Damien
Después del almuerzo, me dirigí hacia el gimnasio. La actividad física nunca había sido mi fuerte. No era bueno en los deportes. En ninguno. Queda dicho: mis habilidades deportivas eran tan malas como las sociales. Adam me guió hasta la puerta del gimnasio techado y se fue. Él también tenía entrenamiento pero al aire libre. Al parecer estaba en el equipo de fútbol soccer. Maggie sí se quedaba conmigo, así que me dispuse a seguirla a los vestuarios cuando lo vi.
Aquellos ojos color miel me hipnotizaban cada vez más. Damien estaba a sólo unos metros adelante en el pasillo. Y por un segundo su mirada se clavó en la mía. Comencé a respirar con dificultad. Era extraordinario el efecto que aquel joven provocaba en mí. Parpadeé y él retiró su mirada y enfiló hacia la salida del edificio.
Olvidándome de la clase de gimnasia, lo seguí a paso apresurado. Un grupo de alumnos salían en aquel momento por la misma puerta. Si no me daba prisa lo perdería de vista. Aceleré más el paso pero cuando logré salir del edificio Damien ya no estaba por ningún lado. Me quedé allí parado, como un tonto, viendo cómo los últimos rezagados se iban a sus clases.
Suspiré y moví la cabeza negativamente. ¿Qué estaba haciendo? ¿Desde cuándo yo andaba por ahí persiguiendo a los extraños? Bueno, Damien no era exactamente un extraño. Me había salvado la vida. Sólo quería agradecerle. ¿Pero no lo había hecho antes? ¿No le había dado ya las gracias? Además, yo no era así. Me estaba comportando como un idiota, una vez más. Y estaba olvidando una de mis más importantes reglas personales: no relacionarme afectivamente con nadie. Nadie podía traspasar la categoría de “simple conocido”. Bueno, Damien era un “simple conocido”. ¿Qué sabía de él, además de su nombre? Sabía que estudiaba en el mismo instituto que yo, que tenía novia- una modelo sacada de una revista de modas- y que tenía los ojos más hermosos que yo hubiera visto jamás. Traté de no pensar en aquellos ojos. Si pensaba en ellos otra vez, la mente se me iba a colapsar. Así me sentía cada vez que me miraba.
Pero sus últimas miradas no habían sido como la primera. Seguían hipnotizándome pero parecían más frías. Y claro. ¿Cómo no iban a ser frías si no me conocía? Y en la única interrelación que habíamos tenido, yo me había mostrado muy infantil, llorando por una taza. Seguro que lo que pensaba de mí era que no era más que un niño tonto que había hecho una estupidez. Porque era cierto. Haberme puesto frente a ese camión había sido una estupidez. Aunque no me arrepentía. No hubiera sido capaz de dejar que el cachorro muriera aplastado por aquellas ruedas monstruosas.
Aún así, y ahora que lo pensaba mejor, Damien también había cometido una estupidez. Él también se había lanzado a las ruedas del camión para evitar que me atropellaran. Claro que seguramente lo habría hecho por cualquiera.
Pero no podía evitar sentirme agradecido. Y ardía en deseos de verlo otra vez. Quería hablar con él. Oír su voz angelical. Y sentir la calidez de su pecho…
¡Alto!- me ordené a mí mismo. Aquello ya se estaba pasando de la raya. Moví la cabeza como para sacudirme esos pensamientos. Volví a marearme, como me había sucedido al despertar. Y en seguida una punzada de dolor me atravesó la sien. Cerré los ojos y traté de no moverme, buscando que aquella sensación pasara.
Pero mi corazón comenzó de pronto a latir desbocado cuando sentí que una mano fuerte me sujetaba de un brazo. ¡Era Damien! No me hacía falta abrir los ojos para confirmarlo. Podía sentirlo, a mi lado, con su respiración cálida y acompasada. Hasta pude imaginar sus ojos color miel clavados en mí. Esbocé una sonrisa y abrí los ojos, buscando aquella mirada que tanto me gustaba.
- ¡¿Adam?!
Me sentí como un tonto al decir aquel nombre. Adam me miraba preocupado.
- Eden, ¿te sientes mal?
Sentí que me ponía rojo como un tomate. Y me enojé conmigo mismo. Aquella tontería de Damien se tenía que terminar de una buena vez. Medio a la rastra, medio cargándome, Adam me llevó hasta el borde de unos canteros de anémonas y me sentó allí. Luego, sin soltarme, se ubicó a mi lado. Lo observé de reojo mientras intentaba recuperarme. Me pareció realmente preocupado.
- Estoy bien. Es sólo un mareo.
- ¿Te pasa con frecuencia?
- No, desde que me desperté…esta mañana- contesté- Quizá sea porque…ayer tuve un accidente.- hice un esfuerzo para no pensar en el momento en el que Damien me había salvado- Creo que me golpeé la cabeza.
- Sí, claro. Salvaste a ese perrito anoche.
- ¡¿Cómo lo sabes?!
- Es un pueblo pequeño.- sonrió y terminó por confesármelo- Yo estaba cerca y vi cuando todo sucedió. Y también vi a Damien salvarte…
No pude responder. Volví a tomarme la cabeza entre las manos.
- ¿Te ha visto algún médico?- me preguntó Adam aún preocupado.
Y sin que yo pudiera evitarlo, me revisó la cabeza, incluyendo mi nuca y las sienes pero al parecer no encontró nada porque su tono de voz pareció menos tenso.
- Parece que no tienes nada. Pero deberías ir al médico.
- Gracias, Adam. Estoy bien.
Me miró serio por unos segundos. Se mordió el labio y no muy seguro, dijo:
- ¿Quieres que te lleve a tu casa? Tengo mi bicicleta por allá.
Sonreí. La sola idea de montar en bicicleta me agradó. No sabía andar. Nunca había tenido una. Y siempre la había deseado. Pero cuando uno viaja muy seguido, y tiene que juntar sus cosas- a veces de improviso y durante la noche- una bicicleta jamás puede ser parte del equipaje.
De repente, me imaginé con Adam en una bicicleta. Yo sentado en la barra frontal, por un camino de tierra, con el viento en la cara y él, contándome historias divertidas. ¡Ay! ¡Cuántas historias divertidas seguramente Damien tendría para contarme!
¡No podía ser posible! Hasta en mis fantasías aparecía su nombre. ¿Por qué tuvo que meterse así en mi mente? ¡Yo estaba paseando con Adam no con Damien! Miré a Adam, quien todavía esperaba mi respuesta.
- No, gracias. No te preocupes. Caminaré. No vivo lejos.- me pregunté si recordaría cómo llegar a mi nueva casa desde allí- Además,- dije mientras miraba su uniforme: pantalones cortos blancos, con una raya azul y camiseta a tono que le marcaba su torso musculoso- ¿tú no deberías estar entrenando?
- ¿Estás seguro, Eden? Yo puedo llevarte.
- Sí. Tú ve a entrenar.
- Tuve que ir a buscar unas planillas que me pidió el entrenador. Y no las conseguí.- dijo no muy seguro.
Me miró durante unos segundos más y pareció decidirse.
- ¿Por qué no hacemos esto? Ya que no puedes hacer gimnasia en ese estado, acompáñame al campo. Te sientas en las gradas y me ves entrenar. Y cuando termine, yo te llevo a tu casa. ¿Aceptas?
Su dulce sonrisa me recordó instantáneamente al pequeño Adam, del jardín de niños. Y antes de que pudiera darme cuenta, ya había aceptado. Caminamos hasta las gradas, siempre sosteniéndome de los brazos, y me dejó cómodamente sentado detrás de uno de los arcos. Se marchó corriendo, no sin antes guiñarme un ojo.
“Parece que tienes un amigo”, me dije a mí mismo. Y en seguida un gusto amargo me llenó la boca.
- No pensaré en despedidas. Hoy es mi primer día.- murmuré y miré hacia un grupo de jugadores que hacían el precalentamiento en el centro del campo de juego. Soplaba una brisa fresca. Cerré los ojos para disfrutarla mejor y me aferré a mi ala de ángel. Algunos minutos después ya me sentía renovado. Abrí los ojos y me concentré en el juego que ya había comenzado. Siempre me había gustado el fútbol Soccer. Hallé a Adam en la posición de delantero. Y me pareció que estaba disfrutando mucho del entrenamiento. Y en verdad era muy bueno. Tenía velocidad y se sacaba las marcas de encima con mucha facilidad. En menos de quince minutos ya había hecho tres goles. Y cada una de las veces los festejó igual: corría hacia el arco en el que yo estaba y me hacía señas con los dedos, dedicándomelos, con una amplia sonrisa. Yo se los festejaba aplaudiéndolo y riendo. Y trataba de no pensar en mi cara ruborizada.
Para cuando el partido terminó, yo había logrado despejar mi mente, olvidándome de todo lo que me había pasado hasta ese momento. Y lo más importante: me había divertido.
Adam corrió hacia mí, mientras sus compañeros se le acercaban para felicitarlo. Al parecer era la estrella del equipo. Y lo merecía. Jugaba realmente muy bien.
Sentí curiosidad: ¿jugaría Damien tan bien como lo hacía Adam? Me mordí el labio y sonreí. ¡Ahí estaba otra vez! ¡Y yo que creí que ya me lo había sacado de la cabeza!
Adam quería cumplir su promesa de llevarme a casa. Así que me pidió que lo esperara en la entrada del primer edificio. Él iría a las duchas y luego por su bicicleta. Me senté en el mismo cantero de anémonas en el que había estado antes. Los alumnos empezaban a abandonar el instituto. La mayoría se iba caminando, en grupos reducidos, otros en bicicleta, unos cuantos en moto y unos pocos en automóvil. Estos últimos privilegiados tenían coches deportivos de modelos nuevos y también vi un par de Pick-ups todo terreno. Pero más allá, una camioneta, un poco vieja, comparada con las otras, de un intenso color azul metálico que llamó mi atención. Era hermosa. No era de mucho valor. Pero parecía estar hecha para mí. Sentí una fascinación inmediata al verla. Y unos segundos después creí entender el porqué. Damien Blanc caminaba directo hacia ella, jugando con sus llaves. Llegó hasta la puerta del conductor y se apoyo en ella. Siguió jugando con las llaves mientras miraba a su alrededor, con cara de aburrido.
De repente, como de la nada, Adam apareció desde un grupo de árboles, en su bicicleta a toda velocidad. En cuanto me vio- y se cercioró de que yo lo estaba mirando- hizo una complicada pirueta, llamando la atención sobre todo de muchos ojos femeninos. Era una bicicleta de competición, con partes demasiado complicadas para mí, cuyos nombres ni siquiera conocía. Se notaba que había sido preparada. Se acercó haciendo equilibrio sobre la rueda trasera y frenó a sólo unos centímetros de mis pies. - ¡Adam!- reí, corriendo mis piernas hacia un costado.
- ¿Te gusta mi bicicleta?
- Yo prefiero aquello camioneta.- dijo una voz cerca de mí.
- Le he preguntado a Eden, no a ti, Maggie.
Maggie sonrió pero le clavó una mirada fría a Adam, quien no se dio cuenta en absoluto.
- Me encantaría que Damien Blanc me diera un aventón en esa camioneta.- suspiró Maggie.
Yo miré al suelo, tratando de no ponerme colorado. Aunque estaba seguro de que había fracasado estrepitosamente. Y me di cuenta de que Maggie también había fracasado en su intento de poner celoso a Adam.
- Adam, tu querida y simpática prima te está mirando otra vez.- la voz de Maggie sonaba irritada. Parecía que le hablaba a su marido.
Adam puso los ojos en blanco y miró hacia donde Maggie señalaba. La joven rubia y hermosa que yo había visto con Damien en la cafetería- y también en el lugar del accidente- estaba ahora parada a varios metros de nosotros. Tenía un vestido ceñido al cuerpo de color rojo y unas botas largas hasta las rodillas que la hacían verse aún más alta de lo que era. ¿En qué momento se había cambiado de ropa? Aunque lucía los mismos mitones de antes. Era muy elegante, por donde se la mirase. Busqué a Adam con la vista, esperando encontrarme con una cara de hombre embelezado. Pero me sorprendí. Adam tenía el ceño fruncido. Y la miraba fijamente. La sonrisa- casi perpetua en él- había desparecido de su rostro juvenil.
- Ahora vuelvo.- me dijo, dejando su bicicleta a un costado. Me miró por un segundo y me guiñó un ojo.
Se acercó a ella y la escuchó, con las manos entrelazadas detrás de la espalda. A esa distancia yo no podía ver si Adam seguí con el ceño fruncido.
- ¿Has dicho que es su prima?- le pregunté a Maggie, quien no se perdía ningún detalle.
- Sí, son primos.
- Pero… , ¿no se llevan bien?
- No se llevan… Pero están obligados a verse en las reuniones familiares.- me contestó Maggie.
Observé el lenguaje corporal de los dos. La joven Marie parecía estar hablándole en voz baja. Tenía una expresión tranquila y hasta me pareció que le brillaban los ojos- aunque no confié en mi percepción. Estaba bastante lejos. En cambio, Adam estaba visiblemente tenso. Y ahora tenía los brazos cruzados a la altura del pecho. Me puse de pie y avancé unos pasos para verle mejor la cara. Sentí curiosidad por conocer su reacción. Y cuando pude verlo, me volví a sorprender. Seguía con el ceño fruncido. No me había dado cuenta de que Maggie se había acercado a mí. Miraba a Adam con una expresión seria. Se mordía el labio casi compulsivamente.
Sonreí ante la clara situación que veía. La prima parecía querer agradar a Adam. Todo en su lenguaje corporal la delataba. Adam, por su parte, estaba a la defensiva. Parecía que no le hacía ninguna gracia tener que escucharla. Pero se comportaba muy educado. Y Maggie estaba perdidamente enamorada de Adam. Y porque estaba saturada de ese sentimiento- de los pies a la cabeza- no se daba cuenta de que Adam ni siquiera miraba a Marie a los ojos. Sin embargo, Maggie no se perdía detalle de los movimientos delicados de Marie. Destilaba seducción y feminidad hasta cuando pestañaba. Maggie apretaba los dientes mientras veía todo aquel despliegue. Pero parecía ver que Adam se estaba impacientando. Miré a Maggie durante unos segundos y dije lo primero que se me vino a la cabeza:
- Eh, Maggie, ¿podrías pasarme los apuntes de matemáticas de hoy?
La joven me miró sin comprender demasiado mis palabras.
- ¿Qué? ¿Apuntes?
- Sí, es que no pude sacar ninguno y vi que tú sí, así que…
- Sí, sí.- dijo volviendo sus ojos hacia Adam y Marie.
La chica bajita que había conocido en la cafetería se acercó a nosotras. Traté de recordar su nombre pero más que no esforcé no lo logré.
- Maggie,- dijo- ¿de qué estarán hablando esos dos?
- Asuntos familiares, seguro. ¿De qué otra cosa podrían estar hablando?
Continuaron con su charla, alejándose de mí, sin darse cuenta. Ninguna de las dos apartaba sus ojos de Adam y Marie. Yo me acerqué al cantero de flores y me senté con un suspiro. Volví mis ojos a la camioneta azul, buscando inconscientemente a Damien. Pero él ya no estaba allí. Me sentí mareado otra vez, así que me llevé las manos a la cabeza y cerré los ojos.
- ¿Te sientes bien?
¡No podía ser! Era aquella voz. Aquella dulce voz que había escuchado la tarde anterior. Mi corazón se aceleró de golpe. Abrí los ojos y tuve problemas para respirar. ¡Allí estaba esa mirada color de la miel que tanto me gustaba! Damien estaba parado cerca de mí y me miraba serio.
- Sí, gracias.- logré pronunciar. Me puse de pie. Tenía que aprovechar la oportunidad.
- Me llamo Eden.- dije estirando mi mano para saludarlo. Él me miró pero no me devolvió el saludo. Sentí que mis mejillas se encendían.
- Quería…darte las gracias por…haberme salvado ayer.- la voz me estaba empezando a fallar.
Él seguía sin decir nada. Me miraba fijamente pero no logré ver en su rostro ningún sentimiento definido.
- ¿Nos vamos?- la voz de Adam me hizo pegar un salto.
- ¿A dónde van?- preguntó de repente Damien, frunciendo el ceño.
- Hola, primo.- dijo Adam en voz baja.
¡¿Primo?! Miré a Adam sin poder evitarlo, sorprendida por sus palabras.
- ¿A dónde van?- volvió a preguntar Damien- ¿Tú te vas con él?
Me miró fijamente. Y por un momento me olvidé de todo. Sentí que comenzaba a perder la noción del tiempo y del espacio. Su voz me había hecho vibrar. Y aquella mirada hacía que mi corazón quisiera salirse de mi pecho a toda prisa.
- Casa…, bicicleta.- balbuceé.
Damien levantó una ceja y miró la bicicleta de Adam.
- Está pinchada. No van a poder ir a ningún lado.- sentenció burlonamente.
Adam miró su bicicleta y frunció los labios. Miró a Damien por unos segundos bastante serio. Pero no dijo nada. Me pareció ver en Damien una sombra de sonrisa. Sin decir nada más, enfiló hacia su camioneta, donde Marie lo esperaba con los brazos cruzados.
- Lo siento.- dijo Adam mirando otra vez su bicicleta.
Tenía sus dos ruedas pinchadas.
- Tendré que llevarla a reparar. La necesito para ir a entrenar.
- Tranquilo, Adam, está bien. Ya te dije. Vivo cerca.
Adam suspiró y mientras se alejaba con la bicicleta me dijo:
- ¿Nos vemos mañana?
- Claro.- contesté sonriendo- Tengo que venir a clases, ¿no?
Adam sonrió, aunque no fue una de sus habituales sonrisas dulces. Se notaba perfectamente que estaba molesto.
Caminé con Maggie y la otra chica- cuyo nombre no lograba recordar- hasta la salida del instituto. Llegamos a la ruta y desaceleramos el paso.
- Así que…- dije sin saber muy bien cómo hablar del tema sin llamar demasiado la atención- Adam y Damien son…primos.
- Sí,- dijo Maggie- pero no parecen de la misma familia. ¿No es cierto, Amber?
¡Amber! ¡Ése era su nombre!
- Sí,- contestó Amber- Damien Blanc es el joven más antipático que conozco.
- Se cree superior al resto de nosotros. Él y su pomposa familia.
Era evidente que Damien tenía mala fama. No gozaba del buen concepto que sí tenía Adam a los ojos de Maggie.
- Y…, ¿por qué es así?
Maggie se encogió de hombros.
- No lo sé. Y la verdad no me interesa saberlo.- contestó seria, mientras caminaba.
- Los Blanc han vivido en este pueblo por generaciones. Pero nunca han hecho amistades. Mi padre dice que se creen un raza superior.- comentó Amber.
- Y la chica…, ¿cuál era su nombre?- pregunté como al pasar.
- Marie.
- Sí, Marie.
- También es prima de Adam y de Damien.
- Pero…creí que Damien y Marie eran novios.- balbuceé confundido.
- Cosas más raras se han visto en este pueblo.- dijo Amber sonriendo.
- Los Blanc, Los La Croix y los Alexander son dueños de casi todo en este pueblo. Pero aunque tienen un tronco en común- en su árbol genealógico- viven separados. Aunque antes, las uniones entre ellos, se dice, eran bastantes frecuentes.
- Sí, todo el mundo sabe que los Blanc y los Alexander no se llevan bien.
Quería que me contaran algo más sobre Damien pero no sabía cómo preguntar sin ponerme en evidencia. Pero antes de que pudiera pensar en algo, la voz de Maggie me sorprendió:
- ¿Por dónde vives?
- Por allí.- dije señalando una bifurcación en el camino.
- Bueno, entonces, hasta aquí llegamos nosotras. Tenemos que tomar el otro camino.- dijo Maggie señalando la dirección opuesta- Mañana te paso los apuntes. O si prefieres llévatelos ahora.- me dijo ofreciéndome su cuaderno.
No tenía cabeza alguna para mirarlos así que le dije que se los pediría luego. Le agradecí y me despedí de ambas. Me quedé parado, al costado de la ruta, viendo cómo se alejaban. Iban a paso lento, charlando entre ellas. Seguramente seguían hablando de Adam. Cuando las perdí de vista, sonreí y traté de orientarme. Miré hacia la bifurcación durante unos segundos, para estar seguro de que era el camino correcto hacia mi nueva casa. Un viento repentino me hizo estremecer. La temperatura de pronto pareció caer en picada. Y el cielo se oscureció. Miré hacia el campo que se abría delante de mí. ¿A quién se la había ocurrido la idea de construir el instituto a las afueras del pueblo? No divisé ninguna casa en varios kilómetros a la redonda. La mía estaba cerca pero desde allí no se veía. Sólo podía ver los edificios del centro de estudios.
Miré hacia el cielo, esperando que no se estuviera preparando una tormenta. Amagué entonces con cruzar la ruta pero un sonido- parecido a un alarido, me paralizó. Agudicé el oído y miré de reojo hacia donde me había parecido que provenía el ruido. El viento empezó a soplar con más violencia. Me quedé quieto unos segundos, sintiendo la tensión en mis piernas. Cuando percibí que era seguro seguir, di un paso hacia la ruta y allí lo escuché otra vez: una especia de alarido agudo y desgarrado. Y sonaba mucho más cercano que el anterior. Se me puso la piel de gallina. Un frío me corrió por la espalda y comencé a temblar. Giré lentamente hacia mi izquierda pero no vi nada. Sólo un área de pasto amarillento vacío. No había nada más. Miré hacia el otro lado y allí lo escuché por tercera vez. Sentí que las piernas me iban a fallar. El corazón me latía tan fuerte que el pecho comenzó a dolerme. Aquel tercer aullido había sido el más claro de todos. Me estremecí porque, de algún modo, supe que no pertenecía a ningún animal. Al menos a ninguno que yo conociera.
De repente, la adrenalina me dio impulso y comencé a caminar muy de prisa, siempre siguiendo la línea de la ruta, sin cruzarla. Mientras avanzaba, continuaba con mi oído atento. Ante cualquier nuevo ruido, estaba decidido a echarme a correr. Pero no oí nada más. Caminé unos diez minutos, siempre en línea recta, sin prestar demasiada atención a dónde iba. Para cuando fui consciente de que estaba avanzando muy rápido por un lugar que no conocía, me detuve. Había llegado a una nueva bifurcación.
Era casi igual a la primera. Y eso me confundió. Ahora no estaba seguro de que fuera ése el camino que tenía que tomar para llegar a mi casa. Pensé un momento y me decidí a tomar uno de los ramales. No había dado ni dos ó tres pasos, atravesando la ruta, cuando sentí el ruido de un motor acercándose. Levanté la vista, dando pasos largos hacia atrás. Y me dio un escalofrío. El recuerdo de los aullidos aún estaba a flor de piel.
Miré hacia la ruta y allí la vi: una camioneta azul venía hacia mí, a una velocidad promedio. Estuve seguro de que era la camioneta de Damien, aunque estaba aún muy lejos como para divisar al conductor. Antes de que los nervios me traicionaran, seguí caminando lo más erguido que pude, al costado de la ruta, sin darme cuenta de que pasaba de largo la bifurcación.
Cuando escuché el motor del vehículo cerca, bajé la vista y respiré profundo. Sentía la boca seca y el corazón me volvía a palpitar de prisa. Traté de serenarme, mientras oía el rugido del motor a sólo unos metros. Después de todo, no estaba completamente seguro de que aquella fuera la camioneta de Damien Blanc. Y si así lo fuera, tenía que aprender a mantener el control ya que iba a verlo todos los días, puesto que los dos asistíamos al mismo instituto.
Desaceleré el paso, esperando que la camioneta me sobrepasara. Pero, para mi sorpresa, el rodado se acercó a mí. Venía a una velocidad lenta. No quise mirar. No quería verlo. Pero no pude contenerme por más de unos segundos y finalmente levanté la mirada. Sus hermosos y penetrantes ojos estaban fijos en mí. Iba al volante y el asiento a su lado estaba vacío.
- Sube.- me dijo con voz dulce- Te llevo a tu casa.
Quise contestar que no pero apenas abrí la boca me escuché aceptando. Se estiró hacia la puerta del acompañante y la abrió desde adentro. Me senté y me abracé a mi mochila, tratando de que no viera que las manos me temblaban.
- ¿Estás bien?- me preguntó.
Lo miré sin poder controlarme. Sólo fueron necesarios unos segundos para que aquellos ojos me devolvieran la calma. Había algo en ellos que cada vez que yo los miraba, me hacían olvidar de todo lo demás.
- Escuché…unos alaridos y… me perdí- dije sin quitar mis ojos de los suyos.
- Tranquilo. Yo te llevo a tu casa.
Movió la palanca de cambios y aceleró.
- No…recuerdo…por dónde es…- balbuceé mirando el camino que se había frente a nosotros.
- Yo sí sé donde vives.- me dijo girando en U y retomando la ruta en dirección al instituto- Debiste haber doblado en la primera bifurcación.
- ¿Cómo sabes dónde vivo?
Damien me miró y una leve sonrisa le iluminó el rostro. Era la primera vez que lo veía sonreír.
- Mi madre…trabaja en la inmobiliaria que alquila la casa en la que vives.
- Ah…
No pude decir nada más por unos largos minutos. Y él tampoco parecía tener nada qué decir. Recién cuando tomamos un camino de tierra y reconocí unos árboles altos con raros troncos grises me tranquilicé. Mi casa estaba a menos de cinco minutos de allí. Respiré hondo y volví mis ojos a Damien. Era en ese momento o nunca. Tomé coraje y dije, tratando de no demostrar mis nervios:
- Yo quiero…agradecerte por haberme salvado la vida ayer. Te arriesgaste mucho para salvarme. Siempre te voy a estar agradecido.
Damien me miró.
- ¿Siempre andas por ahí salvando cachorritos?
- No siempre.- dije y sonreí- A veces sólo me comporto como un tonto y me llevo por delante a las personas cuando camino.
- Sobre todo cuando es tu primer día de clases…
- Sí, es para llamar más la atención.- dije.
Damien largó una carcajada. Era aún más hermoso cuando se reía, Su cara se iluminó y sus ojos centellearon más.
- Soy Damien Blanc.- me dijo estirando una mano hacia mí- Y lamento haberme comportado tan frío contigo esta mañana.
Le estreché la mano. Y, como yo había deseado tantas veces – y como no esperaba que sucediera- una pequeña descarga de electricidad me sacudió primero los dedos y luego todo el cuerpo. La calidez de su apretón de manos me hizo sentir de pronto completamente a salvo. Toda la tensión y todo el miedo que sentía hasta ese momento desaparecieron. Me soltó la mano lentamente y miró de nuevo el camino.
- Llegamos.- dijo frenando frente a la casa.
“¡Qué lastima!”, pensé y se me escapó un suspiro. Y en seguida sentí que me sonrojaba por enésima vez en aquel día.
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