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Capítulo 15

Vanessa desenganchó del estante un vestido sin mangas de color violeta. Estaba confeccionado con una especie de holán que caía en una vaporosa falda, y adornado por un llamativo cinto metálico justo en la línea del vientre. Lo puso frente a ella, observándolo con detenimiento.

—¿Qué tal este?

Audrey le sonrió por detrás.

—Algo en ese vestido no me gusta —admitió—. Pero, ¿y este? —Al tiempo, le había pasado un vestido color azul que le llegaba sobre la rodilla. Vanessa lo observó un momento, pero el seguido fruncir de sus labios le indicó a Audrey que no era de su agrado.

—La tela no me gusta.

—Vale. Intentemos con otro.

Vanessa asintió y comenzaron a caminar rumbo a la siguiente área. Llevaban apenas media hora en el centro comercial y ya su amiga estaba enterada de lo acaecido con Dragony; ella aseguraba que viniendo de Romero, ya nada le parecía extraño. Él era un hombre bastante peculiar, pensaba ella. Por eso fue que mientras iban de tienda en tienda, buscando el vestido perfecto para la fiesta de los Grey —porque ese día, justo antes de la última clase la pelirroja había topado camino con Oliver y este la había invitado a su fiesta de último momento—, no se mostraba tan preocupada o ansiosa como Audrey, que tocaba las faldas de casi todos los vestidos pero se mordía el labio sin poder decidirse por ninguno a pesar de que Darren caminaba junto a ella balbuceando un repetido «¡Ese vestido estaría fantástico en ti!».

—Hey —llamó Vanessa, sacando a Audrey de sus pensamientos momentáneamente—. Todo estará perfecto con Dragony, ¿de acuerdo? Apuesto a que mañana la verás, pero ya no quiero que te preocupes. Además todos los profesores estarán allí mientras termina sus... tareas especiales. —Audrey asintió no muy convencida—. ¿Qué me dices de este?

Ahora, le tocó el turno a un bello vestido de color amarillo, cuya falda estaba confeccionada de una bonita tela tejida. El cuello de color blanco, sobresalía por la parte de arriba de la blusa como si fuera una prenda formal. Y el talle de la cintura estaba ornamentado con una cadena dorada que le brindaba un aspecto mucho más refinado. Al verlo, Audrey creyó que se le vería perfecto a su amiga, por lo que la instó a medírselo, y al salir del vestidor, supo que estaba en lo cierto: Vanessa se veía increíble.

—¡Luces genial!

—Gracias —sonrió Vanessa—. Ahora viene tu turno. ¿Ya elegiste algún vestido?

La chica rió como si le hubieran contado un chiste espectacular.

—¿Yo? ¿Vestido? Paso. —Vanessa arqueó las cejas—. Creo que prefiero un par de cómodos jeans de mezclilla, una blusa bonita y una chaqueta lo demasiado cálida para que me cubra de estos fríos.

—¿Te has vuelto loca?

—Puede, pero... creo que me sentiría mucho mejor así. —Encogió los hombros.

Si bien Vanessa había notado que su amiga era amante de las prendas casuales y de alejarse de las faldas o vestidos, la decepcionaba un poco el hecho de que realmente no fuera a tomarse la molestia de hacer una excepción solo por esa vez. Aunque no la molestó más, porque no quería hacerle creer a Audrey que detestaba su forma de vestir, pues la verdad, ella la admiraba, sobretodo porque gracias al estricto de su padre sabía que nunca reuniría la valentía suficiente para usar pantalones de mezclilla con roturas o camisetas a cuadros de colores vibrantes.

Al final, Audrey eligió unos jeans negros rasgados a lo largo de ambas piernas, una blusa holgada que le caía sobre el hombro derecho de color gris a juego con un gorro tejido y un par de hermosas botas largas que en conjunto con el resto de las piezas enfatizaban su lado rudo e independiente, pero también le daban un aire de niña extrovertida. La dosis justa de todo.

Tras haber comprado lo que usarían el fin de semana, prosiguieron a probarse al menos un centenar de prendas invernales que más tarde compraron para no perder el estilo durante la época en la que la temperatura descendía incluso hasta los catorce grados en la Ciudad de México.

Al acabar las compras, cada una llevaba al menos cinco bolsas en las manos, y estaban muy cansadas, por lo que decidieron entrar a la cafetería que días antes habían visitado con Dominik, en donde, lo primero con lo que los ojos de Audrey se toparon, fueron la piel clara y los ojos color miel de Anthony, el cuál la miraba con una sonrisa radiante, de oreja a oreja.

—Oh, no. ¡Lo único que nos faltaba! El señor «tu cabello es extraordinariamente hermoso» alistándose para coquetear contigo —canturreó Darren poniendo los ojos en blanco. En respuesta, Audrey lo miró un segundo incapaz de no sonreír ante lo que había oído.

—¿Celoso? —articuló con los labios.

—¿«Celoso»? ¡Ya parece que me voy a estar poniendo celoso de un tipo como ese!

Audrey sonrió rodando la mirada y prosiguió a elegir una mesa en compañía de su amiga. Para cuando se sentaron, Anthony ya había llegado al sitio y preparaba una libreta para tomar la orden.

Cuando, minutos más tarde regresó con sus bebidas, el mesero esbozó una sonrisa hacia Audrey, quien no dudó en devolvérsela con las mejillas sonrojadas mientras su amiga le daba un golpecito en el pie por debajo de la mesa y le dirigía una mirada cómplice.

—Un placer tenerte de nuevo por aquí, Audrey Williams —declaró Anthony usando un tono extremadamente seductor, pero que le salía muy natural en comparación con el que solían usar James u Oliver. Darren rodó los ojos y Audrey le oyó mascullar un frustrado «¡Ah! Por favor...», pero no le hizo caso. Incluso se dio a la tarea de fingir que no existía solo para concentrar su atención en el mesero.

—El placer es todo mío, Anthony —replicó clavando sus ojos color jade en él.

En ese momento, oyeron que un chico tras la barra gritaba el nombre de Anthony, por lo que este hizo un gesto con sus labios y replicó:

—Si me disculpan... Debo irme, pero ¿sabes, Audrey? Algún día..., me encantaría que salieras conmigo.

A ella las mejillas le ardían; no podía creer lo que Anthony había dicho, pero la sonrisa de este y el semblante sorprendido de Vanessa le confirmó lo que una parte de sí había adivinado desde el primer momento en que conoció a Anthony: algún día, no importaba cuándo, ambos tendrían una cita, y esta vez no dejaría que Darren se la arruinara.

—¡Salir! —exclamó este como si le estuviera leyendo el pensamiento—. ¡Sobre mi cadáver, fíjate!

—Es gracioso que seas tú quien lo dice, ¿sabes? —Darren volvió el rostro en cuanto escuchó la voz de Audrey. Ella lo miraba de reojo, con el ceño fruncido y un mechón de rubio cabello cayendo sobre su frente.

—Lo sé, pero aún no puedo creer que Oliver me haya invitado a su fiesta... Bueno, a mí y a Dominik. Quiero decir... Se la pasa molestándonos a cada momento y de repente le da por ser amable con nosotros —balbuceaba Vanessa sin percatarse de que su amiga se había dirigido a un ser incorpóreo y no a ella—. ¡Ja! ¿Quién diría que Oliver tenía sentimientos?

—¡Eres una grosera! —exclamó Audrey con fingida indignación—. Oliver tiene sentimientos... Que los esconda bajo una gruesa capa de orgullosa actitud masculina es otra cosa. Aunque no me negarás que mientras hablaban hoy por la mañana te miraba de un modo diferente al usual, y eso fue tan... ¿Sexy?

—¿Sexy? —repitieron Vanessa y Darren al unísono, sin embargo la primera se echó a reír.

—¡Sí! Su sonrisa, el brillo en sus ojos, ¡incluso la postura que adoptó era totalmente distinta! Como si hubiera estado deseando hablar contigo toda la mañana.

—¡Tonterías! —discrepó la pelirroja.

—Sí, ¡tonterías! ¡Nadie es más sexy que yo! —Naturalmente eso había provenido de un celoso Darren que fue ignorado olímpicamente por Audrey.

—¿Tonterías? Pero si Oliver es muy sexy. ¡El tipo de todas!

—Pero no el mío —argumentó Vanessa. Había levantado el mentón con orgullo, pero en su rostro se apreciaba cierto rubor carmesí que la dejó en evidencia frente a su amiga.

Aunque las dos empezaron soltando una estruendosa carcajada, de súbito Audrey se detuvo y la mandíbula le cayó al suelo mientras miraba algo atónita sobre el hombro de Vanessa. Su compañera no entendía porqué, hasta que una voz masculina se oyó a su espalda.

—¡Vaya! Es una lástima, nena de papi. —Oliver encaró a la patidifusta Vanessa; después, se arrodilló en el suelo y pasó la yema de su índice sobre la barbilla de la pelirroja—. Pero, ¿sabes qué también es una lástima? —Acercó más su rostro al de ella—. Que Audrey tiene razón: soy el tipo de todas, y solo me bastan unos días para ser también el tuyo.

La pelirroja cerró los ojos.

¿Por qué siempre le pasaban esas cosas a ella?

En cuanto Audrey escuchó que Darren soltaba una risotada estruendosa y Oliver arrastraba una silla para sentarse en el extremo de la mesa que quedaba entre ella y su amiga, le dirigió a Vanessa una sonrisa con el objetivo de ayudarla a menguar el rubor en sus mejillas. Entonces otra serie de pasos se oyeron muy cerca y segundos después James ya se había sentado en el último lugar disponible, sonriendo como todo un conquistador.

—Audrey... ¿No deberíamos irnos ya?

—¿Tan pronto? —exclamó Oliver en dirección a la joven de cabello rojo, con nada menos que sorna en su arrogante voz—. ¡Claro que no! Insisto en que se queden y sigan hablando de lo sexy que soy. Porque soy sexy, ¿no, Vanessa? —Dicho esto, Oliver le acarició la barbilla a la pelirroja y esbozó una nueva curvatura de labios producto del evidente palpitar desbocado de su corazón.

—Me encantaría quedarme a conversar sobre lo tontos que son tú y Miller, pero tengo clase de equitación en... media hora y mi padre me regañará si...

—¿Qué traes aquí? —Como era de esperarse, en lugar de escucharla, Oliver la ignoró y se inclinó para revisar el contenido de las bolsas de compras que había a los pies de la chica. Ella se sonrojó al tiempo que le veía sacar una falda con vuelo de color café oscuro como las que solía usar siempre. Oliver la extendió frente a sus ojos y rió por lo bajo.

—¡Deja eso allí!

Pero él no le hizo caso. En cambio dijo:

—¿En serio? Vanessa, no te ofendas pero... Tienes un cuerpo hermoso, demasiado hermoso como para que te la pases usando esta clase de... ropa.

Ella frunció el ceño.

—Que tu novia se vista como prostituta no significa que todas debamos hacerlo, ¿sabes?

Todos en la mesa abrieron los ojos sorprendidos ante su irónica contestación, sin embargo Oliver se recompuso de inmediato y replicó:

—Sabes que no me refiero a eso. Yo solo... creo que hay millones de prendas que te quedarían mucho mejor. —A continuación extrajo de la bolsa el vestido amarillo canario que tanto a ella como Audrey les había fascinado—. ¡Como esto!

—Yo... Iba a devolverlo mañana.

—¿Por qué querrías hacer eso?

La chica se lo pensó un momento antes de responder:

—Porque te gusta, y porque mi padre se enfadará si me ve usando algo así.

—¡Ja! Es cierto, se me olvidaba que la nena de papi jamás se atrevería a desobedecerlo. ¿No es así? —al recibir un asentimiento de cabeza, Oliver miró de soslayo a James y soltó en un timbre místico, achicando los ojos como si estuviese revelando el mejor guardado de los secretos universales—: pero... les diré algo: a veces, romper las reglas de papá y mamá se siente... indescriptible. ¿No es verdad, James?

—¡Podrías jurarlo, hermano!

—Por cierto, hablando de mi novia... hace días que no la he visto. ¿Ustedes de casualidad no se la han topado?

Ante la sola mención de Paula, Audrey se tensó y bajó la mirada fingiendo estar demasiado concentrada en beberse su frappé, pero en el acto, se atragantó. No encontraba la forma correcta de decirle sutilmente que su novia había estado engañándolo todo ese tiempo, pero tampoco se esforzaba en encontrarla, porque a cierta parte de sí, no le apetecía entrar en conflicto.

Nadie contestó a la pregunta, sin embargo, la expectación podía palparse en el aire.

—Si supiera... —musitó Darren a espaldas de Audrey, recordando con asco el día en que habían descubierto a Paula besándose con el profesor Cade.

En eso, Anthony se acercó nuevamente a la mesa y con toda amabilidad le preguntó a ambas chicas si estaban bien, ignorando por completo a los hombres. Pero cuando Audrey le iba responder, James pasó el brazo tras su cuello de manera posesiva, y esbozó su mejor sonrisa lacónica.

—Están de maravilla, como puedes ver, mesero. Ahora será mejor que te vayas, porque creo que vi a unos recién llegados esperando ansiosos a que alguien les tomara su orden.

Realizando una mueca de desagrado en dirección a James, Anthony lanzó una última ojeada a Audrey, para, posteriormente, marcharse del lugar maldiciendo por lo bajo.

En cuanto lo vieron alejarse, James y Oliver retomaron la conversación con las chicas, no obstante, a Audrey le era casi imposible no perder el hilillo de la conversación debido a los cientos de mensajes que le había enviado a su hermano, los cuales él aún no se había dignado a contestar; pero no solo eran los SMS, sino que las llamadas tampoco las tomaba. Inmediatamente, su teléfono enviaba a buzón.

—Chicos, ¿tienen idea de dónde está mi hermano? No me responde el teléfono. —Audrey estaba irremediablemente preocupada.

—Lo invitamos a venir con nosotros, pero dijo que se sentía mal y se marchó a su casa.

Audrey expandió los ojos sorprendida.

—¿Se sentía mal? ¿Qué le ocurría? —Se vio en la imperiosa necesidad de detenerse antes de acribillar a James a preguntas, pero por dentro, la angustia crecía cada vez más y le nublaba la cabeza, imposibilitándole pensar con claridad.

—No creo que debas alarmarte tanto. Williams no se veía como si fuera a morir. Tan solo... tenía dolor de cabeza. Ahora, ¿por qué no nos relajamos y pedimos un helado para los cuatro?

—¡Exacto! —Oliver exclamó, secundando la moción—. Un helado les vendría bien. Y tú y yo podríamos compartirlo, ¿no te parece, niñita rica?

Al percibir el provocativo modo en que las cejas de Oliver subían y bajaban, Vanessa enrojeció. No sabía si de furia, vergüenza o incomodidad, pero de cualquier manera, no pudo evitar soltar un bufido de molestia al tiempo que susurró por lo bajo un poco comprensible «¡ni en tus sueños!». Pero Oliver no alcanzó a escucharla, ni a burlarse de ella, porque muy a pesar de las súplicas por parte de su amiga, en cuestión de segundos, ambos jóvenes se levantaron de la mesa para dirigirse hacia la barra y regresar minutos después con dos delicioso helados cuyas pintas eran francamente apetecibles.

—Limón con chile y mango para Audrey —musitó James al tiempo que colocaba una gigantesca copa con helado frente a la chica, cuya boca comenzaba a hacerse agua.

—Y chocolate con vainilla, fresa, queso y chispas para la nena de papi —agregó Oliver haciendo lo propio.

Pese a que en un principio Vanessa estuvo recia a caer en la tentación de probar algo que hubiera comprado Oliver, bastaron cinco minutos, y varias provocaciones verbales por parte del muchacho para que, finalmente, sucumbiera a probar lo que más tarde se convirtió en el postre más rico que había comido en su vida. Tan exquisito le resultó, que al poco tiempo ni siquiera estaba prestando atención al hecho de que Oliver había comenzado a tomar cucharadas de la bola de chocolate, así como James lo hacía con el helado de Audrey. Al final, miró con lástima la copa casi vacía, y luego al chico.

—Solo queda poco —le dijo como si fuera una niña pequeña degustando caramelos.

Oliver levantó una ceja y sonrió.

—Todo tuyo, nena de papi.

Transcurrido un tiempo, se dirigieron al aparcamiento del centro comercial y comenzaron a ponerse de acuerdo para regresar a sus casas.

—¿Les parece si yo me encargo de llevar a Audrey a casa y Oliver de la niñita rica? mi Jaguar es demasiado pequeño para los cuatro.

Audrey bien habría podido contradecirlo, pues ella misma había visto dentro del auto a cuatro miembros del equipo de soccer, o más. Pero hasta ella sabía que él estaba solicitando con su forma tan particular de ser, un tiempo a solas, quizá para terminar lo que habían dejado incompleto por culpa del encolerizado fantasma que se encontraba lanzando gruñidos a su lado, justo en ese instante.

Vanessa bufó luego de oír hablar a James.

—¡Ni lo sueñes! Llamaré a Mattheo para que venga por mí, así tu amigo no tendrá que molestarse —refunfuñó enfatizando la palabra «amigo», al tiempo que sacaba el teléfono de su bolsa y marcaba un número.

No obstante, Oliver en seguida se lo arrebató exclamando con socarronería:

—¡Es un plan perfecto, amigo! Además, no es ninguna molestia para mí. —Luego se trepó en su flamante motocicleta negra y le arrojó a Vanessa un casco del mismo color que a duras penas ella atrapó—. ¡Andando!

Dicho lo anterior, sus dos acompañantes se retiraron ocasionando que ambos se quedaran solos en el aparcamiento vacío. Aquella soledad le puso los pelos de punta a Vanessa, pero no fue capaz de demostrarlo frente al joven.

—¿Siempre traes dos cascos? —inquirió ella al ver que no tenía forma de salir libre del embrollo que representaba el quedarse sola con el chico que día tras día de los últimos años le había hecho la vida imposible.

—Uno nunca sabe cuándo tendrá que llevar a una niña hermosa a su casa. —Vanessa se sonrojó tras oír la palabra hermosa y el tono cautivador de Oliver. Hubiera querido responder un educado «gracias» y hacerle un halago al muchacho, pero este la interrumpió antes de que pudiera abrir la boca y dijo—: O en su defecto a una nena de papi.

¡Tonto! —masculló Vanessa indignada.

—No tienes porqué susurrarlo, preciosa. He recibido insultos peores.

Oliver lanzó una carcajada y después echó a andar la moto.

Cuando ella se sostuvo contra su voluntad a la cintura del joven, un escalofrío de emoción la recorrió. Sabía lo indignado que estaría su papá de ver cómo la regla de no subir a motocicletas era ignorada olímpicamente por su hija, pero por un día, no le interesó. Ni tampoco se pasó el camino entero planificando una nueva visita al centro comercial para devolver el vestido amarillo, sino que en su lugar, determinó mentalmente que lo escondería en su mochila al llegar a la escuela el martes, cambiaría su ropa habitual por él, y caminaría cerca de Oliver para que la viera. Sí. Ya estaba imaginando su cara de sorpresa y la de Alex cuando repararan en su nuevo vestuario.

Como si Oliver pudiera leerle el pensamiento, manifestó:

—Olvídate de usar ese jodido vestido el martes.

Aunque sabía que no podía verla, Vanessa frunció el ceño.

—¿Por qué no?

Ya habían llegado a su casa. Oliver aparcó la moto frente a la acera que daba comienzo al camino empedrado de la colina artificial sobre la que se ubicaba el edificio. Se quitó el casco y repuso:

—Porque necesito concentrarme en el juego y no en hacer una lista mental de todos los que te miren para destrozarles la mandíbula al terminar el partido. —Por parte de Vanessa, Oliver recibió una diminuta sonrisa cargada de vergüenza, al tiempo que sus ojos cafés lo miraron fijamente, hipnotizados. El joven le apartó un mechón rojo que le caía encima del ojo derecho y se acercó a ella de modo que solo unos centímetros separaran un rostro del otro—. Sigo sin creer que quieras devolver ese maldito vestido a la tienda, nena de papi. ¿No ves lo fantástico que te sentaría?

A ella el corazón casi se le salía. La cercanía del futbolista de alguna forma se había encargado de arrebatarle el aliento, y cuando miró detenidamente el verde claro de sus ojos, vio que las pupilas se le habían dilatado y sus iris despedían un precioso fulgor que la cautivó.

De repente, ya no estaban a centímetros de distancia, sino a milímetros; Oliver le acariciaba la barbilla con delicadeza, acercándola más a él, y uno podía sentir el aliento del otro, lo cual alarmó a la chica de sobremanera. En su cabeza comenzó a librarse una batalla: había dos partes luchando entre sí, una por alejarlo de un empujón, y la otra por no hacer nada para impedir que él la besara. Siendo honesta consigo misma, Vanessa dedujo que la ganadora sería la segunda parte, porque la verdad era que, aunque odiaba a Oliver con todas sus fuerzas, en ese momento la cólera en su sangre se había esfumado de un modo casi milagroso. Ahora tan solo sentía ansias por sentir la boca de el sobre la suya. A lo mejor aquel fue el motivo de que apoyara las manos sobre los hombros del chico e hiciera un movimiento para indicarle que no podría esperar mucho tiempo antes de que sus piernas flanquearan.

Pero entonces, cuando los sedosos labios de Oliver habían comenzado a acariciar los suyos, este se apartó un poco, y volvió el rostro, acabando con la magia que se percibía en el ambiente.

—No —dijo en un susurro—. No puedo hacerte esto. No a ti.

Ella tragó saliva ligeramente ofendida por el comentario de Oliver.

—Pero... yo quiero esto. De verdad.

Volverse de nuevo para mirarla a los ojos fue su respuesta.

—¿Y crees que yo no?

—Eso parece.

—¡Claro que lo quiero! Pero no así... Vanessa, mírame. —Como lo suponía Oliver, ella había desviado la vista para evitar a toda costa que él viera las lágrimas cayendo por sus mejillas—. ¡Mírame, joder! —suplicó tomando sus manos entre las suyas—. No llores, por favor... Quiero esto más de lo que piensas, pero...

—...No soy tu tipo, ¿cierto? Eso es lo que querías decir.

Un ápice de duda atravesó el rostro afligido de Oliver, y luego un suspiro profundo rompió el silencio.

—Sí... —musitó—. No eres mi tipo.

Por las mejillas de Vanessa comenzaron a rodar lágrimas. No sabía si de rabia, vergüenza o tristeza, pero tampoco le interesaba mucho.

—Tengo que irme —murmuró de nuevo Oliver sin el mayor rastro de pena en su semblante.

El adolescente acababa de tomar el casco dispuesto a subir de nuevo a la moto y alejarse de Vanessa tan rápido como fuera posible, cuando los faros de un vehículo alumbraron el camino sobre el que estaban parados. Acto seguido, el muchacho pudo ver una lujosa limusina negra deteniéndose a tan solo un metro de su motocicleta y, cuando el motor dejó de rugir, la figura diminuta de una pequeña pelirroja asomó por la puerta trasera del auto.

—¡Hola, Vanessa! —gritó la niña con voz aguda al tiempo que agitaba la mano eufóricamente en dirección a la chica, cuyos ojos estaban llorosos y desorbitados. A continuación, se fijó en Oliver y exclamó sorprendida—: ¡Mira, papi. Tenemos visitas!

La niña no esperó a que el chofer le abriera la puerta. En cambio, bajó sola de la limusina y corrió directo hacia el joven, que había abortado la misión de ponerse el casco.

—¡Vaya! ¡Eres muy guapo! —clamó observándolo de pies a cabeza con nada menos que admiración. Este sonrió avergonzado.

—¡Gracias!

—Romina... —habló Vanessa a modo de advertencia, pero la pequeña hizo caso omiso de ella.

—¿Y tú eres su novio?

Ante la indiscreta pregunta, tanto Vanessa como Oliver expandieron los ojos mirándose como si aquel fuera el interrogatorio más vergonzoso de sus vidas.

—Romina, entra a la casa ahora —ordenó la pelirroja. Sin embargo, volvió a pasar totalmente desapercibida.

—¿Pero es tu novio?

—En... en realidad no.

Oliver dibujó una desagradable sonrisa de lado al tiempo que replicaba:

—En realidad sí, nena.

La niña chilló entusiasmada.

—¡¿En serio?! ¿Te besas con ella, la abrazas y le das regalos como en las películas?

—Yo, pues...

—¿Y para su cumpleaños piensas darle un oso de peluche del tamaño de su cuarto?

—Emmm... Bueno...

—¿Sabes qué la haría muy feliz? ¡Un ramo enorme de girasoles! Ella ama los girasoles. ¿Verdad, Vanessa?

Vanessa, mientras tanto, se agachó a la altura de la pequeña, la tomó por los hombros y le dijo:

—Suficiente, Romina. Oliver tiene que ir a descansar y tú mañana debes levantarte temprano, así que anda a tu cuarto y...

Pero Vanessa calló al instante en que vio descender de la limusina al hombres de traje sastre con aspecto estricto que ella solía llamar padre. Su acompañante también lo miró y de forma instintiva apretó con la mano el retrovisor de su motocicleta. No le gustaba nada ese sujeto, y no quería añadir el hecho de que lo estaba mirando directamente a los ojos de modo despectivo y estaba yendo hacia él con su altivo caminar.

—Vaya. Buenas noches, joven —manifestó el hombre en voz alta, clara y altanera, lanzando a Vanessa una mirada tan reprobatoria como la que le regaló a su moto—. Parece que no nos conocemos, ¿cierto?

El chico dubitó un segundo.

—Buenas noches, señor. Soy Oliver Grey. —Extendió el brazo, pero al ver que el hombre frente a él se quedaba inmóvil, volvió a bajarlo.

—Bernard Lawson. Padre de Vanessa y dueño de la casa en las que están parados tú y... esa cosa. —Señaló la moto con asco—. ¿Puedo saber qué hacen tú y mi hija a estas horas de la noche en la entrada de mi hogar?

—Nosotros...

—Oliver me trajo a casa, padre. No hace falta que seas tan descortés con él —articuló su hija, quitándole un peso de encima al pobre muchacho que ya había empalidecido de los nervios.

—En ese caso, disculpa mi actuar tan petulante... ¿Gustarías pasar a cenar algo? Me parece que hoy hay ternera en salsa de naranja.

Oliver frunció el ceño. A pesar de que el padre de Vanessa se había disculpado con él, seguía conservando su despectiva mirada y el timbre receloso en la voz; no hacía falta ser un experto para adivinar que Bernard deseaba verlo lo más alejado posible de su hija, así que, después de tragar saliva, el chico manifestó dubitativo:

—Yo... no lo creo, señor. Mis padres y mi hermana me esperan en mi casa. Debería irme.

Bajo la luz de los farolillos que colgaban de la puerta enrejada, el chico pudo observar la casi imperceptible sonrisa que esbozó el padre de Vanessa cuando dijo:

—¡Qué pena! Pero sí, deberías irte. —Luego se dirigió a su hija al añadir—: tienen cinco minutos para despedirse. Te estaré esperando en mi despacho, Vanessa, porque presiento que debemos discutir cuanto antes las normas que al parecer has olvidado acatar. Con su permiso...

Los cuarenta segundos que transcurrieron desde que el chofer abrió la puerta principal hasta que Romina y el señor Lawson estuvieron subiendo la colina, fueron los cuarenta segundos más eternos en la vida de Oliver; él estaba tenso, pero no mucho más que Vanessa, quien alisaba la parte frontal de su falda con las manos temblorosas que poco después, este atrapó para llevárselas al pecho en un gesto delicado.

—No debiste venir aquí, Oliver —masculló ella con evidente pánico en la voz.

—Te he metido en problemas, ¿verdad? —Un asentimiento de cabeza recibió como contestación—. ¡Cuánto lo lamento! No tenía idea de que tu padre era... así.

Tan estúpido. Arrogante. Altivo. Presuntuoso. En pocas palabras, un imbécil total.

—¿Estarás bien si me marcho? —Oliver ahora estaba más asustado que la propia Vanessa. Incluso ella podía verlo, porque a modo de gesto tranqulizante, ladeó el mechón de cabello que al chico siempre le caía sobre los ojos.

—Con suerte lo llamarán del trabajo improvisadamente y olvidará que debíamos hablar. Ahora debes irte, porque si los cinco minutos pasan y no me ve en su despacho nos irá muy mal a ambos.

—Pero... hay una última cosa que quiero...

—Tengo que irme. ¡Adiós! —exclamó zafándose de su agarre para cruzar la puerta a toda prisa.

—Es que...

—¡Nos vemos mañana!

—Yo solo quiero...

Sin embargo, Oliver dejó de hablar en cuanto reparó en que Vanessa ya estaba demasiado lejos para oírlo. Corría al despacho de su padre sin atreverse a mirar atrás, sin atreverse ni a dedicarle un adiós con las manos.

Entonces, al ver que no tenía caso seguir allí, esperando frente a la ostentosa casa por algo que no iba a ocurrir, dio media vuelta, subió a su moto y se marchó hacia ningún lado en particular, repitiendo en su cabeza una sola pregunta que ya comenzaba a atormentarlo:

¡¿Por qué ella, joder?!

....

Darren y Audrey llegaron a la mansión cuando ya había oscurecido. En ese momento, tras observar al auto rojo de James en la lejanía, Audrey se encontraba abriendo la puerta principal de la casona, apenas pudiendo hacerlo por las bolsas de compra que llevaba en la mano. Al final, cuando le dio un empujón al acero de color negro con su cadera y entró, seguida del fantasma, suspiró en su camino al vestíbulo, mirando embelesada el círculo plateado que lucía regio en lo alto del cielo. Una de las cosas que más amaba era, sin duda alguna, detenerse a observar la luna en ocasiones como esa, cuando su hermosa luz contrastaba enormemente con la penumbra del cielo.

Tras dar unos cuantos pasos, por fin se introdujo en la sala. Dejó las bolsas en el sofá y miró hacia todos lados, adivinando que su hermano se hallaba en casa porque la puerta estaba abierta.

—¿Alex? —preguntó al percibir el silencio que envolvía a la mansión.

—No lo veo por aquí —profirió el fantasma tras dar un recorrido breve por la planta baja—. Debe estar arriba.

De pronto, como si hubiera oído las voces de su ama y el espectro, Chester bajó trotando los escalones a paso eufórico. Pero no era una euforia juguetona, como la que normalmente recibía a Audrey luego de sus pesados días de escuela; en realidad había algo en sus ladridos que alarmó a los dos presentes. El canino parecía a punto de enloquecer. Estaba asustado y miraba continuamente hacia el segundo piso, al tiempo que se volvía para ladrarle a su dueña.

—¿Chester? —balbuceó Audrey inclinándose hacia su cachorro—. ¿Qué te sucede? —Una serie de energéticos ladridos recibió como respuesta.

Posteriormente, su mascota volvió arriba con los mismos pasos apresurados con los que había bajado. Por puro instinto, Darren sintió que debían seguirlo y caminó tras él, con una dubitativa Audrey a su lado.

Cuando ascendieron a la segunda planta, vieron perderse a Chester en el corredor que dirigía a sus habitaciones y lo siguieron.

Tanto Darren como Audrey habían podido jurar que el ambiente aquella noche se percibía tétrico en la casona. Al paso lento en que doblaban el pasillo podría habérsele agregado alguna sombría melodía y el súbito apagar de las luces para rodar la escena perfecta de una película de terror, porque incluso teniendo junto a ella a un verdadero ente paranormal, Audrey sentía el pánico bombeando en su cuello y sus muñecas.

—Dios mío... —susurró Darren al pasar del tiempo, y cuando Audrey siguió su mirada, abrió los ojos con una mezcla de terror, sorpresa y asco ante la simple imagen que la dejó sin aliento.

—¿Pero qué demonios...?

Audrey estuvo recia a creerlo por un momento bastante largo, pero cuando se agachó y puso sus yemas sobre el líquido que manchaba la hermosa alfombra en el suelo, la repulsión se hizo parte de ella. Ese viscoso fluido era, sin duda alguna sangre. Pero no era solo sangre, sino un camino que se formaba con ella, y que, gota a gota, conducía a un único lugar: la habitación de Alex.

Imágenes de los más macabros acontecimientos se agolparon en la cabeza de la chica, nublándole la vista, empañando sus ojos con las lágrimas que habían salido de lo más profundo de su ser.

No podía haberle pasado nada. No a Alex.

Deduciendo que ella se había quedado en shock gracias a lo desorbitado de sus ojos verdes, Darren clamó el nombre de la muchacha varias veces, con los ladridos de Chester interrumpiéndolo cada dos por tres, pero al fin, luego de incontables minutos de tensión, Audrey levantó la vista, se puso de pie y recorrió a prisa los metros que le faltaban para llegar al cuarto de su hermano mayor, mientras lo llamaba a voz de grito.

—¡Alex! ¡Alex, abre la puerta! ¡Alex, por favor! —suplicaba deseando retener el llanto que ya comenzaba a ahogarle la voz. Simultáneamente, giraba el picaporte luchando por entrar a la recámara, pero este no cedía. De hecho, si no hubiera sido por los poderes de los que el fantasma hizo uso, la perilla no hubiera girado, revelando así, la perturbadora escena que Audrey no había visto nunca ni en el peor de sus sueños. Aquella que le arrancó un grito desde lo más profundo de la garganta, para luego vomitar sin ningún reparo sobre la alfombra en el suelo de la habitación.

—Mierda... —musitó Darren sin poder dar crédito a lo que sus ojos veían.

Alex se encontraba frente al espejo de su tocador, sin camisa, mirando fijamente a su duplicado, sin mover ni una pestaña.

Pero eso no era lo alarmante. Sino el hecho de que una serie de plumas amarillas se encontraban regadas a lo largo y ancho de la habitación. Además, claro, de que el chico empuñaba un filoso cuchillo para trozar verduras en una mano, mientras que en la otra...

—¡Joder! —eso había provenido de Darren, justo después de contemplar con horror el cuerpo cercenado del pollito que le había regalado Roberto a Alex días atrás.

El pobre animal no tenía cabeza, tan solo un hilillo de sangre que le corría por el pescuezo y atravesaba la muñeca de Alex, mismo que aún seguía de pie, sosteniendo el arma con firmeza y susurrando palabras ininteligibles a su reflejo.

Darren avistó a la chica caminando hacia allí. Sintió la repulsión en ella, las ganas de volver otra vez el estómago, y corrió en su dirección dispuesto a materializarse y atraparla en caso de que se desmayara.

Pero eso no pasó.

Audrey, haciendo caso omiso al asco que empezaba a revolver su estómago, tomó a Alex por los hombros, cerró los ojos y comenzó a sacudirlos repitiendo su nombre.

Una. Dos veces. Diez veces. Darren y Audrey perdieron la cuenta de todas las veces que ella pronunció el nombre de su hermano hasta que este por fin parpadeó confundido, escudriñando la instalación, y expandiendo los ojos al ver el cuerpo decapitado de su mascota, así como a su hermana sollozando su nombre.

—¿Au... Audrey? —jadeó, a lo que ella levantó la cabeza de su hombro y lo miró con los ojos más rojos que verdes—. Yo... ¿Yo hice esto? —recibió un asentimiento de cabeza como contestación—. Lo siento tanto...

Entonces, Audrey lo miró de un modo completamente inexpresivo, le tomó las mejillas entre sus manos con cierta frialdad, y en contraste a ella, le dijo con voz cálida:

—Hay algo mal contigo, Graham.

En lugar de mostrarse furioso por la mención de su segundo nombre, Alexander bajó la cabeza, de modo que su mirada se topó con la sangre en el suelo, y tan solo masculló un bajo:

—Lo sé.

....

Audrey miró a través de la ventana de la camioneta el tráfico que les impedía a ella y Alex llegar a la escuela. Estaban casi a dos cuadras del colegio, pero Leonard ya llevaba al menos media hora esperando avanzar aunque fuera unos centímetros más, porque hasta ese momento el tráfico se había quedado varado haciendo sonar varias bocinas a la vez.

—¿Pero qué rayos habrá pasado? —inquirió Marie aplicando un poco de polvo en sus mejillas—. ¡Hace tiempo que no nos movemos!

—No tengo idea, pero faltan diez minutos para que entren —sentenció el señor Williams mirando su reloj con preocupación—. Marie, ¿querrías llevarlos a la escuela, por favor?

—Claro. Chicos, tomen sus cosas, para...

Sin embargo, en ese momento, vieron a Charly Roberts y Kyle Bower caminando hacia la camioneta con el ceño fruncido en sus rostros; Alex descendió el cristal de su ventana y los miró, alarmado, sintiendo que había algo mal allí.

—¿Chicos? ¿Todo bien? —preguntó desconcertado, no sabiendo si deseaba oír o no la respuesta.

—No. Nada está bien —contestó Charly con un tono de dureza que jamás había utilizado. Luego Kyle añadió:

—Afuera del colegio hay un montón de policías. Han colocado cintas amarillas por doquier y no nos dejan pasar. No sé qué está ocurriendo.

Aquello pareció llamar la atención de los señores Williams, porque Leonard levantó la cabeza de inmediato en dirección a los futbolistas, mientras que su esposa dejó de maquillarse para mostrar una aterrada mueca en su bello rostro.

—Anda a dejar a los niños, Marie. Los alcanzo en un momento —ordenó impasible Leonard. Sus hijos bajaron de inmediato de la camioneta y se colgaron las mochilas al hombro, mientras que Darren cruzó la puerta por la que ellos habían salido y alcanzó a Audrey en dos largas zancadas.

Acto seguido, los hermanos, junto a su madre y los otros dos chicos corrieron la distancia que les faltaba hacia el instituto, de forma que se percataron en que no eran los únicos haciendo eso.

Cuando llegaron a su destino, observaron con angustia que Kyle y Charly tenían razón: no menos de quince policías habían terminado de acordonar los alrededores de la escuela. La puerta principal se encontraba cerrada y los miembros del cuerpo de seguridad impedían terminantemente el paso a cualquier alumno del colegio. Los alejaban tomándolos por los brazos de vuelta hacia el lugar detrás de las cintas amarillas donde todos los demás chicos se habían apiñado, sin siquiera ofrecerles una explicación.

—¿Pero qué diablos...? —susurró Darren. Después paseó la mirada a través de los adolescentes amontonados bajo el intenso sol de aquella tarde, hasta que sus ojos dieron con la visión de una cabellera roja y otra castaña, situadas casi a mitad del gentío—. ¡Audrey, mira! Son Vanessa y Dominik.

Con todo el escándalo que actuaba como un efectivo distractor para Alex, su madre y los chicos, Audrey pudo seguir la mirada de Darren directo hacia donde este le indicaba. Y cuando ubicó a sus amigos dándole la espalda, maniobró durante varios minutos seguidos hasta que llegó a ellos y apoyó las manos en sus hombros para llamar su atención.

Vanessa y Dominik giraron hacia ella. Al reconocerla, lo primero que hicieron fue situarla en medio de ellos, y después miraron hacia delante con pesadez, con inquietud.

—Chicos, ¿qué es lo que pasa?

Pero, más tarde, Audrey deseó no haber preguntado aquello, porque tras unos segundos, Dominik se volvió a ella, con los ojos azules cargados de zozobra, y pronunció como si fuera una sentencia de muerte en la silla eléctrica:

—Dragony ha desaparecido.

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