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Secretos familiares

-Tu madre está llegando…- me dijo Adam.

Miré automáticamente hacia el camino pero no vi su automóvil.

- ¿Por qué no le preguntamos si te da permiso de ir a mi casa?

Sonreí y asentí. Me había olvidado de Alice…y del mundo entero. Adam miró el camino y luego se volvió hacia mí. Y me regaló un beso rápido- pero extremadamente dulce. Luego se separó un par de pasos y me miró pícaro. Inmediatamente, el sonido del viejo Falcon me sacó de mi ensueño. Fue como si Adam hubiese sabido con exactitud el momento en el que el automóvil aparecería, traqueteando por la tierra mojada.

Lo miré, como buscando una explicación. Pero solo me guiñó un ojo. ¡Cómo me gustaba esa mirada pícara!

- Hola, chicos.- nos saludó Alice, alegremente.

Entramos justo a tiempo, cuando la lluvia se hizo intensa.

- Adam, tu bicicleta…- le dije.

- No importa, está sucia. Que se lave…

Nos reímos los tres.

- Señora La Rue, quería pedirle permiso para que Eden venga a mi casa esta noche a cenar.

Alice lo miró por un momento.

- Y…supongo que estarán tus padres allí…

Me morí de vergüenza ante aquella insinuación.

- Sí, señora. No sólo mis padres. También estará una de mis hermanas, mi cuñado y dos de mis sobrinos.- dijo Adam sin inmutarse- A propósito, usted conoce a una de mis hermanas, señora La Rue. Aunque ella no va a estar esta noche.

- ¿Sí? ¿Quién es…?- preguntó mi madre con mucha curiosidad.

- Es Mary. Mary Alexander, la jefa de enfermeras de terapia intensiva.

Alice asintió sonriendo. Y yo la recordé. La había visto cuando Anthony me había llevado hasta el hospital para ver a mi madre.

- Mary me ha ayudado tanto todos estos días.- dijo mi madre- Y le estoy tan agradecida. ¡Vayan, vayan!- mi madre sonreía de oreja a oreja.

- Yo me voy primero.- me dijo Adam de repente- Iré a mi casa, buscaré el automóvil y vendré por ti.

Me miraba con unos ojos tan amables que por unos largos segundos no supe qué decir. Tampoco podía dejar de mirarlo embobado.

- ¿Eden?- la voz de mi madre rompió el hechizo.

- Eh…- yo no sabía qué decir- Pero…está lloviendo a cántaros.

- En un minuto parará…Y tendré tiempo de ir por mi automóvil.

- ¿Tienes un automóvil?- lo miré confundido.

- Sí, pero casi nunca lo utilizo. Prefiero la bicicleta.

Me guiñó un ojo y se mordió el labio con picardía.

Tuve que hacer un esfuerzo para no lanzarme a sus brazos y besarlo allí mismo. ¡Lo había hecho a propósito! Él sabía que aquel gesto me perdía. Sonrió y saludó a mi madre, estrechándole la mano.

- Hasta luego.- dijo.

Lo acompañé hasta la puerta, mientras mi madre subía las escaleras. Escuché que se cerraba la puerta del cuarto de baño y me volví hacia Adam. Era mi oportunidad. Me puse en puntas de pie y traté de besarlo. Pero Adam se corrió unos pasos.

- Nada de besos, Eden. No hasta que nos casemos.- y volvió a morderse el labio con picardía. 

Sintiendo mi cara roja como un tomate, le devolví la campera sin decir nada. Y suspiré mientras se alejaba. Tomó su bicicleta y se perdió a gran velocidad por el camino. Miré el cielo. Adam había acertado. Ya no llovía. Aunque las nubes oscuras lo cubrían todo. Cerré la puerta dando un nuevo suspiro. ¿Había sucedido todo aquello? ¿O simplemente lo había imaginado?

Sin perder tiempo, subí a mi dormitorio y me cambié la ropa mojada, prestando atención- por primera vez en mi vida- a la combinación de colores. Elegí un pantalón azul, mis infaltables zapatillas y una camiseta de mangas largas blanca que me quedaba un poco más ceñida al cuerpo que las otras. Era quizá la única prenda de mi guardarropas que no era dos talles más grande que el mío. Mi madre me la había comprado en un aeropuerto, una vez que no tuvimos tiempo de tomar toda nuestra ropa. Solo pude manotear mi morral y salir con lo puesto.

Creí que iba a sentirme raro usándola pero al mirarme al espejo me agradó lo que vi. Enderecé mi espalda y me observé por varios segundos. Aquella camiseta realzaba mi pecho y me dio vergüenza. Aún así controlé mi impulso de cambiarme. Y para sentirme más cómodo me puse encima una campera blanca con cuello de piel sintética. Y me miré por última vez. 

Bajé las escaleras suspirando. Estaba realmente muy nervioso. Me temblaba todo el cuerpo. Conocería a la familia de Adam. ¿No estaba yendo todo demasiado rápido? Me encogí de hombros ante aquel pensamiento. Si era así realmente no me importaba. No podía saber cuánto tiempo me quedaba en ese pueblo. Fuera el que fuera, lo iba a aprovechar al máximo.

Quince minutos después, mi madre salió del baño. Le preparé un café mientras espiaba hacia el camino a cada rato. Ya me estaba impacientando.

- Así que… Adam…, ¿eh?- Alice tampoco perdía el tiempo.

- Sí…- dije confirmando sus sospechas- Adam… Y ya he hablado con él. Le conté todo sobre Albert.

Mi madre me miró por un momento sin decir nada. Le acerqué la taza de café recién hecho.

- ¿Crees que hice mal?- pregunté nervioso.

- No. Hiciste bien.

Aquello me tranquilizó.

- ¿Y qué te dijo él cuando le contaste todo?

- Que no me preocupara. Que él iba a protegerme.- me tembló todo el cuerpo al recordar sus palabras.

Mi madre sonrió.

- Ese chico es realmente sacado de una novela.- dijo ella.

Iba a responderle pero el timbre del teléfono nos sobresaltó a ambos.

- ¿Será Adam?- pregunté confundido.

Esperaba que no llamara para cancelar la salida.

- No, no es Adam. Allí viene.- dijo Alice señalando por la ventana.

Mientras veía un automóvil rojo acercarse, levanté el auricular. Mi madre abrió la puerta y unos segundos después Adam entró con una sonrisa radiante.

- ¿Hola?- lo miré embelezado mientras atendía la llamada.

- Hola, Eden.

Aquella voz me dejó paralizado.

- Hola.- balbuceé mirando a Adam de reojo. Me guiñó un ojo y siguió a mi madre hasta la cocina.

- ¿Cómo estás?- la voz de Damien sonaba muy dulce.

Pero, por alguna razón, ya no me provocaba el efecto de antes. No sentí nada, sólo un poco de curiosidad.

- Bien, gracias.- dije mecánicamente y volví a mirar a Adam.

- ¿Qué te pasa, Eden?

- Nada…, ¿por qué?

- Porque…estás raro. ¿No puedes hablar? ¿Está Adam contigo?

- Sí.- respondí de inmediato- Pero estamos por salir…- y al decir aquello me sentí como si lo estuviera traicionando de algún modo.

Hubo un momento de silencio del otro lado. Creo que Damien no esperaba aquello.

- Te advertí que no estuvieras a solas con él. 

- Lo sé…- el sentimiento inexplicable de traición se hizo más agudo.

- Espera allí. Te enviaré a Jack.

- No, no mandes a nadie. Estaré bien. No te preocupes por mí.- dije bajando el tono de mi voz.

Adam me miraba desde la cocina con una dulce sonrisa.

- ¿Estás seguro?

- Sí… Gracias…por preocuparte por mí.

- Tú te lo mereces.- Su voz sonaba un poco apagada- Nos veremos pronto…

- Eso espero…

Hubo un silencio del otro lado y luego escuché que finalizaba la llamada.

- ¿Listo?- me preguntó Adam acercándose a mí.

- Sí…- dije tratando de sonar natural.

Nos despedimos de Alice y fuimos hasta el coche. Ella nos siguió hasta el umbral.

- ¿Este es tu automóvil?- pregunté.

Alice sonrió.

- Sí. ¿Te gusta?

Lo miré sin poder creerlo. Aquel no era solo un automóvil. Era el automóvil: un Escora Cabriolet XR3, rojo con techo negro y un alerón detrás que lo hacía parecer aún más interesante.

- Eden ha soñado con ese automóvil durante años.- dijo mi madre.

- ¿En serio?- preguntó Adam sonriendo- ¡Qué…casualidad!

Casualidad…eran los últimos tres números de la patente: 187… 

- Realmente…una casualidad…- volvió a repetir Adam.

Noté algo extraño en sus palabras pero no pude saber qué era. Mi madre nos saludó y entró.

- Antes de irnos…- me anunció con voz solemne. Pero se interrumpió y me miró fijamente.

- ¿Qué?- su silencio me puso más nervioso.

- Antes de irnos…- repitió Adam- tienes que ver los regalos que te he traído y señaló hacia el porche.

Al principio no vi nada. Solo la puerta cerrada y una luz que iluminaba varios metros hacia el jardín. Sentí entonces las manos de Adam en mi rostro. Delicadamente me bajó la cabeza hacia la altura de la pequeña alfombra que daba la bienvenida. Y allí los vi: dos esculturas de piedra de poco más de un metro de altura, uno a cada lado de los escalones de la entrada. Sus rostros eran arrugados, grises, con tupidas barbas salvajes y raíces retorcidas que le salían de sus cabezas con gorros de extrañas formas. Tenían manos grandes y sostenían sendos cayados apuntando hacia delante. Sus miradas eran severas, como dando una advertencia a unos intrusos imaginarios.

- ¡Adam! ¡Son hermosos!

Adam levantó una ceja. Estaba sorprendido.

- ¿De verdad? ¿Te gustan?

- ¡Me encantan! Son Daoi-sith…

- ¡¿Cómo lo sabes?!- Adam se cruzó de brazos y me escudriñó de arriba abajo.

- Me gusta mucho leer sobre seres elementales…

Adam sonrió.

- Son elfos celtas, ¿verdad?

Adam asintió complacido.

- Sí, y también son guardianes. Te cuidarán. Ellos serán mis ojos y mis oídos.

- Gracias…- balbuceé.

- Fue casualidad. Había decidido regalártelos antes de que me contaras lo de…Albert. Aún antes de saberlo sentí la necesidad de cuidarte, de protegerte, desde el primer momento en el que te vi…

Su voz sonaba muy dulce y muy conmovida. Y me perdí en su mirada otra vez.

- ¿Nos vamos?- me dijo con una sonrisa, mientras me abría la puerta del acompañante.

¡En verdad era todo un caballero! Dio la vuelta y se sentó en el asiento del conductor. Salimos al camino bifurcado y condujo en dirección al Instituto. Allí me di cuenta de que no sabía dónde vivía.

- Vivo allí, en aquella casa sobre el cerro.- me dijo Adam, como adivinando mi pregunta.

Miré hacia delante. Al final del camino, rodeado de niebla, se elevaba un cerro con pico truncado donde se veía una casa grande, envuelta en bruma.

- ¡Vaya!- dije sorprendido.

Adam sonrió.

Lo miré. Y entonces me di cuenta de otra cosa. Se había cambiado de ropa. Tenía un fino pantalón de vestir y una remera negra, ceñida al cuerpo que le marcaba cada uno de sus músculos. Y llevaba el cabello recogido. Estaba hermoso. No podía creer que alguien como él se hubiera fijado en mí. Y de pronto sentí miedo. Miedo de perderlo. Miedo de que se diera cuenta de mi fealdad o de mis defectos. Y también me di cuenta de que no debía ocultarle nada.

- Adam…, - dije resuelto- cuando llegaste, yo estaba en el teléfono.

- Sí…- me dijo.

Yo esperaba que me preguntara con quién estaba hablando. Pero no lo hizo. Así que sin perder tiempo se lo dije:

- Estaba hablando con Damien.

Adam me miró. Suspiró y volvió sus ojos al camino. Noté que sus manos se cerraban con fuerza alrededor del volante.

- Él…me llamó…

- Y…, ¿qué quería?- su voz sonaba tensa.

- Me llamó, otra vez, para pedirme que no estuviera a solas contigo.

Adam gruñó. Pero se mantuvo callado por unos segundos. Luego preguntó, como si recién se diera cuenta:

- ¿Dijiste otra vez…? ¿Cuántas veces has hablado con Damien por teléfono?

- Cuatro…

Adam me miró incrédulo. Y antes de que pudiera decir algo, me apresuré a contarle.

- La primera vez fue en la biblioteca municipal. Jack me pasó su llamada mientras distraía a Anthony.

Adam movió la cabeza negativamente. Tenía los ojos fijos en el camino.

- La segunda vez fue el Sábado a la mañana, cuando estábamos desayunando. Tú y yo.

Adam me miró sin poder creerlo. Luego volvió sus ojos al camino y preguntó:

- ¿No fue tu madre la que te llamó?

- No.

Adam gruñó otra vez.

- ¿Cómo…no lo sentí?- dijo más para sí que para mí. 

- Luego…

- ¡No! ¡Basta, Eden! No me cuentes más. No quiero saber.

Su voz sonaba tensa y hasta dolida.

- Para el auto, por favor.- le pedí casi en un susurro.

Adam se salió del camino y estacionó en la banquina. Apagó el motor y se cruzó de brazos. Sus ojos seguían fijos en el camino.

- Adam…, quise que lo supieras. No quiero que hayas secretos entre nosotros. Pero nada pasó con Damien, y nada va a pasar. Yo te elegí a ti.

Sentí que Adam respiraba agitado y mantenía los labios apretados. Pero seguía sin mirarme.

- ¿No te das cuenta de lo que quiere hacer?- me preguntó de repente.

Seguía con la mirada perdida.

- Separarnos…- dije.

- ¡Sí!

- Pero no lo ha logrado. ¡Y no  lo hará! No sé porqué pero parece que …quiere protegerme de ti.- dije sin pensarlo demasiado.

- ¡Exacto! Eso es lo que quiere.

Su convicción me sorprendió.

- Y quizá…debas hacerle caso…- dijo luego con a penas un hilo de voz.

Me acerqué a él y lo obligué a que me mirara.

- ¿Eso es lo que tú quieres?- pregunté un poco dolido.

- No importa lo que yo quiera. Lo que importa es lo que tú quieras.

- Yo te quiero a ti…- susurré.

Adam no pudo resistirse a mis palabras. Suspiró aliviado. Me acercó más hacia su cuerpo. Y me besó. Y aquel beso fue como si fuera el último. Fue salvaje e intenso. Y duró bastante porque ninguno de los dos queríamos parar. No podíamos parar. Y luego de varios minutos fue él quien se separó un centímetro de mí, respirando con dificultad.

- Mejor nos vamos.- me dijo. Aún sentía en mi rostro su respiración tibia y agitada- Si nos quedamos aquí…- no pudo terminar la frase.

Lo miré y dije:

- Si nos quedamos aquí…, nos tendremos que casar…

Adam rió divertido. Y me alivió ver que ya no tenía el ceño fruncido. Volvía a ser ese Adam. El que tanto me gustaba. Se mordió el labio y sonrió. Nos pusimos en marcha y retomamos el camino hacia el cerro.

Cuando llegamos a la base, Adam giró el automóvil hasta un camino escondido. Un camino que ascendía rodeando toda la base. No me animé a mirar hacia los costados porque sabía que me iba a impresionar. Íbamos casi al borde del precipicio, flanqueados de cerca por la ladera alta de tierra colorada, hacia el otro lado. Aún así, Adam manejaba con total destreza. Ni siquiera parecía importarle que la oscuridad de la noche nos estuviera invadiendo.

Luego de unos minutos llegamos a un portón alto de hierro forjado, que estaba abierto de par en par. Adam condujo el automóvil hasta un patio semicircular, con una fuente de agua en el centro, hecha en piedra caliza rosácea. Estacionamos cerca de la entrada y Adam apagó el motor. Una casa enorme, de tres plantas se alzaba frente a nosotros, con casi todas sus ventanas iluminadas.

- ¿Estás listo?- me preguntó Adam con dulzura, aún cuando me pareció que su voz temblaba un poco.

Yo estaba muy nervioso pero traté de disimularlo. Aún así creo que Adam se dio cuenta.

- Tranquilo, que hoy no nos comeremos a nadie.

Sonreí y lo miré. Era tan adorable cuando sus ojos me veían de aquella forma. Se bajó, dio la vuelta y me ayudó a descender. Me tomó de la mano y volvió a preguntarme:

- ¿Estás listo, Eden?

- Sí…, eso creo.- dije.

No quise hacerle caso a mis piernas que no dejaban de temblar. Di un paso pero Adam se interpuso frente a mí. Me tomó la cara con ambas manos, como la primera vez y me besó. Y con ese beso sugestivo pareció quitarme todo el nerviosismo y la ansiedad que sentía. Y él pareció darse cuenta porque sonrió y me guió de la mano hasta la puerta.

Los muebles y la decoración de la casa me dejaron anonadado. Era de un gusto exquisito y notablemente caro. La primera habitación que vi, creo que ocupaba la mitad de la planta baja. Era un espacio enorme, abierto, todo en blanco y negro, con una gran escalera en el centro que me dejó con la boca abierta. De un lado de aquel ambiente se abría una inmensa sala de estar, con sillones y bibliotecas que llegaban hasta el techo. Y una chimenea casi del tamaño de una pared entera crepitaba iluminándolo todo. Hacia el otro lado, un monumental salón comedor, con muebles de estilo Luis XV, se abría exultante ante mis ojos. El lujo más que agradarme, me asustó.

Y cuando vi la mesa, realmente supe que estaba en problemas. Tenía lugar para doce comensales y ya estaba preparada para la cena. Vi tantos platos, cubiertos y copas que en seguida el pánico terminó por apoderarse de mí.

- Adam…- susurré. Mi voz sonaba muy rara en aquel lugar. Parecía retumbar y provocaba una especie de eco extraño que me heló la sangre.

Adam me apretó la mano. Lo miré y traté de hablar más bajo:

- Adam…, ¿tú vives aquí?

Me sonrió como toda respuesta. Me miró unos segundos y entonces dijo:

- ¿Por qué no me das tu campera?

Me ayudó a quitármela. Y al verme de nuevo, lo hizo de una forma extraña.

- ¿Te has vestido así…para mí?

Inmediatamente me sonrojé. Pero el se apresuró a decirme, con una sonrisa:

- Estás muy bello, mi ángel.

- Gracias.- balbuceé.

- Siempre estás muy bello, uses lo que uses.- me susurró. 

Y me derretí otra vez. Sus palabras me conmovieron tanto que olvidé por un momento todo lo demás. Sólo me dediqué a contemplar sus ojos, fijos en los míos, y a sentir su respiración muy cerca de mi boca.

- Ah… ¡Ya están aquí! ¡Bienvenidos!- una voz gutural y potente me sobresaltó.

Me di vuelta, aferrándome inconscientemente a la mano de Adam. Un hombre estaba parado a un par de metros de nosotros. Era alto, de apariencia muy joven- lo que llamó mi atención desde el principio. Tenía el cabello corto, oscuro y los mismos ojos que Adam. Vestía elegantemente y me miraba de una forma extraña, aunque sonreía. Sonrisa que también me pareció muy similar a la de Adam. Y eso me calmó un poco.

- Padre, él es Eden La Rue.- me presentó Adam, sin soltarme la mano.

- Mucho gusto, Eden. Soy Carlisle Alexander. 

El hombre dio unos pasos hacia mí y estiró su mano. Noté una sortija muy llamativa en uno de sus dedos, con el dibujo de una calavera. Solté a Adam y le devolví el saludo. Me dio un apretón cálido y mirándome a los ojos dijo:

- ¡Vaya! ¡Qué poderoso es el prana de este jovencito!

Adam carraspeó, mientras me ponía una mano en mi cintura y me atraía hacia él, con un movimiento dulce pero firme. Lo que me obligó a soltarle la mano a su padre. Y noté que éste miró, solo por un segundo, de una manera muy extraña a Adam. Luego volvió sus ojos hacia mí y me sonrió.

- Ah… ¡Ya llegó nuestra invitado!- otra voz,, esta vez femenina, me tomó por sorpresa. E inconscientemente me pegué a Adam. Sentí sus brazos abrazándome y su respiración cerca de mi cuello y eso me tranquilizó.

- Eden, ella es mi hermana Adelle.

Adelle Alexander aparentaba unos treinta años. Tenía el cabello castaño y largo hasta la cintura y un cuerpo escultural. Y en seguida recordé a Marie. Se parecían muchísimo. Adelle se acercó a mí y antes de que me diera cuenta, me dio un beso en la mejilla. Su efusividad me hizo sonreír. 

- ¡Vaya! ¡Qué linda sonrisa tienes! Te felicito, hermanito.- le guiñó un ojo a Adam y avanzó hacia la mesa. 

Diez minutos después, ya había conocido a otros miembros de la familia: el esposo de Adelle, llamado Phil – alto y rubio, muy buen mozo y elegante, a sus hijos, Carl de once y Sophie de siete. (Qué aunque eran niños, no lo parecían. Se sentaron a la mesa y a penas pronunciaron palabra. Y sus modales a la hora de comer me impresionaron tanto que me puse nervioso. Tenía miedo de cometer un error con tantos cubiertos y vasos que había delante de mí).

No estoy seguro de qué fue lo que comí. Aún hoy, haciendo un esfuerzo, no lo recuerdo. Pero creo que me fue bastante bien. Y recién sentí alivio cuando me invitaron a la sala de estar a tomar café. Pero Adam me tomó de la mano y me llevó escaleras arriba.

- Quiero mostrarte algo…- me dijo con una voz extremadamente dulce.

Y no pude evitar pensar cuánto se parecía a Damien cuando me hablaba así. Entonces Adam me miró serio. Me sentí incómodo por su mirada clavada en la mía y por su silencio.

- ¿Puedo…hacerte una pregunta?- dijo después de un minuto.

- Claro…- respondí inquieto.

- ¿Crees que… Damien y yo…nos parecemos?

Me quedé perplejo. Parpadeé confundido mientras volvía a sentir que Adam era capaz de leer mis pensamientos. Aunque sabía que eso era imposible. Repasé la escena, creyendo que tal vez no lo había pensado sino que lo había dicho en voz alta.

- Te lo pregunto porque… me pareció, cuando te conocí que…Damien te gustaba. 

Me sonrojé inmediatamente ante aquellas palabras.

- Pero ahora estás conmigo y… quizá decidiste aceptarme porque…como Damien te evitaba, viste en mí algo suyo y…

Llevé mis dedos temblorosos a sus labios y lo hice callar.

- Tú y Damien son completamente distintos, según yo lo veo. Tú eres más…

- Atractivo…

Adam sonrió pícaro.

- …Iba a decir atrevido…pero ahora que te miro bien, creo que podría decirse que eres más atractivo que tu primo…

- ¿Podría decirse…?

Me reí mientras Adam me envolvía en sus brazos y me regalaba un dulce beso. 

Lo seguí por una escalera caracol de piedra hasta una pequeña estructura circular blanca. Por una pequeña abertura me señaló algo y entonces quedé asombrado. Entendí que estábamos en una especie de torre en uno de los extremos de la mansión. La vista era increíble. A aquella altura considerable, la que tenía la torre y la del propio cerro en donde la casa estaba enclavada, el mundo se me presentaba de formas extrañas. La noche oscura envolvía todo el manto de árboles que se veía a lo lejos. El valle de Crescent City se mostraba esplendoroso con sus pequeñas luces brillando, como si fueran un espejo que reflejaba las estrellas del firmamento. Y más allá, imperturbable, el océano se mecía, golpeando las rocas de la costa con violencia, como perturbado, expectante, seguro de que algo importante sucedería pronto.

- ¿Te gusta?- me preguntó Adam.

- Mucho…- respondí aún embelezado.

- Suelo venir, a estas horas, y miró todo lo que me rodea y aquí…me despojo de todo lo que me aqueja, de todos mis dolores, de los pensamientos que me recuerdan lo que me falta, lo que quizá no consiga nunca. Aquí puedo ser yo…las máscaras no tiene sentido aquí, a estas horas de la noche. No soy para nada igual a Damien. Nunca lo fui ni lo seré. Nuestros caminos son diferentes. Damien siempre hace lo que debe hacerse. Yo hago lo que debo hacer pero de una manera diferente. Yo estoy convencido de mi decisión. Es una decisión propia. Uso mi libre albedrío. Damien es esclavo del suyo…

Su tono de voz era tan suave, pero tan penetrante que me embelezó apenas comenzó a hablar por lo que no reparé demasiado en el significado de aquellas palabras. No fui capaz de leer entre líneas. Sólo podía sentir su respiración cerca de mí y sus mirada penetrante. 

Cuando el frío arreció, Adam insistió para que volviéramos con los demás. A penas tuve la oportunidad- aprovechando que Adelle hablaba con su padre- me acerqué a Adam y le pregunté por su madre, ya que no nos había acompañado en la cena.

- Ella…ha estado enferma últimamente. Y se queda siempre en su dormitorio. Apenas puede caminar.

- Espero que no sea por nada grave.- le dije acariciándole la mano.

Adam me miró.

- Ven,- me dijo de pronto. Su tono había cambiado- Quiero que la conozcas. Aunque sea de lejos.

Se disculpó con su padre y los otros y me guió hasta la escalera imponente que se abría en el centro del salón. Subimos hasta el primer piso en silencio. Sólo se oían nuestros pasos en cada escalón. Avanzamos por un pasillo. Adam caminaba despacio, con su mano apretando suavemente la mía. Llegamos a una puerta, casi al fondo. Con su mano libre, la abrió un poco y me hizo señas para que mirara adentro.

La habitación era grande pero no pude ver muchos detalles porque estaba casi en penumbras. Una lámpara solitaria iluminaba sobre una pequeña mesa, justo al lado de una alta cama con dosel. Traté de que mi vista se acostumbrara a la semi-oscuridad y cuando lo logré, pude ver que había alguien acostado en la cama cubierta de sábanas perladas. Vislumbré su perfil. Era una mujer con todo su cabello blanco. Me impresionó lo anciana que parecía. Tenía la piel de la frente y las mejillas muy arrugadas. Sus manos pequeñas temblaban mucho a los costados del cuerpo. Sólo sus pies estaban cubiertos por una manta color beige.

Había alguien más, vestido de blanco. Y apenas nos vio, vino hacia nosotros. Sólo pude darme cuenta de que era una enfermera cuando se acercó y cerró la puerta.

Miré a Adam, tratando de pensar qué decirle. Pero él se me adelantó:

- El nombre de mi madre es Vivian. Tiene…una rara enfermedad. Sufre de envejecimiento prematuro.

- Lo…lamento.- dije apretándole un brazo.

Adam estaba serio.

- Los médicos…- me dijo en un susurro- hacen todo lo posible…

No lo dudé. Se notaba que estaba bien cuidada y además los Alexander parecían una familia bastante bien acomodada. La falta de recursos no era un problema.

Adam me miró. Y por un segundo creí que iba a decirme algo. Estaba extraño, serio y tenía el ceño fruncido. Pensé que era por la situación. No debe ser nada agradable ver a un familiar- mucho menos a una madre- en ese estado, sin poder hacer nada.

- Adam, ¿hay algo que pueda hacer por ti?

Adam seguía mirándome fijamente.

- Sí.- dijo de repente, soltándome la mano- Deberías irte.

Lo miré aturdido. 

- Vamos.- insistió, caminando hacia la escalera- Te llevaré a tu casa.

Lo seguí tratando de entender la situación. Llegamos a la sala de estar. Su padre ya no estaba allí, solo Adelle. Pero no dijo nada. Miró a Adam y pareció adivinar que no estaba de humor para hablarle. Me despedí de ella con apenas un hilo de voz y seguí a Adam hasta la salida.

No me habló en todo el tramo de descenso. Cuando el cerro quedó atrás, noté que el automóvil se aceleraba un poco más. Tenía que pensar en algo. Pronto llegaríamos a mi casa. Me esforcé por entender lo que había pasado.

- Hice algo mal, ¿no es cierto?- dije con voz débil.

Adam no me respondió.

- Si fue así, te pido perdón.- balbuceé.

- No has hecho nada malo.

Su tono de voz me causó dolor. Era una voz fría, impersonal. Lo miré. No podía creer que Adam me estuviera tratando así. Comencé a sentirme mal. Me crucé de brazos, buscando calmarme y que no se diera cuenta de mi repentino temor. En realidad, yo no conocía a aquel joven. Era un extraño al que sólo había visto un par de veces. Me aterró pensar que estaba en ese vehículo con alguien desconocido y…evidentemente enojado. ¿Y si se ponía violento? No pude evitar pensar en mi padre…

Los minutos que siguieron se me hicieron eternos. Sólo pude respirar un poco más tranquilo cuando vislumbré el frente de la casa. Estaba muy tenso. Y me costó abrir la puerta. Me bajé y fui directo al porche. ¿Vendría detrás de mí? ¿Tendría el tiempo suficiente como para abrir la puerta y dejarlo afuera? Pero antes de que pusiera la mano en el picaporte, sentí el motor del automóvil, acelerando. Me di vuelta sin poder creerlo. Adam se había ido.

Y de pronto me sentí como una tonto. Y totalmente arrepentido de haberle permitido al miedo y a la desconfianza apoderarse de mí. ¿Por qué me había bajado del automóvil? ¿Por qué en vez de eso no le hablé? ¿Por qué dejé que se fuera sin poder remediar la situación?

Decidido, entré. Arrojé mi campera a un costado y tomé el teléfono. Marqué los números lo más rápido que pude. Y comencé a llorar cuando una voz mecánica me informó que el celular al que estaba llamando estaba apagado o fuera del área de servicio. Adam no quería hablar conmigo. Y yo me moría por hablar con él.

Volví al porche, no sin antes apagar la luz de la entrada. Quería estar a oscuras. Miré hacia el camino. Estaba vacío y silencioso. Me dejé caer derrotado en el primer escalón. No me importó el frío ni la lluvia. Lloré. Lloré mucho. Adam se había ido. Sólo quería entender porqué.

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