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Capítulo 12

Mientras Audrey se dirigía hacia su tutoría con el molesto de Rolland el martes por la mañana con Darren tras ella, ambos pudieron contemplar a todos los estudiantes que se reunían en cada rincón de la escuela para cuchichear sobre la noticia dada a conocer ese mismo día en los noticieros matutinos: un joven padre de familia había sido brutalmente asesinado a unas calles del Zócalo por un tipo de identidad desconocida. Si ya todo era muy extraño, habría que añadir que en la escena del crimen no existía una sola gota de sangre que pudiera usar la policía en sus investigaciones, además de que el cuerpo de seguridad se negaba rotundamente a mostrar fotografías o hacer declaraciones a la prensa. El asunto había vuelto loca a media ciudad, y ellos no eran la excepción.

—Esta vez no habrá excusa para que yo te acompañe a todos lados —iba comentándole Darren a Audrey—. Ahora no solo tendré qué protegerte de las sombras, sino además de un posible asesino en serie que anda suelto por allí, haciendo de las suyas.

Audrey asintió. No quería aceptarlo, pero quizá Darren tenía razón. De alguna u otra manera, ya no podía vagar por allí sin temer por su vida.

—Quizá considere cambiarme de habitación —repuso ella cuando vio que el pasillo estaba solo—. Piénsalo: el asesino un día podría entrar por el balcón sin que nadie se lo espere.

Darren se acarició la barbilla, pensando, pero ya no replicó nada porque en ese momento oyeron las voces acaloradas de Demián y Rolland discutiendo en el pasillo aledaño.

—Eres un completo hijo de puta, Rolland —gruñía Demián exasperado.

—Será mejor que te vayas inventando un nuevo insulto, Dem —replicaba el tutor de Audrey con soberbia—, uno que sí me afecte, porque me han dicho eso ya taaaantas veces, que no causa efecto alguno en mí. —Simultáneamente, se llevó a la boca un puñado de palomitas de caramelo, clara señal de que la frustración de su colega era música para sus oídos.

—Entonces tampoco debería afectarte el hecho de que sé ciertas cosas sobre ti y voy a decírselas a Romero apenas pueda.

El joven de lentes chasqueó la lengua.

—Tengo formas de hacer que no hables, Demián.

—¿Como matarme?

Darren y Audrey abrieron los ojos impresionados, sin aliento, al tiempo que los tutores guardaban medio minuto de silencio previo a que Rolland contestara con voz socarrona:

—Tal vez. ¿Cómo podrías saberlo?

—Tan solo intenta detenerme y te arrepentirás, Carson —amenazó Demián. A continuación dijo—: ¡¿Y por qué la entrometida de tu alumna nos está oyendo?!

Tanto Audrey como el fantasma retrocedieron, sabiendo que la primera se había metido en serios problemas. Sentían que ya se había ganado una regañiza por parte del egocéntrico tutor. Quizá por eso representó toda una sorpresa para ambos el momento en que Rolland se giró hacia la chica y le dijo a Demián con toda calma posible:

—Yo la llamé. —Se dirigió a Audrey—. Ya me habías preocupado, pequeña. ¿Trajiste lo que te pedí? —Gracias a sus cejas arqueadas, y a que sabía perfectamente que él no le había pedido nada, supo que lo correcto era seguirle la corriente, por lo que asintió intentando parecer convincente, para después recibir la indicación por parte de su tutor de dirigirse a la biblioteca, orden que obedeció sin rechistar.

Como era de esperarse, Rolland reprendió a Audrey por espiarlo mientras él y Demián «hablaban», y asimismo, pasó dos largas horas burlándose de ella debido a que el castigo impuesto por Romero había llegado ya a sus oídos, de manera que representó toda una molestia para la chica tener que lidiar con el centenar de nuevos apodos con los que el chico la fastidió durante las dos horas que duró su tutoría. Y cuando los ciento veinte minutos llegaron a su fin, corrió hacia la sala de detención escapando de su primer tortura junto a Rolland para entrar a la segunda. Realmente no la confortaba mucho saber que los ruidos irritantes que provocaba su tutor con el sobre de papas que había estado comiendo cesaba para darle paso al incómodo silencio que inundaba la sala de castigos desde antes que abriera la puerta, y observara atónita, que el aula era más bien un cuartucho de aspecto poco agradable, cuyo aire olía a moho y suciedad. Por no añadir que las escasas bancas que se encontraban repartidas a lo largo y ancho el sitio, estaban desoldadas, sin una capa de pintura que las hiciera ver decentes.

En cuanto dio el primer paso y se internó en la sala, observó a un joven que ya antes había visto: se trataba del chico tatuado y grosero que había salido del despacho del director durante su primer día de escuela; esa mañana llevaba una camiseta y unos jeans oscuros, a juego con su cabello negro en punta y los miles de dibujos que manchaban su piel trigueña.

—Ho... hola —tartamudeó ella, esperando que este se dignara a tratarla mejor que la última vez. Sin embargo, el aludido solo le clavó por un instante sus intrigantes ojos color amarillo, tan agudos como los de un felino que la estuviese amenazando con la vista—. Soy Audrey.

A pesar de que esta hizo todo lo posible para parecer agradable, el joven no parecía tener ganas de entablar una conversación, porque tras la presentación de la chica, alzó los hombros y replicó de modo bastante soez:

—¿Sí? No me interesa.

Audrey deseaba haber podido caminar hacia él, golpearlo y gritarle que no tenía porque comportarse así con ella. De hecho, para cuando Romero entró al aula, ya había dado dos pasos adelante con los puños apretados, pero por obvias razones, tuvo que detenerse en cuanto sintió la pesadez de su presencia sobre la espalda, como un cubo de hielo deslizándose por su piel.

—Buenos días, señorita Williams —saludó con su típica voz arrastrada, mirándola con los feroces ojos azules que tanto la intimidaban. A continuación se volvió al solitario joven, que ni siquiera se había dignado a levantar la cabeza—. Veo que ya tuvo el placer de conocer a nuestro alumno estrella: Bryan Sheppard.

Al menos ahora conocía el nombre del chico.

—¿Cómo está hoy, joven Sheppard? —preguntó Romero con socarronería—. Veo que está comenzando a gustarle demasiado esta humilde sala de castigos.

—Dormiría aquí si pudiera —replicó Bryan, seguramente con los dientes apretados, a lo que Romero soltó una carcajada.

—Ya lo creo. —Romero dejó pasar un largo minuto sin habla antes de añadir, al tiempo que se acercaba a la puerta—: se me olvidaba comentarles que la señorita Daniela Martin los acompañará en los próximos siete días de su castigo. —Estiró el cuello mirando hacia el pasillo—. Haga el favor de entrar, jovencita.

Entonces, al salón ingresó una muchacha cuyo cabello rojo oscuro le caía sobre la cara bañada en lágrimas. Sus ojos cafés estaban hinchados, y los ruidos que emitía al sollozar eran muy bajos, como si hubiera llorado por mucho tiempo.

—Director August, por favor déjeme ir —suplicó la chica uniendo sus manos a modo de rezo, pero Romero no se conmovió ni con la cara que puso al casi arrodillarse frente a él—. Yo no hice nada, ¡por favor! —decía con voz ahogada.

—Eso no es lo que me dijo el profesor Roxley —replicó August con indiferencia, zafando su saco del agarre de Daniela—. Ahora incorpórese al grupo, ¿quiere? Y límpiese las lágrimas. No tengo tiempo para sus lloriqueos. —Romero hizo una panorámica al aula, observando detenidamente a cada uno de los presentes—. Vaya. Un problemático, una entrometida y una torpe. ¡El trío perfecto!

A eso, Audrey lo miró con la boca abierta y gritó:

—¡Yo no soy entrometida!

Pero Romero rió en respuesta.

—Yo no te voy a discutir nada, Augusto —añadió Bryan—. Sé lo problemático que puedo llegar a ser, pero, ¿te digo algo? No voy a cambiar por mucho que lo intentes.

En ese momento, ambos se miraron desafiantes, con una sonrisa ladina en el rostro, eran un par de iris azules y otro amarillos cargados de electricidad, de deseo por demostrar quién tenía la razón. Sin embargo, Romero no dejó todo en una simple mirada, porque al poco tiempo replicó con voz altanera:

—Eso ya lo veremos, Sheppard.

Y a continuación, se marchó arreglándose el saco de forma profesional, con la cabeza bien alta.

El silencio se apropió de la estancia durante un largo periodo de tiempo, en el que lo único que podía oírse eran los sollozos ahogados de la recién llegada, la cual se sentó en la banca contigua a la de Audrey, cubriendo su rostro con ambas manos.

—Ummm... ¿Hola? —murmuró Audrey en un intento de sacar tema de conversación—. Daniela, ¿cierto? —La chica asintió.

—Sí, pero puedes llamarme Dragony.

Audrey esbozó una diminuta sonrisa de labios cerrados.

—¿Puedo saber por qué estás aquí? No parece que te hayas metido en problemas. —Luego susurró—: a diferencia del chico de allá.

En cuanto señaló con un dedo acusador a Bryan Sheppard, este levantó la cabeza, la fulminó con la mirada y le dijo con dureza:

—Sí sabes que puedo oírte, ¿verdad?

Ella lo ignoró para centrarse en la forma en que Dragony se limpiaba las lágrimas con el dorso de una mano y le explicaba que Cade Roxley la había mandado a detención aparentemente solo por tirar una botella de agua y mojar el suelo del gimnasio durante su clase.

—El profesor Roxley debe ser un completo idiota —masculló la joven—. ¿Castigarte solo por que tuviste un accidente con tu botella de agua? ¡Pero qué estupidez!

Su compañera hizo un gesto de aprobación.

—¿Y a ti por qué te castigaron?

Ante la pregunta, Audrey se sonrojó y bajó la mirada.

—A mí... Pudiera decirse que Romero me encontró frente a la puerta prohibida... —Daniela se llevó las manos a la boca para silenciar una exclamación—. ¿Acaso es tan grave?

—¿Estás loca? No puedes estar allí. ¡Todos lo saben! Ese sitio está prohibido para cualquier estudiante, tutor o profesor del colegio... No, está lo que le sigue de prohibido. —Darren y Audrey intercambiaron una mirada fugaz—. Debes ser o muy valiente o muy tonta para acercarte por allí.

—Soy nueva en la escuela. ¿Cómo iba yo a saberlo? —se excusó, sabiendo que parte de ello era una completa mentira.

—Entonces por lo que más quieras no te acerques de nuevo a esa puerta, o podría sucederte algo muy malo.

Audrey intentó ignorar el tono cavernoso con el que Dragony había susurrado la última frase, y para que el escalofrío que recorría su espina dorsal desapareciera, optó por cambiar de tema a algo más trivial hasta el tan ansiado momento en que el timbre sonó anunciando el inicio del receso.

Durante el descanso, Audrey apenas pudo concentrarse en la plática que estaba teniendo con Vanessa, Dominik y el equipo de Tenis, gracias a las miradas coquetas que James intercambiaba con ella en cada oportunidad que tenía, cosa que Darren no pudo pasar por alto, sobretodo porque estaba parado tras ella, como si fuera su guardaespaldas. De hecho, el espectro solo pudo estar tranquilo en cuanto vio a Audrey levantarse y caminar hacia los casilleros después de ver a su hermano distanciarse del equipo con semblante frustrado.

—¿Qué es lo que le pasa? —inquirió el joven de cabello rubio cuando ambos tuvieron que correr rumbo al sanitario de hombres debido a que Alex se había encaminado hacia allí con pasos tan grandes como los de Rolland.

—No tengo idea —musitó Audrey cuidando que no la oyera nadie—. Ha estado raro desde que despertó.

En cuanto vieron a Alex cruzar las puertas del sanitario con rapidez, Audrey reunió el coraje suficiente para asomarse por allí, con lo que pudo ver al chico de frente a los lavamanos, la cabeza inclinada, soltando ligeros gruñidos de molestia. Ella estaba tan ensimismada mirando lo atormentado que parecía, que la sorprendió mucho cuando este gritó:

—¡¿Qué diablos quieres, Audrey?!

Al oír su nombre, la chica dio un brinco atrás y posteriormente, Alex la miró con algo oscuro en los ojos cafés. Furia, enojo, deseos de asesinarla... No sabía cómo denominarlo. Jamás la había mirado así.

—Yo solo...  solo quería saber si estabas bien —tartamudeó.

—Estoy muy bien, agradezco tu interés —replicó con sorna, pasando la mano por su cabello castaño—. ¿Qué esperas para largarte? ¡Vete ya!

Aquella no era la primera vez que Alexander le hablaba de ese modo a Audrey. A veces, de repente le daba por dejar de lado aquella simpatía y caballerosidad que tanto lo caracterizaban, para transformarse en el muchacho grosero que tenía en frente, sin en cambio esta vez era diferente, porque sus ojos destellaban con enfado, de sus iris bullía fuego, y cada palabra que pronunciaba, destilaba rabia, veneno. Era como si hubiera sido poseído por el espíritu de un asesino en serie que llevara mucho tiempo conteniendo sus ganas de exterminar una persona tras otra.

—No es necesario que me hables así, Graham.

—¡Que no me llames Graham, maldita sea! —gritó Alex tan alto como pudo, asustando a Audrey lo suficiente para que retrocediera con sus ojos comenzando a empañarse.

De súbito, el joven parpadeó, respiró hondo y a continuación, al ver la cara de terror de Audrey, susurró:

—Yo... Audrey, perdóname. No sé qué me pasa hoy.

Pero su disculpa, aunque sincera, no complació a Audrey en absolutamente nada, porque la chica, con cara de pocos amigos, le replicó antes de marcharse:

—¿Sabes qué pasa? Que eres un completo imbécil. Eres... —Ella sabía que se iba a arrepentir por las siguientes palabras que salieran de su boca, pero ¿qué importaba? Al final de cuentas, Alexander se lo había buscado—: eres igual a él.

Ya estaba. Ya lo había dicho. Y no pensaba retractarse, aunque tampoco podía, porque para cuando el arrepentimiento comenzaba a correr por sus venas, ya estaba varios metros lejos de Alexander.

—Pues... no sé quién es él —empezó a decir Darren—. Pero se lo merece.

....

Audrey hundió los dedos de una mano en su cortina de cabello rubio para alborotarlo, a fin de formar aquellas ondas que tanto le gustaba ver los días en que no usaba plancha para alaciarlo.

—¿Qué opinas? —le preguntó al fantasma, quien yacía recargado en la puerta cerrada del sanitario, con las manos sobre el pecho y un semblante agobiado, receloso.

—Opino que no deberías salir con ese cretino de James —repuso con ironía, a lo que Audrey puso los ojos en blanco.

—Darren, no empieces, ¿vale? Es solo un chico guapo con el que quiero salir.

Darren se irguió dando un par de pasos silenciosos hacia ella, y de pronto, cuando estuvo a tan solo centímetros de su espalda, una brisa fresca caló en la piel desnuda de los hombros de la chica, provocándole un mar de sensaciones tanto desconocidas como placenteras en el estómago.

—De tantos chicos con los que puedes salir, ¿de verdad tenías que elegirlo a él? ¡Es un idiota! Digo... Allí está tu amigo Dominik, el tarado de tu tutor, ¡incluso el mesero cuyo nombre ya olvidé! —Darren se palmeó la cara con la mano—. ¡Pero tenías que ir y escoger al imbécil de James Miller!

Audrey dio la vuelta para encararlo.

—¿Cuál es tu problema con James? —susurró. El sanitario estaba vacío, pero sabía que Vanessa estaba esperando por ella en el exterior—. Él es muy guapo.

—Por supuesto que lo es —ironizó Darren—. ¡Vamos! Mereces salir con chicos mejores, y hay como un millón que mueren por salir contigo, pero parece que a ti sólo te gustan los que tienen el cerebro tan grande como un grano de mostaza.

Audrey puso nuevamente los ojos en blanco.

—Déjalo estar ya, ¿de acuerdo? Voy a salir con James, y no hay nada que puedas hacer para impedirlo. —A continuación, tomó su bolsa de maquillaje y abrió la puerta del sanitario, sin darle tiempo al fantasma para protestar.

En el exterior, Vanessa levantó la mirada del suelo sonriendo.

—¿Estás lista?

Echando una última mirada de suficiencia al fantasma, Audrey replicó:

—Claro que sí.

Posteriormente, ella y Vanessa caminaron por los pasillos de la escuela rumbo a la biblioteca, que era donde encontrarían a Dominik. Pasaron por el gimnasio, y observaron que la instancia estaba completamente abandonada, a excepción de que el profesor Cade se encontraba sentado en una de las gradas con una libreta sobre las manos. Y después, cuando llegaron a la sala de lectura, Dominik había terminado de guardar sus cosas en la mochila.

—¿Has terminado tu tarea de álgebra? —inquirió a su amigo con una sonrisa.

—Y la de literatura, y la de historia, y la de química, y no puedo creer que vayas a salir con el estúpido de Miller...

Audrey giró la cabeza brevemente hacia Darren, percatándose del «¿no te lo dije?» que el espectro le recriminó con la mirada.

—En serio, Audrey —prosiguió Dominik—. Si te amenazó para que salieras con él puedes decírnoslo.

Audrey rió.

—¿Qué? James no me amenazó, Dom. Solo hicimos una apuesta y él perdió, así que mi recompensa es una cita.

—Vaya recompensa —ironizó el chico—. Bueno... Qué más daría yo por acompañarte para asegurarme de que estés bien, pero Vanessa va un poco atrasada con su clase de italiano, y he prometido ayudarla a estudiar. Así que... Ci vediamo domani!

Au revoir —musitó Audrey agitando la mano, a lo que Dominik se le acercó con una sonrisa y le plantó un beso en la frente.

—Yo habría dicho Arrivedercci, pero igual está bien. —Rió.

Una vez que sus amigos ya se habían marchado, la chica caminó junto al espectro, cada vez más intrigada acerca del lugar al que iría con James. Una parte de ella se sentía intimidada por el hecho de que no saldría con un chico cualquiera, sino con el chico que traía locas a las alumnas de la preparatoria, con el capitán del equipo de soccer, el muchacho más codiciado del colegio. No podía negar que se sentía halagada por ello, pero también estúpida. Sí. Se sentía estúpida, como si estuviera condenada a repetir aquel curso de dolor que empañaba su pasado.

—Dime que estás pensando en la forma apropiada de cancelar tu cita con el idiota —pronunció Darren, con una mezcla de sarcasmo, recelo y súplica en su voz, sacándola de sus cavilaciones.

Audrey lo miró como si esperara que aquello hubiera sido un chiste.

—En realidad estaba pensando en la manera más cruel de pedirte que te largues porque me estorbas —replicó, a lo que Darren se llevó una mano al pecho, fingiendo dolor.

—¡Me lastimas, Audrey Williams! —exclamó—. ¡Qué feo que seas así!

La última frase provocó que Audrey riera.

—Andando, que se me hace tarde.

Pero no bien habían dado un par de pasos, cuando unos ruidos extraños, poco agradables los alertaron. Estos provenían del gimnasio, lugar hacía el que se dirigieron tratando de pensar en lo que sería la fuente de aquellos amortiguados susurros, incluso aunque ya comenzaban a imaginarse lo que era.

Cuando se asomaron a la puerta vieron que efectivamente, no estaban equivocados: la escena con la que tuvieron la mala suerte de toparse ocasionó que abrieran los ojos con sorpresa, pero no precisamente por lo que hacían, sino por quiénes lo hacían.

—¡Dios santo! —exclamó Audrey al ver un par de cuerpos con cabelleras castañas y rubias más cerca de lo físicamente posible.

—Espera —musitó Darren—. ¿No son esos la novia de tu amigo Oliver y...?

—El profesor Cade...

Tras pronunciar lo anterior, Audrey se quedó sin aliento.

Besar no era la palabra apropiada para describir la manera tan carnal del acto que estaban llevando a cabo, porque en sentido literal, el profesor casi le succionaba la piel del cuello como si se estuviera impidiendo llegar más lejos. En tanto, la rubia jadeaba con cada recorrido que los labios de Roxley realizaban por su cuerpo. No parecía importarle el posesivo modo en que el hombre tiraba de sus rubios cabellos hacia atrás para acceder por completo a su garganta.

—Sé que soy un fantasma, pero justo ahora quiero vomitar —declaró Darren.

El pobre fantasma tuvo que retener un grito al mirar que la mano de Cade comenzaba a subir la ya de por sí corta falda de Paula.

—¡No mires, Darren! —susurró Audrey sintiendo arcadas—. ¡Cúbrete los ojos!

—Tú mandas.

Obedeciendo a su propio mandato, la menor de los Williams también cerró los ojos, y solo volvió a abrirlos cuando los ruidos cesaron y ellos ya se habían separado, respirando agitadamente.

—¿Sabe tu noviecito que estás aquí? No quiero tener problemas, bombón. —La voz excitada de Roxley llegó a los oídos de Audrey, clara, como si estuviera a centímetros de ella.

—Piensa que fui a recoger un libro al aula de biología. No te preocupes. —Le dio un beso en los labios.

—Somos un par de malditos —musitó Cade—. Grey me cae bien, y a veces me siento culpable por tirarme a su novia en secreto. ¿Tú no?

Paula rió.

—¿Crees que no sé lo que hace con otras chicas cuando va a fiestas con el equipo de soccer? —bufó—. Él y James se han tirado a casi todas las del instituto. No me hace sentir culpable en lo absoluto.

—Menos mal. —Cade le susurró algo al oído, y tras asentir ella con la cabeza, ambos volvieron a lo que hacían tan solo unos minutos atrás, por lo que Audrey sintió un escalofrío de tan solo pensar en quedarse allí, y prefirió caminar en silencio hasta el aparcamiento, mirando a todos lados con la leve esperanza de toparse a un bote de basura y soltar toda la bilis que subía por su garganta.

—No puedo creer que Paula y Cade se estén... acostando —Audrey murmuró la última palabra, aunque sabía que nadie la escuchaba porque las inmediaciones se encontraban más vacías que un pueblo fantasma.

—Lo que no puedo creer es que lleven una relación alumna-maestro y lo hagan en el gimnasio. ¡En el gimnasio! —fingió un escalofrío—. Aparte ni siquiera es romántico. —Hizo una pausa, tiempo que Audrey tomó para asentir de acuerdo con su respuesta—. Si tú y yo algún día tenemos sexo, juro que procuraré no chupetearte como si fuera un animal salvaje.

Audrey abrió los ojos al tiempo que un intenso rubor carmesí inundaba cada centímetro de su cara.

—¡¿Qué acabas de decir?!

Él encogió los hombros.

—¿Qué? Solo digo que procuraría ser romántico contigo. Ya sabes: flores, velas repartidas por la habitación, besos tiernos en tu cuerpo antes de iniciar lo más intenso... Lo que sale en las películas de romance y no en las de porno.

Aunque pudiera, ella ya no respondió nada a Darren, porque su cabeza empezó a llenarse involuntariamente de imágenes que los involucraban en situaciones comprometedoras.

Él acercándose a su boca. Dándole un tierno primer beso. Él besando su mentón de forma delicada. Tendiéndola en la cama, diciéndole cuánto la quería... Las yemas de sus dedos acariciando la piel de sus hombros y rostro.

El corazón comenzó a latirle aceleradamente en el pecho sin darse cuenta, y cuando se paró a unos pasos del increíble Jaguar XK sobre el que James la esperaba recargado, hablando con Alex, sintió hervir sus mejillas. Gracias a Dios, nadie podía leer sus pensamientos...

Vio a Alex volver la vista hacia ella, y vio también que abría la boca para hablarle, quizá disculparse por lo de horas antes, pero ella pasó de largo y cuando habló, únicamente se dirigió a James.

—¡Hola! —exclamó con voz alegre, ignorando las desagradables caras que hacía el fantasma a su lado.

—Hermosa como siempre —respondió este—. Nunca decepcionas, Audrey Williams.

James se fue sacando los lentes de sol al tiempo que abría la puerta del copiloto y la invitaba a entrar en él. Por su parte, Audrey solo pudo dar dos pasos antes de ver que Darren comenzaba a subir en el asiento trasero, como si hubiera sido invitado a la cita.

—Eh... James, ¿podrías darme solo un momento? Debo buscar algo en mi mochila —dijo en voz lo demasiado alta como para que Darren entendiera la indirecta.

—Vamos, nena. Puedes buscarlo de camino a...

—Solo tardaré un momento, espera.

Dicho lo anterior, Audrey salió corriendo hasta quedar entre dos autos, fuera de la vista de James, y solo en compañía de Darren, que no dudó en seguirla apenas verla alejarse. Una vez reunidos ambos en aquel sitio, sin nadie que pudiera fisgonear, Audrey se volvió hacia él. Su cortina de cabello rubio se agitó al compás de cada movimiento suyo.

—¿Qué diablos haces? —inquirió con los dientes apretados.

—Ir contigo, ¿no es obvio? —respondió resaltando lo evidente.

—No sé si sepas que es mi cita, y tú no puedes acompañarme.

Darren rodó los preciosos ojos grises de un modo que lo hizo ver adorable, más que cualquier otra cosa.

—Quedamos en que de hoy en adelante te acompañaría a todos lados —gruñó—. Lo hago para protegerte.

—Sí, pero...

—¡Anda! Prometo que nadie notará que estoy ahí.

Ahora fue ella quien puso los ojos en blanco.

—Jaja. Muy gracioso, Darren. —Hizo una pausa—. Pero está bien. No tengo tiempo para discutir. Solo promete que te apartarás de nosotros.

—Prometido —asintió Darren, mas, algo en su voz, no le dio buena espina a la chica.

....

Si bien Darren había cumplido su promesa durante el viaje de la escuela hasta el cine, y también en las dos horas que duró la película, Audrey seguía sintiendo un extraño ardor en su estómago al no poder hablar con tranquilidad con James debido a que sus pensamientos se desviaban al fantasma rubio junto a ella. Más de una ocasión, James le había hecho preguntas de las cuales la respuesta nunca llegaba, pero a él parecía no importarle nada más que su simple compañía, cosa que ella agradecía interiormente.

En ese momento, se encontraban comiendo en un restaurante que el equipo de soccer solía frecuentar cada que festejaban alguna victoria, y donde las hamburguesas sabían tan deliciosas como los cafés helados que habían pedido.

—Olvidé mencionarte que el sábado por la noche Oliver dará una fiesta en su casa para celebrar el triunfo de los Black Dragons. Es obvio que tu hermano va a ir, ¿pero qué hay de ti? ¿Te veré allí?

Audrey lanzó una risita al tiempo que le daba un sorbo a su frappé.

—¿No es muy pronto para celebrar? Apenas es el primer partido de la temporada.

Pero James echó la cabeza hacia atrás, riendo.

—Festejar nuestra victoria por adelantado es lo más oportuno. El próximo equipo al que enfrentaremos es... ¿Cómo decirlo? —Colocó un índice en su barbilla, pensando—. Fácil de vencer. Sí, eso.

Audrey alzó un hombro.

—Entonces yo diría que estaré ahí.

—¡Perfecto! —James exclamó, como si todo ese tiempo hubiera sabido que tenía asegurado el «sí» de Audrey.

Pronto, Audrey se sintió tanto en confianza con James, que le fue sencillo dejar de prestar atención a los ruidos irritantes que hacía Darren cada vez que el capitán de los Black Dragons hablaba. Pero en cambio, buscar la forma de centrar la conversación en él y en su vida para no tocar el tema del desastre que habían sido sus últimos días en Canadá se tornó complicado, ya que este parecía evitar a toda costa hablar de sus padres. Lo único que pudo conseguir, fue gracias a que de pronto se le ocurrió tocar el tema de los trabajos de Leonard y Marie. Entonces, a James no le quedó de otra que hablar también de su padre:

—Él es uno de esos tipos obsesionados con la estabilidad social y económica —explicó con voz taciturna, clavando sus ojos tricolor en el colorido mantel que cubría la mesa—. Le preocupa mucho el tipo de gente con la que nos relacionamos y lo que se dice de ella. Entre mejor se hable, más beneficioso para él, ¿comprendes? —Audrey asintió—. Entre mi grupo de amigos, su favorito siempre ha sido Kyle, porque los Bower son gente muy bien posicionada que siempre buscan tener más de lo que poseen día a día. Y los Grey se han ganado su respeto gracias a su lema: «No mires hacia el futuro si no tienes nada bueno qué ver» —recitó.

—¿Qué piensa de nosotros? —musitó expectante de que el señor Miller tuviera una buena opinión de su hermano.

—Él cree que Williams tiene un buen futuro por delante —empezó—, pero cuando le conté que una de sus mayores ambiciones era heredar la cadena de hoteles de su padre, no pudo evitar decepcionarse un poco.

Audrey frunció el ceño.

—¿Decepcionarse?

—Un intelecto como el suyo da para más —admitió—. Es el mejor en cálculo, ¿sabes? En física y en informática. Podría adueñarse de la NASA si quisiera. O empezar una nueva franquicia de negocios, suya en toda la extensión de la palabra.

Ella asintió no tan convencida de lo que debía responder a eso.

—En su defensa, no es culpa suya. Alex siempre ha admirado tanto a mi padre que desea ser como él. No dudo que apenas cumpla su sueño de sacar el permiso de conducir, comience a trazar el plan que lo llevará a administrar uno de los hoteles de papá, como Roberto, su mejor amigo.

Algo brillante alcanzó a pasar por los ojos de James, pero tan rápido, que para cuando Audrey levantó la mirada de la mesa, el resplandor ya no estaba.

—¿Te refieres al tipo que estaba con tu padre el día de la remodelación? —Audrey asintió—. Creo que también es quien fue por ustedes al aeropuerto el día de su llegada a México. A propósito... ¿Cómo les fue ese día?

Audrey bebió un poco más de su frappé.

—Me encantó llegar, ver algo distinto, conocer. Sin en cambio... hay algo que aún no comprendo. Ha estado... dando vueltas en mi cabeza sin parar.

James curvó los labios de manera casi imperceptible.

—¿Puedo saber qué es?

—Sé que creerás que es una locura, pero... —Se detuvo un momento, preguntándose si debía continuar—. Yo estaba dormida cuando el avión aterrizó, pero recuerdo haber visto el sol brillar en el cielo mientras Alex y yo salíamos. Sin en cambio, apenas dimos un paso fuera, el cielo se nubló, el sol se escondió, y cuando menos lo pensamos, una fuerte tormenta se desató en la Capital.

—¿De verdad? —La sorpresa en la voz de James no podía ocultarse aunque quisiera.

—Además... Roberto nos dijo que en estas fechas no suele llover por aquí.

—El tal Roberto tiene mucha razón —señaló—. ¿Quieres que te cuente algo curioso? —Audrey afirmó, con el estómago dándole vueltas y la mirada extraña de Darren sobre ella—. Recuerdo ese día. La tormenta... no solo cayó en la Capital, sino en todo el país. Incluso en lugares como Cuernavaca o Sonora, donde el sol está siempre en su punto más alto, la lluvia arreció, convirtiéndose en algo que nadie ha podido explicarse.

Ella se quedó atónita, sin palabras.

—Wow. Eso es... aterrador.

En eso, el teléfono de James, que descansaba sobre la mesa, vibró y se encendió indicando que le había llegado un mensaje.

—¿Sabes qué es aterrador? —pronunció arqueando las cejas—. Tengo cinco llamadas perdidas de Williams y dos mensajes preguntando a qué hora regresas. Dice que necesita tu ayuda para algo.

Un gruñido salió de la garganta de Audrey.

—¿Eso significa que tenemos que irnos? —inquirió triste.

—Eso parece, nena. —A continuación se puso en pie y le tendió una mano. Vamos. Te llevaré a casa.

A ello, Audrey hizo un gesto con los labios. Aunque pareciera que no, salir con James la había hecho sentir tranquila, como si fuera una chica de dieciséis años común y corriente, que había tenido la suerte de salir con el chico más codiciado de su preparatoria, y no como la joven a quien perseguían espectros provenientes de un mundo antinatural.

Ambos caminaron por el aparcamiento de la plaza rumbo al auto de James.

Ese día, el aire se sentía ligero, tan confortante que Audrey disfrutó del pequeño recorrido, sin importarle las miradas recelosas de Darren o de las chicas que la miraban con envidia debido a que James había entrelazado sus manos y se acomodaba los lentes de sol con arrogancia.

—Después de ti, dulzura —indicó el castaño al abrir la puerta del vehículo para ella, pero Audrey le envolvió la muñeca para apartar su mano, cerró la puerta y dijo:

—Quiero saltar a mi asiento, como tú lo haces.

James lanzó una risa.

—Sería un maldito imbécil si te dejara con las ganas, así que si pudieras hacerme el honor.

Muy en su interior, James y Darren creían que la muchacha no podría hacerlo, por eso se quedaron boquiabiertos al verla treparse en el auto con una agilidad maravillosa, alucinante.

James hizo lo propio y mientras en encendía el auto, Darren se acomodó detrás.

El trayecto hacia la mansión fue bastante tranquilo, si quitaban el hecho de que el fantasma lanzaba gruñidos a diestra y siniestra cada que, durante un alto, James trazaba círculos en la rodilla de Audrey, o se acercaba a su oído para susurrarle cosas que la hacían enrojecer. El fantasma, más que fantasma, parecía una mezcla de perro Chihuahua y Pastor Alemán, pero a ella no le importó demasiado.

Cuando el deportista aparcó el auto frente a la casona, se quitó el cinturón de seguridad y miró fijamente a Audrey para después tomarla de la mano.

—Que te suelte o le arranco el brazo a mordidas —siseó Darren casi de inmediato, a lo que ella contestó con una mirada de suficiencia.

—No eres como cualquier chica con la que haya salido antes, Audrey—susurró James en mitad del silencio. Darren bufó.

—¡No me digas!

—Tú y Williams se parecen mucho. —James hizo una pausa—. No le temen a los retos, son perspicaces, hacen cosas que la mayoría de nosotros solo soñaríamos hacer. Aunque tú eres más impresionante que él, por supuesto. —Ella sonrió, poniéndose roja—. Me alegro de haber perdido esta apuesta.

El silencio reinó dentro del vehículo por un momento. Sus rostros estaban cada vez más cerca, y el hecho de que Audrey siguiera el ejemplo del futbolista y se quitara el cinturón para acortar la distancia, solo propició que la atmósfera se tornara más íntima.

—Deberíamos salir más seguido, ¿no te parece? —la chica asintió lentamente.

En eso, James rodeó la cintura de Audrey con ambos brazos y se acercó a ella lo suficiente para que ambos rostros quedaran apartados tan solo por un par de centímetros. Las manos de ella se dirigieron a sus mejillas, e inclinó un poco la cabeza, preparándose para lo que venía.

—Audrey, ¿qué estás haciendo? —la alarma en la voz de Darren era evidente, pero no parecía que su amiga estuviera dispuesta a oírlo—. ¡Detente!

Como era de esperarse, su orden no fue tomada en cuenta, porque ella estaba muy concentrada en saborear con la mente los labios de James.

El aliento mentolado del castaño llegó a la nariz de la chica, y eso solo aumentó las ganas de besarlo, de modo que el tiempo previo a que sus sedosos labios estuvieran lo más cerca posible antes del ansiado beso se le hizo eterno.

Pero entonces, cuando sus bocas iban a chocar, el estruendoso ritmo de Can you feel my heart? a todo volumen los hizo alejarse sobresaltados.

—¿Qué mierda...? —silbó James furioso al caer en cuenta de que la radio se había encendido sola—. ¿Cómo diablos ha pasado esto? Aggg, estas cosas actuales son tan...

De haber sido estúpida, Audrey habría creído que la radio se había encendido por sí misma. Pero no era estúpida, ni ingenua. Ella, sin lugar a dudas, sabía qué lo había ocasionado.

O mejor dicho, quién.

La pregunta era: ¿por qué?

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*Ci vediamo domani!
¡Nos vemos mañana!

*Au revoir y Arrivedercci
¡Adiós!

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