Noche negra
Alice no se sorprendió cuando le dije lo que haría. Damien ya se lo había dicho. Subí a la camioneta, en el asiento trasero, sintiendo que todo el cuerpo me temblaba. El silencio helado de Marie no me importó. Mi mente estaba a varios kilómetros de allí. Mis pensamientos ya estaban junto a Adam, aunque mi cuerpo agarrotado estuviera sentado allí.
Damien encendió el motor. Pude notar que me miraba fijamente a través del espejo retrovisor. Le devolví la mirada. Parecía que nos habíamos olvidado de todo lo demás, durante ese instante.
- Eden…- dijo con voz suave- Dímelo…
Seguí mirándolo en silencio.
- Me estás odiando…
Sonreí.
- Jamás podría odiarte. Yo te adoro.
Se mordió el labio, conmovido. Y recién allí tuve conciencia de que estábamos hablando como si Marie no estuviera con nosotros. Me recliné hacia atrás y traté de fijar mi vista en el paisaje oscuro que empezaba a moverse afuera, mientras llegábamos a la bifurcación. Me parecía ir flotando por la ruta. Sentía mi cuerpo tan extraño… Como si le perteneciera a otra persona. Incluso al respirar, sentía que el aire llenaba otros pulmones y no los míos. No podía creer que hacía solo unas horas, yo había estado hundido en el dolor y la desesperanza. ¡Y hasta había pensado en irme de allí para siempre!
Mi corazón se aceleraba a medida que avanzábamos en la ruta. Afuera la noche ya era dueña de todo. No se veía nada, solo un manojo de estrellas y una bruma que parecía seguirnos como un centinela. Mis ojos buscaron inconscientemente los ojos de Damien, en el espejo retrovisor. Me sorprendió ver que ya estaban fijos en mí. Sonreía. Y aquella sonrisa terminó por afianzar mi nuevo sentimiento.
Me aferré a mi colgante. El ala brillaba en la semi-oscuridad y la pequeña piedra titilaba cuando se movía. La apreté entre mis dedos y suspiré. Pese a que el dolor parecía haberme abandonado, una sensación de vacío y vértigo me llegó de golpe cuando vi que el camino curvo del cerro se acababa y la gran mansión se alzaba frente a nosotros. Pero Damien pasó de largo la entrada y estacionó cerca de unos troncos frondosos. Lo miré, buscando una explicación.
- Debemos mantenerte lejos de…ojos peligrosos.
- Como si eso fuera a resultarnos fácil.- la voz de Marie se escuchaba por primera vez desde que habíamos empezado el viaje.
Damien la miró con el ceño fruncido.
- No me mires así.- Marie estaba visiblemente enojada- Se puede sentir su prana a kilómetros.
Damien suspiró y me miró.
- Marie tiene razón. La campera de Adam ya no disfraza tu prana. Y menos ahora que está empapada. Te dije que debías cambiarte de ropa. Vas a enfermarte.
Lo miré conmovido. Su preocupación por mí me traspasó como un rayo. Él pareció darse cuenta y clavó sus ojos en mí. Y para mi vergüenza, Marie carraspeó, perdiendo la paciencia.
¡Otra vez nos habíamos olvidado de ella!
Descendimos del automóvil. Damien me ocultó detrás de unos árboles y miró a Marie durante varios segundos, en silencio. Ella parpadeó un par de veces y asintió. Luego me miró de arriba abajo con una expresión muy dura y enfiló hacia el frente de la casa. Cuando la perdí de vista, miré a Damien. Otra vez parecía traspasarme con la mirada.
- No necesitan hablar para comunicarse…- dije más para mí que para él.
Sus ojos brillaron y sonrió.
- ¡Vamos!- me dijo tomándome de la mano.
Rodeamos la mansión hasta la parte de atrás. Damien se acercó a mí y me hizo señas para que me quedara callado. Se acercó un poco más y clavándome la mirada comenzó a bajarme el cierre de la campera. Inevitablemente mi corazón se aceleró. Me la quitó y me dio la suya. Me la puse, tratando de no temblar, por el frío y por lo que estaba a punto de hacer.
Damien se trepó a uno de los balcones del piso superior, y me levantó de la cintura como si yo no pesara nada. Y me depositó junto a él. Golpeó con los nudillos el ventanal- muy suavemente. La cortina se corrió y la mano de Marie apareció por detrás, sacando el seguro. Nos abrió y entramos, tratando de no hacer ruido. Marie, sin mirarnos siquiera, se fue por una puerta y Damien y yo, por otra.
Caminamos por un largo pasillo oscuro- de paredes revestidas iluminadas por lámparas ubicadas cada dos ó tres metros. Damien miraba cada tanto por sobre su hombro para cerciorarse de que nadie anduviera por allí. Llegamos a una puerta, casi al final del pasillo, y la mirada de Damien me hizo vibrar. Habíamos llegado. Ante una seña suya esperé pegado a la pared mientras él abría la puerta muy despacio. Se asomó a la habitación y unos segundos después, me tomó de la mano y me hizo entrar.
Me quedé helado cuando vi a Adam en una cama alta, en el centro de la habitación. Me costó al principio verlo con claridad porque la luz del lugar era muy tenue. Pero en seguida mis ojos se adaptaron y pude verlo, pálido, ojeroso, con el cabello empapado. Ahogué un sollozo y corrí hasta su cama. Me dejé caer cerca de su rostro. Y comencé a llorar. Rocé su cara con mis dedos- que me temblaban demasiado- y me asusté todavía más. Estaba hirviendo. La fiebre era muy alta. Sus labios estaban cuarteados y extremadamente blancos. Puse mi mano en su pecho y lo moví un poco pero no reaccionó. Tenía los ojos cerrados y apenas podía sentir sus latidos.
Ahogué otro sollozo. Sentí que mi rostro ya estaba empapado en lágrimas. Busqué su mano, debajo de la gruesa sábana que lo cubría. La tomé fuerte mientras me daba cuenta de que tenía el torso desnudo y empapado en sudor.
Me aferré a su mano como tratando de impedir que se alejara. No sabía a dónde. Estaba aterrado. Tuve la horrible sensación de que se me estaba escapando. Y no podía permitirlo. Me acomodé mejor cerca de su oído y comencé a hablarle, en susurros:
- Mi amor, estoy aquí contigo…
Sentí que mi voz sonaba débil, quebrada. Así que traté de llenarme de fuerzas y le volví a hablar. Si me estaba oyendo- como yo pensaba que lo hacía- necesitaba que sintiera mi fortaleza. Necesitaba transmitirle mi energía. Pero cuando iba a hablarle otra vez, una mano me jaló de un brazo y unos dedos fuertes me taparon la boca.
A una velocidad increíble, fui llevado detrás de un cortinado azul oscuro. Vi los ojos de Damien mientras se llevaba su dedo índice a los labios, pidiéndome silencio. Asentí y aflojó la mano que había puesto sobre mi boca. Se quedó allí, muy cerca de mí. Tan cerca que podía sentir su respiración y hasta los latidos de su corazón. Alguien había entrado a la habitación. Traté de serenarme ya que estaba seguro de que la persona que ahora se acercaba a la cama, podía llegar a oír mis propios latidos.
Miré a Damien. Sus ojos se clavaron en mí y unos segundos después sentí que lograba calmarme. Desde donde estábamos, yo no era capaz de ver quién era la persona que estaba cerca de Adam. Sentía mucha curiosidad sin embargo tuve la sensatez de no moverme porque si no nos descubrirían. Después de varios minutos, comencé a perder la paciencia. Miré a Damien para tratar de darme cuenta qué estaba pensando. Pero su expresión era inexpugnable. Aunque un segundo después, pude ver su tensión, aunque quisiera ocultarla.
Suspiré aliviado cuando nos quedamos solos otra vez.
- ¿Me sintieron?- le pregunté a Damien casi en un susurro.
- Sintieron un cambio del nivel del prana, en esta habitación. Creyeron que Adam había recobrado la conciencia y vinieron a verificar. Pero yo te envolví con mi propio prana y no se dieron cuenta.
Lo miré agradecido. Volví luego mis ojos a Adam. Su extrema palidez me volvió a conmover. Me acerqué y me puse de rodillas, en el suelo, cerca de su rostro. Y volví a tomarle la mano. Su cuerpo hervía. Y mi corazón parecía que se me iba a salir del pecho.
- Trata de controlar tus emociones.- me dijo Damien caminando hacia la puerta.
Lo miré incrédulo.
- Sé que no es nada fácil tu situación. Verlo así es difícil…para mí también. Si tú…estuvieras en su lugar…yo ya me habría vuelto loco…
Lo miré conmovido. Sentí que iba a ponerme a llorar pero hice todo el esfuerzo que pude para evitarlo.
- Aunque con el dolor que estás sintiendo, tu nivel de prana desciende, el amor que… te brota por cada poro hace que tus niveles fluctúen. Y cada vez que lo miras, parece que te encendieras, como una bombilla de luz.
Miré a Damien sin saber qué decir. ¡Me sentía tan agradecido con él! Él pareció darse cuenta y me sonrió, de una forma magnética y dulce que tanto me gustaba.
- Estaré afuera, dando vueltas y manteniendo alejado a cualquier curioso. Si algo pasara, te vendré a buscar.
Asentí y sonreí. Le agradecí en silencio por el momento de privacidad que me estaba regalando. Pero tenía que hacerle caso a Damien y tratar de controlar mis emociones. Aunque verlo a Adam allí, completamente inconsciente, envuelto en una fiebre implacable y con su corazón latiendo muy lento- demasiado lento- dentro de su pecho era demoledor para mí.
¡Y yo sin poder hacer nada!
Ahogué un sollozo y apreté un poco más su mano. Respiré profundo. Me incliné sobre su pecho con los ojos cerrados y , con la mano que tenía libre, me aferré a mi colgante. Siempre buscaba sostenerlo entre mis manos cuando las circunstancias parecían desbordarme.
Me dejé envolver por la respiración de Adam y por su pecho que subía y bajaba con debilidad. Me quedé quieto. Muy quieto. Hasta que sentí que mi corazón pareció dejar de querer saltar de mi cuerpo con cada latido. Me quedé aferrado a su mano y a mi colgante. Y elevé una plegaria, justo cuando, sin saber cómo, me quedaba dormido.
Supe que me había quedado dormido porque me desperté de golpe, cuando sentí que caía de un lugar bastante alto. Una sacudida me hizo vibrar y abrí los ojos asustado y sorprendido. Me pregunté cómo había llegado a los brazos de Damien. Miré sus ojos y brillaban a la luz del día. ¡¿Era de día?! Traté de ubicarme. Estábamos detrás de una casa, en un patio con jardín y altos árboles.
-¿Estás bien?- me preguntó con dulzura.
- ¿Qué…pasó?- dije notando que estaba aferrado con mis brazos a su cuello.
Seguía muy confundido. Damien me bajó con suavidad y tuvo la delicadeza de sostenerme unos segundos de la cintura para que no me desplomara, pues estaba un poco mareado. Respiré profundo y traté de serenarme.
- Sentí que…caía.- balbuceé, agarrándome de Damien.
- Sí, era más alto de lo que pensé.
Damien me miraba risueño. Luego me señaló hacia arriba. Seguí la dirección de su brazo y entonces lo comprendí.
- Damien…, dime que no es lo que estoy pensando.- dije mirando el balcón del piso superior con ojos desorbitados.
- ¡Sí, niño! Es exactamente lo que estás pensando.- la voz de Marie me sorprendió. No la había visto parada detrás de mí- Damien tenía que sacarte de allí rápido y estabas dormido, así que te tomó en sus brazos y saltó hasta aquí.- la voz de Marie sonaba rara. Era una mezcla de rabia y burla.
Miré a Damien sin poder creerlo, escudriñándolo de pies a cabeza.
- ¿Y caíste parado?- apenas podía hablar del asombro.
- ¿Podemos irnos ya?- Marie se estaba impacientando.
Damien me tomó de la mano y me hizo avanzar. Mis ojos se desviaron intencionalmente hacia el suelo, donde había estado parado Damien un segundo antes. Y me quedé paralizado otra vez. ¡Sus huellas! Sus pies habían dejado unas huellas tan marcadas al caer que no pude evitar volver a mirar al balcón. Me pareció que al menos habían tres ó cuatro metros desde la ventana hasta el piso.
Traté de no pensar en eso. ¡Había caído parado! ¿Qué clase de persona podía arrojarse- cargando a alguien más en brazos- desde cuatro metros de altura y caer parado? ¡¡¡Y sin romperse ningún hueso!!! Iba a continuar con mis preguntas cuando unos ladridos espeluznantes me pusieron en alerta. Sentí el tirón de la mano de Damien y comencé a correr junto a él. El terror se apoderó de mí. ¡Le tenía pánico a los perros! No me animaba a mirar hacia atrás pero los ladridos- cada vez más cercanos- hicieron que la adrenalina me hiciera correr más rápido. Sin embargo, el miedo pudo más y mi torpeza salió a flote. Me tropecé, no sé si con una piedra o una raíz y caí al suelo, con mis rodillas clavándose en el barro. Damien trató de sostenerme pero no lo logró. Y quedé tirado en el lodo, debajo de la lluvia copiosa que había empezado a caer como una fría cortina de agua. Pude sentir las manos firmes de Damien por detrás de mí, levantándome de la cintura.
- ¡Arriba!- dijo, poniéndome de pie sin ningún esfuerzo.
Me paré y di un paso. Y el dolor me atravesó pero apreté los dientes y lo seguí, medio corriendo, medio a rastras. Subí a la camioneta, mientras escuchaba que Damien le gritaba a Marie:
- ¡Hazlo! ¡Hazlo ya!
Saqué la cabeza por la ventanilla y la vi, parándose en el medio de la lluvia, a un par de metros de la camioneta, con los brazos abiertos. Los perros- ya podía verlos con claridad: seis en total, enormes, negros, con colmillos de lobos y de una ferocidad alarmante- venían a toda carrera.
Damien subió al vehículo y encendió el motor. Miró por el espejo retrovisor y aceleró.
- ¡Damien!- grité horrorizado.
¡No podía ser! Veía aterrorizado cómo nos alejábamos de Marie. Los perros ya casi la habían alcanzado. Damien no me hizo caso. Condujo unos cincuenta metros y frenó. Volví a mirar hacia atrás y entonces me quedé petrificado. La media docena de perros salvajes se habían convertido en un grupo de cachorros juguetones que saltaban alrededor de Marie. Ella estaba en cuclillas acariciándoles las orejas y sonriéndoles. Unos segundos después, se puso de pie y le hizo señas para que se alejaran. ¡Y ante mi sorpresa, los animales comenzaron una carrera hacia la casa!
Marie empezó a caminar hacia nosotros, mientras Damien ponía marcha atrás. Ella se subió junto a Damien y lo miró sonriente. Y él también le sonrió. Aquella era la primera vez que veía que Damien le regalaba una de sus hermosas sonrisas.
-¡Eso fue extraordinario!- dije mirándola.
Y la sonrisa del rostro de Marie se borró de inmediato. Me miró de reojo y dijo:
- ¿Nos vamos?
- ¿Qué sucedió? ¿Y Adam?- pregunté de repente.
Damien miró de reojo a Marie. Ella se estaba poniendo el cinturón de seguridad.
- Damien…, ¿Adam está bien?
- Sí, Adam está bien.- la voz de Marie comenzaba a sonar agresiva.
- Tranquila, precioso. Adam está bien. Ya despertó. - ¡Qué diferente era la forma en la que Damien me hablaba… y me miraba!- Por eso nos tuvimos que ir. Todos en la casa notaron el cambio de energía. No me quedó otra alternativa que sacarte de allí.
- ¿Me quedé… dormido?- pregunté incrédulo.
- Sí, ha sido una noche larga.- Damien me miraba con dulzura por el espejo retrovisor.
Le devolví la mirada y le sonreí. Quería que se diera cuenta de lo agradecido que estaba con él. Y su sonrisa- de pronto brillante y dulce- pareció confirmarme que lo había hecho.
Llegamos a mi casa pronto. Me bajé de la camioneta y Damien se me unió. Traté de no prestarle demasiada atención a la fría mirada de Marie. Caminamos los dos hasta el porche y nos miramos, al principio sin decirnos nada. El aire frío de la mañana me hacía tiritar. Miré el cielo, escudriñando las nubes. Parecía que iba a llover el día entero. Amagué con quitarme la campera pero Damien no me lo permitió.
- ¡Quédatela!- me dijo con dulzura- Más tarde me la devuelves.
Y me dio la campera de Adam.
- ¿Más tarde? ¿Te veré más tarde entonces?- mi voz sonaba temerosa.
- ¡Claro que me verás más tarde!
Se acercó a mí y me dio un beso en la frente. ¡Cómo me gustaban aquellos besos!
- ¿Me llamarás para decirme cómo sigue Adam?
- Lo haré. Lo prometo.
Su sonrisa me confirmó que sí lo haría. Me sentí más tranquilo. Esperé a que su camioneta se perdiera de vista y entré a la casa. No había visto el viejo Falcon estacionado afuera por lo que supuse que mi madre no estaba. Iba a subir las escaleras cuando vi una nota de suya sobre la mesita del teléfono.
“Eden,
quise esperarte pero tuve que entrar antes a trabajar. La guardia del hospital está saturada. Espero que Adam esté mejor. No te vayas al Instituto sin desayunar.
Besos,
Mamá.”
¡¿Instituto?! ¿En qué día estaba? Tuve que consultar el almanaque que estaba pegado en la puerta de la heladera: “Lunes, 20 de Noviembre”.
Lunes… Tenía clases. Pero no tenía la cabeza ni para Historia ni mucho menos para matemáticas. Había pasado toda la noche con Adam. Pero no tenía sueño. Aún así no recordaba haberme quedado dormido pero aparentemente lo había hecho porque me sentía vibrante y lleno de energía. Adam estaba mejor. Eso me había asegurado Damien. Aún así tenía tantas ganas de verlo, de abrazarlo. De cerciorarme que en verdad estaba bien. ¡Cómo extrañaba sus ojos, sus palabras , su presencia! ¡¡¡Y sus besos!!!
Y entonces sentí una presión en el pecho. Y una voz negativa se apoderó de mi cerebro. Una voz que me resultaba dolorosamente familiar, recordándome- sin la menor piedad- que Adam no quería verme.
Pero eso era antes de que se enfermara. Ahora todo era distinto. Pero…, ¿lo era de verdad? Una alarma sonó en mi cabeza. La sombra de la duda, del dolor, de su ausencia querían sacudirme otra vez como lo habían hecho los pasados diez días. Y en seguida una voz gélida en mi mente me trajo de nuevo a la conciencia la decisión que la noche anterior había tomado. ¿ De verdad quería hacerlo? ¿Me iría de Crescent City? ¿Sería capaz de alejarme para siempre de Adam?
Aún sentía en mi corazón que quizá nada volvería a ser como antes. Adam se había enojado conmigo. Lo había defraudado. Le había fallado. Había hecho dos cosas que lo molestaron mucho y lo distanciaron de mí: ir furtivamente al funeral de su madre y haber intentado usar mi prana para influenciarlo. Aquello pareció enojarlo más que lo primero.
Aún era un poco temprano para ir a clases, así que decidí darme una ducha y después prepararme un café. Sabía que no podía faltar aunque podría quedarme en casa todo el día y Alice no se enteraría. Al principio me sonó tentadora aquella idea pero luego me pareció que ir al Instituto me daría la oportunidad de pasar tiempo con Damien. Ya se me había hecho un hábito pasar tiempo con él. Traté de no hacerle caso al recuerdo de la fría mirada de Marie o a sus palabras burlonas. Que me dijera lo que quisiera. La compañía de Damien valía la pena. Además, no quería quedarme sólo. Sabía por experiencia que la soledad era un campo fértil para que aquella voz negativa que siempre buscaba minar mis emociones se adueñara casi por completo de mí. Y ya no quería oírla. El hecho de enfrentarme a la posible muerte de Adam me había borrado aquel otro dolor. Con solo recordarlo allí, en su cama, desfalleciendo y sin poder hacer nada por él me provocaba un aplastante sentimiento de terror. Terror de perderlo…Perderlo para siempre. Y si realmente Adam seguía enojado conmigo, si había decidido olvidarme, entonces… que me lo dijera de frente. Y solo entonces aceptaría mi nuevo destino: un punto lejano en nuestro viejo mapa de ruta.
Alejarme de Adam pero no de Damien. Por primera vez en mi vida, estaba decidido a mantener una amistad. Damien sí valía la pena. No importarían ni la distancia ni el tiempo. Mantendría contacto con él, tan asiduo como me fuera posible. Por algo estaba en un siglo en el que los avances tecnológicos estaban a la orden del día. Sonreí. Ahora iba a resultar que un celular se iba a convertir en algo valioso para mí. Me compraría un celular para mi próximo cumpleaños. ¿Por qué no? Ahora sí tendría a quién llamar y quien me llame. Volví a sonreír. Aunque fui consciente de que fue una sonrisa a medias. Adam se acababa de atravesar en mi mente, recordándome que no iba a ser él quien me llamara, quien me escribiera mensajes a media noche, diciéndome que no podía conciliar el sueño porque estaba pensando en mí.
Sentí que iba a ponerme a llorar así que me apresuré a salir. Pero antes de bajar, dudé y me quité la campera de Damien que me había puesto. No quería provocar a Marie, ni tampoco quería que Anthony- en el caso de que fuera al Instituto- me viera y se lo contara a Adam. Sabía que Anthony le contaba todo. Era sus ojos y sus oídos cuando él no estaba. Y si alguna pequeña posibilidad me quedaba todavía de volver con él, no quería desaprovecharla con un mal entendido. Puse la campera sobre la cama. Pero al verla allí sentí una especia de melancolía. No sólo me sentía abrigado con ella, sino contenido y protegido. Pero Damien estaría en el Instituto. Así que, con ese pensamiento reconfortante, tomé mi mochila, mi morral y salí al aire frío de la mañana.
Sentía mucha ansiedad mientras avanzaba. Quería ver a Damien y preguntarle sobre Adam. Me había asegurado que él estaba mejor pero nada más. Sin detalles. Me pregunté si Damien aceptaría llevarme de nuevo a la mansión Alexander para otra visita furtiva. Me mordí el labio. Algo me decía que no iba a ser fácil que Damien accediera. Y comencé a temblar al recordar aquellos enormes perros persiguiéndonos.
Llegué a la puerta del primer edificio, prácticamente sin darme cuenta. Me senté en el cantero de anémonas, en el que Adam me habló por primera vez. Y suspiré ante aquel recuerdo. Sentí unas ganas tremendas de quedarme allí y revivir ese recuerdo, una y otra vez.
- ¡Eden!
La voz de Maggie me hizo gruñir. Pero traté de esbozar una sonrisa mientras la veía avanzar entre un grupo de alumnos.
- Hola, Maggie.- dije.
- ¡¿Ya te enteraste?!- Maggie se sentó a mi lado. Tenía una sonrisa de oreja a oreja. La mirada le brillaba.
Pensé que aquella alegría solo podía ser por una cosa. Me hablaría de Adam. Y no me equivoqué.
- Adam ha estado enfermo. Por eso no ha estado viniendo. ¡Pero ya se recuperó! ¡Ya está sano y le han dado de alta!
Sentí que un nudo en mi pecho se desarmaba, desaparecía. Suspiré aliviado. Yo ya sabía que él estaba mejor. Damien me lo había dicho. Pero ahora que Maggie había utilizado las palabras “de alta”, me di permiso para creerlo del todo.
- Es una…noticia excelente.- balbuceé.
Sabía que si seguía hablando, se me escaparían un par de lágrimas. Para mi fortuna, Maggie tomó la palabra.
- No te imaginas lo mal y lo preocupada que he estado en todos estos días, sabiendo que Adam estaba enfermo.
¡¿Preocupada?! ¡Como no…! ¡Así que Maggie estaba al tanto de todo! La miré enojado. ¿Por qué se había guardado aquella información?
Maggie continuó:
- Esta mañana, cuando escuché al mismo Adam, por teléfono, diciéndome que estaba bien, me pareció un sueño.
- ¡¿Hablaste…con Adam?- dije apenas con un hilo de voz. Mi pregunta sonaba claramente como un reproche pero Maggie estaba tan emocionada que pareció no darse cuenta.
- Sí, supongo que se dio cuenta de lo mal que yo la había estado pasando todo este tiempo. Así que me habló para que me quedara tranquila…
Tragué saliva. Podía sentir la voz negativa riendo a carcajadas dentro de mi cabeza.
- ¿Por qué…no me dijiste que Adam estaba enfermo?
Maggie me miró seria.
- Es que Anthony me pidió que no dijera nada a nadie. Aquí en el Instituto creen que Adam estaba en uno de sus viajes familiares. Ya sabes, como dos de sus tíos forman parte del Consejo Escolar, tiene vía libre para faltar las veces que quiera. Además, Adam es muy inteligente. Cada vez que regresa de sus viajes, rinde sus exámenes prácticamente sin esfuerzo. ¿Nos vamos a clase?
Tuve que hacer un esfuerzo para ponerme de pie. Estaba atónito…y ¡molesto!.
- ¿Te sientes bien, Eden?
- Es que…no desayuné y estoy un poco mareado.- mentí.
- Ah. Si quieres te traigo algo de la cafetería.- se ofreció Maggie.
Pero antes de responderle, la voz de Anthony sonó a mis espaldas.
- Sí, Maggie. ¿Por qué no vas por un café y algo dulce para Eden? Yo me quedo con él.
- Claro, claro.- pude ver que Maggie sonreía pícara, lo que me molestó aún más. Y se marchó a paso rápido.
Me senté otra vez en el borde del cantero. Anthony se sentó a mi lado y me escudriñó con la mirada.
- ¿Estás bien?
No pude responder. Ya estaba llorando.
- Eden…,- Anthony me miraba preocupado- ¿Qué te sucede? Si es por Adam…, quédate tranquilo. Él ya está curado. Está totalmente fuera de peligro.
- ¡Sí, ya lo sé!- contesté de mal humor- ¡Maggie ya me lo ha dicho! Él la llamó esta mañana para decírselo…- y me tapé la cara con las manos.
En lo único que pensaba era en irme de allí, lo más lejos posible.
- ¿¡Eso te dijo ella!? ¡¡¡Adam no la llamó!!! Adam estaba hablando conmigo y Maggie escuchó y me quitó el celular de las manos.
Aquello pareció surtir un efecto raro en mí. Lo miré, mientras Anthony me secaba el rostro mojado.
- ¿Él te llamó…a ti?
- Sí, para preguntarme…por ti…
- ¿Y por qué no me llamó a mí?
- Porque…está enojado…
Sentí que volvía a llorar sin poder evitarlo.
- No, Eden, no llores, por favor…- Anthony me miraba sonriendo.
- ¿Por qué sonríes?- pregunté entre sollozos- ¡Adam está enojado conmigo!
- ¿Y sabes por qué?
- Sí…- recordé claramente el funeral.
Lo había decepcionado.
- Él me lo dijo. Me dijo porqué está enojado contigo.
No pude hablar. Tenía un nudo en la garganta.
- Me ha dicho que está enojado porque…en todo el tiempo que estuvo enfermo solo lo has llamado una vez…
Miré a Anthony sin poder creerlo. Sonreí entre lágrimas. Aquello sólo podía significar una cosa: Adam ya me había perdonado.
Y por primera vez descarté definitivamente la idea de marcharme de Crescent City.
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