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Capítulo 1: Un corazón vacío


Cuando Sebastián se despertó se encontró en una habitación totalmente desconocida. Demasiado lujo al tiempo en que era de una decoración sobria. Intentó levantarse, pero descubrió con dolor que estaba conectado a un suero y diversas máquinas que monitoreaban su estado de salud.

Se los quitó sin importarle nada salvo saber dónde carajos estaba.

Mal movimiento. Se mareó y empujó los aparatos médicos en busca de apoyo. Su madre entró corriendo a la habitación.

—¿Sebastián? —Su madre corrió a él para tomarlo por un brazo y cargar parte de su peso—, aún estás débil, cariño, no puedes hacer esto.

—¿Mamá? ¿Dónde? ¿Qué...? —Y entonces una poderosa oscuridad cayó sobre sus brazos y se apoderó de su cuerpo.

La segunda vez que despertó tenía la boca seca y los labios partidos, pero su madre estuvo allí, para ofrecer el agua que tanto necesitaba y susurró palabras dulces mientras lo atendía antes de volver a quedar inconsciente.

La tercera vez pudo despertar por completo. No hubo desmayos ni tampoco intentó quitarse los cables que tenía en el pecho y brazo. Su madre no estaba y en su lugar estaba una joven enfermera. De rasgos un tanto singulares, piel blanca, ojos azules y cabello rubio.

—¿Quién eres? —inquirió a media voz.

—Oh, finalmente despiertas. —Se levantó de su lugar y dejó el libro que leía para atenderlo—. Todos han estado muy pendientes de tu recuperación, tu padre se alegrará muchísimo.

El error de la enfermera lo atribuyó a un error de auditivo suyo, así que ignoró esa parte y esperó pacientemente a que la mujer terminara de revisar sus signos. Había algo en ella que no concordaba con lo que esperaba, algo extraño que escapaba de sus sentidos.

A los pocos minutos su madre entró, y se sentó a la orilla de la cama en donde descansaba.

—Cariño, finalmente despiertas.

—¿Dónde estamos? —preguntó mientras veía de reojo a la enfermera.

Nada de lo que veía cuadraba, porque el lugar era poco más que caro y había equipo médico que en definitiva no podían costearse. Seb se maldijo en silencio, había hecho gastar a su madre más de lo que ganaba en un año, todo por haber intentado jugar al héroe con Dylan... Dylan.

Los recuerdos se arremolinaron en su mente, tan fuertes y certeros que comenzó a punzarle, en respuesta su corazón también se oprimió al revivir el dolor, al saberse solo. No, no, no. ¡No!

—¿Qué sucedió? —preguntó ante el silencio de su madre.

—Estamos en Rusia —dijo.

¿Rusia? ¿Rusia? ¿No hacía un minuto estaban en México?

—¿Cómo?

—Estamos en el país de tu padre, Seb. Sé que nunca debí mentirte, ni ocultarte la verdad pero fue por tu bien, es la verdad.

Seb tragó duro. ¿Cómo podía su madre haberlo perdonado después de dejarlos solos? ¡La abandonó! ¡Lo abandonó!

—Por favor, mamá, quiero estar solo —pidió con la voz en un hilo.

Su madre no pareció molestarse, al contrario, sus rasgos no reflejaban siquiera sorpresa, ella ya esperaba esa reacción de su parte. Así que se levantó y después de darle algunas indicaciones a la enfermera se marchó.

—Tu madre solo hizo lo mejor para ti.

—No te ofendas —advirtió—, pero creo que no es tu trabajo decirme esas cosas.

La enfermera asintió y después de ajustar los aparatos siguió el camino de su madre. Una vez en soledad, cayó en cuenta del fuerte acento de la mujer rubia. ¿Cómo no pudo percatarse de ello antes?

Pasadas un par de semanas, Sebastián fue capaz de andar por su cuenta y sin ningún suero acompañándolo, él había insistido después de una semana en que estaba bien, pero su madre había dicho tajantemente que él no era médico ni enfermero y que por lo tanto le correspondía a ella decidir por su salud. No rebatió, no quería hacer más grande la pelea de lo que ya era.

Después de la sinceridad de su madre, él había sido un poco cortante con ella, no le había dado la oportunidad siquiera de hablar con él, de tener una charla en donde ella le explicara todo, sin importar qué él se sentía en cierto modo traicionado, no por no saber dónde estaba su padre, sino porque su madre no le había tenido la confianza de decírselo antes, de narrarle la historia por muy dolorosa que fuera.

Y es que para Sebastián la verdad siempre había sido mejor que las mentiras, aun si dolía el doble. Claro que esa pequeña filosofía él no podía seguirla todo el tiempo ni con todas las personas, de haber sido así él hubiera aceptado sus sentimientos por Dylan desde el primer beso. No después de su muerte, no cuando ya no servía de nada saberse enamorado y no poder confesarlo pues aun si lo gritaba a los cuatro vientos, la persona que importaba que lo supiera no estaría allí para escuchar su confesión ni para recibir su cobarde corazón.

Dylan había sido un dulce para él, uno que ofrecía sensaciones de placer a las que no estaba acostumbrado y por supuesto que no esperaba recibir. Dylan había sido la persona que se abrió a él, que le mostró su pasado y le brindó un lugar en su presente, y él como el mejor estúpido del mundo se había negado a todo ello, lo había rechazado incontables veces y lo había tratado mal ante el temor de ser vilipendiado primero. Ahora lloraba por sus errores.

Seb se hundió por enésima vez en la cama y escondió su rostro en las mullidas almohadas, dolía, dolía mucho y no podía parar de pensar en ese momento, en que si hubiera hecho equis o ye cosa el resultado hubiera sido muy distinto. Seb no pensaba en dar su vida por Dylan, sus sentimientos no llegaban a tal punto, pero su corazón sí resentía la ausencia, la pérdida, y lo que sentía gritaba por Dylan y lo que pudo ser y no fue por su miedo.

Sebastián no era ningún tonto, cuando su madre preguntó por la razón tras la rojez de sus mejillas y la hinchazón en su rostro, no contó su secreto. Rusia era conocida por la intolerancia exhibida a quienes tenían tendencias contra natura, y aunque él no se consideraba abiertamente homosexual, declararse en dolor por la muerte de un amante, no era tampoco 100% heterosexual. Así que mintió alegando que se trataba de dolor de cabeza lo que lo tenía así. No había sido la mejor mentira del mundo, de hecho podría haber ganado el premio al mejor mentiroso, pero con la tensión existente entre su madre y él, Rebecca lo había dejado ser.

Durante ese tiempo, descubrió con asombro que la casa en la que habitaban podría ser considerada una pequeña mansión, tenía al menos diez habitaciones, y no solo eso, había personal para mantener la casa limpia y hacer de comer. Quizo preguntar de dónde habían salido, pero intuyó con rapidez que la respuesta conduciría a su padre.

Alguien llamó a su habitación, y a regañadientes se levantó a abrir después de limpiarse las lágrimas.

—Joven, tiene visita.

—¿Visita?

—Sí, ¿desea que les diga que se encuentra indispuesto?

Seb lo pensó realmente, no tenía ánimos de hablar con nadie.

—Está bien, bajaré en unos minutos —prometió antes de cerrar la puerta y correr a lavarse el rostro. 





NOTAS:

Volvió la adicta de las notas (?

JAjajaja 

Bien, necesitaré de su ayuda para continuar esta historia. VErán la he dejado por mucho tiempo y algunos detalles se me han olvidado, si quiero avanzar como tengo planeado necesitaré de alguien que tome muy en cuenta los detalles. Por ejemplo: ¿de qué color son los ojos de Sebastian? Yo sé que uno es gris pero y el otro? O ¿de qué color son los ojos de Nikolay? También recuerdo que uno es dorado, pero y el otro? DD: Oh maldición, por qué usé tantos detalles. 


Y una disculpa por tardar tanto. Les agradezco que estén aquí para leer :D 

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