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Capítulo 20

El gélido aire de la noche golpeaba con suavidad el rostro de Alex, meciendo su castaña cabellera hasta casi desordenarla. La escasa luz de la luna no alcanzaba a iluminarlo por completo, dejando ver a Audrey, a Darren, y a cualquiera que pasase por allí una figura alta, delgada y petrificada al cobijo de las sombras. En su cabeza los pensamientos colisionaban unos con otros. Había sentido el claro cosquilleo del metal rozando su piel mientras aquel tráiler pasaba a toda velocidad, haciendo sonar su bocina de modo desesperado, y había imaginado que su vida, si bien no había llegado a su fin en el terrorífico encuentro con los perros, acabaría en ese momento, frente a las puertas de la mansión Williams con su hermana como único testigo. Por supuesto que Alexander jamás hubiera imaginado que, a pocos centímetros de la anonadada Audrey había un muchacho rubio cuyos ojos grises estaban abiertos de par en par, en tanto que su boca, de impecables dientes blancos, balbuceaba oraciones sin sentido gracias al estado de aturdimiento en el que se encontraba. Y definitivamente jamás sabría que esa era la razón por la que su hermana, en lugar de mirarlo a él, se dedicaba a observar a su izquierda, moviendo los labios como si estuviera hablando en voz baja. Alexander no llegó a entender lo que ocurría, y antes de cuestionárselo, la chica corrió hacia él, le pasó un brazo por el cuello, otro tras la cintura y lo llevó a la mansión a rastras, jadeando debido a lo complicado que le era transportar un cuerpo diez kilos más pesado que ella hasta el segundo piso. Al finalmente estar en la habitación de Alex, lo ayudó cuanto pudo a vestirse con ropa seca y lo dejó caer con delicadeza en la cama. Su cuerpo se hundió en el colchón, pero más que comodidad, un repentino dolor se apoderó de su hombro y su pierna, haciéndolo soltar un chillido.

—¿Qué fue lo que te ocurrió? —Audrey soltó la pregunta sin tapujos, tan directa como siempre lo había sido, al menos en lo relacionado a su hermano mayor.

—No lo creerías si te lo dijera —mitad habló, mitad jadeó.

—Al menos inténtalo.

Tras la contestación de Audrey, Alexander le relató con pelos y señales lo que había ocurrido. Incluso le habló acerca de aquellos tres hombres que habían acudido en su rescate y de lo mal que lo había pasado al tratar de volver a su casa. Ella lo observó sin decir nada al final de su relato. Tenía los labios apretados, cosa que preocupó a Alex de sobremanera.

—No me crees, ¿cierto?

¿Qué podía decirle?

La Audrey de un mes atrás se habría reído en su cara, le habría arrojado un almohadón y lo habría obligado a contarle «la verdad» sin acontecimientos paranormales de por medio. Pero esta Audrey empezaba a sentirse familiarizada con cada tema que incluyera fantasmas, leyendas, espectros de otro mundo, lobos de ojos escarlata y, ¡vaya! Hasta ángeles. En dos semanas, su vida sí que había dado un cambio bastante radical, solo que hasta ese momento no se había percatado de lo poco que le había llevado acostumbrarse a todo aquello.

—Te creo. En serio —respondió en voz baja. Acto seguido, se levantó de la silla en la que se había sentado para recuperar el aliento y caminó hacia la puerta.

—¿Adónde vas? —Por primera vez en su vida, Alexander se había desecho de la fachada fuerte que siempre mantenía al ser el mayor de los hermanos. En la voz podía notársele el temor de quedarse solo en su habitación, por ridículo que sonara.

Audrey reparó en ello y dijo:

—Tengo que llamar a alguien para que te atienda. Ya vuelvo.

Sin dar tiempo a que respondiera, Audrey caminó escaleras abajo perdida en sus pensamientos; no era que no le creyera a Alex, como él había conjeturado, sino que en su cabeza empezaba a reinar el pánico a las sombras, así como el enfado mismo. Una cosa era que se metieran con ella, Darren, y puede que incluso hasta Morgan, pero, ¿su hermano? ¿Cómo habían osado meterse con su hermano? Fuera lo que fuese lo que andaban buscando con tanto ahínco, ellos no tenían ningún derecho de dañar al muchacho, porque para empezar él no poseía aquello que deseaban. Ni siquiera estaba enterado de su existencia, así que ¿por qué iban a dañarlo?

Ella no podía permitir que se metieran con él. Si existía algo por lo que daría la vida, eso era sin duda alguna su familia. Supo que no podía permitir que las sombras los dañaran de nuevo. Además, estaba cansada de ser el eslabón débil en todo el jaleo paranormal en el que se había adentrado al llegar a México. Estaba cansada de que Darren tuviera qué protegerla siempre en sus batallas contra los encapuchados, y sabía que ya empezaba a parecerse a las protagonistas de los libros juveniles que sus «amigas» de Canadá solían alabar sin cesar. Adicionalmente, necesitaba demostrarles que era más fuerte de lo que todos pensaban, sobretodo a las sombras y al estúpido de Morgan Phillips. Por eso, mientras buscaba en el cuarto de sus padres algún número que tuvieran casualmente guardado en su agenda, comenzó a elaborar un plan para detener aquel ciclo de peleas que tan solo dejaban ver a la Audrey indefensa que se había propuesto dejar atrás en su llegada a México.

La desesperación llegó cinco minutos después, al no encontrar ningún número telefónico al cuál contactar. A punto estuvo de buscar en la Sección Amarilla, cuando de súbito a su mente llegó un recuerdo de pocos días atrás.

¿Cómo no lo había pensado?

Audrey en seguida comenzó a revisar una por una las chaquetas de Leonard hasta que finalmente dio con la pequeña tarjeta que les había proporcionado el doctor Luis Sandoval en su llegada a México. La cartulina estaba doblada, pero Audrey podía distinguir aún cada una de las cifras que más tarde se dedicó a marcar en el teléfono fijo de la casa. Por suerte Sandoval contestó casi de inmediato.

—Buenas noches. Luis Sandoval a su servicio. ¿Cómo puedo ayudar?

Audrey se quedó muda un momento, preguntándose qué podría decir.

—Ummm... Doctor Sandoval..., mi nombre es Audrey Williams. Probablemente no recuerde a mi padre, pero hace dos semanas usted nos auxilió cuando mi hermano entró en trance.

El silencio reinó por un prolongado minuto en el que ella iba dándose por vencida. Era muy probable que Sandoval no la reconociera. Pero entonces la voz de este se oyó al otro lado de la línea, con una pizca de alegría que mucho alivió a la chica.

—¡Claro que los recuerdo! ¿Está todo bien por allá? —Audrey iba a responder, sin en cambio el médico soltó un respingo y dijo—: Dios mío. ¡¿Es que tu hermano ha entrado en trance nuevamente?!

Ella de inmediato argumentó:

—No precisamente.

—¿Entonces?

Audrey se dedicó a narrarle lo ocurrido con Alexander, excluyendo, por supuesto, cualquier relación con lo antinatural que pudiera desconcertarlo. Apenas podía hablar sin que uno que otro tartamudeo se le escapara debido a los nervios. Al final, oyó que el doctor Sandoval suspiraba y decía:

—Voy para allá ahora mismo.

Luis también le dio indicaciones a seguir mientras llegaba a la casona, y al colgar, una diminuta sonrisa se dibujó en los labios de Audrey. Al menos tenía la certeza de que todo estaría bien.

A continuación una voz se oyó a sus espaldas:

—¡¿Me quieres explicar qué demonios fue lo que acabo de ver?! —Tan solo oír su voz, Audrey supo que Darren estaba encolerizado.

Se volvió a él, observó su ceño fruncido y se mordió el labio nerviosa.

—Tan solo una llamada a un médico que conocimos en nuestra llegada a...

Darren puso los ojos en blanco con enojo.

—¡Sabes que no me refería a eso, maldita sea!

Ella cerró los ojos. Era la primera vez que Darren le hablaba con aquel tono hosco, y no le gustaba para nada.

—¿Por qué no te mostraste sorprendida cuando el tráiler atravesó a tu hermano sin hacerle ni un rasguño?

—Es complicado de explicar...

—¡No me importa, joder! Quiero saberlo.

Por primera vez en lo que llevaban de conocerse, Audrey retrocedió un paso aterrada, tan solo con mirar aquella furia plasmada en los ojos del joven. El corazón de la muchacha latió con fuerza mientras su boca se abría con lentitud, sin que llegase a salir ni una sola palabra, puesto que justo entonces, el portón de la casona se abrió y por él entró la camioneta de los Williams.

—Mierda... —musitó Audrey en tanto los faros y el motor se apagaban. Se preguntó cómo reaccionarían sus padres en cuanto descubrieran el terrible estado en el que se encontraba Alexander, y tan solo con pensar en la específica reacción de Leonard, sintió el terror palpitar en sus venas.

—Ni creas que te librarás de mí —le advirtió Darren justo cuando Marie hacía su aparición en el vestíbulo con Leonard tras ella.

Para la sorpresa de Audrey, ellos no llegaron solos, sino en compañía de Roberto. Mas ese no era el Roberto optimista y parlanchín al que estaba tan acostumbrada. Ese hombre en cambio tenía la camisa sin fajar, el nudo de la corbata mal hecho, el oscuro cabello revuelto y por si fuera poco, las lágrimas surcaban sus mejillas.

—Amigo, puedes tomarte el tiempo que sea necesario. Tu bienestar es más importante para nosotros que el trabajo —decía el señor Williams en tanto lo ayudaba a sentarse en el sofá.

Mientras tanto, Roberto se cubrió el rostro con las manos y negó con la cabeza vehemente.

—¿Por qué a él, Leonard? ¡Él no merecía esto! —gimoteó con la voz entrecortada.

—Nadie lo merecía, hermano. Pero las cosas así son...

—¡Es que era tan joven!

Al ver a su padre tan adentrado en consolar a Roberto de lo que fuera que estuviese ocurriendo, Audrey optó por ver a su madre para contarle lo sucedido con Alex, no obstante, esta se encontraba sumamente distraída en preparar un té y algo de comida para el amigo de su esposo, por lo que, antes de que Audrey pudiera hablar con alguno de los Williams, el timbre sonó anunciando la llegada de Sandoval. Ella misma fue a recibirlo y no dudó en dirigirlo a la habitación de su hermano sin que sus padres repararan en ello debido a lo distraídos que se encontraban, o al menos eso era lo que ella creía, porque al regresar al piso de abajo, Leonard y Marie miraban la escalinata llenos de confusión.

—¿Ese era Luis Sandoval? —fue lo primero que el señor Williams preguntó a su hija.

—Alex fue mordido por unos perros, y llamar al doctor Sandoval fue lo único que se me ocurrió hacer.

—¡¿QUÉ?! —Como era de suponerse, Leonard pegó el grito en el cielo con tan solo oír lo anterior. Audrey retrocedió un par de pasos y luego fue prácticamente empujada por su padre, quien voló escalones arriba con dirección al cuarto de Alex.

—¿Por qué no nos habías dicho nada? —rugió Marie apanicada, frotándose el brazo derecho como hacía cuando estaba muy nerviosa. Audrey puso los ojos en blanco.

—Tal vez sí intenté hacerlo, pero ustedes no me escuchaban.

Marie sacudió la cabeza.

—¡Como sea! Ayúdame a llevar a Roberto a una de las habitaciones para huéspedes, pero ten mucho cuidado. —A continuación susurró—: no se siente muy bien.

—¿Qué le ocurrió?

—Es complicado de explicar. Anda.

Darren, que estaba parado al pie de la escalera, por fin había entendido de dónde provenía aquella frase tan frecuente de Audrey.

Justo cuando Marie ya había llegado al segundo piso, exclamó desde arriba mirando a su hija:

—¡Y luego me vas a explicar qué te sucedió en la frente!

—Mierda —musitó la chica por segunda vez. Con todo eso se le había olvidado que llevaba una gasa en la frente.

Al ver que su madre desaparecía del panorama, Audrey se dirigió hacia donde se encontraba Roberto, todavía llorando y balbuceando frases ininteligibles.

—¿Rob? —musitó suavemente—. Ven aquí, te llevaré a una habitación para que puedas descansar.

Audrey lo tomó del brazo y lo llevó con mucha cautela al segundo piso, por donde hicieron un recorrido hasta que se detuvieron ante la última puerta del corredor izquierdo. El cuarto estaba impecable, y el edredón de color amarillo pastel se hundió bajo el peso del decaído visitante.

—¿Necesitas algo más, Roberto?

Audrey sabía que sus padres estaban muy ocupados atendiendo a Alex, pero Roberto daba la impresión de estar tan mal que decidió ocuparse de él.

—Ya han hecho suficiente, cariño.

Audrey sonrió. Conocía a Roberto Rivera desde pequeña y él básicamente era como el tío que nunca pudo tener. Solía regresar de los larguísimos viajes laborales junto con Leonard, y cuando abría la puerta de la casa, se dirigía a la sala y le gritaba a Audrey «¡cariño, Robbie te trajo un regalo!». Entonces ella dejaba sus dibujos para colorear e iba a abrazarlo con fuerza, al igual que a su progenitor.

—Nunca ayudaré lo suficiente a mi tío favorito —susurró sonriendo, después, permaneció callada un prolongado instante—. ¿Puedo saber qué fue lo que te ocurrió? No me gusta verte...

—¿Hecho una completa mierda? —completó como si ofenderse fuera lo más normal del mundo. Lanzó un suspiro y dijo—: estaba con tu padre en una reunión con unos ejecutivos de Colombia que querían solicitar la construcción de un nuevo hotel en sus tierras. —Audrey asintió—. Todo iba bien, y de pronto... mi teléfono sonó. Yo... yo no sabía quién era. No tengo registrado el número. —Su pecho comenzó a agitarse al compás de sus sollozos. Audrey lo observó sin entender nada.

—¿Quién era?

—Era... —Sollozo—. Era del... del hospital. —Un segundo sollozo—. Hubo una explosión en un supermercado, y mi sobrino estaba allí, y...

La muchacha se quedó petrificada.

Explosión.

Supermercado.

Ahora entendía todo.

—¡Mi sobrino murió!

Como era de esperarse, el incondicional de Leonard comenzó a llorar con una intensidad sin precedentes. Audrey lo abrazó e intentó consolarlo hasta que el llanto se fue apagando y, milagrosamente, el amigo de Leonard se quedó dormido. Ella deseó permanecer allí un momento más hasta asegurarse de que todo iba a marchar bien, pero entonces un grito aterrador cortó el aire y la alarmó de sobremanera. Audrey corrió horrorizada hasta el origen del aullido y justo frente a la recámara de un Alex que vociferaba pidiendo que «se detuviera», se topó con Darren.

—¿Qué le ha sucedido a mi hermano?

Él la miró con los labios unidos en una fina línea.

—Parece que el doctor ha estado desinfectándole la herida. Tus padres lo están acribillando a preguntas, pero él no contesta a ninguna.

Audrey asintió nerviosa, retorciéndose los dedos como solía hacerlo cuando comenzaba a alterarse. Darren se dio cuenta de su angustia e hizo lo que ella menos esperaba: se materializó el tiempo necesario para atraparla ente la pared y su cuerpo, y ser acercó, regalándole un beso fugaz e inesperado, pero que calmó el dolor que ya había empezado a dominarla.

—Sé que no es el mejor momento, pero... Perdona por ser un imbécil —masculló Darren contra su oído, a lo que ella sonrió pasándole una mano por la nuca para atraerlo hacia su boca y besarlo de nuevo.

—Gracias por estar conmigo, Gasparín.

Darren sonrió rodeándole la cintura con un brazo.

—Siempre. —Entonces su rostro cambió. Darren frunció el ceño y miró al suelo con mirada reflexiva—. Si no te importa... Me gustaría que me hablaras de Alex. ¿Por qué no te mostraste sorprendida cuando atravesó al tráiler, o cuando te habló acerca de aquellos raros tipos que lo salvaron de los perros?

Audrey copió el gesto de angustia que Darren había adoptado momentos atrás; sus párpados cayeron, el color desapareció de sus mejillas y formó una delgada línea con sus labios.

—No me mostré sorprendida porque no es la primera vez que Alex se salva de la muerte —dijo por lo bajo, cuidando que su voz no llegara hasta los oídos de sus padres.

—¿Ah, no? —Darren se mostró curioso ante ello.

—Ven, te mostraré algo.

La joven lo guió hasta su recámara y se sentó en la cama con la portátil en el regazo, misma en la que comenzó a teclear con un curioso Darren junto a ella.

—¿Qué estás...?

—Shhh. Mira esto.

Dicho lo anterior, Audrey giró la computadora para que el fantasma pudiera ver el vídeo a blanco y negro que empezaba a reproducirse en la pantalla. Él al principio no entendió absolutamente nada, pero luego sus ojos captaron que la grabación pertenecía a una cámara de seguridad que capturaba la toma de lo que parecía la entrada a un centro comercial; a lo lejos podía ver varias mesas y sillas fuera de lo que probablemente era un restaurante de comida rápida.

—¿Por qué me muestras esto? —preguntó, mas Audrey le indicó con un gesto que se restara a ver la grabación.

Justo cuando Darren creía que se trataba de una broma, notó un cuarteto de figuras atravesar las puertas del centro comercial con rumbo a la salida del lugar. La última de las siluetas miró hacia el suelo, reparó en algo que Darren no pudo ver, y cuando estuvo a punto de arrodillarse, el fantasma quedó impactado: el espectacular gigante que anunciaba las ofertas de la tienda se desprendió del muro superior de la construcción y cayó dando giros en el aire.

Darren abrió los ojos al darse cuenta de que el anuncio aplastaría a la persona antes vista.

El espectacular se encontraba a un metro de distancia.

Medio metro.

Treinta centímetros.

Casi le tocaba las puntas del cabello peinado hacia arriba; su muerte era inminente.

Entonces, ocurrió algo insólito.

—¿Pero qué demonios...? —Aquello salió de la boca de Darren al ver el modo en que el individuo salía disparado hacia adelante, como si lo hubieran empujado para salvaguardar su vida. Lo extraño era que... no había nadie.

Audrey detuvo la grabación con un nudo en su garganta. No podía hablar. No encontraba su voz. Tan solo podía observar el rostro anonadado de Darren, el cuál se contorsionó y se hizo mucho más visible al caer en cuenta de que aquella persona que había salido disparada por una fuerza invisible, era ni más ni menos que el mismísimo Alexander.

—¿Có... cómo fue posible que...?

—Sigo preguntándomelo —admitió la muchacha en voz baja, con la vista clavada en el edredón de su cama—. Los chicos que estaban con nosotros ese día eran hijos de un inversionista de Chicago que deseaba formar una alianza con mi padre. Persuadió a papá de reunirse, y como estábamos de vacaciones en Toronto, le sugirió que sus hijos, Alex y yo fuéramos al centro comercial mientras ellos hablaban de negocios.

—¿Qué ocurrió después de...?

—Mis padres no supieron nada. Luego de lo sucedido, los cuatro huímos de allí. Alex se negó a salir de la casa de verano en la que estábamos por temor a que alguien lo reconociera y quisiera sonsacarle la verdad. Los hijos del inversionista también decidieron callar. Nunca nadie lo supo.

—¿Y cómo conseguiste la grabación?

Audrey se encogió de hombros.

—Me acerqué lo suficiente al chico más listo de mi escuela y lo convencí de que la consiguiera. No fue tan difícil.

A Darren le tembló el labio inferior mientras contemplaba ensimismado la imagen en blanco y negro de la pantalla.

—¿Todo esto es en serio? —inquirió en un susurro.

—Tan en serio que ni yo misma puedo creérmelo. Pero eso no es todo. —El fantasma le dedicó una mirada en seguida—. No sé si sepas que Alex ambiciona ser como mi padre y heredar su cadena de hoteles. —Darren afirmó con la cabeza de inmediato—. Sucede que desde la secundaria ha sido de los mejores en álgebra, así que el semestre pasado ganó un concurso en el que el premio de primer lugar era un intercambio de dos meses a un colegio de Estados Unidos. Se supone que el vuelo de regreso a Montreal saldría el primero de noviembre, pero curiosamente su boleto se extravió y mi papá le tuvo que reservar otro viaje. Lo gracioso del asunto es que, cuando estuvo a punto de salir del hotel, encontró el ticket original... debajo de su cama.

El espectro enarcó ambas cejas.

—¿Lo buscó allí?

—Cientos de veces, según él. —Encogió los hombros.

—Déjame adivinar: ocurrió algo horrible que hubiera acabado con la vida de tu hermano de no haber «perdido» el boleto.

Ella lo miró por un segundo, brindándole la respuesta que ya predecía.

—Ammm... El avión en el que le tocaba ir desapareció... y nadie ha vuelto a saber de él desde entonces.

....

Incontables minutos de incertidumbre después, el doctor Sandoval salió del cuarto de Alex con los Williams tras él. Para entonces Darren había vuelto a ser invisible, por lo que al cruzar el umbral de la puerta, únicamente vieron salir deprisa a Audrey hecha un manojo de nervios. El médico se dirigió rápidamente a ella.

—Audrey, ¿cierto? —Ella asintió preocupada—. No te preocupes por tu hermano. Las mordidas no fueron nada grave. El dolor se le pasará en dos días, y es muy probable que el domingo vuelva a caminar. De no haberme llamado esto se habría puesto peor.

—Realmente se lo agradezco, doctor Sandoval. Disculpe por haberlo llamado tan tarde, es solo que no sabía qué hacer.

Él hizo un movimiento de cabeza restándole importancia.

—Soy doctor, Audrey, lo que significa que las consultas nocturnas son tan normales para mí como lo es la escuela para ti. Por cierto, perdona si soy indiscreto, pero, ¿qué te ocurrió allí? —Sandoval señaló el lugar donde tenía la gasa.

Audrey abrió los ojos apenas percatándose de que aún llevaba el vendaje que le había puesto Dominik mientras dormía. Con todo lo ocurrido lo había olvidado, y tener tanto al doctor como a sus padres en espera de una respuesta incrementó los nervios en su interior. Buscaba desesperadamente una excusa creíble con la cual ocultar el hecho de que había sido víctima de un ataque en el centro comercial.

—Yo... Tropecé en las escaleras. No fue nada —mintió, con la cabeza fija en la alfombra roja del suelo.

—¿Me permites revisarte?

Ante la proposición del médico, Audrey carraspeó.

—Ehhh... Claro. —Y sonrió intentando no mostrar la falsedad en aquella curvatura de labios.

Fue así como el doctor Sandoval se dirigió a la sala en compañía de los señores Williams, con Audrey por detrás.

Audrey permaneció varios minutos bajo el escrutinio del médico, quien le quitó la gasa, le desinfectó la raspadura que tenía en la frente y le cambió el vendaje por otro nuevo. Luego, tras haberse negado a recibir pago por auxiliar al par de hermanos, Sandoval se marchó habiendo prometido volver otro día para dar un chequeo continuo al muchacho.

Ya solos, Audrey no dudó en dirigirse a la recámara de su hermano antes de que a uno de los Williams le diera por preguntarle si lo de su accidente en la escalinata había sido cierto, por consiguiente, subió la escalera y entró de modo silencioso a la recámara de un inconsciente Alexander que dormitaba con las luces de su cuarto encendidas.

La chica contempló al mayor de los Williams desde el umbral de la puerta. Odiaba verlo con los vendajes envolviendo su pierna, odiaba verlo en tan mal estado.

—Se recuperará, ya verás que sí —la animó Darren llegando por detrás. Audrey lanzó un grito quedo, pero se recuperó en seguida.

—Lo sé, es que me siento mal por él.

Como respuesta, el espectro le besó la mejilla. Con esa ya eran tres veces que se materializaba, y sabía cuáles iban a ser las consecuencias, pero no le importaba en absoluto, todo con tal de apoyar a Audrey cuando más lo necesitaba.

De súbito el sonido de mensaje entrante proveniente del teléfono de Alex se escuchó. Acto seguido, la luz del móvil se encendió dando a conocer que este se encontraba encima del buró. Como Alexander no daba señal de despertar en corto, Audrey caminó hacia allí, con la curiosidad apoderándose de ella, y observó el mensaje entrante.

Alex, no seas terco. Debes decirle a Audrey la verdad. No puedes ocultárselo para siempre, e incluso aunque lo intentes, lo sabrá tarde o temprano.

Audrey observó una y otra vez la pantalla. Pero el mensaje no era lo que la había dejado en shock, ni la gran conversación que se desencadenaba justo antes de aquel texto en especial. En realidad, lo que la había dejado pasmada... era el remitente.

—No...

Al escuchar aquel bajo lamento, Darren levantó la cabeza alarmado.

—¿Ocurre algo malo?

Ella no contestó. Por un momento él creyó que no obtendría respuesta, pero, pasado un segundo, Audrey arrojó el teléfono al suelo y gritó tan alto que su voz llegó hasta cada rincón de la casona:

—¡ALEXANDER GRAHAM WILLIAMS, DESPIERTA AHORA MISMO, MALDITO MENTIROSO!

Como era de esperarse, Alexander abrió los ojos sobresaltado.

—¿Audrey? ¿Pero qué...?

—¡¿Cómo te atreviste?! —siseó ella, lo que le seguía de enfadada—. ¡Lo prometiste, Alex! ¡Prometiste que no volverías a hablar con ellos!

Al oír la última frase, Alex entendió de inmediato a lo que se refería su hermana. Y entonces, su semblante cambió.

—Audrey, sobre eso...

—Más vale que te hayas inventado una buena excusa, Graham, porque de lo contrario juro que no te vuelvo a hablar en lo que nos reste de vida.

Por más irreal que pareciese dicha promesa, Darren tenía la sensación de que la muchacha hablaba en serio, dado que sus puños estaban tan apretados que los nudillos se le habían tornado blancos. Por no mencionar que sus mejillas se habían vuelto rojas de coraje.

—Hay algo que no te he dicho, Audrey —masculló Alex incorporándose.

De ser otro el caso, ella bien habría podido decirle que no realizara esfuerzo alguno, pero como estaba furiosa, se alegró de verlo realizar un gesto de dolor.

—Pues habla entonces —dijo con voz gélida.

Alex demoró un minuto en decir, mirando hacia otro lado excepto ella:

—Hace unas semanas hablé... hablé con Frida de nuevo.

Al no saber quién era Frida, Darren no comprendió el porqué de la sonrisa irónica que esbozó Audrey.

—Ya me di cuenta, hermanito. Vaya que has estado muy ocupado hablando con ella. ¡Ja! Desde aquí se ven las ganas que tienes de superarla.

Alex se mordió el labio como si tuviera qué contenerse para no replicar una grosería a Audrey.

—No hemos hablado en ese plan. Ella... me llamó para decirme que...

—¿Que qué?

—Que Tyson estaba en el hospital... —susurró mirando al suelo.

Oír ese nombre de nuevo removió algo en ella. Lo había oído proviniendo de Rolland, e incluso de Darren, pero, en las últimas dos semanas Alex ni se había dignado a hablar de él. Y no sabía si aquella era la razón de que un dolor punzante atacara de un momento a otro el corazón que le golpeaba el pecho con fuerza.

Una lágrima descendió por su mejilla y cayó en el tapete negro de Alex. Pasó el dorso de su mano por allí de inmediato, desviando la vista hacia el tabloide de gráficas de barras en la pared de la habitación, junto al tocador del muchacho. No deseaba mostrarle lo vulnerable que se encontraba a partir de la mención de Tyson, pero incluso aunque había evitado mirar a Alexander con sus ojos hinchados e inyectados en sangre, en cuanto habló, la voz se le quebró, delatándola frente a su hermano y al fantasma:

—¿En... en el hospital? —Ella, por supuesto, deseaba sonar desinteresada, pero no lo había logrado—. ¿Volvió a meterse en una pelea?

—Ni de cerca —soltó Alex tras una exhalación—. Frida dice que ella y Tyson se encontraban en una fiesta, ya sabes, de Ronan.

—Ya, como siempre —dijo poniendo los ojos en blanco.

—Pero de un instante a otro, Tyson se desmayó. Lo llevaron al hospital, y a partir de entonces ella ha estado tratando de contactarnos, porque creyó que debías saberlo.

Audrey no dijo nada por varios minutos. Se quedó estática, luchando por mantener una expresión firme y dura, aunque por dentro estaba empezando a resquebrajarse. Su corazón golpeaba su pecho con ímpetu, y las lágrimas ya surcaban sus mejillas, a pesar de que intentaba con todas sus fuerzas retenerlas.

De repente levantó la mirada. Un par de bolsas comenzaban a asomar bajo sus ojos, y el color había desaparecido de sus mejillas. De hecho, para cuando habló, aquel tono sonaba tan anodino, tan gélido, que bien podría haber sido confundida con un muerto viviente que se había levantado de su tumba para profesar:

—Se suponía que no hablaríamos más con ellos...

Oh, diablos... Se dijo interiormente Alex al oírla hablar de tal modo, pudiendo anticiparse perfectamente a lo que seguiría.

—Lo sé, pero...

—¡¿ENTONCES PORQUÉ RESPONDISTE SU LLAMADA?! ¡Te lo advertí. Te advertí que no respondieras si intentaba contactarte! ¡Y lo hiciste! ¡Maldito Graham, maldito, te odio! —clamaba dando golpes en el pecho de Alex con las manos en puño. En ese momento no le importó cuán herido estaba, ella solo quería desquitar su furia y no había blanco más perfecto que él.

Darren, que no estaba preparado para verla enloquecer de tal manera, se posicionó junto a ella, y con la voz más serena que su garganta pudo emitir, le dijo:

—Tranquilízate, Audrey.

Pero a cambio, la chica se volvió hacia él y vociferó:

—¡Cierra la boca, Gasparín!

—¿Audrey, con quien hab...?

—¡TÚ TAMBIÉN CIERRA LA BOCA, ALEXANDER GRAHAM WILLIAMS! ¡Te odio! ¡Todo lo que quería era empezar de nuevo, y lo has arruinado! ¡IMBÉCIL!

Para entonces ella ya lloraba, percibiendo un dolor agudo en su pecho que no lograba más que hacerla sentir estúpida. Tyson no merecía ni una de sus lágrimas, sin embargo ella se las estaba dando. Le estaba depositando todo su dolor en charola de plata, y no soportaba la idea de saber que en ese momento la locura la hacía actuar como una idiota.

Dentro del caos que era su cabeza, recordó cada una de las veces en que su hermano se había mostrado malhumorado al recibir mensajes de un extraño remitente, como la noche en que la remodelación había concluido. Tras despedirse de Mariana, Audrey podía recordar con exactitud la forma en que Alex se había alejado luego de mirar su teléfono. O la visión en la que este irrumpió su clase de conducir con Leonard por la misma razón.

Por su parte, Darren recordó la tarde en que había descubierto al muchacho gritando a alguien a través de una llamada telefónica. Si sus cálculos no fallaban, la revelación que Alexander acababa de hacer a Audrey era precisamente lo que le había estado ocultando desde aquel día.

La furia ya se había hecho con Audrey cuando ella cerró la mano y la dirigió con rapidez al ojo de Alex. Deseaba dañarlo, deseaba transmitirle su odio mediante el dolor de un fuerte golpe, mismo que nunca llegó debido a que Leonard entró volando a la habitación y atrapó el brazo de la chica milímetros antes de que llegara a estrellarse contra la piel del joven.

—¡¿Se puede saber qué mierda te pasa?! —vociferó el señor Williams a su hija.

—Papá, Audrey no... —iba diciendo Alex, mas Leonard lo calló con un ademán de su mano.

—¡¿Es que no ves cómo está tu hermano?! ¡¿Deseas matarlo o qué?!

Esa era la primera vez que Leonard le alzaba la voz a Audrey. Por supuesto lo único que le importaba era su querido hijo pródigo, porque hasta el momento ni siquiera se había molestado en preguntarle el porqué de su llanto.

—¡Sí! —contestó Audrey embravecida—. ¡Quiero que el maldito de tu hijo se muera! ¡Quiero que se muera!

A continuación salió disparada de la recámara en dirección a un único lugar, sin importarle que Marie la llamara repetidas veces.

Cuando bajó la escalinata, se encaminó rumbo al espejo que estaba al fondo del corredor que solía ponerle los pelos de punta. Darren fue tras ella y, al oírla pronunciar las palabras que descubrían la entrada al pasadizo, no dudó en seguirla para decirle:

—Voy contigo.

Ella lo miró con los ojos llorosos. ¡A él le rompía tanto el corazón verla así!

—Darren, necesito estar sola, por favor —suplicó entre gimoteos. Para entonces ya ni siquiera le importaba si alguien la oía «hablando sola».

Sin embargo, Darren pronunció su siguiente frase con una dosis de decisión que nunca antes había utilizado, lo cual provocó un estremecimiento involuntario a la chica:

—No me importa. No esta vez. Voy contigo y punto.

Audrey asintió y caminaron juntos durante mucho tiempo hasta el final del pasaje, alumbrados por una esfera luminosa del espectro.

Al llegar a su destino, Audrey se dejó caer con la espalda contra el muro que Darren no podía atravesar, abrazó sus rodillas y lloró, durante varios minutos, preguntándose a sí misma ¿por qué? Darren la dejó desahogarse hasta que se decidió a sentarse junto a ella y dijo:

—Por favor, cuéntamelo todo.

Audrey lo observó.

—Tienes que esperar.

—Perdón, pero ya esperé suficiente. —Sí, aquellas palabras hicieron caer la mandíbula de Audrey con incredulidad—. ¡Mira cómo estás! ¿Crees que puedes lidiar sola con lo que te está atormentando? Eres fuerte... pero no lo suficiente. —Se acercó a ella y la tomó de las manos sin quitarle los ojos de encima—. Por favor, necesito saberlo.

En cambio, esta negó con la cabeza.

—No quiero perderte, Darren. —Lo anterior había salido en un susurro que retumbó en las paredes del recinto—. Si te cuento todo, me rechazarás. No querrás estar a mi lado ya y...

—¿Estás loca? ¡Joder! Lo eres todo para mí. No me importa nada. Yo seguiré a tu lado.

—¿Lo prometes?

—Sin dudarlo.

Audrey cerró los ojos, dejándose llevar por el dolor que la estaba consumiendo. Había pasado dos semanas intentando olvidar cada cosa de su vida anterior. Había pasado dos semanas acompañada de un espectro, enamorándose de él con cada minuto que pasaba. ¿Estaba lista para contarle todo? No. Nunca lo estaría, sin embargo él no podía esperar más. Adicionalmente, necesitaba saberlo y elegir por sí mismo si quedarse o alejarse para siempre. Lo más probable era que optara por abandonar a la chica, pero de ser así, ella lo entendería perfectamente. No había nada que pudiera hacer. Así que luchó para controlar su llanto, y al saberse preparada, levantó el rostro y dijo:

—Está bien.

....

Cobijados por la penumbra de la noche, se encontraban en posición de cuclillas, mirándola dormir a través de su balcón. Pero, mientras que en la mirada de ella solo existían estrategias que nacían de su cerebro, sin detenerse, él la contemplaba muy complacido, observando cada detalle de su rostro, deteniéndose más tiempo en sus labios. Para él, aquella chica lucía aún más hermosa mientras dormía. Aunque, claro, no es que le hubiera parecido hermosa antes.

Bufó. No se suponía que debía alojar esa clase de pensamientos en su mente. Él no era así.

—Así que... ¿Ya me vas a decir por qué me trajiste aquí? —inquirió a la joven que se hallaba a su lado. A pesar de las sombras, este pudo ver la mirada de frustración que le lanzó como respuesta.

—Tenemos un plan —dijo.

—¿Qué ocurre con él?

Ella gruñó.

—¿Qué ocurre con él? ¡¿Qué ocurre con él?! Ocurre que ya deberías haberlo empezado a ejecutar. ¡No tenemos todo el puto tiempo del mundo!

—Oye, cierra la boca. La vas a despertar. —Señaló a la chica dormida con la cabeza.

—¡Me importa un carajo si la despierto! Necesito que pongas en marcha la estrategia ya mismo.

—¡Eso estoy haciendo, joder! —reclamó, y cuando vio que la muchacha comenzaba a retorcerse en su cama, bajó la voz para decir—: se necesita tiempo. Si queremos que todo salga bien, debemos actuar con cuidado. Cualquier movimiento en falso y salimos jodidos todos. ¿Quieres eso?

—¿Qué has conseguido hasta ahora? —preguntó. Él la conocía lo suficiente para saber que prefería estar muerta antes de darle la razón en algo.

—Nada. Voy despacio.

Entonces, ella se levantó y una sonrisa perturbadora se posó en su rostro cubierto de sombras. Normalmente esa curvatura de labios no significaba otra cosa que problemas en camino.

—¿Quieres que te muestre lo que ocurrirá si no consigues algo pronto?

Los ojos del muchacho se expandieron.

—¿Qué estás haciendo? —Al descender la vista, vio que un rayo de luz color rojo comenzaba a iluminar a su compañera desde los tobillos—. ¡No! No. Detente. ¡Detente, joder!

Ella soltó una carcajada.

—Oblígame.

Pero ya era tarde. El resplandor creció hasta cegarlo, y al abrir los ojos, ella había desaparecido.

—¡Mierda! —exclamó, para luego repetir la misma acción decidido a detenerla.

Se internaron en un pasillo oscuro que recorrieron a su propio ritmo —ella caminando muy tranquila y él corriendo para alcanzarla—. Llegaron al final del pasaje y descubrieron que al otro lado los esperaba un claro rodeado de la más bella arboleda que hubieran podido imaginar; a lo lejos podían divisar montañas, y un olor fresco inundó su nariz en un santiamén. Ella clavó la vista en las florecillas rojas que crecían bajo sus pies, pero él no podía apartar los ojos de la figura femenina al otro lado del lago en cuya agua cristalina se reflejaba la luz del sol. Ella aún no los había visto, pues estaba de espaldas a ambos.

A pesar de que no encontraba ningún atributo digno de contemplación en ella, deseó poder mirarla para siempre. Pero eso no fue posible, pues apenas dio un paso en su dirección, su rostro se contrajo al ver el modo en que el tallo de dos flores que ella acariciaba se atenazaban alrededor de sus muñecas, tirando de ambas hasta que un grito rompió el silencio.

—¡No! ¡No! —exclamaba tratando de liberarse.

Como si no fuera suficiente con eso, dos ramas envolvieron sus tobillos; el cielo comenzó a tornarse de un macabro tono negro, y el lago se convirtió en un horroroso pantano al que poco a poco la chica iba acercándose debido al jaloneo de las ramas en sus pies.

—¡Ayuda!

Él miró a todos lados, enloqueciendo entre más tiempo pasaba. No podía auxiliarla, pues si a su cabeza se le ocurría aferrarse a aquel sueño, seguramente lograría reconocerlo.

—¡Detente! —le gritó a su compañera—. ¡Haré lo que me pidas, solo dentente!

Esta no se movía. Toda su concentración estaba depositada en la chica cuyos gritos iban haciéndose cada vez más potentes.

—¡Para ya!

—Obtendrás lo que quiero, ¿verdad? —El tono de su voz salió hueco, anodino.

Él tiró de su cabello, exasperado.

—¡Eres una hija de puta. Una completa hija de puta!

Supo que haberla ofendido había sido un error garrafal, pues de golpe las ramas en los pies de la chica la acercaron al pantano. Solo faltaba un escaso centímetro para que su cuerpo se hundiera en él.

—Espero que sepas que si cae en el pantano, morirá en la vida real. Solo hace falta que lo pida, y va a caer. Tienes una última opor...

—¡Está bien! Esta bien, solo... solo déjala. Por favor déjala en paz. —Suplicando. No podía creer que estaba suplicando por el bienestar de aquella chiquilla que ni siquiera le simpatizaba.

Su interlocutora sonrió, y entonces, ambos desaparecieron de aquel paisaje para reaparecer dentro de la recámara de la chica.

—Mañana mismo empiezas, o no dudaré en venir y exterminarla yo misma —amenazó al tiempo que se escabullía por la ventana de modo sigiloso, como un ninja.

Al quedar solos, la joven se movió de golpe, inspirando una gran bocanada de aire antes de que su cuerpo se incorporara como por acto reflejo y sus ojos repararan en la silueta que se encontraba al pie de su cama, observándola.

Él la vio llorar y se dirigió hacia ella, pasando un brazo tras sus hombros. Era lo más cerca que habían estado en mucho tiempo, seguro por eso ya no recordaba la esencia frutal que destilaba su cabello.

—Shhhh. Shhh. Duerme. Tienes que dormir.

—No qui... No quiero morir —rezó la joven aterrorizada—. No quiero morir.

—No vas a morir. Solo fue un sueño, tranquila. —Se acercó a su oído y le susurró—: yo estoy contigo.

Y en cuanto ella se acomodó nuevamente en la almohada, él tomó una decisión que provocó un pinchazo de dolor en lo más hondo de su ser. No quería hacerlo, pero no tenía otra opción.

Así que puso dos dedos sobre su frente.

La observó con ternura.

Besó sus labios.

Y le borró la memoria.

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