Huída
Apenas apoyé mi mano en el picaporte de la puerta, supe que algo no andaba bien. El sonido, al abrirla, me hizo estremecer. Avancé unos pasos y cuando sentí el ruido sordo detrás de mí, me di cuenta de que ya era demasiado tarde. Me volteé casi con violencia. Y al ver la puerta cerrada, el terror se apoderó de mí.
Allí estaba él, tal como me lo había imaginado cientos de veces, en diferentes casas, en diferentes geografías pero con la misma macabra sonrisa de siempre.
- Hola…hijito…- su voz gutural hizo que se me revolviera el estómago.
Miré hacia la cocina. Allí estaba mi madre, tirada en el suelo. Y alrededor de su cabeza, un espantoso charco de sangre oscura. Sentí que las piernas se me aflojaban mientras corría hacia ella con desesperación. Me arrodillé a su lado y la zarandeé pero no reaccionó.
- ¡¿Qué le has hecho, animal?!- mi voz salió entrecortada. Y los nervios hicieron que mi corazón se acelerara demasiado dentro de mi pecho. Sentí que comenzaba a hiperventilar.
- ¿Creíste, querido Eden, que no los encontraría?
Lo miré fijamente. Me costaba creer que Albert Mason, mi padre, estaba parado frente a mí, con su misma sonrisa cruel de siempre. Aquella imagen aparecía casi calcada de mis pesadillas recurrentes. Con su aspecto demencial, sus cabellos largos, desprolijos y su ropa arrugada. Y con un brillo diabólico que no presagiaba nada bueno.
- ¡¿Qué le has hecho?!- pregunté poniéndome de pie. Mi voz era baja y temblorosa.
Él lo notó y volvió a sonreír.
- ¿Por qué no nos sentamos y…cenamos?
Las piernas me seguían temblando así que retrocedí unos pasos para buscar apoyo en la mesada. Tenía que pensar en algo. ¡Y tenía que ser rápido! Antes de que el temor paralizante que siempre me provocaba aquel ser despreciable me invadiera por completo. Y cuando eso sucedía, mi mente se ponía en blanco. Y hasta se me hacía difícil respirar.
Albert me miraba en silencio. Quizá mientras maquinaba algo en su cabeza. Probablemente estaba decidiendo qué hacer conmigo. Y de repente, se dio vuelta y buscó algo en su viejo bolsa oscura. Aproveché y agarré, de un manotazo, lo primero que encontré sobre la mesada: un tenedor metálico, un poco oxidado pero firme al tacto. Lo escondí detrás de mi espalda. Sabía que no era suficiente pero era algo con qué empezar. No dudaba en que podía clavárselo en cuanto se me acercara.
- Siéntate. ¡Siéntate!- Albert me hizo señas.
Trató de esconder lo que llevaba en su mano pero no fue tan rápido. Pude verlo. Era una caja de fósforos. Al verla, sentí que la boca se me secaba. Y ahora todo el cuerpo me temblaba. Albert parecía estar decidido. Y no quería esperar. Sus planes eran claros, y me resultaron dolorosamente familiares: volarnos en pedazos a mi madre y a mí. Y entonces me di cuenta de otra cosa: el aire olía muy dulce. Demasiado. Yo conocía ese olor. Era olor a gas. Sentí que los pulmones se me empezaban a colapsar y no por el aire enrarecido sino por el pánico. No sabía qué hacer. Pero sí sabía que tenía que hacer algo…¡y pronto!
Como un toro embravecido, y sacando fuerzas de nunca supe dónde, me abalancé sobre Albert, blandiendo el tenedor. Busqué su ojo pero sólo tuve tiempo de arañarle el rostro. Me pareció que era un corte poco profundo pero empezó a sangrar profusamente. Su mano apretó mi brazo con tanta violencia que di un grito. Lo empujé, buscando que me soltara, justo cuando la voz débil de Alice me llegaba desde el suelo. Me di vuelta y la miré, sin poder creer que aún estuviera viva. Ella seguía tumbada pero había recobrado la conciencia. Pero fue un error mirarla porque Albert aprovechó mi momento de descuido y me dio un golpe tan fuerte en el rostro que me derribó. Sentí un dolor punzante en la cien y otro, en la zona de mis costillas. El piso duro me azotó despiadado. Tuve la tentación de quedarme allí pero vi que Albert se acercaba a mi madre- con su risa macabra. Esa risa que siempre era el preámbulo de algo mucho peor. Y entonces, sin saber cómo, volví a levantarme. Reprimí un grito de dolor. Y sentí que algo me atravesaba al medio pero me erguí, sin quitarle los ojos de encima.
Aún tenía el tenedor apretado en mi mano. Esta vez me prometí no fallar. Le clavaría ese tenedor aunque fuese lo último que hiciera. Pero no me hizo falta arremeter contra él porque un golpe nos hizo sobresaltar a los dos. La puerta del frente se había abierto de repente. Anthony estaba parado en el umbral y me miraba con ojos desorbitados.
- ¡Anthony! ¡¡¡Cuidado!!!- le grité.
Albert no perdió tiempo. Embistió contra él, pero Anthony ni siquiera se inmutó ante el primer golpe. Lo miró serio y lo tomó del cuello, levantándolo un metro del suelo.
- ¡Corre, Eden!- me ordenó Anthony.
Tiré el tenedor y fui hasta donde estaba mi madre. La levanté como pude y traté de no prestar atención a su cabeza ensangrentada. Caminé con ella, casi arrastrándola, hasta la puerta. Pero justo cuando Anthony aflojaba la mano y se corría para dejarnos pasar, Albert, de alguna manera, logró zafarse. Empujó a Anthony y me agarró del cuello, tironeándome hacia él.
Anthony agarró a Alice y la empujó hacia el porche. Cerró la puerta tras de sí para evitar que Albert saliera de la casa conmigo.
- Suéltalo…- la voz de Anthony sonaba baja pero muy firme.
Albert rió divertido.
- Así que… me hijito maricón… tiene novio…
Maldije para mis adentros al recordar que había soltado el tenedor.
- Te lo diré sólo una vez.- le dijo Anthony manteniendo su tono de voz- No quieres verme enojado.
Otra risa discordante y un tirón salvaje de mi cuello pareció enfurecer más a Anthony. Y sin saber cómo supe lo que iba a pasar a continuación. Busqué la mirada de Anthony. Y esperé a que parpadeara, como si fuera una señal. Él me miró fijamente durante varios segundos. Y entonces tuve la intuición de que el momento esperado vendría. Anthony parpadeó. Llevé mi codo hacia atrás, clavándoselo a Albert en el estómago. Éste aflojó su mano, solo por un segundo, tiempo suficiente para darle otro codazo y despegarme de su lado. Y lo hice justo cuando el cuerpo de Anthony parecía explotar de repente, envolviéndose en enormes llamas rojas. Era un verdadero demonio el que se erguía frente a nosotros. Miré de reojo a Albert quien parecía haberse convertido en una estatua de piedra. Y estaba extremadamente pálido.
Aproveché la situación e hice lo primero que se me ocurrió. Manoteé la silla más cercana y la estrellé contra la cabeza de Albert. Mi golpe fue certero pero supe en seguida que le había faltado fuerza. Albert apenas se tambaleó. Pero antes de recuperarse, Anthony- envuelto en fuego y con el cuerpo dos veces más grande de lo normal- arremetió contra él. Lo golpeó en el pecho tirándolo al suelo. Y pegó un grito tan fuerte que hasta las paredes parecieron vibrar. Sus ojos inyectados en sangre me miraron. Y, como recibiendo una orden silenciosa, corrí hacia la puerta trasera de la casa. Salí justo cuando escuché otro grito. Pero un grito muy distinto al anterior- fue más bien como un alarido. Me volví justo cuando Anthony caía al suelo, con su cuerpo humano luciendo frágil y tembloroso. Volví a entrar. Corrí hacia él, lo tomé como pude de los brazos y lo arrastré hacia fuera.
Albert arremetió contra mí pero sólo pudo agarrarme de un brazo, tirándome hacia atrás. Anthony se levantó. Lucía muy pálido y temblaba pero pareció sacar fuerzas de no sé dónde y estiró la mano hacia Albert. De su palma salió una llamarada roja que envolvió a mi padre, primero en la cabeza y luego el resto del cuerpo. Y justo cuando el fuego llegaba a mi propio cuerpo, Anthony me jaló hacia él. Me sacó de la casa y me ordenó que corriera. Lo tomé con fuerza de la mano y nos echamos a correr, perdiéndonos en la oscuridad del bosque.
No habíamos corrido ni dos minutos cuando un fuerte estallido nos tiró a los dos al suelo. Sentí que mis costillas se volvían a romper. Y las piernas se me adormecieron. Busqué a Anthony con la mirada, mientras llovían sobre mí toda clase de cosas: pedazos de madera, ladrillos y objetos encendidos.
Hallé a Anthony a un par de metros, tirado en el suelo. Me desesperé. A rastras, llegué hasta él y lo llamé. Mi voz salía entrecortada. Lo zarandeé. Estaba inconsciente. Sentí un ruido a mis espaldas. Miré hacia la casa. De ella sólo quedaba una bola inmensa de llamas que se elevaba hasta incluso más allá de las ramas más altas de los pinos cercanos.
-¡Anthony!- balbuceé. Mi voz todavía no sonaba bien. El fuerte olor a humo me llenaba los pulmones.
Otro ruido, esta vez más cercano, me puso en alerta. ¿Y si Albert había conseguido salir de la casa antes de la explosión? Aquel pensamiento me aterró. Y con el crecimiento del temor, vino una oleada de adrenalina que me sirvió para ponerme en marcha. Pasé el brazo de Anthony por detrás de mi cabeza y con la otra mano lo sujeté de la cintura. En seguida, al sentir su peso sobre mí, una punzada de dolor me atravesó el tórax pero respiré profundamente y caminé lo más rápido que pude, cargando a Anthony- mejor dicho, arrastrándolo- hasta que ya no pude más.
No sé cuánto avanzamos. Recién cuando el silencio del bosque nos rodeó por completo, me dejé caer cerca del tronco de un árbol y coloqué a Anthony a mi lado.
- ¡Anthony!- balbuceé.
Busqué su rostro. Me asusté al ver lo pálido que estaba. Pero parpadeó y finalmente abrió los ojos. Me miró de una forma extraña. Y entonces supe que algo andaba mal. Bajé la vista hasta su estómago. Me di cuenta de que estaba herido. Tenía un tajo en la remera y una mancha de sangre que se extendía a toda velocidad. No quise mirar. No me atreví. Sin embargo, no perdí tiempo y apreté la herida con todas mis fuerzas para evitar que siguiera sangrando.
- Anthony…, tranquilo. Estarás bien…
- ¿La casa…explotó?
- Sí…
- ¿Y él?
- No lo sé.- balbuceé- Pero no te preocupes. Estamos lejos. Aquí no podrá encontrarnos.
Anthony tosió un par de veces, poniéndome más nervioso. Vi cómo cerraba sus ojos y me desesperé.
- ¡No, Anthony, no te duermas! ¡Háblame!- le ordené.
Lo tomé entre mis brazos y lo acerqué a mi pecho. Hice que me mirara y cuando lo hizo me sonrió.
- Te ves… hermoso… a la luz de la luna.- me susurró.
Comencé a llorar en silencio. Pero no podía darme el lujo de que me viera rendirme. Así que decidí que lo mejor era que me siguiera hablando.
- Anthony, ¿cómo fue que me encontraste? ¿Por qué volviste?- le pregunté mientras lo agarraba fuerte de las manos.
- Yo…iba caminando por la ruta…, rastreando a Marie y a los demás…Pero no estaba muy lejos, aún podía sentir la intensidad de tu prana. Y de repente…, tu energía bajó. Se apagó. Y lo supe…Supe que algo te pasaba.
Anthony tosió un par de veces más.
- ¿Y entonces…?- me urgía que siguiera despierto- Anthony…
- Sólo había una explicación…Tu prana baja demasiado cuando tienes miedo. Así que…corrí hasta tu casa. Supe de alguna forma que estabas en peligro. Cuando llegué, esperé encontrarme con algún…Depredador pero la energía que sentí era distinta. Su astral era muy oscuro pero muy bajo. Y me sorprendió ver que los Daoi ya no estaban en el porche. Adam me había prevenido sobre tu padre. Sabíamos que vendría tarde o temprano.
La voz de Anthony fluctuaba. Aunque sus gestos me decían que estaba mejor. Junté coraje y levanté un poco su remera. Suspiré aliviado. La hemorragia se había detenido. Limpié la zona de su vientre con la manga de la campera que llevaba puesta y vi que había un corte. No sabía qué tan profundo era pero ya no sangraba.
Anthony respiraba cada segundo un poco mejor. Y su rostro empezaba a tener mejor color. Hasta que en un momento hizo un esfuerzo y se sentó, apoyando se espalda contra el tronco del árbol. Me separé de él, pero sólo unos centímetros. Sin embargo, su mano me sujetó de la cintura y con voz urgida me rogó que no lo abandonara.
- No lo haré, Anthony, no me iré a ningún lado.- le dije acercándome a él otra vez. Busqué sus ojos y le sonreí.- Me has salvado la vida, y pienso devolverte el favor.
Su mirada volvía a ser dulce. Y eso me tranquilizó un poco.
- ¿En dónde estamos?- me preguntó aún con sus ojos clavados en los míos.
- No lo sé. Avancé por donde pude. No presté atención. Sólo sé que estamos en el bosque. Pero no reconozco esta parte. Tú no te preocupes. Yo cuidaré de ti.
- Yo…cuidaré de ti.- me susurró- Ése es mi deber.
- ¿Desde cuándo…?- me reí nervioso.
- Desde que…me enamoré de ti. No dejaré que nadie te haga daño. Sólo dame unos minutos para que me reponga.
Lo miré con dulzura. Le estaba tan agradecido por lo que había hecho, por la manera en la que había salvado a mi madre y a mí de aquel psicópata que si pensarlo, lo atraje hacia mí y lo abracé con todas mis fuerzas. Pero un dolor agudo en mi costado izquierdo me hizo dar un pequeño grito.
- ¿Qué te sucede?
- Me duele…aquí. Creo que me he roto una costilla o algo…
Anthony me levantó la remera y lo hizo con tanta decisión y tan rápido que a penas me dio tiempo de sentir vergüenza de que viera mi torso desnudo. Me rozó el tórax con la yema de sus dedos, luego el estómago y por último el vientre. Me estremecí ante su tacto pero no dije nada. Apoyó su palma a la altura de mi estómago y en seguida sentí un calor abrasador que me envolvió por completo, dándome una rápida y definitiva sensación de bienestar. Inmediatamente todos los dolores de mi cuerpo desaparecieron como por arte de magia.
- ¿Mejor?- me susurró.
- Sí.- lo miré como embobado- Creí que…no usabas tus poderes…
- ¿Por qué no tengo permitido usarlo, excepto con Adam?
- ¿Esto…te condenará?- mi voz comenzaba a fallar otra vez.
- No debes preocuparte por mí, Eden. Yo me encargaré de arreglar cuentas con el Padre, cuando llegue el momento. Él lo entenderá…
- Yo hablaré con Él…, si hace falta.- dije decidido.
Anthony se rió.
- ¿¡Qué!? ¿Acaso no se puede?
- Sí, claro. Pero no va a ser necesario. No es la primera vez que un Daimon usa sus poderes con un humano.
- ¿Y es la primera vez que un Daimon…se enamora de un humano?- la pregunta se me escapó antes de que me diera cuenta.
- Creía que sí, pero resulta que es más común de lo que crees…- me respondió- Samaël fue el primero…, al enamorarse de Eva, la Primera Mujer. Él es un Daimon. Y luego muchos de los Hijos de Dios- los de naturaleza Daimon- se enamoraron de las Hijas e Hijos de los Hombres. Ustedes, los humanos, siempre han resultado irresistibles para nosotros.
Lo miré incrédulo.
- ¿No me crees?- me preguntó pícaro.
- Nunca…ningún chico…se había enamorado de mí. ¿Cómo pretender que alguien tan…poderoso y especial como tú…lo ha hecho?- no podía creer que le estuviera hablando así pero, por alguna razón, con Anthony me resultaba más fácil hablar que con Adam o Damien.
- Fue por ustedes, por los humanos, que hubo guerra en los Cielos… Ha sucedido más de una vez y seguirá sucediendo.- Anthony se acercó un poco más a mí. Podía incluso sentir su respiración en mi rostro- Una belleza como tú, vale el esfuerzo.
- ¡Vaya, vaya!- aquella voz, la más desagradable que podía escuchar en aquel momento, nos interrumpió de una manera espantosa- Si Damien y Adam supieran cómo le hablas a este humano, te mandarían directo al Infierno.
Sentí unos deseos irrefrenables de golpear a Marie pero me contuve. Necesitábamos su ayuda y discutir con ella no nos haría ningún bien.
- Marie, necesito tu ayuda. Anthony está herido.
- ¡Qué lástima!- gruñó Marie- Por lo que me importa… Él no me sirve…El que me sirve eres tú.
- ¿De qué hablas?- le espetó Anthony- ¿Marie?
- Mis…amigos y yo tenemos hambre. Y con el prana de este niño estaremos satisfechos por varias semanas. ¿Quién será el primero?
La miré sin entender demasiado. Pero luego sentí una punzada de miedo en la boca del estómago. Dos personas más aparecieron desde un grupo de árboles oscuros. Cuando vi sus rostros, me quedé de piedra. No me costó nada reconocer sus rostros, pese a la semi-oscuridad. Jack Taylor se erguía a su derecha con una sonrisa despiadada; estaba pálido y ojeroso. Parecía más alto de lo habitual y vestía aún con su bata de hospital. Amber Cotton, su novia, aparecía por detrás. Llevaba el cabello suelto y su rostro demacrado me estremeció. También llevaba ropa de hospital. Me miraba con una expresión tan seria que, inconscientemente, me puse de pie y me paré delante de Anthony. Por nada del mundo dejaría que se acercaran a él.
- Marie…,- dije, buscando hacer tiempo- Adam y Damien te están buscando. Se quedaron muy preocupados cuando no te encontraron en la isla de Banff.
- Sí, vi lo preocupados que estaban por mí.- su voz sonaba profundamente dolida- Tan preocupados que los tres…se abalanzaron hacia ti cuando aquel monstruo se salió de control.
Sentí un ruido detrás de mí que me hizo sobresaltar. Anthony estaba de pie y me sostenía del brazo con fuerza. Lucía pálido pero se mantenía firme lo que me hizo sentir un poco más seguro.
- ¿Qué les has hecho a Jack y a Amber?- preguntó Anthony, poniéndose delante de mí, buscando protegerme.
- Adam no es el único que puede…iniciar…y crear monstruos.
Mis ojos fueron directo a los de Jack y luego a los de su novia. Eran completamente negros. Y no parpadeaban. Parecían estar bajo algún tipo de hipnosis.
- ¿Eres… una Bokor?- Anthony la miró incrédula.
- ¿Qué es una Bokor?
- ¡Lo ves!- gritó Marie- Ni siquiera sabe lo que es una Bokor. ¡No sabe nada! Es un humano simple, ignorante y limitado. En cambio yo manejo mucho poder, soy capaz de crear conjuros que levantan a los muertos de sus tumbas- o en este caso de las camas de los hospitales. Yo utilizo hechizos complejos. Y a cada minuto me vuelvo más poderosa. Y aún así…,- Marie bajó la voz de golpe y miró a Anthony directo a los ojos- aún así, te enamoraste de él…
Parpadeé sin poder creerlo. ¿Marie estaba enamorada de Anthony? Traté de vislumbrar la reacción de él pero lo poco que vi me dejó anonadado. Anthony ni siquiera parpadeaba. ¡Ya lo sabía!
- ¿No tienes nada que decirme, Anthony?- la voz de Marie sonaba extraordinariamente femenina y urgida.
Parecía darle una última oportunidad para que le hablara de sus sentimientos.
- Tú sabes…lo que siento por Eden…desde el primer momento.
Me volví a estremecer. Seguí mis impulsos y me aferré a la mano de Anthony. Él entrelazó sus dedos entre los míos y apretó suavemente.
- Tú sabes que lo amo, amo su pureza y su bondad. Amo su belleza externa e interna. Amo la forma en que me mira y cuando me sonríe. Amo la forma en la que me habla… Él me acepta como soy. Lo ha hecho desde el primer momento.
Sus dulces palabras me atravesaron por completo y apreté un poco más la mano. Miré a Marie y noté que una lágrima recorría su mejilla aunque su expresión seguía siendo dura.
- Bueno…,- dijo ella, secándose el rostro- prepárate entonces para sufrir. Verás lo doloroso que es que no te correspondan. Eden ya eligió a otro. Eden no te ama. Nunca te amará...
Yo en otro impulso le apreté un poco más la mano a Anthony.
- Te equivocas…- le dijo él.
Y la expresión de Marie se endureció. Levantó las cejas sorprendida.
- Eden sí me ama…
- ¡Mentira!- el grito de Marie sonaba desgarrado.
Y entonces entendí lo que Anthony intentaba hacer. Quería hacer que se enojara y perdiera el control para que su energía se potenciara y así fuera más fácil que Adam y Damien la localizaran. Pude ver que la luz clara que a veces la rodeaba como una tenue aureola, ahora lucía de un intenso color rojo sangre, intermitente y cada segundo que pasaba se volvía más oscura y más densa.
-¡Él no te ama!
- ¡Sí, lo amo!- grité y me paré delante de Anthony-¡Y no permitiré que un monstruo como tú le haga daño! Anthony nunca será tuyo. Tú no eres nada para él.
A medida que yo hablaba, notaba que Marie se mostraba más dolida y la oscuridad, como una nube, comenzó a cubrirla, no sólo alrededor de su cabeza sino que ahora le rodeaba todo el cuerpo. Respiraba con dificultad y me miraba con un odio profundo.
- Pagarás por esas palabras.- me amenazó.
Levantó sus manos y me señaló. Anthony volvió a pararse delante de mí, sin soltarme. Y con su mano libre repelió el primer ataque: una bola de luz negra lanzada directamente de los Dálets de Marie.
-¡Ataquen!- gritó Marie.
Entonces Amber y Jack avanzaron hacia nosotros, amenazantes. Pero no habían dado ni dos pasos cuando Anthony movió su mano libre un par de veces y los derribó. Salieron volando varios metros, como si le hubiera dado un golpe a cada uno en el estómago. Ambos cayeron contra los troncos de dos árboles y parecieron quedar inconscientes.
- No quiero…hacerte daño…- le dijo Anthony en voz baja- Olvídate de Eden…y te perdonaré la vida.
- ¿Estás dispuesto a la condena perpetua? Sabes que si te manchas las manos de sangre…perderás cualquier posibilidad de redención.
- Eden lo vale… Por él soy capaz de perder la vida si hace falta.
Aquellas palabras parecieron golpear a Marie como si fueran un látigo. Pude ver que más lágrimas mojaban su rostro.
- Es una lástima que…después de todo lo que tuve que hacer para deshacerme de este humano insignificante, sigas pensando así. Creé la epidemia, única y exclusivamente, para matarlo a él. Enfermé a medio pueblo pero esta humano seguía en pie. Su prana lo ha protegido todo este tiempo. Indagué sobre sus orígenes sospechando que quizá tuviera algún antepasado súcubo íncubo pero nada. Es una simple humano. Por lo que mi atención se centró en su querida madre. La epidemia me sirvió para tenerla atareada en el hospital y así tener a Eden solo en casa y que se volviera más vulnerable. Pero resultó estar protegido…por Adam y por ti. Sus escudos son fueron muy efectivos. Entonces,- continuó Marie- busqué maneras más mundanas de quitarlo de mi camino: le avisé a su querido padre dónde estaba escondido. Y creí que destruyendo a los Daoi que Adam había puesto en su puerta, sería suficiente. Pero, no. ¡Tenías que aparecer tú para salvarlo! ¡¿Estás dispuesto a morir por él?! ¡ Entonces, que así sea...!- dijo dolida.
Y antes de darme tiempo de procesar todo lo que había dicho, hizo un movimiento rápido con sus manos y nos lanzó una bola de fuego gigante que nos envolvió y nos arrojó varios metros hacia atrás. Pero antes de tocar el suelo, sentí que la mano de Anthony me frenaba y, de alguna manera, caí sobre él. Busqué su rostro con desesperación. La caída había sido muy violenta y temí que el cuerpo herido de Anthony no lo hubiera resistido. Pero vi sus ojos, clavados en los míos, brillantes y llenos de vida. Y me tranquilicé.
Me volví entonces hacia Marie que nos miraba con una expresión triunfal. Y justo cuando daba los primeros pasos hacia nosotros, una voz dulcemente familiar nos sobresaltó desde un costado.
- ¡Te has equivocado, Marie! Te metiste con Eden. Ha sido un error fatal. ¡Y me lo pagarás… con tu vida!
Marie vio que Adam se acercaba a paso firme. Levantó su mano hacia él pero Adam no le dio tiempo a nada. Con un movimiento muy sutil de su cabeza hizo que la joven se elevara en el aire a un par de metros del suelo y la arrastró con tremenda violencia hasta el tronco de un pino. Marie se golpeó la espalda y quedó allí, colgada, como si una mano invisible la estuviera sujetando.
- ¿Me matarás? No creo…que lo hagas. Soy de los tuyos. Nosotros no matamos a los nuestros. Y mucho menos por un humano insignificante.
- ¡Si él no lo hace…, entonces lo haré yo!- la voz de Damien surgió de entre un grupo de pinos bajos. Se paró cerca de mí y miró a Marie con el ceño fruncido. Marie se movía frenéticamente, buscando zafarse pero no lo lograba. Entonces, de repente, dejó de moverse y sonrió. Fue una sonrisa tan macabra que me heló la sangre. Miró hacia abajo y gritó:
-¡¡¡Ahora!!!
Y entonces escuché gritos tremendamente cercanos. Vi a Amber y a Jack parados a cada lado de Adam. Ambos tenían cuchillos largos en las manos. Y de los cuchillos chorreaba sangre. Vi a Adam caer de rodillas, tomándose con fuerza el estómago. Corrí hacia él, mientras Damien, con un movimiento de su mano, rompía los cuellos, primero de Jack y luego de Amber, a la distancia, sin siquiera tocarlos. Y un segundo después, Marie cayó al suelo, dando un golpe seco. Se puso de pie como pudo y comenzó a correr. Pude ver que Anthony y Damien salían veloces tras ella, perdiéndose en la oscuridad del bosque.
El silencio de repente nos rodeó. Me arrastré hasta Adam que seguía en el suelo y me miraba con ojos desgarrados.
- Eden…- me susurró.
Noté que su cuerpo temblaba. Estaba sobre un charco de sangre que se hacía cada vez más grande.
-¡Adam!- sollocé.
Apreté su estómago buscando parar la hemorragia pero vi algo en su mirada que me asustó aún más de lo que ya lo estaba.
- Es una…herida mágica.- me dijo haciendo un gran esfuerzo para hablar- Éste es mi fin, Eden.
-¡No!- grité.
¡No podía ser! Miré hacia los costados. Jack y Amber seguían tirados en el suelo, inconscientes. Y Anthony y Damien no aparecían por ningún lado.
- Adam…, haz un esfuerzo. ¡Sé fuerte, Adam…!- clamé.
Adam parpadeó varias veces y con voz entrecortada me dijo:
- Adiós, mi Ángel. Nunca olvides… cuánto te amo.
Y en seguida supe que se iba a rendir.
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