Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

El ritual

Me desperté y suspiré. El calor de la manta sobre mí me hizo sonreír. De alguna manera, Damien había entrado otra vez a mi habitación por la noche y me había arropado. Mi habitación apenas estaba iluminada. Afuera seguía lloviendo. Me levanté y me acerqué a la ventana. Sentí que el estómago se me estrujaba y sólo tuve tiempo de escabullirme en el baño. Vomité lo poco que me quedaba de la cena. Quise incorporarme pero un mareo repentino me dejó tirado en el suelo por varios minutos. ¿Qué era lo que sucedía conmigo?  Otra mañana, igual. Recién media hora después tuve fuerzas para volver a mi dormitorio. Por suerte era Sábado, así que me desplomé en la cama un rato más. 

Sábado. O sea que aún faltaba para que llegara el Lunes. ¡Una eternidad para volver a ver a Damien! ¡Y me moría por volver a verlo! Era increíble la fascinación que se había despertado en mí por alguien a quien apenas conocía. Porque, aunque ya me sabía de memoria el color de sus ojos y la forma en la que las sonrisas le nacían en su boca, o cómo fruncía el ceño cuando algo parecía preocuparlo, Damien seguía siendo un extraño.

Estaba desganado. Y el desgano nunca era bueno. Ya lo conocía. Cuando uno de esos días me envolvía, se convertía en una bruma oscura, pesada. La monotonía se adueñaba de todo. Las actividades se volvían aburridas.

Suspiré y decidí ir a la cocina. No me importaba arreglarme ni cambiarme la ropa vieja y desteñida que usaba de pijama- varios talles más que el mío. Miré furtivamente mi reflejo en el espejo de la pared mientras abría la puerta de mi dormitorio. Tenía el rostro ojeroso y demacrado, con mis mejillas hinchadas y amoratadas. Siempre amanecía así. Bajé las escaleras bostezando. Me refregué los ojos para terminar de despertarme.

- ¡Buenos días!- la alegre voz de mi madre me llegó desde la cocina.

Gruñí, como todo saludo matinal.

-¡Buenos días!- escuché a continuación.

Inmediatamente me sobresalté. Abrí los ojos tanto como pude. Parado, cerca de Alice, sosteniendo unas tazas, y con sus ojos oscuros, pícaros y desfachatados puestos en mí, estaba Adam Alexander.

- Tu amigo Adam acaba de llegar. Y lo invité a desayunar con nosotros. Yo estaba por subir a despertarte.

Ni siquiera me tomé el trabajo de evitar sonrojarme. Era muy conciente de mi apariencia. Pero ya era tarde. Y Adam me miraba sonriente. No había manera de escabullirme a mi habitación. No al menos por Adam. Claro que si en vez de Adam hubiese aparecido en mi cocina Damien Blanc, creo que hubiera salido corriendo. ¡Y la vergüenza me hubiese durado años!

Y de repente, me aterré. Escudriñé toda la habitación y luego el recibidor, deseando que Damien no estuviera por allí. Al fin y al cabo eran parientes y, si Adam había venido, quizá Damien estaría con él. El hecho de que Adam estuviera aquí significaba que la reunión familiar había terminado.

Para mi alivio, Adam estaba solo. Me acerqué con un poco de timidez. Y estiré mi mano para saludarlo. Él me dio un apretón cálido. Y me sonrió dulcemente. No hubo descargas eléctricas. “Menos mal”, pensé. 

- Me estaba diciendo Adam- comenzó a explicar Alice, mientras terminaba su taza de café- que el Lunes tienen examen de Historia…

- ¿Sí?

Mi madre levantó la mirada y la clavó en mí.

- Es decir, ¡Sí, claro!- dije tratando de arreglar mi tono de voz.

- Se lo dije, señora La Rue, Eden se había olvidado del examen. Por eso yo le había dado mis apuntes. Como él se incorporó a mitad de la semana, se me ocurrió que debería ponerse al día.

- ¡Qué buen compañero eres, Adam!- exclamó Alice contenta- Bueno, yo debo irme a trabajar.

- Ah, en ese caso…, yo mejor me voy.- dijo Adam tomando su mochila de una silla cercana.

- ¡No, no!- dijo mi madre de repente- Tranquilo, tú puedes quedarte. Desayunen y asegúrate de que Eden estudie para el examen. A mi hijo nunca le ha gustado mucho la Historia.

- ¡Mamá!

- Es cierto…- me dijo, bajando la voz.

Parecía que disfrutaba viendo cómo me sonrojaba todavía más. Me saludó con un cálido abrazo, le guiñó un ojo a Adam descaradamente y se marchó. De repente me encontré parado en la cocina, con la mente en blanco y sin saber muy bien qué hacer.

- ¿Por qué… no vas a cambiarte de ropa…mientras yo termino de prepararnos nuestros desayunos?

Agradecí la propuesta. Parecía que Adam no estaba nervioso con todo aquel asunto. Hasta me pareció que lo estaba disfrutando. 

- Ésa es una muy buena idea.- dije- Bajo en cinco minutos.

- Claro, aquí te espero…

Miré a Adam a los ojos. Sus palabras me habían parecido envueltas en un tono de voz muy especial, muy dulce. Y esa misma dulzura aparecía ahora en sus ojos. No pude evitar sonreír. Definitivamente, aquel joven se estaba ganando un lugar en mi corazón. Aunque claro que no me provocaba lo mismo que me provocaba Damien cuando me miraba o me hablaba. Aquellas mismas palabras: “aquí te espero”, pronunciadas de aquella misma forma por Damien Blanc me hubiesen provocado un colapso.

Subí las escaleras y me cambié de ropa: un sencillo pantalón deportivo marrón y una remera azul- dos talles más grandes del que en realidad me correspondía- y la misma campera gris de siempre. Me refregué el rostro con agua, buscando eliminar los manchones rojos que me había dejado la almohada. Me cepillé los dientes y volví a cerciorarme de no tener mal aliento. ¿Mal aliento? ¿Y desde cuándo me importaban esas cosas? ¿Acaso tenía planeado besar a Adam? 

Y en seguida el rostro de Damien se me atravesó, dejándome por unos segundos en blanco. No recordaba qué estaba haciendo o porqué estaba de pie en el cuarto de baño con el cepillo de dientes en la mano. Me llevó casi un minuto reponerme. ¡Cuánto poder tenía Damien Blanc sobre mí! ¿Cómo era posible que con sólo imaginarme su rostro se me olvidara todo lo demás? 

Suspiré. Y recordé- casi dolorosamente- que debía esperar hasta el lunes para volver a verlo. Sentí que el estómago se me estrujaba. Y traté de no quedar en blanco otra vez. Me obligué a terminar lo que estaba haciendo y bajé casi corriendo las escaleras.

- Vamos a preparar el desayuno.- dije- ¿Qué prefieres? ¿Té o ca…?

Me frené en seco al llegar a la cocina. De algún modo, Adam se las había arreglado para preparar el desayuno él solo. La mesa del comedor estaba puesta. Había dos tazas de café con leche coronadas con tentadoras capas de espuma. El aroma era envolvente. También había una jarra de zumo de naranjas recién exprimidas( sobre la mesada aún quedaban algunas cáscaras de las frutas) Y había también un plato con varias rodajas de panes tostados, con mantequilla y dulce de arándanos - ¡mi dulce favorito!

Adam arrojó a la basura las cáscaras de naranjas y me miró, expectante.

- ¿Desayunamos?- preguntó esbozando una amplia sonrisa.

Me señaló una silla. Caminé hacia ella, aún con la boca abierta por la sorpresa, y me senté. Y él me acomodó la silla. ¡Era todo un caballero!

-¡¡¡Vaya!!! ¿Cómo has hecho todo esto en tan poco tiempo?

- Has tardado mucho.

- Lo siento.- sentí que me sonrojaba.

- Estoy bromeando. Sólo tardaste un par de minutos.- me dijo sonriendo mientras me llenaba un vaso con jugo- Pero para mí fue una eternidad…

Mis mejillas se encendieron un poco más y Adam volvió a sonreír con mucha dulzura.

Con el primer sorbo de jugo me sentí reconfortado. Y antes de que me diera cuenta, me había bebido casi todo el vaso.

- ¡Esto está delicioso!- dije.

- Me alegro que te guste. Nada mejor que el jugo de naranjas para reponer energías perdidas.- me respondió mientras me ofrecía una tostada con mantequilla y arándanos.

Por alguna razón – y aunque nos habíamos conocido hacía sólo un par de días- estar allí con Adam, desayunando y escuchando sus historias divertidas, me pareció algo cotidiano. Como si ya lo hubiésemos hecho antes. No sentía a Adam como un desconocido. Traté de entender el porqué de aquella sensación. Observé detenidamente sus ojos y luego sus labios mientras hablaba. Recién me daba cuenta de que tenía una boca muy linda. Y creo que por un momento lo miré con demasiada intensidad, olvidándome de la taza de café con leche que me había acercado a los labios, porque el dejó de hablar de repente y clavó su mirada en la mía.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, mirándonos, sin siquiera pestañar. A mí me pareció una eternidad. Y creo que hubiese sido así si un sonido extraño no hubiese roto aquel fascinante intercambio de miradas.

- ¿Qué es eso que suena?- pregunté como saliendo de un trance.

- Creo…que es el teléfono.- me dijo Adam parpadeando varias veces haciendo un visible esfuerzo por volver de donde quiera que había estado.

El teléfono seguía sonando. Me puse de pie, un poco confundido, y caminé hasta la mesita del rincón donde estaba el teléfono. Era un aparato viejo y con un cable corto y enredado en sí mismo, así que tomé el auricular. Contesté mientras trataba de desenredar los nudos.

- ¿Hola?- dije con voz no muy segura.

¿Quién podía ser? Tenía que ser Alice. ¿Quién más si no? Y entonces, aquella voz que tanto me gustaba, me hizo vibrar:

- No me menciones.- escuché- ¿Está Adam contigo?

- Hola…mamá—balbuceé, mirando de reojo a Adam, quien me miró y sonrió.- Sí, estamos desayunando.

Escuché lo que me pareció un gruñido. Lo reconocí porque era prácticamente el mismo sonido que yo hacía cuando algo me fastidiaba.

- ¿Mamá? ¿Estás ahí?

- Sí.- me contestó y agregó con un tono más dulce- ¿Estás bien?

- Sí, sí.- contesté.

Volví a mirar a Adam quien ya no me miraba sino que preparaba más tostadas con mantequilla.

- ¿A qué hora regresas?- me animé a preguntar.

- Como quedamos. El Lunes paso por ti temprano.- me respondió Damien- Quisiera poder volver ahora mismo pero no puedo. Tengo asuntos que terminar.- su voz se volvía más dulce con cada palabra.- Eden, quiero pedirte algo: no salgas de tu casa esta mañana. ¿Me has escuchado?

- Sí, claro.- respondí sin entender demasiado.

- Y no le digas a Adam que te llamé.

- No lo haré.

- Hasta pronto…

- Hasta pronto…- dije deseando no finalizar la llamada pero no se me ocurrió nada que decir. Y unos segundos después sentí que del otro lado ya habían cortado.

- Era…mi madre.- dije tratando de poner voz casual- Para decirme que…pasará ella por el supermercado, después de su trabajo. Como está lloviendo…, prefiere que no salga.

- Me parece muy bien. Nos quedaremos aquí todo el día.- dijo Adam. Parecía encantado con la idea.

Tenía que encontrar un tema de conversación. Algo que hiciera que Adam comenzara a hablar y me diera tiempo de recuperarme. Bebí mi café con leche a traguitos, tratando de aclarar mi mente. ¿Me había llamado Damien? ¿O me lo había imaginado? ¿Cómo había conseguido mi número? Bueno, eso era fácil de responder. Su madre trabajaba en la inmobiliaria. ¿Pero cómo supo que Adam estaba allí conmigo? ¡Claro! Eso también era fácil de responder: Adam había estado con él hasta el día anterior. Y vio que Adam volvía a Crescent City. ¿Pero regresar al pueblo significaba para Damien que Adam vendría a verme? ¿Tan seguro estaba de eso? ¿Y por qué me había dicho que me quedara en casa?

- Eden, ¿Quieres otra tostada?- me preguntó Adam.

- Sí, gracias.- no tardé en responder. Prefería tener la boca ocupada para no tener que hablar.

Adam me miró en silencio, fijamente, mientras comía de su propia tostada.

“Piensa, Eden, piensa”, me dije urgido. Y automáticamente me puse de pie.

- Traeré tus apuntes. Así comenzamos a estudiar.- dije.

- Claro.- dijo Adam sin dejar de mirarme.

Caminé unos pasos hacia la escalera. Pero me detuve y volví a la mesa. Adam me miró con curiosidad.

- Quisiera preguntarte algo…

- Lo que quieras…- Adam volvió a mirarme en forma risueña y extremadamente dulce.

- ¿Qué son los súcubos y las íncubos?- pregunté expectante.

Adam se echó a reír.

- ¿Qué? ¿Qué dije?- mi rostro se volvió rojo como un tomate.

- Las súcubos y los íncubos…

- Ah…- y también me reí.

Adam me miró una vez más. Pero esa vez fue una mirada enigmática y brillante. Y parecía no estar muy seguro de qué decir.

- ¿Por qué quieres saber?

- Tú me lo escribiste en la nota que me dejaste.

Adam sonrió.

- ¿Te gustó mi nota?

- Sí, y también los caramelos.

Adam se sonrojó. Lo miré sorprendido. Creía que yo era el único que se sonrojaba por cualquier cosa. Le sonreí. Y vi que Adam hacía un esfuerzo por dejar de mirarme.

- ¿Me contarás…? ¿Por qué tengo que tener cuidado con las súcubos y los íncubos?- repasé mis palabras mentalmente para estar seguro de que las había dicho correctamente.

- Es sólo una vieja leyenda. Y a ti Historia no te gusta…

- La Historia no, pero las leyendas, sí.

Adam se tomó un tiempo para responder. Finalmente, volvió a mirarme y dijo:

- Son demonios que fueron expulsados del Paraíso y vinieron a la Tierra…

- ¿Demonios? ¿Pero qué hacían unos demonios en el Paraíso?

Adam se rió.

- Bueno, cuando estaban en el Paraíso no eran demonios. Eran ángeles…

- Los Ángeles Caídos…- dije en voz baja.

Adam me miró serio por unos segundos. Luego parpadeó y siguió con su relato:

- Eran ángeles que se rebelaron y fueron arrojados a la Tierra. Esa fue su primer condena.- la voz de Adam sonaba un poco tensa.

Lo miré y observé que sus facciones habían cambiado. Su característica expresión risueña ya no estaba. Cuando vi que se quedaba callado, dije:

- ¿Y qué sucedió con ellos?

- Se casaron con humanos…

Abrí grandes los ojos.

-¡Vaya!- exclamé fascinado.

Adam pareció escudriñarme con la mirada.

- Entonces…, ¿puedo ver alguna súcubo o algún íncubo por la playa…?

Adam sonrió pero apenas.

- No, eso fue hace miles de años. Aunque se dice que…- Adam calló y volvió a clavar sus ojos negros en mí- han dejado descendencia…

Aquello me fascinó aún más. Siempre me había interesado todo lo que fuera “paranormal”. Raro. Diferente…El mundo espiritual. Siempre había tenido la certeza de que la realidad no se limitaba a aquello que mis cinco sentidos podían experimentar. Había algo más. Tenía que haberlo. Algo espectacular. Algo mágico esperando ser descubierto.

De alguna forma me pareció que Adam vislumbró algo de lo que yo estaba pensando en ese momento porque se inclinó hacia mí y me miró fijamente.

- ¿No me digas que tú crees en… esas cosas…?

- ¡Por supuesto! ¿Tú, no?

Adam sonrió. Y se encogió de hombros, volviendo a su lugar sin responder.

- Me gustaría… poder encontrarme con algún descendiente de esos ángeles.- dije.

- Dicen que son feos, deformes y malvados…

- No lo creo.- contesté con resolución- Si son descendientes de ángeles caídos, deben ser excepcionalmente hermosos.- Y al decir eso, la imagen de Damien se volvió a cruzar en mi mente como un rayo. Hice un esfuerzo para no quedar en blanco otra vez- Además,- proseguí- no me importaría que fueran feos…

Al fin y al cabo yo podía comprender muy bien la fealdad.

Adam me veía fijamente. Había algo en su mirada. Algo extraño pero profundamente atrayente, que me hizo sentir un calor abrasador. Bajé los ojos y la imagen de Damien volvió a interrumpir mis pensamientos.

- Están condenados. No son recomendables para tenerlos de amigos.- dijo Adam serio.

- ¿Condenados por rebelarse? Sus motivos debían de tener para hacer una rebelión , poner en riesgo todo lo que tenían allá arriba y ser condenados.

Adam miraba ahora distraído su taza vacía. Después de unos segundos, frunció el ceño y dijo:

- Esa fue su primera condena. La segunda condena fue la mezcla.

- ¿La…mezcla?

- Fueron expulsados pero con un mandato. Una orden. No debían mezclarse ni mucho menos tener descendencia. Si no cumplían esa orden, perdían todo derecho a llegar a ser juzgados y redimidos, cuando acabaran sus condenas. Una parte de ellos, cumplió. Son los llamados Penitentes.

Recordé inmediatamente que había leído algo sobre ellos en internet, en la clase de informática.

- Su sombra o Némesis son los Oscuros.- dije de repente.

Adam me miró asombrado pero en seguida su rostro adquirió su habitual expresión risueña. Y sus ojos parecían centellear.

- Veo que…has hecho tus deberes.- me dijo pícaro- Te felicito. ¿Qué más sabes?

- Que aquí en Crescent City hay un asentamiento.- hice memoria sobre lo que había leído- es una orden secreta a la que sus miembros son reclutados por sangre.

- ¿Sabes algo del ritual?- me preguntó de pronto en voz baja.

- ¿Ritual? ¿Qué ritual?

Adam sonrió pícaro. Negó con la cabeza mientras se ponía de pie y llevaba su taza al fregadero.

- ¡Adam!

Rió divertido.

- No puedo decirte nada…

- ¡¿Por qué?!- mi voz decepcionada lo hizo reír otra vez.

- Porque…es secreto…

- Dime…- puse lo que consideré cara de ruego.

Lo que hizo que Adam se acercara a mí. Se paró a pocos centímetros y me miró fijamente. Estaba tan cerca que hasta llegué a sentir su respiración. Y por enésima vez, aquella mañana, la mirada seria de Damien se me atravesó. Me aparté de Adam, con la excusa de tomar mi taza para lavarla. Pero no quería rendirme, así que mientras enjuagaba mi taza, insistí:

- Cuéntame, Adam. No diré nada a nadie. Cuéntame sobre el ritual.

La aldaba de la puerta principal sonó de pronto. Me sobresalté y tuve que sostener con fuerza la taza para que no se me cayera de las manos. Adam me miró con curiosidad. Negué con la cabeza como si me hubiera preguntado quién era el que estaba llamando a la puerta. Caminó hacia la ventana y miró. Luego se volvió hacia mí y dijo:

- Tendría que habérmelo imaginado.

- ¿Qué…? ¿Quién es?

Por un momento me sentí paralizado. ¿Y si era Damien? Me había llamado por teléfono. Y quizá, el saber que Adam estaba conmigo hubiera provocado que dejara su reunión familiar y llegara de improviso. Me acerqué a la puerta temblando y la abrí de golpe.

- ¡Hola!- me saludaron a coro Jack y Amber. 

Estaban parados en el porche, con varios paquetes en las manos, mochilas y sonrisas de oreja a oreja. Miré a Adam y sonreí. Pero no se me escapó su expresión de desagrado. Aunque en seguida pareció cambiar de actitud y saludó a los dos jóvenes con la que me pareció una sonrisa sincera. Jack y Amber entraron. Y cuando Adam iba a cerrar la puerta, una voz nos llegó desde afuera:

- ¡Esperen!

Miré con curiosidad. Maggie venía corriendo con otros paquetes en la mano. Miré a Adam para ver su reacción. Sus labios se fruncieron levemente cuando la vio. Pero con rapidez esbozó otra sonrisa y avanzó unos pasos para ayudarla con los paquetes. Maggie entró chorreando agua. En realidad, todos estaban mojados. Parecía que afuera había estado lloviendo a cántaros pero yo no me había dado cuenta.

Las nuevas visitas avanzaron hasta la cocina. Adam quedó retrasado junto conmigo y, mientras cerraba la puerta, me susurró:

- Luego seguimos con nuestra charla. Pero que sea un secreto…

- Sí, claro.- dije.

Me estremecí otra vez al tenerlo tan cerca.

- ¿Me das tu celular?- le pedí en voz baja.

Sonrió. Metió la mano en el bolsillo y me dio su teléfono.

- No, me refiero a… tu número.

Él se rió y asintió, guardando el aparato de nuevo.

Para mi sorpresa, el examen del siguiente Lunes no había sido un invento de Adam para visitarme. Y, contrario a lo que yo siempre había creído, estudiar en grupo resultó ser absolutamente divertido. Y bastante efectivo. Pues para media tarde, ya me había aprendido todo un semestre de historia. 

Otra gran sorpresa había sido que los paquetes que trajeron las visitas habían resultado ser el almuerzo.

Entre chistes y risas, mis compañeros comenzaron a despedirse.

- Estoy con el automóvil.- dijo Jack, señalando por la ventana una vieja camioneta Pick-up blanca- ¿Por qué no subes tu bicicleta atrás?

- No, gracias. Pero…yo me voy con mi media naranja...

Los otros lo miraron. Y luego, como si se hubiesen puesto de acuerdo, todas las miradas se clavaron en mí. Y por supuesto me puse rojo como un tomate. Noté que Maggie se había puesto pálida de repente. No se me había escapado que ella había seguido con la mirada a Adam todo el día y que siempre le buscaba conversación. Pero también me había parecido que Adam no estaba interesado en ella, aunque tampoco parecía rechazarla abiertamente. Y aquello me había desconcertado. ¿Lo hacía quizá porque eran amigos y no quería lastimarla? Tampoco se me escapó que Adam se había mantenido alejado de mí casi todo el tiempo y apenas me había mirado un par de veces.

Seguía abochornado así que miré a Adam como pidiéndole ayuda. Me vio un momento con picardía y luego dijo:

- Me refiero a mi bicicleta.

Entre risas todos se marcharon. Adam quedó un poco rezagado.

- Te tengo un regalo. Pero lo tengo en mi casa. Luego te los traigo…- me susurró muy cerca.

Sentir su aliento me estremeció.

- Luego…, ¿te los traigo?

Adam sólo sonrió. Me guiñó el ojo y salió. Pero lo tomé de un brazo y volvió a mirarme.

- ¿Me das tu número de celular?

Me costó volver a pedírselo. Sentía mucha vergüenza, porque nunca le había pedido el número de teléfono a ningún chico. Adam sonrió. Tomó mi mano y me dio un trozo de papel con otro guiño.

Me quedé parado en la puerta hasta que perdí de vista la bicicleta y la camioneta. Miré el cielo. Había parado de llover. Pero las nubes seguían siendo oscuras y hacía más frío. Me estremecí, entré y cerré la puerta. Desdoblé el papel que Adam me había dado. Debajo de una serie de números, decía:

“Estaré esperando tu llamada…”

Me mordí el labio. ¿Cuánto debía esperar para llamarlo sin parecer pesado? Me moría de ganas de que me siguiera hablando de los Oscuros y los Penitentes. Me dejé caer en el sillón y miré el teléfono que estaba cerca.

Sopesé las posibilidades. Esperaría un rato hasta que Adam llegara a su casa. Aunque no sabía dónde vivía. Eso me impacientó. ¿Era lejos o cerca? Si era lejos, debía esperar el tiempo suficiente para que llegara. Pero ya eran casi las seis y mi madre podía volver de un momento a otro. No estaba seguro de a qué hora salía del trabajo. Pero si ella regresaba ya no tendría oportunidad de hablar con Adam, no al menos delante de Alice. Por alguna razón, sabía que no me sentiría cómodo. ¿Y si esperaba al día siguiente? Era Domingo. Alice no trabajaría ese Domingo. ¿Y el Lunes? Damien volvía el Lunes. Yo no tendría cabeza para nada más el Lunes.

Y antes de que su imagen se apoderara de mi mente por completo, levanté el auricular y marqué los números, sintiendo cómo me temblaban los dedos. Casi de inmediato escuché la voz de Adam, diciéndome:

- ¿Ya me extrañas?

Sonreí y sentí que me sonrojaba.

- Es que…quería que me contaras más…sobre lo que hablamos esta mañana. Pero…si estás ocupado…lo dejamos para otro día.- me sentía completamente abochornado.

- Sal y hablamos.- me dijo Adam con una voz extremadamente varonil.

Me tomó unos segundos entender aquellas palabras. Y entonces me puse de pie de un salto. Miré por la ventana. A pocos metros del porche, debajo de un árbol frondoso, Adam me miraba, montado en su bicicleta. Tenía el celular sobre su oreja y una gran sonrisa que le iluminaba el rostro y lo hacía muy apuesto. Colgué el auricular y salí de la casa prácticamente corriendo.

- ¿¡Adam!? ¿Qué haces aquí?

- Estaba volviendo…cuando me llamaste.- me explicó guardando su teléfono- Pero…estaba indeciso. No sabía si llamar a la puerta o no. No quiero que pienses que soy un pesado.

- ¡Eso debes pensar tú de mí!- dije con mucha timidez- Te has ido hace sólo cinco minutos.

Me miró fijamente y se quedó callado. Sólo me veía pero de una forma tan intensa que por un momento se me olvidó todo lo demás. Pero entonces el rostro de Damien- más nítido que nunca- se me apareció otra vez. Y parpadeé confundido.

Adam carraspeó y dijo:

- Te cuento todo lo que sé sobre los Oscuros y los Penitentes con una condición.

- ¿Cuál? 

- Que me acompañes a un lugar.

Sonreí. Sentí que me volvía a sonrojar pero aún así acepté con rapidez. Para mi sorpresa, Adam dejó su bicicleta oculta detrás del árbol y me tomó de la mano. Y una pequeña descarga lo hizo sonreír.

- Lo siento.-dije otra vez rojo como un tomate.

- Yo no…- me contestó.

Caminamos tomados de las manos a través de una línea de altos árboles y nos internamos en el bosque que se extendía lindero a la casa. Sentir mi mano en la suya me produjo una extraña emoción. Era la primera que un muchacho me llevaba de la mano. Sentía tanta determinación, pero a la vez tanta dulzura, en la forma en la que era conducido que me sentí capaz de seguirlo a dónde fuera. Y apenas fui consciente de aquel pensamiento, todo mi cuerpo se estremeció de temor pero también, y no sé cómo, de placer.

 Luego de unos pocos minutos de caminata, salimos a un claro que acababa en una playa. Era un lugar pequeño pero muy acogedor. El atardecer caía en picada sobre el mar que se abría frente a nosotros, tiñendo el cielo de colores rojos y violetas. Pero esas tonalidades se veían a lo lejos porque sobre nosotros las nubes negras seguían amenazando con una gran tormenta. 

Creí que avanzaríamos hasta las rocas que estaban cerca del agua revuelta pero nos detuvimos detrás de un tronco frondoso.

- Llegamos justo a tiempo…- me susurró Adam.

- ¿A tiempo para qué…?

- Para ver el ritual…

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro