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Barreras rotas

Comencé a volver de un sueño. Había estado soñando. Eso era seguro. Aún tenía algunas imágenes dando vueltas por mi cabeza. Imágenes fragmentadas y lejanas.

Me moví un poco. Aunque no había abierto los ojos tenía plena conciencia de dónde estaba. Ya me había acostumbrado a mi colchón y al peso de la manta sobre mí. Estaba cómodo y calentito. Así que traté de volver al sueño. Había sido en la playa, en un rincón oculto a la vista por varios árboles tupidos y rocas diseminadas por doquier. Recordé entonces que yo había estado observando todo desde un claro en el bosque. Y no estaba solo. Adam estaba conmigo. Y me señalaba un grupo de cinco piedras en punta, muy altas, iluminadas de una forma extraña. Una luz que parecía provenir del mismo sol lejano que se ocultaba en el horizonte, más allá de las nubes oscuras. Y había  niebla, alrededor de las piedras, densa y gris. 

Traté de recordar más detalles pero sólo me venían a la memoria los ojos de Adam mirando todo aquello fijamente. Entonces seguí su mirada y recordé más cosas. Había una fogata, que ardía en el centro de las piedras en punta. Estaba alimentada por leños gordos y grandes. El fuego rojo iluminaba a las personas que estaban sentadas a su alrededor.

Desde donde yo estaba no alcanzaba a ver sus rostros, sólo sus contornos. La niebla los cubría. Pero era extraño porque tuve la sensación de que aquella niebla no flotaba simplemente a su alrededor sino que parecía moverse entre ellos como si tuviera vida propia.

Traté de acercarme pero la mano de Adam me detuvo. Intenté ver los rostros de las nueve personas que estaban allí pero no lo logré.

De repente, después de unos minutos de silencio, los extraños se levantaron de la arena, donde estaban sentados y se quitaron de sus cuellos lo que me pareció eran guirnaldas hechas de hojas. Y las arrojaron al fuego. Se quedaron quietos, observando las llamas.

La imagen se me hizo de pronto difusa y traté de moverme en la cama. Sabía que el sueño continuaba. Me concentré en el fuego y logré ver la escena con mayor claridad. Uno de los extraños levantó sus manos. Y noté que en una de ellas brillaba la hoja de un cuchillo. Dio un paso hacia el fuego y en un acto rápido se hizo un tajo en su pecho. Luego extendió su brazo sobre el fuego permitiendo que la sangre del cuchillo se derramara sobre las llamas.

Pensé que iba a gritar por la impresión. Y creo que comencé a hacerlo porque sentí la mano de Adam tapándome la boca, mientras me susurraba al oído:

— ¡Silencio!

Me calmé y asentí pero él no retiró su mano. Volví a mirar el fuego. El extraño ahora tenía sus dos brazos levantados, apuntando hacia el cielo. Y de repente, habló de una manera potente y tan fría que me heló la sangre:

—“La Lucha es la respuesta”.— gritó.

Los otros repitieron la frase. Luego el extraño agregó:

—“La Lucha es la respuesta, hasta que nos levantemos de las cadenas que separan a un hermano de otro hermano”.

La mano de Adam me estaba apretando demasiado. Quise moverme para zafarme pero me moví demasiado y entonces abrí los ojos. Había perdido el sueño. Me senté y me destapé. Tenía el cuerpo empapado.

—Hola, dormilón…

Reconocí la voz de Adam pero igual me sobresalté. Él se sentó cerca de mí. Colocó sus manos a cada lado de mi cuerpo y me miró fijamente. Estábamos frente a frente. Podía sentir su respiración en mi rostro.

—Adam…,— balbuceé—¿qué… sucedió?

—Te desmayaste.— me dijo rozándome con sus dedos largos una mejilla. Su guante de lana me hizo cosquillas.—Me preocupé…

—Tuve un sueño muy raro.

—No, no lo soñaste.— me dijo Adam bajando la voz.

Lo miré anonadado. Y entonces lo recordé.

— ¡El ritual…!— exclamé con apenas un hilo de voz.

Adam me miró serio. Sus ojos estaban apagados y su semblante se mostraba tenso.

—¿Quiénes eran?— balbuceé.

—Los Oscuros.— me dijo, bajando la mirada.

—Adam…, ¡fue…increíble!— dije— Gracias por mostrármelo…

Adam levantó la vista y clavó sus ojos en mí. De repente su mirada pareció recobrar su brillo característico y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

— ¿No…te da miedo? ¿No te pareció algo…malo?

—¿ Acaso sacrificaron a alguien, después de que me desmayé?— pregunté en broma.

— No esta vez… Pero a veces sacrifican animales.— Adam se volvió a poner serio.

—¿Por qué?— aquello no me gustó.

—Necesitan su energía para sobrevivir.

—¿Toman su sangre, como los vampiros?

—No, Eden.— Adam apenas sonrió— Esto no es “Crepúsculo”. La energía que se libera en el sacrificio es lo que se utiliza. Los Oscuros viven vidas oscuras. Tienen dos condenas. Y para mantener sus poderes recurren a los sacrificios. En otros tiempos, los sacrificios eran humanos. Ahora, sólo a veces, se los reemplaza por animales.— Ese “sólo a veces…” me preocupó— Claro que esa energía no es la misma. Es una energía de menor calidad, salvaje y menos poderosa. Es lo que les proporciona vida.

— Y los Penitentes…¿también lo hacen?

—No.— Adam respondió en voz baja y me pareció que se sonrojaba— Ellos han elegido otro camino. Ellos quieren volver al Paraíso. No se mezclan para no tener la segunda condena. Y mantienen el privilegio de pertenecer a su clan. Pero lo que hacen es un sacrificio muy grande, renuncian a la vida inmortal. En cambio, los Oscuros se mezclaron y lo siguen haciendo, casándose con humanos y teniendo descendencia. Así se mantienen jóvenes y poderosos. Y para ello también hacen sacrificios.

—¿Y eso no los condena aún más?

—Sí.— Adam me miró fijamente. Seguía tenso y parecía nervioso— Pero ya están condenados. Nunca volverán con el Padre. Así que eligen no morir.

— ¿Y los Penitentes?

- Ellos eventualmente morirán. Y lo hacen creyendo que serán recibidos otra vez…

—¿Y tú no crees eso?

Adam bajó la vista y se mordió el labio.

— Es un acto de fe. La vida es un acto de fe. Todo lo que hacemos, todo en lo que confiamos, lo es. Nos levantamos cada mañana haciendo un acto de fe: creyendo que el mundo seguirá allá afuera, igual al que dejamos cuando no acostamos. Pensamos que el sol, cada día, volverá a aparecer. Es un acto de fe. Los Penitentes hacen su propio acto de fe. Sacrifican la inmortalidad de la carne por un acto de fe. Aunque no tienen la certeza, creen que una vez muertos, el Padre los recibirá y serán redimidos de su primera condena…

De repente, Adam me miró fijamente. Y me estremecí. Sabía que él tenía la intención de seguir hablando pero, por alguna razón, se frenó de golpe.

Yo quería seguir preguntándole. Quería saber más sobre todo aquello. Pero no tuve el valor. Sólo le devolví la mirada. Adam comenzó a acercarse más a mí, muy lentamente. Se quedó así como petrificado, con su mirada en la mía, y su respiración agitada. Y por un segundo creí que iba a besarme. Pero antes de que pudiera reaccionar, sentí un portazo en la planta baja.

— ¡Tu madre!— me dijo Adam, poniéndose de pie de un salto- Mejor me voy. Si me encuentra aquí…— parecía no saber cómo terminar aquella oración. Su confusión era evidente.

Me reí. Y pareció que su semblante se iluminó. Me miró con su misma expresión risueña de siempre. Risueña y desfachatada. Me alegró que volviera a ser el Adam de siempre. Se trepó por la ventana y me guiñó un ojo.

—Nos vemos.— me dijo.

Asentí sonriendo, mientras él desaparecía. Y entonces sentí los pasos de mi madre subiendo las escaleras. 

La cena fue agradable. El pollo de Alice- con esa salsa agridulce de mostaza y arándanos- me fascinaba. Mientras comía me prometí a mí mismo aprenderme aquella receta. Porque en la teoría la conocía muy bien pero en la práctica no estaba tan seguro de que me saliera así de sabrosa. 

Con cada bocado me sentía mejor. Había vivido un día muy especial y muy interesante. Lo repasé en mi mente mientras mi madre me contaba sobre su trabajo.

—Y tú, ¿cómo la has pasado?

Levanté la mirada. Alice me veía con expectación.

—Bien.— dije— Más compañeros vinieron y terminamos estudiando en grupo.

—Eso está muy bien.

—¿Realmente lo crees?— la volví a mirar.

Nunca habíamos hablado de mis reglas personales. Pero ella sabía lo que yo pensaba al respecto: evitar a toda costa entablar amistades. No me gustaban las despedidas. Quería evitar el dolor que eso me provocaba.

- Albert se ha estado comportando.- dijo Alice pronunciando lentamente cada palabra.

Nos miramos unos segundos. ¿Significaba aquello que nos íbamos a quedar en Crescent City más tiempo del que habitualmente nos quedábamos en otros lugares? Aquellas palabras- si realmente significaban eso- no hacían más que reforzar mis reglas. Si pasábamos más tiempo allí- más del habitual- era probable que mis lazos se profundizaran. Y la despedida sería aún peor.

- Eden, hay muchas formas de estar en contacto. Hay tecnología. No puedes permanecer sin amigos. La soledad no es recomendable.

- Tú no tienes amigos.- le espeté.

Me miró.

- Pero tengo colegas. En cada trabajo que desempeño, termino conociendo a mucha gente. Además a tu edad es diferente.

Sabía lo que intentaba hacer y se lo agradecí en silencio.

- Lo…intentaré.- balbuceé. E inmediatamente el rostro de Damien se me vino a la cabeza. Siempre me venía su imagen sin ser convocada. Pero esa vez pareció diferente. Yo había pensado en él. Sabía que si deseaba tener un amigo, Damien sería mi primera elección. Aunque no me quise engañar. Damien me atraía de una forma tan distinta y tan extraña que no podía ser una simple amistad. Aquel joven me gustaba de verdad, y era la primera vez que me sentía así. Y era la primera vez que a la otra persona parecía pasarle lo mismo conmigo. Claro que no tenía ninguna certeza de qué era lo que Damien sentía por mí. Pero estaba claro que no era indiferencia. 

Su llamada, esa mañana, me lo había confirmado. Y sobre todo su malestar al saber que Adam estaba conmigo. ¿Acaso serían celos? ¿Qué más podría querer alguien como yo que una persona como Damien se pusiera celoso por mí? Era demasiado bueno para ser real.

- Y…, ¿cómo van las cosas con Adam?

- ¿Adam…?

Alice me miraba sonriente.

- Adam…es un buen chico.- dije.

- ¿Sólo eso…?- me preguntó mi madre- ¿No te gusta? ¿Ni un poco…?

- Claro que me gusta.- me sorprendió reconocerlo- Es muy dulce y muy caballero. Me ha caído bien desde el primer día.

- ¿Y entonces…?

Sabía exactamente lo que mi madre insinuaba. Pero por alguna razón yo no veía a Adam de otra forma que no fuera como amigo. Claro que sabía la razón: Damien. Pero aquella no era la única razón. Adam tenía muchas cosas a su favor para que yo me fijara en él. Incluso- si lo pensaba bien- más que Damien.

Adam, para empezar, corría con la ventaja de llamarse “Adam”. Con el sólo hecho de llamarse así ya se había asegurado toda mi atención. También, que me obsequiara un caramelo el primer día de clases, fue una jugada maestra de la casualidad. Pero había algo que no me permitió bajar la barrera desde el principio. Al inicio no me di cuenta de lo que era. Pero luego, pensando en ello, supe de qué se trataba. A pesar de que Adam se mostraba muy interesado en mí, en pasar tiempo conmigo y de que siempre parecía estar pendiente…A pesar de que siempre buscaba la forma de hacerme reír y de ayudarme, había algo que me alertó que no debía albergar por él otro sentimiento que no fuera la camaradería. Y ese algo se llamaba Marie La Croix.

Cuando los observé hablando, a la salida de clases, me di cuenta de todo. Me di cuenta de que ella estaba perdidamente enamorada de él, tanto o más de lo que lo estaba Maggie. Pero también me di cuenta de que él sentía lo mismo por ella. Su reacción me lo confirmó. Su lenguaje corporal así me lo decía: cuando caminó hacia ella, no iba totalmente de frente, sino un poco de perfil, como desconfiando. Y cuando la escuchaba, tenía los brazos cruzados a la altura del pecho. Se estaba protegiendo. Ella era su prima. Si le fuera indiferente, él no hubiera actuado así. Simplemente hubiese tenido otro lenguaje corporal, más distendido, quizás, como por ejemplo como el que mostraba cuando estaba con Maggie.

Claro que Adam podía estar protegiéndose inconscientemente de Marie, por cualquier otra razón. Al fin y al cabo, me habían dicho que sus familias no se llevaban bien. Eso estaba más que demostrado por su interacción con Damien. Y entonces…por un momento, me sentí confundido.

Pero creo que por todo eso, se me había metido en la cabeza que Adam estaba descartado. Ya fuera por Marie como por Maggie. Fue como si pusiera una señal en mi cabeza, avisándome que había una línea que no debía ser atravesada.

Sin embargo, meditando sobre todo aquello llegué a preguntarme porqué no había sido capaz de poner esa misma línea divisoria también con Damien. ¿Sería porque percibí que Marie estaba enamorada de Adam y no de Damien? ¿O porque simplemente evité ponerme esa línea porque ya la había cruzado?

Damien me gustaba mucho. Se había adueñado completamente de mis pensamientos. Debería haber sido más rápido. Tanto como lo había sido con Adam para protegerme de un amor no correspondido. Aún así había cosas que no comprendía. Si Adam estaba enamorado de Marie- como yo estaba seguro de que eso era así-, ¿por qué la rechazaba? Porque eran muy evidentes sus sentimientos hacia él. Cualquiera podía darse cuenta. Aunque quizá el propio Adam no lo supiera. Siempre las cosas parecen claras desde afuera, para el observador que mira desde lejos. Pero, ¿y para el que está involucrado? Cuando ésa es la situación, no es nada fácil darse cuenta de las cosas y mucho menos de los sentimientos de las personas que nos rodean.

Después de una ducha- la que como estaba metido en mis intricados pensamientos- duró más de la cuenta. Y me pasé varios minutos bajo el agua hasta que conseguí deshacerme de la espuma. Cuando bajé las escaleras, casi choqué con Alice que subía a su dormitorio.

- Buenas noches, mamá.- le dije dándole un abrazo.

- Buenas noches, Eden.- Ah…,- se paró a mitad de camino- te han llamado por teléfono cuando estabas en la ducha.

- ¡¿ Adam?!- lamenté en seguida que aquel nombre se me hubiera escapado. Más aún cuando estaba pensando en Damien.

Alice sonrió pero trató de disimular.

- No. Era una chica. Marie. Sí, eso es. Marie La Croix. Junto al teléfono está escrito su número. Me pidió que la llamaras en cuanto pudieras. ¿Quién es?

- Una…compañera.

- Ah, bueno.- Alice bostezó cansada- Me voy a dormir. Hasta mañana.

Esperé impaciente a que mi madre entrara a su dormitorio. Me quedé parado unos minutos allí, hasta que finalmente la luz se apagó. Bajé las escaleras con torpeza y muy apurado. Me temblaba todo el cuerpo. Llegué al teléfono y marqué los números tan rápido como pude. Algo me decía que había sido Damien quien me había llamado. Y por alguna razón la hizo hablar a su prima en su lugar cuando atendió mi madre.

Me urgía escuchar la voz de Damien, aunque no sabía qué iba a decirle. Alguien me contestó desde el otro lado. Me decepcioné. Era una voz femenina.

- Hola, ¿Marie?- dije tratando de que no me temblara la voz.

¡Qué tonto! ¡Cómo me había equivocado! Aquel no era el número de Damien.

- Soy…- volví a aclararme la garganta- Eden La Rue …

Esperé unos segundos pero no escuché ninguna respuesta. Así que volví a insistir:

- ¿Hola? Soy Eden…

- Hola, Eden.

Me tuve que sentar en el sillón. Era una suerte que estuviera cerca. Las piernas no me dejaban de temblar. Era aquella voz. Su voz.

- Hola, Damien.- dije mirando de soslayo las escaleras.

- ¿Cómo estás?

- Bien… ¿y tú?

- Tengo…una mala noticia. Bueno, espero que para ti sea mala.

- ¿Qué…sucede?- sentí un nudo en el estómago.

- No podré regresar el Lunes, como te lo había prometido.- su voz sonaba tan dulce que me derretí.

- ¿Y cuándo vendrás? Quiero… decir…, espero que todo esté bien y que no sea por nada grave…

- Nada grave…Pero tengo que permanecer aquí un poco más. Quería avisarte para que no creas que me he olvidado de ti.

Era definitivo. Esa noche no lograría dormir. Tendría aquella voz tan apacible en la cabeza, dándome vueltas durante horas.

- No…te preocupes, Damien.- No sabía que más decir.

- ¿Estarás bien?

No respondí de inmediato. ¡Claro que no estaría bien! Lo iba a extrañar tanto. Había estado esperando su llegada con mucha ansiedad.

- Sí…

- ¿Qué sucede…?

- Es que…- me mordí el labio.

Quería decirle tantas cosas pero no sabía si era capaz.

- ¿Eden?

- Es que… tenía muchas ganas de verte.

Me arrepentí en cuanto lo dije. Y sentí que se me encendía el rostro por la vergüenza.

- Yo también tengo muchas ganas de verte. No te imaginas cuánto. Es que…no puedo ir. Si pudiera, ahora mismo estaría allí contigo.

¡Ay! Tuve que agarrar el auricular con las dos manos porque por un momento lo dejé caer.

- Ahora,- me dijo- tengo que colgar.

- Damien…

- ¿Sí?

- Regresa lo más pronto que puedas…

- Lo haré…Y, ¿Eden…?

- ¿Sí…?- mi voz temblaba.

- Por favor, no estés a solas con Adam…

- ¿Por…qué?- balbuceé.

- Ya hablaremos de eso. Pero prométeme que no estarás a solas con él. Te enviaré refuerzos…

- ¿Jack…?

Sentí que se reía.

- Veo que eres muy inteligente.- me dijo con voz pícara.

No respondí. Si fuese realmente inteligente no me hubiese permitido bajar la guardia. Ahora parecía que ya era tarde. Damien se estaba apoderando de todos y cada uno de mis pensamientos.

- ¿Eden?

- Sí, estoy aquí…- traté de que la voz me saliera natural.

- Debo irme ahora.

- Sí, claro. Nos vemos pronto.- mi voz aún sonaba temblorosa.

- ¿Eden…?

- ¿Sí…?

- Estaré pensando en ti…

- También yo…

- Eso espero. Mira que soy muy perceptivo. Y sabré si no es así…

Me reí, dentro de lo que mis nervios  me lo permitieron.

- Adiós, Eden.

- Adiós, Damien.

Está demás decir que aquella noche apenas pude dormir. Me acosté, con la vista fija en la luna que brillaba a través del cristal. Abracé la manta como si se tratara de una persona. Como si fuera Damien. Porque Damien la había tocado aquellas noches en las que me había arropado con ella. Así que la acariciaba como si estuviera acariciándolo a él. Y su número- anotado en un trozo pequeño de papel- estaba bajo mi almohada cual si fuera una carta de amor.

Estaba perdido. Aquel joven se me había metido en la mente a una velocidad extraordinaria. Y sabía que nada bueno podría resultar de todo aquello. Sin embargo, esa noche decidí que no iba a pensar en las consecuencias. Sobre todo a la hora de las despedidas. No. Esa noche iba a pensar en él. Damien iba a ser el dueño y señor de todos mis pensamientos y emociones. 

Dormí sólo un par de horas, antes del amanecer. Y para mi sorpresa, no soñé con Damien, soñé con Adam: me sonreía dulcemente y mi corazón se aceleraba cada vez que me miraba. Al despertar, recordar ese sueño me confundió.

Y el Domingo, finalmente llegó, opaco y gris. Y sin ninguna posibilidad de mejorar. Pues me había despertado descompuesto, igual que las mañanas anteriores. Me encerré en el cuarto de baño hasta que me sentí bastante recuperado. Y me sorprendí que después de casi una hora, mi sueño con Adam me siguiera dando vueltas en la cabeza. Hubiese mejorado la perspectiva de aquel día si no hubiese tenido la mala noticia de que Damien no regresaría ese próximo Lunes. Pero al saber que no vendría, una tristeza profunda me había invadido. Y tampoco podía fantasear con su regreso. No me había dado una fecha concreta.

Y, para colmo, me había pedido que no estuviera a solas con Adam. Adam me hubiese ayudado mucho a mejorar mi ánimo. Pero Damien me lo había pedido. Y yo había aceptado, aunque no se lo había dicho. Pero ni siquiera tuve tiempo de pensar una excusa para no estar a solas con él, ya que – según Maggie, quien apareció temprano por la casa- me dijo que Adam tenía un partido importante de fútbol soccer ese mismo día. Así que me invitó a pasar la tarde viéndolo desde las gradas. Y antes de que yo pudiera responderle, me contó que jack y Amber probablemente estarían con nosotros.

Apenas lo comenté con Alice, estuvo de acuerdo. Ella tenía una guardia corta después del almuerzo y quizá regresara muy tarde. Sin embargo, antes de irse, nos acercó con el automóvil a Maggie y a mí al pequeño estadio. Y me recordó, con una sonrisa, que no me olvidara de repasar- cuando regresase- para el examen de Historia.

¿¡Examen de Historia!? ¿Después de todo lo que había sucedido? Damien, el ritual, todo lo que Adam me había contado sobre los Oscuros y los Penitentes… (¿Cómo era que Adam sabía tanto sobre todo aquello?) Tenía la mente tan llena de todo eso que no me quedaba espacio para ningún examen. Sentí que todo lo que había estudiado se había esfumado.

Ya me veía a mí mismo, estudiando toda la noche. Repitiendo de memoria las fechas y los nombres de la independencia. Pero sabía que la imagen de Damien me seguiría a sol y a sombra.

Estuve todo el viaje pensando en él. Seguí a Maggie por las gradas y me senté cerca de Jack y Amber, en una parte donde el débil sol iluminaba de a ratos. Y Damien seguía en mi mente. ¡Y su voz! Aquella voz tan dulce y sensual. Me estaba derritiendo otra vez…

- ¡Mira! ¡Allí está!- gritó Maggie, dándome un codazo.

¿Qué? ¿Damien? ¿Dónde? ¿Sería que al final sí había podido ir? Busqué desesperado el lugar donde Maggie señalaba. Sentía que el corazón se me saldría del pecho. Y entonces lo vi. No era Damien. Era Adam, saludándonos con la mano. Y al verme, una sonrisa amplia y extremadamente dulce- igual a la de mi sueño- se le dibujó en el rostro.

-¡Es tan lindo!- suspiró Maggie a mi lado.

Y contrario a lo que pensé que sentiría: decepción, por no ser Damien quien me estuviera sonriendo, me sentí especial, animado, contento. Y de repente eso barrió con la tristeza. Volví a mirar a Adam. Él aún tenía sus ojos puestos en mí. Y seguía sonriendo. Y sentí algo en mi estómago. Y supe que no podía ser nada bueno.

¿Acaso Adam también había logrado traspasar las barreras que yo había levantado? Si eso era así, estaba en un muy grave problema…

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