Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

22

Tres imponentes Toyota Land Cruiser, de un negro profundo y lunas oscuras, se deslizaron silenciosas por las calles húmedas de Nusquam esa noche rumbo al punto de intercambio. Dos de ellas transportaban a los ocho miembros del equipo de seguridad de Belén, preparados para intervenir si la situación se descontrolaba. La tercera la llevaba a ella. A sus lados, sus dos guardaespaldas personales, asignados por primera vez a su custodia, vigilaban atentos cada movimiento.

Entre tanto en el maletero, oculto de la vista, pero crucial para la misión, Alexey, de acuerdo con su propio plan, yacía esposado, descalzo y en pijama, pero armado con el rastreador subcutáneo que, tras su entrega, llevaría a Belén y su equipo hasta la ubicación exacta en donde el pakhan se ocultaba.

Novikov y su gente estaban junto al cadáver de lo que un día fue una montaña rusa para cuando llegaron. Él, blindado en sus flancos por tres de sus matones, Boris Kozlov uno de ellos, y con una sonrisa ladina, recostaba su cuerpo enfundado en un traje negro sobre el capó de un BMW i7 color plata. Una Porsche Cayenne azul oscuro, con una ventanilla a medio bajar, albergaba a Aurora Lombardo en el asiento trasero, y a otros tres individuos a su alrededor. Novikov y seis más, tal y como Alexey lo había considerado.

Belén bajó de la camioneta vistiendo un traje ejecutivo completo en gris oscuro, avanzó unos pasos para ponerse a la vista de los presentes y seis de los miembros de su equipo de seguridad se acomodaron a su espalda y en sus flancos laterales de forma estratégica.

El pakhan avanzó unos pasos confiados hasta la Cayenne, Kozlov y otro más lo siguieron, dio un par de golpes secos en el techo y la ventanilla, que hasta entonces dejaba ver medio rostro de su rehén, terminó de bajar por completo.

—¡Ahí está su hija, señora Lombardo! —soltó con falso entusiasmo y señaló a Belén. Había frialdad y soberbia en su mirada—. ¿Tienes algo para mí, muchacha? —agregó desafiante.

Bel miró a su madre tratando de transmitirle algo de calma que en verdad no poseía, pero que, dado su entrenamiento, aparentaba a la perfección. Aurora estaba encañonada en la sien con una Beretta cortesía del matón a su izquierda y, con el pánico retratado en los ojos y el llanto contenido, se limitó a asentir.

—¡Tráiganlo! —rugió Lombardo para su gente sin separar la vista de su madre. Los cuatro elementos restantes de su equipo apuraron sus pasos hasta la Land Cruiser al centro de la caravana que, antes de ser tocada siquiera, se remeció contundente tras la protesta muda de la fiera enjaulada en su maletero—. Puede que no esté de buen humor —advirtió Belén después para Novikov con un gesto adusto en la faz—. Estaba dormido cuando lo inmovilizamos.

El pakhan asintió complacido y esbozó una sonrisa torcida.

—Comprendo —respondió conciso—. Podgotov'te dozu! —escupió después para su gente y Kozlov extrajo un neceser pequeño de cuero negro del bolsillo interior de su abrigo.

«¡¿Qué carajos?!», pensó Belén alarmada, pero no permitió que la angustia se transmitiese a su expresión.

El primero de los cuatro abrió el maletero al fin y, tras asomarse, recibió una patada recia en la mandíbula que lo tambaleó y lo obligó a retroceder. Los otros tres se apuraron a sujetar al cautivo, pero el Halcón, incluso con las manos esposadas en la espalda, se las arregló para propinarle a uno un cabezazo en la nariz, que lo dejó temporalmente fuera de servicio, y un par de golpes de hombro lo ayudaron a deshacerse de los otros dos.

Una vez libre, se encaminó como una bestia desbocada, con las venas del cuello marcadas por debajo de la piel, un bramido furibundo emergiendo de su boca y la ira refulgiéndole en los ojos, con dirección a Belén para embestirla, pero mientras los cuatro heridos se replegaban para controlarlo, dos más de los custodios de Lombardo se les unieron y sujetaron al obstinado que, con la impotencia a flor de piel, y seis hombres intentando doblegarlo a punta de golpes de puño en vientre y riñones, no pudo más que escupir con desprecio una mezcla de sangre y saliva a los pies de su objetivo.

predatel'nitsa suka! —soltó delirante, pero fue pateado y vapuleado por los seis en respuesta hasta ser reducido a un guiñapo en el piso.

Belén no movió un musculo, no gesticuló expresión alguna además de la adusta que la acompañaba desde el inicio del intercambio, se limitó a observar cómo Alexey era masacrado por su propia gente como él mismo instruyó, y a sentir cada golpe que Zverev recibía en carne propia sin permitirse exteriorizar su tormento. Todo iba conforme al plan, solo la inquietaba la frase incomprensible de Novikov y el neceser misterioso en manos de Kozlov.

El Halcón fue reducido finalmente, arrastrado por cuatro hombres y obligado a arrodillarse a los pies del pakhan, que lo veía con soberbio regocijo desde arriba.

Priviet, Sokol! —gesticuló complacido el viejo y rio.

Ya tebya ubyu! —escupió el Halcón para su otrora jefe mirándolo a los ojos.

—¡Mi madre! —exigió Bel entonces y dos de los hombres de Novikov buscaron con la mirada la aprobación del pakhan.

Da!, ¡entréguensela! —instruyó este y ambos se apuraron a ayudar a Aurora Lombardo a descender de la camioneta para llevarla muy cerca de su hija, que la recibió en sus brazos y enjugó las lágrimas que ya comenzaba a derramar.

—Tranquila, mamá —murmuró solo para ella y besó su coronilla—. ¡Perdóname! Te prometo que todo cambiará de ahora en adelante.

Poshli! —escupió después Novikov para Kozlov que, mientras cuatro de sus hombres relevaban a los de Belén en la tarea de inmovilizar a Zverev, extrajo del neceser una jeringuilla conteniendo un líquido lechoso, le quitó la cubierta protectora y, con satisfacción, dejó escapar un chorro por la punta de la aguja.

Bel, en apariencia imperturbable, tembló por dentro con la imagen y un hueco profundo se abrió en su pecho de solo pensar en qué mierda estaban esos desgraciados a punto de inocularle a Alexey. ¿Se trataría de alguna sustancia nociva, o acaso solo de un tranquilizante para mantenerlo a raya?

Consideró por un momento enviar todo al Infierno y liberarlo. Tenía a diez especialistas en operaciones de rescate y antiterrorismo a sus espaldas, dispuestos a actuar a su más mínima indicación, y dos drones armados, ocultos sobre la neblina de la noche a seiscientos metros sobre sus cabezas, listos para atacar.

Habría sido fácil tomar al ruso de vuelta y salir de ahí con él, y con su madre, burlando así a Novikov y su gente, pero estaba muy claro que, de hacerlo, perderían a Mila, y aquello era algo que Alexey jamás le perdonaría, y que ella misma no podría perdonarse. Así que, contra todo lo que su instinto le gritaba, se contuvo y siguió con lo acordado.

La gente del pakhan lidió con el Halcón hasta que lograron inmovilizarlo en el piso, sujetaron sus pies con un par de esposas adicionales y, forzándolo en una posición antinatural, engancharon estas con las que ya le retenían las manos en la espalda. Alexey, acomodado de lado sobre el asfalto, encontró los ojos de Belén, mientras Boris tiraba hacia atrás de su cabeza buscando rudo una vena útil en su cuello.

A pesar de la paliza recibida, de su tabique desviado y de la sangre que emanaba de su boca tiñendo sus dientes en rojo, el ruso no emitió un solo quejido. Su expresión era violenta y contenida, una mezcla de desprecio, orgullo e impotencia, pero Bel supo lo que en verdad quería decirle: que siguiera adelante con el plan, que no vacilase, que, sin importar lo que viniera, se asegurara de poner a Mila a salvo de ese hombre.

Lombardo mantuvo la mirada en la de su amante, que se fue apagando despacio tras la inoculación, hasta que sus ojos azules rodaron por detrás de las cuencas y su cuerpo se deshuesó pesado sobre el pavimento.

—¡Ninguna precaución es demasiada tratándose de Sokol! —aseguró Novikov satisfecho para ella, se acercó un poco y, mientras tres tipos acomodaban a Alexey en el maletero de la Cayenne, le extendió una mano solícita—. Un placer hacer negocios contigo, hija. Disfruta de tu madre. ¡Es una mujer valiente!, ¡igual que tú! —observó.

Belén miró la mano extendida para ella y no necesitó pensarlo para estar segura de que lo último que quería era estrecharla. Sintió náuseas y el estómago se le hizo un nudo, pero apretó los dientes y se obligó a corresponder.

Quiso quedarse para confirmar el estado de Zverev. Desde su ángulo, era difícil determinar si el hombre estaba muerto o sedado; tampoco podía mirarlo el tiempo suficiente como para notar si respiraba sin levantar sospechas. De cualquier forma, en palabras del propio Alexey «vivo o muerto, el GPS hará su trabajo»

—Si vuelvo a saber de ti, será tu sentencia de muerte —le dijo y, con un nudo en la garganta y la angustia presionándole el pecho, decidió partir—. ¡Nos vamos! —instruyó para su gente, que se apuró a ejecutar el protocolo, y procedió a ayudar a Aurora a entrar en la camioneta—. ¿Te lastimaron? —le preguntó entre tanto.

—No —respondió ella bajo y tembloroso—. Estoy bien —aseguró—. ¿Qué pasará con la niña? —quiso saber algunos kilómetros de silencio después cuando, con la camioneta en marcha, Bel tenía la vista clavada en algún punto muerto afuera en la autopista—. ¡No puedes dejarla con esa gente, Belén! Sé que te sientes traicionada porque el ruso te mintió, pero ella no tiene la culpa de lo que su padre haya hecho. ¡Tenemos los medios para ayudarla!

Bel, sin moverse, afiló la mirada y una sonrisa triste vistió sus labios.

—Yo no entregué a Alexey, mamá —murmuró sentida y la vio breve—, fue él quien insistió en intercambiarse por ti, para ponerte a salvo y poder llegar hasta Mila. Mi tío Rogelio y yo sugerimos peinar la zona para ubicarlas y ejecutar una incursión, pero se negó a perder más tiempo —su mirada otra vez en el asfalto.

—¡¿Qué dices?! —inquirió Aurora confundida y buscó sus ojos—. Acabo de ver cómo tu equipo masacraba a ese hombre y se lo servía en bandeja a la mafia rusa —dijo y se llevó una mano al pecho—. ¡Solo Dios sabe qué le inyectaron y si aún sigue con vida! ¿Estás sugiriendo que él se sometió a eso voluntariamente?

Belén asintió, tragó saliva y apretó los labios. Estaba tan preocupada por Alexey que le costaba respirar.

—Voy a recuperarlos, a Mila y a él —dijo, con la mirada oscura y los puños apretados.

El monstruo al fin estaba de vuelta y en control como Alexey lo necesitaban.

Aurora sintió miedo, lo último que quería era a su hija cerca de esa gente sin alma, pero conocía bien a Belén y sabía que haría lo correcto aún a costa de su propia integridad, o de lo que fuere que ella le pidiese.

—Tendrás que apurarte entonces —sugirió seria, insondable, y la miró de frente—. Mientras me trasladaban al punto de encuentro, ellos no paraban de hablar. Decían que, tan pronto como tuviesen a «Sokol» asegurado, volverían a San Petersburgo y lo desollarían vivo. Aprendí un poco de ruso cuando viajé con la ONU por lo del terremoto de Armenia —murmuró descompuesta para sí, deseosa de pronto de que Alexey volviese.

—Eso si no lo mataron ya —se remordió la menor con una presión feroz en el pecho.

El móvil de Belén sonó después, «Foncho» rezaba la pantalla.

—Dime —soltó Lombardo sobre el auricular.

—Solo quería que supieras que Alexey está vivo —dijo él del otro lado con voz neutra.

—¡¿Estás seguro?! —cuestionó Bel esperanzada y tomó la mano de su madre, que la miró con interés.

—Sí —confirmó el otro—. El monitor de ritmo cardiaco registra treinta y siete latidos por minuto. Está profundamente sedado, pero vivo.

—¡Gracias! —soltó ella aliviada y se frotó los ojos con una mano.

—No tenemos imagen de la cámara en la lentilla, porque tiene los párpados cerrados, y hay problemas logísticos tras la golpiza: el GPS tiene una imprecisión de varios metros, también perdimos la funda dental. No podrá comunicarse con nosotros, tampoco oiremos lo que suceda a su alrededor.

—¡¡Maldita sea!! —gimió Belén y contuvo el aliento.

—¡Tranquila! —apeló Alfonso a la calma—, incluso así, nos ha dado un punto de partida: Un complejo industrial abandonado a las afueras de Nusquam. La propiedad fue vendida hace poco a un tal Ivan Petrovich Smirnov. Según la información que Alexey tenía en su poder, Smirnov es uno de los testaferros de Novikov. ¡Los tenemos!

Bel respiró hondo, bajó la mirada y, tomándose una pequeña licencia para sentirse humana, se quebró y rompió en llanto. La confirmación de que Alexey seguía con vida la empujaba con más fuerza a perseguir su objetivo, pero el estado de indefensión en el que el ruso se encontraba solo acrecentaba su angustia.

—Entonces, ¿ya no es más «el matón»? ¿Ahora es «Alexey»? —dudó agradecida y llorosa, secándose las lágrimas.

Hubo un silencio de unos segundos entre ellos.

—Estuve siguiendo la operación a través de la cámara ocular —confesó Alfonso solemne, finalmente—. El hombre tiene coraje, ni siquiera yo puedo negarlo. Fue brutal lo que soportó para encontrar a su hija y que tengamos a mi tía de vuelta. Es raro, pero entiendo lo que ves en él —admitió estoico.

—Gracias también por eso —concedió Belén—. ¿Ya conocemos la ubicación de ambos en el edificio? —preguntó.

—Todavía no, la cámara térmica está escaneando la estructura, pero lo sabremos pronto —aseguró Navarro. Acabamos de hackear el sistema de circuito cerrado. Mientras el equipo esté dentro, las cámaras de seguridad de Novikov reproducirán una secuencia en bucle de sesenta minutos; los tomaremos por sorpresa. La móvil ya está en camino para recogerte.

Una Jeep Wrangler azul metálico, con tres hombres a bordo enfundados en uniformes tácticos negros, les dio el encuentro un poco más adelante en la carretera para recoger a Belén y continuar con el plan. Tendría apenas unos minutos para cambiarse en la camioneta, armarse y prepararse psicológicamente para el asalto.

Aurora, tras bendecir a su hija, y con la angustia retratada en la expresión, siguió su camino rumbo al Richmond, en donde se reuniría con Rogelio a la espera de noticias sobre el rescate.

«¡¡Ludmila!!», quiso gritar, pero no tenía fuerza ni para replegar los párpados.

—¡¡Papochka, ven!! —Escuchó.

Mila lloraba, podía oírla como si la tuviese muy cerca, como si pudiese tocarla. ¡Mila lloraba y él no conseguía moverse!

—¡¡Papochka, tengo miedo!!

—¡Mila! —logró articular, pero lo que concibió en su mente como un rugido, salió de sus labios como un susurro—. ¡Mila!, ¡¡Mila!! —insistió otra vez sin éxito.

Alexey estaba del otro lado del juego ahora, viviendo en carne propia el dolor y el miedo que había infringido antes en tantos. Quizá él lo merecía, estaba muy seguro, pero ¡¿Mila?!, su pequeña no tenía culpa alguna de sus pecados. ¡Tenía que sacarla de ahí!

Se concentró en abrir los ojos. Toda su atención centrada en solo dos musculillos de no más de diez milímetros, cuyo dominio requería ahora de un esfuerzo ingente. Lo logró apenas, pero la luz blanca en el techo volvió a cegarlo.

Papochka!! ¡El hombre malo ya viene!

¡¡Mila lloraba!!, ¡estaba en peligro!, y él no podía hacer nada para protegerla.

Intentó moverse en dirección a la voz de la niña. Rodó sin fuerzas sobre sus extremidades inútiles hasta que el catre angosto en el que estaba recostado se terminó y fue a dar de bruces al piso en un golpe seco.

Papochka!!

Maldijo a su cuerpo por no responderle, y se maldijo él por haberle construido a su niña un destino infausto. Mientras parpadeaba, intentando despejar su visión borrosa, se arrastró boqueando, babeando sobre el cemento hasta donde el llanto de su hija lo llevaba.

—¡¡Papochka, ven!!

No sabía dónde había despertado o cuánto tiempo llevaba ahí desde que Bel se difuminó frente a sus ojos y todo se puso negro. Sentía frío, el cuerpo le temblaba y tenía la boca áspera como una lija; le costaba mucho mantenerse alerta.

Alexey conocía bien esos efectos, los había visto más de una vez en sus víctimas a lo largo de su tiempo con la Pauk, cuando el verdugo era él. «Acepromazina», un potente sedante de uso veterinario que Novikov utilizaba para domar a aquellos más recios cuando tocaba doblegarlos, o para matarlos de un paro cardíaco indeseado como ocurría a menudo.

¿Cómo pudo no tenerlo en cuenta mientras trazaba su plan? Perdería la conciencia otra vez en cualquier momento y lo sabía.

Papopchka!!, ¡¡tía Bel!! —seguía la niña en su angustia.

Logró girar la cabeza solo un poco hacia la izquierda. Había un monitor grande anclado a la pared de la cloaca en la que estaba recluido. Mila aparecía en la imagen con Capitán Meón a su lado, lloraba en una esquina de la cama de una habitación infantil abrazada a sus rodillas.

Otra de sus propias técnicas de tortura para quebrantar el espíritu, hacerlo ver sufrir a su hija sin que él pudiese alcanzarla. Le suplicó a un dios en el que no creía que Belén llegase pronto y la sacase de ahí, que se apegara al plan y no intentase buscarlo.

Papochka!! —gritó Mila otra vez y Alexey sintió ahogarse.

Levantó la cabeza hacia ambos lados en busca de algún método eficiente para salir de ahí. El sueño volvía a envolverlo poco a poco, a robarse su consciencia, pero, justo antes de que sus párpados se cerrasen, con el último destello de lucidez, alcanzó a ver algo en una esquina.

¿Una escultura?... no, nouna escultura... más bien una urna, pero sin el cristal; solo la base con una manoseca en su interior, una que traía puesto un brazalete grabado que decía... ¿qué decía? Alexey recordaba ese brazalete, lo había comprado como un regalo para... su campo visual estaba nublado ahora... lo había comprado para... ¡«Svetlana»! rezaba la inscripción. Todo se puso negro después.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro