Capítulo 13
Audrey entró a la mansión ignorando a propósito los constantes llamados de Darren. Él sabía que ella estaba enojada por haber estropeado su beso con James, de quien minutos antes había tenido la necesidad de escapar avergonzada, con las mejillas coloreadas de un intenso carmesí, y ahora, la simple forma en que la joven huía de él, lo hacía sentir culpable, así como también estúpido y extremadamente avergonzado de su actitud tan egoísta.
—Nunca debí mencionar lo de hace unas horas... —susurró para sí mismo al verla atravesar la puerta de la mansión, refiriéndose al momento en que había hecho incapié a un posible acto sexual entre ambos.
Y lo decía porque, desde el momento en que hubo observado el pudor en los ojos de Audrey, la mente se le nubló con imágenes de ambos tendidos en una cama, entregándose al amor que no había entre ellos. Además, al ver a su amiga tan cerca del cretino de James, una oleada de celos comenzó a recorrer cada poro de su piel —si es que eso era posible—, haciéndolo apretar los puños. Y para cuando se dio cuenta, ya había usado sus poderes para encender la radio y hacer sonar una melodía de rock que se encargó de sobresaltar a los individuos frente a él.
—¡Soy un idiota!
Por otro lado, cuando Audrey entró al vestíbulo, lo primero con lo que se topó fue con Alex sentado en el sofá, con una bolsa de frituras entre las manos, el cual se levantó apenas ver a la chica cruzar el umbral de la puerta.
—Audrey, yo...
—Solo te lo voy a preguntar una vez, Graham —comenzó a decir, enfadada, lanzando fuego a través de sus palabras—. ¿Por qué interrumpiste mi cita con James? ¡Todo entre nosotros iba tan bien, y de repente apareces tú con tus... tonterías! —Darren, que había cruzado la puerta tras ella, se quedó inerte en el suelo, sabiendo que de cierta forma, las palabras de Audrey iban también para él.
Alex agachó la cabeza.
—Necesitaba pedirte disculpas por...
—¡Podías haberlo hecho más tarde!
Pero él negó rápidamente.
—Hay algo que debo decirte, y no podía esperar demasiado. Además... necesito que me acompañes al Gran Hotel para ver a papá. —Un minuto de silencio acompañado de su dulce y suplicante mirada—. ¿Vienes?
....
—A ver si entiendo todo —repitió Audrey por undécima vez con incredulidad—. ¿Dices que viste el momento exacto en que ocurrió el asesinato del que todo mundo habla?
Alex asintió.
—Sí, pero no en situaciones normales —admitió—. No me escapé de casa ni me topé con la escena por casualidad. Yo... lo vi... en mis sueños. —Suspiró, pasando una mano sobre su cabello castaño, mientras Darren y Audrey se echaban una mirada fugaz para no llamar la atención de la gente que caminaba por la calle—. Pensé que solo había sido una horrible pesadilla pero... imagina lo que sentí cuando vi que toda la escuela hablaba de eso.
—Eso debió haber sido un fuerte golpe para ti. Aunque sigo sin entender qué tenía que ver yo en todo este asunto. Digo..., sé que probablemente aquello te causó una gran conmoción, sin embargo no lo considero un motivo suficiente como para excusar tu comportamiento tan violento.
—Respecto a eso... lo siento mucho. Creo que he estado bajo mucha presión últimamente, y actué sin pensar —admitió cabizbajo—. En verdad lo lamento.
Audrey colocó una mano en su hombro para detenerlo de dar un paso más.
—No hay problema, Alex. Solo evita tratarme así a menos que te dé motivos para hacerlo, ¿de acuerdo?
Alex asintió, y acto seguido, las puertas dobles de el Gran Hotel Central se alzaron ante ellos después de una larga caminata.
En cuanto el guardia que custodiaba la puerta por donde entraban los autos reparó en Alex, le sonrió saludándolo con una respetable inclinación de cabeza, como si él representara alguna clase de segundo al mando del hotel. Misma que el chico le correspondió añadiendo una sonrisa de oreja a oreja para después presentar a Audrey como su hermana y pasar al hotel tras el permiso del guardia, que se mostró feliz de recibirlos.
Al poner un pie en el Lobby del hotel, Audrey pudo contemplar con asombro lo atestadas que estaban las inmediaciones a causa del centenar de individuos que se apiñaban en la recepción deseando reservar las mejores habitaciones para tener un lugar dónde dormir durante las futuras fiestas decembrinas; los gerentes iban de un lado a otro gritando indicaciones a los empleados, que no estaban mucho menos movidos que ellos. Había hombres con traje peleando por el Pen House más bonito y niños traviesos corriendo por los alrededores. Pero Audrey no podía localizar a Leonard en medio de todo el barullo, por lo que supuso que Alex estaba en lo cierto al conjeturar que debían buscarlo en su oficina.
Uno al lado de otro, los hermanos recorrieron el pasillo junto a las escaleras que llevaban al segundo piso y se detuvieron ante la puerta blanca cuya placa tenía pulcramente escrito el nombre de Leonard. Alexander dio un par de golpes quedos con los nudillos, y posteriormente, una muy atractiva Monique los recibió poniendo su mejor sonrisa seductora en dirección al mayor de los hermanos, mientras que Audrey la miró con los ojos entrecerrados, acusadoramente.
—Monsieur Leonard, tiene visitas —anunció con el acento francés que tan irritante le parecía a Audrey. Por su parte, Leonard levantó en seguida la cabeza de los documentos que analizaba en su escritorio y sonrió de oreja a oreja al divisar a sus hijos en el marco de la puerta.
—¡Niños! ¿Qué hacen aquí?
—¿Podemos sentarnos? —preguntó Audrey dubitativa, a lo que su padre abrió rápidamente el par de asientos destinados a cualquiera que lo visitara en su despacho.
—Monique, ¿podrías dejarnos solos? —pidió amablemente el señor Williams, a lo que ella asintió para luego retirarse cerrando la puerta a su espalda—. ¿Y bien? —Los miró a ambos, y estos a su vez intercambiaron una mirada simultánea preguntándose en silencio quién sería el primero en tomar la palabra. Al final Alex se aclaró la garganta y dijo:
—Bien, papá... Como verás, mi equipo ganó el primer partido de la temporada. —Leonard asintió. Era difícil no olvidarlo cuando, apenas estuvo enterado de la victoria de su hijo, corrió a comprarle un caro balón como premio por su excelente desempeño—. La cuestión es... Cada que los Black Dragons ganan un juego, según me explicó James, uno de ellos tiene que organizar una fiesta en su casa. —Entre la mirada acusadora de Audrey y la enigmática de su padre, Alex no sabía cómo continuar—. Pe... pero la fiesta le toca a Oliver. Yo, por ser novato, solo debo organizar una pequeña reunión en casa para los miembros del equipo, y he venido a pedir tu autorización para realizarla en la mansión.
Leonard carraspeó.
—Entonces, se supone que la reunión es...
Mirando para otro lado, Alexander musitó:
—Mañana...
El señor Williams lo miró con los ojos entrecerrados y una pequeña curvatura de labios. Alex creía que de ninguna manera le permitiría llevar a cabo la reunión en la casona, haciéndolo ver como un perdedor ante James. Por eso, cuando su padre lanzó una risita, levantó la cabeza sorprendido al tiempo que lo oía decir:
—Haz una lista de todo lo que necesitas, entrégasela a Monique y me aseguraré de que lo tengas mañana mismo. Y ya que tu hermana te acompañó hasta aquí, que también asistan sus amigos. —Audrey asintió entre sorprendida y entusiasmada con la idea de que Dominik y Vanessa la visitaran—. Espero no ser el único que tiene hambre aquí. Veamos... ¿Alguien quiere pollo frito?
Como era de esperarse, Alex alzó la mano de inmediato, por lo que Leonard se puso la chaqueta y salió con su hijo siguiéndolo por detrás, mientras que Audrey pidió que le dieran un segundo antes de alcanzarlos. También tenía hambre, y también quería irse ya. No obstante, aún le quedaba un asunto por arreglar, de manera que ya sin su familia presente, se volvió hacia Darren con el ceño fruncido y profesó:
—¿Por qué?
No necesitaba realizar una pregunta compleja, porque Darren sabía exactamente a lo que se estaba refiriendo.
—Yo... Audrey, lo siento. Soy un idiota.
—Sí, no voy a discutirte eso. —Se cruzó de brazos frente a él al tiempo que ponía los ojos en blanco—. ¿Por qué arruinaste mi beso con James? No ganabas nada haciéndolo, ¿o sí?
Darren no contestó de inmediato. Estaba concentrado en buscar una excusa creíble para su comportamiento, porque si había algo seguro, era que no le diría a Audrey que los celos lo habían invadido viendo la cercanía que sus labios habían tomado con los de James. Todo menos eso.
—Fue un accidente —manifestó lo primero que se le vino a su colapsada mente—. En ocasiones no controlo mis poderes.
Audrey rió de modo irónico, acercándose tanto a él, que en un parpadeo ya estaban cara a cara, Darren con el temor de que ella fuera a golpearlo de un momento a otro y su puño —para nada liviano—, en lugar de atravesarlo, lo hiciera caer al suelo inconsciente.
—¡Ya parece que te voy a estar creyendo eso, Gasparín! —Le dio la espalda inclinando un poco la cabeza hacia abajo—. ¿Es que no lo entiendes? ¡Yo solo quiero ser normal, hacer cosas normales! —En un principio, el timbre en su voz pareció extraño, mas unos segundos después, Darren, con gran pesadumbre, pudo darse cuenta de que la chica estaba a punto de llorar—. Esto... esto no es fácil para mí, ¿sabes?
El joven se mordió el labio, sintiendo el peso de la culpabilidad cerniéndose sobre él cuando Audrey lo encaró con los ojos verdes empañados de lágrimas que él deseó poder limpiar con las yemas de sus dedos en el momento en que comenzaron a resbalar por sus mejillas.
—Audrey... —susurró. Alargó el brazo para tocarla, y sintió un dolor punzante en el pecho —imaginario, quizá— cuando su extremidad la traspasó. Jamás se había sentido tan desdichado de ser un fantasma como hasta entonces—. Lo lamento mucho... Jamás me había puesto a pensar en lo difícil que debe resultarte ver cosas que nadie más ve. No te culpo si buscas un poco de normalidad en tu vida.
Darren hizo memoria de cada día que había pasado con Audrey hasta la fecha y cayó en cuenta de que solamente una vez más ella se había mostrado débil en su presencia. Incluso el día en que lo conoció había permanecido fuerte, inasustable, manteniendo una postura de la que ninguna chica de su edad podría alardear. Y el peso de su culpa aumentó considerablemente, porque supo que aquel carácter fuerte era el que transformaba a Audrey en la chica más valiosa del mundo.
Pensando en lo anterior, Darren no lo meditó dos veces. Inclinó su rostro hacia el de ella, con los labios muy próximos a su boca, y musitó:
—No quiero decepcionarte, pero desde el momento en que te salvé de las sombras por primera vez, tú ya no eres normal.
Audrey sintió una ráfaga de viento casi imperceptible rozarle la piel de las mejillas y secarle las lágrimas de forma casi mágica. Quiso pensar en que aquello podría pasar fácilmente como un fantasmal contacto de la mano de Darren sobre su piel, y la sola idea la incitó a sonreír.
—Lo sé. —masculló. La sangre en las venas se le había enfriado, razón por la que al alzar la mirada hacia los grisáceos ojos del fantasma, ya no se sentía furiosa por no haber podido besar a James horas atrás. De hecho, una parte de ella se sentía aliviada, aunque no sabía porqué.
A continuación, el ruido de pasos acercándose por el corredor hizo añicos el silencio y los sacó de su ensimismamiento, obligándolos a separarse de inmediato.
—Debemos irnos o mi papá se preocupará —susurró la chica odiando a la persona que se había atrevido a arrebatarles aquel pequeño instante de intimidad que casi se había sentido como un lujo—. Andando.
Entonces, se alejó de la oficina seguida por el fantasma que, secretamente, la miraba con un brillo de admiración en los ojos grises, creyendo que no existía una persona más hábil para cargar con la responsabilidad de enfrentarse a seres antinaturales que la rubia de ojos verdes que había tenido la suerte de conocer.
....
En punto de las cuatro de la tarde del día siguiente, James y los demás miembros del equipo arribaban a la casa de Audrey, donde la música ya podía oírse desde varios metros de distancia y, como buenos amigos que eran, Dominik y Vanessa habían terminado de preparar la mesa de botanas que habían situado en la sala por orden de Alex. Incluso Dragony estaba allí, algo desorientada pero ayudando de todas formas, cosa que tenía contenta a Audrey considerando que en un principio su compañera de castigo se había negado a asistir a la reunión argumentando que su casa estaba muy lejos de allí.
Además del equipo de soccer y los amigos de Audrey, también se habían hecho presentes Mariana y Abril, la cual no paraba de lanzar desdeñosas miradas a Dominik, mismas que él le devolvía con algo más que desafío en los ojos azules.
Una. Dos. Tres copas de tequila se habían bebido los del equipo antes de que James se situara de pie en mitad de la sala y su voz se alzara sobre las demás diciendo:
—¡Bien! Ahora todos reúnanse. Es hora de jugar verdad o reto. Y sí. Cuando digo todos, también me refiero a ustedes. —Señaló las escaleras, que era donde estaban sentados Audrey, Vanessa, Dominik y Dragony charlando animadamente.
—Ehhhh... No, gracias. Creo que así estamos bien —declaró la pelirroja, pero James chasqueó la lengua en respuesta.
—¡Tonterías! Ahora vengan a jugar.
Tras una amenazante mirada del castaño, Vanessa frunció los labios y Dominik puso la mirada en blanco al tiempo que mascullaba:
—¡Esto es ridículo!
Luego todos se sentaron en círculo alrededor de James, y más tarde este se incorporó al grupo quedando junto a Audrey, cosa que enloqueció a Darren, quien también estaba presente, sentado justo detrás de la chica.
—¡Ya me extrañaba que no aprovechara la oportunidad de coquetear contigo! —clamó, obligando a Audrey a ahogar una risa.
—Vale, pues yo empiezo —profesó James mirando a todos en la sala con una sonrisa socarrona—. ¡Niñita pelirroja! ¿Verdad o reto?
Vanessa contuvo el impulso de rodar la mirada y dijo:
—Mi nombre es Vanessa, James. Y elijo... ¿reto?
James soltó una carcajada e intercambió una mirada extraña con Kyle, que se encontraba al otro lado del círculo.
—Por temor a ser demandado por tu papi el mafioso si te pido que hagas algo peligroso, te reto a sentarte durante el resto del juego junto a mi buen amigo Kyle.
—¡¿Qué?! —exclamó Vanessa con los ojos abiertos de par en par, sin querer creer que lo que había oído fuera real.
—¡Sí! Ve y siéntate junto a Kyle. No debe ser tan difícil que lo comprendas, ¿o sí?
Intercambiando con Audrey una mirada de desconcierto, Vanessa se levantó con delicadeza y caminó horrorizada hacia el rubio de ojos azules, cuyas manos juguetonas ya esperaban por ella para incomodarla.
Después de que Vanessa hubo cumplido su reto, tocó el turno a Charly Roberts de continuar con el juego. Este sonrió encantado en dirección a Dominik y dijo:
—Parker, ¿verdad o reto?
Dominik permaneció imperturbable por un minuto.
—Verdad —decidió anticipándose a cualquier burla por parte del futbolista, pero este, al ser uno de los menos petulantes del equipo, tan solo le dedicó una mirada curiosa de ceño fruncido y le dijo:
—He de deducir (y espero no estar equivocado) que en algún momento llegaste a tener novia...
—En algún momento, tú lo has dicho.
—¡Qué bien! Porque mi pregunta es: ¿qué podría hacer que regresarás con tu ex?
Maravillados ante el cuestionamiento, todos los presentes guardaron un silencio cavernal en espera de su contestación. Por otro lado, Dominik tragó saliva sonoramente y se mordió el labio azogado antes de replicar:
—El hecho de que aceptara la culpa de las cosas erróneas que hizo en vez de darme excusas ridículas podría hacer que lo nuestro volviera a funcionar. Eso es seguro.
Otra vez reinó en la sala un silencio espectral, gracias al que se pudo oír un carraspeo de origen desconocido al que nadie prestó atención.
Posteriormente, hubo al menos una docena de rondas más en las que Oliver tuvo que cepillarle los dientes a Abril, Mariana marcó un teléfono al azar para decir con voz de ultratumba un macabro «¡El fin está cerca!», James comió una cucharada de crema batida, Audrey afirmó que alguien dentro de aquella habitación le atraía, con lo que todos dieron por hecho que se refería a James —aunque ella no estaba muy segura de eso—, Abril le quitó la camisa a Kyle para escribir con un marcador la frase soy idiota a mucha honra, y Alex confesó que había perdido la virginidad a los dieciséis, hasta que nuevamente tocó el turno a Dominik de cumplir un reto que le impodría James.
—Bien, bien, veamos... —tarareó James—. Patético costal de harina, ¿qué eliges: verdad o reto?
Dominik levantó la mirada hacia él.
—Verdad, pero exijo que te esfuerces en hacerme una pregunta creativa. Utiliza un poco el cerebro, ¿quieres? —Las palabras de Dominik estaban llenas de presunción. Audrey debía admitir que, aunque el muchacho no solía hablar así, el timbre venenoso de su voz se oía auténtico, como si llevase años practicando para pronunciar aquella frase. E incluso su mirada se percibía fría y calculadora.
—Okey, cerebrito. No hacía falta tu intento barato de intimidación hacia mí. —James se pasó los dedos por la barbilla pensando—. ¿Estás listo? Mi pregunta es... —todos se inclinaron hacia delante con expectación—. ¿Eres gay?
Vanessa, Audrey, Dragony e incluso Darren retuvieron un grito. Mientras tanto el joven puso los ojos en blanco.
—Primero: usa el término «homosexual», ¿quieres? Gay es una expresión ofensiva y denigrante.
—Sí, sí. Dícelo a quien le interese —replicó el futbolista tajante.
—Segundo: Miller, no porque yo no vaya por ahí tirándome a cuanta chica se me cruce por en frente como tú significa que me gusten los hombres.
—¿Es que acaso se te olvida que tu amiguita pelirroja es lo más cercano a una relación que te hayamos conocido?
—¡Por favor, Miller! ¡No todo gira en torno a con cuántas chicas nos acostamos! —gritó a su vez Dominik con los brazos extendidos—. Yo sí tengo escrúpulos, aunque dudo siquiera de que sepas a qué me estoy refiriendo.
James iba a replicar a voz de gritos algo para continuar la discusión, sin embargo, Kyle intercedió y luchó durante un minuto para hacer que guardaran silencio. Una vez que nadie habló, él se dirigió al amigo de Audrey.
—¿Sabes, Parker? Olvidemos que James ha desperdiciado su oportunidad de ridiculizarte por su estúpido deseo de saber si eres gay o no... Sí. Dije gay. No pongas esa cara. ¿Por qué no mejor me dices de dónde conoces a Morgan Phillips? —Todos, incluso Dominik, contuvieron la respiración al instante—. Sí, Parker. Te vimos hablando con él y sus amigos después del partido el lunes. ¿Hay alguna conexión entre tú y él?
Cada pequeña mirada de la sala fue a parar hacia Dominik, que permanecía imperturbable, con los labios apretados en una línea.
—Nada que sea de tu incumbencia, Bower.
Kyle le lanzó una mirada victoriosa.
—De acuerdo, no me lo digas si quieres, pero entonces, te reto a quitarte la camisa aquí, frente a todos nosotros, y mostrar ese atlético torso que te has encargado de cuidar con una sana alimentación a base de libros, computadoras y todas esas ridiculeces que cargan las ratas de biblioteca como tú. —Kyle levantó una ceja con actitud lacónica—. ¡Anda!
Audrey miró a Dominik mientras este estaba distraído, cavilando en sus pensamientos. Sabía perfectamente porqué vacilaba a la hora de quitarse la camisa, —de hecho sus dedos pálidos apenas habían empezado a desabrochar un botón—. Los rasguños, las cortadas y lesiones en sus brazos le darían un motivo más a James y Oliver para burlarse de él, sin mencionar que dejaría horrorizados a todos los presentes sin excepción. Por eso mismo, ella comprendió el hecho de que, a último minuto, su compañero explicara:
—Morgan y yo fuimos juntos a la escuela en el pasado. El lunes solo... me vio y quiso saludarme, presentarme con sus amigos, ya sabes... lo usual cuando le caes bien a la gente.
Pero mientras todos olvidaron el asunto y se dispersaron por la casa unos minutos después, Audrey se rehusó a dejar el tema a un lado, por lo que apenas vio a su amigo colocándose la chaqueta con el fin de marcharse y supo que todos estaban lo suficientemente lejos como para oírlos, bajó corriendo la escalinata y se apresuró a estar detrás de él para luego soltar:
—¿En dónde está ahora?
Bien. Era para admitirse que no había peor forma de comenzar un interrogatorio. Audrey lo supo por la cara de desconcierto de Dominik.
—¿Disculpa?
Ella puso los ojos en blanco.
—Hablo de Morgan. Necesito verlo, y sé que sabes dónde está.
—No tengo idea, Audrey —admitió Dominik—. La última vez que hablamos fue el lunes después del partido.
Todo el tiempo, Audrey había sabido que algo no encajaba en esa historia, pero le tomó tiempo darse cuenta de lo que era.
—Pero después del partido él estaba... —Inconsciente, quería añadir. Mas no lo hizo porque supo que aquello solo supondría tener que buscar una explicación lógica para cuando su amigo le preguntara cómo lo sabía. Por eso fue que se calló y retrocedió lentamente, asimilando su descubrimiento—. Yo... necesito hablar con él. —Ahora que había descurbierto que Dominik y Morgan se conocían, podría quedarse tranquila a sabiendas de que al menos alguien podría guiarla hasta él—. Si lo ves, Dom, dile que en verdad necesito hablar con él.
Dominik asintió comprensivo.
—Se lo diré, descuida.
Acto seguido, dio media vuelta y se marchó.
....
Empezaba a hacerse noche, cuando a causa de beberse la mitad de una botella de cerveza, a Oliver comenzaba a nublársele la vista y por consecuencia, decidió dejar al equipo un momento para salir al patio y tomar aire fresco; esa tarde, el viento frió calaba en su rostro, meciéndole el cabello castaño, así como las hojas del roble que se alzaba frente al balcón de Audrey.
Recargó la espalda en la pared, cruzó los brazos y cerró los ojos. Lo único que podía oírse era el barullo que había en el interior de la casona. —Música a todo volumen, risas estruendosas, gritos, y más—. Poco a poco, comenzaba a sentir que la calma inundaba cada parte de su ser, pero no bien habían transcurrido cinco o seis minutos, cuando una voz angustiada llegó hasta sus oídos.
—¿Qué? ¿Cómo que Matt no vendrá, padre? La reunión casi termina, y yo... —Por el minuto de silencio que hubo, Oliver sospechó que la dueña de la voz estaba hablando por teléfono—. ¡Disculpa! Es que los padres de Audrey aún no llegan. No hay forma de que pueda regresar a casa. —Más silencio—. Bien, bien. Llamaré para preguntar. Buenas noches, padre... Yo también te quiero.
Vanessa soltó un gruñido al tiempo que colgaba la llamada en su móvil; Oliver podía observar desde la oscuridad su cabellera roja resplandeciendo bajo las miles de estrellas en el cielo. A pesar de que estaba justo a su espalda, ella no lo notó sino hasta el momento en que este habló diciéndole:
—¿Qué haces aquí, nena de papi? La fiesta es adentro, solo por si te perdiste.
Después de sobresaltarse, la joven lo miró exasperada.
—¿Es que no puedo tener ni un minuto de paz aquí afuera? ¡Vete y déjame sola, Grey!
Oliver advirtió la desesperación en su rostro, y por algún extraño motivo que ni él conocía, su cara pasó de ser irónica a ser seria, al igual que el timbre en su voz cuando, en tono bajo, se dirigió a ella.
—¿Todo bien?
La pelirroja levantó la cara, y entonces Oliver pudo contemplar con pesadez las lágrimas agolpadas en el café de sus ojos.
—Mi padre llamó hace un momento —explicó de mala gana—, dice que nadie podrá pasar por mí. No tengo idea de cómo llamar un taxi, Dominik ya se fue, no quiero pedirle alojamiento a Audrey porque Dragony ya se quedará en la casona, los señores Williams no están aquí, y como podrás ver, no tengo forma de llegar a mi casa. ¿Quieres reírte? ¡Perfecto. Hazlo! No me importa.
Pero contrario a la reacción que Vanessa creía que Oliver tendría, este se quitó la chaqueta para ponérsela sobre los hombros sin atisbo de broma en el rostro.
—Puedo llevarte... si quieres.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué quieres a cambio?
Como respuesta, Oliver lanzó una carcajada.
—¡Oye! No trataba de obtener nada. Solo quería hacerte un favor.
—¿Esperas que crea que de repente te ha dado por ser bueno conmigo así como así? Seguro que planeas matarme y dejarme tirada por allí, en algún lugar donde nadie me encuentre.
Oliver volvió a reír.
—Sí, claro. Como soy experto en asesinar personas y esconder sus cadáveres... —se burló, mas al final su semblante cambió de nuevo—. No, en serio. Mi moto está allá afuera, y yo estaba a punto de irme. —Dubitó—. Si tú quieres...
A Vanessa le daba cada vez más la impresión de que el joven no bromeaba, y la verdad era que ella estaba tan desesperada por llegar a casa antes de que su padre la llamara insistentemente como solía hacerlo siempre, que no se dio el tiempo de cuestionar las supuestas «buenas intenciones» del joven que no hacía nada más que molestarla día tras día, por lo que asintió con la cabeza al tiempo que decía:
—De acuerdo. Por hoy confiaré en ti.
—Sabia decisión, nena de papi.
Ella bufó.
—Solo deja de llamarme nena de papi, ¿quieres?
Como contestación, él chasqueó la lengua.
—Voy a pensarlo, aunque no te aseguro nada.
Fue así que, tras haberse despedido de Audrey contándole la noticia de que Oliver la llevaría a casa, —al principio su amiga creyó que era una broma, incluso aunque insistió en ello durante varios minutos—, y de haber mirado con recelo a Alexander bajando la escalinata con Mariana a su lado, la joven alcanzó al chico en el jardín de la mansión, no muy segura de que fuese tan buena idea lo de fiarse de él siquiera un poco. Audrey pudo oír el motor de la motocicleta rugir al otro lado del portón principal, y solo pudo quedarse tranquila cuando el ruido se hubo alejado, veinte segundos después.
Entonces, se volvió hacia su compañera de castigo, con una sonrisa abierta en el rostro; solo la había convencido de asistir a la reunión como invitada suya ofreciéndole uno de los cuartos de huéspedes.
—¿Quieres que te muestre tu habitación, Dragony? —le inquirió tras recoger las últimas cajas de pizza vacías que se habían quedado en la sala.
—¡Claro! —concordó ella.
Acto seguido, Audrey la dirigió al segundo piso sin percatarse de lo mucho que tardaba Dragony en alcanzarla puesto que no paraba de admirar cada diminuto detalle con el que se topaba a lo largo de su recorrido.
Las lámparas de araña, la alfombra roja adornada con fino hilo de oro, la reluciente barandilla de la escalinata..., cualquiera habría sido incapaz de cerrar la boca al admirar aquello, y por supuesto, ella no era la excepción.
—Es aquí —indicó Audrey abriendo la última puerta del corredor en el que se ubicaban su habitación y la de Alex.
Aunque era mucho más pequeña que las que ocupaban los Williams, al parecer su amplio tamaño y los finos muebles con los que estaba decorada habían bastado para impresionar a la chica.
—¿Segura que a tus padres no les molesta que me quede?
Audrey negó rápidamente con un gesto de cabeza.
—¡Para nada! Además la mansión es demasiado grande para todos. No hay ningún problema, en serio. —Miró a su habitación. Darren la esperaba parado en el marco de su puerta—. ¿Necesitas algo más?
—No, gracias. Ya has sido muy amable conmigo, Audrey.
La aludida sonrió agradecida.
—Entonces mañana nos vemos. Buenas noches, Dragony.
—Buenas noches.
Seguidamente, Audrey caminó hacia su cuarto tras oír la puerta cerrarse.
Se adentró en el gigantesco espacio en el que había trabajado arduamente para sentirse cómoda; desde la remodelación, no había parado de comprar adornos, figurillas de cerámica y carteles de sus músicos favoritos, por consiguiente, le resultó mucho más confortante el anhelado momento de tirarse en la cama y cerrar los ojos, no para dormir, sino para relajarse luego de haber alojado a más de quince personas en su casa.
—¿Día estresante? —preguntó Darren acostándose a su lado al tiempo que Chester se trepaba de un salto en la cama para acomodarse junto a su dueña.
—No tienes ni idea —jadeó suspirando, y ya no supo si Darren le había contestado porque en ese momento cerró los ojos, abrazándose al sueño que la esperaba con los brazos abiertos.
....
Alex abrió los ojos, pero tardó un momento en darse cuenta que lo había hecho, porque su cuarto se hallaba sumido en la más aterradora penumbra, ocasionando que el corazón comenzará a latir violentamente en su pecho al recordar que esa noche, como todas, había decidido dejar la luz encendida para que bañara hasta el más pequeño rincón de su recámara.
En circunstancias normales, se habría dado el lujo de creer que Audrey había entrado en mitad de su sueño para apagar la luz, pero estaba reacio a ello, porque sabía a la perfección que la chica no era capaz de hacer algo como eso sabiendo que si a algo le temía él, era a la oscuridad.
Bien podría haberse hecho el desentendido y fingir valientemente que no le tenía pavor a la oscuridad, de no ser porque el rechinido de la puerta de su cuarto lo alertó. Parecía como si alguien la hubiera abierto para deslizarse dentro de modo poco cauteloso, cosa que alteró el pulso de Alex al grado de sentir que se mareaba. Un momento era consciente de lo sucedido y al otro se le olvidaba incluso que seguía acostado en la mullida cama de su habitación.
Es papá. Pensó. O mejor dicho, se obligó a pensar.
Una parte de él esperó pacientemente a que Leonard se asomara por el umbral para desearle buenas noches, o algo parecido. Pero la otra ni siquiera se sorprendió de ver que el señor Williams jamás apareció por la recámara, nada más y nada menos que porque ya se encontraba dormido desde hacía dos horas o más.
Es el viento. Quiso convencerce. De nuevo.
Se estuvo poniendo a sí mismo varias excusas poco creíbles cada vez que oía el rechinido en la puerta, mas de súbito, un grito salió de sus labios al voltear a su derecha y ver en mitad de la oscuridad, de pie junto a su cama, a la mismísima Dragony con un objeto punzocortante entre las manos. Un cuchillo.
—¿Qué... qué diablos haces en mi cuarto? —balbuceó atemorizado.
Sin embargo no obtuvo ninguna respuesta por parte de Dragony. Su silencio comenzó a atormentarlo dejándole en la boca el sabor amargo de un mal presentimiento, mismo que se acentuó en el momento en que observó con terror a Dragony levantar el brazo formando una perfecta L con él, a manera de que la luz de la luna le brindara a la punta del cuchillo un macabro fulgor plateado que dejó sin aliento al pobre muchacho, quien cerró los ojos tan fuerte como pudo en cuanto vio con horror que el arma blanca se dirigía con rapidez hacia su pecho.
Aquel era su final. Eso era lo que le decían los psicóticos ojos de la chica cuya inocencia se había esfumado de un momento a otro...
De pronto... despertó.
Alexander palpó su frente respirando de modo agitado. Pudo percatarse de que la piel de todo su rostro estaba bañada en sudor, y las sábanas de su cama yacían a los pies de la misma, como si mientras dormía se hubiera dedicado a patearlas lejos de él, presa del pánico que había evocado la pesadilla por la que había despertado en mitad de la noche, con una resplandeciente luna llena velando por él desde lo alto del cielo.
Miró hacia todos lados aún con el corazón latiendo a una velocidad impactante. La luz estaba encendida, tal como él la había dejado antes de acostarse, la puerta se hallaba cerrada, y Dragony no estaba junto a su cama con un cuchillo entre las manos. Todo permanecía en el más completo orden.
El pollito que Roberto le había regalado pió entonces sobre la cama. Alex se dio cuenta a pesar de su estado de impresión que el animal se había acomodado en la parte superior de la almohada, casi junto a su cabeza. Alex lo tomó con cuidado entre las manos y lo depositó en la caja de cartón que había preparado para él. Después, bajó hacia la cocina por un vaso de agua.
Habiendo llenado una taza con el líquido, bebió de ella con urgencia, como si no la hubiera probado en semanas o meses. Cortos flashes del sueño inundaron su cabeza y apenas tuvo tiempo de percatarse de que sus manos temblaban, cuando sintió la pesadez de una segunda presencia en la instalación.
Alex no pudo retener el brinco de susto que dio al contemplar tras de si a Dragony, que lo observaba fijamente sin siquiera parpadear.
—¿Qué haces aquí? —soltó sin pensar en lo descortés que sonaba su pregunta. Al final de cuentas, Dragony no había entrado en su habitación ni lo había asesinado. Solo había sido un loco sueño suyo.
—¿Cómo estás, Alexander? Yo estoy muy bien, gracias por preguntar —replicó con aire irónico al tiempo que entraba a la cocina y observaba todo con una extraña curiosidad que le puso los pelos de punta al joven.
—Disculpa. No fue mi intención ser grosero contigo. Yo... —el muchacho, al ver que la joven revisaba los cajones de cubiertos buscando algo con especial dedicación, disminuyó el volumen de su voz hasta ocasionar que las inmediaciones quedaran en un completo silencio, nada cómodo por si fuera poco.
De pronto, con una voz no muy inocente como la que hasta entonces había usado, Dragony se volvió hacia Alex y replicó:
—Bien, ahora... ¿Por qué no dejas de fingir, Alex? ¡Anda! ¡Quítate la máscara y muéstrale a todos lo que eres en realidad! —Al tiempo, Dragony se había inclinado hacia el joven para acercar sus rostros, cosa que obligó a Alex a tragar saliva desconcertado.
—¿Disculpa? No sé... No sé a qué te refieres.
Ella puso los ojos en blanco.
—¡Vamos! ¿Crees que a mí me engañas? ¿Crees que no sé lo que eres en realidad? ¡Eres uno de nosotros!
—¡Oye! —El joven golpeó la mesa con el puño y se levantó hecho un manojo de nervios, apoyando las manos en la encimera—. ¡Realmente no tengo idea de lo que me estás hablando!
—¡Claaaaro! Manten un poco más tu fachada de «soy un niño bueno y no rompo ni un plato». Disfrútala mientras dure, ¿pero sabes qué? No te acostumbres a ella, porque, aquí entre nos... —La intensidad del momento no hizo más que aumentar cuando ella acercó su rostro al oído de él, y musitó en voz casi inaudible—: cuando caigamos, tú caerás con nosotros...
Entonces, un fuerte golpe en la madera de la encimera se oyó.
Alex bajó la mirada, y aunque trató de evitarlo, el corazón le palpitó a toda velocidad en el pecho al darse cuenta de que tal como en su sueño, Dragony había clavado un enorme cuchillo —que seguramente había tomado del cajón minutos antes— justo entre los dedos medio y anular de la mano que él mantenía apoyada en la encimera.
—Ahora, con tu permiso. Debo retirarme a dormir —masculló la chica con una sonrisa psicótica en el rostro.
Después, se marchó escaleras arriba, como si nada hubiera sucedido...
....
Tras permanecer un par de minutos vacía, a la habitación entró Josue colocándose de forma correcta los guantes de látex en las manos; acababa de charlar con el encargado del laboratorio sobre el esfuerzo que representaba evadir a los medios de comunicación que no dejaban de insistir ofreciendo cuantiosas sumas de dinero a cambio de una entrevista exclusiva con la que pudieran arrojar detalle a detalle los resultados de la investigación del asesinato que había dado pie a las recientes habladurías de la gente en el exterior.
Josue opinaba que no podían darse el lujo de rechazar la más jugosa de las ofertas, y había intentado convencer a su jefe de que apenas obtuvieran los análisis correspondientes al cadáver, ofrecieran una conferencia de prensa para acabar de una vez por todas con el cuchicheo colectivo que los había estado envolviendo en las últimas horas. Sin embargo, y tal como él ya lo esperaba, el otro se negó rotundamente por alguna razón desconocida que mucho indignó a Josue.
Josue Vargas era el patólogo encargado de realizar la autopsia al joven que había muerto apuñalado en el centro de la Ciudad de México a las once de la noche. Lo habían elegido a él —según su jefe— gracias a su gran habilidad de mantener la boca cerrada, guardar secretos u optar por la discreción ante los cuestionamientos de la gente con la que se topaba. Para ello, debía hacer algunos sacrificios, tales como prohibirse a sí mismo contarle a su esposa cualquier cosa referente al caso del difunto, evadir las preguntas de sus estimados colegas, y trabajar más de la cuenta durante la noche, justo como entonces, cuando se decidió a iniciar con la autopsia.
Estando solo, se paró frente a la camilla donde tenía el cuerpo sin vida del joven, descubrió la sábana que lo ocultaba del ojo público, y comenzó a realizar la inserción en forma de Y como lo indicaba su debido protocolo.
Cada vez que se quedaba trabajando hasta tarde, la pesadez en el aire le impedía pensar y actuar con claridad, cosa a la que ya estaba acostumbrado. Sin embargo, durante esa noche en particular, cuando la luna llena bañaba las calles con su plateada luz y una brisa gélida se había colado reptando despacio hasta él, sintió el latir acelerado de su corazón.
La gente solía decir que los forenses debían contar obligatoriamente con sangre fría, no asustarse por nada del mundo y mantenerse fuertes ante cualquier cosa anormal que vieran u oyeran. Por eso, cuando un estremecimiento recorrió su espalda, sostuvo con toda la fuerza posible sus herramientas de trabajo y no se atrevió a despegar la mirada de la pared paralela a él sino hasta que terminó la inserción en el cadáver.
Entonces, luego de secarse con cuidado una gota de sudor que le había resbalado por la frente y descender la vista hacia el fallecido para examinar su corte, un grito salió de su boca, al tiempo que tiraba al suelo todo lo que sus manos sostenían gracias a la impresión ocasionada por lo que sus ojos observaban aterrorizados.
—¡¿Qué?! ¡¿Pero cómo...?! —tartamudeó, incapaz de formular una frase coherente que expresara la confusión que se había apropiado de su apabullada cabeza.
Y es que, aunque había realizado ese mismo procedimiento una infinita cantidad de veces, jamás en sus diez años ejecutando aquella tarea había visto que la herida destilara hilillos de sangre que en lugar de tener un vivo color carmín... fuera negra. Como la pintura acrílica que constantemente pedían a su pequeña hija en la escuela para hacer manualidades.
Al principio intentó convencerse de que el tono completamente oscuro del fluido era solo producto de su imaginación, pero al acercarse más al cuerpo, vio que en realidad no lo era. El negro en su sangre estaba allí.
Josue no sabía cómo actuar. Jamás se había topado con un inconveniente de tal magnitud, por lo que permaneció un momento pétreo en el suelo, tratando de elegir entre tomar una muestra de aquella sangre negra o dirigirse apresurado rumbo a la oficina de su jefe para llevarlo hasta allí y que él mismo lo viera.
Lamentablemente su mayor problema no fue quedarse congelado, sin poder dar ni un paso hacia la puerta, ni sentir un par de fríos dedos sostener con una fuerza brutal su muñeca derecha en un súbito movimiento que lo tomó por sorpresa, sino caer en cuenta de que dicho agarre provenía nada más y nada menos que del mismísimo cadáver, cuya mano putrefacta sobresalía de la camilla y apretaba con fuerza la piel del patólogo que comenzó a gritar enloquecido, y solo guardó silencio hasta que una voz a su espalda susurró:
—Vargas, tranqulízate. Esto no te dolerá... mucho.
Después, Josue sintió un agonizante dolor en la nuca que lo hizo caer al suelo inconsciente, no sin ver antes de que sus ojos se cerraran, varios pares de pies entrando de prisa hacia el laboratorio con el constante repiquetear de los talones en las baldosas del suelo.
El patólogo cerró los ojos sin poder resistirse al sueño que lo estaba llamando a gritos, con un mal presentimiento alojándose en lo más recóndito de su cabeza, mismo que al día siguiente corroboró apenas despertar y descubrir que el cuerpo... había desaparecido.
Desde entonces, Josue Vargas no volvió a realizar una autopsia. Jamás.
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