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Indiferencia

Estaba impaciente. Alice seguía dando vueltas y no se iba. Quería quedarme solo para poder llamarlo. Todavía no eran ni las sietes de la mañana pero yo quería intentarlo de todos modos. Quince minutos después, me cercioré de que el Falcon desapareciera por completo en el camino bifurcado. Corrí hasta el teléfono y marqué aquellos números que siempre hacían que mi corazón se acelerara.

La noche anterior me había dado cuenta de todo. Y Adam debía saberlo. Que se mantuviera lejos de mí ya no era necesario. Debíamos hablar.

La decepción fue muy grande cuando volví a escuchar una voz computarizada que me decía que el celular estaba apagado. Colgué el auricular. Tenía que encontrar otra forma de ponerme en contacto con él. Me senté unos momentos en la mesa de la cocina y mientras bebía una segunda taza de café- tenía que despertarme después de largas noches de insomnio- me puse a pensar. No estaba seguro de que Adam se hubiera deshecho de su celular. Lo más probable era que lo tuviera apagado la mayor parte del tiempo. Y cuando lo encendía, seguro se encontraría con mis llamadas perdidas. Aún cuando yo tuviera la suerte de llamarlo en esos exactos momentos, lo más probable era que reconociera mi número y no me atendiera.

Seguramente eso mismo había sucedido en un par de oportunidades, cuando a medianoche, bajé a hurtadillas para llamarlo. Esas veces ninguna máquina me había atendido; pero tampoco, él. Entonces se me ocurrió que tenía que llamarlo de un teléfono que no fuera el mío. Y Anthony se me apareció inmediatamente en la cabeza. Pero así de rápido lo descarté. Él no me iba a prestar su celular. Era probable que Adam lo hubiese prevenido. Y aún cuando se lo pidiera con cualquier excusa, se daría cuenta. Porque Anthony sabía que yo no tenía a quien llamar. Podría decirle que necesitaba llamar a Alice. Pero lo descarté con rapidez. No iba a funcionar.

Y entonces …pensé en Damien.

¡No! ¡Ni pensarlo! Damien parecía tener un sexto sentido. Podía leer mi prana. Él mismo me lo había dicho. Además, me pareció algunas veces, que hasta sabía lo que yo iba a hacer o decir antes siquiera de que yo mismo lo supiera.

Un golpe suave en la puerta me hizo volver a la realidad.

- ¡Hola, Damien!- lo saludé cuando le abrí.

Sus ojos se posaron en mí de una forma muy extraña. Y brillaban más de lo usual.

- ¿Qué? ¿Qué tengo?- me miré el cuerpo aterrado. No fuera cosa que me hubiese olvidado de vestirme y estaba allí desnudo parado en la puerta de calle como si nada.

-¿Qué sucede?- volví a preguntarle.

- Tú dímelo…- Damien no me quitaba los ojos de encima.

Luego de unos segundos en los que pareció traspasarme con la mirada, finalmente dijo:

- ¿¡Lo has descubierto…!?- su voz sonaba con una mezcla de fascinación e incredulidad.

- ¿Cómo lo sabes?- se me escapó.

- Tu prana esta mañana está muy alto. Y te vuelve…más irresistible que nunca.

Hacía mucho que Damien no me miraba de aquella forma ni me decía algo como aquello, con esa endemoniada voz suya- que destilaba seducción en cada sílaba. Traté de no sonrojarme pero estuve seguro de que me había puesto rojo como un tomate. Y Damien continuaba con su vista clavada en mí.

- Ahora entiendo porqué Marie me dijo que contigo hoy las cosas darían un vuelco… ¿Nos vamos?

Tomé mi mochila y lo seguí hasta la camioneta azul. Al pasar por los Daoi-sith sentí que vibraron. Me frené en seco y los miré fijamente. Estaban quietos. “Demasiada cafeína”, pensé.

- Sienten tu prana.- me dijo Damien, abriendo la puerta del acompañante- Te lo dije, hoy estás más irresistible que nunca.

Pasé cerca suyo para entrar al vehículo pero traté de no mirarlo. Seguía sintiendo mi rostro acalorado.

- Hizo muy bien en traerlos aquí.- dijo Damien un minuto después, mientras ponía el motor en marcha- Son muy buenos guardianes. Y no me quieren cerca de ti.

Sonreí. El solo hecho de pensar que Adam me había hecho ese regalo sólo para cuidarme, me hacía sentir reconfortado.

Sentí los ojos de Damien en mi rostro así que pregunté lo primero que se me vino a la cabeza (aunque creo mi pregunta no fue muy afortunada):

- ¿Hablas de mí con Marie?

Damien sonrió pícaro.

- Ella sabe lo que siento por ti. Lo sabe desde el primer día.

- Y…¿qué sientes…por mí?- balbuceé.

- Ya lo has descubierto. Pero si quieres te lo digo.

Lo miré urgido, sin poder evitarlo. Sus ojos me traspasaban y su respiración se volvió más intensa.

- Lo…lamento…- dije muy apenado.

- ¡No! No lo lamentes. Hiciste que conociera el amor. Toda mi vida creí que me casaría con Marie sin saber qué era realmente estar enamorado. Te amo como nunca pensé que se pudiera amar a alguien.

Su voz agitada me conmovió. Y cuando me di cuenta mi rostro ya estaba empapado. Estaba llorando.

- Eden…- escuché su susurro muy cerca de mí- No llores, por favor…

Damien me atrajo hacia su pecho y me abrazó con una dulzura que me hizo estremecer de los pies a la cabeza.

- Lo lamento.- volví a balbucear- No quiero que sufras.- dije abrazándolo.

- La culpa es mía, Eden. No tuya.

Me despegué de su pecho cálido solo un poco y lo miré.

- ¿Tuya?

Damien me secó el rostro con sus manos suaves.

- Si yo hubiese tenido el valor que tuvo Adam el segundo día, y te hubiera hablado, si me hubiese acercado a ti…antes que él…

- …Hubieses perdido tu posibilidad de redención.

Damien pareció más mortificado y vi que cómo sus ojos se humedecían.

- Sólo hubiese pasado eso…si me hubieses aceptado…

- Yo estaba loco por ti…- le confesé, sintiendo que mi corazón me iba a estallar en el pecho.

Una lágrima corrió por su rostro y me soltó de golpe.

-¡ Pero ya es tarde! Ahora estás loco por él.

- Damien…- quise acercarme pero no me dejó. Dio marcha atrás y aceleró por el camino mojado. Llegamos al Instituto y Damien volvió a estacionar la camioneta detrás de un grupo de árboles. Nadie podía vernos allí. Apagó el motor y se quedó con la mirada perdida en la ruta. Si él pensaba que me iba a bajar, estaba equivocado. No cometería con él el mismo error que había cometido con Adam. Iba a arreglar las cosas allí mismo.

- Damien…, quisiera pedirte un favor.- dije tratando de que no se me notaran los nervios.

- Ya sé lo que vas a pedirme. Y no te preocupes. No te molestaré más.

Lo miré.

- Si realmente me amas…- dije en un susurro- entonces demuéstramelo y no me abandones. No me hagas lo mismo que me hizo él. Yo no podría vivir sin tu amistad. Si tu me abandonas, yo…

- Eden…- mi nombre en su voz sonaba tan dulce que apenas pude evitar derramar más lágrimas.

Se acercó a mí y me tomó el rostro con ambas manos.

- Tener tu amistad, sería para mí el mejor regalo. El regalo más grande que la vida podría darme. ¿Realmente quieres ser mi amigo después de todo lo que sabes sobre…nosotros?

Asentí. Tenía un nudo en la garganta. Seguí mis instintos y lo abracé, tan fuerte como pude. Él me envolvió en sus brazos y me susurró al oído:

- Siempre seré tu amigo. Siempre. Te lo prometo.

Pero antes de que yo pudiera disfrutar de aquella promesa, un golpe fuerte en la ventana nos sobresaltó a los dos. Anthony nos miraba serio cerca de la puerta del conductor. Me sequé el rostro y bajé de la camioneta. Damien hizo lo mismo.

- ¿Todo bien, Eden?- me preguntó Anthony sin quitar sus ojos de Damien- ¿Interrumpo… algo?

Damien lo miraba fijamente y hasta me pareció que tenía cierta mueca de sorna en los labios. No tuve que hacer demasiado esfuerzo para entender la situación. En el fondo, Damien parecía disfrutar la situación: el hecho de que Adam se enteraría de nuestro “abrazo”. Y yo, a decir verdad, también lo disfrutaba porque me pareció que era un especie de venganza - muy merecida- por haberme abandonado.

- ¿Se te perdió algo…o solo pasabas por aquí?

Me mordí el labio para no reírme de las palabras de Damien. Estaba seguro de que Anthony se lo contaría a Adam. Miré a Damien como hipnotizado. Él se volvió hacia mí y me dijo con una voz extremadamente varonil:

- Nos veremos por la tarde. 

Me guiñó un ojo descaradamente y comenzó a caminar hacia la entrada del Instituto. Y a medida que se acercaba, todas las chicas – y algunos chicos-  que estaban allí empezaron a mirarlo como embobados, mientras él se acomodaba su cabello castaño, volviéndose a cada paso más irresistible.

Volví mis ojos a Anthony y lo vi tan serio que no pude contenerme y largué una carcajada.

- ¿Qué es lo que te parece tan…gracioso?- su voz destilaba enojo en cada palabra.

- Lo que me parece…gracioso es…la cara que va a poner Adam cuando le cuentes que Damien me estaba abrazando …en su camioneta…en un lugar solitario…

Anthony se sonrojó. Y noté que su rostro comenzaba a distenderse.

- Sí,- dijo mirando hacia un costado de la ruta- no le va a hacer mucha gracia.

Nos miramos y sonreímos mientras empezamos a caminar.

- ¡Qué linda sonrisa tienes!- me dijo y en seguida volvió a ruborizarse.

Me mordí el labio pero no dije nada. Ya me estaba sonrojando yo también cuando la inconfundible voz de Maggie me hizo sobresaltar.

Mientras íbamos a nuestro salón, Maggie me dijo:

- ¡No vas a creerlo, Eden!

La miré. Estaba exultante.

- ¿Qué? ¿No tendremos Historia? O mejor… ¿Matemáticas?

- ¡No!- Maggie puso los ojos en blanco- ¡Mucho mejor que eso!

- ¿Algo mejor que eso?- la miré incrédulo- ¿Qué podría ser mejor que no tener dos horas seguidas de una materia que odio?

- ¡¡¡Adam ha vuelto!!!

Sentí que las piernas se me aflojaban y me tuve que sostener de una pared.

- ¿Estás…segura? ¿Y dónde está?- la voz apenas me salía. Comencé a buscarlo con la mirada.

- Debe de estar por llegar. Esta mañana me llamó muy temprano y me dijo que hoy vendría, que ya había finalizado su reunión familiar.- Maggie tenía una sonrisa radiante- ¿¡Y qué crees…!? 

- ¿Qué…?- balbuceé, tratando de que no se diera cuenta que estaba a punto de desmayarme.

- Me invitó a salir… ¡Una cita! ¡Tengo una cita con Adam Alexander, esta noche a las nueve!

Anthony escuchaba todo desde la puerta del salón. Sentí sus ojos clavados en mí y lo miré buscando ayuda.

- Maggie…- la voz de Anthony me sonaba lejana. Yo estaba muy aturdido- ¿Por qué no te fijas si Adam no está en la cafetería? Tal vez nos está esperando allí.

Maggie salió prácticamente corriendo hacia el otro edificio.

- Gracias.- balbuceé- ¿Crees que él estará allí?

- No.- Anthony me miró serio- Adam está ahí…- y  señaló hacia el fondo del salón.

Adam estaba sentado, garabateando algo en su cuaderno, serio y pálido. Me acerqué sin prestar atención a mis piernas que no dejaban de temblar.

- Adam…- dije mientras me ponía en cuclillas cerca de él, en el pasillo.

Él levantó la vista asombrado. Me miró, sólo por un segundo, y volvió a mirar su cuaderno.

- Adam, tenemos que hablar.- apenas podía pronunciar palabra. Tenía la boca seca y el corazón parecía que me iba a explotar.

- No tengo nada de que hablar contigo.- su voz sonaba dolorosamente fría.

Traté de no hacerle caso y volví a insistir:

- Por favor, hablemos.

Estiré mi mano buscando rozar la suya pero la retiró. Se puso de pie, tomó su cuaderno, su mochila y se sentó delante de todo, en el único asiento que quedaba libre. Me quedé en blanco. Y cuando pude poner mis pensamientos en orden, ya íbamos por la mitad de la clase. Pero yo no había escuchado ni una palabra de todo lo que el profesor había dicho. Mis ojos pasaban de mi cuaderno en blanco hacia Adam, del que sólo podía ver su cabello y parte de su espalda.

Anthony estaba a mi lado y unos bancos más allá, Maggie parloteaba en voz muy baja con Amber. Seguramente hablaba de su “famosa” cita con Adam. Si yo no actuaba rápido, Maggie y Adam iban a verse esa noche. Y quién sabe lo que tendría para contarme Maggie a la mañana siguiente. Sacudí la cabeza, como buscando espantar mi vergüenza… y mi orgullo. Metí la mano en uno de mis bolsillos y saqué una bolsa de caramelos. Sabía que eran los favoritos de Adam. Maggie me lo había dicho. Aproveché que el profesor estaba de espaldas a nosotros, haciendo un complicado cuadro sinóptico en el pizarrón. Toqué la espalda de mi compañero de adelante- un joven pelirrojo con cara risueña. Le entregué el paquete de caramelos y le dije – casi en un susurro:

- Para Adam Alexander…

El joven tomó el paquete y me sonrió. Vi cómo los caramelos pasaban de mano en mano. Y algunas veces se ocultaban a la vista cada vez que el profesor se daba vuelta para chequear alguna información de los papeles que llenaban su escritorio. Una joven rubia- sentada detrás de Adam- recibió el paquete. Lo llamó con disimulo, tocándole la espalda con la punta de su lápiz. Adam se dio vuelta sorprendido. La jovencita le mostró el paquete y señaló hacia atrás. Adam frunció el ceño cuando me miró. Un par de manos me señalaron en silencio. Media clase era parte del complot. Pero Adam miró a la chica rubia y, sin agarrar la bolsa, le dijo- de una forma muy clara, seguro a propósito para que yo leyera sus labios:

- No los quiero. Te los regalo.

Y se dio vuelta.

Vi que algunos pares de ojos me miraban y escuché algunos murmullos que se acabaron en seguida cuando el profesor nos miró de repente. Seguramente había notado algo. Pero como todos parecíamos estar copiando el cuadro- muy concentrados- el profesor se dio vuelta otra vez y siguió escribiendo. Dos minutos después alguien me devolvía la bolsa de caramelos intacta.

Anthony me miró por unos instantes, luego bajó la cabeza y siguió tomando apuntes. Me tomé unos minutos para pensar qué haría. Volví a clavar mi mirada en Adam. Algo se me tenía que ocurrir. Me volví hacia Anthony de repente. Él se dio cuenta y me devolvió la mirada. Me acerqué a él y escribí en su cuaderno, entremedio de los nombres de dos batallas históricas: “¿me prestas tu celular?”

Anthony leyó mi nota y me miró. Puso cara de indeciso. Y le correspondí con una cara de ruego, mezclada con tristeza. Lo que hizo que Anthony estallara en una carcajada. Se tapó la boca y bajó la mirada. Sólo los alumnos más cercanos lo habían oído. Maggie lo miraba de reojo. Seguramente pensaba que su hermano se había vuelto loco. Yo traté de disimular, haciendo como que escribía algo en mi cuaderno, muy concentrado.

De repente, sentí la mano de Anthony rozándome el estómago, por debajo de la mesa. Tomé su celular y miré a Anthony sonriente. Él movía la cabeza negativamente pero tenía una sonrisa pícara, mientras seguía completando su cuadro.

Miré la pantalla oscura del celular, sin levantarlo de mi regazo. Lo toqué y se iluminó. Aparecieron varios íconos. No estaba seguro de lo que tenía que hacer. No reconocía aquellos dibujos. “¿Dónde estaría el icono de los mensajes?”, me pregunté.

Sentí la mano de Anthony por debajo de la mesa. Tocó un par de veces la pantalla y enseguida pude ver una pantalla en blanco lista para escribir.

- Gracias…- susurré.

Él me sonrió. Utilizando, con un poco de miedo, el teclado que había aparecido debajo escribí:

“Adam, 

            Tengo que contarte algo importante sobre Eden. Nos vemos después del entrenamiento en el estadio del club.” 

Me cercioré de que el profesor seguía inmerso en su cuadro sinóptico y le di un codazo suave a Anthony. Cuando obtuve su atención, le mostré el mensaje.

- ¿Cómo lo mando?- susurré.

Anthony leyó el mensaje y comenzó a mover la cabeza negativamente. Tomó el teléfono y escribió algo. Luego me lo volvió a dar. Leí el mensaje. Anthony le había agregado algunas cosas:

“Adam, 

         Tengo que contarte algo importante sobre Eden y Damien. Bajo las gradas, antes del entrenamiento. Deshazte de Maggie por un rato.” 

Sonreí y lo miré. Anthony me devolvió la mirada y esperó mi respuesta. Asentí. Él tocó un par de veces la pantalla y me sonrió. Busqué a Adam con la mirada. Unos segundos después sacó algo de su bolsillo. Pude ver claramente que era su celular. Cuando vi que se daba vuelta, volví mis ojos a mi cuaderno y traté de poner cara seria. Y me alejé todo lo que pude de Anthony. Esperé un minuto sin moverme. Hasta que sentí la mano de Anthony otra vez, por debajo de la mesa, rozándome el estómago. Me mostraba su celular. La pantalla encendida decía: “Ok”. 

Levanté la vista y me cercioré de que Adam estuviera mirando hacia delante. Miré a Anthony y le sonreí. Su expresión pícara y sus ojos brillantes me acompañaron los veinte minutos restantes de Historia.

La clase de Matemática fue insultantemente larga. Anthony estaba en el salón de al lado. Y para mi desgracia, Damien me había alcanzado en el pasillo y me había avisado que no asistiría. Por supuesto, no presté atención ni me molesté en sacar apuntes. Mi cabeza estaba en lo que sucedería esa tarde con Adam. Él no estaba en aquella clase. Pero Maggie, sí. Se había sentado con Amber y no paró de hablar durante las dos horas. Amber y ella estaban sentadas delante de mí así que aunque no hubiese querido, capté frases como: 

“No sé qué ponerme en mi cita con Adam” o “¿Crees que Adam me bese esta noche?”.

Casi rompo el lápiz que tenía en la mano cuando escuché aquellas palabras. “Por supuesto que Adam no va a besarte, ni esta noche ni nunca…”, pensé.

De repente, la conversación de ambas se interrumpió. Maggie sacó su celular de un bolsillo. Me acerqué disimuladamente hacia delante para oír mejor lo que decía:

- Parece que el entrenamiento de hoy es a puertas cerradas.- dijo Maggie, leyendo el mensaje que acababa de recibir, el cual claramente era de Adam- Dice que me pasará a buscar esta noche.

“Bien hecho, Adam”, pensé.

- Podemos aprovechar. Ya que íbamos a faltar a la clase de gimnasia, vamos de una vez al centro comercial a comprarte aquella blusa que viste el Sábado.- le propuso Amber.

Los grititos de histeria de las dos me hicieron temblar de furia. Y finalmente terminé quebrando el lápiz por la mitad. Me puse colorado cuando me vi pidiéndole disculpas a un compañero, un par de asientos adelante por haberlo golpeado con el trozo que salió volando, al quebrarse.

A penas tocó la campana, le dije a Maggie que iría a la enfermería por un analgésico para un inexistente dolor de cabeza.

- ¿Quieres que te acompañemos?- me preguntó Amber preocupada.

- No, no. Ustedes adelántense a la clase de gimnasia. Yo las alcanzo allí.

- No iremos a gimnasia.- me dijo Maggie- Tenemos otros planes.

- Ah. Está bien. Adiós.

Fue más fácil deshacerme de ellas de lo que había pensado.

Me escabullí por detrás del edificio y me escondí cerca de un grupo de vehículos estacionados. Tenía que llegar a las gradas sin ser visto. Cuando me decidí a salir de mi escondite, corrí hasta el siguiente edificio. Y allí me quedé esperando, con la mirada fija en la entrada. Un minuto después, lo divisé: Adam y un par de sus compañeros - todos vestidos con el uniforme del club- caminaban hacia el campo donde el entrenador ya estaba reunido con el resto del equipo. Vi que Adam le decía algo a uno de sus compañeros y tomaba otro camino. Tratando de apurar el paso, me escabullí por debajo de las gradas, siguiéndolo de cerca. Adam miraba el campo mientras caminaba hacia unas escaleras. Bajó por ellas y desapareció de mi vista. Caminé más a prisa hasta que lo encontré.

Estaba de espaldas a mí, con su vista clavada en su celular. Allí no nos veía nadie. Todos los que habían ido a mirar el entrenamiento estaban ubicados en las gradas de en frente, al otro lado del campo de juego. Ahora entendía porqué Anthony había elegido aquel lugar.

Me acerqué un poco más, sin hacer ruido. Y lo observé por unos segundos. ¡Estaba tan lindo! Con su pantalón azul y su remera con el número siete en la espalda. Tenía el cabello en una colita muy prolija y la luz del sol, que se colaba por las gradas, lo iluminaba a intervalos, haciendo que me derritiera por dentro. Respiré hondo y me acerqué. Recién cuando me paré a sólo unos centímetros de él, pareció percatarse de mi presencia.

Me miró atónito, por unos segundos, pero luego pareció reaccionar y comenzó a alejarse de mí. Yo lo seguí y me interpuse en su camino. Me paré muy cerca de él. Tanto que sentía su respiración- agitada- en mi rostro. ¡Cuánto había extrañado su aliento! ¡Y sus labios! ¡¡¡Y sus ojos!!! Miré su boca y no lo pude evitar. Me acerqué más y lo besé, envolviendo su cuello con mis brazos. Al principio me di cuenta de que Adam no correspondía a mi beso, pero no me importó. Seguí insistiendo. Pero cuando noté que su boca definitivamente rechazaba la mía, con una cruel indiferencia, y al darme cuenta de que sus brazos no me tocaban sino que seguían pegados a su cuerpo, me rendí.

La vergüenza y el orgullo me pegaron como si fueran látigos. Me aparté sintiéndome muy miserable. Mis peores miedos se habían confirmado. Adam ya no me quería a su lado. Busqué sus ojos para que me confirmaran que estaba equivocado. Pero él bajó la mirada. Su seriedad y su frialdad me desbastaron. 

Adam ya me había olvidado. Y por eso había vuelto. Porque ya no me quería. Y entonces lo entendí. No sólo había decidido alejarse de mí sino que había elegido a Maggie. Cuando noté que mis mejillas se estaban mojando, me alejé corriendo de allí, lo más rápido que pude, sintiéndome muy miserable. 

Seguí corriendo aún cuando llegué a la ruta y no paré hasta el camino bifurcado. Pero no tomé el camino hacia mi casa sino que me metí en el bosque- era una parte que no conocía pero no me importó. Exhausto, arrojé mi mochila cerca de un árbol y me dejé caer. Y entonces rompí en llanto. Me sentía humillado. Adam me había rechazado. Me dejé llevar por el dolor y la vergüenza y le di cabida a todos los negros pensamientos que me habían acechado siempre- y que después de haberlo conocido a Adam había aprendido a callar: no era lo suficientemente lindo como para que Adam me quisiera de verdad. No era lo suficientemente lindo como para que él se enamorara de mí y sacrificara todo para estar conmigo.

De repente sentí que aquellos besos que me había dado habían sido una mentira. Hasta pude imaginármelo, burlándose de mí, con sus amigos, contándoles lo fácil que había sido engañarme.

“¡Qué fácil resultaste ser, Eden!”, una voz implacable retumbó en mi cabeza, “¿Cómo pudiste bajar así la guardia? ¿Cómo caíste tan rápido en sus mentiras?” 

Y mientras lloraba, la imágenes de Damien y Anthony me invadieron. Y sentí odio. Un odio visceral que me recorrió el cuerpo. Anthony me había engañado con su rol de amigo cómplice y Damien… ¿lo había hecho también? Damien trató de advertirme que Adam no era bueno para mí. Me arrepentí de no haberlo escuchado. Seguramente Adam le hacía lo mismo a cada alumno nuevo que aparecía en el Instituto. Como una especie de novatada. Y Damien lo sabía y había querido advertirme. Y no lo escuché. Era eso lo que quería decirme. ¡Y pensar que me creí toda esa ilusión de los Oscuros y los Penitentes!

¡Cómo me habían engañado!

Adam parecía muy bueno en lo que hacía. Supo que a mí me gustaban todas esas “cosas” sobrenaturales y atacó por ese lado. Me dejé engañar como un niño tonto, inexperto. ¡Cuánto lamentaba que hubiese sido alguien como él a quien le diera mi primer beso! Yo, que había soñado con un príncipe azul, con un beso romántico y un noviazgo en el que me juraran amor eterno…

“¡Te lo tienes bien merecido!”, me dijo la voz, “Por ser tan crédulo y tan fácil”.

Rompí en llanto otra vez. No sé cuánto tiempo estuve allí hasta que una lluvia intensa y fría me obligó a moverme. Tenía las piernas entumecidas. Y apenas pude ponerme de pie. Tenía la ropa empapada pero no me importó. Tomé mi mochila y caminé hacia la casa. Estaba oscuro y me costó encontrarla. Y cuando llegué vi que las luces estaban apagadas. Era una suerte que Alice aún no hubiera llegado. Podía llorar todo lo que quisiera. Entré a la casa y miré el reloj que colgaba de una pared. Apenas me sorprendió que fuera tan tarde. La diez de la noche. 

Las diez…Adam y Maggie ya estaban en su cita. Me los imaginé hablando, riendo y…besándose. Gemí de dolor. Subí las escaleras. No quería pensar. No quería hacer nada más que llorar. Me tiré en la cama, sin siquiera encender la luz. Aunque la luz de la luna brillaba tanto que le daba a mi dormitorio una claridad especial. 

Sentí que un frío impiadoso me recorría el cuerpo. Tenía la ropa empapada pero no importó. Me acurruqué y me cubrí el rostro cuando comencé a llorar otra vez.

Y entonces sentí unos dedos que me rozaban el brazo. Y noté que alguien se había sentado en el borde de la cama cerca de mí. Me di vuelta de golpe. Adam me estaba mirando con sus ojos oscuros, brillosos y una expresión de dolor en su rostro.

- No llores, Ángel… - me susurró.

Y sin pensarlo, me lancé a sus brazos, deseando que no fuera sólo un sueño.

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