Treinta y tres
Era casi de madrugada cuando pareció que me quedaba sin lágrimas. Sentía todo mi cuerpo entumecido. Me puse de pie con dificultad y subí a mi dormitorio, tratando de no hacer ruido. Sabía que mi madre se iría en cualquier momento. Entraba muy temprano a trabajar y no quería que me viera en ese estado.
No pude dormir esa noche. Tampoco lo intenté. Me acurruqué en la cama sin cambiarme la ropa, sólo con mi taza “arreglada” entre las manos. La sostenía como si se tratara de mi propio corazón. Suspiré tantas veces que perdí la cuenta. Y con un suspiro final escuché el viejo Falcon de mi madre alejarse por el camino. Me levanté y miré a través de la ventana. El día empezaba a despertar. Pero en mi interior la oscuridad parecía haberse instalado hondamente. Iba a volver a la cama cuando vi una sombra que parecía escabullirse por entre un grupo de árboles jóvenes. No estaba seguro de lo que había visto así que entrecerré los ojos buscando ver mejor. Pero no vi nada. Y volví a suspirar.
Decidí darme una ducha para ver si mi cuerpo entraba en calor. Y buscando que se lavase también mi tristeza. Además de triste, estaba enojado. Enojado conmigo mismo. Tenía que haber reaccionado de otra manera. Tendría que haberme quedado dentro del automóvil y tratar de arreglar las cosas. No tendría que haber huido. Siempre terminaba huyendo.
Me vestí, sin prestar atención a la ropa elegida y desayuné mecánicamente. Vi mis apuntes, desparramados cerca de mi cuaderno. Los iba a guardar en la mochila cuando vi la letra de Adam y me frené en seco. Me estremecí. Apenas vislumbré algunas frases de su nota, sentí que comenzaba a llorar otra vez. Así que me apresuré a guardarlas.
No pude evitar que mis ojos se desplazaran hasta el teléfono. ¿Y si lo llamaba? Era un nuevo día. Y quizá, lo que fuera que le hubiera sucedido a Adam la noche anterior, ya había quedado en el pasado. Aunque…, si así fuera, él habría llamado. ¿Y si creyera que era yo el que estaba enojado? Al fin y al cabo, había sido yo quien se había bajado del automóvil, en completo silencio. Pero después sí había intentado hablar con él. Lo había llamado a su celular y él no había querido atenderme. (Quizá no lo escuchó). Suspiré. No tenía celular pero sabía muy bien que existía lo que se conocía como “llamada perdida”. Mi llamada había quedado registrada. Era él quien no quería hablar conmigo.
Seguí con mis ojos clavados en el aparato por un par de minutos. Y antes de que las mejillas se me encendieran por la vergüenza, corrí hasta el teléfono y marqué su número, otra vez. Esperé nervioso y luego de un par de segundos una voz impersonal me volvió a decir que el celular estaba apagado o fuera del área de servicio. Colgué. ¡Estaba tan arrepentido! Aquel silencio me hacía mal. Y mi orgullo se resintió. Pero apenas di un paso de vuelta a la cocina, cuando el teléfono comenzó a sonar.
- ¡¿Adam?!- contesté casi en un arrebato.
- No soy Adam.- me dijo una voz.
Tardé unos segundos en contestar. Había reconocido aquella voz pero por alguna razón las palabras no me salían.
- ¿Eden? ¿Estás ahí?
- Sí…- balbuceé- Aquí estoy, Damien.
- ¿Estás bien?
Y ante su pregunta me eché a llorar como si fuera un niño pequeño.
- ¿Eden…?
Respiré profundo, sintiendo cómo mis lágrimas me empapaban el rostro.
- ¿Eden?- repitió Damien- ¿Estás bien?
- No…- dije apenas en un susurro.
Sollocé. Me sentía realmente muy mal. Pero antes de que pudiera calmarme y decir algo más, me di cuenta de que Damien había colgado. Me quedé con el tubo en la mano. Temblando y llorando. Pero un golpe fuerte en la puerta de calle me hizo sobresaltar. Colgué el auricular y caminé hacia la puerta. La abrí despacio, sin entender demasiado todo lo que estaba pasando. La mirada de Damien me hizo vibrar. Estaba allí, parado en mi porche, con su celular aún en su mano.
- ¿Eden?
No pude evitarlo. Me tapé el rostro con las dos manos y rompí en llanto una vez más. Y mientras mi cuerpo comenzaba a temblar, sentí un par de brazos fuertes que me rodearon. Damien me abrazaba con fuerza y calidez. Me hizo descansar sobre su pecho. Me dejé llevar por aquel abrazo, pero sólo por unos segundos. En seguida, la imagen de Adam me atravesó y me despegué de Damien como si me quemara.
- Eden, tranquilo. Sólo quiero ayudarte.
- Mejor vete…
Apenas podía hablar. Y rompí en llanto otra vez. Me sentí como un tonto. Damien me miró por un segundo y entonces dijo:
- Está bien, Eden. Te dejaré solo si eso es lo que quieres. Pero déjame llevarte hasta el Instituto. No puedes irte solo en ese estado.
- No voy a ir.- dije con apenas un hilo de voz.
- Debes ir. Hoy tienes examen de Historia.
Lo miré incrédulo. No estaba en condiciones de dar ningún examen. Nada me interesaba. Me sentía vacío.
- No quiero ir.- dije llorando.
- Eden…- Damien volvió a acercarse a mí. Y antes de que me diera cuenta, volví a sus brazos.
- Hagamos una cosa. Te lavas la cara,- me dijo un minuto después, guiándome hasta el fregadero de la cocina. Y mientras abría la canilla, siguió hablándome- luego, vamos al Instituto y desayunamos algo en la cafetería.
Con manos de seda, me lavó el rostro y me lo secó con una servilleta de papel.
- Me duele…- dije sintiéndome miserable, poniendo mi mano a la altura de mi corazón.
- Lo sé.- Damien me miraba fijamente- Sé que te has peleado con Adam. Pero no te preocupes. Todo se va arreglar.
- ¿Has hablado con Adam?- le pregunté.
- Algo así…
No sé cómo lo logró pero cinco minutos después, Damien me llevaba en su camioneta azul, rumbo al Instituto. Lo miré sin saber muy bien qué hacer o qué decir. Y parecía que Damien tampoco tenía ganas de hablar. Cuando vi que estábamos por llegar, sentí que reaccionaba.
- ¡Detente, por favor!
Damien me miró. Y por alguna razón me hizo caso y paró el vehículo. Estábamos a unos cincuenta metros de la entrada del Instituto. Para mi tranquilidad nos cobijaban unos árboles tupidos. Los alumnos que estaban llegando no podían vernos.
- Te lo agradezco, Damien pero…prefiero llegar solo. No quiero que Adam me vea llegando contigo.
- Adam no vendrá hoy.
Aquellas palabras me dejaron aturdido.
- Eden…- Damien puso su mano en mi rostro y me obligó, con mucha suavidad, a que lo mirara- Debes olvidarte de él.
Ese pedido me atravesó como una espada y volví a romper en llanto.
- Eden…
- No…lo haré. ¡No puedo…!- sollocé- ¡No quiero olvidarlo! Lo necesito…para vivir.
No quería decir todo aquello pero se me salía de la boca sin poder controlarlo. Me sentía desbastado.
- ¿Él te pidió que me dijeras eso?- de repente lo miré a los ojos.
Me acababa de dar cuenta que quizá Damien sólo me estaba dando un mensaje.
- ¡No! Él no me ha dicho nada. Pero si estuviera en tu lugar, me alejaría de él lo más pronto posible. Él no es bueno para ti.
- ¡¿Por qué?!- me sentía cada vez peor- ¿Por qué tú lo dices?
Damien tomó mis manos temblorosas entre las suyas y comenzó a soplar en mis palmas como queriendo darme calor. Y en seguida tuve una sensación muy extraña. El calor que salía de su aliento me envolvió primero las manos para luego extenderse por el resto de mi cuerpo. La presión que sentía en mi pecho comenzó a desvanecerse y empecé a pensar con mayor claridad. Pocos segundos después, noté que ya no quería llorar más.
- ¿Te sientes mejor?- la voz de Damien sonaba muy dulce. Tan dulce como la voz de Adam.
- Sí…- apenas podía hablar- Damien, ¿él no quiere verme más?
Damien tardó en responder. Parecía buscar las palabras correctas. Luego, de repente, clavó sus ojos en mí y dijo:
- Te repito que no he hablado con él. Pero si yo fuera él, jamás me separaría de ti.
Tragué saliva. ¿Acaso Damien me estaba coqueteando? ¿O quizás tenía que leer entre líneas? ¿Me estaba diciendo que era Adam quien no quería separarse de mí?
- Vamos, tienes que rendir un examen. Y mientras desayunamos, te daré un repaso rápido. Soy muy bueno en Historia.
- No, Damien. No sé nada de Historia. No recuerdo nada de lo que estudié. Además, no tengo cabeza para rendir ningún examen.
- Eden, yo que tú voy. Con mis consejos, lo aprobarás y así aprobarás el semestre. Y quizá te enteres de algo que te interese…
Damien volvió a clavar sus ojos en mí. Lo miré en silencio por unos segundos, mientras sentía todavía sus manos tibias acariciando las mías.
- ¡Anthony!- dije de repente en un susurro.
Damien sonrió complacido. Eso haría. Iría a clases y buscaría a Anthony.
- Seguramente él sabe algo de Adam.- dije mirando los ojos color miel de Damien que parecían brillar bajo su sonrisa.- Gracias por el consejo.
- No, no. Yo no te he dicho nada.- Damien me guiñó un ojo- Yo sigo insistiendo en lo que te dije antes. Debes alejarte de Adam. Pero si no quieres escucharme, es tu problema. Yo ya cumplí.
Las palabras de Damien me parecieron un poco duras pero al mirarlo me di cuenta de que en el fondo él buscaba ayudarme. Y si yo había tomado la decisión de no alejarme de Adam. Y su mirada parecía confirmarme que me ayudaría.
- Gracias.- repetí- ¿Puedo hacerte una pregunta?
Damien volvió a sonreír y asintió. Sentí que sus manos envolvían las mías un poco más.
- ¿Por qué lo haces? ¿Por qué nos ayudas?
- Porque… a mí me gustaría estar en su lugar. Y que me miraras como lo miras a él.
Sentí un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. Traté de pensar en qué momento Damien podría haberme visto mirar a Adam de esa manera. En la playa yo estaba seguro de que no había nadie más que nosotros. Damien pareció entender mis dudas. Me miró y dijo con voz muy suave:
- Vi cómo lo mirabas en el partido de fútbol.
- ¡¿Tú estabas ahí?!
- Sí…
- ¿Te gustan los deportes?- no sabía qué decir. Me sentía muy avergonzado.
- No. Fui para verte a ti.
Me miraba fijamente con esos hermosos ojos color ámbar. Pero por alguna razón no eran aquellos ojos los que hacían latir mi corazón. Bajé la vista. Si me hubiese mirado de esa forma o me hubiese dicho esas mismas palabras un par de días antes… Creo que ahora estaría contando otra historia.
Volví a mirarlo, aún con aquel pensamiento flotando en mi cabeza. Y sus siguientes palabras me dejaron anonadado:
- Tal vez… si yo te hubiese dicho esto cuando recién te conocí…esta historia sería diferente…
- Acaso, ¿lees la mente?
- Leo tu prana, que para el caso es lo mismo.
¿Prana? ¿Dónde había escuchado yo aquella palabra? Traté de recordarlo pero Damien no me dio tiempo. Ya me hablaba de otra cosa.
- Creo que…deberías desayunar tú solo. Porque…no querrás que alguien le cuente a Adam que nos vieron juntos.
- Gracias… Tampoco quiero que tengas problemas con tu novia. -la imagen de Marie se me apareció de repente- Hacen una…linda pareja.- dije no muy seguro- Y se nota que son felices.
- Yo sería mucho más feliz contigo…
Damien me traspasaba con sus ojos y mis manos se perdían entre el calor de las suyas. Inconscientemente bajé la mirada hacia sus labios. Y él lo notó y antes de darme cuenta se acercó a mí. Creo que llegué a sentir el roce de su boca en la mía- y un calor abrasador me envolvió por completo- pero me eché hacia atrás con brusquedad.
- Esto…no está bien.- balbuceé.
Noté que él se alejaba y se mordía el labio. Parecía contrariado.
- Damien, lo siento…
- Realmente lo quieres, ¿no?- su voz sonaba dolida.
- Como tú quieres a Marie.
Yo no podía creer que estuviéramos manteniendo aquella conversación. Unos días antes hubiese dado todo lo que tenía porque aquellos labios me besaran.
- Yo…no quiero a Marie…de esa forma…- me dijo y volvió a morderse el labio. Tenía la mirada perdida en el camino y sentí que su respiración estaba un poco agitada.
- Y…, ¿por qué…- algo dentro de mí me decía que no preguntara pero no lo pude evitar- son novios si no la quieres?
- Porque…- la voz de Damien sonaba quebrada- es lo que tengo hacer.
- Yo creo que mereces encontrar el amor. El verdadero amor. No creo que sea difícil para ti…- lo miré y agregué- Ya debes saber que todas las chicas – y chicos…- del Instituto están enamorados de ti.
Vi una sombra de sonrisa en sus labios rojos.
- ¿Todos…?- me preguntó con picardía. Me mordí el labio y lo miré otra vez- No te creo, Eden.- me dijo clavando sus ojos en mí- A quien yo quiero… apenas me dirige la palabra…
Aquello me terminó de derretir. ¿De dónde sacaba tanta dulzura? ¿Era algo de familia? Adam era igual de dulce cuando me hablaba.
- Damien…
Él tardó en volver a mirarme. Había clavado su vista en la ruta.
- Adam…es muy importante para mí.- le dije- Pero tú…también lo eres. Quiero ser tu amigo.- mi voz tembló un poco y deseé que no se hubiese dado cuenta- Quise ser tu amigo desde la primera vez que te vi. Me salvaste la vida. Y cuando me acerqué a ti, al día siguiente, me dejaste bien en claro que no querías nada conmigo. Y por eso me alejé. Pero…aún quiero que seamos amigos. Tu amistad es tan importante para mí como el amor.
Damien volvía a mirarme. Y me alegró darme cuenta de que sus ojos brillaban y su ceño ya no estaba fruncido.
- ¿Tú quieres… que seamos amigos?- me preguntó con voz muy seductora- ¿Solo amigos…?
Me mordí el labio y traté por nada del mundo volver a mirar su boca. Asentí como toda respuesta. Tenía miedo de que la voz me fallara.
- De acuerdo.- escuché que me decía. Lo miré sonriendo- Por mí está bien…, por ahora…
Las palabras seguían sin salirme así que hice un esfuerzo para romper con aquel hechizo y me bajé de la camioneta. Esperé a que él descendiera y traté de hablar con normalidad:
- Me gusta mucho tu camioneta.
- ¿De verdad…?
- Sí, me agrada mucho.- me sentía bien de por hablar de algo más mundano.
- Tú también le agradas a ella. Me la compré hace un par de semanas.
¡Allí estaba otra vez! Iba a ser difícil llevar adelante esa nueva amistad. Con cada palabra, Damien se volvía cada vez más irresistible. Pero a pesar de eso, mi mente seguía junto a Adam. Sabía que en algún momento lo volvería a ver. Y quería que cuando ese momento llegara, no tuviera nada de que arrepentirme. La mirada de Damien pareció advertirme de que aquello me iba a resultar difícil.
- Eden, ve tu solo a la cafetería. Seguro que tus amigos te estarán esperando allí. No quiero que tengas problemas por mi culpa. A la tarde te espero aquí mismo para llevarte hasta tu casa.
- Está bien…- no pude sentirme un poco decepcionado.
- Tendremos toda la tarde para…charlar.- me dijo comprensivo.
Y antes de que el hechizo de su voz me envolviera otra vez, asentí y me alejé. Pero después de un par de pasos, me volví hacia Damien y le dije con una sonrisa:
- ¿Y qué pasa con el examen de Historia? Dijiste que me ibas a ayudar.
Damien me miró con una sonrisa pícara.
- Mientras desayunas, relee los apuntes de Adam, los que tienes en la mochila. Pero solo los cuatro temas que están marcados con rojo.
Me quedé helado. ¿Cómo sabía lo que yo tenía en mi mochila? Me pregunté qué otras cosas sabía. Sentí que el corazón se me empezaba a desbocar. Sonreí nervioso y retomé el camino hacia el Instituto, seguro de que los ojos de Damien seguían clavados en mí.
No pude evitar buscar a Adam con la mirada durante todo el camino a la cafetería. Divisé a Anthony en una mesa, rodeado por Maggie, Amber y Jack Taylor. En cuanto me vio, Anthony sonrió y me hizo señas. Me acerqué tratando de parecer normal. Aún estaba un poco nervioso por mi conversación con Damien. Saludé a todos con mi mejor sonrisa y me senté al lado de Anthony.
- Eden…,- Maggie tenía sus ojos clavados en mí- ¿te has enterado? Adam se volvió a ir. Otra reunión familiar. Aunque me parece un poco raro.- agregó mirando hacia una mesa bastante apartada de la nuestra- Los La Croix y los Blanc están aquí.
Miré hacia donde apuntaban sus ojos. Damien estaba sentado junto a Marie y dos jóvenes más y hablaban entre ellos de manera bastante distendida. Supuse en seguida que Damien había venido detrás de mí, cuando entré al Instituto.
- Así que…Adam tiene reunión familiar…- miré a Anthony de una manera especial.
Él se clavó en mis ojos y asintió. Se acercó un poco hacia mí y susurró, aprovechando que Maggie aún miraba hacia la mesa de Damien.
- No te preocupes. Volverá. Y mientras él vuelve, tengo la linda tarea de cuidarte.
- Va a volver, ¿no es cierto?
- No pierdas la fe, Eden.
Aquella frase me hizo vibrar. No era un “sí” pero tampoco era un “no”.
- Tenemos examen de Historia.- escuché que Maggie decía- Pero no sé si podré concentrarme. Si Adam estuviera aquí…
No pude evitar mirarla.
- Lo digo…porque él es bueno en Historia…- Maggie se había sonrojado- Podría ayudarme a repasar.
Recordando entonces el consejo de Damien, saqué mis apuntes y los hojeé buscando las marcas rojas. Las encontré en seguida y me bastó una leída superficial para refrescar los temas en mi cabeza.
- ¡Esa es la letra de Adam!- dijo Maggie de repente.
- Sí…- balbuceé mientras miraba inconscientemente hacia la mesa de Damien.
Me miraba fijamente como si hubiese escuchado el nombre de su primo. No pude evitar sonreírle y me devolvió la sonrisa- Adam me los prestó, para repasar…- dije.
- ¿Cuándo?
- Tú se los diste. ¿No te acuerdas?- Anthony se metió en la conversación. Y se lo agradecí en silencio.
- Anthony, ¿de verdad no sabes cuándo regresará?- Maggie parecía triste.
Anthony negó con la cabeza. No pude evitar mirarlo. No sabía cómo preguntarle- sin que Maggie escuchara- si Adam realmente iba a volver. Un miedo visceral me invadió de repente. ¿Y si no volvía? ¿Y si volvía pero ya no quería estar conmigo?
Anthony me miró de una manera curiosa. Pero vi que Maggie nos observaba así que desistí y volví a mis apuntes. Y ver la letra de Adam me estremeció. No sabía, hasta ese momento, que se podía extrañar tanto a una persona.
La campana nos anunció el comienzo de la primera clase. Seguí a mi grupo hasta el salón 303. Fui el último en entrar. Estaba cerca de la puerta cuando sentí que alguien me sostenía el brazo con fuerza. Damien me alejó de la entrada hacia el pasillo vacío.
- No has desayunado nada.- me dijo. Tomó mi mano y me llenó la palma de caramelos- Suerte en tu examen.
- Gracias…- le sonreí.
Me devolvió la sonrisa y se marchó. Entré y me senté al lado de Anthony. Maggie y Amber estaban sentadas juntas delante de nosotros. Guardé los caramelos, excepto uno. Lo desenvolví y me lo metí en la boca. Su dulzura me recordó a los besos de Adam. Sonreí.
Y volví a sonreír cuando el profesor puso la hoja del examen sobre mi mesa. Los cuatro mismos temas- y en el orden en el que yo los tenía marcado en los apuntes- eran la evaluación. ¿Cómo sabían Adam y Damien lo que nos tomarían en el examen? Mientras escribía, no pude evitar pensar que había muchas cosas extrañas entorno a ambas familias. ¡Y entonces recordé dónde había escuchado la palabra “prana”! El padre de Adam la había usado. ¿Qué era exactamente lo que me había dicho?
¡Qué poderoso es el prana de este jovencito!
Prana… , ¿qué es prana?- me pregunté.
Divisé a jack Taylor un par de asientos adelante y volví a sonreír. Decidí que esa tarde iría a visitar la biblioteca municipal. Porque sabía que Damien me podía decir qué era el prana pero también sabía que – por alguna razón- no me lo diría.
Aunque esa tarde fui a la biblioteca- acompañada por Anthony-, y también las tardes siguientes y consulté todos los libros que encontré, nada hallé sobre “prana”.
Realmente fueron tres semanas muy largas. La ausencia de Adam me bajaba el ánimo. Cada día que pasaba. Cada vez que iba al Instituto y me enteraba que no había vuelto, me resentía un poco más.
Damien estuvo conmigo, acompañándome, mañana y tarde. Mi madre estaba encantada con él. Y ya no preguntaba por Adam. Parecía que Damien la hubiera hecho olvidarlo. Anthony también había cumplido con su palabra. No me respondía cuando yo le preguntaba por Adam pero no se despegaba de mí durante todas las clases.
Damien tampoco me hablaba de Adam y tampoco me insinuaba cosas como lo había hecho los primeros días. Pero supo ganarse un lugar muy especial en mi corazón. Su amistad se convirtió por aquellos días en lo más importante. Su compañía me ayudaba a soportar la cotidianeidad. Todo menos la dolorosa ausencia de Adam. Cada día que pasaba lo extrañaba más. Los pocos minutos en los que me quedaba a solas, salía a recorrer la playa en la que habíamos estado aquel mágico domingo. Lo buscaba allí, inconscientemente. Lo llamaba en voz baja, mirando las raíces del árbol donde me había regalado tantos besos dulces. Y cuando volvía a casa, tenía que hacer un gran esfuerzo para no marcar su número y llamarlo. Y no era por orgullo sino por vergüenza. Y por miedo a que me dijera que ya no quería nada conmigo.
Por las noches me costaba mucho dormir. Deseaba con todas las fuerzas que Adam me visitara, como lo había hecho las primeras noches.
Yo sentía que habíamos estado allí un año entero. Conocía cada rincón de la playa que rodeaba la casa. Y mi relación con mis compañeros era muy buena. Aunque yo sabía que Maggie no iba a seguir portándose tan amable conmigo cuando se enterara de lo que sucedía entre Adam y yo. Si era que algún había “algo” entre nosotros. A esas alturas, ya dudaba de todo. Me parecía tan lejano aquel Domingo. Me parecían tan lejanos aquellos besos que cada madrugada me preguntaba si no lo había soñado todo.
La noche número treinta y tres, sin embargo, fue diferente a las demás. Mi mente me llevó por otro camino. Quizá fuera por la conversación que había tenido con Damien esa tarde. Me había hablado de su tía Vivian, la madre de Adam. No era que él estuviera demasiado dispuesto a hablarme de eso. Pero después de insistirle un poco, acabó por ceder.
Vivian era una mujer muy hermosa. Y tenía un prana muy potente. Casi tan potente como el tuyo. - me había dicho Damien- Y esa fue su perdición, por eso se… enfermó.
Aquellas palabras se me prendieron de una forma tan fuerte en la mente que me siguieron hasta la medianoche. Cuando vi que no iba a ser fácil conciliar el sueño, me levanté de la cama y busqué mis apuntes. Los mismos que había tomado de las páginas de internet. Sin saber muy bien porqué, volví a leer cada palabra. Buscaba algo. No sabía qué. Pero sí sabía que había algo por descubrir. Un misterio que envolvía a esas dos familias: los Blanc y los Alexander. Tomé mis apuntes y leí:
“Los Oscuros son los descendientes de los íncubos y las súcubos.”
Los Oscuros… Adam me había dicho que eran descendientes de los Ángeles Caídos. Se mezclaban con las mujeres humanas y, al hacerlo caían en la segunda condena. Por eso, para no morir, sacrificaban animales. Su energía les daba vida.
Energía… Prana…
Esas palabras me retumbaban en la mente casi dolorosamente. ¿y si los Oscuros…no sólo sacrificaban animales para…sobrevivir? ¿Y si sacaban ese “prana” de…las personas?
Me estremecí. La imagen de Vivian, enferma, moribunda, en su cama, me atravesó sin piedad. Aparentaba unos noventa años. Pero al pensarlo mejor, me di cuenta que no podía tener noventa años. Adam tenía dieciséis. Una mujer de esa edad no podía tener hijos. Y entonces recordé que Adam me había dicho que sufría envejecimiento precoz.
Me reí de mí mismo. Me estaba dejando llevar por mi imaginación desbocada. Mezclar a los Alexander con la leyenda de los Oscuros era francamente una locura. Si fueran descendientes de Ángeles Caídos, deberían tener ciertas características y ciertos poderes. No podían ser seres humanos comunes y corrientes.
Poderes…
Levanté la vista asustado. Miré mi taza, mi tesoro, que brillaba en la semi-penumbra de mi habitación. La luz de mi lámpara apenas la alumbraba. Allí estaba. Intacta como si nunca se hubiese roto en pedazos.
Sentí que el corazón se me aceleraba y traté de serenarme. Aquello no probaba nada. Seguramente había una explicación más ordinaria . Y fue entonces que otra imagen me atravesó la mente. Me miré la mano. Recordé muy nítidamente cuando el padre de Adam me saludó. No necesité esforzarme para recordar aquella escena. En su dedo anular brillaba un imponente anillo con el dibujo en relieve de una calavera.
Volví a mis apuntes otra vez. Y no pude creer lo que leía. Tuve que hacer un esfuerzo para que el papel dejara de temblar en mi mano.
“El anillo de la calavera es el símbolo máximo de la orden de los Oscuros.”
El anillo, los guantes cubriendo siempre las palmas de sus manos, los aromas que sentía cuando estaba con Damien y con Adam… ¡Y entonces lo entendí!. De pronto todo se volvió claro. ¡Adam se había ido porque quería protegerme! Me había mostrado a su madre- en aquel estado tan débil- para que yo entendiera qué podía llegar a pasarme si me quedaba a su lado. Por eso se había puesto serio de repente y me había llevado a mi casa sin decirme una palabra.
“Él no es bueno para ti”, me había dicho Damien, muchas veces.
Damien…
¿Era Damien un Oscuro también? Y tampoco tuve que hacer demasiado esfuerzo para comprenderlo. Otra de sus frases me atravesó sin piedad.
“Yo no quiero a Marie de esa forma pero es…lo que tengo que hacer.”
Volví a mis apuntes.
“La sombra o Némesis de los Oscuros son los Penitentes.”
¡Los Blanc eran Penitentes! Por eso Damien debía casarse con Marie, su prima, también Penitente. No se mezclaban. No querían la segunda condena. Y por eso me había evitado la primera vez.
Entonces comprendí otra cosa: Damien no me decía cosas dulces sólo buscando que olvidara a Adam, como yo había creído hasta ese momento, sino que me las decía en serio. Realmente las sentía. Él trataba de ayudar a Adam para que se mantuviera alejado de mí. Buscaba mantenerme a salvo. Pero haciendo eso sólo se estaba acercando cada vez más a su propia condena.
Damien me amaba…
Y al hacerlo estaba sacrificando su propia redención.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro