Capítulo 15
MERYBETH
Creí que moriría de insolación apenas salimos del Aeropuerto Internacional de Palm Springs, en California. La infinidad de turistas, entre ellos Alex, caminaban como si estar a mitad del infierno fuera lo más normal del mundo.
—¿Podemos regresar? —pregunté quejumbrosa, señalando la entrada del aeropuerto.
—¿Se te olvidó algo? —Miró mi maleta y mi bolso de mano. En su mente ya podía escucharlo maldecir por tener que salirse de la fila de los taxis—: Espera, ¿hablabas sobre regresar a Canadá?
—Olvídalo. Espera aquí, no me tardo.
Dejé mi equipaje con él y corrí de regreso, esquivando a los que iban saliendo.
La tienda de recuerdos estaba a reventar, pero por fortuna, la mayoría se dedicaba a observar y sopesar qué es lo que querían llevar, por lo que no había tanta gente formada para la caja. Tomé un sombrero de ala y una gorra, ambos con un estampado de palmeras, y me formé detrás del último.
Cuando regresé, la escena no había cambiado mucho. Alexandre solo había avanzado un par de lugares, sin embargo, no se veía desesperado. Admiré su paciencia para permanecer bajo el sol sin quejarse.
—¿Cómo es que no te estás muriendo de calor? —reclamé, poniéndole la gorra.
No era posible que el sol no estuviera en su punto más alto y aun así calentara de semejante forma.
—Me adapto con facilidad, dulzura. Además, me preparé mentalmente. Sí te dije que estaríamos a mitad del desierto, ¿no?
Su tono burlón me hizo mirar al cielo.
—Creí que era una exageración. —Y más o menos lo era. O sea, sí estábamos dentro del desierto de Sonora, no obstante, no lo parecía si considerábamos la urbanización frente a nosotros—. ¡Me quiero quitar el vestido!
Su carcajada fue un claro indicio de que no me tomaba en serio. Sin embargo, no lo había dicho en broma.
Esperamos al menos otros veinte minutos para que fuera nuestro turno. Gracias al cielo, el auto tenía aire acondicionado y el hombre hacía su negocio redondo con las botellas de agua fría que guardaba en una hielera de unicel. Si por mí fuera, le hubiéramos comprado hasta los hielos que mantenían la temperatura de las botellas.
—¿A dónde los llevo, jóvenes? —preguntó con un marcado acento latino.
—Hotel Triada en Indian Canyon, por favor —respondió Alex, consultando un mapa.
Al parecer, la ciudad no era tan grande. Por lo que mencionó el conductor, el hotel estaba en las orillas y no tardamos ni diez minutos en llegar a nuestro destino.
El sitio en el que pasaríamos la noche bastó para que mi bochorno aminorara. Mientras Alex pagaba el recorrido y el agua, me dedique a observar la fachada blanca con techos inclinados cafés. Las palmeras del exterior eran enormes, sobrepasaban la aguja de la estructura circular que parecía pastel de bodas, a un lado de la entrada.
El interior era bellísimo. Parecía una ciudad miniatura cuyas casitas estaban separadas por una diminuta calle de loseta. Lo verde abundaba en forma de reducidos jardines, vallas de arbustos y más palmeras. Al ver la alberca me dieron ganas de meterme y nunca salir.
Nuestra habitación estaba en la planta alta; subimos por unas escaleras negras de metal forjado, sorteando a los inquilinos que ya iban de salida, y me metí apenas Alex abrió la puerta. Sonreí de alivio al sentir la frescura del interior.
Los colores que nos recibieron eran alegres. Los sillones naranjas hacían juego con la decoración en las paredes blancas, y combinaban muy bien con el piso de madera falsa.
La cama, de sábanas blancas, se sintió de maravilla cuando me acosté sobre ella. Estaba fresca y desde ahí se veía parte del hotel por las puertas de cristal que daban hacia el balcón circular.
—¿Comemos aquí o buscamos algo en las inmediaciones? —dijo Alex, quitándose las gafas oscuras.
Por muy diferente que se viera con bermudas, playeras tipo polo y sandalias, ese ambiente le sentaba; lo hacía verse relajado y menos egocéntrico que de costumbre. Si me preguntaran a cuál prefería, no sabría decir si su versión de playa, o ese que conocí con chaquetas de cuero y botas de motociclista. Ambos me gustaban mucho.
Elevó una ceja, esperando a que le respondiera.
—Ni loca salgo de aquí —clamé con suficiencia. Se mordió los labios al verme mover mis brazos y piernas como si estuviera haciendo ángeles en la nieve.
—Tendrás que hacerlo mañana. TJ quiere verte; y no se diga de Robert y Lucas, quienes siguen sin creer que te lo propuse.
—¿Ya lo saben? —Mi escepticismo debía ser igual al de ellos.
Encogió los hombros. Tras unos comentarios más, se encerró en el baño.
Me pregunté si estaríamos lejos del hogar de Lucas. La reunión, aparte de hacerse para organizar el tan dichoso viaje anual, era porque el chico del pelo castaño decidió que el sitio le gustaba lo suficiente como para asentarse definitivamente. Estaba rentando un departamento porque su trabajo lo llevó a esa ciudad; pero al final descubrió una casa modesta que se puso a la venta y no lo pensó dos veces.
La fiesta del día siguiente era para festejar la adquisición de la propiedad.
Mientras Alex seguía dándose una ducha, me pregunté si tendríamos más incidentes paranormales. Desde que dejamos Banff, la invisible presencia de Graham se fue haciendo más esporádica. Su última aparición fue a unas cuantas horas de llegar a Laval; ya era de noche, yo iba al volante y, justo en una curva, los faros alumbraron una silueta entre los árboles. Nuestras caras palidecieron, y si bien quise detenerme, Alex dijo que no lo hiciera.
Ya había pasado una semana de eso. Durante los días que siguieron dejé de sentir la necesidad de llamarlo y tampoco recuerdo haber tenido pesadillas, sentirme observada o escuchar ruidos por la noche.
Alexandre y yo llegamos a una posible teoría. Quizá era porque nos manteníamos en constante movimiento y, si de por sí era difícil que se bilocara, más le sería hacerlo y seguirnos por doquier; en especial si tenía que ser consciente del lugar en el que quería aparecer. Aunque, claro, solo fue una suposición, ya que no teníamos un sitio fiable de información al cual recurrir.
Cuando mi novio —aún me resultaba extraño llamarlo de esa manera—, salió del baño, fue mi turno para quitarme lo pegajoso de la piel. Ni siquiera tuve que regular la temperatura del agua; si bien abrí la llave de la fría con la esperanza de calmar el calor, esta salió tibia.
Decidimos salir a merendar como a eso de las siete. El sol se ocultaría por completo en unos cincuenta minutos, más o menos, así que ya podía caminar sin sentir que me derretiría como vela.
Palm Springs a esa hora me pareció encantadora. El cielo, con tintes violetas y naranjas, se extendía más allá de las montañas marrones más cercanas. La gente en las calles iba con ropa diminuta; había glamour por doquier y ese aire vacacional que te hace pensar que la playa está a unos cuantos minutos.
La cena fue ligera; no teníamos tanta hambre y aparte no queríamos sobrecargar nuestros estómagos para poder dormir bien y ajustarnos al cambio horario.
El sábado al mediodía ya estábamos listos para el evento de la tarde. Bajo mi romper a rayas tenía puesto el bikini, y sobre mi cabeza el sombrero. Solo me faltaban las gafas para sentirme en Los Ángeles.
Por sugerencia de Alex, también metí una muda de ropa al morral que llevaríamos. Esto debido a que estaba cien por ciento seguro que la fiesta no terminaría antes de las cuatro de la mañana y dormiríamos allá.
Antes de dirigirnos a la casa de Lucas, pasamos a un supermercado para comprar cervezas, refrescos, jugos, vodka, tequila, bolsas de botana y un tipo de carne cruda que no reconocí. Tuvimos que pedir un taxi que nos llevara a Vía Las Palmas porque no podíamos cargar todo.
El barrio era agradable. Todas las casas, unas más ostentosas que otras, contaban con jardines verdes. El hogar de Lucas era de una sola planta; sencillo, pero acogedor. No pasó mucho desde que tocamos el timbre para que nos abriera.
—¡Hey, chicos! No los esperaba tan temprano —saludó con una sonrisa en el rostro. Era raro verle esa expresión, ya que él solía ser más serio. Chocamos puños y nos invitó a entrar, ayudándonos con las bolsas—. Y no era necesario que se molestaran, pero gracias.
—¿Qué hay, hermano? —dijo Alex—. ¿Cómo has estado?
Los chicos se enfrascaron en una conversación para ponerse al día sobre lo más relevante. Pasamos directamente a la cocina, donde TJ ya estaba ayudando a cortar trozos de pimiento para unos emparedados.
—¡Mery! ¡Alex! —gritó apenas nos vio. Su entusiasmo me hizo sonreír más amplio de lo que ya lo hacía. Dejó el cuchillo sobre la barra y se acercó para abrazarnos. El penetrante olor de su colonia me mareó por unos segundos—. ¿Cómo los trata el clima? Yo estoy que sudo como pavo antes de Navidad, ¿cierto, Luc-luc? —Cuando este último asintió, TJ se acercó y susurró—: Esto es una tortura para los que venimos de zonas frías, ¿verdad que sí?
Guiñó un ojo.
—Ven, ven. ¿Quieres ayudarme con las verduras? —continuó—. Tú puedes partir rodajas de pepino. ¡Espera! Te traeré una tabla y un cuchillo.
Los monólogos de TJ a veces resultaban tan inquietantes como divertidos. Mi amigo rebuscó en unos cuantos cajones y me dio lo que prometió. A pesar de lo que dijo, se le veía fresco con su short holgado y la enorme camiseta que de seguro también compró en el aeropuerto.
—Toma, amor —dijo Alex, poniendo una lata de cerveza frente a mí. Él ya traía una entre las manos.
Se lo agradecí y cada quien siguió con sus asuntos.
Por un rato estuvimos los cuatro en la cocina, charlando de banalidades al tiempo que nos dedicábamos a preparar los aperitivos. A veces era una conversación grupal, y otras nos dividíamos en parejas.
El ambiente en la casa era ameno. Las voces de Lucas y Alex, intercambiando frases sobre cosas que no lograba entender del todo, me resultaron en extremo relajantes. Por su parte, TJ no paraba de hablar sobre su trabajo en Londres; la mayoría ya me la sabía, me lo había contado por mensajes en Facebook, pero narraba con tanta emoción que dejé que siguiera.
—¿Has sabido algo de Vally? —preguntó TJ como quien no quiere la cosa.
Levantó la vista para ver a sus amigos, quienes nos ignoraban porque estaban entretenidos haciendo una mezcla de cerveza, salsa inglesa y varias especias para marinar los kilos de carne que había visto cuando Alex abrió el frigorífico. Vagamente me pregunté si alimentaríamos personas o leones.
—Hasta donde yo sé, está ahogada de trabajo —respondí—. El diseñador de KennArt's renunció y llegó uno nuevo con modelos muy atractivos. Como va a haber un cambio completo en la línea, todos están un poco saturados.
—¿Y no mencionó nada sobre mí? —Sus mejillas regordetas se tiñeron de carmín—. Bueno, es que..., ya sabes, curiosidad. No quiero que piense que soy un sujeto empalagoso. Eso sería terrible porque ni lo soy, ¿no crees? Sí, qué mal.
Le palmeé el hombro.
—Dale unas semanas para que se organice, TJ. Pero, por si te lo preguntabas, comentó que en persona eras más agradable que por mensajes. La vi muy contenta.
Le guiñé el ojo y seguí partiendo el pepino. Mi palabras lo pusieron de mejor humor; a los dos segundos ya estaba silbando.
Después de un rato, Lucas y Alex salieron al jardín para ir preparando la parrilla. Había tanta testosterona en sus actividades, que me resultó difícil creer que este último era el mismo que me había dicho cosas dulces mientras bailábamos en medio de la naturaleza.
—¿Cómo han estado, Merybeth con erre? —preguntó TJ en voz baja al tiempo que sacaba rebanadas de pan y las cortaba en triángulos. Tomé un cuchillo y los fui embadurnando de mostaza y mayonesa—. Me refiero a...
No hizo falta que continuara. Solo le había escuchado ese tono de seriedad una vez en la vida; cuando Valerie y él se vieron en Edimburgo, mi amiga había ido al sanitario y, mostrando cierta complicidad, Aileen se ofreció a acompañarla.
***
—Así que... —Carraspeó incómodo—, te vas a casar con su doble.
Desvié la mirada.
—Es lo mejor, TJ.
—¿Para quién, Mery? ¡Mírate! Pareces enferma terminal, ¿sí estás comiendo o durmiendo? ¿Tu prometido te está haciendo algo? No parece que estés disfrutando con la situación, y te puedo decir que Alex también ha de estar sufriendo, sé de buena fe que él te...
Solté una risa cansada y TJ se calló.
—Alexandre continuó con su vida —sentencié solemne.
—No lo hizo, que haya desaparecido solo significa que...
—No desapareció —interrumpí. Ante su mirada estupefacta, luché conmigo misma para tratar de recordar el nombre de la calle que me dijo cuando hablamos en el local. Era algo con eme. ¿Morrison? ¿Merchiston?... Hasta que por fin hice memoria—: ¡Morningside Road! Hay una tintorería y un edifico de ladrillos rojos, quizá lo encuentres ahí.
Su ceño se frunció.
—¿Por qué habría de estar ahí?
—Creo que... —Se me hizo un nudo en la garganta—, está con Monique. Así que... Él no desapareció, TJ.
Llevé la taza de café a mis labios, mientras él se apretaba el labio inferior con los dedos como si con eso las ideas le fueran más claras. ¿Por qué tardaban tanto en volver las chicas?
—Si te están amenazando, o algo similar, Alex y yo encontraremos la forma de...
Le tomé la mano. Hasta cierto punto, su ingenuidad me traía sosiego. Sin embargo, en sus ojos claramente podía ver que su cerebro iba a mil por hora. Tenía que detenerlo antes de que fuera más lejos.
—Deja las cosas como están, por favor. Él de seguro estará bien y yo no lo perderé más de lo que ya lo he hecho. Todos ganamos con este acuerdo.
Entrecerró los ojos.
—¿Cuál acuerdo? —preguntó suspicaz. Me mordí la lengua. En mi afán de parar su tren de pensamiento, dije lo primero que se me vino a la cabeza sin pensar mucho en las palabras—. ¿Qué estás ocultando, bonita?
—TJ...
—Soy tu amigo, Mery, y sabes que te aprecio, pero si no me lo dices, de cualquier modo actuaré a ciegas.
El nerviosismo que había mostrado al estar frente a Valerie se había esfumado. Sus rasgos se habían ensombrecido y nada quedaba del muchacho bonachón que solía ser la mayor parte del tiempo.
—Graham me quiere —dije, bajando aún más la voz—. Si me quedo con él, yo... nosotros... no perderemos a Alex. Le prometí escogerlo a cambio de que lo dejara en paz. ¿Entiendes por qué es importante que las cosas sigan como están, TJ?
En su mirada apareció la comprensión de que estábamos en un callejón sin salida.
***
Un suave movimiento me devolvió a la realidad. Los dedos anchos de TJ me apretaban el antebrazo como si tratara de despertar a alguien dormido.
—¿Te encuentras bien, Mery?
Asentí.
—Sí, lo siento. Creo que me distraje. —Mire la cantidad de panecillos que se había acumulado y me apresuré para no quedarme atrás. Entonces, recordé su pregunta—: Hemos estado bien. Se ha aparecido un par de veces, pero no ha pasado nada grave.
—Es difícil asimilarlo, ¿sabes? —comentó con más ánimo—. Cuando mi buen Alex lo dijo, una parte de mí se negó a aceptar que era verdad. Este chico está borracho, pensé. Y cuando lo vi... bueno, ¿quién lo hubiera sabido? En este mundo pasan cosas raras. Sí, sí. ¿Qué se puede hacer? Excepto alejarse en la medida de lo posible ¿no? Créeme, no quisiera volver a inmiscuirme en algo así y espero que ustedes tampoco.
"De cualquier modo, me alegro que estén bien. Se ven felices. Tú eres la chica sonriente que conocí y él, bueno, ¿cómo te lo digo?, nunca lo había visto así. ¿Te fijaste dónde puse el jamón?
Miró por todos lados hasta que lo encontró debajo de la bolsa de las rebanadas de queso amarillo.
La precaución se desvaneció por completo de sus facciones. Trató de limpiarse el sudor de la frente con la manga de su playera y siguió batallando para despegar las rebanadas.
Me acerqué a él, sonriéndole con efusividad. Quizá sus ganas de ayudar fueron una imprudencia que desató consecuencias terribles; no obstante, de no ser por él, yo no estaría ahí, sintiéndome plena al lado del hombre que más quería. TJ, de algún modo, había logrado salvarme. Ahora era cuestión de nosotros seguir sobreviviendo.
—Gracias, TJ —dije al tiempo que lo abrazaba con fuerza. Si bien en un principio su cuerpo se puso rígido por la sorpresa, a los pocos segundos sus brazos me rodearon la cintura en un gesto fraternal.
Su risa nerviosa retumbó en su pecho.
—Es un gusto saber que no me odias por metiche, Mery. Me sentía fatal por haber traicionado tu confianza.
Esta vez fue mi turno de reír.
Un carraspeo hizo que nos separáramos. En el marco de la puerta al jardín, Alex nos observaba con la ceja elevada.
—No lo creí de ti, Tom John —dijo serio.
TJ me alejó con un poco de brusquedad. Sus mejillas parecieron dos tomates maduros y su mirada fue de un sitio a otro al tiempo que balbuceaba y se rascaba el cuello con tanta saña que de seguro se haría una herida.
—No es lo que crees... Yo jamás... ¡Caramba! Nunca te haría eso... Es que... ¡Recórcholis!
Alex soltó una carcajada sonora y se acercó para palmearle la espalda.
—Respira, ¿quieres? —Le rodeó los hombros con un brazo y me miró inocente, como retándome a decirle algo por hacerle bromas a su amigo. Al pasar junto a él para seguir con mis tareas, me detuvo y me robó un beso fugaz en el cuello. Fue mi turno de ponerme roja, lo que aumentó su regocijo—: Solo bromeaba, hermano. Sé que esta mujer está tan enamorada que no sería capaz.
Maldito pretencioso, pensé.
—¿Sí? —desafié—. ¿Cómo lo sabes?
Alex encogió los hombros y fue a tomar los cuencos donde habían puesto a marinar la carne.
—Nos subimos al mismo barco, ¿recuerdas?
—Esto es incómodo —terció una voz que me hizo voltear hacia la puerta por la que había entrado mi novio. Robert se hallaba parado en el umbral, sosteniendo una pesada bolsa de carbón. Ni siquiera sabía que ya había llegado—. ¡Consíganse un cuarto!
—Más tarde —bufoneó Alex, saliendo con la carne.
Robert desapareció por el marco que daba hacia la sala, sin embargo, regresó a los dos segundos y husmeó en la barra.
—¿Qué hay? ¿Cómo han estado? —interrogó, aunque no sé si lo hizo por verdadera curiosidad o para que no notáramos que se llevaba un sándwich a la boca. TJ y yo respondimos al mismo tiempo—. Así que es cierto.
Con el meñique de la mano que sostenía el emparedado, señaló mi mano izquierda. Encogí los hombros, sin darle mucha importancia.
—Ya cayó el primero —dijo con tono fatalista, pero con una enorme sonrisa blanca.
Robert se puso a hacer algunos cuantos aderezos mientras charlábamos. Él, al igual que Lucas, no había cambiado mucho. Fue bueno saber que le estaba yendo bien en Walla Walla y que en unos meses dejaría su ciudad natal para ir a Tacoma por un proyecto.
Los invitados empezaron a llegar poco después. Desde la barra de la cocina, donde nos habíamos sentado muy plácidos a seguir conversando, podíamos ver el movimiento que se fraguaba en el jardín. Alguien había puesto música moderna y muchos, sin soltar sus latas de cerveza fría, se dedicaban a charlar en grupitos.
Lucas tuvo que obligarnos a salir. Si bien sí queríamos inmiscuirnos en el buen ambiente del exterior, la sola visión de todos en prendas minúsculas, con lentes y sombreros, y aun así sudando a mares, nos quitó las ganas.
—¡No sean antisociales! —se burló, dándole un empujón a Robert para hacerlo cruzar la puerta.
TJ y yo ya nos habíamos resignado, así que esperábamos pacientes a que el de piel morena dejara de aferrarse al marco para que nos dejara pasar.
El calor me dio otra cachetada como la del aeropuerto apenas salí. Me puse de nuevo el sombrero y busqué algo en lo que pudiera refugiarme.
El jardín de Lucas era espectacular; el pasto era de un verde brillante y la piscina cuadrada prometía refrescar. Había varias sillas y unas cuantas mesas bajo una carpa sencilla; y cerca de ahí, una parrilla roja de aspecto sofisticado. Alex estaba detrás de ella, —junto a otros dos chicos—, volteando carnes y cebollas con un tenedor trinchero; bajo la visera de la gorra, sus ojos relucían de alegría.
—¡McNeil! —gritó, agitando el tenedor—. ¡Ven!
Separó unos cuantos cortes que ya estaban listos y los dejó en un cuenco metálico que tenía en la mesa de al lado; cortó un trozo del que estaba hasta arriba antes de que un muchacho se llevara el recipiente, y le sopló para enfriarlo.
—Prueba esto. —Acercó el pedazo a mi boca. La carne, que estaba bien condimentada, crujía por fuera, pero estaba suave por dentro—. Está bueno, ¿eh?
Asentí, todavía masticando. Alex le dio un gran sorbo a su lata y la apretó para tirarla en una bolsa de desechos que tenía cerca. Me sorprendí de la cantidad de recipientes metálicos que había; si bien no todos podían ser de él, no dudaba de que ya llevara bastantes.
Tuve un estimado cuando, de repente, me acorraló contra la pared y me besó como si no lo hubiera hecho en varios días. Su lengua me impregnó el amargo sabor de la cerveza.
—Alguien ha bebido demasiado —musité contra sus labios, soltando una risilla.
—Lo sé. Mi novia es una alcohólica, pero así la quiero. —Esta vez fue su turno de reír—. Ve a comer, mujer. Y deja de distraerme o esto se me quemará.
Negué resignada.
En la mesa más grande bajo la carpa, había infinidad de comida. Tomé un plato desechable y me serví varios pedazos de carne, vegetales asados y una hamburguesa. De verdad que Lucas no había escatimado, ni en la comida y bebida, ni en el número de invitados.
Me hice un lugar junto a TJ, quien ya conversaba con varios chicos, entre ellos Sigrid, y traté de inmiscuirme en la conversación.
Al principio creí que todos se conocían, quizá fueran compañeros de universidad. No obstante, después descubrí que era la primera vez que se habían visto; y eso ocurrió porque a una chica se le ocurrió preguntar nombres y qué hacíamos.
La mayoría de invitados rondaba nuestra edad. La variedad de rasgos era infinita, pero casi todos compartían el mismo tono tostado que se adquiere en la costa y el acento característico de esa zona del país. Me pregunté si Lucas, siendo tan serio como se veía, conocía a cada uno.
Pasó al menos una hora y media para que todos tuvieran la barriga llena. Lucas dejó su lugar en la parrilla para acaparar la atención de Sigrid, aunque Alex y los otros dos chicos se quedaron sentados en su lugar por si más tarde alguien quería otra ronda. Los miré de lejos, los tres mantenían una conversación que bien podría efectuarse frente a una pantalla gigante, en pleno Super Bowl, y la escena no cambiaría mucho.
—Se ven bien juntos, ¿verdad, Mery? —preguntó TJ.
Se había acercado a mi oído para susurrarlo, pero terminó con la cabeza casi recargada en mi hombro. No supe si lo había hecho para hacerse oír por encima de la música o para que los demás no lo escucharan.
Miré la dirección de su mirada perdida. En el rato en el que habíamos estado ahí, bebió tanto que perdí la cuenta después de la quinta lata.
—¿Te refieres a Sigrid y Lucas?
Tal vez se habría quedado dormido en mi hombro de no ser que se incorporó para beber otro trago.
—Yup —respondió, entornando los ojos—. Es un buen sujeto, ¿sabes? Ese Luc-luc... Sí, la quiere bien. No digas que te lo dije. No es gran secreto, de todos modos, se le ve a leguas. Le dolió, ¿sabías? No, supongo que no. O quizá sí.
Me preocupé más por el estado etílico de mi amigo que por las cosas que decía.
—Pero después entendió que las cosas pasan por algo —continuó, encogiendo los hombros—. Sé que la noticia la debían dar ustedes, pero sentía que tenía la obligación de advertirle. Ella siempre tuvo la ilusión de que él... Bueno, como dije, si no es para ti, no lo es y ya. Sí, qué cosas, mi querida Mery.
—¿Hablas de Sigrid? —cuestioné mirando a la susodicha. Se le veía más hermosa que nunca.
TJ asintió.
—Y de Graham —añadió ausente, mirando por la boquilla de la lata como si sopesara la cantidad de líquido en el interior—. Y de todos, creo. Te conté de mis padres, ¿a que no? —Ambos trabajaban como intendentes en las Torres Gemelas. Tras mi asentimiento, prosiguió—: Fueron a presentar su renuncia porque habían encontrado un sitio en el que les pagarían más. Sí, eso fue lo que ocurrió.
"En fin, solo digo que hay cosas que son para uno y no se pueden devolver. Y las cosas que quieres, pero que no son para ti, pues no se pueden tener y ya. No es difícil ¿cierto, Mery?
"Eso sí, déjame decirte algo, bonita. Ellos sí deberían estar juntos —señaló con su índice a sus amigos, sin siquiera importarle si lo veían o no—, de la misma forma en que tú y mi buen Alex deben estarlo. ¿Quieres más cerveza?
Se relajó por completo, olvidando su melancólico monólogo, y se fue. A los pocos minutos regresó con unos vasos rojos llenos de algo que le había preparado un chico en la mesa de las bebidas, y con más comida.
Para cuando el cielo se tiñó de tonos rosados, la cabeza de TJ ya estaba en mi regazo y yo mantenía una conversación muy entretenida con una chica llamada Cassie, quien, por cierto, ya conocía a todos, en especial a Alex. Esa punzada de celos aminoró en cuanto vi a su novio, un sujeto que parecía practicar fisicoculturismo, y desapareció por completo al escucharla hablar. Era muy divertida, tanto así, que hasta hizo bromas de la cara de espanto que puso Alexandre cuando nos vio juntas.
Cuando se encendieron las luces del exterior, el ambiente cambió por uno más relajado. El fortachón se llevó a Cassandra al otro lado del jardín para presentarle a unos cuantos que recién habían llegado; TJ seguía perdido de sueño, Robert se besuqueaba con una chica en una de las tumbonas junto a la piscina, y Lucas y Sigrid seguían enfrascados en una conversación que se veía más que interesante. Me pregunté cuál sería el tema que los tenía tan absortos.
—¿Nadamos? —preguntó una voz conocida detrás de mí.
Las manos grandes de Alex se posaron sobre mis hombros y masajearon con suavidad. Al mirar hacia arriba, lo vi sonriendo con cierta cautela; a leguas se le veía la curiosidad por saber de qué había hablado con Cassie y si era motivo para preocuparse.
—Soy el conductor designado —bromeé, señalando a su amigo.
Sus hombros parecieron relajarse.
—Es una fortuna que él no tenga la capacidad de siquiera levantarse por otra cerveza. Vamos, te ayudaré a quitártelo de encima.
Me di cuenta de lo mucho que había progresado su estado físico cuando movió el gran cuerpo de su amigo y lo acomodó en el piso. Mientras él lo dejaba en una posición que no fuera a ahogarlo con su propio vómito, me quité el romper.
El agua de la alberca estaba templada; no se podía esperar menos si considerábamos lo intenso que estuvo el sol por la tarde. Me zambullí y nadé hasta la mitad, rozando el mosaico azul del fondo.
Una de las razones por las cuales no me había unido a los que se metieron por la tarde, fue que a mí me gustaba sumergirme y nadar con libertad. La mayoría ya se había aburrido del agua y solo quedaba otra pareja, sentados en el borde con los pies hundidos.
Alex me alcanzó y, apenas salió a la superficie, buscó mis labios. No tardé en sentir sus manos curiosas por debajo del agua.
—Creí que habías dicho que nadaríamos —alegué después de morderle el labio inferior.
En algún momento del jugueteo nos acercamos a la orilla, en donde había un desnivel en el que se sentó. Con sutileza me acomodó para que quedara a horcajadas sobre él. Sus dedos se enterraron en mi cadera cuando los míos le recorrieron el pecho desnudo. Inconscientemente acaricié con más suavidad la cicatriz que tenía en el costado.
—Cambio de planes —se excusó inocente, respondiendo mi reclamo anterior—. Por cierto..., la chica con la que estabas hablando...
—Ya sé quién es —interrumpí—. ¿Creíste que algo así no pasaría?
—No sabía que vendría. Es solo que...
—No importa, eso ya es pasado.
Al menos por su parte sí podíamos vernos libres de exparejas. Asintió y peinó mi cabello mojado.
—Hace unos meses quería esto —dijo sin dejar de mirarme—. Ya sabes, una carne asada, cervezas y amigos. Creí que la escena no se podría mejorar, pero me equivoqué. Supongo que me hacía falta el elemento novia.
Hice un mohín.
—¿No se te hace extraño? —inquirí. Ante su gesto inquisitivo, aclaré—: Digo, ¿no sientes raro cuando me dices de esa forma? Yo aún no me acostumbro.
Se quedó pensativo. Tomó mi mano que le peinaba los mechones que le caían sobre la frente, y besó el dorso con aire ausente.
—Sí —confesó por fin—: La verdad sí se siente bastante extraño. No dudo de mis sentimientos por ti, pelirroja, pero no me he acostumbrado a la etiqueta todavía. Quizá por eso trato de decirlo cada que puedo, para hacerme a la idea de que esto es real. De que tú lo eres.
Le acaricié la mejilla.
—No sé cómo podremos familiarizarnos con la palabra correcta —argüí, levantando mi mano izquierda—, si ni siquiera nos hemos adaptado al primer término.
Sonrió de lado.
—Cierto. De hecho debería decir que eres mi...
—¡No lo digas! —exclamé, tapándole la boca.
Sus dientes aprisionaron uno de mis dedos y por inercia lo solté. Alex aprovechó para rodearme las muñecas e inmovilizarme.
—¡Oigan todos! —gritó efusivo. Las personas más cercanas a nosotros voltearon curiosos, no tanto por sus palabras, sino por mi lucha para soltarme—. ¡Ella es mi prometida! ¡Nos vamos a casar!
Alex levantó mi mano izquierda; algunos rieron y otros pocos aplaudieron. Luego, cada uno volvió a lo que hacía antes de la interrupción.
—Deberías verte, amor —se mofó—. Estás tan roja como la primera vez que besé tu mano.
—¡Me la vas a pagar, Gerard Alexandre Tremblay! —amenacé sin mucha convicción al tiempo que le daba un tirón de oreja.
La sonrisa que tenía dibujada en el rostro, como de niño que está orgulloso de la travesura que recién realizó, me hizo rodarle los ojos. Esperaba que eso no fuera un gesto que se hereda, o yo no tendría mucha autoridad en un futuro lejano.
—Ajustamos cuentas después, ¿te parece? —dijo, frotando su nariz contra la mía.
Sus manos descendieron por mi espalda y me atrajeron más a él para que ningún centímetro nos separara. Sus labios suaves encontraron los míos y los invitaron a seguirle esa lenta danza que todavía seguía haciendo que mi corazón latiera desaforado.
TJ tenía razón. Alex y yo debíamos estar juntos; no había otra forma.
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