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28

La boda se llevó a cabo una tarde de verano seis meses más tarde y, aunque Belén y Alexey hubiesen preferido una ceremonia íntima, no tardó en quedar claro que Aurora Lombardo no desperdiciaría la ocasión de celebrar por todo lo alto la unión de su única hija con el que, lejos de la imagen de ese ruso aterrador que se sentó a su mesa un día, ahora podía presumir como «el asesor de la Interpol para Nueva Roma que más capturas había ayudado a concretar en los últimos meses». ¡Toda una promesa!

La misa, sin importar la identidad religiosa de Alexey, de la que hasta entonces carecía formalmente, fue oficiada en la Catedral de Nusquam por el siempre atento padre Pablo, que en realidad era ahora el «obispo Pablo», pero no por ello había dejado de ser el consejero espiritual personal de Aurora.

Tras la ceremonia, el suntuoso festín se celebró en los salones del Club Hípico de Nusquam, del que Benjamín Lombardo I, hacía más de cien años, había sido miembro fundador. Decorado con una combinación de luces tenues, amarillas, y flores blancas, el lugar hacía gala de un ambiente íntimo, pero elegante.

La música flotaba suave en el aire, mientras los camareros circulaban con bandejas de champán, y los invitados brindaban por la felicidad de los novios.

—A Belén y Alexey les digo que he visto en primera línea el fuego que arde en sus corazones —dijo Rogelio Navarro, levantando su copa, antes de iniciar el banquete—, por lo que no tengo duda de que su amor será inquebrantable como los Montes Urales.

Los platos comenzaron a llegar: caviar, salmón ahumado, blinis, y otros tantos manjares rusos que Aurora Lombardo había encargado para deleite de su nuevo hijo consentido. La mesa de postres estaba repleta de tortas de miel, pastelillos de frambuesa y macarons. Alexey comenzaba a hacerse una idea sobre de dónde nacía la incansable pasión de Belén por la gastronomía internacional, y por atiborrarlo de comida.

Las luces disminuyeron en intensidad poco después, y las suaves notas de un tango precedieron a la pareja en la pista de baile. El deslumbrante vestido blanco de Belén, y sus detalles en encaje, aguardaban por Alexey, que, con una sonrisa en los labios, se acercaba embutido en un impecable traje negro a medida, hacia el centro del salón.

Se miraron cómplices y el mundo a su alrededor pareció desvanecerse detrás del lenguaje secreto del baile. La forma en la que él la guiaba, con movimientos fluidos, no era sino la prueba latente de su poderosa comunicación sin palabras. La mano izquierda de Alexey estaba poco después en la espalda baja de Belén, y la de ella en su hombro.

Un paso adelante del ruso, y otro de Bel hacia atrás, en perfecta sincronía. Dos más adelante y dos atrás después, la conexión era palpable. Belén giró elegante a la derecha y Alexey, sin perder el contacto visual, la atrapó en un abrazo firme y la elevó con un giro propio; ambos dejándose llevar por la música, entrelazando las piernas; cada paso una promesa, un compromiso sellado de giros y abrazos.

Los movimientos escalaron cada vez más atrevidos. Corte y quebrada, barrida, medialuna, más apasionados ante un público absorto que contenía el aliento viéndolos fundirse en una sola entidad.

El clímax del baile llegó con sus frentes tocándose y sus respiraciones entrelazadas. El último acorde resonó en el salón y la sala estalló en aplausos. Nadie habría creído que, apenas tres meses atrás, ninguno de los dos hubiese sabido ejecutar un solo paso siquiera.

—Este es el inicio de nuestro eterno baile juntos —le susurró Alexey, más ruso que nunca, sobre los labios, y cerró la distancia con un beso.

—¡Yo también quiero bailar! —chilló entonces Mila, que irrumpió en la pista minutos después, usando un trajecito bordado de broderie y un listón en el pelo que le escogió la abuela, y los tomó de las manos dando brincos de alegría.

Ya entrada la noche, los cuerpos agitados danzaban al ritmo de la música sobre la pista de baile, en tanto el licor circulaba en abundancia.

—Salgamos de aquí, antes de que mi madre insista en otra cesión de fotos con alguna prima segunda, nieta de la tercera hermana de mi bisabuelo —dijo Belén, un poco ebria, al oído de su esposo, y este la asió firme por la cintura para evitar que tambalease en su camino de huida.

—¿Te he dicho que no sabes beber vodka, devushka? —preguntó después juguetón a su oído y la besó ligero.

—¡Siempre! —confirmó ella y rio sobre su boca—, pero hay otras cosas que sí sé hacer bastante bien, y que tengo muchas ganas de mostrarte, amigo ruso —aseguró.

Él levantó una ceja interesada, alzó a Belén en brazos y dio la vuelta de camino a la salida trasera; con tan mala suerte, que un camarero distraído no captó el movimiento y terminó por estrellarse contra el novio, que vio su chaqueta manchada con la champaña de la bandeja que el incauto traía.

—¡Lo lamento!, ¡lo lamento mucho! —se disculpaba el garzón afligido, mientras pretendía inútilmente subsanar su falta absorbiendo el líquido del traje de Alexey con un paño blanco que obtuvo de su cintura—. ¡Mira si eres torpe! —se dijo frustrado—. De entre todos los presentes, venir a arruinarle el traje justo al novio. ¡Ahora sí que, otra vez, te van a despedir!

—¡Está bien!, ¡no es para tanto! —aseguró Alexey como consuelo, puso con cuidado los pies de Belén sobre el piso y tomó distancia del mozo—. Ya nos íbamos, de cualquier forma —dijo, pero algo en el sujeto llamó su atención—. ¿Pedro? —interrogó entonces dudoso—. ¿Pedro Ventura?

Sin duda era él, aunque se lo veía muy diferente sin sus trajes caros, su expresión adusta y su café de «Aromas del mundo». El aludido levantó la mirada y fue como si el mismísimo Diablo se le presentase en persona.

—¿Zv?...¿Zve?...¿Zverev? —inquirió tembloroso.

Ahora sí recordaba su nombre.

—¡Ventura! ——intervino Belén y se tapó la boca con una mano para ocultar su diversión—. ¡¿Este es el idiota del banco?!

Pedro, visiblemente incómodo, se irguió en su lugar.

—¡Discúlpala!, se ha pasado de copas —soltó Alexey, disfrutando por dentro del momento, pero solemne a la vista, y tomó la mano de Bel—. Veo que te decidiste por un «cambio de rubro» —observó con una ceja en alto.

—¡Eso! —siguió Belén en lo suyo con un gesto suspicaz—, o es que una vez que te fuiste ya no tuvo quién le haga el trabajo, y en el banco se dieron cuenta de que es un inepto —sugirió para Alexey con un hipido.

Devushka! —intervino el ruso, miró serio a Belén y ajustó su mano en la propia.

—¡Es la verdad! —lo interrumpió entonces Pedro—. Fui un idiota contigo, Zverev. Me aproveché de que necesitabas el trabajo, de que no tenías las credenciales, y, en lugar de aprender de ti, de prepararme, me dormí en mis laureles y me dediqué a explotarte.

»¡Claro! No me di cuenta de que lo que hacía podía reventarme en la cara, hasta que me vi endeudado hasta las orejas, aceptando cualquier tipo de trabajo por necesidad, y con mi propio «inepto» aprovechándose de mí.

»¿Aceptarías una disculpa? —terminó extendiendo una mano para Alexey.

Zverev se lo pensó un segundo. ¿Qué habría hecho Sokol con aquel hombre? No quiso ni imaginarlo. Después de todo, él mismo había sido perdonado por actos mucho más reprochables, y ahí estaba, gozando de su segunda oportunidad, de su vida.

¿Con qué autoridad moral podría negarle un apretón de mano a Ventura?

—¿Disculpa?, da! —dijo y correspondió—. ¡Sin rencores!

—¡«Vendula»! —se oyó entonces una voz áspera desde el otro lado de la puerta de servicio—. ¡Necesitamos más copas limpias!

Ventura bajó la mirada, rio de lado y negó quedo.

—Tengo que irme —dijo.

Alexey asintió en silencio.

—¡Karma! —le susurró Belén, poco discreta, al oído. ¿Desde cuándo creía ella en esas cosas?—. ¡Mira! —soltó después para Pedro—, Lyosha y yo estamos por irnos de luna de miel a las Maldivas —explicó ilusionada—, pero mi nombre es Belén Lombardo; búscame en Protek Global, ¿el consorcio de seguridad?, en unas tres semanas, estoy segura de que encontraremos algo para ti.

El orgullo henchió entonces el pecho del ruso. Si había algo que quería aprender cada día más de su ahora esposa, era esa enorme capacidad para «hacer el bien sin mirar a quién»; como lo hizo en su caso, antes de que su increíble historia de amor diese inicio. Aquella era solo una de las muchas razones que tenía para amarla, y admirarla como ser humano.

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