Capítulo 17
MERYBETH
De la cabeza de Alex manaba un río de sangre. Si bien sus ojos verdes mostraron que en su mente sopesaba la mejor forma de salir de esta, pronto se dio cuenta de que no teníamos ninguna posibilidad. Graham me tenía entre sus brazos y aquel sujeto lo sostenía a él, en espera de algo.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó Alex. Apenas si se le entendió.
Graham emitió un sonido gutural de disgusto.
—Así como tú husmeabas en mi cabeza —respondió sin interés.
—¿También con él? —Señaló al irlandés.
Sabía que en ese momento el cómo era irrelevante. No le interesaba en absoluto, solo quería comprarnos un poco de tiempo; y la mejor forma era mantenerlo hablando.
Traté de mover mi mano para acercarla al estómago de Graham sin que este viera la sospecha en mis intenciones. Solo necesitaba una oportunidad para hacerlo sin fallar en el intento. Solo una.
—Con él fue diferente. Algo que no te interesa, por cierto —Me ciñó con más fuerza y perdí lo poco que había progresado.
Tenía que intentarlo. Debía siquiera hacer un esfuerzo por más que el pánico me instara a quedarme inmóvil; si Alex, que estaba en mayor desventaja lo hacía, yo también era capaz. Respiré profundo y traté de hablar a pesar de que sus dedos me seguían cubriendo la boca. Lo hice de forma tan tranquila y conciliadora que Graham se confió.
—Espera, creo que mi mujer trata de decir algo —anunció tan condescendiente como sardónico. Quitó la mano de mi boca, pero no me soltó, solo me rodeó el cuello con el antebrazo. Con una dulzura que me causó náuseas, prosiguió—: ¿Decías algo, querida?
Traté de no vomitar al sentir sus labios de textura extraña muy cerca de mi oído. No podía verle la cara, aun así, no dudaba del destello de desquicio que centelleaba en sus ojos.
—Libre albedrío —dije como pude. Su agarre no dejaba que el aire pasara como era debido—. Estás haciendo que él piense que quiere ayudarte, ¿no?
Distráelo, Beth, me dije a mí misma, busca la forma de moverte.
Volteé a ver a Graham; el que nuestras bocas quedaran a escasos centímetros, fue suficiente aliciente para que su concentración fluctuara.
—¿Por qué no le damos un poco de entretenimiento antes de que muera, cariño? —susurró seductor—. También lo quieres, ¿verdad?
El metal en mi mano ya había perdido su frialdad y ahora estaba a la misma temperatura que mi cuerpo. Traté de palparlo con discreción, en busca del botón.
Sentí el sopor con el que iniciaba mi necesidad de él, solo que esta vez más fuerte que antes. Era como una caricia aterciopelada en mi cerebro que me hacía sentir incompleta, que me instaba a buscar eso que me haría sentir satisfecha, plena...
Si no actuaba rápido, las cosas podrían ir muy lejos. Giré mi torso hacia él con más libertad de la que esperé encontrar. La confianza del doble me hizo preguntarme si en verdad sería capaz; si sonreía de tal forma era porque tenía las de ganar; después de todo, quizá no estuviera dormida, pero sí cansada y había bebido alcohol. Mi mente era más maleable en esas condiciones.
Alexandre, me repetí tantas veces como me fuera posible. Debía aferrarme a algo estable con todas mis fuerzas.
A pesar de que mis ojos buscaron los labios suaves que se iban acercando lentamente a los míos, mis dedos fueron más rápidos. Apreté el diminuto botón que activaba la navaja italiana que minutos antes recogí para que no estuviera al alcance de los que peleaban. La cuchilla, que salió a gran velocidad, se incrustó en el abdomen de Graham.
El irlandés soltó un improperio que sonó estupefacto, como si no creyera la escena que veía; luego, el sonido de un golpe que culminó con un cuerpo chocando contra el asfalto.
Graham, todavía sin creer lo que hice, miró mi mano que seguía aferrada al mango de la navaja en su estómago. Quise soltar el arma, pero me había pasmado de la impresión. Creo que en ese instante mi mente se bloqueó porque no recuerdo si la sangre brotó o si el doppelgänger siquiera se movió.
Una cosa había sido pensar y estar resuelta a hacerlo, y otra muy distinta era ser consciente que de verdad me había atrevido.
Incluso dudé de mi humanidad. ¿Cómo había hecho semejante acto y ni siquiera sentir algo? ¿Por qué no lloraba de miedo o tristeza? ¿Era porque sabía que eso no había afectado al Graham de carne y hueso?
No sé si habría permanecido ahí por siempre o en algún punto me habría colapsado. Lo único que me impidió averiguar cuál de las dos opciones habría ganado, fue que unas manos fuertes me alejaron de un cuerpo que cayó al piso, mirándome con odio.
—¡Vámonos! —instó Alex, tratando de guiarme hacia el extremo abierto del callejón.
Lo seguí con pasos torpes.
Justo antes de salir, volteé por inercia para ver a Graham, pero él ya había desaparecido y solo quedaba un cuerpo inconsciente en el piso.
***
Alex se quejó por octava vez cuando pasé la gasa con alcohol por la herida que tenía a un costado de la cabeza. Lo blanco de las fibras quedó manchado de sangre, polvo y un par de piedrecillas.
Sus dedos se clavaron en mis glúteos, pero no de una forma agradable; esa era su venganza por hacerlo sufrir.
Vi la infinidad de gasas tiradas en el piso del baño de nuestra habitación en el Triada, así como su playera manchada de sangre colgando del lavamanos. Maldije para mis adentros.
—No solo tendré que limpiar todo este desastre —reclamé—, sino que también tendré que hacerme cargo de tu maldito cuerpo testarudo cuando mueras por una maldita infección.
Dejó salir un suspiro tan pesado como la atmósfera que nos rodeaba. De haber querido ir a Urgencias tal vez estaríamos tomados de las manos y no a dos segundos de iniciar una pelea.
—Necesito orinar, mujer —acotó enfurruñado.
—Pues levanta la tapa, bájate los pantalones y haz sentado —sugerí entre dientes—. Yo no me voy de aquí hasta que tu estúpida herida deje de sangrar. ¡Demonios, Tremblay! ¿De dónde sacas tanta sangre?
Inmovilizó mi mano con la suya.
—Dejaría de hacerlo si aplicaras presión.
—¡Lo iba a hacer cuando la herida estuviera limpia!
Si bien se veía pálido y cansado, la disputa y el dolor lo mantenían por completo despierto.
Regresó la mano a donde la tenía antes y por un rato estuvimos en silencio; él con sus pensamientos y yo con el desastre que era su cara.
Nunca tomé ni un solo curso de primeros auxilios, sin embargo, de niña siempre tenía las piernas y codos raspados por treparme a árboles o andar en bicicleta sin el menor cuidado posible, así que mis padres se volvieron expertos en curaciones. De haber sabido que en un futuro elegiría a un salvaje como pareja, les habría puesto más atención a la hora de atenderme.
—Necesitas puntos —dije más calmada.
Esperaba que contraatacara. Las aguas no se iban a calmar hasta que los dos explotáramos; no obstante, me sorprendió:
—Merybeth, yo... Lo siento. —Su voz estaba cargada de sinceridad—. No sé qué me pasó cuando te vi hablar con ese tipo, ¿sabes? Sí, me puse celoso, pero no sé por qué. Confío en ti, quiero que lo sepas... Es solo que...
—Fue Graham —intervine al ver que se quedaba sin palabras—. Él estaba jugando con nuestras mentes. Le fue más fácil porque estábamos vulnerables, Alex. No nos culparemos por eso, ¿de acuerdo?
Entonces le expliqué, tanto como sabía, que su influjo funcionaba mejor bajo ciertas condiciones. Asintió pensativo.
—Otro callejón sin salida, ¿eh?
Entendí a lo que se refería. El doble podía influir en mi libre albedrío cuando mi mente estuviera débil. Si dormía, no podría poner resistencia; y si me privaba del sueño para intentar hacerlo, no sería por mucho, ya que el cansancio también debilitaba.
—¿Cómo lo sientes tú? —preguntó, entornando los ojos. Cuando traté de detallarlo, la incertidumbre apareció en su expresión. Parecía que en su caso no era igual—: Yo lo sentí distinto. Juro que no quería hacer las cosas. Me dije a mí mismo que estaba mal, pero aun así fui y lo golpeé. Era como si mi cabeza estuviera en desacuerdo con mi cuerpo.
Sus palabras fueron perdiendo volumen. Por unos minutos se quedó absorto.
—Cuando mencionó que lo hacía de la misma forma en que yo husmeaba en su cabeza, recordé la vez en que te cantó con su guitarra. Te extrañaba tanto en ese entonces que quise acortar la distancia y abrazarte, pero no lo hice. Mi cuerpo, o el suyo en todo caso, no obedeció.
"Así lo sentí hoy. Mis músculos no me respondieron.
La mirada que me lanzó ocultaba algo.
—¿Qué quieres decir, Alex?
Sus dedos volvieron a moverse sobre mi cuerpo, solo que esta vez en un gesto tranquilizador.
—¿Y si también puede meterse en mi cabeza como yo en la de él? Peor aún, ¿y si además él sí tiene la fuerza mental para imperar sobre mi propio cuerpo?
"No era yo, Merybeth. Esa voz que escuché en mi cabeza no sonaba como yo. Quise ignorarla, y cuando lo intenté sentí como si fuera una marioneta. ¿Me entiendes?
No lo hacía del todo, pero sí podía comprender su desesperación silenciosa y tratar de aliviar su congoja. Con sumo cuidado llevé su cabeza a mi pecho y lo abracé lo más fuerte que pude sin lastimarlo más de lo que ya estaba.
Confiarnos por no haber tenido la presencia de Graham los últimos días había sido una estupidez. Debimos preverlo; era nuestro deber pensar que su siguiente ataque iba a ser peor porque, él mismo lo había dicho, necesitaba energía. Y si no la gastaba en tonterías como pasearse afuera de nuestra habitación o provocarnos pesadillas, era porque planeaba utilizarla en algo más grande.
Acaricié a un Alexandre maltrecho que se estremeció cuando mis dedos pasaron por su espalda. Él sin duda no estaría así si no fuera porque mi miedo a perderlo me hizo desistir de un plan que pudo haber sido la solución.
***
—Graham... —traté de sonar sosegada—, tú lo dijiste, ¿recuerdas? Tú fuiste quien dijo que Alex y yo...
Me callé. No hacía falta terminar la frase y tampoco quería hacerlo para no alterarlo.
Volví a mirar la pala recargada en la pared del establo; cada vez me parecía más pesada.
—¿Y si lo olvidamos? ¿Y si pretendemos que nunca lo dije? Beth, te daré lo que siempre soñaste. Junto a mí estarás protegida y te amaré con cada parte de mi ser, incluso esta que tienes frente a ti.
No sabía si quería creerle o no. ¿Cómo podía estar segura de que su parte más malvada también podía amar?
—Déjame demostrarlo. —Si bien sus palabras podrían parecer románticas, el atisbo de diversión en sus ojos, y esa nota seductora en su voz, me tenían en un constante recelo—. Mira, quiero enseñarte algo.
Me tomó de la mano y caminamos hasta la mesa donde estaba la vela encendida. Con presteza encendió otras tantas y la estancia se fue alumbrando más.
—Sé que es muy pronto y que lo último que querrás será pensar en esto, pero quiero que sepas que en verdad me comprometo a que lo nuestro funcione, ¿de acuerdo? —murmuró, tomándome de los hombros—: Solo no te espantes.
Me hizo dar media vuelta. En cuanto vi lo que quería enseñarme, solté un gemido ahogado.
—Quería que la vieras cuando ya estuviera terminada. Pero creí que si lo hacías antes, quizá nuestra boda no la sentirías como si estuvieras caminando a una ejecución.
Admiré la madera lijada de la estructura a medio armar. Los barandales altos y las esquinas redondeadas solo podían asociarse con un determinado mueble.
—¿Me sacaste de la cama para que viera... esto? —Ni siquiera podía decir la palabra sin sentirme asfixiada. Luego, recordé la forma tan brusca en que llegué al establo—. ¿Qué fue eso, Graham? ¿Cómo es que me hiciste venir?
La sonrisa ladina me recordó a Alex y mi corazón se encogió.
—Habilidades de doble, cielo —respondió, encogiendo los hombros—. Divertido, ¿no crees?
Su concepto de diversión se había distorsionado bastante.
—¿Me hipnotizaste?
Un chispazo perverso relució por un segundo en sus pupilas.
—Podría intentarlo —sugirió. Acarició mi mejilla con extrema suavidad, ascendió hasta mis ojos y rozó mis párpados cerrados. Sentí el frío y distante tacto de sus labios sobre los míos—. Pero prefiero que tu amor sea real.
Creo que ese fue el momento en el que me abrí a cierta posibilidad. No sabía qué es lo que realmente quería decir con eso de que podría intentarlo, sin embargo, con su última frase dejó en claro que no lo haría. A pesar de que ese fuera su deseo, no me obligaba a sentirme bien junto a él.
¿Por qué él sí era capaz de hacerlo y yo no? ¿Por qué, aún después de elegirlo por mi propia voluntad, me sentía como una prisionera? Yo había decidido quedarme con él por algo; se suponía que mi elección debía hacerme sentir bien, en cambio, cada día que pasaba parecía que el aire a mi alrededor se agotaba, que mis pulmones no podían absorber el oxígeno y que mis órganos se iban atrofiando en mi interior.
Lo peor de todo era saber que Graham de verdad se esforzaba. Las últimas semanas, sin contar los lapsos nocturnos, había sido el de los últimos seis años, incluso mejor porque era honesto y actuó como si mi infidelidad —porque sí, debía decir las cosas como eran—, no hubiera pasado.
¿Y si él tenía razón? El concepto de alma gemela no podría adjudicarse a un solo individuo de por vida porque ¿qué pasaría si, como en nuestro caso, uno viviera en Europa y el otro en América? Nosotros coincidimos porque solíamos viajar seguido, ¿pero qué pasaba con las personas que no querían o no podían salir de sus países y cuyos complementos también eran extranjeros? O si uno de los dos moría, ¿eso significaba que el otro estaba destinado a no volver a encontrar la felicidad? Además, ¿no fui yo misma la que dijo que Graham era esa persona con la que quería estar porque era el amor de mi vida?
Lo cierto es que nada me faltó junto a Graham, y no me refiero a un ámbito material, sino espiritual. Era dichosa con él, ¿por qué no podía volver a intentarlo? Que mi corazón estuviera dividido en dos no significaba que no merecía buscar la felicidad dentro de unas circunstancias que jamás esperé.
—Hazlo —solté de repente. Los besos en mi cuello se detuvieron y por unos segundos el silencio se volvió abrumador.
—¿Hacer qué? —murmuró cauteloso.
Me separé para verlo. La solución había estado delante de mis ojos y no había querido verla porque a veces las personas solemos aferrarnos a los recuerdos por muy dolorosos que sean. No nos hemos enseñado a dejar ir.
—Jamás podría volver a ser feliz contigo sabiendo que Alex está por ahí —dije firme. Mi frase lo hizo enojar, pero era necesario que encontrara la determinación que lo haría ceder. Sus dedos se enterraron en la piel de mi cintura—, pero que no esté muerto no significa que yo no pueda creer que lo está.
Entornó los ojos, queriendo descifrar el rumbo que estaba tomando.
—Tú hiciste que viera un ciervo saliendo del bosque, ¿recuerdas? —Asintió a mi pregunta con un seco movimiento—. ¿Podrías hacer lo mismo, pero en vez de...?
La comprensión lo desubicó. No podía creer lo que le estaba pidiendo.
—¿Quieres que te haga creer que Tremblay está muerto? —preguntó a media voz—. ¿Por qué?
—Es la única forma que se me ocurre para volver a ti. Ambos ganamos, Graham. Él no lo estará, pero yo creeré que sí y me será más fácil volver a adaptarme a esto.
—¿En serio lo harías?
Desvié la mirada para que no viera las lágrimas que estaban a punto de salir. No quería hacerlo; no quería ser ignorante de que, en algún sitio del mundo, Alex estaba sonriendo y viviendo como yo quería que lo hiciera.
Asentí y no sé por qué esperé que algo sucediera. De hecho, imaginé que el doble se pararía frente a mí y, con mirada hipnótica, utilizaría algún tipo de poder compulsivo. En cambio, Graham me abrazó y levantó mi barbilla para buscar mis labios.
Esa noche hice el amor con el verdadero doppelgänger. No con el Graham honesto que aceptó su naturaleza, y mucho menos con quien compartí la cama durante tantos años, sino con su parte más oscura.
Y se sintió extraño. Fue como estar entre los brazos de alguien que no conocía; no había rastro, como otras veces, de esa parte buena dentro de él que solía florecer en actos simples como caricias o besos.
Supongo que ese fue el momento en que se hizo la división definitiva, el instante en que se fijó la línea que mantuvo separadas a dos partes de un mismo ser.
—Aquí tendremos un par de vacas —dijo después de varios minutos en los que estuvimos descansando sobre una manta que puso para que la paja no se nos pegara al cuerpo por el sudor. No sé cómo podía tener energía suficiente para mantener una conversación tan vivaracha, yo ya estaba a dos segundos de caer dormida—. Te enseñaré a ordeñarlas, no es tan fácil como lo hacen ver, pero tampoco tan difícil. Beth, despierta.
Me costó abrir los párpados. Su sonrisa juguetona me hizo creer que esperaba que mi cuerpo le siguiera el ritmo.
—Estaremos juntos, ¿verdad? —cuestionó. Estaba tan cansada que no comprendí el motivo de su pregunta—. Ahora que él ya no está, nada se interpondrá entre nosotros.
La forma en que lo dijo fue lo que me sacó de mi sopor. Una parte de mi mente me decía que era lo que yo le había pedido antes, que él simplemente estaba tratando de hacer lo que yo sugerí. No obstante, había otra voz seductora que susurraba que lo que escuchaba tenía tintes de verdad.
—¿Qué? —exclamé confundida. Nunca me había drogado, pero creí que el efecto era igual al de esas telarañas en mi cabeza.
Graham debió ser actor y no veterinario. La cara de congoja que puso causó un escalofrío en mi columna vertebral. Parecía como si de verdad lo lamentara; o quizá sí lo hacía.
—Es una pena. Tenía mucho por vivir, pero esa moto... Es un milagro que tú hayas sobrevivido, cielo —susurró apesadumbrado.
—¿De qué estás hablando? —exclamé confundida. La pequeña voz que me dijo que eso no era verdad se fue haciendo más diminuta. Sentí que debía aferrarme a algo, pero no sabía a qué.
—No lo recuerdas, ¿cierto? —Su expresión era tan conciliadora que comencé a tomar lo que decía sin cuestionarlo—. Tú estuviste ahí, Beth. Viste su cuerpo sin vida...
Las garras aterciopeladas se incrustaron en mi mente conforme la visión de alguien tirado en el asfalto se fue haciendo más nítida. Había sangre, restos de metal torcido, el olor de algo quemado... Y yo estaba ahí, a un lado, apenas respirando.
No podía ser real, ¿o sí? Lo sentía como un recuerdo que no quería creer, pero esa voz seductora se fue haciendo más potente. Me decía que quería creerlo, que no había nada en el mundo que yo quisiera más que aferrarme a esa certeza.
Y por dos breves segundos lo hice. Acepté que eso en verdad había ocurrido porque las palabras de Graham sonaban indiscutibles.
Entonces, la tortura comenzó. En cuanto dejé que el recuerdo se filtrara en mi ser y vi el rostro del cuerpo inerte junto a mí, surgió un hoyo negro en mi alma. Sentí el tirón que cambiaba la gravedad y mis pulmones colapsaron.
Quisiera poder describir el dolor que sentí. Me habría gustado poner en palabras precisas el sentimiento de desolación y pérdida que me invadió al ver la mirada vacía. Fue como si una fuerte arcada se fraguara en lo más hondo, preparando a mi cuerpo para expulsar aquello que no se podía percibir, como la felicidad, el amor, la esperanza...
Por dos segundos estuve muerta en vida. Quise que mi corazón se detuviera como el de él lo había hecho. Quise vomitar, llorar, gritar, hacer que mis engranes principales dejaran de funcionar. Sentí que el cielo jamás volvería a ser azul ni el sol volvería a ser cálido.
Y grité, o al menos lo intenté porque de mi boca no salió nada, excepto aire que bien pudo ser mi alma. Sentí que mi quijada se trabaría y mis ojos se saldrían de tanto llorar. Quise arrancarme el cabello y desgarrarme la piel hasta que las punzadas frías por encima de mi diafragma desaparecieran. Cualquier dolor físico habría sido preferible a lo que me provocó saber que Alex estaba muerto.
Los sollozos comenzaron a salir de a poco. Mis muñecas se vieron inmovilizadas y mi vista se aclaró para dar paso a un techo de madera apenas iluminado. Los ojos de Graham se veían extasiados, frenéticos.
¿Por qué estaba tan feliz de verme en ese estado?
Entonces recordé que no era real. Mi cabeza encontró la forma de traer el eco de una petición que ahora me resultaba espantosa. Sentí asco de mí misma por haber solicitado aquello. ¿Cómo había estado dispuesta a imaginar esa abominación?
Supe que prefería mil veces el dolor de no tenerlo que el de saberlo muerto.
—¡No me toques! —grité histérica, separándome de Graham.
Como pude, hice que mis piernas temblorosas me pusieran de pie. Me alejé sin importarme mi desnudez o la mirada triunfadora que seguía cada uno de mis movimientos. Apoyé ambas manos en el borde de la mesa, con la cabeza gacha para tratar de amortiguar las arcadas. Intenté concentrarme en la madera rugosa, en los grillos que cantaban en el exterior o en la sensación seca de la paja bajo mis plantas; cualquier cosa que no fuera la sobreproducción de saliva y lágrimas que terminaría por ahogarme. Apreté los labios con fuerza, obligándome a no gritar.
Si bien Graham no me tocó físicamente, volví a sentir el influjo de sus poderes. Los espasmos musculares de mi espalda, acompañados de la súbita despresurización en mi cabeza, anidaron como una plaga que no está dispuesta a irse. Me apreté el cráneo con ambas manos, como si así pudiera evitarlo.
Al voltear a verlo, el doble sonreía malicioso.
—No estuvo mal para ser la primera vez —clamó contento. Me recorrió con la mirada y tomó su miembro flácido, que despertó conforme sus movimientos ascendían y descendían constantes—. Veamos si tenemos más éxito con la segunda.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro