Capítulo 16
Audrey miró fijamente a Dominik a los ojos, buscando el menor indicio de broma en el profundo azul de sus iris, pero cuando él le devolvió la mirada —cargada de angustia, de preocupación—, supo que no estaba mintiendo. Dragony de verdad había desaparecido, de lo contrario la escuela no estaría rodeada por al menos un centenar de policías, perros guardianes y cintas de color amarillo que prohibían el paso a los desconcertados estudiantes que no entendían ni un poco de lo que ocurría en el interior.
Tras lo que parecieron veinte minutos, una de las puertas de hierro forjado se abrió, y de ella salió Rolland con un megáfono en la mano. Sus párpados caídos, el semblante atormentado había desfigurado su rostro al grado que parecía haber envejecido unos cuantos años.
—¡Hey, pequeños! —habló a la multitud de jóvenes con voz átona. Extrañamente, la mayoría calló de golpe para depositar su atención en él—. Sé que probablemente para ustedes todo esto es difícil e inesperado. Para mí también lo es.
¿Inesperado? Pensó Audrey. De todos los presentes, Rolland era quien mejor podía ocultar su nerviosismo, adoptando la misma postura transparente de su primer día de clases, después de que esta le dijera que la biblioteca estaba en llamas.
Pero lastimosamente era cierto: Rolland parecía tan devastado, tan agotado como cualquiera de los chicos. Ella podía percatarse de eso sí escudriñaba con atención sus hombros caídos, o los pliegues que se le formaban en la frente al arugarla cada cinco segundos.
—Sin embargo me parece que lo mejor es tranquilizarnos —continuó el joven, acomodando sus gafas de armazón grueso sobre el puente de la nariz—. Esto solo ha sido un malentendido. Daniela está bien, y apuesto a que pronto la encontraremos sana y salva. Mientras tanto es indispensable que traten de mantener la calma y no dificulten más el trabajo del cuerpo policial intentando pasar al colegio por la fuerza, ¿vale? Se los encargo, chicos.
Un último y esperanzador vistazo por parte de su tutor fue lo que Audrey recibió a cambio antes de verlo marchar hacia el interior de la institución para seguir colaborando en la búsqueda; con sus mejillas sonrosadas, Rolland le había sonreído observándola sobre la multitud, y después se había marchado.
¿Cómo era que, a pesar de fastidiarla todo el día, a toda hora desde que lo había conocido, con una simple mirada, Rolland había logrado tranquilizarla de una manera en que ni los reconfortantes brazos de Dominik alrededor de sus hombros lo habían hecho? Es que él tenía algo especial que le daba las herramientas necesarias para tratarla de un modo en que nadie podía hacerlo. Audrey no pudo sentirse tan relativamente tranquila ni siquiera con la repentina cercanía que habían tomado sus amigos para darse un abrazo colectivo y brindarse protección mutua de la angustia que ya comenzaba a respirarse en el aire.
Darren, que también estaba a su lado luchando por no atravesar a los estudiantes que se amontonaban alrededor, le dirigió una mirada de lástima justo antes de que los dejaran entrar a la escuela, habiendo registrado hasta el último rincón sin obtener resultados positivos.
En cuanto se internaron en el colegio, Darren se acercó lo más posible a su amiga y le susurró que todo iría bien, que no debía preocuparse porque seguramente encontrarían pronto a Dragony. Sin embargo ella no lo oía, pues sus ojos estaban centrados en escudriñar con detenimiento el pasillo principal, por el que circulaban decenas de alumnos, muchos con el mismo semblante perdido que ella. Cuando sus ojos se toparon con Bryan Sheppard a lo lejos y miró la forma en que este golpeaba los casilleros con fuerza y luego se alejaba enfurecido, le dieron ganas de seguirlo, pero no lo hizo debido a que el ruidoso timbre sonó anunciando el inicio de la segunda clase del día, es decir, Historia de México.
Al llegar, tomó asiento en su pupitre habitual, y poco después se incorporaron sus amigos, al tiempo que la profesora Cassandra hacía su aparición en la sala, con el cabello negro cayéndole en perfectos bucles que se balanceaban al compás de cada paso que daba.
—Buenas tardes, chicos. ¿Cómo se encuentran hoy? —No obstante, al reparar en la ironía de su cortés pregunta, la profesora tosió incómoda y después se situó al frente de todo el alumnado para continuar con la introducción a su clase—. Bueno..., no hace falta que contesten mi cuestionamiento. —Vaciló a la hora de seguir—. En su lugar, por favor recuérdenme en qué quedó la clase anterior.
De inmediato, Dominik levantó la mano dispuesto a contestar, a lo que la docente le hizo una señal con la cabeza incitándolo a que hablara.
—Me parece recordar que discutiríamos acerca del origen de la Intervención francesa —manifestó con un leve acento extranjero que Audrey jamás había notado antes. Por su parte, Cassandra asintió sonriendo al pálido joven.
—¿Podría usted decirme qué fue la Intervención francesa?
Dominik se aclaró la garganta con aires de sabihondo y dijo:
—La primera Intervención francesa en México, también conocido como La Guerra de los Pasteles, fue el primer conflicto bélico entre México y Francia. Tuvo lugar del dieciséis de abril de mil ochocientos treinta y ocho al nueve de marzo de mil ochocientos treinta y nueve.
La profesora asintió indicando al chico que era suficiente.
—¿Cuál fue el origen de dicho conflicto, señorita Lawson? —inquirió dirigiendo una atenta mirada a la pelirroja, quien levantó el rostro de su libro y apuntó:
—Comenzó debido a que el dueño de un restaurante de Tacubaya acusó a unos oficiales del presidente Santa Anna de haberse comido en mil ochocientos treinta y dos unos pasteles sin pagar la cuenta, por lo que exigía ser indemnizado con sesenta mil pesos.
Vanessa recibió un gesto de aprobación por parte de su maestra.
Audrey, mientras tanto, se había perdido pensando en las causas de la desaparición de Dragony; tan solo un día atrás, había estado en el centro comercial, eligiendo vestidos mientras una optimista Vanessa intentaba convencerla de que nada malo le sucedería a su compañera de castigo.
Si bien el mal presentimiento se había mantenido apartado de su cabeza durante el encuentro con James y Oliver, hubo vuelto con mucho más énfasis apenas internarse en la mansión tras ser depositada en la puerta por el amigo de su hermano.
Si tan solo Bryan hubiera ocupado el lugar de Dragony en los deberes impuestos por el estricto director August, nada de eso habría ocurrido. Pensaba Audrey mientras entrecerraba los ojos tratando de hallar una explicación lógica. Si tan solo supiera porqué el director August decidió encargar precisamente a ella esa tarea tan atípica, entonces podría hacer un intento por contestar las interrogantes que ya comenzaban a agobiarla.
—...México debía pagar a Francia en el término de treinta días ochocientos mil pesos; seiscientos mil por la liquidación general de los daños, y doscientos mil como indemnización de los gastos de la flota francesa anclada en la costa mexicana. —La profesora seguía dando un sermón sobre la Guerra de los Pasteles, que no captó para nada la atención de una Audrey pensativa, sino hasta que oyó a Cassandra proferir—: Williams, ¿podría decirme qué ocurrió al no ser aceptadas tales demandas por el gobierno mexicano?
La muchacha levantó la cabeza de inmediato, obteniendo, como pago por su silencio, un total de treinta y siete miradas sobre su persona. Algunas expectantes, otras burlescas, y el resto jubilosas.
—Después... ehhh.. Bueno... Ellos...
—Es para hoy, Williams —manifestó la docente—. No me haga arrepentirme de haberla comparado positivamente con su hermano Alexander.
Ante el comentario de Cassandra, Audrey sintió una opresión aún mayor asentarse sobre sí. No quería parecer ignorante frente a todos, pero, ¿cómo podía esperar Cassandra que lo supiera cuando ni siquiera había nacido en México?
Por suerte, su salvación llegó en forma de la suave voz de Darren que le susurró en el oído:
—La flota francesa abrió fuego contra el fuerte de San Juan de Ulúa y el Puerto de Veracruz el veintiuno de noviembre de mil ochocientos treinta y ocho.
Audrey repitió todo lo dicho por el fantasma, y automáticamente, la mirada aguda de la maestra dejó de estar sobre ella.
—Gracias —musitó a su compañero invisible, mismo que soltó una risa queda y puntualizó un bajo «No hay de qué».
El resto de la hora de Historia transcurrió rápido para Audrey, que no volvió a perderse en sus pensamientos y depositó toda su atención en la clase. Al final, cuando el timbre había sonado para anunciar el comienzo de la siguiente asignatura, la profesora recogió sus cosas y dijo justo antes de salir del aula:
—Será mejor que empiecen a estudiar todo lo que hemos estado viendo durante el semestre, porque en unos días habrá un examen que tendrá como objetivo hacerme saber quien podrá disfrutar sus vacaciones de invierno y quién tendrá que recibir regularización por parte de Rolland Carson. —Sonrió fingiendo inocencia, en tanto, los estudiantes comenzaron a manifestar en voz alta su desagrado por el tutor—. Que la suerte esté siempre de su lado.
—¿Carson? —Dominik lanzó una risa—. He de compadecer a los desdichados alumnos que recibirán tutoría por parte de ese individuo tan soberbio. Sin afán de agraviar, Audrey.
Audrey frunció el entrecejo al ver que Vanessa le daba la razón a su amigo.
—Rolland no es tan malo —concedió con cierto deje de molestia en la voz.
—Claro que no lo es —apuntó el chico de modo sarcástico, para después tomar sus útiles y añadir—: Vamos retrasados a Química. Andando.
Una vez que hubieron llegado al laboratorio de Química, embutidos en sus batas blancas, Vanessa se situó junto a Audrey en el último escritorio de la tercer fila, mientras que Dominik se acomodó en el que estaba delante. Al poco tiempo de iniciada la clase, Audrey vio a Rolland detenerse en el marco de la puerta abierta acompañado de una chica que ella no conocía, misma a la que el profesor se ocupó de presentar ante los alumnos justo tras la partida del insufrible tutor:
—Jóvenes, atención: ella es Lisa Smith, y es su nueva compañera de clase. —Hizo una pausa—. Si no mal recuerdo, ella llegó a la Ciudad de México hace pocos ayeres. Así que por favor, dénle un cálido recibimiento y trátenla bien. —Al percatarse los estudiantes de lo que su profesor deseaba que hiciesen, la novata recibió un unísono «hola, Lisa» por parte de los estudiantes que ya coreaban aquella frase por monotonía, más que por gusto propio—. Muy bien, tome asiento donde desee, Smith. Lo más rápido que pueda, por favor.
La tal Lisa Smith, que lucía una cabellera negra, larga y ondulada, así como un par de pómulos prominentes, se contoneó hacia el escritorio de Dominik con una decena de ávidas miradas masculinas, tras echar un lánguido vistazo a cada uno de los cuatro lugares disponibles, y saludó al joven esbozando su sonrisa más coqueta al tiempo que le preguntaba:
—¿Puedo sentarme?
El chico retiró de inmediato su mochila sonriendo como un tonto. Sus labios se curvaron tanto, que un marcado hoyuelo se le dibujó en la mejilla derecha al tiempo que admiraba, cautivado, el rostro de la nueva muchacha.
—Cla... claro. Puedes... sentarte. Aquí... justo aquí hay una silla vacía, y... Bueno... Te puedes sentar en ella. —Rió nervioso—. Digo, las sillas son para sentarte, ¿no?
—Ya lo creo —coincidió Smith situándose justo frente a Audrey. En tanto, Vanessa puso los ojos en blanco al ver el sonrojo en las mejillas de su mejor amigo. Pero la verdad, contenta en su interior de saber que al menos, Dominik era el único que miraba su rostro y no las piernas que asomaban bajo su corto vestido negro, como todos los demás hombres.
Mientras tanto, Darren soltó una risa por lo bajo y se inclinó hacia Audrey para susurrarle en el oído, a manera de burla:
—Algo me dice que tu amigo es pésimo para ligar.
Por su parte, ella hizo como si lo ignorara, aunque en realidad apuntaba en la esquina de su libreta, con un bolígrafo en tinta negra la frase:
Dominik no es tan malo si lo comparamos contigo, ¿sabes?
A Darren eso le caló profundo, pero supo disimularlo y hacer como si le importara poco el asunto cuando replicó:
—Apuesto a que si estuviera vivo, ya habría conseguido su teléfono y agendado una cita para el próximo fin. —Señaló con la cabeza a Lisa—. O sea, ¿quién no querría salir con esa lindura? Además me gustan las morenas.
Su amiga encajó las uñas en la tela de sus jeans tratando de contrarrestar el enojo que comenzaba a bullir dentro de ella, por alguna extraña razón. Oírlo farfullar de tal manera acerca de la chica que ahora dirigía miradas coquetas al Dominik nervioso junto a ella, no hacía más que enfadarla como pocas veces lo había hecho.
—Es más —continuó Darren—, seguro la habría convencido de ir a la cama esa misma noche. Me gusta cómo suena eso.
—¡Imbécil! —soltó Audrey en un arranque de furia que llamó la atención de todos los presentes en el aula, incluido el mismísimo Darren, quien detuvo su parloteo sobre las cosas indecentes que le haría a Lisa si ella pudiese verlo.
—¿Tiene algo qué decir, señorita Williams?
La voz del profesor sonaba ronca, exasperada, confundida y lejana. Pero a Audrey no le interesaba en absoluto, ni eso, ni los ojos de sus treinta y siete —ahora treinta y ocho— compañeros. Ella tan solo se restaba a mirar al frente con la sensación de tener flamas en el verde de sus iris, y la sangre hirviendo en el interior de su cuerpo.
¡Genial! Gracias a Darren y sus fantasías sexuales con Lisa Smith ahora parecía una loca a los entrometidos ojos de su clase. ¡Simplemente perfecto!
—Yo... —Miró hacia todos lados esperando una interrupción divina, mas lo único en lo que se pudo concentrar fue la diminuta curvatura en los labios de Lisa, misma que la miraba al igual que el resto de sus compañeros—. Creo que el tema de la oxidación y reducción es... muy interesante.
El profesor la miró suspicaz.
—Claro que lo es, señorita Williams —espetó de manera anodina—; y lo será mucho más cuando vea un ensayo de cinco cuartillas redactado por usted sobre el tema en mi escritorio. —Audrey abrió la boca al instante, estupefacta, pero la expresión de su profesor no mutó—. Lo quiero para el lunes. —Acto seguido, el docente retomó la clase sin recibir ninguna interrupción más.
—Si me lo preguntas —dijo Lisa minutos más tarde volviéndose en su asiento para mirar a Audrey—, creo que el profesor ha sido muy considerado al establecer solo cinco cuartillas para tu ensayo. —Pestañeó como si fuera el ser más agraciado del mundo—. Porque los adolescentes que desean desarrollar una personalidad competitiva e inconformista tomarían diez cuartillas como el mínimo en su ensayo. Aunque, claro está que no todos aspiramos a la grandeza. —Lanzó una risa y se giró.
Pero Vanessa se inclinó sobre el escritorio para acortar la distancia entre ambas, y le susurró:
—Lo bueno es que no te lo preguntamos, Lisa.
—Y por ende, tu opinión nos importa una mierda —añadió Audrey socarronamente. No quería ser grosera con Lisa, sin embargo no planeaba dejarse humillar por nadie, y menos por una niña tonta, creída y que, por si fuera poco, había captado la atención completa del fantasma gracias a su forma tan poco sofisticada de vestir y a la actitud conquistadora que había tomado desde un inicio.
....
La cuarta clase era con Rolland, y Audrey no hubiera querido que fuese de otro modo, porque a pesar de que el tutor le decomisó su teléfono como de costumbre, lo único que tuvo que hacer fue leer un libro de Trigonometría que este le había proporcionado antes de marcharse a su reunión con los demás tutores y el director, seguramente para resolver el asunto de la desaparición de Dragony.
A decir verdad, de no ser por la cantidad de miradas de pesar que recibió por parte de los que entraban a la biblioteca de vez en cuando, esos sesenta minutos hubieran sido perfectos. Los falsos pésames también habían terminado por fastidiarla cuando Rolland regresó a la sala. Estaba consciente de que todos actuaban así porque Dragony no había sido tan cercana a una persona como con ella, o eso era lo que Vanessa le había explicado antes de separarse tras la clase de Química, pero lo que no acababa de digerir era que, precisamente dichas disculpas, o «lo lamento», no eran más que ficción, ficción hipócrita y falaz.
—¿Has resuelto el ejercicio de la páginas treinta y tres que te encargué, pequeña? —Le inquirió el tutor apenas volver de su reunión. Audrey asintió escudriñando cada palabra de lo que había escrito en el ejercicio, tratando de recordar cuáles llevaban tilde y cuáles no.
—Creo que sí, solo que tendrás que disculpar mi ortografía. Aún se me dificulta un poco eso. —Rolland hizo un gesto con la mano para restarle importancia. Después miró el reloj en la pared—. Hey, ¡qué raro que no traigas comida hoy, ¿eh?!
Como contestación, el tutor chasqueó la lengua.
—Comer es para débiles. Por eso yo siempre te mando a comer antes —farfulló, a lo que Audrey enarcó una ceja confundida.
—¡Pero si tú siempre te la pasas comiendo!
—Shhhh... Telosico, Audrina.
Esta tardó varios segundos en comprender lo dicho por Rolland, pero cuando lo captó, ambos se echaron a reír con ganas y así la tensión en el ambiente desapareció casi por completo.
—Faltan veinte minutos para que acabe la clase, ¿por qué no te vas a comer algo?
Audrey levantó los hombros en dirección al chico.
—¿Me estás llamando débil? —Lanzó un resoplido fingiendo dolor.
—Sí —resolvió Rolland encogiendo los hombros, a lo que ella bufó y salió del aula.
Ya en el área de los casilleros, lejos de donde alguien pudiera verlos, Darren llamó a Audrey repetidas veces mientras seguía esperando que ella se volviera, pero no fue hasta el duodécimo llamado cuando aquello ocurrió; Audrey lo encaró con expresión de pocos amigos y se cruzó de brazos mirándolo a los ojos.
—¿Qué? —espetó con brusquedad.
Darren se detuvo de golpe, casi a punto de atravesarla.
—Audrey... ehhh... ¿Qué te pasa? —Si bien su modo de inquirirlo no era del todo cortés, viniendo de su boca sonaba dulce y suave gracias al timbre melódico en su voz.
—Nada. Estoy bien, Darren —pronunció Audrey en un susurro casi inaudible, mas en su rostro el cansancio la delataba.
Darren se acercó a ella en un ademán de paz, con temor, y extendió su brazo lentamente, como si ella fuese alguna clase de bestia salvaje de la que debiera protegerse. Pero en Audrey no ejerció efecto alguno su cercanía, o por lo menos sabía aparentar a la perfección que no le importaba ver al fantasma aproximándose tanto a ella.
—¿He hecho algo malo? —murmuró el joven con las cejas fruncidas.
—No —se limió a responder Audrey. Luego bajó la mirada.
—¿En serio? No parece que estés muy segura...
Entonces se mordió el labio dubitativa. No encontraba el modo adecuado de despejar sus dudas sin dar facilidad a malentendidos, pero la incertidumbre la estaba matando, por lo que reunió valentía, tanta como pudiera, y después levantó la mirada hacia Darren, avergonzada.
—A ti... ¿De... de verdad te gusta Lisa?
Hubo un momento de silencio, el cual Darren utilizó para procesar la pregunta de Audrey. Y cuando su cerebro acabó de asimilarlo, lo único que hizo fue lanzar una risa que dejó a Audrey boquiabierta.
—¿Que si me gusta Lisa? —Rió—. ¿Una chica hueca, tonta y amante de la humillación ajena? ¡Estamos hablando de la misma que se atrevió a agraviarte llamándote conformista! —Su mirada se dirigió a Lisa Smith, donde, muy lejos de ellos, esta estaba siendo guiada por el director August en un recorrido escolar—. ¿En qué te basas para realizar tales conjeturas?
Audrey levantó los hombros.
—Te vi mirándole las piernas —respondió como si fuera poca cosa.
El fantasma esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
—Siento decepcionarte, pero ante todo, sigo siendo un hombre. Y a un hombre no puedes pedirle que sus ojos no se posen en donde no deberían de vez en cuando.
Al oír su respuesta, Audrey enrojeció y negó con la cabeza divertida, al tiempo que buscaba algo en los bolsillos de su mochila.
—Como sea, creo que... —De súbito, frunció el ceño y levantó la cabeza de golpe—. Oh, por Dios. No puede ser.
—¿Qué ocurre? —inquirió Darren irguiéndose de inmediato.
—¡Olvidé pedirle mi teléfono a Rolland! ¡Vamos a buscarlo!
A continuación, ambos corrieron hacia la biblioteca esperando que el chico se encontrase allí, pero cuando vieron la sala vacía, no tuvieron más alternativa que buscarlo alrededor de casi toda la escuela, hasta que finalmente su voz llegó hasta oídos de ambos, proveniente del aula de biología. Al parecer estaba hablando con alguien, por lo que se debatieron si lo apropiado era presentarse frente a él e interrumpir durante un minuto o volver después. Al final parecieron optar por la segunda opción, por lo que dieron media vuelta con la intención de marcharse, sin embargo, apenas haber dado un paso, la voz de un hombre claramente mayor se escuchó desde el salón:
—Esto nos meterá en problemas, ¿sabes? Es decir, más a ti que a mí. En realidad solo a ti.
—Me disculparía, pero esto no fue mi culpa —Ese era sin lugar a dudas el inconfundible tono chillón de Rolland.
Al escucharlo, en un acto reflejo Audrey corrió a esconderse tras una planta artificial tan alta como ella o más.
—No digo que lo sea, Rolland, pero... —la voz dubitó un segundo—. Esto, junto con el reciente asesinato del muchacho apuñalado empezará a generar sospechas. ¿Entiendes? La gente empezará a buscar patrones, ¿y sabes a lo que nos llevará eso?
Rolland demoró un minuto en contestar:
—¿A tener problemas?
—No solo a tener problemas. Una cosa lleva a la otra, y si los civiles averiguan, darán también con la desaparición de Demián Martínez.
Detrás de las hojas de plástico verdes, Audrey se cubrió la boca con las manos para ahogar un grito que estuvo a punto de salir de su garganta; así que sus sospechas eran ciertas: Demián no se había trasladado de colegio, ni estaba de vacaciones como todos los tutores le habían hecho creer a la escuela completa, sino que había desaparecido.
Por lo visto, sus pensamientos y los del Darren anonadado estaban sincronizados, porque casi de inmediato dio tres grandes zancadas para irse a refugiar junto a Audrey, con la mandíbula desencajada y la expresión pétrea.
Cuando las pisadas de ambos conversadores se escucharon dirigiéndose al exterior del aula, Audrey tomó fuerza de flaqueza y asomó ligeramente la cabeza por encima de la planta, solo para caer en cuenta de que el individuo que en ese instante pasaba su brazo por el cuello de Rolland era ni más ni menos que un miembro del cuerpo policial; ella supo de inmediato que este era, en efecto, un hombre mayor puesto que por debajo de la gorra de oficial asomaba su corta cabellera gris. Tenía la piel clara, rasgo que contrastaba enormemente con la dureza de su voz.
—Nadie sabe que Demián desapareció —dijo Rolland muy seguro de sí mismo.
—Puede que hayas llegado a ser demasiado convincente con tus alumnos, Rolland. Sin embargo sé que a alguien le dará por analizar tu versión de la historia, y entonces se dará cuenta de que no cuadra. Demián no pudo haber sido transferido porque para empezar Romero se enteró de lo que pasó con esa chica... ¿Courtney?
—Audrey —corrigió el joven. La mencionada abrió los ojos sin entender qué pintaba ella en todo eso.
—El caso es que él esta al tanto del día en que Demián intentó agredirla, ¿cierto? —Asomando la cabeza por encima de la palma que le impedía observar al otro lado, Audrey pudo ver cómo Rolland asentía despacio—. ¿Quién en su sano juicio querría trasladar a un tutor tan violento y con el expediente manchado por ese pequeño altercado como él? ¡Nadie!
—Entiendo tu punto, pero...
—¡Nada, Rolland! —El policía había dicho aquello con demasiada determinación en su timbre—. Esto afectará tu trabajo, y lo sabes. Así que hazte a un lado y déjame actuar a mí, por lo que más quieras. ¿De acuerdo?
Darren y Audrey pudieron ver un destello de duda iluminar brevemente el rostro de Rolland. Ellos no sabían exactamente a qué había venido esa charla con el oficial, sin embargo tenían la certeza de que la pregunta antes formulada por el policía tiraba un gran peso sobre los hombros del tutor, cuyos ojos estaban caídos tras el cristal de sus gafas. En ese momento parecía más exhausto que nunca, y daba la impresión de haber envejecido al menos cinco años.
—De acuerdo —contestó dándose por vencido. Luego se alejó junto con su interlocutor sin percatarse de la presencia de Audrey.
El silencio reinó en el espacio por un largo tiempo. Ni Darren ni Audrey sabían qué decir, estaban boquiabiertos, perplejos, eran incapaces de responder ante todo aquello que habían oído por accidente.
Finalmente, Audrey pareció reaccionar. Y aunque el labio inferior le temblaba con cada bocanada de aire que tomaba, fue capaz de soltar un grito quedo y manifestar:
—¿He... he oído mal... o Rolland acaba de decir que Demián desapareció?
—No solo eso —replicó Darren confundido—. También sabe cosas sobre el reciente asesinato de la víctima que murió hace poco. Y parece estar relacionado a la desaparición de Dragony. —Chasqueó la lengua—. ¡El hijo de puta lleva algo entre manos!
—Pe... pero... ¡No puede ser! Rolland no puede estar inmiscuido en las desapariciones de Demián y Dragony. Es un idiota, pero no creo que fuera capaz de...
—Audrey —irrumpió Darren con la ira apoderándose de su rostro—, Rolland ha demostrado estar enterado de cosas que nadie más sabe acerca del asesinato de la otra noche, ¿no es así? —Audrey asintió casi de manera autómata—. Su nombre, género, y aquello de la sangre negra. ¿Como podría haberse enterado de lo que ocurrió durante la autopsia? ¡Es más! ¿Cómo podría haberse sabido que existía un cuerpo al cual le realizaron los estudios, cuando se supone que las autoridades jamás encontraron ni siquiera una gota de su sangre?
Ella no le respondió al momento.
—Audrey, a lo largo de mi estancia en tu mundo, he presenciado atentados que van más allá de lo que te imaginas, he visto cómo amigos de confianza asesinan a sus propios colegas sin dejar rastro alguno —aseveró—, vi a un anciano secuestrar a una niña de tan solo diez años, sin figurar en la lista de sospechoso tras los que la policía iba, vi a un hombre matar a su socio del trabajo para quedarse con su fortuna. Estoy viendo a un imbécil soltar estupideces sobre el homicidio del que nadie ha dado a conocer ni un detalle. ¿Crees que eso no me basta para sospechar de él?
—Darren —espetó Audrey con inseguridad—, no tenemos las pruebas suficientes para determinar que Rolland está metido en esto.
—Pues entonces las conseguiremos.
—¿Y cómo?
Darren estuvo a punto de responder, pero en ese instante, Vanessa apareció para llevar a Audrey al escritorio donde habitualmente pasaban su receso. Ese día el equipo de Tenis se había reunido con el profesor Cade, por lo que este estaba casi vacío, tan solo Dominik ocupaba una de las sillas.
—Entonces... Dime que esa tonta de Lisa no ha vuelto a molestarte después de la clase de Química.
La voz de Vanessa liberó a Audrey de sus pensamientos acerca de lo que había estado hablando con Darren. Cuando se giró en el asiento, percibió un brillo de fiereza en los ojos de su amiga que jamás había visto.
—He tenido suerte, porque después de eso, tan solo he podido verla en un recorrido guiado por el director. —Levantó los hombros.
—Menos mal, porque no dejaré que vuelva a ofenderte en mi presencia. —Como contestación, Audrey le dio un abrazo de agradecimiento. Contar con Vanessa hacía más soportables aquellos momentos de ansiedad que la estaban volviendo loca.
—No entiendo porqué hablan así de Lisa. Ella parece ser una buena chica —espetó Dominik llevándose a la boca un trozo de lechuga en hoja de su ensalada.
—¿Es que no oíste lo que le dijo a Audrey en clase? —le devolvió la pelirroja—. Oh, se me olvidaba que estabas demasiado embobado mirándola como para notar sus comentarios tan venenosos.
Audrey soltó una risa cuando vio a Vanessa arrojando un pedazo de zanahoria en dirección a Dominik.
—No discutan, chicos. Lo que Lisa piense de mí me importa un pimiento. Lo voy a dejar pasar solo porque es nueva, pero tengan por seguro que si está buscando guerra, la encontrará con la persona equivocada.
Dominik daba la impresión de querer replicar algo más, sin embargo no pudo hacerlo puesto que al segundo, un quinteto de bandejas con comida cayeron en el escritorio produciendo un unísono golpe que los obligó a levantar la mirada de inmediato.
—¡Demonios! ¿Es que no podemos ni comer en paz? —El amigo de Audrey miró con desprecio la desagradable sonrisa socarrona que le regalaba James.
—Relájate, Parker. Hoy no hemos venido a molestarlos. Solo queremos comer con ustedes —canturreó Oliver tomando un lugar a la izquierda de Vanessa. La tensión en ellos se podía palpar, aunque nadie entendía el porqué de sus enigmáticas miradas. En tanto, James, Kyle, Alex y Charly se sentaban en la otra hilera de sillas, quedando frente a frente.
—Maldita la hora en la que Cade llamó al equipo de Tenis para entrenar —murmuró Dominik depositando toda su atención en un libro que había llevado consigo esa mañana. En cambio, James rió.
—¿Quieres dejar tus estúpidos libros por un momento?
El ojiazul hizo como si analizara la pregunta de su contrincante.
—Mmmm... No lo creo.
—¡Joder, cerebrito! ¡Deja ese puto libro por un momento y escucha lo que hemos venido a decirles! —El capitán del equipo de soccer le arrebató el ejemplar a Dominik y lo apartó dejándolo fuera de su alcance, a lo que recibió un gruñido gutural en respuesta, que se dedicó a pasar por alto—. ¡Así está mejor! Ahora... Oliver, amigo mío, puedes empezar.
Oliver sonrió de oreja a oreja, ignorando la mirada en blanco por parte de Dominik. Luego centró los ojos en Vanessa y Audrey, y dijo en tono jovial:
—Por su bien espero que ya estén listas para mañana, niñas. ¡Esto se pondrá muy bueno!
Ambas se regalaron una mirada interrogante. A partir de la desaparición de Dragony, ninguna se había tomado el tiempo de pensar en la fiesta de los Grey.
—¿Listas para qué? ¿De qué estás hablando, Grey? —inquirió Dominik suspicaz.
—¿Cómo que no lo sabes, cerebrito? —Oliver sobreactuó fingiendo sorpresa—. ¿No le han mencionado lo de la fiesta del milenio que mi hermana y yo organizamos?
—Bien, la cuestión es que con todo lo que ha ocurrido, hablarle sobre asistir a una fiesta no está entre nuestras prioridades. Te ofrecemos disculpas por ello, Oliver —espetó Vanessa en un tono incípido.
—Entonces, solo para que estés enterado, mi hermana y yo hemos organizado una gran fiesta en nuestra casa, gracias a la victoria del equipo contra los Jaguares, el lunes pasado. —Hizo una pausa—. Será mañana a las seis de la tarde. Obviamente ni tú, ni Vanessa y Audrey pueden faltar...
—¿Ustedes piensan asistir a tan bascoso evento? —Dominik dirigió un vistazo incrédulo a sus amigas, quienes inclinaron la cabeza diciéndole, sin una sola palabra, todo lo que necesitaba saber—. Pues ojalá que todo transcurra bien... para ustedes, porque yo no pienso hacer acto de presencia en el hogar del individuo que se ha divertido agraviándome desde tiempos inmemoriales.
—Ay, no seas así, Parker. ¡Te la vas a pasar bien, ya verás!
—¡Ja! Lo dudo, Grey. Contigo y tu hermana como anfitriones, dudo que lo que me depare el destino se convierta en algo positivo para mi persona.
—¿Qué les dije? Ni para qué rogarle al sabelotodo este —exclamó Kyle dedicándose a enfatizar cada una de sus palabras con un timbre irónico, lleno de sorna y veneno—. ¡Eso jamás se atrevería a ir a una fiesta!
—¡Eso tiene un nombre, Kyle! —vociferó Vanessa levantándose de golpe para quedar cara a cara con Kyle Bower, que se jactó de la furia de la chica—. ¡No voy a permitir que le faltes al respeto de esa manera!
—Y yo no voy a permitir que me digas lo que tengo qué hacer, preciosa. Así que siéntate, come y cállate.
—¡Suficiente, Kyle! —Ahora, quien gritaba, habiéndose transformado en una bestia salvaje e histérica, era el mismísimo Oliver—. Vuelve a ofenderla y será lo último que hagas en tu puta vida. ¿Entendido? —Su compañero de equipo asintió, intimidado por el halo de imponencia que Audrey había visto antes en Abril, y ahora también en el mellizo—. Bien, como decía... ¡No jodas, Parker! Esperaba que aceptaras ir a mi fiesta al ver que tus amigas me habían confirmado ya.
—Sigo decidido a negarme con rotundidad. Además debo estudiar para el examen inédito que la profesora Cassandra ha...
—¡Vamos, mierda! ¿O quieres que intente convencerte a golpes de ir a mi fiesta?
Dominik puso los ojos en blanco e hizo como si se lo estuviera pensando durante un largo momento antes de profesar:
—Está bien. Iré. —Sus amigas lanzaron un pequeño grito de emoción al tiempo que lo abrazaban—. Solo dejen de repetir la palabra «fiesta», ¿quieren? Ya estoy comenzando a experimentar saciedad semántica por culpa de todos ustedes.
—¡Genial! Sea lo que sea a lo que te hayas referido con eso de la sociedad simpática.
De nuevo, Dominik puso los ojos en blanco y gruñó exasperado.
—¡Saciedad semántica! La saciedad semántica es...
—En otras cosas, ¿saben qué no puedo creer? —irrumpió Oliver dejando a Dominik con la palabra en la boca, a lo que el segundo lanzó un suspiro frustrado optando por rendirse, sabiendo que no estaba dispuesto a desgastar sus cuerdas vocales en vano—. ¡No puedo creer que el imbécil de Rolland Carson se haya autoinvitado a mi fiesta! ¡Nadie lo quiere allí! —Oliver refunfuñó al tiempo que miraba con recelo a la mesa de los tutores, donde el susodicho hablaba animadamente con el resto de sus colegas—. Es un idiota.
De súbito, mientras Darren y Audrey intercambiaban una rápida mirada llena de nerviosismo, este abrió los ojos como si a su mente hubiera llegado la más grande idea de todos los tiempos; simultáneamente, camino con rapidez hacia el área menos frecuentada de la cafetería siendo seguido por Audrey de inmediato.
Cuando esta llegó a su lado, volvió el rostro un par de veces para cuidar que nadie la estuviese vigilando, y al corroborar que el resto de los alumnos estaban en lo suyo, le preguntó a Darren:
—¿Qué ocurre?
Él la miró con aires de victoria antes de brindarle una respuesta.
—¡Es perfecto!
—¿Qué es perfecto?
—Necesitamos pruebas que delaten que Rolland está tras las desapariciones de Demián y Dragony. —obtuvo un confuso sentimiento de cabeza—. ¿No lo comprendes? Si asiste a la fiesta de Oliver podremos vigilarlo de cerca, y estoy más que seguro de que hallaremos algo.
Ella permaneció un momento en silencio.
—No lo sé, Darren —balbuceó asustada—. ¿Y si se da cuenta de que andamos tras de él? ¿Y si descubrimos que sí está inmiscuido en las desapariciones e intenta hacerme algo?
En eso, Darren esbozó una sonrisa ladina, con el gris de sus ojos cargados de ferocidad y perspicacia, como si tuviese frente a él un reto, el reto final para declararse victorioso en una competencia. Después un halo de luz violeta comenzó a envolver su cuerpo exactamente cuando acortó la distancia entre él y Audrey, extendió su mano para tocar la de ella, y le dijo en voz baja:
—¿Crees que le permitiría hacerte daño?
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