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25

Tal y como lo calculó, Alexey fue a dar a través del ducto al área abandonada de estacionamiento en la parte posterior del edificio, en la que se encontraba también el viejo helipuerto. En él, un hermoso ACH145 negro rompía con el paisaje post apocalíptico que lo rodeaba. Sin duda la última carta de Novikov para no hundirse con el barco.

Si había una forma rápida y segura de ubicar al pakhan para acabar con él en un momento de crisis esta era paradójicamente simple, aguardarlo cerca de su helicóptero.

Revisó su pierna; el daño era peor de lo que pensaba, con un orificio de entrada arriba de los gemelos y otro de salida que marcaba el trayecto de la bala, obligándolo a cojear y provocando un sangrado constante.

Tomó la bufanda de Sergei y la ató firme sobre la herida para intentar contenerla, nada más podía hacer, no hasta que su trabajo estuviese terminado. La cabeza le daba vueltas y las manos le temblaban. ¡Maldita droga!, seguía pasándole factura, pero aquello no impediría que pusiese a salvo a su familia.

—¡Ahora somos solo tú y yo, Sokol! —soltó la voz rasposa de Boris Kozlov en ruso desde su espalda. El Halcón se dio vuelta y ajustó una mano en la empuñadura de su pistola—. ¡Terminemos con esto de una vez!

La luz de la luna se reflejaba en la superficie brillante de la media máscara que ocultaba el rostro deforme de Kozlov y el azul de su ojo refulgía.

Comenzaba a llover.

Alexey vio de frente a su retador que, dictando las reglas del encuentro, puso la pistola en el piso para blandir un cuchillo en su lugar. El Halcón sabía que el duelo no sería parejo. Él estaba recuperándose de un coma inducido por un narcótico potente, y tenía una pantorrilla perforada, mientras Boris ostentaba solo un raspón de bala en el hombro.

Lo más fácil habría sido desenfundar y disparar a traición, deshacerse del problema, quizá también lo más inteligente; pero sabía tan bien como Kozlov que no lo haría, su honor estaba de por medio. Así que deslizó el arma lejos por el piso y blandió su propio cuchillo.

Maestro y pupilo se mantuvieron en silencio unos segundos después, estudiándose, analizando sus movimientos como parados ante un espejo. Conocedores de sus capacidades y falencias, aguardaban la oportunidad para atacar. Fue Boris quien dio el primer paso. Avanzando, balanceó el cuchillo con media sonrisa siniestra, en tanto Alexey se preparaba para recibirlo barajando posibilidades, y ajustando corajudo el cuchillo en la mano.

La lluvia recrudecía a cada instante haciendo del viejo concreto una trampa resbaladiza y peligrosa.

Kozlov arremetió contra Alexey, pero el Halcón era ágil, a pesar de sus circunstancias, y bloqueó el ataque con el filo de su arma. Las hojas de metal chocando llenaron con su estruendo el ambiente y determinaron con chispas el inicio de aquél encuentro titánico.

Belén regresaba de poner a Mila a buen recaudo. Veinte minutos en total había durado su ausencia. Minutos de angustia, de saber solo a quien amaba y a merced de aquellos que querían destruirlo. Las entradas del complejo abandonado estaban custodiadas ahora por personal de Protek Global y la policía se organizaba para irrumpir en cualquier momento en busca de Novikov.

Daban casi las tres de la mañana, pero todavía algunos rezagos del cuerpo de seguridad del pakhan se encontraban adentro en pie de lucha. Eran gente recia, acostumbrada a no rendirse y dispuesta a dar la vida por su líder. Todavía el lugar olía a pólvora y a muerte.

Bel corrió al interior del edificio. Necesitaba ubicar a Alexey y sacarlo de ahí, de preferencia antes de que la policía ingresase y ella y su gente ya no tuviesen el control de la situación.

—¡¿Bel?! —dijo la voz de Alfonso en su oído—. ¿Dónde estás?

—Me dirijo hacia los sótanos, estoy a unos metros del ascensor. ¿Tienes algo de Alexey? —inquirió ella sin detenerse.

—¡Está en problemas! —aseguró Alfonso con la urgencia tintineándole en la garganta—. ¡No bajes! Dirígete a la parte este del edificio, en el viejo estacionamiento que usaban como vertedero de chatarra. Tengo un equipo de tres en camino, pero tú estás más cerca. ¡Date prisa!, no le queda mucho tiempo.

Belén flaqueó permitiéndose canalizar sus emociones, «no le queda mucho tiempo» era un vaticinio que no estaba dispuesta a aceptar. Afiló la mirada tratando de establecer la ruta más directa hasta su objetivo, ajustó el paso y corrigió el rumbo.

—¡¿Cuántos?! —preguntó ya de camino y verificó el cargador de su pistola.

—Solo uno —respondió Alfonso—, pero es Boris Kozlov, y Alexey está herido, se debilita rápidamente —aclaró.

¡Maldita sea! Kozlov era un puto hueso duro de roer. Debía apresurarse o nunca se perdonaría si algo llegase a pasarle a Alexey estando ella tan cerca, si no pudiese cumplirle a Mila la promesa que le hizo de reunirla con su padre.

—¡Voy en camino! —confirmó.

Alexey arremetió contra Kozlov con el puño en el hombro lastimado y lo obligó a retroceder, le dio después en el pómulo desnudo con el mango del cuchillo. Boris se sacudió y le devolvió un codazo en la quijada para, acto seguido, tentar cortarlo en el pecho, pero el Halcón usó los músculos del vientre y esquivó el filo, rodeó a Boris por la espalda y le rebanó una oreja, que cayó en rojo sobre el concreto mojado.

—¡No somos enemigos! —tentó en ruso Sokol—. ¡Mi asunto es con el viejo!

Kozlov dibujó media sonrisa amarga.

—¡¿Y es así como tratas a tus amigos?! —reprochó y señaló el acrílico en su rostro.

Alexey negó obstinado, pero no bajó la guardia.

—¡Es daño colateral! —alegó—. ¡Protegía a mi hija!, ¡tú sabes cómo funcionan estas cosas!

El agraviado lo vio con desprecio y verificó la zona herida.

—¡No somos amigos! —aseveró

Ahora también había perdido una oreja cortesía de Sokol.

—¡¿Qué hay de Martha?! —insistió el Halcón obstinado, procurando ganar tiempo—. ¿Fuiste tú quien la torturó? ¡¿Le diste el tiro de gracia?! ¡Yo sé bien cuánto la amabas!

Kozlov ahogó un gemido de dolor y su medio rostro reflejó un profundo quebranto. Así era, había amado a Martha más que a nadie en la vida, hasta que la maldita se alejó de él y huyó rumbo a Nueva Roma. El recuerdo pareció armarlo de odio entonces.

—¡Martha traicionó a la Pauk! —bramó enardecido en su lengua madre y se lanzó a atacar al Halcón—, ¡Después tú la metiste en tu cama!

Sokol se hizo a un lado ágilmente, aprovechó el impulso del otro y lo bloqueó con un brazo en la garganta. Boris cayó al piso tosiendo. Alexey lo tomó por el pelo y le levantó la cabeza exponiéndole el cuello para degollarlo.

—¡La Pauk está muerta! —aseguró soberbio—, ¡igual que Martha! —pero mientras acercaba el filo a la yugular, Kozlov le regresó el favor incrustándole los dedos en el orificio de la herida en la pierna, lo que lo obligó a soltar el cuchillo en medio de un grito sordo.

Boris se impulsó hacia arriba, entonces, y le enterró a Sokol el filo del propio en la parte lateral izquierda de la espalda. El dolor punzante atravesó a Alexey, que por un momento se creyó acabado, pero sus fuerzas volvieron tras pensar en Mila, y una ráfaga de golpes certeros se desató sobre el abdomen de Kozlov, obligándolo a retroceder.

Había una cadena entre la chatarra, el Halcón logró alcanzarla, se armó con ella y, aprovechando que su enemigo todavía no se recuperaba, se la enrolló en el cuello y tiró.

El movimiento reflejo de las manos de Kozlov hasta la cadena lo obligó a soltar el cuchillo. En tanto Sokol ajustaba recio desde atrás, algunos vasos sanguíneos comenzaban a teñirle a Boris la esclerótica en rojo, pero la fuerza de este último, a diferencia de la de Alexey, estaba intacta. Logró librarse inclinándose, usando el peso de su oponente para catapultarlo por encima de la espalda y dejarlo boca arriba sobre el concreto.

El impacto dejó al Halcón aturdido, pero no lo suficiente como para no percatarse de que Kozlov, cuchillo en mano otra vez, se acercaba para atestar el golpe final. Atinó entonces a barrerlo con la pierna sana, haciéndolo caer, y aprovechando la distracción para volver a atacarlo.

Los dos hombres luchaban ahora por encima del piso, rodando y forcejeando en una pugna de poder. A pesar de sus heridas, y del efecto de la droga que se disipaba, Alexey arremetía dignamente, pero Boris era implacable y, en un momento de dominio, se posicionó sobre él y casi le asestó una puñalada en el ojo, que Sokol apenas pudo bloquear deteniéndole el antebrazo con la cadena.

Las fuerzas del Halcón flaqueaban, los bíceps le temblaban y el esfuerzo se dibujaba en los músculos de su rostro y su cuello, mientras retenía con ahínco la única barrera física entre él y la muerte. Le faltaba poco para ceder, era cuestión de segundos antes de darse por vencido.

¿Pero de qué otra forma sería? Todo cuanto había hecho a lo largo de sus años lo había conducido hasta ese momento, hasta una muerte violenta a manos de un hombre igual que él. Pensó en rezar, como su abuela le había enseñado cuando era pequeño, solo por si acaso Dios sí existía, pero, incluso si así fuere, ¿qué clase de dios justo atendería a las plegarias de un asesino?

Estaba a punto de rendirse cuando el disparo sonó y rompió el silencio antes solo interrumpido por los gemidos en la pugna y por la lluvia cayendo. Una bala entró por la sien de Kozlov desde su flanco derecho y proyectó el acrílico de la máscara revelando al fin la monstruosa deformidad de su rostro, mientras su cuerpo, ya sin vida, se deshuesaba sobre Alexey con la mirada en suspenso eterno.

—Te dije que volvería por ti —dijo la voz de Belén desde algún punto a su izquierda.

El ruso sonrió aliviado, agradecido finalmente por la inconmensurable obstinación de su compañera, y se tomó un segundo para respirar. Empujó hacia un lado el cadáver de Kozlov, recogió su pistola, la enfundó y se dispuso a ir al encuentro de Belén, pero para cuando consiguió contacto visual, ella ya estaba desarmada, encañonada desde atrás por Novikov, y con las manos en alto.

—¡Mira hasta dónde has llegado, Sokol! —serpenteó el viejo en un ruso amargo y presionó el cañón contra la sien de Bel, que buscó los ojos de Alexey para intentar transmitirle calma—. Hiciste que esta puta neoromana me engañara, porque fue idea tuya, ¿verdad?, ¡puedo ver tu mano en esa traición también!

»¡Ahora ella será mi seguro para salir de aquí!

—¡Tu problema es conmigo, Vladimir! —argumentó el Halcón en el mismo idioma, desenfundó y puso al pakhan en la mira—. ¡Libérala!

—¡¿Liberarla?! —soltó el sexagenario con sorna—. ¡Voy a volarle los sesos, solo por el placer de verla morir, como hice con Svetlana! —confesó orgulloso. Alexey rugió en respuesta y dio un respingo, pero se contuvo—. La fornicaría un rato primero, si las circunstancias fueran diferentes, parece una fruta sabrosa —aludió con morbo y lamió el cuello de Belén, que no entendió lo que decía, pero lo dedujo por el asco que le provocó, y por la expresión en el rostro de Zverev—. Lamentablemente, ahora tengo prisa.

Sokol tragó grueso, reafirmó el arma en su mano y cerró un ojo para verificar el ángulo.

—¡Sabes que no durarás dos segundos después de disparar, maldito! —amenazó con Novikov en la mira—. Los años pesan, ¡ya no eres el mismo de antes!

El mayor afianzó el arma en la cabeza de Belén.

—¡Tal vez! —afirmó con los dientes apretados—, pero los dos somos zorros viejos, muchacho, habrá que ver qué pasa —tentó rastrero—. ¡Te amé como a mi propia sangre, y mira cómo me pagaste!

El desprecio se filtró por los ojos del Halcón.

—¡¡Svetlana era tu sangre!! —bramó sacudido por la ira. Sabía que Novikov pretendía desestabilizarlo, que aquella era la forma en que el viejo trabajaba, pero era difícil mantenerse en control—. ¡Vas a morir esta noche!

—¡Adelante, hijo, dispara! —escupió el viejo y ajustó el grado de inclinación del cañón en la cabeza de Bel, que ya cerraba un ojo a la espera del disparo—. El punto aquí es que yo no tengo nada que perder, ¿y tú?, ¿Sokol?

—¡Muy bien! ¡Demasiada testosterona, señores! —intervino entonces ella, que no entendía un carajo de lo que los dos hablaban, y fijó la vista sobre los ojos implacables de Alexey.

—¡Cierra la boca, puta! —la amenazó Novikov de regreso al español.

—¡Lo haré! ¡Lo haré! —rebatió ella—, pero estás en un entrampamiento aquí, amigo. Tendrás que elegir si quieres vivir o prefieres matarme; ¡no puedes tener las dos cosas! Deja ir al viejo, Lyosha —dijo después para Alexey—. Sabes que es mi única oportunidad; y tal vez todavía podamos dar ese «paseo por Johannesburgo» del que hablamos esa noche, ¿recuerdas? —soltó, y el entendimiento afiló los ojos de Sokol.

Lo siguiente ocurrió en apenas un fragmento de segundo. Belén, tal y como aquella noche en Johannesburgo junto a Nicol, hacía ya casi quince años, se impulsó hacia la izquierda desequilibrando al viejo, en tanto Alexey dejaba escapar un disparo, que pasó a milímetros de la cabeza de Bel, antes de enterrársele al pakhan entre los ojos. Su hermana seguía salvándola, incluso desde ultratumba.

Un tiro reflejo salió del arma de Novikov mientras caía y fue a dar al fuselaje del helicóptero, justo a la altura del tanque, provocando una explosión violenta de la que el ruso intentó proteger a Belén, lanzándola hacia atrás y cubriéndola con su cuerpo.

—¡¿Estás bien?! —se apuró Zverev a preguntar tras el estallido, mientras intentaba enfocar a su pareja con la vista nublada por el impacto y un pitillo insistente en los tímpanos. Lleno de esquirlas, y con una pierna renga, se levantó a duras penas del piso y se acercó hasta ella, que yacía a algunos metros y ya se incorporaba. El cuerpo de Novikov permanecía inerte en el piso, con la mirada fija en el cielo que la madrugada, como si celebrase que el pakhan había muerto, comenzaba a despejar—. ¡¿Estás herida?! —preguntó angustiado y comenzó a verificarla.

—¡Estoy bien! —aseguró Belén y se dejó hacer entre los brazos del ruso, que unió sus frentes, le acarició la espalda y buscó su boca en un beso intenso que ella recibió extasiada—. ¡Se terminó! —susurró sobre los labios ajenos, rio ancho y le devolvió el beso.

—¡¡Se termino!! —repitió Alexey con voz trémula, no podía creer que la pesadilla hubiese acabado.

—¡Bel! —intervino entonces Alfonso desde el audífono y rompió el encanto—. Lamento arruinar el momento, pero las pulsaciones de Alexey descienden peligrosamente, lo mismo que su presión sanguínea, ¡no sé cómo sigue de pie! La ambulancia aérea va en camino.

La expresión de Bel mutó intempestiva a una de zozobra, justo en el momento en que las rodillas de Zverev se doblaron y una fina capa de sudor frio comenzó a perlar su frente.

—¡¿Tienes alguna lesión seria?! —inquirió Belén con alarma sobre los ojos azules, y tuvo que reafirmar su agarre cuando el ruso se tambaleó, hasta que era ella todo cuanto separaba a Alexey del piso—. ¡¡¿Lyosha?!!

Zverev boqueó en busca de aire y se aferró a un brazo de Belén como a una tabla en el mar.

—Estoy bien —mintió para tranquilizarla.

Bel comenzó a palparle el torso con la mano libre en busca de algo que le diera luz sobre su estado. La herida en la pierna parecía controlada, las esquirlas eran profundas, pero no representaban riesgo de vida. Sin embargo, a la altura del riñón, en donde Kozlov había enterrado el cuchillo durante el forcejeo, había una humedad creciente que tiñó su mano de escarlata por encima de la mascarada que era la tela azul oscuro de la camisa.

—¡Te estás desangrando, ruso idiota!, ¿acaso no lo notaste? —se lamentó.

—Estoy bien —repitió el otro bajo, en tanto su peso terminaba de ceder hasta el piso. Lombardo menguó el descenso con su agarre y lo tendió despacio sobre el concreto mojado. Alexey tenía los labios pálidos y la mirada perdida. Bel había visto esa misma expresión en el rostro de Nicol antes de morir—. Mila y tú están a salvo... solo eso importa. —Rio débil.

—¡Tienes que detener el sangrado!, los refuerzos casi llegan hasta tu posición —interrumpió Alfonso.

Belén ladeó el cuerpo agónico y le levantó la camisa exponiendo el corte profundo.

—¡Mierda! —gimió y comenzó a rebuscar en su mochila hasta dar con un soplete compacto que sostuvo en una de sus manos temblorosas, en tanto se hizo con el cuchillo táctico en la otra y comenzó a calentarlo—. Aguanta, hombre, ¡por favor! —suplicó, y su voz se quebró en el proceso—. ¡Esto va a doler como el Infierno! —advirtió después y presionó firme el metal al rojo vivo sobre la herida para cauterizarla.

Alexey gimió alto en lo que parecieron fuerzas de flaqueza y se aferró a la pierna de Belén para sobrellevar el martirio.

—Es en vano, devushka, estoy muriendo —dijo, tan débil que Bel, mientras le rodeaba el torso con una venda para asegurar la herida, apenas pudo escucharlo—. Sabes que te amo, ¿verdad?

—¡No te atrevas a hacer esto! —rebatió ella obnubilada—. ¡¡No te despidas!!

Las lágrimas rodaban copiosas por las mejillas de Belén ahora.

—Necesito que sepas que Mila y tú fuero lo mejor de mi vida —aclaró el moribundo y buscó sus ojos—. No me arrepiento de haber venido aquí. Esta es mi redención —se regocijó.

—¡No!, ¡no!, ¡maldito idiota! —se negó Lombardo necia y remeció un poco a Alexey por las solapas—. ¡No vas a morir hoy!, ¡¿entiendes?! ¡No vas a dejarnos solas!

—Te oí cuando me hablaste en la celda, cuando sacabas a Mila, solo por eso logré incorporarme —confesó el ruso, con una sonrisa floja, y puso una mano sobre una mejilla de Belén—. ¡Gracias! Está bien, todo está bien... solo dile a mi hija que la amo. —Cerró los ojos después, como sumido en un sueño profundo.

Belén, impotente y amarga, bramó al cielo.

El helicóptero de rescate tocaba tierra para entonces. Dos enfermeros, bajo la supervisión de una médica de guerra, se encargaron de ajustar el cuerpo del ruso a una camilla tras arrancarlo de los brazos de Lombardo.

—¡No tengo pulso! —gritó la mujer y, mientras Alexey rodaba sobre el concreto, se encaramó en él iniciando las maniobras de resucitación—. ¡Prepara una unidad de sangre!

Todo era muy irreal, como un nuevo terror nocturno que Bel veía nublado por las lágrimas.

—¿Nos acompaña, sargento Lombardo? —dijo uno de los enfermeros en algún punto y la invitó a montarse en el helicóptero.

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