Epílogo
-¿Te gusta?- me preguntó Adam, señalándome la casa.
Estábamos sentados en la acera de una calle de tierra colorada, rodeada de un bosque de pinos milenarios. Frente a nosotros se alzaba la cabaña más bonita que había visto nunca. Con su techo a dos aguas, de tejas verdes, como sacada de un cuento inglés. Miré a Adam. Me sonreía.
- Es hermosa.- le dije mientras me acercaba a él.
- Me alegro que te guste…porque la acabo de comprar.
Me reí pero él se mantuvo serio.
- ¡¿Qué?!- ahora entendía el porqué de aquel viaje intempestivo a las afueras de Crescent City.
El aire de Junio se percibía cálido pero el mar cercano no permitía que el calor fuera demasiado excesivo. Adam me había llevado en el Cabriolet sin decirme adónde íbamos. Era el último día de clases en el Instituto. Me había negado a ir al baile de graduación. Entonces sentí que a este pedido suyo no podía negarme. Los ánimos no estaban para celebrar nada. Las muertes de Marie, de Jack y de Amber- por la epidemia, según la versión oficial- aún pesaban en el aire. Los demás enfermos se habían recuperado. El Golem había hecho muy bien su trabajo. Pero aún después de descubrir sus planes, la ausencia de Marie había producido un dolor profundo en las tres familias, aún después de enterarnos que era Marie la líder de los Depredadores y solamente había participado de la creación del Golem para que no se sospechara de ella. Había logrado esconder sus verdaderas intenciones, disfrazando su prana.
Aquella noche, había sido muy intensa. Y más lo fue ese amanecer. A pesar del dolor, sentí dulzura. La dulzura en la mirada de Adam cuando me entregó mi taza- otra vez arreglada. Después de que la casa explotara y Albert quedara hecho cenizas.
Pero Adam siempre conseguía arreglar mis cosas…, mi mundo, mi vida.
- Mi intención era comprar toda el área pero no pude. Tendremos vecinos…
Vi que a cada lado de la cabaña, se alzaban otras dos, muy parecidas y separadas apenas por unas cercas bajas y unos hermosos caminos bordeados por rosales amarillos.
- Me encantan las rosas amarillas.- suspiré.
- Lo sé…- Adam me miró pícaro.
Me acerqué otra vez a él y, justo cuando nuestros labios se rozaron, una voz muy dulce nos interrumpió:
- ¡Qué casualidad, ustedes por aquí!
- ¡¿Damien?!
Damien Blanc venía hacia nosotros. Adam se puso de pie. Y unos segundos después, contemplé una escena realmente conmovedora: un Oscuro y un Penitente, fundidos en un abrazo cálido. Era impresionante ver cómo las cosas habían cambiado entre ellos. Antes apenas se hablaban. Pero, a partir de aquella experiencia un mes atrás en la oscuridad del bosque, se habían vuelto como hermanos.
La mirada de Damien buscó la mía y me guiñó un ojo. Eso no había cambiado. Su amor por mí seguía intacto en su corazón.
Luego del abrazo, Damien se sentó a mi lado y Adam, del otro. Y ambos me tomaron de las manos.
- ¡Hola, precioso!
- Hola…- le sonreí.
- ¿Qué hacían?- nos preguntó mirando el paisaje que nos rodeaba.
- Le mostraba a Eden nuestra nueva casa. Una vez que nos casemos, viviremos aquí. La ceremonia será dentro de una semana.
Automáticamente miré mi anillo de compromiso. Una hermosa amatista brillaba potente en mi dedo anular. Verla destellar me hizo vibrar. Como lo hacía siempre.
Las últimas semanas habían pasado como en un sueño. La casa en la que Alice y vivíamos, había quedado reducida por las llamas. Mi madre estuvo internada dos noches. Y cuando le dieron el alta, sin otras secuelas que un fuerte dolor de cabeza, el propio Adam la llevó a la mansión Alexander, donde yo ya estaba instalado. Reí al recordar aquellos días. La imagen de Carlisle Alexander, con su colgante de rubí brillando en su pecho y su sonrisa y galanteos constantes hacia mi madre, no me habían preparado para lo que seguiría. Hasta que Adam me lo dijo. Después de nuestra boda, seguiría la boda de Alice y Carlisle. En Crescent City no paraban de suceder cosas extrañas.
- ¡Sí!- nos dijo Damien sonriendo. Su voz me trajo a la realidad- Ya tengo mi smoking. Soy uno de los padrinos. Tengo que verme respetable. Así que… ¿Casa nueva para Eden?
- Sí, -contestó Adam- la acabo de comprar…
-¡Vaya casualidad! Yo también acabo de comprarme una casa.
Tardé unos segundos pero finalmente lo entendí. Clavé mis ojos en Damien y sonreí. Damien metió la mano en uno de sus bolsillos y sacó una llave.
Adam rió divertido.
- Damien…¿Cuál casa te has comprado?- pregunté aún sonriendo.
- Aquella…- me señaló la casa que se alzaba a la izquierda de nuestra cabaña- Es linda, ¿no?
Miré a Adam para ver su reacción. Me sorprendió que aún estuviera sonriendo.
- ¡¿Tú lo sabías?!
Me contestó con una carcajada. Y Damien se le unió. Pero antes de que pudiera decir algo, la voz de Anthony me llegó desde un par de metros:
- ¡Qué casualidad! ¡Ustedes por aquí!
Lo miré sin poder creerlo.
- ¡¿Qué haces aquí?!- exclamé.
- Bueno, si te molesto, me voy…
Estiré mi mano y lo atraje hacia mí. Se sentó en frente de nosotros, a pocos centímetros.
- ¿Es que acaso ninguno irá al baile de graduación?- pregunté.
- Yo quería ir contigo pero…como no pude…preferí no ir.- Anthony me sonrió pícaro.
- Al final, ¿lo has hecho?- le preguntó Adam mirándolo fijamente.
- Sí…- contestó Anthony con una amplia sonrisa.
- ¡Increíble! De verdad…, quise impedirlo pero…nunca me hacen caso.- la voz de Adam pretendía sonar seria pero su sonrisa lo delataba.
- ¿Qué? ¿Qué es lo que quisiste impedir?- no pude contener mi curiosidad.
- Pregúntale…
- ¿Qué has hecho, Sowii?
Anthony se encogió de hombros y puso cara de completa inocencia.
- Nada… Sólo…me compré una casa.- dijo como si nada, mostrándome una llave- Como no iré a la universidad, al menos por ahora, usé el dinero de mi fondo educativo para eso.
- ¿Y Maggie?- pregunté.
-Ella sí va. Y luego quiere recorrer Europa.
Oír aquello me alegró.
- Anthony,- lo miré fijamente- ¿qué casa te has comprado?
Y ante mi pregunta los tres estallaron en carcajadas. No había pasado un segundo, cuando entendiendo todo me uní a ellos.
Anthony me señaló, aún riendo, la cabaña que se alzaba a la derecha de nuestra casa.
- ¡Seremos vecinos!- exclamé mirando primero a Anthony y luego a Damien.
Y busqué otra vez los ojos de Adam para medir su reacción. De los tres, él parecía ser quien más se divertía con aquella situación.
- ¿Y qué? ¿Entramos?- pregunté.
- Más tarde…- me dijo Adam, poniéndose serio de repente.
- ¿Por qué más tarde?- su seriedad me puso serio a mí también.
- ¿Sabes que día es hoy?
- Hoy es… 17 de Junio.- dije.
- Sí, exactamente cuarenta días desde que has sido iniciado.
- Y, ¿lo vamos a celebrar o algo?- pregunté con una sonrisa.
- No, lo vamos a repetir…
Sentí que me ponía colorado. Adam se rió.
- Te daremos una nueva Iniciación. Los tres…
- ¡¿Los…tres?!- sentí que me sonrojaba aún más.
Adam me miró pícaro.
- Y, ¿qué tienes en mente?
- Te haremos un regalo.
Miré a Anthony y a Damien. Sus ojos estaban clavados en los míos y me miraban de una forma extraña e impactante.
Y entonces lo supe. Me había pasado las últimas semanas soñando con una cosa, pero jamás me había atrevido a pedirla. Ni siquiera me había animado a pensar en eso en presencia de Adam, por miedo a que me lo negara.
Ahora que los Oscuros y los Penitentes habían hallado la forma de obtener prana ilimitado sin necesidad de matar ni animales ni personas- sólo con posar sus Dálets sobre pequeñas piedra semi-preciosas- sus vidas habían cambiado por completo. Y la inmortalidad se les presentaba como una opción real y clara. Y al pensar en eso, mi propia mortalidad y finitud se había convertido en motivo de pesadillas, casi todas las noches.
- Adam…- dije en un susurro- ¿hablas en serio? ¿Pueden hacerlo? ¿Pueden volverme…inmortal?
-¡Te amo!- me respondió- y quiero amarte para siempre. Todo está listo. El ritual comenzará pronto.
Inmediatamente pensé en Alice. Pero Adam, una vez más, volvió a sorprenderme.
- Mi padre hará lo mismo con tu madre, después de casarse…- me dijo, ayudándome a ponerme de pie.
Mientras nos internábamos en el bosque, sentí que mi corazón se aceleraba descontrolado. No podía creer lo que estaba a punto de suceder. Adam me tomó de la mano y nos quedamos rezagados, mientras Damien y Anthony seguían avanzando.
- Adam, ¿y qué si te hubiera dicho que no?
- Sabía que me dirías que sí…- me dijo muy seguro.
Me acerqué a él y sentí sus labios dulces sobre los míos. Me perdí en su boca, como me sucedía siempre. Unos segundos después, maravillado porque la noche nos había cubierto de golpe, retomamos el camino hacia el corazón del bosque. Ante mí se abría un sendero de piedra que me llevaría a un amor sin final, de la mano de Adam.
Pronto sabría qué se sentía ser…inmortal.
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