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Capítulo 17

El sábado por la tarde, Audrey aún no estaba convencida en su totalidad de querer asistir a la fiesta de Oliver, por ello, al ver que James pasaba por su hermano mucho más temprano de lo que era la reunión, para ayudar al equipo de soccer a conseguir lo necesario, se negó a acompañarlos cuando Alex se lo pidió. Sus padres ya se habían marchado al trabajo, por lo que ella se quedó únicamente con la compañía del fantasma, quien intentaba persuadirla de presentarse en la casa de los Grey con el objetivo de llevar a cabo su plan de vigilar a Rolland por si lo atrapaban haciendo algo sospechoso.

—Audrey, es imprescindible tu presencia en esa fiesta —decía Darren mientras ella se arrojaba a la cama y se cubría la cabeza con un almohadón—. Si Rolland está metido en esto, lo mejor es observarlo en todo momento; no podemos perderlo de vista, u otra víctima podría desaparecer sin dejar rastro alguno. Ayúdame con esto, ¿quieres? Levántate ya —suplicó tendiéndose en la cama junto a ella.

—No quiero ir —soltó esta con voz amortiguada por la almohada.

—¿Por qué no?

Ella se descubrió el rostro y se volvió para mirarlo.

—Primero, no quiero que todos me miren como lo hacían ayer —argumentó—, no quiero que me den su «más sentido pésame», ni que finjan que les duele la desaparición de Dragony. Sé que no es verdad, ¡Apuesto a que ni siquiera saben quién era Dragony!

—Entiendo tu punto, pero...

—Y tampoco deseo encontrarme con Rolland haciendo algo fuera de lo común —irrumpió—. Sin importar lo desagradable que pueda llegar a ser, Rolland me cae bien, y no sé qué haría si descubriera que todo este tiempo quién me ha estado dando tutorías es un secuestrador ¡o un asesino!

Darren contempló por un prolongado tiempo sus ojos verdes cubiertos de temor. Sin lugar a dudas, no había algún otro motivo para que Audrey se negara con tanta rotundidad a presentarse en la fiesta, además de las razones que ya le había expuesto. En circunstancias normales habría actuado comprensivo, y la habría secundado en su decisión de permanecer en la casona, porque aunque no llegase admitirlo, nada le hubiera gustado más que estar con ella, hablar durante mucho tiempo sin que nadie los interrumpiera, e incluso velar sus sueños una vez llegada la noche. Sin embargo, aquella tarde estaba en juego la posible aparición de las pruebas para inculpar a Rolland en la desaparición de Demián y Dragony.

Un resplandor violeta comenzó a envolver el cuerpo de Darren mientras ambos guardaban un cómodo minuto de silencio. Después, el fantasma dio media vuelta quedando boca abajo, con su rostro bastante próximo al de Audrey. Le sonrió, le acarició una mejilla suavemente, como si se tratase de una hermosa muñeca de porcelana fina a la cual estuviera tratando de no dañar.

—¿Quieres quedarte, entonces? —le dijo con voz arrastrada, pero muy sensual. Por alguna razón, la piel de Audrey se estremeció, y ella cerró los ojos deleitándose con el tacto del fantasma, aunque esta se sintiera similar al de un hielo resbalando por sus pómulos.

—Sí —decretó en un suave susurro.

Darren rió por lo bajo.

—¿Hay alguna forma de que pueda convencerla de asistir a dicho evento, señorita Williams? —preguntó juguetón.

Ella no abrió los ojos, sin en cambio dijo:

—Tal vez la hay...

Darren acercó más su rostro al de ella, hasta que sus labios casi se tocaban.

—Me pregunto qué podré hacer al respecto...

El espectro fingió reflexionarlo por un momento. Tan preocupado estaba debatiéndose mentalmente entre realizar o no lo indebido, que demoró en percatarse de que había apoyado su cabeza llena de rebeldes mechones rubios en el pecho de Audrey. Solo hasta que pudo sentir su serena respiración fue que cayó en cuenta de que habían permanecido en esa posición durante varios segundos consecutivos, incluso hasta minutos. Sus brazos envolvían la cintura de Audrey como un mastil al que debiera aferrarse para no morir. Al principio pensó seriamente en apartarse, suplicar a la chica que lo disculpara, pero cuando ninguno hizo ademán de levantarse, prefirió seguir abrazado a ella tanto como pudiera antes de que el efecto de su materialización acabara.

Al final, cuando habían transcurrido lo que fácilmente pudieron haber sido diez minutos en absoluto silencio, Audrey hundió los dedos en el cabello rubio del joven, y le dijo:

—Dos cosas: la primera, ire a la fiesta de Oliver, ya lo he decidido. —Guardó tres segundos de silencio—. He pensado que si no le ponemos un alto ahora, habrá cada día más desaparecidos. Y un día de estos podría tratarse de Vanessa, Dom, ¡o Alex! —Su voz se tornó afligida cuando añadió—: ¡moriría si algo le ocurriera a mi hermano! Debemos detener a Rolland cuanto antes.

Darren asintió.

—¿Puedo preguntar cuál es esa segunda cosa que debías decirme?

Ella soltó un suspiro y le pasó la mano por la espalda.

—¿Prometes no reírte? —Este negó de inmediato—. Iba a decir que... que me gusta estar así... contigo.

Aunque sabía que ella no podría ver su sonrisa, él curvó los labios mientras sus manos bajaban hasta la orilla de su blusa de forma inconsciente.

—A mí también —declaró.

Permanecieron varios segundos así, Audrey mirando al techo, con la mente en blanco y la tranquilidad que suponía tener al espectro abrazado a ella. No se movió, pero el corazón comenzó a golpear fuertemente en su pecho cuando Darren levantó la cabeza para posarla encima de la suya. De nuevo, no había ni tres centímetros de separación entre sus labios, y en consecuencia, la poca distancia existente ocasionaba que ninguno pudiera pensar con claridad. Sus mentes estaban empañadas con el deseo que se desbordaba en su interior.

La boca de Darren se encontraba a solo dos centímetros y medio de la de Audrey.

Ella respiraba con dificultad. Su corazón parecía estar anhelando salirse del pecho.

Dos centímetros...

De nuevo ella hundió los dedos en su cabellera rubia, y le cubrió parte de la nuca con su palma de dedos largos.

Un centímetro...

Darren le acarició suavemente la mejilla, a lo que Audrey cerró los ojos ante el celestial contacto.

Finalmente ocurrió.

Los sedosos labios de Darren dieron el primer paso con visible timidez en sus movimientos. Primero, acariciaron tiernamente los de Audrey, como si aún él estuviese dudando si besarla era lo correcto o no. Pero cuando la chica lo atrajo más hacia sí sosteniéndolo por la nuca, cualquier duda que tuviera se desvaneció, y entonces su boca subió y bajó deleitándose con el dulce contacto que le proporcionaba aquel simple gesto que por mucho tiempo había deseado llevar a cabo.

Por su parte, Audrey se estremeció apenas percibir la fría mano de Darren deslizándose por debajo de la blusa que llevaba puesta, pero estaba perdida en sus besos, en la sensación que le provocaba su tacto tan frío, de movimientos cálidos, por lo que no se atrevió a frenarlo. Incluso cuando este dejó de besarle la boca para continuar con su mandíbula, en lugar de alejarse, tan solo lanzó un suspiro de goce, mismo que ocasionó que el deseo en el fantasma incrementara de sobremanera.

Darren la miró. Sus ojos verdes, de pupilas dilatadas no trasmitían otra cosa que felicidad y urgencia. Una excitante mezcla de ambas, que, en conjunto con su manera inocente de mirarlo, lograron hacerle perder el poco juicio que todavía le quedaba. Sus manos ya habían comenzado a levantarle de a poco la blusa y a recorrer cada centímetro de la piel en su vientre. Por un momento consideró detenerse, pues sabía cuán incorrecto era el acto que estaba cometiendo con ella, con una mujer a la cual se suponía que debería respetar y proteger ante todo. No obstante, justo entonces Audrey realizó un veloz movimiento con el que intercambió posiciones. Y luego ella fue quien comenzó a repartir besos en su mandíbula, mientras paseaba las manos por su torso.

—Joder... —musitó Darren.

Pese a que aquel era su primer beso con el fantasma, Audrey tenía la extraña sensación de que sus bocas ya se habían unido con anterioridad y las manos de Darren habían recorrido su cuerpo. Intentó recordar si dicho acontecimiento había tenido lugar en un atrevido sueño suyo, pero la respuesta a esto fue negativa. No obstante, la inquietud permanecía inamovible en lo más profundo de su pecho, acompañada del calor que le proporcionaba cada pequeño toque del joven.

De repente, una bocina se hizo oír desde el exterior de la casona y ambos se separaron de golpe; las mejillas de Audrey estaban coloreadas de un marcado escarlata, y sus labios más gruesos que nunca.

Audrey soltó una risa tímida al tiempo que vislumbraba desde el balcón un Cadillac negro que Leonard había contratado para que la trasportara hasta la casa Grey, así como a Dominik y Vanessa.

—Llegaron... —susurró viendo desde el balcón salir a sus amigos del vehículo. También oyó los ladridos de Chester—. ¿Vienes?

Darren no lucía contento, sino que daba la impresión de haber reconsiderado que lo que había hecho —besar a Audrey— estaba mal, como si la hubiera golpeado. Su ceño estaba fruncido y no despegaba la mirada del suelo.

—¿Está todo bien? —inquirió ella.

La chica intentó dar un paso hacia él con el brazo extendido, no obstante, de pronto comenzó a sentir que la cabeza le daba vueltas a una velocidad de vértigo y faltó poco para que cayera de bruces al piso. Solamente así, el chico levantó la vista, alarmado.

—¡¿Qué ocurre?! —El eco de su voz sobresaltada se oyó a la par de unos toques en el portón principal.

Audrey hizo un gesto de dolor.

—Estoy bien, estoy bien. —Intentó tranquilizarlo—. ¿Nos vamos ya?

Entonces, la sombra de duda volvió a cubrir el rostro del espectro.

—Ve tú —dijo, recibiendo una exclamación de sorpresa por parte de Audrey—. Tengo un par de cosas qué hacer, y creo que no podré acompañarte.

—Pero... pero... —balbuceó ella—. Darren..., Se suponía que vendrías conmigo.

Él permaneció impasible.

Otro toque en la puerta, y Darren seguía sin hacer amago de ceder, por lo que Audrey se acercó con dificultad, observando su figura borrosa, y le propinó un par de besos en su mandíbula. Sin en cambio él no reaccionó como esperaba. En su lugar, tan solo dijo:

—Será mejor que te vayas.

Aquella sencilla frase removió algo en Audrey.

Será mejor que te vayas.

Sin lugar a dudas eso no era otra cosa mas que rechazo. Rechazo puro y doloroso que casi ocasionó que de los ojos de ella saltaran un par de lágrimas. Pero decidió no mostrarse débil frente a Darren y se dio la media vuelta para marcharse de la casona. Entonces, solo hasta que iba cruzando el vestíbulo, soltó aquellas gotas de agua salada que se vio obligada a retener. Por supuesto que al salir, Dominik y Vanessa la atacaron a preguntas, pero ella solo negó con la cabeza decidida a no contarles lo mal que se sentía. Quizá se lo diría a Vanessa más tarde, aunque seguía reconsiderando si de verdad deseaba que alguien más supiera acerca de la contracción en su pecho, de la sensación de haber sido noqueada que ahora estaba experimentando.

Al subir al auto, se acomodó junto a la puerta izquierda, se hizo un ovillo y durmió durante todo el viaje a casa de los Grey.

....

—Audrey. Audrey, despierta. ¡Hemos llegado! —La suave voz de Dominik llegó tan melodiosamente a los oídos de Audrey, que esta, en lugar de obedecer su mandato de despertar, se encaramó más al asiento del auto rentado por Leonard. Por lo que, todavía cinco minutos después de haber llegado a casa de los Grey, tanto él como Vanessa trataban de despertarla, cosa que lograron con un imperioso esfuerzo dos minutos más tarde.

—¿Ya llegamos? —lanzó Audrey en un bostezo.

Se sentía débil, cansada, sin ganas de mover ni uno de los músculos que en ese momento percibía sumamente pesados.

—¡Sí! Alex y los demás deben estar esperando por nosotros dentro. ¡Vamos! —manifestó Dominik ayudándola a levantarse.

Cuando por fin el conductor del auto se despidió de ellos prometiendo regresar en unas horas y entraron a la casa, se toparon con un jardín delantero de ensueño, al que el de la mansión Williams le quedaba cortísimo; empezaba por un sendero de roca blanca en forma de s que dirigía a la entrada, por cuya puerta deslizable podían apreciarse los cientos de cuerpos adolescentes bailando al ritmo de la estruendosa música electrónica que llenaba el ambiente.

A cada lado de dicho camino, un césped verde brillante cubría el suelo de forma magistral, además de que no menos de diez diferentes clases de flores lo engalanaban, al igual que un frondoso árbol a la derecha y otro a la izquierda.

Luego estaba la casa. Por lo que podía apreciarse, contaba con tres pisos. Sus paredes eran blancas y el juego de cortinas era el mismo en todas las ventanas que habían. Al parecer, la familia Grey gozaba de ser pulcra y perfeccionista, o eso creía Audrey, porque a diferencia de ellos, en su casa las cortinas de Alex y las de sus padres eran completamente distintas a las suyas.

Por dentro la casa no era mucho menos hermosa. El suelo era de mármol blanco, la sala tenía un tamaño inmenso, y en la pared del vestíbulo se hallaba colgado un cuadro enorme, en el que había exhibidas varias clases de espadas verdaderas, de cualquier tamaño, aspecto y color que dejaron boquiabierta a Audrey.

Ella hubiera querido seguir mirando el juego de armas como lo había estado haciendo hasta el momento, pero aquello no pudo ser, puesto que en ese instante, la voz de Abril surgió por detrás de ellos.

—¿Y ustedes dónde habían estado? ¡La fiesta no puede comenzar sin que el grupo esté completo, ¿no?!

Abril Grey, que arrebataba el aliento a cualquiera que la viese, ataviada en aquel corto vestido negro, confeccionado con lentejuelas brillantes, y el cabello castaño cayendo en grandes bucles sobre sus hombros, pasó un par de copas llenas con un líquido rojo oscuro a Vanessa y Audrey. Y cuando sus ojos cayeron en los de Dominik, ambos se tensaron e intercambiaron una mirada de profunda aversión, pero aún así, la anfitriona le tendió una copa, justo en el momento en que James, Oliver, Kyle y Alex llegaban a su lado.

—No planeo ingerir nada que provenga de ustedes —profirió Dominik mirando la copa con repulsión.

—¡Qué lástima, Dominik Parker! Porque había pensado envenenarte justo hoy —le replicó Abril entre dientes, sin nota de sarcasmo en la voz, ni gracia en los ojos que le ardían como llamas.

—¿Qué ocurre, chicos? —profesó Oliver con alegría en cuanto se reunió con su hermana.

—Parker dice que no beberá nada que le demos.

Como si su acusación fuera motivo de gracia, Oliver lanzó una carcajada y le dijo a Dominik:

—¡No jodas, Parker! Casi me cuesta un ojo de la cara convencerte de venir, y ahora debo convencerte de que no tratamos de envenenarte. —Rió de nuevo, al tiempo que le extendía una nueva copa de vino, que este tomó con mucha cautela—. ¿Ves cómo sí funciona, Abril? Parker desconfía de nosotros, pero es entendible si observamos todo desde su perspectiva.

—No, Grey. Yo no desconfío de ti, sino de eso —alegó Dominik señalando despectivamente a Abril con un dedo.

La chica, en lugar de pasar por alto su insulto, se arrojó directo hacia él, y le propino una bofetada mortal que nunca llegó porque este colocó el brazo delante de su cara para drenar el ataque. Todos se quedaron boquiabiertos, pero no por eso, sino porque cada movimiento, tanto de Abril como de Dominik, había sido tan rápido que casi resultaron imperceptibles a los ojos de los demás.

—Chicos, vamos a calmarnos. Parker, pasa por favor a la sala, y tú, Abril, —Oliver enfatizó con furia el nombre de su hermana—, compórtate por hoy, ¿quieres?

—¿Tengo otra opción? —Bufó, alejándose del grupo.

—¡Y aléjate de Dominik! —gritó el mellizo, recibiendo como respuesta un gesto obsceno con el dedo medio por parte de Abril.

Cuando ya el ambiente había casi vuelto a la normalidad, Oliver exhortó al resto a sentarse con él en la sala, donde ya la mesa de centro estaba llena de ricos bocadillos que ningún otro invitado se había atrevido a tocar por órdenes de los anfitriones.

Al instante, James tomó a Audrey de la mano y la acomodó junto a él, tan cerca como pudieran estar. Y antes de que cualquiera se atreviese a ganarle el lugar, Oliver se sentó a la izquierda de Vanessa, mirando con poca discreción la manera en que la falda del vestido amarillo se encogía en sus piernas al tomar asiento.

—Deja de mirarme —pidió la chica, con un rubor carmesí extendiéndose por sus mejillas.

—Te dije que ese vestido te sentaría bien —musitó en su oído de modo seductor, a lo que ella soltó una risa tímida—. Te ves muy sexy.

—Gracias —susurró dándole un vistazo avergonzado, pero la sonrisa en su rostro la delató.

Al poco rato Vanessa estaba tan entretenida hablando con Oliver, tratando de combatir sus irónicas bromas con más sarcasmo verbal, que tardó bastante en darse cuenta de que Mariana había llegado a la fiesta y se había sentado con un Alexander que la miraba embelesado, como si ella fuera la única fémina presente en el lugar. Extrañamente, en ese momento no le dolía verlos, en ese momento no envidiaba a la chica, ni deseaba que Alex posara sus ojos sobre ella, así que se restó a volver su atención a Oliver, quien se desvivía en ella como ningún otro lo había hecho: colocaba almohadones mullidos tras su espalda, rellenaba su copa con jugo de manzana a partir de que supo que no bebía vino, le ofrecía una y otra vez botanas de la mesa de bocadillos, y en repetidas ocasiones, Vanessa le oyó decir «solo pide algo y me aseguraré de que lo tengas, en serio».

Por otro lado, pudiera decirse que Audrey trataba con todas sus fuerzas de sobrellevar la plática que James había entablado con ella, mas aquello habría de ser una mentira, ya que escucharlo hablar acerca de los próximos partidos, todo el ejercicio que había hecho a modo de preparación, la confianza que tenía en que derrotarían a Raven's Club y la próxima fiesta que sin lugar a dudas organizarían en casa de Charly Roberts representaban para ella otro dolor de cabeza. Simplemente no podía dejar de pensar en Darren, en todo lo ocurrido horas atrás. Por lo que tuvo que pasar un buen rato antes de que percibiera la mano de James tendida en su dirección, y la mirara de forma inquisitiva.

—Una de mis favoritas. ¿Se te antoja bailar?

Red Lights también era una de sus canciones favoritas, y como necesitaba una distracción urgente de Darren, tomo la mano de James y se dirigieron al centro de la sala, donde todos retrocedían haciendo un espacio para ellos. Poco después, Mariana y Alex se les unieron, al igual que Oliver con Vanessa, y Dominik junto a una chica de primer semestre.

Poco a poco, los retraídos pensamientos de Audrey se esfumaron gracias a que canción tras canción, el dolor de cabeza desaparecía para darle paso a la felicidad de estar junto a sus amigos, en una fiesta como las que frecuentaba en el pasado. Habría querido saber si Alex se sentía de la misma forma, pero diez bailes después del primero, él y Mariana habían desaparecido «misteriosamente».

Mientras ella, James, Vanessa y Oliver saltaban con la melodía de un dj bastante famoso del que había asistido a varios conciertos, la mirada de cada caballero en las inmediaciones se desvió hacia una fémina que cruzaba el umbral de la puerta con los altos tacones provocando un repiqueteo constante en el suelo de madera pulida. Esta joven llevaba puesto un vestido corto de lentejuela plateada, que dejaba al descubierto unas piernas perfectas, y su cabello negro caía en ondas naturales cubriendo sus hombros.

Esta jovencita era ni más ni menos que la desagradable Lisa Smith.

—Mierda... —susurró Audrey comenzando a perder la calma.

Observó a Abril caminar hacia ella en su papel de anfitriona excelente, y luego vio horrorizada que la dirigía hacia donde estaban ellos. Lisa estaba sonriente, sus prominentes pómulos coloreados de un perfecto ocre, y los párpados delineados con pulcritud. No podía culpar a los hombres por mirarla casi babeando. Pero claro, un halo de superioridad en su rostro al divisar a Vanessa y Audrey empañó cada rasgo que la hiciese ver bella.

—¡Oh, chicas! ¡Qué agradable verlas aquí! —exclamó. Su voz falsa, la curvatura en su labios antipática.

Audrey rodó los ojos al tiempo que daba un sorbo a la bebida que le había dado James para impedirse responderle algo grosero.

—También es un gusto verte, Alison. —Hasta proviniendo de la siempre elegante Vanessa, aquel saludo desprendía veneno con cada sílaba. Audrey estuvo a punto de reír cuando su amiga fingió olvidar el nombre de la chica.

—Cariño, mi nombre es Lisa —manifestó sin alterar su actitud «agradable», soltando una risilla que le perforó los tímpanos a Audrey—. Pero también es bueno verte... este... ¿Valentina?

Audrey bufó.

Vanessa —enfatizó el nombre de su amiga—, ¿me acompañas a la cocina por más refresco?

La pelirroja asintió de inmediato.

—Es lo mejor, porque aquí huele un poco mal.

—Yo las acompaño —se apuntó rápidamente Oliver.

Mientras que los tres se sentaron en la encimera de la cocina a comer la última pizza, Lisa, con avidez, se acercó a James y no se le despegó ni un minuto hasta conseguir que este la invitara a bailar puesto que ya llevaba tiempo sin ver a Audrey, aunque mientras daban vueltas y se sacudían a ritmo de la música, sus ojos no dejaban de escudriñar el panorama en busca de la rubia.

Estando sentados en la barra de la cocina, charlando de forma animada, Audrey desvió la vista hacia el cuadro tras cuyo cristal se encontraba la colección de armas que tanto la había impresionado. Oliver siguió la dirección de su mirada y dijo:

—Es un presente sagrado de mi abuelo. —Ella se volvió para observarlo—. Ha pasado de generación en generación. Es el resultado de tantas batallas de las que han salido victoriosos mis antepasados.

—¿En serio? —Audrey preguntó sorprendida.

—¡Sí!

—¿Hablas de que... tu familia participó en guerras? —terció Vanessa—. ¿Guerras reales?

Oliver asintió entusiasmado.

—La Guerra de Independencia, la Intervención Francesa, la Batalla de Puebla, la del Monte de las Cruces... —enlistó con sus dedos—. Te sorprendería saber cuán extensa es la línea de guerreros de la que provengo.

Vanessa lo miró poco impresionada.

—Es una lástima que tú terminaras siendo futbolista amateur. —En cuanto oyó aquello, para Audrey fue inevitable soltar una carcajada a la que poco después se unió su amiga. Ambas reían sin parar y Oliver las miraba con el ceño fruncido y cara de pocos amigos. Al final, cuando el silencio las dominó, este levantó la barbilla de la pelirroja con su dedo índice y dijo:

—No estés tan segura, nena. Oliver Grey siempre tiene un plan bajo la manga para no defraudar a sus creadores.

Por la manera en que su amiga y Oliver se miraron, Audrey percibió cierta intimidad entre ambos, por lo que en seguida decidió que lo mejor sería dejarlos solos, y se marchó poniendo la primer excusa que le llegó a la cabeza, la cuál, casualmente resultó ser ver a Rolland hacer su aparición en la sala. Justo allí recordó el verdadero motivo que la había llevado a estar presente en esa fiesta, por consiguiente, se alejó de sus amigos y serpenteó entre el montón de adolescentes sin perder de vista al tutor.

Lo vio doblar rumbo al pasillo que llevaba a un lugar donde había dispuestas varias mesas para los invitados, e iba a seguirlo, sin embargo alguien tiró de su brazo en ese momento y al girarse, una mueca de desagrado apareció en su rostro: la insoportable Lisa era la responsable de que de un momento a otro hubiera perdido de vista a Rolland.

—¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó entre dientes, furiosa de no encontrar al chico por ningún lado.

—Audrey, linda, en realidad soy yo la que desea ayudarte. —Lisa rió—. Verás...

—¿De qué hablas? —Frunció el ceño, al tiempo que su interlocutora le extendía una cajita blanca de contenido desconocido que ella dudó en tomar—. ¿Amoxicil? ¿Qué es esto?

Lisa curvó los labios con fingida vergüenza.

—Mi tía trabaja en una farmacia, y he tomado un poco de medicamentos pensando en que quizá podrían ayudarte con tus... emmm... alucinaciones. —Lisa susurró la última palabra como si le diera pena pronunciarla, pero todo aquello estaba acompañado de una actitud tan teatral, que Audrey no pudo evitar ejercer presión en la cajita, a fin de arrugar el cartón.

—¿Alucinaciones? —espetó visiblemente contrariada.

—Sí. Verás..., Rolland me contó lo de la biblioteca en llamas, y yo... solo deseaba ayudarte.

Pero el gesto de triunfo en su rostro denotaba cuán complacida la dejaba el humillar a Audrey.

—¿Sabes qué? ¡Jódete, Lisa! —Y le arrojó las pastillas antes de marcharse directo hacia el lugar en el que había visto a Rolland por última vez.

Cuando giró en el mismo pasillo por el que él había hecho lo propio, lo descubrió bailando animadamente sobre una de las mesas, con casi todos sus colegas y varios estudiantes rodeándolo mientras aplaudían para que no cesará de ridiculizarse a sí mismo.

Audrey caminó directo hacia él, apretando los puños, enfadada tras recordar la sonrisa burlona de Lisa después de que hubieran «hablado». Cuando llegó, empujó a los presentes con la intención de estar lo más cerca posible de su tutor, y acto seguido, tiró de su muñeca derecha hasta que logró hacerlo caer de la mesa.

Este lució desconcertado, pero su alegría no cesó, debido a que además de animado... estaba ebrio.

—¡Rolland! ¡Rolland! —exclamó Audrey esperando que la mirase, lo que demoró varios segundos en suceder porque el chico se encontraba descolocado.

—¡Audrina! ¿Qué hace aquí mi alumna consentida? ¿Vino a ver cómo bailo? —En el acto, Rolland le apretó las mejillas, pero ella le propinó un par de manotazos, y posteriormente, lo guió a la fuerza hacia el patio para que nadie la oyera gritonearle—. ¿Qué hacemos aquí?

—¡¿Por qué le contaste a Lisa lo de la biblioteca en llamas?! ¡Ahora cree que soy esquizofrénica! —vociferó apenas darse la media vuelta.

El tutor lanzó una risotada que le perforó los oídos a la joven.

—¿Y no lo eres? —Ante su ofensa, ella le soltó un fuerte golpe en el hombro que lo dejó desubicado por un largo momento—. No hagas berrinche, pequeña. Prometo que me retractaré en cuanto pueda. Ahora solo déjame volver con mis amigos.

—¡Eres un tonto, Carson! ¡Largo. Largo de aquí!

Cuando le soltó la muñeca, inmediatamente optó por hacer un recorrido que la ayudara calmar la furia que había hecho hervir su sangre. Estaba muy enojada, no solo por lo sucedido con Lisa y Rolland, sino por la actitud distante que había tomado Darren después de haber compartido algo tan íntimo como un beso. Y no cualquier beso, sino su primer beso. ¿Es que había esperado tanto, había resistido tanto... para obtener una respuesta como esa?

Sumida estaba en sus pensamientos, quizá por lo mismo no pudo percatarse de que alguien había tocado su hombro sino hasta un momento después, cuando una figura se situó delante de ella.

Al alzar la mirada se topó con un par de ojos color miel, llenos de sorpresa e irradiando felicidad. Era Anthony, mismo a quien ella sonrió abiertamente en un intento por aparentar que no había estado sufriendo en silencio por lo caótico de su vida.

—Vaya, mira dónde te vengo a encontrar, linda.

Las palabras de Anthony, de alguna manera representaron un consuelo para Audrey.

—¡Hola! Yo... No esperaba encontrarte por aquí —confesó la chica mientras se daban un rápido abrazo.

—Ya sé. Uno de mis amigos juega en el equipo de los Black Dragons, y como es muy allegado al tal Oliver Grey, me ha pedido que viniera con él a la fiesta. —Hizo una pausa—. ¿Dónde está tu novio?

La chica levantó las cejas ante aquella pregunta, sin comprender exactamente a qué se refería su compañero.

—¿Mi novio? —inquirió, intentando no pensar en que había sonado patética.

—Sí, James. Estás aquí por él, ¿no?

En eso, Audrey sonrió de oreja a oreja para luego lanzar una carcajada de vergüenza.

—Oh, James no es mi novio. En realidad mi hermano es íntimo amigo suyo, además también juega en el equipo de soccer. Y estoy aquí porque el propio Oliver nos invitó.

—Ah, ya veo —pronunció Anthony con sus blancas mejillas tornándose rojas—. De ser así, entonces... ¿te gustaría ir adentro y tomarte algo conmigo? Mi amigo lleva varios tiempo desaparecido, y yo muero de aburrimiento.

Audrey aceptó con una sonrisa.

—Claro. Me encantaría.

Entonces ambos se dirigieron hacia el atestado salón de la casa, y lo atravesaron con gran esfuerzo hasta llegar a la cocina. Al estar ahí, Audrey de inmediato se percató de que Vanessa y Oliver ya no se encontraban allí ni en los alrededores, pero no le preocupaba. Seguramente debían estar peleando por alguna parte. Más tarde se encargaría de encontrarlos.

Anthony le sirvió un vaso de refresco y le dio un trozo de pizza para después tomar lo mismo él. Por su parte, Audrey le propuso regresar al patio puesto que para hablar tenían que repetir varias veces cada frase a gritos, esto por la música cuyo volumen iba intensificándose a cada momento que transcurría. Anthony aceptó gustoso y la acompañó de regreso al jardín sirviéndole como escudo con el objetivo de que los adolescentes no la golpearan al bailar.

—Esto está a reventar, ¿verdad? —inquirió el chico luego de que hubieron llegado al patio y se sentaron bajo uno de los árboles de la entrada.

—Lo sé. No tenía idea de que los Grey hacían fiestas tan grandes.

—En realidad yo sí la tenía. Grey y Miller no escatiman en gastos cuando de fiestas se trata... En fin. Brindemos.

—¿Cuál es el motivo de nuestro brindis?

Este levantó los hombros y le echó una mirada cómplice de ojos entrecerrados a la chica.

—No siempre tiene que haber uno.

Anthony sonrió y puso en alto el vaso esperando que Audrey chocará el suyo. Ella así lo hizo. Por un momento, sus pensamientos se desviaron de Darren para concentrarse en el pálido chico junto a ella.

Esa noche, el cielo estaba teñido de relucientes estrelladas blancas que no cesaban de titilar, como si fueran linternas comunicándose unas con otras por medio de parpadeos. Mientras tanto, ellos se encontraban sentados al pie de un árbol cuya copa parecía cobijarlos, apartándolos de la multitud. Hasta allí no llegaba el ruido del alboroto producto de la fiesta. Tan sólo existía paz, la tranquilidad de saberse únicamente en compañía del otro. Muy probablemente aquella misma serenidad fue la culpable de que Audrey de repente dejará por completo de lado a Darren... O al menos lo intentara. Y es que en compañía de Anthony su cuerpo empezaba a llenarse de cierta sensación de alivio sin precedentes.

—¿En qué estás pensando? —La suave voz del joven la sacó repentinamente de sus pensamientos. Ella parpadeó, se giró a verlo y formó una línea con sus labios, para después esbozar una pequeñísima sonrisa.

—En nada realmente importante —musitó con voz queda.

A la luz de la luna, la blanquecina piel de Anthony adquiría un tono iridiscente que contrastaba de manera regia con las casi imperceptibles pecas que inundaban sus mejillas y frente. No era que lo observará por placer, pero el ápice de despecho que aún conservaba tras el rechazo de Darren la instó a tratar de encontrar en Anthony algún diminuto rasgo de hermosura superior a la del fantasma.

Nada.

Una de las cosas que habían dejado impresionada a Audrey desde el momento en que despertó en la casona y lo vio observándola con curiosidad tras ser atacada por primera vez por una sombra, fue el hermoso cabello rubio con el que Darren contaba. Ligeramente ondulado, rebelde, que le llegaba poco arriba de las orejas y le brindaba un aspecto tierno. Luego estaba su rostro algo bronceado, las finas facciones que lo hacían parecer un ángel, la barbilla partida, aquel par de hermosos ojos grises que la cautivaron desde un principio. Pero, por si fuera poco, aún le quedaba por añadir a su lista de atributos la sonrisa sincera con la que siempre lograba mirarse tan agraciado, tan vivaz, tan... Darren.

Ni Anthony, ni James, ni siquiera Tyson lucían tan apuestos como él. No entendía aquella necesidad por encontrarles similitudes. Aunque había tomado en cuenta que, después de lo distante que el susodicho se había comportado, no le quedaba más que hacer un estrepitoso intento por hallar a alguien que se le pareciera y aplicar aquello de «un clavo saca otro clavo». Lo malo era que no podía ver ni un poco de la espléndida belleza del espectro en ningún otro joven que hubiera conocido hasta entonces. Porque aunque Darren no era perfecto, era lo más cercano al prototipo de adolescente con el que toda chica soñaría: guapo, romántico, tierno, risueño y sincero. Así de simple.

—Mi bebida se ha acabado. Iré por más a la cocina —habló de pronto Anthony comenzando a levantarse del césped—. ¿Quieres acompañarme? —Ella negó con la cabeza—. Bien, entonces espera aquí. Ya vuelvo, linda.

Después de que hubo asentido y él se alejó del sitio, ella se perdió de nuevo en su introspección. El gélido aire de la noche ya comenzaba a calar en sus brazos, pero no deseaba entrar a la casa y encontrarse con Lisa o Rolland. Por ello se recargó más contra el árbol, miró un rato la luna, contó las estrellas hasta que se hartó, y luego simplemente cerró los ojos cansada, aburrida.

Pero un sonido llamó su atención.

Audrey descendió la mirada al césped, dónde se encontró con la luz proveniente del teléfono que con seguridad sabía que era de Anthony, ya que cuando se habían decidido sentar allí no había nada.

Su curiosidad pudo más que otra cosa, y la orilló a mirar la razón de que una lucecita verde titilara en la parte superior del instrumento. Con cautela, observando que el muchacho no estuviera alrededor, presionó el botón y un mensaje de texto apareció ante ella.

Sabes lo que tienes que hacer.

El remitente no estaba claro, tan sólo se hallaba registrado con las iniciales ByM. Al no saber de quién se trataba, Audrey decidió dejar el teléfono en paz. Ya había oído cantidad de conversaciones secretas en los últimos días, cosa que en Canadá no solía hacer. Y además no estaba interesada en revisar lo mensajes de texto de Anthony, pues su estimación por él no lograba incitarla a cruzar el límite de lo infranqueable. Tampoco quería convertirse en una entrometida.

Abril llegó junto con el muchacho minutos después.

—¡La Coca-Cola se ha acabado, Audrey, querida! —exclamó Abril caminando hacia la chica como siempre solía hacerlo: un pie delante del otro, pasos largos, firmes y decididos, cual modelo en una pasarela—. ¿Está bien el refresco de piña?

Audrey asintió con la cabeza.

—¡Ningún problema!

—Entonces aquí tienes. —Abril le cedió un vaso desechable con bebida gaseosa de color amarillo canario. Ella se la bebió de tres grandes tragos, pero cuando recordó que Anthony estaba presente se sonrojó, lo bueno era que la oscuridad de la noche no permitía ni a él ni a Abril apreciar dicho color escarlata en sus mejillas.

Abril se fue después de recoger el vaso sin contenido de su invitada, y está permaneció charlando con Anthony hasta que, de pronto, la cabeza comenzó a darle vueltas. El dolor que experimentó en los dos minutos posteriores no era inmenso, pero gradualmente se iba intensificando.

Parpadeó varias veces; se sentía taciturna, descolocada. Incluso le costaba moverse con facilidad, pues el cuerpo empezaba a pesarle.

—Ehhh... Anthony... ¿Me das un segundo? Creo que debo ir al sanitario. —Se vio en la imperiosa necesidad de frenar la plática animada de su amigo acerca de lo bien que le estaba yendo en su trabajo de mesero, pues necesitaba con urgencia salir de allí, ya que estaba sintiendo que de un segundo a otro volvería el estómago, y obviamente no iba a vomitarle encima al chico.

—Claro, aquí te espero, linda.

Audrey tuvo que sostenerse al tronco del árbol para ponerse en pie. A cada paso que daba debía invertirle una gran cantidad de esfuerzo motriz, porque percibía una apabullante pesadez en sus piernas. Por si fuera poco, también el césped verde brillante estaba empezando a difuminarse bajo sus pies.

—Da... Darren...

¿Darren? ¿Por qué lo había nombrado? Darren ni siquiera estaba allí, pero a lo mejor le había venido a la cabeza gracias al grisáceo de las piedras que delimitaban el sendero de gravilla al que se aproximaba.

Las piedras eran lindas.

¿Qué? Se preguntó mentalmente, aunque le pareció oír su voz formulando la pregunta por lo alto. ¿Por qué estaba pensando en lo lindas que eran las piedras?

Audrey escudriñó el panorama buscando el intenso azul rey de un saco colonial con adornos de oro, o la radiante sonrisa de su fantasma. Se sentía mareada, sentía que en cualquier momento iba a caer al suelo, pero estaba convencida de que Darren saldría de su escondite para ayudarla. Darren no la dejaría caer. Jamás lo había hecho.

—¿Dónde... Dónde estás? —le pareció que preguntaba.

Al hacer una nueva panorámica, le pareció avistar un par de brillantes ojos azules observándola con recelo desde la multitud. Era su mirada. La mirada de él.

Entonces, Audrey comenzó a llorar.

—¿De nuevo tú? —dijo. Esta vez tuvo la seguridad de que había profesado la pregunta en alto, para que él pudiera escucharla desde donde estaba—. ¿Intentas matarme? —sollozó, pero luego lanzó una risotada—. ¡Pues no lo vas a lograr, porque él siempre está conmigo! ¡Él me protegerá! Él... Él me quiere, y tú no. —Nuevamente estaba llorando.

Allí fue cuando sintió que la fuerza en sus piernas se extinguía por completo. Como un hilillo se desvaneció, cayó al suelo, y lo único que pudo ver antes de cerrar los ojos, fue a Darren corriendo hacia ella para atraparla gritando su nombre como loco. Sonrió. Sabía que Darren no la había abandonado.

—No te vayas, por favor —rogó en un suave susurro que el viento se llevó, al tiempo que le pasaba un dedo por la mejilla.

Sin embargo, cuando abrió los ojos por última vez, Darren había mutado. Sus ojos grises ahora eran de color miel, tenía el cabello oscuro y la piel blanca. Lastimosamente tarde comprendió que se había equivocado. No era Darren. Nunca había sido Darren. Quién la había socorrido era Anthony.

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