ella iba a decir antes de que lo dijera.
—Frida era parte de todo, Darren.
Ni Darren ni Audrey lo vieron venir: de pronto, los ojos de este adquirieron un iridiscente tono escarlata, y simultáneamente una esfera de luz rojiza salió disparada de las manos del fantasma y recorrió todo el pasadizo en cuestión de segundos, hasta que ambos la vieron estallar en la entrada del pasaje. A Darren no solía ocurrirle eso con frecuencia, solo cuando estaba tan enojado que no podía controlarse, y tal como lo demostraban los hechos recientes, en esa ocasión no había perdido solo el control de su mente, sino también de su cuerpo.
—¿Cómo pudo hacerte eso? ¿Cómo pudo siquiera...? —Audrey dejó caer la mandíbula anonadada; una lágrima caía de los preciosos ojos de Darren en tanto este intentaba hablar.
El espectro inclinó el torso hacia Audrey, y está lo abrazó recargando la cabeza del chico sobre su hombro. Los dos lloraban, pero mientras él lloraba de coraje, furia contenida, ella lloraba por dos razones totalmente diferentes: una era la vergüenza de narrar algo como eso al hombre del que empezaba a enamorarse, al que la había cuidado por sobre todo en las últimas semanas. Y la otra era el consuelo que le proporcionaba él al estar abrazándola, y el consuelo que también necesitaba proporcionarle ella en ese momento.
—Tyson nunca llegó a abusar de mí por completo —reveló al oído del muchacho—. Justo antes de que ocurriera, alguien entró derribando la puerta, creo que golpeó a Tyson y me sacó de allí.
—¿Quién fue?
—No lo sé. No pude reconocerlo, porque la droga que Tyson había estado poniendo en mis bebidas durante toda la fiesta me imposibilitó procesar lo que había a mí alrededor. Solo... de vez en cuando tengo sueños o recuerdos, donde puedo distinguir algunos de sus rasgos, y entonces sé que lo conozco de algún lado, pero no recuerdo de dónde.
—Entonces Tyson no se salió con la suya al final de cuentas.
—¡Claro que lo hizo! Quizá no abusó de mí, pero hizo lo más despreciable que un humano puede hacer en el mundo, incluso tratándose de una rata como él. —Al decir la palabra rata, el asco enfatizó cada una de sus dos sílabas—. Había pasado una semana y media desde la llegada de Alex, en la que él se encontraba en unas vacaciones que el propio intercambio le proporcionaba, y yo había conseguido no asistir a la escuela diciendo a mi mamá que me sentía mal; pero como él no sabía nada de lo que había ocurrido en su ausencia, me obligó a asistir al colegio el mismo día en que él también reingresaba. Sin embargo, apenas cruzamos la puerta, vimos que todos nos miraban raro, sobretodo a mí. Yo tuve miedo de que se supiera lo que me había ocurrido, o más bien, de que Alex lo supiera. Noté que todos tenían su teléfono en la mano, y antes de que pudiera averiguar qué ocurría, un mensaje llegó a mi móvil y al de mi hermano. Era un enlace que nos redirigió a un video.
—¿Qué había en ese video? —Darren no obtuvo respuesta inmediata—. Audrey, ¿qué... había... en ese video?
Audrey tragó saliva.
—Era yo, mientras Tyson estaba por abusar de mí —murmuró avergonzada—. Solo que él y Frida lo hicieron de modo en que no se notará que yo estaba drogada. En él parecía consciente, como si en verdad quisiera hacerlo con Tyson.
»Mi hermano de inmediato fue al gimnasio y lo golpeó. Pero gracias a eso, Tyson nos reveló que él y Frida salían juntos a escondidas de nosotros. —Un sollozo lastimero salió de su boca—. ¿Quieres saber qué fue lo peor?
—¿Qué? —Darren no quería. ¡Por dios que no quería! Pero era completamente necesario enterarse del daño que le había causado el maldito de Tyson Peters a Audrey.
—Que todos en nuestro grupo de «amigos» lo sabían. Todos sabían que ellos nos engañaban y ninguno nos lo había contado porque en realidad jamás les agradamos. Sí. Nuestra vida social fue una completa mentira. —Un suspiro salió de la boca de Audrey—. Gracias a que Alex golpeó a Tyson y llamó zorra a Frida, el director decidió expulsarnos del colegio a ambos, pero tuvimos la suerte de que Roberto intercedió por nosotros y pidió nuestros documentos con la excusa de que íbamos a trasladarnos a México, así que mis padres nunca supieron que nos habían expulsado, ni lo de Tyson.
—¿Roberto supo la verdad?
—Solo la parte en que nos habían expulsado gracias al mal comportamiento de Alex, pero cuando quiso pedirnos explicaciones, mi hermano se negó a hablar. Y mi padre fue engañado por Alex para que pagara y el video se borrará de internet.
—Espera —masculló Darren desconcertado—. Si tú padre nunca supo la verdad, ¿cómo es que accedió a pagar para que borraran el video?
—Alex le dijo que había bebido durante su estancia en Estados Unidos, y uno de los compañeros que conoció en aquel instituto lo grabó haciendo un baile ridículo. Y cómo es el consentido de papá, pues él no dudó dos veces en hacer lo que mi hermano le pedía.
—Sin embargo, no logró entender cómo es que siempre pareces ajena a toda esta situación. Llegaste a México y en seguida te hiciste de amigos. Difícilmente podría decirse que fuiste víctima de una relación tóxica como la que acabas de narrarme. Para el caso, es Alexander quien más afectado se ve por esto. ¿Cómo lo lograste? ¿Cómo logras no desmoronarte luego de haber vivido algo tan terrible como esto?
Audrey lo miró antes de contestar:
—Al llegar a México me dije que no valía la pena dejarme caer por culpa de Tyson. Y es que, ¿qué tanto dice de una mujer el hecho de que se hunda en depresión y eché a perder su futuro, sus planes y su vida... por un hombre? No digo que no duela. A veces desearía poder regresar atrás en el tiempo y nunca haberlo conocido, pero luego pienso en las metas que tengo por alcanzar, y me digo que ellas no tienen la culpa de que me hubiera enamorado de una escoria como esa. ¿Comprendes? En cuanto a Alex..., él se culpa porque cree que no me dio la suficiente atención como para notar desde antes que algo ocurría conmigo.
Darren dejó caer los ojos mientras su mano acariciaba con suavidad la de Audrey. Allí, a merced de la oscuridad, habiendo conocido la verdad sobre su vida en Canadá, una parte de él se sintió realizada, pues ahora conocía un poquito más a la chica de la que no podía despejar los ojos.
—Ahora es cuando debes decidir si te vas o te quedas —musitó ella acariciando la rodilla del joven con lentos movimientos circulares—. Pero antes de que digas nada, tienes que saber que conocerte es una de las mejores cosas que me han ocurrido en la vida. Te quiero más de lo que puedo expresar con palabras, Darren. Te querré incluso después de la muerte, pero entenderé si te vas, porque lo que menos quiero es obligarte a estar junto a mí, sobretodo cuando ya me has apoyado lo sufi...
En ese instante, la voz de Audrey se extinguió de golpe apenas sentir los labios de Darren sobre ella, besándola con urgencia, con ternura, con amor. Como si llevara años deseando hacerlo. Las lágrimas se precipitaron en los grisáceos ojos del fantasma, y ni siquiera le importó pensar en lo extraño de que aún siendo un espectro pudiera derramar llanto humano. Él solo pensaba en Audrey, en lo mucho que significaba ese momento para él, estando juntos, sintiendo una profunda conexión que ni la muerte conseguiría romper.
¿Eso era amor?
Darren descartó la posibilidad. Era improbable que Audrey sintiera amor por él, y él por ella cuando llevaban dos semanas de conocerse.
—¿Cómo puedes pensar en que te abandonaré? —le dijo acariciando su mejilla—. Hoy más que nunca me necesitas, Audrey. Así como yo te necesito a ti. —Un gemido salió de su garganta al tiempo que este sostenía las manos de la chica y se las llevaba a los labios—. Lo eres todo para mí. Todo.
—Entiende que temía que te marcharas —se justificó ella besando el mentón del joven.
—No temas. Nunca más vas a estar sola, porque yo estaré contigo. Yo te protegeré en esta vida, en la que sigue, y en muchas más.
En respuesta a su discurso, Audrey le rodeó el torso con los brazos y lo estrechó percibiendo el violento latir de su corazón. En el pecho un agradable sentimiento de felicidad la había empezado a invadir. Y era porque todo lo que necesitaba, todo lo que le brindaba el valor suficiente para levantarse día tras día y enfrentar a las sombras, estaba allí, abrazado a ella, habiéndole manifestado su apoyo de la manera más hermosa que existía.
—Te quiero, Darren. Te quiero tanto —susurró rompiendo el silencio.
—No más de lo que yo te quiero a ti, Audrey Williams.
....
Cuando Audrey abrió los ojos y estos se toparon con la espesura de un cielo teñido de negro, salpicado con varias luces titilantes de color blanco, y reparó en las ramas de varios árboles que se mecían con la brisa que soplaba aquella noche de diciembre, su ceño se frunció; intentó incorporarse, confundida, y entonces cayó en cuenta de que no se encontraba en su cuarto. De hecho, ni siquiera se encontraba en la mansión, sino en medio de un bosque que nunca antes había visitado, pero que extrañamente le parecía familiar, y provocaba que su piel se erizara cada que pequeños flashes le llegaban a la mente al tratar de recordar si había estado en él con anterioridad, incluso sabiendo que eso era imposible, pues antes de mudarse a México, no había estado allí.
—¿Darren? —dijo en un susurro que el viento arrastró lejos, dándole como única respuesta el silencio mismo.
Repitió la pregunta diez veces más, pero al no obtener contestación, decidió levantarse del suelo, y apenas se irguió y terminó de sacudir las hojas de su pantalón de pijama, algo llamó su atención: entre el follaje y las ramas caídas de los árboles, yacía una hermosa espada, de mango tan radiante que no pudo evitar agacharse para tomarla. No. No se había dejado cegar por el fulgor que desprendía su acero brillante. Aquello era más bien un instinto que la orilló a tomarla entre sus manos y empuñarla frente a su pecho, como si estuviera en posición de ataque.
No sabía porqué, pero tuvo la necesidad de mirar su reflejo en la hoja del arma. Miró su cabello rubio, las ojeras que se le marcaban, el aspecto deplorable de su rostro, pero nada le importó, porque pudo notar el resplandor verdoso que desprendieron sus ojos.
«Debería estar sorprendida», pensó. Pero no lo estaba. Por alguna razón, sabía que sus ojos debían despedir ese resplandor. Algo se lo decía.
De pronto, el mango del arma destelló, y una voz femenina llegó hasta ella desde lo más profundo de su mente.
Camina. Le ordenaba la voz.
Ella no quería, pero al parecer sus piernas sí, porque comenzaron a avanzar a pasos cortos, internándose cada vez más en la espesura del bosque.
No te detengas... Le demandó aquella voz otra vez.
Tal como se lo ordenaban, Audrey siguió avanzando hasta que sus pies se detuvieron tras un sujeto que le daba la espalda, y por si fuera poco, con dos grandes siluetas extendiéndose tras su lomo, blancas, deslumbrantes.
Se preguntó qué debía hacer a continuación, pero la voz le demandó que empuñase de nuevo la espada, con tanta fuerza como pudiera, y luego, en un susurro vaporoso, le dijo:
—Mátalo...
Audrey dubitó un instante.
—Te dije que lo mates. ¡Mátalo ahora!
El corazón de Audrey latió con fuerza en su pecho al ver al individuo dar la media vuelta muy lentamente. Y cuando este se hubo vuelto por completo, los ojos de ella se expandieron con incredulidad.
No. Eso no podía ser.
¿Todo ese tiempo... Había sido él? ¡Era imposible!
Ella negó con la cabeza, impresionada.
—No —dijo su voz en un susurro—. No puedo matarlo. ¡No puedo! ¡No puedo! ¡No puedo matarlo!
Tiró la espada y cayó de rodillas sobre las hojas secas del bosque, mientras se tapaba los oídos deseando callar aquella voz femenina que la obligaba a tomar el arma de nuevo y enterrarla sin piedad en el pecho del individuo. Entonces, cuando sintió que estaba al borde de un colapso mental, una mano se apoyó suavemente en su hombro; era la del sujeto, cuyos ojos la miraron de forma compasiva antes de que la llamara con su tono aterciopelado gran cantidad de veces.
—Audrey... Audrey... Audrey... Audrey...
Y luego, la voz se torno muy familiar.
—¡Audrey! ¡Audrey, despierta!
La chica se incorporó de golpe en la cama, chocando su cabeza con la de Darren, con lo que ambos soltaron un grito quedo de dolor.
—¿Darren? ¿Qué pasa?
El espectro la miró alarmado y la tomó de la mano, obligándola a levantarse de la cama.
—Tienes que ver esto. ¡Ven! —Posteriormente el espectro se dirigió al balcón, por lo que Audrey fue con él a regañadientes.
—¿Qué es lo que debo ver?
—Eso —dijo señalando con un índice hacia el cielo.
En cuanto Audrey levantó el rostro para seguir la dirección que le indicaba el brazo de Darren, su mandíbula cayó y un grito de sorpresa salió de sus labios sin que pudiera controlarlo. Y es que en el cielo que tan aterrado miraba Darren, decenas y decenas de esferas de luz naranja, como fuego, y blanca volaban y chocaban unas con otras, produciendo una especie de relámpagos multicolor que resplandecían iluminando brevemente las calles antes de que se apagaran.
Ambos los observaron atónitos.
—¿Qué es eso?
—No lo sé —admitió Darren—. Pero....
—¿Pero qué?
—Existe una leyenda, solo que.... No sé qué tan cierta sea.
—Dímela, Darren.
Él la miró y juntó los labios antes de decir:
—No sé qué sean esas esferas de luz, pero se dice que las de fuego podrían ser.... Podrían ser brujas.
—¡Pffff! ¿Estás de broma? ¡Las brujas no existen! —refunfuñó ella calzando sus zapatos.
—Pregunta a medio estado de Hidalgo y dime si creen lo mismo —gruñó Darren a su vez.
Audrey había querido responderle, no obstante, antes de que pudiera hacerlo, la silenciosa explosión de una esfera de fuego la hizo callar de inmediato, y luego, tanto ella como el fantasma observaron con perfecta claridad la forma en que una silueta alargada caía rebotando un par de veces hasta finalmente aterrizar en el patio delantero, a unos metros de los tulipanes.
—¿Qué rayos fue eso? —exclamó la chica anonadada.
Darren salió de su estupor al ver a Audrey saliendo de la habitación con su teléfono en mano. Huyó tras ella y la miró encender su linterna para ir en la dirección de lo que aparentemente había caído en su jardín.
—Audrey, ¿qué estás haciendo? —la llamó Darren, pero ella seguía avanzando—. Audrey, ven aquí. ¡Ven aquí! Aléjate de.... —Darren observó el bulto tirado el el patio de los Williams, y solo atinó a susurrar—: él...
Un chico.
Había un chico tirado en el césped, cuyos ojos estaban cerrados. Parecía inconsciente.
Audrey lo miró ensimismada, y también miró boquiabierta el par de alas que se desplegaban a cada lado de su espalda. Eran de un color negro opaco, como las de un cuervo, solo que estas eran enormes, casi tan grandes como ella, y tan anchas como la sábana de su cama doblada a la mitad.
El chico también tenía un tatuaje en el brazo, en forma de lo que parecía una pequeña roca.
Audrey se acercó a paso lento hacia él. Cuando vio que el ala derecha de este comenzaba a moverse ligeramente, trato de llevar la mano a su pantalón para sacar la roca de amatista del bolsillo, pero entonces cayó en que la había dejado sobre el buró y se sintió estúpida. ¡¿Cómo no llevaba nada para defenderse?!
De pronto, un ruido a sus espaldas los alertó: alguien había pisado las hojas secas que habían caído del roble. Al girarse, Darren y Audrey solo pudieron ver una silueta humana que pasaba corriendo a toda velocidad, y aunque Audrey trató de alumbrar la zona con la linterna de su móvil, la figura pasó tan rápido que no pudieron ver nada, por lo que al cabo de un rato, volvieron la vista hacia el muchacho con alas, y grande fue su sorpresa al descender la mirada hasta el césped y notar que... No había nada.
—¿Qué diablos...? —Había miedo y desconcierto en su voz.
—¿Adónde se fue? —preguntó Darren escudriñando la oscuridad.
Las esferas de luz y fuego seguían en el cielo, chocando entre si, pero nadie además de ellos parecía haberlo notado.
—Deberíamos volver adentro —ordenó Darren con voz casi temerosa, a lo que Audrey asintió y comenzó a caminar con rumbo a la puerta de entrada.
Pero entonces, detuvo sus pasos apenas volver la cabeza y presenciar la forma en que Darren caía de rodillas al césped y lanzaba un grito agonizante que retumbó en el jardín.
—¡Darren! —exclamó ella sin poder evitarlo, y corrió a su lado al tiempo en que el fantasma se retorcía como si estuviera sintiendo dolor, y un resplandor blanco azulado iluminaba sus tobillos y elaboraba un recorrido hasta su cabello rubio. Ese y el que le siguieron no parecían otra cosa que una corriente eléctrica atacando el cuerpo del espectro—. ¡Darren!
Audrey estaba aterrorizada; pero el horror en su sangre no hizo más que incrementar cuando advirtió que la figura del fantasma se tornaba cada vez más traslúcida, como si estuviera desapareciendo.
Un momento. Eso no podía ser. Darren no podía estar desapareciendo.
Audrey intentó tocarlo, pero la corriente eléctrica se encargó de alejarla de un empujón que la mandó a dos metros de distancia. Ella ignoró el dolor en su brazo y corrió de nuevo hacia el chico, pero pocos segundos después, su peor temor se materializó frente a sus ojos.
Darren había desaparecido.
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