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Pasión

Sentí que la boca se me secaba cuando vi que el Falcon se perdía por el camino hacia la ruta. Corrí hasta el espejo del baño. Parecía más despeinado que otros días, como si eso fuese capaz. ¿O quizá era idea mía?

Sonreí. Si todo salía como yo esperaba, lo que menos importaría era cómo estaba mi cabello. Me arreglé la ropa: unos jeans oscuros y una camiseta color lila, ¡de mi talle!- que mi madre me había regalado ese mismo cumpleaños. Al abrir el paquete, Alice se sorprendió, porque se lo agradecí. Y quizá con demasiado ímpetu. Alice me miró pícara y sonrió. Pero para mi alivio, no hizo ningún comentario. 

Con un último vistazo, volví a mi dormitorio. Apagué la luz de arriba y encendí un pequeño velador que estaba sobre el escritorio. La habitación se iluminó con un suave tono cálido, que salía de la luz que rebotaba en la pantalla que rodeaba la lámpara. 

Miré el reloj. Y me puse más nervioso de lo que ya estaba. Empecé a caminar de un lado a otro. De repente, se me ocurrió algo que jamás se me hubiese ocurrido antes: perfume… Yo no usaba perfume. Ni siquiera colonia. Pensé que debería haber comprado alguna fragancia para la ocasión pero me arrepentí de solo pensarlo.. No quería oler a otra persona. Quería ser yo. Adam me conocía así. No quería usar ningún disfraz. Entonces me miré la camiseta y dudé. Esa camiseta tampoco me representaba. ¿Y si me la cambiaba? ¿Aún estaba a tiempo? Pero y si lo hacía, ¿qué me pondría? Me mordí el labio y volví a sonreír. Estaba actuando como un tonto. Traté de serenarme. Me senté en el borde de la cama y cerré los ojos.

Respiré profundo. Sentí en el silencio de mi habitación los latidos de mi corazón acelerado. No quería que Adam me encontrara así. Abrí los ojos y los posé sobre mi taza. Sonreí pero no sirvió para calmarme. Aquello no me ayudaba a serenarme. 

Miré el reloj otra vez. ¿Por qué Adam no veía? ¿Acaso se había vuelto a sentir mal? Mi corazón se aceleró más. “Tranquilo, Eden”, me dije, “Adam está bien”. Y entonces, ¿por qué no venía? Volví a cerrar los ojos. Me costaba respirar. ¿Y si se había arrepentido? ¿Y si lo había pensado mejor y había decidido alejarse de mí otra vez? ¿Y si no me amaba realmente? Me tapé la cara con las manos. Me temblaba todo el cuerpo y de repente me dieron unas intensas ganas de llorar.

Y entonces, sentí sus manos sobre mi cintura. Adam estaba detrás de mí. Me acercó hacia él y apoyó sus labios en mi cuello. Vibré. Me aferré a sus manos y abrí los ojos. Lo busqué con la mirada. Allí estaban aquellos ojos. ¡Los ojos más lindos del mundo!

- Adam…- me incliné para besarlo pero su rostro serio me detuvo- ¿Adam…? ¿Qué sucede? ¿Estás bien?

- No, no estoy bien…- me dijo alejándose un poco de mí.

Sentí pánico.

- ¿Por qué…? ¿Qué…sucede?- apenas podía hablar.

- Estoy… muy enojado contigo, Eden. 

Su voz dura me golpeó como un látigo. Lo miré aterrado. 

- ¿Por qué?- mi voz casi no se oía. 

- Porque…creíste que no vendría. Creíste que me había arrepentido, que había decidido alejarme de ti, otra vez. Eden, ¿es que aún no has entendido que…te amo…más que a mi propia vida?

Ahogué un sollozo y me abalancé sobre él, tirándolo hacia atrás. Lo abracé y lo besé de una forma tan osada que me sorprendí a mí mismo. Y creo que a Adam también lo sorprendió. Pero sólo por unos segundos porque, en seguida, tomó el control de la situación. Y fue justo a tiempo porque yo ya empezaba a darme cuenta que mi timidez ganaba terreno.

Sentí las mejillas sonrojarse. Y pensé en alejarme un poco pero Adam no me lo permitió. Con un movimiento rápido pero suave, invirtió las posiciones, quedando sobre mí. Apoyé mi cabeza sobre la almohada y, sin dejar de besarme, comenzó a quitarme la ropa. Luego se sacó la camisa, el resto de su ropa y por último los guantes.

Sentí un arrebato de placer cuando su torso desnudo me rozó la piel. Enredé mis dedos en sus cabellos, mientras él me acariciaba todo el cuerpo. Sus labios no paraban de besarme. Besos cortos. Intermitentes. Lo que provocó que me excitara aún más. Luego se separó un poco de mí y comenzó a besarme el vientre. Yo temblaba de placer cada vez que su boca me tocaba. Subió un poco más y me besó, con extremada suavidad, todo mi torso. Me mordí el labio. Abrí los ojos y me encontré con su mirada brillante. Su boca buscó la mía y comenzó a moverse intrépida y vibrante. Lo abracé, atrayéndolo más hacia mí. Y me estremecí por completo. Lo deseaba y se lo dije. Y cuando lo sentí dentro de mí, me aferré a él con todas mis fuerzas. Mi respiración se volvió cada vez más intensa hasta convertirse en un gemido. Luego, dos. Luego, tres. Y así continué hasta que perdí la noción del tiempo.

Él me soltó recién cuando los dos estábamos exhaustos. Se apartó de mí suavemente. Pero unos segundos después, me envolvió con sus brazos y me tapó con la manta. El placer me recorría el cuerpo, de los pies a la cabeza, como si fuera una corriente eléctrica. Suspiré, mientras sentía  mi corazón calmándose dentro de mi pecho. Adam acercó su boca a la mía. Sentí su aliento dulce. Y me besó de una forma tan seductora que sentí un fuego arrebatado consumirme todo el cuerpo.

No sé cuánto tiempo pasó. Sólo sé que nos quedamos quietos, abrazados, sintiendo uno el calor del otro por varias horas. Y después comenzó a  recorrer mi piel con las yemas de sus dedos, una y otra vez. Y me inundó de besos suaves, apenas rozando mis labios, provocando chispas cada vez que lo hacía. Me miraba de una forma envolvente, mágica. Sus ojos me devoraban. No se movieron de los míos el resto de la noche.

Cuando la luz del amanecer comenzó a filtrarse por las ventanas, me apretó un poquito más, sacándome de una ensoñación dulce y placentera.

- Ángel, debo irme…- me susurró.

Y aquellas palabras me trajeron a la realidad.

- No, no quiero que te vayas.- me aferré a él con todas mis fuerzas.

- Tu madre llegará pronto.- sus palabras fueron duras pero su tono era tan dulce que me deleité otra vez.

Me corrió con suavidad y se levantó. Pude ver el contorno de su cuerpo desnudo y me tapé la cara. Si seguía mirándolo, estaba seguro que no dejaría que se fuera. 

- Eden…- se acercó a mí mientras terminaba de vestirse.

Me tomó las manos entre las suyas y me miró tan fijamente que creí que perderíamos el control otra vez. Se mordió el labio, lo que me hizo sonreír.

- Espero…que te haya quedado muy claro- me dijo casi en un susurro- lo mucho que te amo.

Y me besó. Y volví a sentir que aquella boca suya era mi perdición. 

- Yo también te amo.- dije suavemente y me acerqué para besarlo otra vez.

Pero el sonido familiar de un motor nos puso en alerta. Adam espió por la ventana. Manoteó su campera de cuero, sus zapatos y vino hacia mí.

- Nos vemos muy pronto, Ángel.- me dio un beso rápido y desapareció por la ventana, mientras abajo se oía el ruido de la puerta desvencijada. 

Me puse de pie de un salto. Y verme desnudo me llenó de vergüenza. Sentí mi rostro colorado y caliente mientras me vestía. Me mordí el labio, recordando todo lo que había pasado aquella noche. Me parecía un sueño. Había sido perfecto pero…algunas imágenes que me vinieron de repente me hicieron vacilar. No sabía que podía ser tan ardiente. Me había dejado llevar de una manera que de solo recordarla, me hacía ponerme más colorado. Sentía un calor abrasador por todo el cuerpo y aún percibía las manos y los labios de Adam sobre mí, de una manera que me hacía vibrar. 

Corrí al baño y me metí bajo la ducha fría. Dos minutos después, mi cuerpo perdía temperatura y entonces bajé a desayunar. Creí que iba a encontrar la cocina solitaria, pensando que Alice  se había retirado a descansar. Pero me sorprendí. Mi madre estaba allí parada, con la mirada perdida, mientras se batía distraídamente un café.

- Hola, mamá.- dije mientras me acercaba.

- Hola, Eden.

- Creí que te irías directo a dormir.

- No, vine a hacerme un café. Ha sido una noche dura. Me daré después una ducha rápida y volveré al hospital.

Su voz me sonó preocupada. Así que quise saber más, mientras comencé a prepararme mi propio café.

- Hay una especie de…epidemia.- me contó Alice- Aunque epidemia no es la palabra más adecuada. Porque esto, aunque parezca imposible, no es causado por un virus o una bacteria. Solamente anoche, ingresaron cinco pacientes nuevos a terapia. Y los cinco con los mismos síntomas.- mi madre se calló de repente. Y su mirada volvió a perderse en su taza de café. Luego pareció reaccionar pero cuando iba a continuar con su relato, alguien llamó a la puerta.

Mi corazón se aceleró. Pero traté de que no se me notara. Respiré profundo, tratando de calmarme mientras iba hacia la puerta. Cuando quedé lejos de los ojos de mi madre, suspiré nervioso. ¿Cómo haría para ver a Adam y no ponerme colorado?  Las imágenes de aquella noche estaban grabadas en mi mente y mi piel aún sentía el calor de sus caricias como si él estuviera allí, tocándome con sus dedos largos y delgados. Con manos temblorosas, abrí la puerta. Adam me miró tan intensamente que tuve que hacer un esfuerzo enorme para no lanzarme a sus brazos y comérmelo a besos allí mismo. Y creo que percibió lo que yo pensaba porque se mordió el labio y sonrió.

- Buenos días, Eden…

Le hice señas para que entrara. Las palabras no me salieron y él comenzó a reírse burlonamente. Se me acercó y me regaló un dulce en los labios. Y mi corazón se desbocó. Me pareció sentir un suave aroma a lirios cuando lo tuve cerca. Era un aroma exquisito. Lo observé mientras avanzaba hasta la cocina. Llevaba ropas distintas. Ya no tenía la camisa blanca. Ahora tenía puesto el uniforme deportivo: remera y pantalón azules – y entonces recordé que no le había devuelto su campera. Y su cabello estaba mojado y peinado en una perfecta colita de caballo. El ala rota en su sien brillaba de una manera especial.

- Buenos días, señora La Rue.- saludó Adam, alegremente.

- ¡Hola, Adam! ¡Qué gusto me da verte!- mi madre me miró pícara- Hemos estado muy preocupados por ti.

- Gracias, señora. Pero ya estoy bien. Fueron sólo… unas fiebres. Dicen que crecí unos centímetros más.- sonrió Adam. 

- Sí, eso a tu edad es muy común.

- He venido a buscar a Eden para ir al Instituto. Y me tomé el atrevimiento de traer unos bollos suizos para desayunar. Están recién hechos. Son una especialidad de mi hermana Mary.

“¡Qué brillante jugada!”, pensé.

- ¿Le gustan los bollos suizos, señora?- preguntó Adam con mucha inocencia. 

Mi madre sonrió feliz mientras ponía los bollos calentitos en un plato.

- ¡Son mis favoritos!- exclamó- Y hacía tanto tiempo que no los comía. No son fáciles de encontrar. ¡Gracias, Adam!

Adam sonrió complacido. Me miró furtivamente y me guiñó un ojo. Me mordí el labio para no reírme. Entre los tres, terminamos de preparar todo para el desayuno y en diez minutos, acabamos todos sentados a la mesa, comiendo y riendo. Aquel agradable ambiente me envolvió. Por primera vez sentí que tenía una familia. Y se sentía realmente muy bien. Pero la voz negativa que siempre buscaba minarme la autoestima, quiso hacer añicos aquella felicidad que me recorría de pies a cabeza. Y por primera vez en mi vida, supe lo que quería para mi futuro. Quería estar así, desayunando en “familia”, con el apoyo incondicional de mi madre y el amor eterno de Adam. Y haría lo que fuera necesario para lograrlo. Respiré profundo y levanté la vista. Me encontré con los ojos de Adam clavados en los míos. Tan fuerte y tan impetuosa era aquella mirada que hizo vibrar todo mi cuerpo. Y podía haberme quedado así, perdida en el mar de aquel par de océanos negros sino fuera por la voz de mi madre que anunciaba que ya debía marcharse, resignando la ducha para la noche.

Apenas escuché las últimas palabras de Alice, antes de irse. Aún estaba perdido en aquella mirada magnética y envolvente. Cerré la puerta del frente y volví a la cocina. Adam me veía con una hermosa sonrisa.

- Ven aquí…Ángel.- me rogó, estirando su mano hacia mí.

Me acerqué y en seguida me perdí en sus brazos.

- Tu prana es increíblemente irresistible, esta mañana.- me dijo casi en un susurro.

- ¿Y por qué será?

- Espero que…sea por mí.

Iba a besarlo cuando alguien llamó a la puerta. Me sorprendió ver a Jack Taylor y a Anthony Watson parados en el porche. Adam apareció detrás de mí y sonrió:

- ¿No me digan? Pasaban por aquí y decidieron saludar a Eden.

Jack pareció sonrojarse pero no dijo nada. Lo que me confirmó que había sido enviado por Damien. Y entonces, al volver mi vista a Anthony, me quedé helado. De alguna manera, quien estaba parado frente a mí, en el porche de la casa, ya no era Anthony Watson sino un ser extraño. Su  piel era de un color un rojo encendido; tenía grandes ojos dorados, sin pestañas, dientes negros, deformes y puntiagudos y pequeños cuernos que le salían de su frente prominente. Su cuerpo, de una estatura fenomenal, estaba desnudo. Su torso musculoso me impresionó y al bajar la vista y ver sus garras que terminaban en uñas puntiagudas, oscuras y filosas, me obligó a dar un par de pasos hacia atrás y taparme la boca para no gritar.

¿Qué me estaba sucediendo? Cerré los ojos y respiré profundamente, buscando serenarme. Sentí la mano de Adam en mi cintura y luego su otra mano me sostuvo con fuerza. Entonces me di cuenta de que estaba a punto de desmayarme. Me tomó en sus brazos y lo último que recuerdo son sus ojos negros clavados en los míos. Todo se puso turbio de repente y me desmayé, sintiendo a lo lejos la voz de Adam diciendo mi nombre.

Estaba tan cómodo y calentito que no quise moverme. No sabía qué día era ni qué hora, pero no me importaba. Quería quedarme así, en mi cama, todo el tiempo que pudiera. Aquello se sentía muy bien. Casi perfecto. Sólo me faltaba Adam. Suspiré y pronuncié su nombre.

- Aquí estoy…, mi Ángel. – me respondió con su voz dulce y varonil.

Sonreí pero continué con los ojos cerrados. Sentí sus caricias suaves en mi rostro y volví a suspirar. Abrí los ojos y lo vi, sonriéndome. ¡Aquella boca era mi perdición! Quise acercarme y besarlo pero me detuvo con sus manos.

- Tranquilo, descansa un poco más. No queremos que te desmayes otra vez…

Aquellas palabras me hicieron recordar todo de golpe. Me senté en la cama y dije con voz urgida:

- ¡Anthony!

- No, Anthony, no. ¡Soy Adam!

Los ojos negros que más me gustaban en el mundo me miraban incrédulos. Me tenté de risa. Y la expresión de Adam se endureció un poco más.

- Anthony es…¿ un demonio?- hice un esfuerzo para que las palabras me salieran.

Y entonces Adam por fin sonrió y se acercó un poco más a mí. Mientras me abrazaba, miró de reojo hacia la puerta del dormitorio. Seguí su mirada y vi a Anthony que me veía con una expresión seria y los brazos cruzados, tensos, sobre su pecho. Lo observé de pies a cabeza pero no hallé ni rastros de la imagen encendida que había visto en el porche. Parpadeé y en seguida me sentí como un tonto. Los colores se me subieron al rostro. Busqué a Jack en la habitación pero no estaba.

- Lo lamento.- balbuceé.

Sentí que Adam me abrazaba. Su pecho pegado al mío y su corazón acompasado fueron como un bálsamo.

- Lo lamento.- volví a pronunciar- No sé qué fue lo que me ocurrió. Creo que…he bebido demasiado café.

Adam me miraba fijamente mientras Anthony largó una carcajada. Escucharlo reír me hizo sentir mejor. Al fin y al cabo, le había dicho que era un demonio. ¿En qué estaba pensando?

- Déjanos un momento a solas, por favor.- dijo Adam mirando a Anthony.

Éste asintió, me guiñó un ojo y se marchó, cerrando la puerta tras de sí. 

- ¿Te sientes mejor?- la voz dulce de Adam me embelezó y busqué sus brazos otra vez.

- Sí, ahora sí.- susurré, perdiéndome en su abrazo.

Después de un par de minutos, Adam me miró y preguntó:

- ¿Sabes lo que te ocurrió?

- Me…desmayé…

- ¿Y por qué…? 

- Porque…¿estoy cansado? Al fin y al cabo, anoche no dormí nada…

Los ojos de Adam se clavaron en mí. Y se mordió el labio. No me pude resistir. Busqué su boca y le di un beso suave. Me hubiese gustado pegarme a sus labios tiernos y no soltarlos más. Pero aún sentía vergüenza. Seguramente, Adam sintió mi deseo porque cuando empecé a despegarme de él, sus manos me rodearon la cintura y no me permitieron alejarme. Me miró, sólo por un segundo, volvió a morderse el labio y me besó. 

Fue uno de esos besos que provocaban en mí que me olvidara de todo lo demás.  Que sólo pensara en quedarme así para siempre, sintiendo su boca intrépida sobre la mía y sus manos, acariciándome la espalda, por debajo de mi buzo. Cuando se despegó un centímetro de mí, suspiré de placer. Y su sonrisa tierna y su mirada brillante me confirmaron que a él también lo había enloquecido ese beso.

- Eden… - pronunció mi nombre muy suave y muy dulce, sin dejar de acariciarme la espalda con las yemas ardientes de sus dedos.

- Sí…- apenas pude contestar.

Sentirlo así, tan cerca y ver aquella boca deliciosa a sólo un centímetro, me hacía perder la noción del tiempo, incluso la de la palabra.

- Tenemos que hablar…- me dijo.

¿Por qué los momentos que a uno le parecen completos y enteramente perfectos, tienen la capacidad de deshacerse como pompas de jabón de un segundo a otro, como si se estrellaran contra algo más fuerte, más duro y más cruel?

Aquellas palabras de Adam me dieron esa sensación. Había estado sintiendo que volaba libre, ágil y de repente me estrellé. Y me dolió. Me separé de sus brazos y como un acto reflejo me envolví las piernas con los brazos. Y lo miré expectante.

- ¿Qué sucede?- Adam me miraba serio- ¿Por qué te alejas de mí?

- Porque… has dicho que tenemos que hablar. Y siempre que me dices eso…, no son buenas noticias.- balbuceé.

Mi voz apenas se oía. Y estaba a punto de llorar. Quería evitarlo pero sabía que era sólo cuestión de segundos para que mi rostro se llenara de lágrimas. Adam se arrimó a mí. Tomó mis manos y me hizo rodearle el cuello. Otra vez estábamos a un centímetro. Sentí su aliento agitado sobre mi boca y lo miré.

- Eden, tranquilo, no hay ninguna mala noticia. No temas.

Sus palabras no hubiesen tenido un efecto completo sino me hubiera regalado un beso después. ¿Qué tenían aquellos besos que podían convencerme casi de cualquier cosa?

- Lo lamento…- dije apenas separándome de su boca- No te enojes, por favor.

- Debería. Pero no lo haré. Todavía no entiendo qué tengo que hacer para que comprendas que cada célula de mi cuerpo te ama, que cada partícula de mi cerebro lleva grabado tu nombre y que mi piel sólo siente cuando tú me tocas. ¿Qué tengo que hacer para que me creas? Entiende que estoy enamorado de ti de una forma tan misteriosa y tan poderosa que pienso, siento, respiro, sueño, todo en función de ti…

Me deshizo con aquellas palabras. 

- Eden, ¿no te demostré anoche lo que siento por ti?

- Sí.- susurré y volví a besarlo- Sí lo has hecho. Y espero que no tengas en cuenta mis tontos momentos de miedo. No olvides que soy… humano. Un humano tonto que apenas a veces puede controlar sus imágenes de miedo. Pero te amo con todo mi cuerpo y con toda mi alma. Y no quiero perderte. Y cuando me dijiste que teníamos que hablar, sentí miedo. Lo lamento… Yo no puedo leer tus emociones como tú lo haces conmigo. Yo sólo entiendo lo que tú me dices.

- Lo sé…- Adam me miró pícaro- Quizá no puedas leer mis emociones pero…podrías practicar…para sentir lo que yo siento a través de mis caricias…

Las yemas de sus dedos me recorrieron la espalda y me estremecí. Me mordí el labio de puro placer. Aquellas caricias me estaban encendiendo. Cerré los ojos y me perdí en sus labios por varios minutos. Era increíble el cambio que sus labios provocaban en mí. Entonces Adam, percibiendo ese cambio, volvió a intentarlo:

- Eden,- me dijo escudriñando mi reacción- tenemos que hablar…

- De lo que quieras, mi amor.- le contesté embelezado.

Adam suspiró.

- Si me dices mi amor, no podré hablar. Pierdo el control cuando me llamas así.

Sonreí y volvimos a perdernos, uno en los labios del otro, por varios minutos.

- Eden…- Adam hacía un esfuerzo por separase unos centímetros pero era evidente que una parte suya quería seguir besándome- Eden…

- Sí, tenemos que hablar…- dije sonriendo.

Apoyé su frente sobre la mí y dijo:

- Tú sabes que yo te amo…

- Sí, eso…ya me ha quedado claro…anoche y…ahora…

Vi que Adam se esforzaba por mantener el hilo de la conversación. Aún así, su mirada pícara me hizo volver a sonreír. Sus ojos se clavaron en mi boca, que lo esperaba ansiosa pero parpadeó y se levantó de la cama. Se paró cerca de la ventana y me miró.

- Si que es serio lo que tienes que decirme.- dije.

Una alarma se encendió en mi cabeza. Pero no le di permiso de que se extendiera. Adam me amaba. Y estaba allí, conmigo. Eso era lo más importante. Lo único importante. Así que me dejé de juegos y lo escuché atención. Había algo que Adam quería decirme. Lo había estado intentando y yo no se lo había permitido.

Sin moverme de la cama, clavé mis ojos en él y dije con resolución:

- Habla, Adam. Te escucho.

Suspiró. Sintió mi seriedad y mi determinación. Así que caminó otra vez hacia mí, se sentó cerca y me tomó de las manos.

- Eden, lo que…sucedió anoche…entre tú y yo…

Traté de que su seriedad no me domine. Y apreté los labios para no interrumpirlo.

“Lo que sucedió anoche fue maravilloso”, pensé.

Adam sonrió.

- ¿Sólo maravilloso?- me preguntó pícaro.

Mis mejillas se pusieron rojas como tomates. Pero no dije nada.

- Anoche te hice el amor. Anoche te hice mío y casi me vuelvo loco mientras lo hacíamos porque tu prana se hacía cada vez más irresistible. Pero anoche, Eden, no sólo hicimos el amor, sino que yo…hice algo más mientras…gemías de placer entre mis brazos…

El hecho de recordar cómo me había dejado llevar y cómo se me habían escapado aquellos gemidos, me daba ahora un poco de vergüenza. Traté de no ponerme más colorado de lo que ya estaba. Pero permanecí callado esperando que Adam continuara.

- El prana es la energía que nos envuelve, que nos mueve, que nos alimenta. Una de sus manifestaciones, la más poderosa, la más salvaje y primaria es la que algunos pueblos orientales llaman Kundalini…

Adam me miró. Seguramente buscaba mi reacción. Yo estaba atento. Asentí y lo invité con un gesto a que continuara.

- Nosotros, los Oscuros, creemos en esa fuerza. Y creemos también que en ese acto tántrico de hacer el amor, no sólo nos volvemos uno con la otra persona sino que activamos ese prana especial. Y también creamos con él… a través de…

Adam se frenó de golpe.

- No importan los detalles.- me dijo después de unos segundos, sin quitarme sus hermosos ojos negros de encima- Lo que quiero decirte, Eden, es que anoche aproveché que transitabas por un fecha litúrgica muy especial, muy poderosa: tu cumpleaños. Era una oportunidad única porque cumpliste dieciocho años. Y esa es la edad de la iniciación para nosotros, los Oscuros…

Adam volvió a interrumpirse. Parecía que buscaba exactamente las palabras que quería decir. Respiré profundo y prosiguió.

- Anoche, aprovechando tu prana poderoso y aprovechando que entrabas a una edad iniciática , activé tu Kundalini, lo uní con el mío y cree un homúnculo…

Hasta allí, seguir sus palabras no me había resultado difícil. Ya había oído algo sobre esa energía tántrica. Pero su última frase me confundió. Y me animé a interrumpirlo.

- ¿Qué es un homúnculo?

- Es…un hijo mágico.

Lo miré con los ojos desorbitados. Quise hablar pero me sentí incapaz de pronunciar palabra alguna. Al ver mi confusión, Adam prosiguió:

- El hijo mágico o homúnculo puede adoptar diferentes formas: un poder, un nuevo camino imposible hasta ese momento o una puerta hacia…nuevas realidades…

- ¿Nuevas realidades?- balbuceé.

- Desde que te conocí, sentí tu sed por ver y percibir cosas y seres que no pueden ser percibidos por los sentidos físicos, comunes y limitados. Por eso quise obsequiarte un homúnculo…

Y entonces lo entendí. La imagen de Anthony, transformado en un demonio volvió hacia mí y todo cobró un nuevo sentido.

Miré a Adam. Y sonreí.

- ¿Estás preparado para ver nuevas realidades?

Asentí. Y lo besé. No se me ocurrió una mejor manera de agradecerle por aquel mágico regalo.

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