18
Hacía varios años desde la última vez que Belén había visto un cadáver y ahora tenía frente a ella el de Karla, la amable vecina amante de los gatos, tendido sobre la isla de la cocina. La mujer tenía los ojos clavados al techo, el rostro congelado en una expresión de horror eterna y una araña, el símbolo de la Pauk, tallada post mortem a cuchillo en el vientre.
Habían descubierto la puerta a medio cerrar, un rastro de sangre los condujo a ella y a Alexey hasta el cuerpo. Él, como si un interruptor se activase, entró en modo supervivencia y empezó a recorrer la casa en busca de intrusos. Belén tomó un arma, de las que Zverev escondía en el vestidor, y se encargó de despejar toda la segunda planta.
El lugar estaba vacío, pero más revuelto que antes. El video de la cámara de seguridad oculta en el comedor revelaba que, hacía media hora apenas, tres hombres armados habían irrumpido y rebuscado todo lo que hallaron a su paso. Karla, curiosa y en su día libre, se topó con la puerta de su vecino abierta y, sin saber que ellos no estaban en casa, cometió el error fatal de entrar a ver si todo estaba bien.
—La policía los trajo hasta aquí cuando vinieron a informarme de la muerte de Martha —dedujo el ruso frente al ordenador revisando las imágenes. Su cerebro trazaba a prisa diferentes escenarios. Los dos se habían trasladado hasta la mesa del comedor para entonces—. Nos encontraron. Tenemos que actuar rápido. Por fortuna Mila está con tu madre.
Bel tragó grueso y se pasó una mano por el rostro. La escena en la cocina traía de vuelta a su mente una infinidad de momentos oscuros que no quería recordar.
—¡Maldita sea! —soltó amarga y ajustó los párpados—. Karla en verdad me agradaba. ¿Deberíamos llamar a la policía? —preguntó.
—Niet! —respondió Zverev rotundo—. ¡Policía no!
—Llamaré a mi tío Rogelio entonces —propuso ella—. ¡No pretenderás que nos deshagamos nosotros dos del cadáver! —protestó ante el silencio del otro.
No hubiese sido la primera vez que Bel se deshacía de un cadáver, mucho menos aún la de Alexey, pero esto era diferente. Con la policía por un lado, y la Pauk por el otro pisándoles los talones, cada movimiento debía calcularse con frialdad.
—Te estoy mandando una imagen del asesino, envíasela a tu tío después de llamarlo. Dado el tiempo que dices que tiene tras Novikov, estoy seguro de que despertará su interés —estuvo de acuerdo el ruso, mientras mantenía la mirada fija en un sector de la pantalla de su portátil puesta en pausa—. Veremos qué puede hacer por nosotros ese protector de ratas.
Belén bufó y arqueó una ceja, tomó su móvil, eligió una opción de marcado rápido y habló con alguien del otro lado de la línea.
—Tío, soy yo, tenemos una situación aquí —dijo, seguido de los detalles para poner al tanto a Navarro de lo ocurrido—. Sí, él está dispuesto a colaborar. No hemos tocado nada —agregó después—. Gracias, te esperamos —soltó finalmente y cortó.
—¿Qué te dijo? —quiso saber Zverev sin separar los ojos de la pantalla en pausa en el preciso instante en que Karla era degollada junto a la puerta del salón.
—Viene en camino —confirmó Belén y contuvo el aliento. Alexey estaba irreconocible: frío, en alerta permanente, con los músculos del cuello tensos y las manos en puños—. ¿Encontraste algo más? —quiso saber y puso una mano sobre el hombro del ruso buscando apaciguarlo.
Zverev la miró como si estuviese considerando si hablar o no. Exhaló después y negó quedo. Nunca más le ocultaría algo a Belén.
—Lo encontré a él —dijo y señaló a uno de los tres hombres en pantalla, el que blandía la navaja contra el cuello de Karla.
El tipo era rubio, macizo y tenía la mitad derecha del rostro cubierto por una máscara de acrílico negro que sujetaba a su cráneo con unas correas de cuero. Su único ojo sano veía directo a la cámara mientras cortaba, como si supiese que Alexey lo vería, como si lo estuviese retando.
—Parece un maldito loco —soltó Bel interesada—. ¿Lo conoces?
Zverev asintió y se masajeó el entrecejo.
—Da!, su nombre es Boris Kozlov —dijo parco—. Solía ser mi pupilo, le enseñé todo lo que sabe y, la noche en que dejé San Petersburgo, le lancé a los perros del viejo encima para que lo devorasen. Mientras salía, alcancé a ver cómo uno de ellos le arrancaba media cara, lo di por muerto. Es un hombre peligroso.
—¡Mierda! —escupió Bel, toda su atención en la pantalla—. Apuesto a que «media cara» está furioso contigo. Lo suficiente como para dejarte una vecina muerta en la cocina.
Alexey rio sin humor y asintió.
Rogelio Navarro llegó unos minutos más tarde, acompañado de un agente de su entera confianza que se encargaría de asegurar el perímetro y llamar a los refuerzos. Más allá de su añejo deseo insatisfecho de atrapar a Novikov, sabía que su sobrina estaba en grave peligro, que el tiempo era crucial si quería ayudarla.
—Gracias por venir, tío —dijo Belén temblorosa y lo abrazó fuerte. Navarro correspondió de igual forma y verificó en su rostro que no estaba siendo coaccionada. Al parecer, Bel sí estaba lo suficientemente loca como para meterse en ese lío por cuenta propia—. Él es de quién te hablé —aclaró y miró al ruso.
Alexey encontró los ojos de Bel y bajó la mirada para dirigirla después hasta Navarro. Había culpa y desconfianza en ella, pero también esperanza.
—Aleksandr Ivanov —se presentó a su pesar y estrechó firme la mano que Rogelio le ofrecía.
Bel se sintió en una dimensión paralela y un escalofrío le recorrió la espalda, era la primera vez que escuchaba a Alexey pronunciar su verdadero nombre, lo que hacía todo muy real.
—Más conocido como «Sokol», ¿verdad? —quiso Navarro asegurarse, reticente—. Estuve revisando tu historial después de que Bel me contara sobre ti. Digamos que tu situación es, cuando menos, «difícil» —advirtió.
—Da, estoy consciente —confirmó Alexey sin orgullo, pero viéndolo a los ojos.
Rogelio volteó a ver a Belén y su mirada se llenó de zozobra. Sabía que la línea que dividía la integridad profesional del cariño que sentía hacia ella era en ese momento difusa y peligrosa, que pisaba hielo delgado. Suspiró y se pasó una mano por el pelo.
—¡¿Qué estás haciendo, hija?! —inquirió paterno y la tomó por la nuca asiéndola firme y cariñoso—. Esto es muy grave, Belén. ¡¿Tienes idea de quién es este hombre?!, ¿sabes lo que significa colaborar con un criminal buscado? ¿Acaso se te ocurre siquiera lo que representa enfrentarse a la Pauk? —dijo con la voz en un hilo—. Arriesgas mucho al traerme aquí.
Bel agachó la cabeza, se mordió el labio inferior y asintió contrita.
—Lo sé, tío —admitió—. No creas que no soy consciente de que te estoy poniendo en apuros —dijo rota, su expresión un poema de angustia y miedo—, pero en nombre del cariño que siempre nos hemos tenido, te suplico por favor que nos ayudes, no tengo a nadie más a quien recurrir —imploró—. Alexey lleva cinco años viviendo una vida tranquila aquí en Nusquam, trabaja en un banco y cuida de su hija; no se ha metido en ningún problema.
»Todo lo que él quiere es dejar atrás su pasado para que podamos seguir adelante, y la información que tiene en su poder podría salvar muchas vidas.
Rogelio se lo pensó un momento. Estaba en juego mucho más que su carrera. Eran la seguridad de Belén y la tranquilidad de Aurora lo que más lo angustiaba, pero conocía a su sobrina y sabía que, de no ayudarla, seguramente terminaría enfrentando a la Pauk ella misma de la mano de Ivanov.
—Está bien —dijo finalmente. Bel volvió a respirar y buscó con esperanza los ojos de Alexey, que apenas y sonrió escueto. Se lo veía desencajado—. Voy a ayudarlos, pero tienen que hacer exactamente lo que yo les diga. No hay margen de error ni vuelta atrás en este asunto —advirtió—. Vamos a sentarnos a hablar. Necesito saber qué información tiene Aleksandr en su poder y qué condiciones pide para entregarla; y necesito ver las pruebas. ¡No voy a hacer nada sin pruebas!
Los tres tomaron asiento alrededor de la mesa del comedor, la misma mesa en la que Bel había compartido los mejores momentos de sus últimos meses, y de su vida adulta completa. Rogelio sacó una grabadora del bolsillo interno de su abrigo y la encendió.
—Grabación en curso —le habló al micrófono—. Entrevista con Aleksandr Nikolayevich Ivanov, alias «Sokol», alias «el Halcón», domingo 24 de septiembre del 2024, 7:30 pm. El entrevistado afirma tener información relevante sobre el paradero y las actividades ilícitas de Vladimir Novikov, individuo buscado por la Interpol por los delitos de tráfico de personas, narcóticos, armas y lavado de dinero, sindicado como líder de la Pauk, organización criminal transnacional que opera en diversos países de Europa y Asia. Se procede a interrogar al entrevistado sobre los detalles de su información.
»Buenas noches, señor Ivanov. Mi nombre es Rogelio Navarro, asesor de la Interpol. Estoy aquí para escuchar lo que tiene que decir sobre Vladimir Novikov y su organización criminal. Antes de empezar, quiero que sepa que esta conversación está siendo grabada y que todo lo que diga puede ser usado en su contra o a su favor, según sea el caso. ¿Está dispuesto a cooperar con nosotros? —preguntó.
Alexey pareció dudarlo un momento. Estaba a punto de convertirse en lo que siempre había aborrecido. De todos sus crímenes, el silenciar soplones era el que menos le pesaba, pero miró a Belén y encontró en sus ojos las fuerzas que le hacían falta para continuar. Sacudió la cabeza y alejó esas ideas de su mente, había llegado al punto sin retorno en el que su única opción era seguir adelante.
—Sí, estoy dispuesto a cooperar —dijo y buscó la mano de Bel para tomarla.
—¿Cómo fue que decidió dejar atrás a la Pauk y su pasado criminal? —interpeló Navarro ácido.
No se explicaba en qué momento absurdo Belén había decidido cambiar a su hijo por un hombre como ese.
Alexey tragó grueso.
—Hace cinco años —dijo—. Cuando mi esposa murió.
—¿Estaba casado con la hija de Vladimir Novikov? —siguió Rogelio incisivo.
—Da, lo estaba —confirmó Alexey meditabundo—. Fue un matrimonio arreglado por él para asegurar mi lealtad y mi asenso en la Pauk, pero aprendí a amarla con el tiempo.
—¿Ella se quitó la vida? —apuntaló Navarro.
Bel se preguntó qué mierda tenía que ver cómo murió Svetlana con todo eso, o si acaso su tío solo trataba de medir las respuestas emocionales de Alexey, pero calló. El ruso cerró los ojos y respiró profundo, queriendo pensar que su difunta esposa estaría de acuerdo con lo que estaba haciendo, que sabría que lo hacía para poder darle a Mila un futuro mejor como ella tanto anhelaba.
—Pensé que así era —afirmó amargo—, pero descubrí hace poco que fue asesinada por el propio Novikov. Él la obligó a decidir entre el suicidio o vernos morir a mi hija y a mí. Después de su muerte, tomé a Ludmila, algo de dinero, todas las pruebas que pensé podrían servirme para sobrevivir, y me mudé a Nusquam.
Rogelio suspiró e hizo un arco con las cejas. Aquella historia era más complicada de lo que creyó en un inicio.
—¿Qué tipo de pruebas trajo consigo a Nueva Roma, señor Ivanov? —insistió interesado.
Belén temblaba en silencio en su lugar, temiendo que el sustento de Alexey no fuera suficiente como para impedir una extradición.
Zverev se masajeó el entrecejo.
—Lo tengo todo —aseguró sin gloria—. Pruebas documentadas, fotografías y videos de operaciones de lavado de activos, tráfico humano, de narcóticos, homicidio y extorsión. Información trascendente sobre la estructura jerárquica de la Pauk, sus nombres clave y la ubicación de sus escondites y contactos. Estoy hablando de arrestos en serie de personas que ni siquiera imagina están involucradas en esto —detalló.
Navarro asintió reverente. Si aquello era cierto, entonces tal vez por fin tendría a Vladimir Novikov donde lo quería. Quién hubiera pensado que iba a ser el mismísimo Halcón, su «hijo favorito», quien lo entregase.
—¿Y dónde están esas pruebas? —quiso saber.
Alexey extrajo entonces un pequeño dispositivo que mantenía siempre enganchado a su manojo de llaves.
—En esta memoria USB —dijo mostrándosela—. La traigo siempre conmigo, pero hay una copia guardada en una caja de seguridad en uno de los principales bancos de Nueva Roma.
—¿Puedo verlas? —cuestionó Rogelio interesado, clavó los ojos oscuros sobre los de Alexey y estiró una mano con dirección al dispositivo.
—Da!, puede —soltó el ruso hosco—, pero primero necesito saber qué me ofrece a cambio.
Navarro resopló.
—¿Qué pide? —dijo.
Zverev miró a Belén otra vez y esta le ofreció un asentimiento calmante.
—Quiero inmunidad total para terminar de criar a mi hija aquí, en Nueva Roma, la oficialización de mi nombre legal a Alexey Zverev y protección para mi familia y para mí —se aventuró.
Bel contuvo la respiración y Rogelio dibujó una sonrisa escueta en los labios.
—Eso es mucho pedir —dijo.
—Es lo justo por lo que ofrezco —rebatió Alexey decidido.
—Tendré que consultar con mis superiores —advirtió Navarro—. No puedo garantizarle nada si lo que busca es inmunidad total.
Alexey se dispuso a guardar el dispositivo.
—Entonces no hay trato —resolvió—. No puedo criar a mi hija desde prisión, tampoco protegerla; ni a ella ni a Belén.
Bel, desesperada, buscó los ojos de Alexey, y miró después a Rogelio con una súplica muda en los propios.
—¡Tío! —dijo—, ¡es Vladimir Novikov! Sabes que quizá esta sea la única oportunidad que tengan para atraparlo.
—Espere un momento, no se precipite —recomendó Navarro entonces para Zverev—. Déjeme ver algo primero y tal vez tengamos un acuerdo. Debo tener con qué negociar.
Bel ajustó una mano sobre la del ruso invitándolo a acceder.
—¡Lyosha! —dijo implorante.
Alexey la vio a los ojos, exhaló y asintió. Dudaba poder negarle algo a Belén a esas alturas.
—Está bien —dijo—, pero sepa que la Pauk me quiere muerto. Harán lo que sea para conseguirlo —advirtió—, y estoy poniendo en sus manos lo único que tengo para defenderme.
Bel tragó un nudo en su garganta, de solo pensar en Alexey muerto le daban ganas de morir también.
—Estaremos preparados para cualquier eventualidad —aseguró Navarro, en tanto Zverev insertaba la memoria en el portátil para mostrarle su contenido.
Todo lo prometido estaba ahí. Movimientos bancarios, evidencia documentada en papel, fotografías y videos de operaciones ilegales, contactos, ¡todo! Rogelio rio complacido y vio de frente a Alexey.
—No creo que tenga de qué preocuparse, señor Ivanov —dijo con un atisbo vago de empatía en el rostro por primera vez en la noche—. Soy un hombre de palabra.
»Un equipo de la Interpol los trasladará ahora, discretamente, hasta una suite en el hotel Richmond en la que los hospedaremos para su protección en lo que la investigación dure. Sus entradas y salidas estarán vigiladas y sus comunicaciones intervenidas para garantizar su seguridad —detalló. Alexey asintió de acuerdo—. Haré los arreglos para recoger a su hija de casa de los Lombardo en donde, según entiendo, está ahora. Podrá reunirse con ella muy pronto.
El móvil del ruso sonó en ese momento con una llamada entrante de un número desconocido. Alexey miró a Bel y después a Navarro solicitando implícito su venia para tomarla. Rogelio concedió.
—Da? —dijo al viento, activando el altavoz como señal de trasparencia.
—Priviet, Sokol! ¿Prefieres que hablemos en español ahora que eres casi neoromano? —dijo una voz masculina y grave con un marcado acento ruso—. Necesito practicar para comunicarme con Ludmila. Le enseñaste a entender nuestra lengua, pero es muy mala hablándola —observó—. Esperaba más de ti.
El corazón de Alexey comenzó a latir a un ritmo exorbitante. Solo escuchar al desgraciado le hacía hervir la sangre en las venas.
—Proklyatyy bolnoy! ¡Nunca tendrás a Mila! —escupió violento—. ¡Pagarás por lo que le hiciste a Svetlana!
Una risotada sarcástica se oyó del otro extremo del auricular.
—Creo que estás confundido, Sokol, o tal vez los años lejos de casa te han hecho perder agudeza. Yo ya tengo a Ludmila. ¿Crees que te llamaría para alertarte si no fuera así? —soltó cínico el viejo.
—Ty vresh'! —rugió el Halcón bravío.
—Niet, Sokol! No miento —rebatió Novikov—. Mi nieta es una niña hermosa, tiene los labios de su madre.
Alexey, enajenado, se paró y pateó la silla en la que estaba contra la pared, dejándola en pedazos, sus ojos refulgían como los de un animal salvaje.
—Ya ub'yu tebya! —escupió—. Klyanus' pamyat'yu Svetlany!
Bel lo invitó en vano a la calma en tanto Navarro, preocupado, iniciaba una llamada en su móvil.
—Da!, lo intentarás —serpenteó el mayor del otro lado de la línea—, solo recuerda quién te enseño todo lo que sabes. ¡Por cierto! —pareció recordar después—. Tengo también a la madre de tu novia. Tendrás que entregarte para pagar tu deuda con la Pauk si la quieres de vuelta. Ya hay una urna preparada para ti en mi colección.
»Saluda a tu padre, dorogaya.
—¡¡Papochka!! —se oyó del otro lado de la línea.
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