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20

Ese lugar era enorme y extraño. Había hombres grandes y molestos por todas partes y nadie parecía en verdad muy interesado en hablar con ella. La habitación era bonita, llena de sus juguetes favoritos, y la comida sabrosa, casi toda rusa, a excepción de las galletas, pero Mila extrañaba mucho a su papochka y a la tía Bel, y temía no volver a verlos nunca, lo que la hacía llorar casi todo el tiempo, abrazada de Capitán Meón, lo único que le quedaba de su casa, de su familia.

¿Por qué los bomberos la habrían llevado ahí y dónde estaría la mamá de la tía Bel?

La puerta se abrió, a pesar de que, por el color del cielo, ya era hora de ir a la cama, y el hombre de la barba, el mismo que la había recibido de llegada a ese lugar, entró con un vaso de leche en las manos y la clase de sonrisa que Mila usaba para las fotos cuando no tenía ganas de reír.

—¿Cómo estás, Ludmila? —preguntó el viejo con una expresión que a la niña le recordó a Jafar, el hombre malo de Aladdín, y se sentó junto a ella y Capitán Meón sobre el borde de la cama—. Tu madre solía dormir más tranquila después de beber un vaso de leche —sugirió, con un marcado acento ruso, y trató de entregarle el vaso a la pequeña, que se cruzó de brazos y contrajo el ceño en respuesta, obligándolo a colocarlo sobre la mesilla de noche.

—¡Tú no sabes nada de mi mamá! —recriminó Mila y dibujó un puchero furibundo—. ¡¿Dónde está mi papochka?! ¡Quiero a mi tía Bel! —exigió.

—Esas personas ya no son parte de tu vida, pequeña. Yo soy tu abuelo, cuidaré de ti desde ahora, puedes llamarme dyedushka —sugirió el pakhan y pretendió acariciar con una mano los rizos deshilados de Mila, pero la niña lo evadió bravía y se aferró a su gato.

—¡La tía Bel dice que los extraños no deben tocarme! —advirtió amarga, y Novikov retrocedió en su intención—. ¡Eres un mentiroso! ¡Tú no eres mi dyedushka! Mi papochka no me dejaría y mi tía Bel vendrá por mí. ¡Ella prometió que me encontraría si un villano como el príncipe Hans me encerraba!

El pakhan no entendió a qué se refería la niña en su última frase, pero no pasó por alto que él era el «villano» en ese escenario, y tal vez así era. Ser un «villano» le había resultado en la vida mucho más productivo que el corto tiempo en que intentó ser un «buen hombre». Tendría que enseñarle a Ludmila cómo ser una «villana» también, la ventaja era que la niña parecía haber heredado el carácter de su padre.

Da, «nenita», eres obstinada —concluyó analítico, satisfecho—, serás un buen elemento una vez que termine de formarte. —Rio—. Domarlo a él fue difícil, como apaciguar a una fiera herida, pero tú eres la amalgama perfecta entre su ferocidad y la envergadura de mi casta, una mejor versión.

Mila se levantó de la cama, tomó en los brazos a Capitán Meón y, con los piececitos desnudos, retrocedió hasta que su espalda chocó con la ventana. Su mirada desconfiada se cernía sobre Novikov desde unos ojos idénticos a los de su padre. Un camisón blanco, vaporoso, cubría su cuerpo menudo desde el cuello hasta los tobillos.

—¡Quiero ir a casa! —exigió entrecortado y su labio inferior tembló.

—¡Estás en casa! —aseguró el viejo y rio de lado con los dientes reteñidos por el tabaco—. Aunque, tan pronto como termine con algunos asuntos aquí, partiremos a San Petersburgo, es ahí donde tu verdadero hogar te espera, donde está tu imperio.

—¡No quiero ir a San Petersburgo! —chilló la niña y una lágrima insolente resbaló por su rostro y aterrizó en su pie derecho—. ¡Quiero ir con mi papochka y la tía Bel a mi casa! —insistió.

—¡A ellos ya no les importas! —mintió el pakhan—. ¡Yo soy tu familia ahora! ¡La única que te queda! —insistió enfático.

—¡¡No es verdad!! —vociferó la chiquilla aferrada al amor de su padre, de su familia—. ¡Papochka me ama más que a nada en el mundo! ¡Me lo dice siempre cuando el cuento termina!

Con que el Halcón contaba cuentos ahora, ¡qué desperdicio! Todo un dios del caos convertido en niñera de tiempo completo.

—¡Tu Papochka te mintió! —argumentó indignado Novikov y se puso de pie.

Su metro noventa y dos de estatura intimidó a Mila, pero no por eso la obligó a guardar silencio.

—¡¡Mi Papochka nunca miente!! —rebatió enfurecida y ajustó al gato contra su pecho.

—¡Lo único que tu papochka hace es mentir! —aseguró el viejo asqueado—. Ni siquiera tu nombre es real, ¡mocosa! Eres Ludmila Aleksandrovna Ivanova, no esa que te han dicho; pero no te preocupes, pronto te convertirás en Ludmila Vladimirovna Novikova, ¡la hija del pakhan!, ¡ama y señora de la Pauk! y todo eso por lo que hoy lloras quedará olvidado.

—¡Yo no soy esas!, ¡soy Mila! —gritó ella y las lágrimas comenzaron a rodar—. ¡Solo Mila!

Novikov comenzaba a perder la paciencia, jamás había sido bueno con los niños. Se acercó lo suficiente como para tener a la pequeña a su alcance, pero Capitán Meón, protector, saltó fiero sobre él y le dejó una línea roja y ardiente dibujada en carne viva en la mejilla izquierda.

—¡Maldita bestia! ¡Haré que te desuellen vivo! —amenazó el pakhan. Mila se estremeció y abrazó al gato, pero el viejo se lo arrancó de los brazos y lo lanzó con violencia lejos de ella—. En cuanto a ti, ¡mocosa impertinente!, ¡tu nombre será el que yo diga, o pondré tu manito traidora junto a la de tu padre en una urna en mi colección! —rugió zarandeándola por el brazo.

¡¡Quiero a mi papochka!! —chilló la niña desconsolada, se zafó recia de la mano que la retenía y se aferró otra vez a Capitán Meón para refugiarse juntos en una esquina.

Pakhan? —preguntó Boris Kozlov desde el otro lado de la puerta entreabierta después, su único ojo bueno ardía en furia—. Los muchachos preguntan si pueden cortarle un dedo a la vieja —inquirió en ruso respetuoso—. Acaba de sacarle un ojo a Dimitri con sus uñas falsas, mientras la llevaba al baño, esperan poder torturarla—explicó—. Estoy seguro de que esa sería una «motivación» adecuada.

Idioty! —rugió el pakhan y abrió la puerta—. ¡Sokol podría con una puta neoromana en traje de oficina! —vociferó contrariado—. ¡Mete a mi nieta en la cama y que se tome la maldita leche! —se le oyó decir mientras se alejaba—. ¡Ni se les ocurra tocar a la suegra todavía!

Kozlov negó contrariado.

—Ya oíste, niñita —serpenteó y se aproximó hasta Mila, que lo vio con ojos muy grandes e intentó alejarse, pero no había a dónde huir. Boris detestaba a los niños, en especial a la hija del Halcón, pero sabía bien que si algo le pasaba a esa mocosa su jefe lo mataría. Así que, a pesar de los forcejeos inútiles de la pequeña, que berreaba aferrada a su estúpido gato, la tomó por debajo de los brazos y los levantó a los dos para depositarlos en la cama—. Pórtate bien y tómate la leche —conminó poniendo el vaso en sus manos—. Ya bastantes problemas me ha causado tu padre como para tener también que limpiarte los mocos.

Mila le dio un sorbo a la bebida, se sorbió la nariz y se quedó viendo al tipo con un interés que migraba del miedo a la curiosidad.

—Yo sé limpiarme los mocos —dijo y se sobó un ojo.

—Es un alivio —aseguró Kozlov ilegible y la instó a beber.

Mila bebió y volvió a mirarlo.

—¿Por qué tienes eso en la cara? —preguntó y tocó con un dedito el acrílico de la máscara sobre el rostro del matón.

—¿Esto? —inquirió él con media sonrisa cínica y lo tocó también—. Es un regalo de tu padre —dijo—, uno que todavía no le agradezco.

—Espero que estés muy seguro de tu estrategia —le dijo Belén a Alexey mientras este la ayudaba a ajustarse al cuerpo el chaleco antibalas bajo la blusa.

Estaban solos en la recámara de la suite del Richmond, tomando un momento para prepararse física y mentalmente para lo que vendría; mientras Rogelio Navarro, en coordinación con el equipo de Protek Global asignado por Alfonso, y con la Policía de Nueva Roma, ultimaba los detalles para el rescate.

—Es la única forma —dijo el ruso y le rehuyó la mirada; no quería ver la angustia en los ojos de Bel—. Tranquila, el viejo lo creerá.

Belén asintió quedo y rio inquieta, inconforme.

—Pero es muy arriesgado —objetó con miedo—. ¿Y si algo sale mal?, ¿y si te mata?! —insistió obligándolo a mirarla.

Había incertidumbre en su expresión.

—No lo hará —aseguró Zverev queriendo convencerse y tragó grueso—, no de inmediato. Querrá verme sufrir primero, eso nos dará tiempo para que el equipo y tú hagan su parte.

Lombardo se pasó una mano por el rostro, suspiró y negó tozuda.

—¡¿Te estás escuchando, Lyosha?! —recriminó después, bajo. Alexey evadió sus ojos otra vez—. ¡No!, ¡mírame! —exigió ella y el ruso concedió contrito, Bel puso una palma sobre su mejilla—. ¿Dices que debo trabajar enfocada mientras sé que te torturan? ¿Cómo estás tan seguro de que las cosas pasarán como dices? ¿Y si Novikov pone una bala en tu cabeza en el mismo lugar del intercambio? Yo lo haría si fuera él —dijo.

Da, también yo —estuvo Zverev de acuerdo y asintió con parsimonia—, pero Novikov es un sádico que no perderá la oportunidad de matarme despacio. Me llevará a Rusia y me usará como ejemplo; solo por eso no ha vuelto todavía a San Petersburgo con Mila. Está herido y tiene una reputación que cuidar —aseguró.

Belén asintió ligero y se mordió el labio inferior.

—¿Y se supone que eso es bueno? —dudó quebrada, ajustó los párpados y unió sus frentes tratando de contener sus emociones.

—Es lo que hay —dijo el ruso y le acunó el rostro entre las manos para mirarla de cerca—. Estaré bien, lo prometo —susurró sobre sus labios y puso en ellos un beso casto.

Ella asintió insegura.

—Ha pasado mucho desde la última vez que me armé hasta los dientes y me hice cargo de una misión, ¿sabes? —dijo—. ¿Qué pasará si fallo?, ¿y si hago que los maten a mi madre y a ti, y dejo a Mila con ese maldito loco?

Temía que sus problemas emocionales calasen en su capacidad de acción después de todos esos años de retiro, o que algún cuadro similar al que provocó el accidente la noche de la tormenta se presentase y lo arruinara todo. Ella solía ser un elemento valioso en las acciones de campo, estaba acostumbrada a sentirse infalible, siempre la última esperanza de los suyos, pero ahora, en la misión más importante de su vida, y con su familia de por medio, ya no se sentía tan dueña de sí como antes.

Alexey captó su angustia y deslizó sus manos desde el rostro de Belén hasta sus antebrazos, buscó sus ojos y la dejó perderse en la confianza que irradiaban los propios, en la fe que le tenía y que lo llevaba a poner su vida, y la de su hija, en sus manos.

—No fallarás —murmuró con el azul noche incrustado en el verde—. Sé que esto es duro, devushka, que trabajaste mucho para dejar esa vida, para volver a sentirte humana; yo también tengo una lucha interna con Sokol ahora mismo, porque ya no quiero ser más ese hombre, pero ¡escúchame! —dijo y se aseguró de que ella lo mirase de vuelta—, ese monstruo de Medio Oriente al que encerraste por miedo a que tomase el control... necesito que lo dejes salir, ¡que lo pongas al mando!; tu madre lo necesita, Mila lo necesita —dijo.

Bel asintió breve y apretó los labios.

—¡Lo sé! —estuvo de acuerdo. Tenía claro que debía volver a perder el respeto por la vida humana, que necesitaba convertirse otra vez en una bestia asesina, y así lo haría, pero su mayor temor, después del de perder a los suyos, era no ser capaz de volver a encerrar al monstruo de vuelta, y que este acabase con todo lo que había conseguido en los últimos meses—. ¿Y qué si no puedes liberarte? ¿Qué tengo que hacer si no sé qué pasó contigo, o si Novikov escapa? —dudó y le tocó el rostro otra vez a la altura de la mandíbula.

Zverev respiró profundo y buscó inspiración en el techo de la recámara. Conocía bien a Belén; sabía que sería difícil que aceptase lo que debía decirle a continuación, la pequeña variante de su plan que no había compartido con nadie. La miró con esa intensidad insondable que los conectaba siempre y la contundencia de sus siguientes palabras se hizo sentir trémula en su garganta.

—Él no escapará, porque voy a matarlo —aseguró—. ¡No quiero que me busques! Debes prometer que te llevarás a Mila y me dejarás atrás —dijo—. Tu parte termina cuando tu madre y mi hija estén aseguradas. Promételo, Belén, ¡promételo!

—¡¡No!! —se negó ella obtusa y tomó distancia, pero Alexey volvió a capturarla entre sus brazos—. ¡Sacaré a Mila y volveré por ti como planeamos! —decidió—. ¡No te dejaré!

De ninguna forma lo abandonaría para ser destrozado y vejado. No importaba cuánto Alexey se lo pidiese.

Zverev resopló abatido.

Niet! ¡Harás lo que yo te diga! Fuiste tú quien me puso a cargo, ¡¿recuerdas?! —insistió terco y busco sus ojos.

—¡No para que me ordenaras que te deje morir! —recriminó ella y, frustrada, golpeo el pecho firme del ruso con los puños—. ¡¿Qué clase de loco hace eso?!

—¡No te lo ordeno, devushka!, ¡te lo estoy suplicando! —remarcó él y la acercó a su cuerpo, capturándola—. Dado el caso, puedes considerarlo mi último deseo.

Belén chasqueó la lengua en la boca, tomó distancia y le regaló una mueca amarga. Ese ruso suicida estaba jugando sucio con sus emociones y no se molestaba en disimular.

—Es bajo que me lo pidas así —recriminó.

Alexey cerró los ojos y suspiró.

—¡Esto!, todo lo que está pasando ahora, ¡es mi culpa! —dijo—. Es el fantasma de la violencia que yo mismo sembré regresando a cobrarme. Me merezco lo que sea que pase conmigo, Belén, quizá sea una buena forma de redimir mis pecados. —Se detuvo un momento y tomó el rostro de Bel entre las manos para asegurarse de que esta lo oyese—. No saldré de ahí hasta que Vladimir Novikov esté muerto, ¡así me cueste la vida!

Bel abrió los ojos grandes y lo vio incrédula. No lo culpaba por querer muerto al maldito, pero ese no era el plan.

—¡Esto no es lo que acordamos, Lyosha! —se quejó y se zafó recia de entre las manos que la retenían—. Una vez que tengamos la ubicación exacta, entraremos con el equipo de asalto para llegar hasta Mila y sacarla de ahí, pero serán las autoridades quienes se encarguen de Novikov. No tiene sentido que rompas la ley para matarlo, cuando estás a punto de volver al terreno de la legalidad, y el desgraciado de pudrirse en una celda por el resto de sus días.

»¡Por favor!, ¡olvídate de tu venganza! —imploró—. Nos debes sobrevivir a Mila y a mí.

—¡No venganza, devushka!, ¡justicia! —refutó él enérgico y su mirada se encendió en azul fuego, pero retrocedió en su arrebato tan pronto como miró los ojos desolados de Belén, bajó la cabeza y dejó caer los hombros—. ¡El viejo es implacable! Vendrá por nosotros así consigamos que lo encierren. No volveré a dormir tranquilo hasta que esté muerto, solo así Mila y tú estarán a salvo de verdad.

—¡Entonces iré contigo! —decidió Belén resoluta.

Niet! —insistió Alexey tozudo.

—¡Sí! —siguió ella firme—. ¡No te estoy pidiendo permiso! ¡Ya estoy grandecita como para que me digas qué hacer!

—¡Es hora! —se oyó entonces desde la puerta la voz de Rogelio Navarro, que captó la atención de los dos y los sacó de cuajo de sus conflictos—. Los especialistas en tecnología forense ya están aquí para preparar a Alexey.

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