Dolor
De repente, las manos de Damien me sujetaron con fuerza. Lo miré. Su mirada era intensa. Me traspasaba con sus ojos.
- ¿Qué sucede, Damien?
- Saben que estamos aquí. De alguna forma, no sé cómo, sintieron tu miedo.- me susurró con voz urgida.
Por primera vez, sentí temor en sus palabras y en sus gestos. Miré a la fogata, que seguía ardiendo con violencia. Y noté que varios ojos se habían vuelto hacia el lugar donde estábamos escondidos.
- ¿Nos han visto?- pregunté un poco histérico.
- No, aún no. Pero perciben tu prana.
Sin mediar más palabras, me sujetó de la mano casi con vehemencia y nos echamos a correr por el bosque cerrado.
No sé cuánto tiempo corrimos. Y apenas sentí dolor las tres ó cuatro veces que me tropecé y caí. Damien se mostró paciente en todo momento. Me ayudaba a levantarme y, apenas me recuperaba, retomábamos la carrera. Después de lo que creo fue una media hora, y para mi alivio, Damien se detuvo. Me apoyé con las manos sobre mis rodillas para recuperar el aliento. Lo miré. Él parecía no estar cansado. ¡Ni siquiera se había despeinado!
- ¿Estás bien?
- Sí.- dije todavía exhausto- ¿Cómo lograron sentirme? Estábamos lejos. Además… creí que el miedo bajaba mi nivel de energía.
- Tu prana es…muy fuerte. Eres irresistible…
Volví a sentirme vibrante. Lo miré fijamente durante varios segundos, mientras mi respiración se acompasaba.
- No sólo puedes compartir tu prana a través de tu aliento sino que también con la mirada y…a través de tus palabras…- le dije, fascinado.
Damien me sonrió y por un momento muy breve me di cuenta de que sus ojos me miraban con un dejo de tristeza y dolor.
- Damien, ¿qué te sucede?- me acerqué a él y le acaricié el rostro.
Me dolía verlo mal. Y lo percibía. Sabía que se estaba sintiendo mal.
- Eres tan…hermoso… - me susurró.
Pero en seguida parpadeó y se alejó unos pasos.
- Debemos irnos. No puedo permanecer mucho tiempo contigo. No al menos en situaciones como ésta…
Me preocuparon sus palabras.
- Me has dado demasiado de tu prana hoy. Es eso, ¿verdad? Estás agotado…
Me sentí culpable.
- No, Eden. No estoy agotado. Estoy…enamorado. Y eso…me duele…
No supe qué decir. Lo miré. Y sentí tantas ganas de abrazarlo. La idea de que Damien estuviera sufriendo por mí me atravesó sin piedad. Y sin poder evitarlo me puse a llorar. Damien me abrazó. Noté que su cuerpo temblaba junto al mío. Un minuto después, tomó mi mano y con una visible fuerza renovada en su voz, dijo:
- Vamos… Seguro que Adam estará buscándote. Y querrá saber que estás a salvo. Aunque…no le va a gustar saber que fui yo el que te llevó hasta allí.
- Le inventaremos algo. Le diremos que te obligué.
- ¿Sí?- me preguntó Damien jocoso- ¿Y cómo me has obligado?
- Tú me lo has dicho: mi prana es irresistible. Le diremos que no te pudiste negar.
- ¡Qué curioso! Y yo que pensaba que así mismo fue cómo sucedió.
Sonreí. Él suspiró y me devolvió la sonrisa, divertido.
- Damien,- dije unos minutos después mientras continuábamos camino hacia mi casa- ¿Quiénes eran todas esas personas que estaban en el funeral?
- La mayoría eran…los hermanos y hermanas de Adam.
Lo miré extrañada.
- Pero, Damien, allí había más de veinte personas…
- Vivian, la madre de Adam, no fue la primera esposa de Carlisle, mi tío. Al vivir del prana de las personas, los Oscuros obtienen beneficios. Uno de ellos es una vida larga. Más que la de cualquier inferior.
- ¿Un inferior?- había escuchado esa palabra de quien precedía la ceremonia- ¿Es así como nos llaman a nosotros, los humanos?
- Sí.- Damien me miraba fijamente- Realmente eres muy inteligente.
Sonreí y lo invité a que siguiera hablando.
- Carlisle tuvo otras esposas, todas inferiores. A medida que van…quedando secas y mueren…, él espera un tiempo prudencial y busca otra esposa.
Sentí un frío glacial que me recorrió la espalda.
- Y siempre hace lo mismo. Las enamora y se casan. Se muda cada tanto para no llamar la atención.
- Y, aquí en Crescent City, ¿cuántas veces se ha casado?
- Contando a Vivian, tres.
- ¿Y en total…?
- Por lo que sé,- dijo Damien mirándome de reojo- lleva más de cien…
Lo miré. Sonaba difícil de creer. Pero por alguna razón yo sabía muy dentro de mí que todo lo que Damien me estaba contando era cierto.
- Entonces…,- saqué las cuentas aproximadas.
- Carlisle tiene muchos más años de los que tú puedas calcular…
Sentí que no podía articular palabra. Continuamos caminando, por la ruta, en silencio durante varios minutos hasta que llegamos a la bifurcación.
- ¿Damien…?
- ¿Sí…?- su voz sonaba un poco dura. Lo miré y vi que aún lucía un poco pálido.
- ¿Estás bien?- le pregunté.
- Sí.- su voz me sonó ahora más dulce. Me miró con aquellos hermosos ojos color miel- ¿Qué ibas a preguntarme?
- ¿Cuánto tiempo pueden vivir sin absorber el prana de una persona, y solo con el prana de los animales?
Damien bajó la mirada. Y una sombra de tristeza y dolor le cruzó el rostro. Me llené de pánico.
- Damien…- me acerqué y lo abracé.
Él me devolvió el abrazo. Un minuto después lo volví a mirar y me pareció que su semblante estaba menos tenso. Pensé en qué podía decirle para que se sintiera mejor pero a penas abrí la boca, un sonido me sobresaltó.
- Es mi celular.- Damien miró la pantalla y sonrió- Es Adam. Quiere hablar contigo.
Traté de tomar el teléfono pero él lo guardó en su bolsillo. Lo miré sin entender nada.
- Allí está.- me dijo, señalando hacia mi casa.
Adam estaba parado en el porche, con el celular aún en el oído y nos miraba con el ceño fruncido.
- Mejor vete.- dije mientras caminábamos hacia él- Parece que está enojado.
- No, no. Yo voy a dar la cara. Al fin y al cabo, fui yo quien te llevó hasta allí.
Llegamos al porche y miré a Adam, buscando sus ojos pero él no me miraba. Lo veía a Damien con una seriedad que me hizo ponerme en alerta.
- ¡¿Por qué lo has llevado al ritual?!- la voz de Adam sonaba extremadamente enojada- ¡Habíamos quedado en que lo traerías aquí y me esperaban!
Damien lo miraba serio pero sin decir palabra alguna.
- Adam…- dije buscando que me mirara.
- Tú, cállate…- me dijo Adam, en voz baja pero con enojo.
- ¡¡¡No le hables así!!!- explotó Damien- Lo llevé allí porque tiene que saber de quién cree estar enamorado.- la voz de Damien también era baja pero contundente.
Sus palabras fueron certeras. Adam bajó la mirada. Parecía avergonzado.
- Adam…- quise acercarme hasta él y tomarlo de la mano, pero se alejó unos pasos, sin mirarme.
- ¿Qué tanto sintieron su prana?- le preguntó Damien.
- No mucho.- Adam habló bajo y débil- Y ahora entiendo porqué…, lleva puesta mi campera. Eso los despistó. Tengo que irme…
- ¡No!- dije desesperado.
- Quédate.- le pidió Damien- El que se va soy yo. Eden te necesita a su lado. Tienes hasta mañana. Ya sabes que Carlisle pasará el resto del día fuera de Morning Star, como lo hace siempre.
Adam asintió. Pero seguía sin mirarme. Damien se acercó a mí y, dándome un beso cálido y dulce como de costumbre en la frente, me dijo:
- Nos vemos, precioso. Cualquier cosa…, me llamas…
Asentí, sin quitar mis ojos de Adam.
Mientras veía a Damien alejarse por el camino, pensaba en qué podía decirle a Adam. Eran demasiadas cosas pero no me animaba a hablar. Quería pedirle disculpas por haber visto furtivamente el ritual y por haber quebrantado su privacidad. Por haber hecho justo lo que él no quería que yo hiciera. Estaba muy avergonzado pero a decir verdad no estaba arrepentido. Aunque lo había decepcionado al no respetar su dolor. Me temblaba todo el cuerpo y estaba seguro de que si hablaba, se me quebraría la voz. Volví mis ojos a Adam y me encontré con su mirada clavada en mí.
- No tienes que avergonzarte de nada y no me has decepcionado.
Me estremecí. Había “leído” perfectamente mis emociones. Sentí que se me escapaba una lágrima y sollocé sin poder evitarlo. Me sentí desbastado; en el Infierno. Pero Adam me envolvió en sus brazos y me sacó de aquel Infierno en pocos segundos.
- Lo…lamento.- dije. Mi voz apenas se oía, mientras me perdía en su abrazo.
- No, Eden,- buscó mi rostro y lo tomó con sus dos manos- soy yo quien tiene que pedirte perdón.
- No…
- Sí, perdón por hacerte vivir todo esto. Perdón por haberme enamorado de ti. No tenía derecho a hacerte esto. Damien tiene razón. Era importante que supieras realmente quién soy. A quien crees amar…
- ¡Yo no creo…que te amo! ¡¡¡Yo te amo, Adam!!!- dije, clavando mi mirada en la suya y acercándome a sus labios.
Pude sentir su respiración. Inhalé y exhalé un par de veces cerca de su boca. Y de repente, Adam me sujetó de los brazos y me separó de él con un sacudón.
- ¡¿Qué… haces?!- me dijo serio- ¡¿Quién te ha enseñado a usar tu prana de esa manera?!
- ¿Qué?- pregunté tratando de parecer inocente.
- Tratabas de usar tu prana conmigo, para convencerme, para que te creyera…
Tragué saliva y esbocé una sonrisa.
- Y… ¿funcionó?
Adam retrocedió un par de pasos.
- ¡¡¡No vuelvas a hacerlo!!!
Me puse serio. El tono con el que me había dicho aquellas palabras me persuadió de que lo que había hecho lo molestó aún más. Y me arrepentí en seguida. Bajé la mirada. Aquella conversación no iba nada bien. Y no sabía cómo arreglar las cosas.
- No lo haré más…si tú no quieres.
- No, no quiero.- su voz me seguía sonando dura.
- Lo…lamento…- balbuceé.
- No. Yo lo lamento.
Lo miré fijamente.
- Lamento todo esto.- dijo- Lamento no haberle hecho caso a Damien…cuando me advirtió que no te incluyera en mis planes, que no te buscara, que no te hablara. Que no te amara…
Rompí en llanto otra vez. Un dolor muy fuerte me invadió el pecho. La vista se me nubló y me costaba respirar. Adam me miró por unos segundos pero luego se volvió y clavó su mirada en el camino mojado.
- Viene tu madre. Será mejor que yo me vaya.
Miré el camino. Estaba vacío. Pero sabía que su percepción no fallaba. Estaba seguro de que el Falcon aparecería de un momento a otro.
- Adam, lamento mucho lo de tu madre.- le dije llorando.
Me miró. Sus ojos estaban húmedos y me pareció- sólo por un segundo- verlo vacilar. Pero en seguida volvió la mirada al camino y dijo:
- No me llames. Yo te llamaré.
Aquellas palabras me terminaron de demoler.
- ¿Lo harás?- mi voz se quebró definitivamente.
Y entonces sentí que el corazón se me partía en dos con su mirada glacial. ¿Acaso era una despedida? ¿Se estaba alejando otra vez de mí? Me pareció que así era. Y que estaba vez él estaba decidido.
Mi madre me había preparado un té de tilo y me lo había llevado a mi habitación. Había pasado la última hora allí, acurrucado en la cama, cubierto por mi manta y con la vista clavada en la ventana. Alice golpeó con suavidad la puerta entreabierta y entró.
- ¿Cómo sigues, Eden?
- Yo…quisiera estar con Adam.- dije.
Me sentí terriblemente triste.
- Sí. No la debe de estar pasando muy bien. Pobre muchacho, tan joven y perder a su madre.- suspiró Alice.
Me puse a llorar en silencio.
- Eden, cariño, sólo tienes que darle tiempo, si eso es lo que te pidió. Él no está solo. Está con su familia. Ya lo has visto y sabe que estás aquí para cuando él quiera verte. Él lo sabe.
¿Realmente lo sabía? ¿Sabía Adam que yo estaba para él? Sus palabras habían sido bastante claras: él dijo que yo “creía” estar enamorado de él. ¿Acaso dudaba de mi amor? Sí lo hacía. Y eso me dolía. Y me dolía el hecho de no saber cómo demostrarle que estaba equivocado.
Me pasé toda la noche despierto, acurrucado en la cama, en la misma posición. Miraba hacia la ventana, casi sin parpadear. No quería perderme el momento exacto en el que Adam entrase por ella, viniera hacia mí- con una sonrisa- y me dijera que ya lo había comprendido. Que ya sabía que yo lo amaba con toda mi alma. Pero no sucedió. Llegó el amanecer. El sol invadió sin compasión mi dormitorio. Y Adam no apareció. Ni esa noche, ni la noche siguiente.
Después de eso, yo ya no lograba permanecer despierto hasta el alba. Aunque no quería, me quedaba dormido. Y caía en sueños pesados. Entraba y salía de mis pesadillas habituales en las que se mezclaban mis sueños recurrentes de un hombre que era azotado y crucificado- y que mientras padecía su agonía me decía que eso mismo me iba a pasar a mí pues Dios no cuidaba de sus criaturas- con otros sueños en los que alguien me perseguía por el bosque, mientras yo llamaba a Adam a los gritos pero él no aparecía, no me ayudaba. Y terminaba siempre cayendo en un abismo. Un abismo interminable. Gritaba hasta quedarme sin voz y entonces me despertaba, agitado, sin poder respirar bien y con el cuerpo empapado en sudor.
Las noches eran horribles; sin embargo los días eran peores.
Hacía todo en forma mecánica. Aquellos primeros días, en los que Adam había decidido alejarse de mí buscando que yo lo olvidara, habían sido difíciles. Pero esta nueva separación lo fue aún más. Mi amor por él crecía cada día. Y el dolor también.
Me parecía una completa burla a mi estado de ánimo tener que ir al Instituto día tras día. Allí todo parecía seguir igual. ¡Y cómo el mundo podía seguir igual si Adam no estaba junto a mí!
Maggie y Amber seguían hablando de sus cosas. Y para mi pesar, Maggie creía que Adam la había dejado plantada en su cita porque su madre se había puesto grave. Ellas se preocupaban por si se les corría el maquillaje o por saber cuándo volvería Adam de su reunión familiar. Se pasaban clases enteras hablando de cuánto deseaban el nuevo celular que estaba a la venta o se ponían a llorar y a maldecir si se les caía un poco de jugo de naranja en sus ropas nuevas.
Y yo me sentía más sólo que nunca porque ni Anthony ni Damien estaban. De Anthony no sabía nada, excepto lo que su hermana me había dicho: que se ausentaría unos días del Instituto por problemas personales. Y Damien me había dicho que se iba de caza con Marie y estaría lejos unos cuantos días. Y auque me llamaba casi a diario, oír su voz no lograba levantarme de todo el ánimo pues me daba cuenta de que él parecía estar sufriendo igual que yo. Sabía que se había alejado de mí a propósito. Porque me amaba. Y yo lo había dejado ir. Yo estaba muy vulnerable con el silencio de Adam y al buscar un hombro en el cual apoyarme sólo provocaba que Damien sintiera más dolor. Y yo apreciaba mucho a Damien. Él se había convertido en una parte muy importante de mi vida. Y por nada del mundo quería hacerlo sufrir. Prefería estar sin su invaluable compañía que tener que causarle sufrimiento alguno.
Después de una semana, la voz de Damien comenzó a sonar algo mejor. Podía percibir que estaba más alegre. Hacía bromas y un día, finalmente, lo escuché reír. Fue una risa natural, muy divertida y espontánea. Y entonces supe que mi amigo, mi mejor amigo en todo el mundo, regresaría pronto.
A mitad de semana, Damien me pasó a buscar temprano, como lo hacía siempre, para llevarme al Instituto. Pero, sin decir nada, al llegar a la bifurcación del viejo camino giró su camioneta azul hacia la derecha y aceleró.
- ¿A dónde vamos?- pregunté sonriente.
Damien me miró fijamente. El suave sol matinal le iluminaba su cabello dorado, que le caía en ondas en la frente, haciéndole más atractivo de lo que era. Parecía estar rodeado de oro, con su camisa blanca, finísima y su sonrisa dulce.
“Un ángel dorado”, pensé. Y no pude evitar el compararlo con Adam. Ambos eran bellos. Pero cada uno a su manera; una manera muy diferente. Miré a Damien impaciente.
- ¿No me lo vas a decir?
- No…
Volví a sonreír.
- De acuerdo. Que sea una sorpresa…- inmediatamente pensé que iríamos a ver a Adam pero por alguna razón lo descarté de inmediato. Si Adam estuviera de vuelta, hubiese venido a verme o se habría puesto en contacto conmigo. (A menos que siguiera enojado. Y en ese caso no querría que Damien me llevara con él).
- ¿No te inquieta no saber a dónde vamos?
Miré a Damien sin entender su pregunta.
- En verdad, eres…un humano fuera de lo común.
Me ruboricé de inmediato. Él continuó:
- Aún sabiendo lo que soy…no me temes. Y aceptas ir conmigo a cualquier parte.
- “Sabiendo lo que soy…”- repetí- ¿Quieres que te diga lo que eres…? Eres mi mejor amigo.
Ahora el que comenzaba a ruborizarse era él. Y su rostro se iluminó con una dulce sonrisa.
Media hora después, llegamos a un valle verde y arbolado con unas pocas casas diseminadas uniformemente, humildes, blancas. Eran casi fantasmales a la vista, rodeadas por una niebla baja que las volvía aún más encantadoras a la vista. La camioneta frenó frente a una casa beige, con una pintoresca puerta roja. El techo a dos aguas, de tejas azules y las ventanas vestidas de finas cortinas blancas la hacían parecer sacada de una pintura.
- Tu casa…es hermosa…- balbuceé mientras Damien me abría la puerta, como todo un caballero.
- ¿Cómo sabes que vivo aquí?
- Esta casa tiene tu impronta. No percibo el prana de las personas ni de los objetos…pero esta casa tiene tu personalidad…en cada detalle.
Damien me guió hasta la entrada y abrió la puerta con una pequeña llave que sacó del bolsillo de su fino pantalón de vestir azul. Si el frente de la casa era hermoso, su interior lo era aún más. Me quedé sin palabras. La sala de estar era pequeña pero muy acogedora , con su hogar encendido, sus paredes cubiertas de rojo intenso y un par de sillones antiguos, desgastados y por lo que parecían, muy confortables. Sin cuadros, ni muebles ni adornos, sólo unas sillas en un rincón alrededor de una mesa pequeña, un reloj plateado sobre ella y un estante con no más de una docena de libros.
Me acerqué a ellos y vislumbré con una rápida mirada que todos eran el mismo: las Sagradas Escrituras. Y supuse entonces que eran de diferentes ediciones. Me volví hacia Damien para que me lo confirmara pero antes de hablar, él me sorprendió:
- Son de diferentes ediciones. De hecho, tenemos la primera edición, la conocida como la Biblia de cuarenta y dos líneas…
- ¡¿La Biblia de Gütenberg…?!- exclamé - ¿Estamos hablando del siglo XV?
- 1455…para ser exactos…- una voz femenina me sorprendió.
Me volví hacia la puerta de entrada. Y apenas la vi supe quién era.
- Soy Elena, la madre de Damien.- me dijo, estirando su mano pálida hacia mí.
La saludé y me sonrió. La misma cálida sonrisa que tenía su hijo.
Era una mujer muy bella, joven y estaba totalmente vestida de blanco.
- Me da mucho gusto conocerte al fin, Eden. Está de más decirte que mi hijo no hace otra cosa que hablarnos de ti.
No le hice caso al calor de mis mejillas.
- ¿Por qué no le muestras la casa mientras busco unos papeles? Se suponía que tenía que llevarlos a la inmobiliaria y a medio camino me di cuenta de que me los había olvidado.
Caminó hacia el hogar y tomó una fina carpeta amarilla. Noté unas miradas cómplices entre Damien y su madre. La mujer entonces se despidió de nosotros y se marchó.
Damien me tomó de la mano y me llevó por un pasillo estrecho hasta otra habitación. En cuanto llegué al umbral y miré hacia adentro quedé fascinado: había una pared completamente cubierta de lienzos monocromáticos. Eran cuadros que reflejaban formas difusas, extrañas, poco definidas pero en los que se llegaba a adivinar ojos, bocas, algunos humanos…, otros, no.
- ¿Los has pintado tú?- le dije sorprendido.
Damien asintió levemente.
- Es lo que veo, en los atardeceres, cuando el sol se retira, cuando se aquieta y me pongo a pensar en…lo que vendrá. Hasta ahora venía pintando con la misma técnica y siempre en blanco y negro. Pero…desde que te conocí, comencé a ver…otras cosas…
Y entonces Damien me señaló otra pared, justo al otro extremo de la habitación. Me llevé las manos a la boca, impresionado. La media docena de cuadros que colgaban allí, destilaban luz y colores vibrantes desde cada ángulo. Habían rostros, miradas, sonrisas y eran totalmente diferentes a las otras pinturas.
Me acerqué a uno de los lienzos y miré fijamente unos ojos que parecían devolverme la mirada. Me eran muy familiares pese al color lila surrealista que los envolvía. Y cuando comencé a darme cuenta del porqué me resultaban familiares, la voz de Damien volvió a sorprenderme:
- Sí, Eden… Eres tú.
- ¡¿Soy yo…?!- apenas podía hablar.
- Cada mirada, cada sonrisa, cada haz de luz…Siempre eres tú. En todo estás tú…
Me sentía muy conmovido por lo que solo alcancé a balbucear:
- Eres…un verdadero artista…
- Me viene de familia.- sonrió Damien- Mis antepasados tenían vetas artísticas. Grandes arquitectos, escultores… Toda la Edad media está llena de ejemplos, de sus huellas…
Abrí grandes los ojos.
- Eugene Delacroix era mi tatarabuelo.
- La libertad guiando al pueblo…- balbuceé.
Por alguna extraña razón cuando se trataba de mencionar alguna obra de arte, ese nombre me venía a la cabeza. Se me había quedado grabada en la memoria desde que hacía un par de años habíamos ido de excursión a una muestra de arte con el grupo del colegio. Quizá porque la había asociado inconscientemente a mi propio deseo de sentirme libre.
- Era la obra favorita de mi abuela. Ella tenía una copia de esa obra en su sala.- me dijo Damien- Ese cuadro siempre llamó mi atención hasta que un día le pregunté sobre él a mi abuela, una descendiente directa de los LaCroix . Y entonces me contó que su autor también era un Penitente, igual que nosotros y que pintando había encontrado una manera de trascender…
- ¿De…trascender?
Damien se acercó a mí y dijo:
- Si bien la vida de un Penitente es larga, en comparación con la humana, no somos inmortales y eventualmente, moriremos. Yo tengo la certeza de que al morir, iré a reunirme con mi Padre. Pero, al igual que mi antepasado Delacroix yo no quisiera irme sin dejar algo de mí en el mundo. Algo que me represente; algo por lo que ser recordado.
- Cualquiera que te conozca se da cuenta de que estos cuadros te representan. Y aquellos que no te conocen… al ver tus obras…sabrán exactamente quién fue Damien Blanc.- pese a la certeza con la que dije aquellas palabras noté que mi voz sonaba un poco temblorosa.
No pude evitar pensar en ese día. El día en el que Damien se fuera de este mundo. No me gustaba hablar de la muerte. Y mucho menos de la muerte de alguien a quien yo quería mucho.
- Eden, estás temblando.- me dijo, abrazándome.
Me aferré a él con todas mis fuerzas. Pero no dije nada. Y no fue necesario. Sus siguientes palabras me lo confirmaron:
- Tranquila, precioso. No planeo reunirme con mi Padre por mucho tiempo. Hay Damien Blanc para rato…
- Así que…- dije tratando de distender un poco la atmósfera- ese tal Delacroix es pariente tuyo…
- Y de Marie…- añadió Damien.
Lo había vuelto a hacer. Había leído mis pensamientos.
- ¿Ella también es artista?
- No. Y si me preguntas por Adam, como sé que lo harás…debo decirte que tampoco lo es. Jamás le ha interesado el arte a ninguno de los dos. De hecho, ellos saben que pinto pero jamás han visto mis obras. Eres el primero, además de mis padres, que ve lo que hago.
- Y es maravilloso, Damien.- le dije - Gracias…
Y volví a abrazarlo. No encontré una mejor manera de demostrarle hasta qué punto su gesto de compartir su mundo conmigo me había conmovido.
Damien me abrazó también y luego de un par de minutos, me susurró:
- ¿Me dejarías dibujarte? Exactamente así, como te percibo ahora. Así, cuando las personas vean el dibujo, entenderán perfectamente qué era lo que yo amaba tanto en vida. Y estoy seguro de que te amarán de la misma forma.
Y mientras empezaba a rasgar un papel con una gruesa carbonilla los primeros trazos de mi rostro, noté que una lágrima brillaba en su mejilla. Y entonces supe que algo andaba mal.
Y aquella sensación me perturbó tanto que me dejó toda la noche en vela, tratando de entender qué era lo que sucedía con mi mejor amigo. Y creyendo, con absoluta certeza, al amanecer, que la causa de su sufrimiento era yo.
La mañana del décimo día sin Adam, me desperté temprano. Había tenido una pesadilla pero no había sido tan mala como las anteriores. Quizás mi mente estaba tan exhausta que ya no tenía ni siquiera la energía suficiente para crear pesadillas de “verdad”.
Me levanté de la cama dando un suspiro. Era Domingo. Sentí alivio de no tener que ir al Instituto. También me agradaba la idea de tener todo el día para mí solo ya que Alice iba a tener guardia hasta la noche.
Me asomé por la ventana. El viejo Falcon no estaba. Seguramente mi madre ya estaba en su trabajo. Caminé hacia mi pequeño escritorio. Miré por un momento mi taza. Y sin saber hasta ahora porqué, abrí el cajón y saqué el crucifijo. El mismo que había encontrado el primer día colgado sobre la cabecera de la cama. Lo sostuve entre mis dedos temblorosos. Nunca había podido mirar por demasiado tiempo a ese hombre colgado de pies y manos, sufriendo. Si Dios no había cuidado a su Hijo- el preferido- de las maldades humanas, ¿cómo podía yo esperar que me cuidara a mí? De Albert y su persecución y… del silencio de Adam. Me estremecí y dejé el crucifijo de vuelta en el cajón como si me quemara.
Sacudí la cabeza como espantando fantasmas y volví a pensamientos más agradables. Había planeado toda la semana en lo que haría ese Domingo. Tenía preparada, incluso, una vieja canasta que planeaba llenar de provisiones y había escogido un buen libro de la biblioteca municipal- de la cual era socio reciente. Doblé mi manta, tomé el morral con mis tesoros, la canasta, el libro y me fui directo a la playa. No tenía ganas ni fuerzas para cambiarme el pijama, así que sólo me puse la campera deportiva de Adam- que aún tenía desde la vez que lo había visto por última vez y que prácticamente no me había quitado en todos aquellos días- y salí.
Había una brisa fría y parecía que se estaba nublando. Estaba seguro de que llovería pronto. Pero no me importó. Me sentí libre porque allí no estaba obligado a llevar ninguna máscara. En mi casa, debía fingir. Fingir que no sentía el dolor que me atravesaba sin piedad. Mi madre creía que Adam y yo nos habíamos separado- por un tiempo. “Cosas de adolescentes”, me había dicho.
En el Instituto nadie sabía lo que había sucedido entre Adam y yo. Nadie excepto Damien y Marie. Pero ninguno de los dos habían aparecido en los últimos días. Anthony tampoco había vuelto. Y con los demás sólo hablaba lo justo y necesario. Con Maggie y Amber había cierta camaradería pero terminé buscando separarme un poco de ellas en las clases, sin que se dieran cuenta, porque cada charla que tenían siempre terminaba siendo sobre Adam. Maggie lo extrañaba – no tanto como lo extrañaba yo- pero se notaba que estaba triste. Y por lo que había averiguado, ella no había hablado con él, en esos días. Según me dijo, era algo habitual. A las “reuniones familiares”, Adam no llevaba nunca su celular. Eso al menos me había dicho Maggie. Pero yo sabía que no era así. Sin embargo, me controlé para no llamarlo. Tal como Adam me había pedido, no lo llamé ni una sola vez. Aún cuando no hubo un solo día en el que no sintiera la terrible tentación de hacerlo.
Caminé por el bosque hasta “nuestra” playa. Sentí un nudo en el estómago cuando divisé el mar desde la arboleda. Era la primera vez que iba allí desde que Adam se había alejado de mí. Llegué hasta la mismas raíces en las que nos habíamos besado y me dejé caer en ellas. Dejé la canasta a un lado y miré el inmenso océano que se abría a un par de metros.
El cielo estaba oscuro. Tanto que parecía el atardecer y no el amanecer. Podía sentir la tormenta inminente. Pero no me importó. Nada me importaba. Sólo me importaba él. Adam era mi pensamiento único y recurrente.
Estuve allí sentado, con los ojos clavados en el mar por mucho tiempo. Recién noté que tenía el cuerpo entumecido y helado cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer sobre mí. Pero no me importó. No me interesó. No me interesaba saber que me estaba mojando, ni el frío que me atravesaba hasta los huesos. Quería quedarme allí todo el día. Toda la vida.
¿Cómo podía ser posible que Adam me hubiese abandonado? ¿Cómo podía ser posible que no creyera en mi amor? ¿Por qué no me daba la oportunidad de demostrárselo? Yo estaba dispuesto a hacer lo que me pidiera con tal de que supiera que lo amaba. Su falta de fe en mí era lo que más me dolía. Y su ausencia… ¿Cómo podía él soportar estar lejos de mí por tantos días? ¿Era que acaso no me amaba con la misma intensidad con la que yo lo amaba a él?
Lloré amargamente hasta que me pareció que ya nada tenía sentido. Me sentí completamente vacío. Me dolía hasta la sencilla acción de respirar. Se había ido el día y yo seguía en el mismo lugar, empapado y con el mismo dolor. No había probado la comida, ni había hojeado el libro. Sólo había llorado. Sólo había deseado que él volviera. Que me abrazara y me dijera que sí creía en mi amor. Pero nada había cambiado. Miré al cielo, tentado a hablar con Dios. Y cuando mis labios comenzaron un Padre Nuestro, una sonrisa amarga me frenó. Dios no intervenía en estas cosas. Si había abandonado a su Hijo, seguramente yo era invisible para él.
Cuando por fin la noche me invadió, con un temblor salí de mi letargo. Me puse de pie y me acerqué al agua. La espuma del mar embravecido me mojó las zapatillas y me hizo tiritar. Estaba empapado y el frío arreciaba pero yo parecía estar anestesiado. Ya no tenía fuerzas ni siquiera para seguir sintiendo dolor. O tristeza.
Paró de llover, de repente. Y yo paré de llorar. Miré otra vez el cielo ennegrecido y me erguí. Respiré profundo y asentí como si alguien me hubiese estado hablando. Sabía lo que tenía que hacer. Había tomado una decisión. No estaba dispuesto a seguir muerto en vida. Si Adam no quería estar conmigo; si yo no le hacía falta ; si él podía vivir sin mí…entonces era porque realmente no me amaba. No al menos de la misma forma en la que yo lo amaba.
Y como si hubiese recibido una orden silenciosa, me volví hacia las raíces del árbol que había cobijado todo el día, tomé la canasta y caminé hacia la casa, que aún estaba solitaria. Alice llegaría de un momento a otro. Debía darme prisa. Me senté en el pequeño sillón junto al teléfono. Y miré el aparato fijamente. Respiré profundo mientras intentaba armarme de valor. Había tomado una decisión. Aquel sería el último día que lloraría por un amor no correspondido. Llamaría a Adam. Si me atendía, si lograba hablar con él, entonces lo tomaría como una señal de que en verdad debíamos estar juntos. Y entonces lo esperaría todo el tiempo que fuera necesario. Pero si no me atendía, entonces hablaría con Alice y le diría que ya no quería quedarme más en aquel pueblo, que era hora de marcharse. Sólo le contaría lo necesario. Pero la conocía bien y sabía que ella accedería a mi pedido. Su dedo caería en un lugar muy lejano de Crescent City en nuestro viejo mapa. Y con suerte, todo quedaría olvidado, enterrado en los recuerdos. Y con el tiempo podría simular que sólo había sido un mal sueño.
Sabía que no resultaría fácil pero era inevitable. La ausencia de Adam me mataba cada día un poco más. Y su indeferencia era lo que de verdad me dolía. En cambio, estando lejos, podía aspirar a no tener la tentación de llamarlo, de verlo, de cruzármelo. Porque en algún momento Adam tenía que regresar. No podía desaparecer para siempre. Y quizás fuera por mí que hasta ahora no había vuelto al Instituto. Pues bien, le facilitaría la tarea.
¿Y Damien? Con Damien sería distinto. Seguiría en contacto con él, si él estuviera de acuerdo. ¿Por qué no iba a estarlo? Mi cumpleaños estaba cerca, así que finalmente aceptaría un celular como regalo. Él merecía seguir teniendo un lugar en mi corazón. Al menos en la parte de mi corazón que aún seguía latiendo. Damien me había demostrado con creces que yo sí era importante para él. ¡Ay! Si pudiera amarlo como él se merecía. Como amaba a Adam, de esa forma completa, arrebatada, ciega.
Miré otra vez el teléfono. Era ahora o nunca. Levanté el auricular mecánicamente y marqué los números. La serie de números que me separaría de Adam para siempre o me uniría a él de una forma definitiva y… peligrosa. Sentí que alguien respondía del otro lado y mi corazón pareció olvidarse un latido. Pero en seguida una voz implacable e impersonal me dijo lo que yo no quería oír: su celular estaba apagado. Colgué el auricular como si me deshiciera de algo candente. La mano me quemaba. Hasta el aire que entraba a mis pulmones me daba la sensación de que ardería con una inspiración más.
Y entonces unas voces me hicieron sobresaltar y me puse de pie. Fui hasta la puerta, aunque ya las había reconocido. Mi corazón pareció recuperarse un poco cuando supo que Damien estaba allí. Corrí hacia él y me fundí en sus brazos.
- Hola, precioso.- me dijo dulcemente.
Alice nos miraba. Parecía conmovida. Al parecer se habían encontrado en el porche. A unos metros estaban sus automóviles estacionados. Cuando miré el vehículo de Damien me encontré con unos ojos fríos que me miraban desde el asiento del acompañante. Marie nos observaba, rígida y pálida. Pero no le hice caso. Iba a ser todo lo egoísta que pudiera. No me importó que ella estuviera allí. No me despegué de Damien y entramos a la casa, abrazados.
- Yo subiré a darme una ducha. Ustedes hablen tranquilos.- dijo Alice. Aún parecía conmovida.
- Damien, debo hablar contigo.- no quería perder tiempo.
Me miró fijamente.
- No sé de qué se trate pero siento… que no me va a gustar. ¿Por qué estás mojado? Mejor cámbiate de ropa, ¿sí?
- Es importante, Damien.- pronuncié en voz baja, acercándome a él.
- Yo también tengo que hablar contigo. Y también es importante.
Noté que su semblante se endurecía. ¿Acaso ya me había “leído” el prana y sabía sobre mi decisión de irme?
- He tomado mi decisión. Me iré de Crescent City.
Su rostro palideció.
- Pero…estaremos en contacto. Me compraré un celular. No quise uno.- dije- pero contigo sí quiero permanecer en contacto. Prometo llamarte todos los días.- mi voz apenas se oía.
Sentí que si él seguía mirándome de aquella forma corría el riesgo de cambiar de opinión y quedarme.
- No querrás…saber nada de mí…cuando sepas lo que he hecho. Lo que te he hecho . ¡Me odiarás!
Lo miré sorprendido y traté de acercarme un poco pero él se alejó.
- Tú jamás me harías nada malo.- dije sonriendo.
- No, precioso.- Damien suspiró- Te lo diré rápido. Y sé que me odiarás.
- Damien…
- Te he engañado todo este tiempo. Adam no está en una reunión familiar, ni cazando, ni en Shasta. Adam ha estado todo este tiempo en su casa, con su padre y algunos de sus hermanos.
Damien palideció un poco más. Y creí comprender su dolor.
- Está bien, Damien.- dije- entiendo…, Adam te pidió que no me dijeras nada.- mi voz volvía a quebrarse.
- Sí…- Damien asintió, mirándome con ojos mortificados.
- No me quiere cerca suyo. Ya no me ama.- era definitivo, ya no tenía voz.
- ¡Sí te ama! Por eso es que no quiere que estés junto a él. Él está enfermo. Se está muriendo.
Sentí que todo a mi alrededor se nublaba de pronto. Empecé a caer. No tenía control alguno sobre mi cuerpo. Unas manos fuertes me sostuvieron y vi los ojos de Damien que me miraban con desesperación.
- Eden…, háblame…
Quería hablar pero no podía. No me salían las palabras. Recién cuando sentí el calor de su abrazo y su corazón latiendo cerca del mío, comencé a recuperarme. Respiré de su aliento y todo volvió a iluminarse. Damien me guió hasta una silla y me sentó en ella con cuidado. Se puso en cuclillas muy cerca de mí.
- ¿Eden…?
- Estoy…bien.
- Eden, él me rogó que no te dijera nada. Lleva muchos días enfermo. Pero anoche…su condición se agravó. Yo creo que… morirá.
Ahogué un grito desesperado. Y mi corazón se aceleró de golpe, otra vez.
- Pero Adam merece una oportunidad… de verte…, de despedirse de ti…
Comencé a llorar en silencio, mientras me aferraba a las cálidas manos de Damien.
- Si yo estuviera en su lugar…querría que lo último que vieran mis ojos antes de partir, fueras tú…
Me fundí con él en otro abrazo. Y el dolor que había estado sintiendo por aquellos días pareció desaparecer de golpe. Y ahora era otro el sentimiento que me invadía. El ser a quien amaba con mi vida se estaba muriendo.
No lo dudé. Tenía que estar a su lado. Aunque no me sintiera preparado para decirle adiós para siempre.
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