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La playa

Traté de recordar su nombre, mientras me acercaba. No veía a Amber ni a Maggie por ninguna parte. Así que pensé en preguntarle a él. Cuando por fin lo tuve en frente, su nombre se me apareció en la mente:

- Anthony…

- ¡Hola, Eden!

- Anthony, ¿podrías decirme si hay en el pueblo alguna biblioteca municipal? Porque la del instituto está temporalmente cerrada.

El joven pensó por un momento. Se acomodó el cabello oscuro, siempre peinado hacia atrás y de repente su cara se iluminó.

- ¡Claro! Hay una pequeña, justo al lado de la Alcaidía. 

- Y… ¿dónde queda la Alcaidía?- lamenté no tener el mapa del pueblo conmigo.- ¿Queda cerca de la inmobiliaria? – trataba de buscar un punto de referencia conocido.

Anthony sonrió.

- En realidad, queda para el lado opuesto.

- ¿Podrías darme su dirección?

- Puedo hacer algo mejor que eso. Puedo llevarte, si quieres.

Lo miré estupefacto. ¿Todos eran siempre tan amables en aquel lugar? A veces, en situaciones como ésa, me sentía en otro mundo. No estaba acostumbrado a ser tan bien tratado.

- Me encantaría.- balbuceé- ¿Cuándo tienes tiempo?

- Ahora mismo, si te parece. Hoy no tenemos práctica de fútbol Soccer. Nuestro delantero estrella no está.

Sonreí y acepté.

- Y…, ¿tu hermana?- quise saber mientras lo seguía a la salida del edificio.

- Ella ya se fue con Amber. Yo tengo el auto aquí cerca. Te estaba esperando.

Lo miré con curiosidad. Anthony sonrió pícaro.

- Es que… Adam me hizo prometerle que te cuidaría estos días…

- ¿Días?- no pude evitar preguntar mientras subía a su automóvil, un viejo Falcon parecido al que Alice y yo habíamos alquilado- ¿Cuándo regresará Adam?

- Mmmm… Esas reuniones familiares nunca tienen una fecha fija. Pueden llegar a durar varios días.

- Y… ¿para qué se reúnen?- pregunté tratando de imaginar cómo sería una reunión de ésas. Yo jamás había participado de algo así. Mi familia sólo era mi madre.

Anthony se encogió de hombros.

- Los Alexander, los Blanc y los La Croix- dijo enumerando con sus dedos mientras que con la otra mano encendía el motor- son dueños de casi todo aquí en Crescent City- Supongo que esas reuniones pasan por tomar decisiones económicas y eso…

Me pareció bastante raro. Pero, como ya dije, yo no tenía idea de qué se hablaba en una reunión familiar. Así que quizá Anthony tuviera razón. Y nos pusimos en marcha mientras me abrochaba el cinturón.

- Y… ¿qué te ha parecido hasta ahora nuestro pueblo?

- Interesante.- dije rápidamente.

Anthony sonrió con picardía.

- ¿Qué?- no pude evitar preguntarle.

- Eso mismo ha dicho Adam sobre ti, al conocerte. Dijo que eres interesante.

- Y… ¿Adam tiene novia?- pregunté como al pasar.

Anthony me miró y un brillo extraño le iluminó sus ojos oscuros.

- Lo pregunto por….- dije en seguida- … por Maggie…

Anthony frunció el ceño y se concentró en el camino.

- ¿Tan evidente es?- me preguntó.

Yo sonreí.

- Sí, mi hermana siempre ha estado enamorada de él. Pero Adam nunca la ha mirado de esa manera. Son amigos, desde pequeños. Nos hemos criado todos juntos. Pero Adam no tiene ojos para ella. Y ella debería entenderlo.

Anthony perdió por un momento su sonrisa. Y nos quedamos callados. Miré a través del vidrio de la ventanilla. Y recién allí me di cuenta de que había empezado a llover. Cuando pasamos por el camino bifurcado, recordé que no le había avisado a mi madre. Seguramente ella estaría ya por irse a trabajar. Me mordí el labio. Y Anthony pareció darse cuenta de que algo me pasaba.

- ¿Eden? ¿Todo bien?

- Es que…acabo de recordar que no le avisé a mi madre que iría al pueblo.

- Mándale un mensaje.

Me sonrojé.

- No tengo celular.

Anthony se rió.

- Adam tiene razón. No eres igual al resto...

Sentí que me sonrojaba un poco más.

- Pero sí tienes teléfono de línea en tu nueva casa, ¿no?

Asentí tratando de recuperarme.

- Usa mi celular.- me dijo, dándome su aparato- ¡Llámala!

Miré el teléfono. Era un rectángulo plano, negro, sin ningún botón. Yo no tenía ni la menor idea de cómo se utilizaba aquello.

Anthony sonrió.

- Yo te marco. ¿Cuál es el número?

Dudé. Y entonces me di cuenta de que no me había aprendido el nuevo número.

- No…lo sé.- balbuceé.

Anthony me miró. Luego tocó algo en la pantalla de su celular. Y unos segundos después, dijo:

- Hola, Elena.

¿Elena? Aquel nombre me sonaba familiar. ¡Era el nombre de la madre de Damien! 

- Sí, yo estoy muy bien, gracias. Mira, te llamaba para ver si tú podrías darme el número de teléfono de la casa que le alquilaste a Eden La Rue y a su madre.

Levanté una ceja y miré a Anthony. Él me devolvió la mirada y me guiñó un ojo. Luego de un momento asintió y dijo:

- Sí, claro, entiendo. ¿Por qué no hablas tú con él y te lo explica? O. K. Vamos para allá. Gracias.

Anthony finalizó la llamada.

- Por políticas de la inmobiliaria, no puede darme esa información. Pero sí te la puede dar a ti. Así que, si te parece bien, pasamos por la inmobiliaria para que te den el número. Y así llamas a tu madre. ¿Tienes alguna identificación?

- Sí, tengo mi…- automáticamente busqué mi morral.

¡Mi morral! Lo había dejado en mi dormitorio.

Anthony volvió a sonreír. ¿Es que nada lo ponía de mal humor?

- Podemos volver a tu casa- me propuso.

Me pareció un abuso pedirle que diera la vuelta. Ya estábamos en el centro del pueblo.

- ¿Qué hora es?

Anthony consultó su celular.

- Casi las cuatro.

- Mi madre ya debe de estar en su trabajo.

- ¿Y dónde trabaja?

- En el hospital. Es enfermera.

- ¡Hecho! Estamos a dos cuadras.- sonrió Anthony dando la vuelta en la siguiente esquina.

- Elena es la madre de Damien, ¿no?

- Sí…

- Creí que toda la familia se había ido a la reunión…

- No, esta vez es sólo un encuentro para primos.

Llegamos en seguida. El hospital era un edificio blanco de tres pisos que ocupaba casi toda la manzana. Anthony estacionó cerca de la entrada. Y cuando íbamos a descender de la camioneta, su teléfono comenzó a sonar y a vibrar. Lo había dejado sobre el tablero. Anthony sonrió y contestó la llamada. Luego de un momento me acercó el celular y me dijo, pícaro:

- Es para ti…

Fruncí el ceño, sin entender nada, lo que provocó que riera divertido. Tomé el teléfono, me lo acerqué a la oreja y dije con bastante curiosidad:

- ¿Hola…?

La inconfundible voz de Adam me hizo sonreír. 

- ¿Cómo estás , Eden?

Se escuchaba un poco lejos. Pero no había dudas. Era él.

- ¿¡Adam!? ¡Qué gusto me da oírte! Pero, ¿cómo sabías que estaba con Anthony?

Escuché que reía.

- Es que…le encomendé la misión de cuidarte mientras estoy de viaje. Y veo que lo está cumpliendo. ¿Cómo has estado? ¿Recibiste mi nota y los caramelos?

Me reí, recordando la manera curiosa que había encontrado de mandarme un mensaje sin que Maggie se diera cuenta.

- Sí,- dije aún sonriendo- tus notas de Historia me resultaron muy interesantes. Ahora voy a ir a la biblioteca.

Hubo un silencio prolongado.

- ¿Adam? ¿Sigues ahí?

- Sí, sí. Espero que encuentres lo que buscas.

- ¿Cuándo te veré?- pregunté sin poder evitarlo. Recién me daba cuenta de cuánto lo estaba extrañando.

- Pronto…- escuché. Su voz sonaba muy dulce- Y te llevaré un regalo. Ahora, ¿me pasas con Anthony, por favor? 

- Sí, claro. Nos vemos.

- Nos vemos pronto, Eden. Cuídate.

Le di el teléfono a Anthony que me había estado mirando fijamente mientras hablaba. Se llevó el aparato al oído y escuchó. Un minuto después, mientras asentía, contestó:

- Hecho. No te preocupes. No le quitaré los ojos de encima.

Yo lo miré asombrado.

- Me refiero a su bicicleta.- me susurró.

Yo sonreí pero, por alguna razón, estaba convencido de que hablaba de mí. Y para mi sorpresa, aquello me gustó. Aunque inmediatamente pensé en Damien. ¡Cómo me hubiese gustado que fuera él quien me estuviera cuidando de aquella manera!

- ¿Estás listo?

La voz de Anthony me sacó de mis pensamientos. Recién allí me di cuenta de que había finalizado la llamada. Descendimos del Falcon y nos encaminamos hacia la entrada principal.

- ¿En qué parte del hospital trabaja tu madre?

- Creo que…en Emergencias.

- Es por aquí.- me guió Anthony.

Lo seguí por un pasillo largo. Llegamos a una mesa de informes, donde dos enfermeras hablaban entre ellas.

- Buenos días.- saludó Anthony.

- ¡Hola, Anthony!- le contestó una de ellas. Era alta, esbelta y de cabello largo y castaño.

Me sorprendió que lo conociera. Parecía que en aquel pueblo todos conocían a todos.

- ¿Cómo estás, Mary? Él es Eden La Rue, el hijo de…

- …Alice…- dije ante la mirada de Anthony.

- ¡Claro! Pero si es su viva imagen.- dijo la mujer.

Yo me sonrojé- por supuesto.

- ¿Está ella por aquí?

- Claro, allí está. ¡Alice!

Levanté la vista y la vi, a punto de subir a un ascensor. Caminé hacia ella con una sonrisa.

- Eden, cariño. ¿Ha pasado algo?

- No, no, mamá. Tranquila. Es que vine al centro para consultar unos libros en la biblioteca y me trajeron hasta aquí para avisarte.

- ¿Te trajo Damien?- me preguntó mientras miraba hacia la mesa de informes.

Anthony se había quedado rezagado. Nos miró y me saludó con la mano mientras sonreía.

- No, no es Damien. Es Anthony… Watson.- hice un esfuerzo para recordar su apellido.

- Ah… Parece muy simpático.

- Sí, parece que en este pueblo, todos son así.

- Aunque…- mi madre lo escudriñaba de los pies a la cabeza- Damien es mucho más buen mozo.

- ¡Mamá!

Y supe que me había sonrojado otra vez. Y antes de que se le ocurriera hablar con Anthony, me despedí y caminé hacia Anthony.

- Listo. ¿Nos vamos?-dije mientras lo jalaba de un brazo hacia la salida.

Anthony me guió hasta el automóvil y me abrió la puerta del acompañante. Lo miré sorprendido.

- ¿Esto también te lo ha pedido Adam?- le pregunté con una sonrisa.

- No, esto va por mi cuenta.- dijo pícaro.

Le agradecí, sonriendo y subí al Falcon. Diez minutos después entramos a la biblioteca municipal. No me sorprendió que fuera tan pequeña. Ya en otros pueblos había visto que sus bibliotecas eran lugares prácticamente olvidados, con muy pocos estantes y una señora- en casi todos los casos, anciana- que atendía detrás de una mesa polvorienta. Pero esta vez me iba a equivocar. Ese pueblo, sin dudas, no se parecía a ningún otro que yo hubiera visto. Un rostro conocido me saludó en cuanto entramos.

- ¡¿Jack?!- no sé cómo recordé su nombre.

El novio de Amber- Jack Taylor- me miraba desde una larga mesa de informes.

- ¡Hola, Eden!

¿Cómo era que todos recordaban mi nombre? Bueno, ser el nuevo les facilitaba el trabajo.

- ¿Cómo estás? ¿Trabajas aquí?- pregunté mirando el lugar.

Todas las paredes estaban ocupadas por estantes llenos de libros. Me estremecí. Siempre había sentido que mi lugar en el mundo era una biblioteca o una librería.

- Sólo trabajo aquí medio tiempo. Salgo del Instituto y vengo para acá. Hola, Anthony…

Se saludaron con un complicado saludo con las manos y sonrieron.

- ¿Quieres pasar y ver? ¿O estás buscando algo en concreto?

Claro que buscaba algo en concreto pero, por alguna razón, no quería hablar abiertamente del tema. No sabía el porqué pero sentía que tenía que mantener mi investigación con un perfil bajo. Además de ser el chico nuevo, no quería dar más razones para que hablaran de mí. Y si se sabía que yo andaba por ahí, investigando leyendas y sacrificios, podría provocar que ya no fueran tan simpáticos conmigo. Y no quería que eso sucediera. No era muy común para mí el tener una bienvenida tan cálida en un lugar nuevo. Y me di cuenta de que era muy fácil acostumbrarse a ello.

- Me gustaría leer algo sobre…Crescent City. Sus orígenes. Su historia. Para aprender un poco del lugar en donde vivo ahora.

- ¡Claro!- sonrió Jack- Tenemos toda una sección dedicada a nuestro pueblo.

“¡Seguro!”, pensé. En eso, Crescent City era igual a todos los otros lugares. Y por primera vez me alegré de que fuera así.

Cuando Jack me mostraba el camino, Anthony sacó su teléfono. La pantalla estaba iluminada. Le había entrado una llamada.

- Ahora vuelvo.- me dijo, señalando su celular- Afuera tengo mejor señal.

Asentí y seguí a Jack hasta el fondo de la biblioteca, pasando por numerosos anaqueles atestados de libros y que separaban al lugar en varias áreas. 

- Aquí es. Toda esta parte está dedicada a nuestra historia. ¿Buscas algo en particular?- preguntó Jack.

- Mmmm…- no sabía cómo pedirle lo que quería sin nombrar aquellas dos extrañas palabras. Algo dentro de mí me decía que tenía que ser discreto- Me interesarían los tiempos de la fundación del pueblo.

Jack levantó una ceja. Pasó revista por algunos libros cercanos y extrajo uno pequeño de un anaquel frente a nosotros. Cuando me lo iba a entregar, su celular comenzó a sonar. Miró la pantalla curioso. Me pareció verle hacer una mueca divertida.

- Discúlpame un momento.- me dijo, entregándome el libro.

- Claro.- contesté.

Y esperé a que se alejara. No había podido ver la pantalla de cerca pero estaba seguro de que era una llamada de su novia, “rastreándolo”. Amber tenía cara de novia celosa.

En seguida me olvidé del asunto y leí con rapidez el índice del libro: 

- Geología de Crescent City.

- Fauna y Flora autóctona de Crescent City

- Primeros registros de lluvias de Crescent City.

Descarté el libro de inmediato. Miré de reojo a Jack que estaba parado de espaldas a mí, varios metros adelante. Seguía hablando por teléfono. Aproveché y ojeé los estantes más cercanos. Ningún título me llamó la atención. Tenía dos opciones: o buscaba libro por libro hasta encontrar lo que “súcubo” e “íncubo” significaban. Había más de doscientos libros en aquella sección. La otra opción era decirle específicamente lo que quería. Descarté de plano las dos opciones. También podía esperar a que Adam volviera de su reunión familiar y preguntarle directamente a él. Al fin y al cabo, él me había escrito aquellas dos palabras en su nota. No se vería sospechoso si se lo preguntaba. Sin embargo, tenía que esperar a que volviera de su viaje. Y si había algo que nunca tuve era paciencia. 

Estaba en aquel dilema cuando la voz de Jack me hizo sobresaltar. Y casi se me cae el libro de las manos. Noté que tenía un extraño brillo en la mirada y seguía con el celular pegado a la oreja. Y cuando me iba a hablar otra vez, Anthony apareció por detrás. 

- ¿Y bien? ¿Has encontrado lo que buscabas?

Jack lo miró por un segundo, luego, a mí y me acercó el teléfono.

- Amber quiere hablar contigo. Dice que quiere preguntarte algo de no sé qué materia, aprovechando que estás aquí…

- Ah…- me sorprendió que Amber quisiera hablar conmigo. Pero al menos no me había equivocado. Había sido Amber quien lo había llamado.

Me llevé el teléfono al oído mientras Jack le pasaba un brazo por los hombros a Anthony y lo alejaba de mí, hablándole en voz baja.

- Hola, Amber…- dije mirando los títulos de los libros otra vez.

- Hola, Eden…

Aquella voz me dejó helado. Me tuve que sostener de uno de los estantes para no caerme por la impresión.

- ¡¿Damien?!- dije apenas en un susurro, mirando de reojo a Anthony, quien ahora estaba hablando con Jack en la mesa de informes.

- Hola…- volvió a decirme. Aquella voz era tan dulce que por un momento sentí que me costaba hasta respirar.- ¿Cómo estás?

- Bien.- balbuceé.

Hubo unos segundos de tenso silencio.

- ¿Y tú?- pregunté.

- Con ganas de volver…

- Entonces vuelve rápido.- me mordí el labio cuando me escuché. No había querido decirlo en voz alta. Sólo lo había pensado.

- Eso haré…

- ¿Cuándo?- me mordí el labio otra vez.

- El Lunes paso por ti para ir al Instituto. Claro, si quieres…

- Sí, sí.- dije viendo que Anthony venía hacia mí- Claro, Amber,- dije levantando un poco el tono de voz y tratando de esbozar una sonrisa- yo te paso esos apuntes. No te preocupes.

- Anthony está por ahí, ¿no?

- Sí,- dije riendo como si me hubiera contado algo gracioso.

- Nos vemos entonces el Lunes. Y no le digas a Anthony que has hablado conmigo.

- No te preocupes, Amber. Hasta el Lunes.

- Eden…

- ¿Sí…?

- Estoy deseando que llegue el Lunes…- me dijo Damien con una voz terriblemente varonil.

Sentí que las piernas se me volvían a aflojar.

- También, yo.- balbuceé y corté la llamada tocando varios lugares de la pantalla al azar. El devolví el teléfono a Jack, quien me miraba con una sonrisa pícara.

- ¿Y? ¿Cómo vas?- me preguntó Anthony.

- Bien. Pero…no conseguí lo que buscaba.

- ¿Y qué es lo que buscas? Yo puedo ayudarte…

- No…, no te preocupes. Prefiero volver a casa. Tengo mucha tarea atrasada. Ya vendré otro día con más tiempo.

- Te llevo entonces.- Anthony parecía resuelto.

No se me ocurrió ninguna excusa para decirle que no. Así que acepté. De todos modos no sabía cómo irme desde allí caminando hasta la ruta. Y aunque lo hubiese sabido, tenía los pensamientos tan revueltos que no estaba seguro de que hubiese llegado bien. No podía quitarme de la cabeza aquella voz. ¿Damien había hablado conmigo? ¿O me lo había imaginado? ¿Cómo había sabido que yo estaba allí? Seguramente escuchó a Adam y llamó a Jack.

Mientras me subía al Falcon de Anthony, me rondaban un millón de preguntas. ¿De qué se había tratado aquella extraña conversación? Sus palabras me dejaron envuelto en un agradable y desconocido deleite, quizá porque todo tenía el sabor de lo clandestino. Miré a Anthony, buscando una señal de que se hubiera dado cuenta de algo. Pero se subió al automóvil y me sonrió como siempre. 

Llegamos en pocos minutos. Me dejó en la puerta de mi casa y puso marcha atrás. Lo saludé con la mano y le sonreí mientras hacía que buscaba las llaves. Cuando el vehículo se perdió de vista en la bifurcación y reapareció más allá, tomando la ruta, me alejé del porche en dirección a la playa, la que daba al sur de la casa. Tal como me lo había sugerido Adam en su nota. Tenía mucha curiosidad por conocerla y de paso ver algún súcubo o íncubo, tal como él lo había mencionado. Aunque seguí sin saber qué significaban aquellas dos palabras. ¿Quizá alguna extraña planta venenosa? ¿O quizás un animal salvaje? No recordaba haberlos estudiado en mis clases de Biología. Aún así, sentí miedo. ¿No se encontraban especies nuevas casi todos los días? Si así fuera, si se trataba de algo peligroso, ¿No sería más prudente abandonar la playa y volver a la casa? Pero descarté la idea de inmediato. Primero porque la curiosidad era más fuerte y segundo, porque confiaba plenamente en Adam aunque sólo hacía un día que lo conocía. Confiaba en él y estaba seguro de que no me pondría en ninguna situación peligrosa.

Además, la “causalidad” de haber encontrado esas mismas palabras en dos lugares diferentes, sin aparente conexión y sin buscarlas deliberadamente, me habían convencido de que debía seguirles la pista. Miré el cielo y vi que había dejado de llover momentáneamente. 

Caminé sin estar muy seguro de hacia dónde iba, siguiendo las huellas de los guijarros, rodeado siempre por un grupo de abetos grises, altos y frondosos. A medida que me acercaba al mar, el aire parecía volverse más frío. Me estremecí pero continué con paso firme. Me cerré la campera hasta el cuello y me calcé mejor la mochila en el hombro. Cuando dejé atrás la línea de los árboles, vi lo que se abría delante de mí. Me quedé sin aliento. Adam tenía razón. El paisaje era absolutamente hermoso. Una gran extensión de arena gruesa y húmeda apareció como de la nada y, unos veinte metros más adelante, acariciaba una masa de agua delicada y azul. La playa era coronada por la espuma de pequeñas olas que bañaban la costa y morían con un último y delicado suspiro sobre un grupo de rocas que se desperdigaban a lo largo de muchos metros hacia todas direcciones.

Suspiré. Siempre había deseado vivir cerca del mar. Pero los más cerca que habíamos estado había sido cuando vivimos en Nueva York, aunque rara vez vimos el océano estando allí. Nuestro departamento estaba muy lejos como para ir caminando y estuvimos allí mucho menos tiempo que en cualquier otro lugar. Nueva York no me traía muy buenos recuerdos. Albert nos había encontrado muy pronto. Era de madrugada cuando tuvimos que huir. La suerte quiso que mi madre lo viera, de lejos aquella misma tarde, en el Central Park. Segura de que él no la había visto, llegó a la casa e hicimos las maletas. Lo que no fue difícil pues nunca desarmábamos demasiado el equipaje. Y abordamos el primer autobús que partía de la Terminal.

Volví de aquel recuerdo con un estremecimiento. Pero la maravillosa atmósfera de aquel lugar, con las nubes bajas, oscuras, casi tocando el océano me envolvió con rapidez. Caminé hacia unas rocas grandes que estaban cerca y me senté sobre la más plana, sin importarme que estuviera mojada. Volví a suspirar mientras el aire salado me acariciaba el rostro y jugaba con mi cabello. Cerré los ojos por un momento y me olvidé de todo: de Albert, de los súcubos e íncubos y de las tareas que tenía para terminar. Todo se fue de mi cabeza. Todo excepto la dulce y cálida voz de Damien Blanc.

Abrí los ojos. Y deseé que él estuviera allí, a mi lado y que pudiéramos compartir aquel maravilloso atardecer. ¡Había hablado conmigo! Aún no lo podía creer. Se había complotado con Jack para hablar conmigo…¿Y qué fue aquello que me dijo? “Estoy deseando que llegue el Lunes”. Y no sólo habían sido sus palabras sino la forma en las que me las había dicho. Casi en un susurro. Como un deseo urgido que se le había escapado. Como si fuera una promesa. Quería verme. ¡Me extrañaba! Me estremecí de dulzura. Pero también de dolor. Un dolor terrible y repentino. 

¡No podía enamorarme de Damien! En realidad, no podía enamorarme de nadie. Pronto tendría que marcharme. El adiós era inevitable. Y no sería justo ni para él ni para mí si dejaba que las cosas avanzaran más. Y me sentí mal. Triste. Sabía que tenía que ser sincero con él, antes de que las cosas se volvieran serias entre nosotros. Si es que aquello pudiera llegar a ser… Pues ni en mis sueños más imposibles, yo habría deseado que alguien tan hermoso, tan perfecto y tan dulce como Damien Blanc se fijara en mí. Yo…, insignificante, feo, sin ningún talento especial. Ante sus ojos- y comparado con él, con su imagen angelical- me sentía totalmente indigno.

Sin embargo, algo en sus palabras, en su forma de actuar para conmigo, algo en aquella llamada, en la forma en la que me cuidaba -como en sus visita nocturnas- o en su mirada me decía que esta vez sí podía ser…Que esta vez un milagro de amor, podía transformarme en alguien interesante a sus ojos. 

Me estremecí aún más y me perdí en aquellos pensamientos. Quizá me estaba haciendo falsas ilusiones. Quizá sólo me lo estaba imaginando. Y él no sentía nada por mí. No quería enfrentarme a ese dolor. Al dolor de un amor no correspondido. Ya me había sucedido una vez. Hacía mucho tiempo. Y mirándolo fríamente, desde la distancia, podía asegurar que no había sido un verdadero amor, sino más bien un enamoramiento, de esos que se producen cuando no estás acostumbrado a una sonrisa o una palabra dulce, que no es dicha más que por cortesía. 

Aquello me había hecho llorar largas noches. Y me había llevado mucho tiempo olvidarme de aquel dolor. Por lo que me había prometido a mí mismo tener más cuidado en adelante. Y ahora, allí estaba, dejándome llevar por una sonrisa y unas palabras- que quizá fueran sólo por cortesía y seguramente yo las estaba sacando de contexto otra vez. 

Me puse de pie de un salto. Sentía la sensación de estar haciendo el ridículo y me avergoncé de mi actitud. Y deseé que en aquella conversación, Damien no hubiera notado mis emociones. Traté de repasar mentalmente mis palabras, pero no fui capaz de reproducirlas. Y sin embargo recordaba perfectamente cada palabra que Damien me había dicho. Me mordí el labio, nervioso.

Unas nubes negras se acercaban desde el norte y amenazaban con llegar rápido. Sin dudar, me volví a la casa, retomando el camino de guijarros. Y suspiré por enésima vez. Tenía que tomar distancia de Damien- y sobre todo de mis fantasías- pero sería al día siguiente. Porque sabía que aquella noche sus dulces palabras me seguirían hasta en sueños.

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