Capítulo 5
Dejé mi teléfono en el hueco de la caja con el número dieciseis. La profesora Park me regaló una de sus bonitas sonrisas, como siempre solía hacer cuando me veía. Incliné levemente la cabeza antes de darme la vuelta y volver a mi lugar. Mi hombro chocó con alguien y, antes de poder disculparme, mi mirada se encontró con la de Suhyeok. Mi mente se quedó en blanco, mientras me observaba como solo él hacía.
Hui de esos pozos negros antes de que pudiera causar estragos de nuevo en mí. Agaché la cabeza y caminé con pasos torpes hasta ocupar mi lugar junto a Namra, quien me estaba observando de manera curiosa como si quisiera preguntarme lo que me pasaba con el chico, pero no se atreviese a hacerlo. Ahora mismo, esperaba que no encontrara la fuerza de voluntad para preguntarme nada. Ni siquiera yo tenía la mente demasiado lucida como para poder responderle con coherencia.
Dirigí mi mirada hasta la profesora, quien estaba acomodando los últimos móviles dentro de la gran bolsa negra.
—¿Alguien ha estado en contacto con Hyeonju?
Ante el nombramiento de mi compañera, me di la vuelta en dirección a su asiento. Ni siquiera me había percatado de que no se encontraba en clase. Si no recordaba mal no la había vuelto a ver desde que nos tocó hacer juntas la limpieza del laboratorio.
—¿Nadie ha tratado de contactarla?
Sinceramente, no esperaba que nadie respondiera. La chica se había ganado mala fama por pertenecer al grupo de bullies de la escuela. Estaba casi segura de que dentro del aula apenas tenía una amiga. Juntarse demasiado con esa pandilla no la había beneficiado en lo más mínimo.
—Limpiamos la sala de ciencias ayer, pero no la he visto desde entonces —habló JooYoung, consiguiendo desconcertar todavía más a la señora Park.
—Bueno, si alguien escucha sobre ella, hacédmelo saber —terminó de decir antes de sacar su propio teléfono y teclear en él.
Entonces dos sonidos de notificaciones rompieron el silencio del aula. Daesu, sentado frente a Namra, se dio la vuelta, tratando de echarnos la culpa a nosotras, pero fue muy evidente que lo que había sonado era su móvil. Pillado, se levantó para dejar su dispositivo. Por otra parte, Isak, la amiga de Onjo, también se adelantó para llevar el suyo.
Nada escapaba de la vista de la profesora Park.
—Ni siquiera lo poneis en silencio —se rio de ellos, consiguiendo que el resto de la clase se sumara a las carcajadas.
Desde luego, estaba claro que los chicos no servirían para investigadores. Si no sabían hacer algo tan sencillo como silenciar un teléfono para que no se lo pillaran, jamás atraparían a un asesino en serie.
La maestra observó de nuevo la bolsa llena de móviles, antes de sacar uno de ellos y llamar a su propietaria.
—Onjo, este es tu teléfono del año pasado —se lo tendió para que lo cogiera y le dejara el que usaba diariamente.
Ella tampoco serviría para trabajar en el CSI.
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—¿Quién quiere interpretar esto?
La pregunta de la profesora Park flotó por el aula sin recibir respuesta por parte de nadie. Sinceramente, sabía que el ochenta por ciento de la clase estaba haciendo otras cosas en lugar de prestar atención a la explicación. Yo misma estaba entretenida mirando por la ventana (aunque inconscientemente había procesado todo lo que había estado diciendo). No entendía el motivo por el que me obligaban a asistir a la clase de inglés cuando mi nacionalidad ya indicaba que hablaba a la perfección el idioma. Llevaba toda mi vida viviendo en Estados Unidos, por favor.
La chica detrás de nosotras, Heesu como la maestra indicó, se levantó de su asiento pidiendo permiso para ir al baño. En cuanto abandonó el aula, la misma pregunta volvió a adueñarse del silencio presente, así que me apiadé de mis pobres compañeros y alcé la mano. La profesora Park me dio la palabra. Me levanté de la silla y empecé a leer lo escrito en la pizarra con mi notorio acento americano antes de traducirlo en coreano para que todos entendieran su significado.
—Perfecto. El siguiente será, Baresu. —me senté en mi lugar antes de darme la vuelta en dirección al chico al cual sabía que le pertenecía el apodo—. Levántate —el nombrado observó al frente, sin haberse enterado del motivo por el que lo estaban llamando (a parte del hecho de que estaba haciendo el tonto, dibujando sobre una hoja, con su compañero).
Arrastró su asiento hacia atrás, poniéndose en pie totalmente desconcertado. Miró en todas direcciones pidiendo auxilio, pero nadie le ofreció su ayuda. Todos estaban expectantes por ver cómo se las apañaba Suhyeok para responder sin haber prestado atención.
—¿Por qué te llaman Baresu? —se interesó la profesora.
Jooyoung y Daesu fueron tan amables de explicar el motivo del apodo, dejándonos saber de nuevo a todos que el chico odiaba llevar calcetines. Incluso dieron algún detalle más, como que por eso le olían los pies, lo cual fue algo innecesario y consiguió que arrugara la nariz al imaginármelo, aunque, siendo sincera, estaba bastante divertida con toda la situación.
Toda la clase estalló en carcajadas, recibiendo la sonrisa incómoda de Suhyeok.
—De acuerdo, Baresu. ¿Qué acaba de decir Loreen?
De nuevo aquella forma de decir mi nombre. Tuve que morderme el labio inferior para no corregirla. Sabía que no lo hacía con mala intención, pero ¿Por qué no podían pronunciarlo bien por más veces que les explicara que la entonación iba en la segunda sílaba?
El titubeo de Suhyeok captó al completo mi atención. La molestia que sentía se trasladó al fondo de mi mente. Analicé cada movimiento nervioso de su cuerpo por intentar darle una respuesta a la profesora. Sus ojos se encontraron con los míos, titubeantes, antes de pasearla por el resto de nuestros compañeros.
—Lo que dijo era correcto.
Las risas de todos, incluida la mía, llenaron toda la habitación. ¿En serio? ¿No se le había ocurrido nada más ingenioso?
—¿Cuál fue entonces su interpretación? —le inquirió la maestra, esperando para pillarlo. Se había dado cuenta de que no había escuchado nada de su explicación (ni siquiera había intentado leer de reojo lo que había escrito en la pizarra detrás de ella) y quería que el chico lo admitiera.
Suhyeok divagó durante un par de segundos antes de que su mirada sorprendida se enfocara en la puerta delantera del aula, donde resonó un golpe como si alguien se hubiera golpeado contra ella. Lo que captó la atención de todos, la mía incluida. El portón deslizante se abrió, dejando entrar a Hyeonju. Pensaba que la chica no había venido hoy. ¿Qué hacía ahí? ¿Y por qué tenía ese aspecto tan deplorable?
La matona no dio más que un par de pasos antes de que su mirada se perdiera y se precipitara hacia el suelo. La profesora Park corrió hacia ella y la consiguió atrapar antes de que su cabeza impactara contra la dura superficie. Me levanté del asiento, demasiado curiosa (y extrañamente preocupada por la chica), y me acerqué hasta el frente del aula, seguida por todos los que se encontraban en mí misma situación.
Me arrodillé junto a ella. Y de igual forma lo hizo Suhyeok, quien se posicionó junto a mí. Intercambiamos una rápida mirada antes de enfocarnos en la chica.
—Hyeonju. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? —la maestra Park empezó a preguntarle mientras yo analizaba su desastroso rostro.
Tenía la cara recubierta de sangre seca. Una notoria herida abierta en el lado izquierdo del nacimiento del pelo, donde el líquido carmesí ya empezaba a coagularse, pero había dejado un rastro hasta lo alto de su pómulo. Del orificio derecho de la nariz había un cuantioso rastro de líquido metálico reseco que más bien parecía una mancha de pintura. Por no mencionar sus inyectados ojos rojos, que no apartaban la mirada de nuestra tutora. Era como si varios vasos capilares le hubiesen explotado, tornando el blanco en un monstruoso color sangriento.
¿Cómo se había hecho esas heridas? ¿Alguna de sus víctimas había sido tan valiente de devolverle todo el daño que le habían hecho? ¿Su grupo de matones se habían puesto en su contra y la habían agredido?
—Señora Park —empezó a decir, pero su voz no sonaba igual que siempre. Arrastraba las palabras como si estuviese borracha o drogada.
—Sí. Soy yo. ¿Me reconoces? —incluso como adulta, la profesora estaba asustada de ver a una alumna en ese estado.
—Él me cogió... —la mirada de Hyeonju se perdió en el techo del aula—. El profesor de Ciencias me cogió y me encerró.
Habría supuesto que la chica no estaba más que delirando por los presuntos golpes que le habían provocado la pérdida de sangre. Pero, por más que balbuceaba sin parar, parecía decirlo totalmente en serio.
—¿El profesor de Ciencias? ¿El señor Lee Byeongchan?
Hyeonju no parecía estar en sus cabales. ¿No había escuchado lo que la maestra le había preguntado? Al parecer no, porque siguió hablando sin darle una respuesta clara. Era como si quisiera que todos supiéramos lo que le había sucedido antes de que perdiera del todo la cabeza.
—Me ató...
Por la forma en que estaba respirando era como si, además de las heridas físicas, también tuviera algunas internas. Tomaba aire de forma muy pesada, por lo que pude imaginar que podría tener alguna costilla rota o algún hematoma entre el pecho y el estómago. Yo misma sabía cómo se sentía ese dolor. Mi propia clavícula me lo recordó al alzarme del suelo cuando la profesora señaló que habría que llevarla a la enfermería.
Le indicó a Namra que se asegurase, como presidenta de nuestra clase, de que permanecíamos en el aula estudiando y no armábamos ningún escándalo innecesario. Después, trató de alzar a Hyeonju del suelo para poder cargarla ella misma, pero le resultaba imposible levantar a la chica. Parecía un peso muerto en el suelo y no ponía de su parte para facilitarle la tarea.
—Yo la llevo.
Se ofreció Suhyeok, agarrando a la chica de su brazo derecho y posicionándola detrás de él para poder cargarla en su espalda. Onjo no tardó ni un segundo en ayudarlo para poder acomodar a Hyeonju, pasando los brazos de la chica sobre sus hombros, donde quedaron laxos. Isak se unió a su amiga y ambas ayudaron a Suhyeok a alzarse del suelo puesto que ahora cargaba con un peso extra. Este agarró a la chica con fuerza de los muslos antes de dirigirse veloz a la puerta abierta.
Onjo salió corriendo detrás de ambos, ayudando con sus manos a que la chica no se cayese. Isak fue a seguirlos, pero, antes de que diera un paso, la agarré de la muñeca, deteniéndola.
—Iré yo —fue lo único que le dije antes de salir a la carrera de la clase junto con la profesora Park.
Corrimos por los pasillos como si nos persiguiera una jauría de perros hambrientos y enrabietados. Hyeonju rebotaba sobre la espalda de Suhyeok con cada paso que el chico daba, llegando incluso a alzarse medio metro sobre él y casi precipitarse hacia delante. Me posicioné junto a ambos, apoyando mi brazo izquierdo sobre la espalda de la chica y aplicando fuerza para evitar que se moviera tanto. No estaba segura del alcance de la herida en su cabeza y no quería que culparan al chico de haberla empeorado debido al traqueteo de su cuerpo al correr.
Como si hubiese sentido que me encontraba junto a él, los ojos oscuros de Suhyeok se encontraron con los míos por un fugaz instante. No era momento para empezar otra de nuestras peleas por ver quien conseguía hacerse con el control sobre el otro. Le indiqué con la cabeza que mirara al frente y tan solo se concentrara en mantener un pie frente al otro.
Mi mirada se centró en Hyeonju en cuanto la escuché hacer ruidos raros. Tenía la cabeza inclinada en dirección al cuello de Suhyeok (aunque les separaban unos treinta centímetros). Abría la boca como si quisiera morder algo al tiempo que gruñía de forma exagerada. Al ver que no conseguía su cometido, su mirada se centró en mí, más concretamente en el brazo que tenía sobre su espalda. Lo observó por unos segundos, todavía haciendo esos extraños sonidos con su boca antes de abrirla y tratar de morderme. Los reflejos que había adquirido gracias a las artes marciales me ayudaron a apartar el brazo con velocidad antes de que sus dientes llegasen a rozarme siquiera.
¿Qué mosca le había picado para empezar a actuar así? ¿Si de verdad quería morder algo, por qué no se mordía su propio brazo? La chica no era santa de mi devoción, pero si trataba de agredirme de nuevo le daría un buen golpe. Y no me iba a importar que la señora Park me viera o me regañara luego. Se lo merecía.
La maestra se nos adelantó para abrir la puerta del aula que servía como enfermería. Suhyeok fue el siguiente en pasar, seguido por Onjo y por mí. La enfermera y ella empezaron a dar indicaciones que seguimos al pie de la letra. No me pasó por alto la presencia de Heesu cuando pasé junto a ella para llegar a la camilla. ¿Qué hacía ella aquí? ¿Había mentido con lo de ir al baño porque en realidad se encontraba mal? ¿Por qué no lo había dicho directamente?
Suhyeok acomodó a Hyeonju sobre la cama y la enfermera enseguida le tomó la temperatura corporal, mientras a la chica le daban espasmos.
—Veintinueve grados. Tiene la temperatura demasiado baja.
Hyeonju empezó a moverse de forma descontrolada en la cama, pero ya no era fruto de espasmos. Se movía a trompicones. Como si su cuerpo no la obedeciera y actuara a su antojo a pesar de su negativa.
—Tapadla para que no se mueva y no coja más frío —nos indicó la enfermera así que eso fue lo que hicimos.
Utilizamos el edredón que había a los pies de la cama para retenerla y detener sus movimientos, pero era imposible. Casi parecía que una fuerza externa la había poseído. Incluso así, siguió emitiendo esos asquerosos gruñidos al tiempo que abría la boca, enseñándonos los amarillentos dientes (culpa de la sangre que los había teñido).
Ambas adultas se pusieron a hablar mientras nosotros aplicábamos presión en nuestro agarre para inmovilizar a la chica. Suhyeok estaba agarrándole los tobillos para que dejara de dar patadas mientras que Onjo y yo remetíamos la colcha por debajo de su cuerpo para tratar de convertirla en una momia. Tal vez así dejaría de moverse de una vez.
La profesora aprovechó ese momento para sacar su teléfono y llamar al número de emergencias para pedir que viniera una ambulancia a la escuela.
En cuanto colgó la llamada, Hyeonju empezó a delirar de nuevo diciendo que tenía calor cuando su temperatura mostraba que estaba más cerca de sufrir una hipotermia. ¿Dónde narices había estado para que se encontrara así? ¿En un congelador industrial?
—Iras al hospital pronto —le informó la profesora Park—. Hasta entonces estaremos aquí contigo, no te preocupes.
Me hubiese encantado decirle a la maestra que dejara de intentar hablar con ella en vista de que la mente de Hyeonju parecía estar más bien en otra galaxia. No dejaba de repetir el calor que tenía ni dejaba de hacer movimientos bruscos (de seguro síntoma del frío de su cuerpo).
—El profesor de ciencias me inyectó algo —soltó de repente con la respiración pesada.
Conduje mi mirada hacia la profesora, luego me encontré con la de Suhyeok y finalmente con la de Onjo. Ninguno de nosotros sabía que pensar de lo que Hyeonju había dicho hasta ahora. ¿Debíamos creernos lo que nos estaba contando? ¿O debíamos achacarlo a su alucinación?
—Trató de matarme —esas tres palabras captaron mi atención y me cayeron encima como un cubo de agua helada—. Voy a matarlos a todos —su cuerpo se alzó, liberándose de nuestro revestimiento.
La agarré por el hombro, para volverla a acomodar en la cama. Definitivamente el golpe en la cabeza le había trastocado el cerebro. Inclinó la cara en dirección a mi brazo al tiempo que abría la boca. Me separé de ella rápidamente, dando un paso atrás, impidiéndole tratar de morderme de nuevo. La asesiné con la mirada. Apreté los puños junto a mí, conteniendo las ganas de darle un puñetazo en la nariz.
Al ver que no había conseguido su cometido, cambió de dirección y lo intentó con Onjo. No tuve tiempo de advertirle que se apartara. Sus ojos habían estado enfocados en mí y no se había dado cuenta de que Hyeonju había conducido su boca hasta su muñeca. Vi como los dientes de la chica rasgaban la blanca piel de Onjo antes de que esta se echara hacía atrás, sujetándose la zona herida.
Suhyeok y la maestra aplicaron más fuerza en sus agarres sobre ella mientras la enfermera volvía hasta nosotros cargando con ella una jeringuilla que contenía un sedante, según nos indicó. Ni borracha iba a volver a acercarme a esa loca hasta que no se relajara. Le inyectó el líquido transparente en el brazo y no pasaron apenas un par de segundos antes de que Hyeonju empezara a perder la fuerza. Sus estrambóticos movimientos se detuvieron y terminó por cerrar la boca, desistiendo en su nueva afición de querer mordernos a todos. Finalmente, sus ojos se cerraron y la chica se relajó totalmente.
Si no fuera porque todo su rostro estaba cubierto de sangre y era el principal recuerdo de todo lo que había dicho y pasado, hubiese pensado que me lo había imaginado todo. Pero, no.
De verdad Hyeonju había perdido la cabeza.
🫀🫀🫀🫀🫀🫀🫀
Subieron a Hyeonju a la ambulancia. La habían trasladado de la cama a la camilla y le había atado dos cintas de seguridad alrededor de su pecho y las piernas para que no se cayera si volvía a moverse. Cerraron la puerta de la furgoneta y el sanitario se quedó hablando con la maestra Park y la enfermera durante unos minutos antes de despedirse y montarse en el asiento del conductor.
Por su parte, el otro sanitario, quien resultó ser el padre de Onjo, había terminado de curarle la herida que los dientes de la chica le habían hecho. Una vez curada, el señor no se apartó, sino que empezó a charlar con ella. Padre e hija. Se veían como una familia unida. Sentí un pinchazo de envidia en el pecho. Yo jamás había tenido algo parecido con mi figura paterna. Y, tenía claro que, a estas alturas ya no lo tendría jamás.
—Llámame enseguida si pasa algo e iré corriendo a buscarte —le dijo antes de despedirse de ella.
Los sentimientos se agolparon en mi interior. ¿Por qué no había podido tener yo un padre como él? ¿Por qué había tenido que nacer en una familiar con un padre abusador y maltratador? Era injusto. Yo no me merecía esto.
Se me nubló la vista.
Yo quería una figura paterna que me cuidara como el padre de Onjo lo hacía con ella. Pero, en su lugar, lo que tenía era una madre que pasaba de todo y no se preocupaba por mí y un padre que se preocupaba tanto que decidía inculcarme sus enseñanzas a base de golpes.
Parpadeé rápidamente.
No pensaba llorar aquí. No delante de dos de mis compañeros y de dos profesoras que no dudarían en llevarme con ellas hasta la sala de maestros y me harían preguntas sin cesar hasta averiguar qué era lo que me sucedía. Y yo terminaría explotando y llorando a mares mientras les explicaba el abuso que sufría diariamente por culpa de mi padre. Tal vez me creerían, o tal vez no lo hicieran y cuando llegara a oídos de mi padre este me daría la paliza de mi vida y yo desearía morir en lugar de seguir soportándolo como había hecho hasta ahora.
Me sequé los ojos disimuladamente. Esperaba que ninguno de ellos me hubiese visto o, si lo habían hecho, lo achacaran al shock que había sufrido después de todo lo que había sucedido con Hyeonju.
Vimos la ambulancia partir y girar a la derecha, perdiéndose colina abajo, en dirección a la carretera que los conduciría hasta el hospital.
—Gracias por ayudar —la profesora Park se dirigió a nosotros—. Tengo que volver a clase y vosotros también. Os pido que, de momento, no le contéis nada de lo que ha pasado a nadie, ¿vale? —asentimos ante su petición.
Nos adentramos de nuevo en el edificio, conduciendo nuestros pasos hasta las escaleras. Ninguno de los tres decía nada. Miré a ambos chicos, quienes observaban las baldosas de forma distraída. Al parecer ninguno de nosotros sabía cómo interpretar nada de lo que había sucedido. Aunque, siendo sincera, ¿quién sería capaz de procesarlo? Era casi surrealista. Hyeonju había perdido la cabeza. Había intentado mordernos. ¿No sería mejor mandarla a un psiquiátrico en lugar del hospital?
Fui a abrir la boca para comentarlo, pero Onjo se me adelantó, de nuevo.
—Suhyeok, ¿podemos hablar?
¿Otra vez? ¿De que tenía Onjo que hablar tanto con Suhyeok? ¿Acaso no habían tenido suficiente tiempo esta mañana? ¿Iba a echarme de allí por segunda vez?
Me detuve antes de subir el primer escalón. Giré mi cabeza en dirección a la chica. Su mirada orgullosa y confiada me hizo empequeñecer. Le hubiese rebatido que yo también quería hablar con él (incluso aunque fuera mentira). No quería que se lo quedara siempre ella. Pero, ante la absurdez de mis pensamientos y la constante mirada de la chica indicándome que me fuera, agaché de nuevo la cabeza y me encaminé escaleras arriba.
No había podido mirar a Suhyeok a la cara antes de irme. Estaba casi segura de que, en estos instantes, mi expresión era un claro reflejo de todo lo que estaba sintiendo. Me sentía derrotada. Insuficiente. Herida. Celosa. Maltratada.
Estaba rota en miles de pedazos.
Y no necesitaba que nadie más se diera cuenta de que necesitaba que me reconstruyeran.
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