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15

—¡Tienes que salir de ahí! —dijo Alfonso desde su silla en «Aromas del Mundo» a donde, el sábado siguiente a que Bel no regresase a su departamento, la había citado para hablar. Se lo veía demacrado y un deje de angustia se filtraba en su voz—. Esto ya no se trata de nosotros, Belén. ¡Estás en peligro!

Bel lo miró incómoda.

—No, Foncho, te equivocas. Estoy bien —desvirtuó. Estaba viviendo una semana idílica junto al ruso, quien además de ser un buen padre, se le hacía un amante excepcional y un compañero cariñoso, considerado, siempre al pendiente de ella—. Sé que han sido muchos años juntos, pero la gente se separa, tienes que seguir adelante.

Le dolía ver a Alfonso, siempre tan en control, y a quien quería tanto, convertido en un ser obstinado que se negaba a aceptar que lo que una vez tuvieron ya no podía ser.

—¡No lo entiendes! —insistió Navarro impotente y arrimó el café que tenía por delante para buscar tomarle una mano que ella le negó discreta—. ¡Yo estoy bien! —mintió desencajado—, pero estuve investigando al ruso; quería asegurarme de que estuvieras a salvo, de que al menos te hubieras largado con un buen tipo, y resulta que no hay registros de ningún Alexey Ivanovich Zverev en San Petersburgo a más de cinco años atrás. Ese hombre está mintiéndote, Belén. ¡No es quien dice ser! —aseguró.

Belén amusgó los ojos y rio incrédula. No se habría imaginado que Alfonso fuese capaz de llegar tan lejos como para investigar a Alexey.

—Escucha, tranquilo, ¿sí? ¡Lo sé! —soltó un tanto descompuesta.

—¡¿Lo sabes?! —repitió Navarro suspicaz.

Ella suspiró.

—Alexey tuvo una niñez complicada —dijo—. Se quedó huérfano, vivió en las calles y estuvo metido en líos de pandillas siendo muy joven. Cambió su apellido de llegada a Nusquam porque quería empezar una nueva vida con su hija, él mismo me lo contó.

—¡¿Y todo eso te parece normal?! —insistió Alfonso indignado.

—No más anormal que mi propia historia, por lo menos —sugirió Belén.

—¡Sí! ¡Mucho más anormal! —rebatió Navarro acalorado.

—¡Por favor! ¡No es la gran cosa!, muchas personas cambian su apellido —aseguró ella—. Su esposa acababa de suicidarse, se cortó las venas en una puta bañera y lo dejó solo con una bebé de mes y medio. Tiene sentido que quisiera olvidarlo todo.

—¿Eso te dijo? ¿Qué cambió su nombre para olvidarlo todo? —inquirió Alfonso tenso, seguro de que había más detrás de aquella historia.

—¡¡Sí!! —escupió ella—. Sincerarse conmigo fue lo primero que hizo después de que —se frenó en seco...

Esa no era la forma en que quería que Alfonso se enterase.

—¡¿Después de qué?! —siguió Navarro impetuoso, dispuesto a llegar hasta el fondo del asunto—. ¡Responde, Belén!

Bel chasqueó la lengua y lo miró molesta. ¿Por qué el idiota se empeñaba en ser lastimado?

—¡Después de que tuvimos sexo por primera vez! —admitió arisca—. ¿Era eso lo que querías escuchar?

Él recibió la confirmación como un golpe en el estómago, que Belén sintió en el propio, cerró los ojos y tragó grueso.

—Entonces, ¡¿sí están juntos?! —soltó amargo—. ¡El domingo jurabas que no era así!

—¡Y no era así! —se defendió ella frustrada—. Apenas el lunes...

—¡¿Apenas el lunes te acostaste con él?! —terminó él la frase, furioso—. ¡¿El mismo maldito lunes en que yo estaba esperándote en nuestra casa?!

«¡Demonios!», pensó Belén. ¿Por qué mierda era tan buena para herir a las personas?

—¡¿Por qué haces esto?! —quiso saber y se pasó una mano incómoda sobre el rostro—. Pareces un maldito masoquista —murmuró lo último entre dientes.

—¡Mírame, Bel!, ¡¡mírame!! —exigió Navarro en la misma línea. Ella lo miró—. ¡Soy yo!, ¡me conoces! ¡Créeme cuando digo que no puedes confiar en Alexey Zverev! ¡¿Crees que te mentiría?!

Belén mantuvo la mirada escéptica sobre los ojos de Alfonso, soltó un suspiro agotado y negó quedo.

—No digo que mientas —lo tranquilizó condescendiente—. Es solo que creo que estás... exagerando —buscó el término más inocuo. Alfonso resopló—. Agradezco tu preocupación, pero soy una adulta funcional, ¿de acuerdo?, sé cuidarme sola.

—Ya es hora, devushka —se oyó de pronto la voz grave de Alexey, que ahora estaba de pie a un lado de la mesa. ¿Cuánto tiempo llevaba él ahí?—. La compra para la semana ya está en el coche. Mila quiere almorzar en McDonald's —añadió.

—¿Dónde está ella? —preguntó Bel con alarma al no verla a su alrededor.

—Allá, en la zona de los gatos —respondió Alexey y señaló hacia el área destinada por la cafetería para que clientes y felinos compartiesen—. Me encontré con Karla, la llevó a saludarlos, no sabía que trabajaba aquí, o que tuviesen gatos.

—¿Karla la vecina? —preguntó Belén con una ceja en un arco. Zverev asintió—. ¡Genial! Lo siento, Foncho, tengo que irme —resolvió y se puso de pie.

Navarro la imitó.

—¡No hemos terminado, Bel! —la increpó de cerca.

Belén lo vio abrumada.

—Sí, Alfonso, ya terminamos, en todos los sentidos posibles —corrigió—. No tengo más que decir.

Alfonso entonces, furioso, viró la mirada hasta Alexey, avanzó unos pasos decididos y, muy próximo y desafiante, se le plantó en frente. El ruso no retrocedió un milímetro, por el contrario, se irguió en su lugar tan grande como era y, retador, lo miró a la cara.

—¡Voy a descubrir lo que escondes, maldito mentiroso! —amenazó Navarro sobre los ojos azules que lo miraban impasibles—. ¡Te lo juro! ¡No sabes con quién te has metido!

No permitiría que un farsante lastimase a Bel. La protegería como le había prometido a su tío Benjamín en su lecho de muerte.

Zverev no articuló palabra, mantuvo la mirada imperturbable sobre los ojos de Alfonso, apretó los puños, elevó la frente y ajustó la mandíbula. Habría sido tan fácil para él acabar con ese niño mimado ahí mismo, con un solo movimiento, sin sudar siquiera. La sangre le hervía en las venas y estaba teniendo problemas para controlarse.

—Alexey, por favor, discúlpalo —intervino Belén mediadora, con una mano sobre el pecho de Zverev para contener cualquier posible arrebato—. Alfonso está pasando por un mal momento. ¡Vámonos ya! —El de Rusia ignoró las demandas por un par de segundos, que invirtió en mirar a Navarro con desafío. Este, lejos de intimidarse, correspondió de igual forma—. ¡Lyosha! —insistió Bel rotunda y se abrió paso entre los dos para mirarlo de frente—. ¡¿Qué pasa contigo?! —inquirió envalentonada.

Alexey encontró entonces los ojos verdes de Belén, que lo miraban desencajados, y estos fueron un cable a tierra que lo trajo de vuelta a esa realidad en la que era un hombre diferente, una en la que ya no disponía de la integridad de las personas a su antojo.

—Nos vemos —soltó entonces con énfasis para Navarro, una amenaza más que una despedida—. Iré por Mila —escupió de mal talante para Bel y se apartó unos pasos.

Alfonso resopló iracundo, regresó a la mesa, dejó un billete de cien y, sin mirar a Belén, salió raudo por la puerta rumbo a su coche.

¡Papochka! —chilló Mila de camino hacia donde ellos estaban, traía un gato blanco y gris en los brazos y Karla la seguía de cerca—. ¿Podemos adoptar a «Capitán Meón»? Le falta un ojito, por eso tiene un parche. También se lastimó una patita y ya no puede trepar —dijo con un puchero en los labios.

—Tenemos que irnos, estrellita —soltó Bel preocupada en que Alfonso no volviera, solo quería salir de ahí y olvidarse de todo lo que tuviese que ver con exnovios celosos y desbordes de testosterona.

¿Cómo había dicho Mila que se llamaba ese gato?

—¡Pero Capitán Meón necesita una familia! —insistió la pequeña.

—No nos dejarán entrar en McDonald's con él —rebatió Bel una vez más.

No era el momento para adoptar a ningún jodido gato tuerto y cojo, aunque tuviese el nombre más genial del mundo.

—Está bien, devushka —dijo entonces Zverev desde su posición ahora a su lado y buscó tranquilizarla—, no estés tensa. No golpearía a tu ex frente a mi hija —susurró lo último al oído de Bel y le puso una mano en la cintura. ¡Genial! Eso significaba que, de no estar Mila presente, ¿sí lo haría? ¡Hombres!—. ¿Ayudarás a cuidar al gato si lo llevamos a casa, krasivaya? —le preguntó a la niña—. Un animal no es un juguete.

¿Acaso Alexey estaba considerando adoptar a ese desastre de gato?

—¡Lo prometo! —aseguró Mila feliz.

—Entonces, Capitán Meón se quedará aquí con Karla hasta que terminemos de almorzar —resolvió Zverev—. ¿Te parece? —preguntó después para Belén, que se encogió de hombros en respuesta. Finalmente, eran su hija, su puta casa y su maldito gato—. Volveremos por él más tarde. ¿Está eso bien para ti, Karla?

—Estaré aquí hasta las siete —estuvo de acuerdo la mujer y gesticuló una mueca afable en su rostro redondo y rosado—. Me alegra verte feliz, Alexey —dijo sincera—. Podría cuidar de Mila, y de Capitán Meón, una de estas noches para que tu novia y tú puedan tener una cita —sugirió—. ¡Hacen una linda pareja!

Lo siguiente pasó muy rápido, tanto que ni Bel ni Alexey lo vieron venir.

—¡¡¿Novia?!! —gritó Mila frenética y se tapó la boca abierta con ambas manos para contener la emoción—. ¡¿La tía Bel y tú son novios, papochka?! —preguntó desde detrás de su palma dando brincos de alegría, pero su expresión mutó un segundo después del éxtasis a la duda, para desembocar en confusión—. ¡Espera! —dijo con la cabeza inclinada—. ¿Eso significa que ya no amas a la tía Martha?

Zverev no supo qué responder. Nunca había amado a Martha, a decir vedad, pero sí que lo había aparentado frente a Mila. Aturdido, miró a Belén, que le devolvió una mirada incierta, otro encogimiento de hombros y un resoplido.

«¡Fabuloso!», pensó ella.

¡Estúpida vecina bienintencionada! Ahora tendrían una larga explicación que dar llegando a casa.

—Hablaremos de eso después, krasivaya —le dijo el ruso a la niña.

Capitán Meón tenía un chaleco morado, un solo ojo amarillo y una pésima actitud, pero a Mila le encantaba y, solo en el trayecto de camino a casa, incluso después de su encuentro con Alfonso, le había robado más de una sonrisa a Alexey. Así que estaba bien por Belén si sumaban al gato distópico a la familia, siempre que este no pretendiese hacerle honor a su nombre en su almohada o algo así. A juzgar por su comportamiento, Zverev parecía ser un amante de los gatos y Belén esperaba que fuera también un entusiasta limpiador de areneros.

Sin embargo, explicarle a su hija de cinco cómo podía amar a alguien más, después de haberse declarado enamorado de la tía Martha, no parecía entusiasmarlo tanto, al punto en que el ruso llevaba buen rato en el sillón, con Mila sobre las rodillas, intentando aclararle el significado de «amor», cuando en verdad él mismo no había estado seguro de este hasta hacía muy poco, por lo que solo consiguió de la niña una mueca confusa y un par de bostezos.

—Pero ¿sí son novios? —preguntó la chiquilla frustrada.

Belén se masajeó el puente de la nariz y negó.

—¿Puedo? —le preguntó a Alexey señalando el espacio vacío a su lado en el sillón.

—¡Por favor! —suplicó él afligido.

Bel tomó asiento.

—Estrellita, ¿tú tienes alguna idea de lo que es el amor? —preguntó en uso de su sí existente pedagógica. Mila asintió interesada—. ¿Podrías darme un ejempló?

Los ojos grandes y azules de la niña se entornaron y buscaron inspiración en el techo del salón.

—El amor es cuando estas feliz porque alguien te hace sentir especial —dijo—. Quieres estar con esa persona todo el tiempo, jugar juntos y abrazarla fuerte.

—¡Muy bien! —estuvo Bel de acuerdo. Mila, orgullosa de su respuesta, se acomodó en su lugar—. El amor es como una magia, una fuerza que convierte a las personas en familia. Hay muchos tipos de amor —siguió—. Está el amor que sientes por papochka, y el que él siente por ti; el que te une a tus amigos del colegio y hasta el que te inspira Capitán Meón, pero hay también otro tipo de amor que sentimos las personas y que nos hace querer estar juntas, el que sienten los papás por las mamás, por ejemplo. A eso le llamamos «amor romántico».

—O sea cuando son novios, y se dan besos, y se abrazan, y se toman de las manos —concluyó la niña subiendo y bajando sus palmas extendidas hacia el techo.

—¡Sí! —reafirmó Belén. Alexey buscó su mano en un gesto cálido que esta recibió de buena gana, y que a Mila le valió una sonrisa y un sonrojo—. El amor romántico puede darse de muchas formas, porque los seres humanos somos cada uno un mundo diferente. Por eso existen relaciones románticas de todo tipo. Un chico y una chica, dos chicos, dos chicas... ¡da lo mismo! —dijo—. Lo importante es que estas personas sean buenas unas con otras, que se respeten y que se cuiden entre ellas.

—¡¡Y que sientan mariposas en el estómago!! —añadió la pequeña emocionada—. ¿Tú sientes mariposas en el estómago por papochka, tía Bel? —preguntó.

Lo que Bel sentía por Alexey era algo que todavía tenía miedo de calificar, pero de lo que era muy consciente.

Era la risa suave que se dibujaba en los labios del ruso cada mañana al despertar lo que la dejaba sin aliento y, mucho más que el café, le daba energía para comenzar su rutina. Era el brillo de esos ojos azul oscuro iluminándose con cada cosa que Bel decía lo que la hacía sentirse especial, y era el sonido de su voz grave y extranjera el que formaba a diario las frases que la impulsaban a seguir adelante.

Alexey era su cómplice, su amigo y su confidente, incluso desde antes de que su relación se volviera física. Podría ser que todo eso se resumiese en la trillada explicación que el término «amor» encierra, pero, en tanto tuviese la mano del ruso para tomarla, y sus ojos brillasen cada que Belén estaba cerca, como lo hacían justo ahora, ¿a quién mierda le importaba?

—Sí, estrellita —confirmó, con la mirada clavada en los iris azules de Alexey y una risa floja en los labios—. Yo siento mariposas en el estómago por papochka.

Mila aplaudió emocionada y miró a su padre.

—Y tú, papochka —siguió—, ¿sientes mariposas en el estómago por la tía Bel?

Alexey sonrió sincero, se pasó una lengua tentativa sobre los labios y suspiró.

No recordaba haber estado nunca mejor que con Belén. Era su expresión somnolienta cada mañana, mientras le servía el café antes de irse a correr, la que le arrancaba la primera sonrisa del día. Eran sus pecas en la nariz arrugándose por algún comentario soso de Alexey, y los destellos dorados en sus ojos verdes, vivarachos y nobles, cuando lo veían, los que lo hacían sentirse apreciado, valioso, aunque el mundo entero allá afuera se empeñase en demostrarle lo contrario.

La vibrante y cosmopolita Nusquam era más parecida a un hogar desde que ella estaba cerca. Belén lo hacía feliz, y punto.

Da, serdtse —dijo trémulo y sin dudarlo—, un enjambre completo.

—¡Entonces sí son novios! —resolvió Mila frenética, pero esbozó un puchero después—. ¿Y la tía Martha? —preguntó.

Alexey pretendió abrir la boca, pero Bel le imploró silencio con una mueca y se dispuso a intervenir.

—Algunas veces el amor cambia, estrellita —dijo—. No porque dejemos de amar a las personas, sino porque las amamos diferente. Tal vez ya no como a un novio, o una novia, pero sí como a un buen amigo, o amiga.

—¿Como las dos mamás de Lizandro, el niño que se come los mocos, y su papá «biológoco»? —murmuró.

Bel recordaba a Lizandro y sus dos mamás, la primera familia homoparental que conoció apenas se incorporó al trabajo. El padre de Lizandro había sido novio de la madre biológica del niño, según le comentaron, pero la relación no prosperó y, cuando ella encontró el amor de nuevo de la mano de una chica, él estuvo muy de acuerdo en ayudarlas a ser madres.

Los tres eran buenas personas, interesadas en el bienestar de su hijo tanto como cualquier familia heteroparental que hubiese visto a lo largo de su carrera. Por supuesto, si a Belén se le hubiese ocurrido utilizar como ejemplo al pequeño consumidor compulsivo de mocos, y a sus dos madres encantadoras, podría haberse ahorrado el discurso de flores y purpurina que acababa de soltarse, pero era estúpida y no podía evitarlo.

—Sí, estrellita ¡justo como las dos mamás de Lizandro y su papá «biológico», no «biológoco»! —validó resignada.

Alexey suspiró con alivio. Ni la operación más compleja llevada a cabo para Vladimir Novikov lo había estresado tanto como intentar explicarle a Mila lo que sentía.

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