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26

Ciudad de Nusquam, capital de Nueva Roma, dos meses después.

Bel estaba aparcada afuera del cementerio. Las manos le temblaban aferradas al volante, no creía tener el valor para enfrentar el momento que se acercaba.

Todo había sido tan rápido y duro en los últimos meses que apenas y pudo procesarlo. La convulsión de Alexey en el helicóptero tras su segunda resucitación, el coma profundo en el que cayó después de la cirugía, las horribles proyecciones de los médicos, el llanto de Mila, el miedo, el dolor. ¡Estaba agotada!

Sacudió la cabeza para despabilarse y abrió la guantera. La carta de su padre, que su madre no había encontrado mejor momento para entregarle que en el Hospital mientras el ruso agonizaba, justo cuando Bel tenía la guardia más baja, estaba todavía ahí sin abrir, y procrastinar leyéndola se le hacía más fácil que enfrentar la realidad que la esperaba del otro lado del portón, en donde parte de su familia aguardaba para brindarle consuelo.

Dudó un segundo, pero finalmente rasgó el papel del sobre sellado y desdobló la hoja que se dejó ver poblada de la caligrafía familiar, aunque venida a menos por la enfermedad y la pena.

«Amada hija:

Soy consciente de que no querrás leer esta carta. No te culpo, yo tampoco querría viniendo de un padre como el que he sido contigo, pero también sé que, tarde o temprano, terminarás por hacerlo, porque eres noble, aunque intentes fingir lo contrario». —Comenzaba la misiva.

Bel tragó grueso y rio amarga, ¿sería capaz de perdonar a su padre alguna vez?, ¿podría perdonarse ella siquiera?; tenía sus dudas al respecto.

«Ser padre no es fácil, quizá lo descubras algún día. Uno quiere lo mejor para sus hijos, los ama profundamente, pero, al igual que ellos, está aprendiendo también y no está exento de cometer errores, algunos más grandes que otros, como los míos.

No me excuso, ¿cómo sería eso posible? Fue un error imperdonable culparte por la muerte fortuita de tu pobre hermana, uno que me llevaré a la tumba cuando este trance llegue a su fin. Sin embargo, tú no tienes por qué cargar con ese peso por el resto de tus días. No mataste a Nicol, Belén, fui yo quien lo hizo. La maté con mi presión constante, con mi perfeccionismo y mi paternidad fallida, y enmascaré la culpa, y el dolor, acusándote y empujándote a ir a una guerra que no era tuya. Te pido perdón por eso, aunque sé que no soy digno» —seguía.

Bel enjugó una lágrima que rodó por su rostro, esnifó y sonrió evocadora. Su padre, ese que escribió esa carta, el que la cuidó de niña y le enseñó a conducir a los doce, le hacía tanta falta ahora.

«Estoy orgulloso de ti, siempre lo he estado, aunque nunca lo haya dicho. Eres una mujer íntegra, Belén, una dispuesta a seguir a su corazón y a ayudar al prójimo por encima de sus propios intereses, ojalá yo hubiese sido solo un poco como tú alguna vez.

Sé que no quieres hablar de Protek Global y tampoco te culpo por eso, fui yo quien convirtió su legado en una carga después de todo. Solo quisiera que considerases que tu madre ya no es tan joven como antes, y que mi pérdida la dejará devastada.

Estarás a cargo de la empresa en algún punto lo quieras o no, y quiero darte carta blanca para que hagas con ella lo que te plazca. No es más que dinero, y el dinero poco importa si no se actúa con amor. Lástima que tuviese que llegar hasta aquí para entenderlo.

Úsalo, Bel, usa el dinero que te lego para ser feliz, pero no lo conviertas en tu felicidad, ni en tu aliciente de vida como yo hice. Úsalo para amar en abundancia, para dar y compartir con regocijo, para hacer el bien y no la guerra.

Vive, hija. Vive y disfruta cada segundo como si fuera el último. Algunas veces, cuando menos lo esperamos, resulta que lo es; pero sobre todo ama. Ama incondicionalmente, sin esperar nada a cambio y, si puedes, perdóname. No por mí, que ya tengo mi propio peso que cargar, sino por ti; una vida libre de rencor es más vivible, más disfrutable, más ligera.

Te amo, lo hago con toda la fuerza de este corazón que se apaga, y lo seguiré haciendo en la otra vida, si es que existe. Te perdono también por cualquier cosa que consideres deba perdonarte, no se me ocurre ninguna, pero te conozco, y sé bien que comenzarás a buscar culpas tan pronto como puedas. No lo hagas, te lo ruego, has sido siempre una buena hija.

Ya no te entretengo más. La vida es corta y no vale la pena vivirla leyendo cartas de los muertos, así que enjuga las lágrimas que sé que estás derramando ahora y ve a comerte al mundo como mejor te parezca, yo te estaré aplaudiendo desde arriba, o desde abajo.

Con cariño,

Tu padre».

Bel rio triste otra vez y se enjugó el llanto. Era de locos la forma en que su padre la conocía, incluso estando ya muerto. Un golpe seco en el techo del coche la sacó de un respingo de su cavilación y la obligó a bajar el cristal.

—Ya es hora —dijo la voz rusa de Alexey colándose por la ventanilla, y una sonrisa franca iluminó sus ojos azules. Traía a Mila de la Mano y se apoyaba con la otra en el bastón que todavía debería usar por un tiempo—. Compramos flores para Niki —advirtió, y la pequeña mostró orgullosa el ramo de rosas blancas que llevaba para su tía Nicol, a quien nunca conoció, pero aprendió a amar a través de los relatos.

Era la primera vez que Belén visitaba la tumba de su hermana en el mausoleo familiar.

—¿Alcanzarán también para mi padre? —preguntó mientras doblaba la carta entre los dedos y volvía a meterla en la guantera.

—Es muy seguro —consideró Alexey satisfecho, abriendo la puerta del piloto para que Belén bajase.

Caminaron despacio por el camposanto, uno al lado del otro, tomados de la mano, en tanto Mila correteaba como una mariposa aleteando entre las flores.

Era reconfortante estar otra vez los tres solos luego de un par de semanas de comparecencias agotadoras, que terminaron por sepultar a la Pauk con detenciones en masa y más de una sorpresa sobre sus muy inesperados implicados que asombraron al mundo de la peor forma.

El imperio de Vladimir Novikov había caído y, ahora, sabían que Alexey recibiría todos los beneficios del trato, incluida una interesante oferta para trabajar como asesor para la Interpol en Nueva Roma, que el ruso decidió pensarse con cuidado.

Una edificación blanca con la inscripción «Lombardo» sobre el umbral se les plantó por delante poco después y Bel se estremeció con solo mirarla. Sabía que visitar la tumba de Nicol, que enfrentar su muerte por primera vez después de tantos años de negación, dolor y culpa, era lo que necesitaba para tener un cierre y continuar con su vida, o empezar a vivirla; su terapeuta se lo había sugerido desde hacía mucho, pero siempre tuvo miedo.

Miró a Alexey, ajustó su mano antes de entrar y se aferró a ella como un recordatorio de todo lo bueno que, esperaba, les deparase el destino junto a Mila después de tanto dolor. El ruso le regaló una venia y una mirada de soporte.

—¡Hagámoslo de una maldita vez! —dijo Belén y tragó saliva.

«Nicol Lombardo», rezaba la inscripción rodeada de las más hermosas flores frescas que Aurora se encargaba de cambiar cada semana. «Amada hija, hermana y amiga».

Bel no podía creer que todo cuanto quedaba de su cómplice de infancia estaba archivado detrás de esa lápida.

—Si mi abuela estuviese viva, te diría que ella no está ahí, sino contigo, todo el tiempo —dijo Alexey y le rodeó los hombros con un brazo.

—¿Qué piensas tú? —quiso saber Belén y volteó a mirarlo intrigada.

Nunca habían hablado de esas cosas.

—No tengo idea —soltó el ruso y se encogió de hombros restándole importancia—, solo sé que mientras estuve en coma, soñé con un jardín junto a un rio, después viniste tú, brillabas como una luciérnaga, te veías más joven —se burló con media sonrisa—; me samaqueaste por los hombros y me gritaste «¡despierta!» a la cara, fue cuando volví.

Belén rio de lado y una chispa de entendimiento brilló en sus ojos.

«¡Despierta!» era justo lo que Nicol le había gritado a la cara la noche del accidente salvándola de morir. Lo mismo que rezaba la inscripción en la espalda de la camiseta de Alexey más tarde esa madrugada.

—Creo que esa no era yo, amigo ruso —dijo.

Quizá la abuela Zvereva tenía razón y su hermana sí estaba con ella después de todo; tal vez su padre también, eso quería pensar.

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